CAPÍTULO 6

La violación de Bélgica

Concentrar tropas en la frontera belga les resulta a los alemanes relativamente fácil. Llevan un tiempo situando terminales de ferrocarril en sus proximidades para la eventualidad de una futura invasión. Esta circunstancia no ha pasado inadvertida para los belgas, que han replicado con la construcción de doce inexpugnables fortalezas en torno a Lieja.

—¿Cómo de inexpugnables? —se preguntan los contertulios de la barbería El Siglo.

—Absolutamente —asegura el boticario Cifuentes, que se informa en sus enciclopedias—. Unos muros de hormigón calculados para soportar el impacto de obuses de 210 mm, los mayores que existen.

Los mayores que existían en 1890, me temo. En los veinticuatro años transcurridos desde la construcción de los fuertes, la artillería ha evolucionado mucho, especialmente la artillería alemana. Ahora el káiser dispone de cañones capaces de atravesar el hormigón de los fortines belgas: los morteros de asedio Krupp de 420 mm,36 y los morteros Skoda, austriacos, de 305 mm. También dispone de globos cautivos o Drachen («dragones») para dirigir certeramente desde el aire el tiro de la artillería.37

Los alemanes confían en que los fuertes se rendirán al primer morterazo, o al quinto: tres días de asedio a lo sumo. En eso fallan las previsiones, porque los defensores de las fortalezas tienen madera de héroes y resisten diez días antes de tirar la toalla.

Son siete días de retraso en el plan Schlieffen. Roto el cerrojo de Lieja, ocupar el resto de Bélgica debería ser un paseo militar, pero los belgas oponen enconada resistencia.

El káiser intenta persuadirlos de que es mejor rendirse. Para ablandarlos, bombardea Bruselas con otra de sus innovaciones tecnológicas, el dirigible, de la que espera que aterrorice a la población civil. El bombardeo causa nueve muertos, pero la aparición de la gigantesca salchicha en el aire provoca, en principio, más curiosidad que pánico.

Lo de atacar con bombas desde el aire núcleos urbanos de la retaguardia es una gran novedad de esta guerra. Los alemanes van muy adelantados en la construcción de dirigibles, que se proponen emplear en misiones de observación, de aprovisionamiento y de bombardeo. Estos monstruos del aire presentan una estructura interna de aluminio en forma alargada que les permite moverse en el aire por medio de motores de hélice y timones.

A pesar de los bombardeos y de la pérdida de sus fuertes, los belgas resisten. Los cuarenta y dos días del plan Schlieffen se van al garete.

La prolongación de la lucha es una contrariedad, pero tampoco quita el sueño a los conquistadores. Podría decirse que muchos oficiales prusianos se sienten en su elemento. El general Erich Ludendorff, que lleva toda la vida aguardando una buena guerra (lamentablemente, se perdió la guerra francoprusiana porque sólo tenía cinco años), anota en sus memorias la emoción al escuchar «el peculiar sonido de las balas cuando penetran en los cuerpos». Es un hombre de gran sensibilidad.

La sufrida infantería alemana avanza a pie. Con las carreteras repletas, muchos regimientos se desplazan campo a través, lo que ralentiza la marcha. En el Estado Mayor, los generales arrugan el ceño. En el plan Schlieffen todo está calculado con exactitud prusiana. Cada soldado debe recorrer cuarenta kilómetros diarios cargado con treinta kilos de equipo. Sólo llevamos dos días de marcha y las tropas están extenuadas.

¿Qué ha fallado?

El plan Schlieffen estaba calculado sobre la capacidad de marcha de tropas jóvenes y entusiastas en unas maniobras de pocos días en terreno propio por el que podían avanzar despreocupadamente.38 En Bélgica, en una situación de guerra, con las cautelas que hay que tomar en territorio enemigo, los reservistas que componen el grueso de la tropa sólo recorren veinticinco kilómetros como mucho.

