CAPÍTULO 4

Alemania tiene un plan

Creen los alemanes que la guerra está chupada porque tienen un plan infalible para ganarla en un pispás. En realidad, todos los Estados Mayores de las grandes potencias implicadas en la mêlée que estamos describiendo tienen planes infalibles, pero, claro, los alemanes están convencidos de que el suyo es el mejor.26

El plan Schlieffen:27 supuesto teórico para una guerra con Francia y Rusia. Para evitar dos frentes, primero derrotamos a Francia atacándola por donde menos se lo espera, a través de Bélgica y Luxemburgo, y tomamos París. En eso invertimos exactamente cuarenta y dos días. Rendida Francia, concentramos las tropas en la frontera rusa y derrotamos a los ejércitos del zar.

—Pero Bélgica es neutral —objetó un general escrupuloso—. Atacarla sería una grave violación del derecho internacional que la propia Alemania ha respaldado en diversos tratados internacionales.28

—¡Qué tontería! Le declaramos la guerra y deja de ser neutral. El fin justifica los medios.

Que Alemania invada Bélgica es lo único que le falta al embajador alemán en Bruselas, Ambrosius von Below, para confirmarse como gafe. Este distinguido y encantador solterón parece atraer los conflictos por dondequiera que vaya. Sobre la mesa de despacho pulcramente ordenada tiene un cenicero de plata agujereado por un balazo que atrae la atención de sus visitantes.

—Es un recuerdo de China: cuando la rebelión de los bóxers entró una bala por la ventana de la legación y ese cenicero me salvó la vida. El caso es que en mi anterior puesto, en Turquía, también me vi implicado en un sangriento motín. Menos mal que ahora llevo unos meses destinado en la apacible Bélgica, donde nunca pasa nada...29

El bueno de Von Below no se imagina que va a tener que hacer la maleta, atropelladamente, de un momento a otro, porque su país está a punto de agredir a la apacible Bélgica, el país que ha elevado a plato nacional la patata frita.

El plan Schlieffen30 echa a andar con meticulosidad germana. Hasta el más pequeño detalle está estudiado. Incluso han acuñado las medallas conmemorativas de la toma de París. El káiser Guillermo II está exultante.

—Almorzaremos en París y cenaremos en San Petersburgo. La guerra habrá terminado antes de que caigan las hojas. Cinco meses de guerra y celebraremos la Navidad en casa.

¡Ah, cómo le gusta la guerra al prusiano! Comenzó siendo un ejército para un pueblo y ahora se ha convertido en un pueblo para un ejército. «Los alemanes se lanzan a la guerra como los patos al agua», escribe en su diario la princesa Evelyn Blücher.31 En los casinos alemanes no faltarán, a lo largo de toda la guerra, cajas de arena compactada en las que los socios aficionados a la ciencia militar, que son multitud, puedan reproducir los frentes y las batallas. Jugar a generales y estrategas se convierte en la pasión nacional.

En la alta oficialidad germana se funden, en apretada mezcla, la prepotencia con el menosprecio hacia el enemigo francés o ruso.32

Desconocen sus propias debilidades, o creen que con el simple ejercicio de la voluntad se superan. Son como el propio káiser, casi inválido del brazo izquierdo (que le lastimaron al traerlo al mundo), pero que lleva toda la vida disimulándolo con uniformes especialmente cortados y con poses arrogantes.

Los alemanes, que han entrado en la guerra como simples aliados del principal beligerante, su primo austrohúngaro, no tardan en tomar la iniciativa tras constatar la falta de entusiasmo del socio.33 Los alemanes no tardarán en comprobar, con amargura, que el pueblo austriaco es menos aficionado que ellos a los sacrificios y a los heroísmos («Nos hemos esposado a un cadáver», comenzarán a admitir).

Regresemos al plan Schlieffen. Su autor, el ilustre general con monóculo, había fallecido un año atrás, lo que le ahorró asistir al desastre en que se iba a convertir una idea que parecía tan buena. Él había ideado su plan como un ejercicio teórico para demostrar al káiser que, con veinte divisiones más, Alemania podría vencer en la guerra que se veía venir.

Fallo del plan Schlieffen: no contemplaba alternativas si algo salía mal. No había plan B. Tenía que salir bien por narices. La existencia de un plan alternativo habría denotado falta de confianza en el plan principal, algo inadmisible en un prusiano. O sea: esa falta de flexibilidad por la que sus vecinos llaman a los alemanes «cabezas cuadradas».

Francia también tenía su plan, igualmente basado en el «culto a la ofensiva» que los generales habían aprendido en los tratados de Clausewitz: atacamos impetuosamente por Alsacia y Lorena, recuperamos nuestras queridas provincias irredentas y, de ahí a Berlín, pan comido.

En las postales patrióticas francesas suelen aparecer alemanes huyendo cobardemente de poilus franceses que atacan a bayoneta calada.

Plan Schlieffen.