El general Von Kluck, comandante de las fuerzas alemanas (el mismo que cita Machado),39 se desespera por la lentitud del avance y llama incompetentes a sus subordinados. La bronca recorre la cadena de mando de arriba abajo hasta llegar a los suboficiales, que exigen a la tropa mayores esfuerzos. A falta de un rango inferior al que fastidiar, la tropa descarga su descontento en la población sometida: arrasa aldeas, saquea mansiones, viola. A estas tropelías se suman los fusilamientos y represalias ordenados por el mando para responder a los sabotajes y a los ataques de francotiradores belgas.40

Los generales alemanes son conscientes de que en Bélgica y Francia no podrán contar con una red ferroviaria tan completa como la alemana para transportar las municiones e impedimenta del ejército. Por eso han acumulado docenas de miles de carros tirados por no menos de ochenta y cinco mil caballos o mulos.

—Oiga, ¿han pensado que los carros deben transportar también el forraje de tanta acémila?

—Me temo que no.

—Pues cuente que eso ocupará la mitad del espacio. O dejan de comer los caballos o deja de comer la tropa.

—¡Jodidos fallos de logística, con lo bien que iba todo!

Los belgas declaran a Bruselas ciudad abierta para salvarla de la destrucción.41

El 23 de agosto, los alemanes entran en Dinant, a orillas del Mosa. Un francotirador dispara contra el piquete de zapadores que repara el puente. En represalia, las tropas ocupantes ejecutan en la plaza mayor a 612 civiles, entre ellos a una señora de noventa y seis años y a un bebé de tres semanas.

Después le toca a Lovaina. Durante cinco días, la soldadesca asesina a 248 civiles y saquea la ciudad. Piquetes de ingenieros desmontan la maquinaria industrial para expedirla a Alemania. Los trescientos mil libros de su famosa biblioteca universitaria, entre los cuales hay manuscritos e incunables, se convierten en cenizas.

La noticia de las barbaridades alemanas encuentra amplio eco en la población británica, que comienza a considerar a los alemanes como una horda bárbara.42 Las oficinas de reclutamiento del Reino Unido se ven desbordadas de voluntarios.43

Hoy, visto el asunto con el necesario distanciamiento, resulta evidente que la propaganda aliada cargó las tintas y exageró notablemente las barrabasadas alemanas. Es evidente que el mando germano consintió algunos atropellos, pero en muchos lugares la tropa se condujo de modo civilizado.44

También la prensa alemana se despachó a gusto describiendo las crueles prácticas de los belgas con los pobrecitos alemanes que caían en sus garras. También acusaban a los belgas de limar la camisa de cobre de las balas para que al penetrar en el cuerpo se deformaran y causaran desgarros internos. Es lo que en el vocabulario gangsteril se conoce como «bala dum-dum».

Los ingleses desembarcados en Francia, cuatro divisiones de infantería y una de caballería, toman posiciones al sur del núcleo industrial de Mons, al otro lado de la frontera belga.

En la barbería El Siglo, como en las tertulias del resto de España, germanófilos y aliadófilos discuten acaloradamente sobre las virtudes de los dos ejércitos, el alemán y el británico.

Aduce Cifuentes que los ingleses serán una nación de tenderos, como aseveran sus adversarios, pero han levantado un imperio y nadie les tose.

—Nadie les tose hasta hoy —replica Tuñón Mendieta—. Van a ser pan comido para los prusianos. Verás cómo les dan una lección y les rebajan la soberbia.

La lección no se hace esperar, pero ocurre más bien al contrario. El alto mando alemán, también persuadido de la inferioridad del tendero británico, lanza a sus tropas en ataque frontal contra unas posiciones defendidas por fusileros fogueados en las guerras coloniales que causan una verdadera carnicería entre los germanos. «Intenso fuego de ametralladora», se justifican los generales del Estado Mayor. En realidad, los ingleses disponen de escasas ametralladoras. Lo que ha ocasionado un terrible estrago en las líneas alemanas es la mortífera precisión y la rapidez con la que estos expertos tiradores disparan sus fusiles Lee-Enfield con capacidad para diez cartuchos.45

La notable hazaña británica da pie a la leyenda de que los fantasmas de los arqueros ingleses de Agincourt se levantaron de sus tumbas para frenar a los alemanes.46

El emperador de Alemania y su plana mayor en una revista española.