A medida que se prolonga la guerra, la discusión entre germanófilos y aliadófilos sube de tono en España. Como las personas, los periódicos se decantan por uno de los dos bandos dependiendo de si el director recibe un sobre mensual de la embajada francesa o de la alemana. Si uno lee El Correo Español o ABC, ganan los alemanes; si lee El País o El Diario Universal, los aliados. Los únicos que parecen neutrales son La Época y El Imparcial.
Los intelectuales se expresan a través de manifiestos. En 1915, Unamuno, Menéndez Pidal, Marañón y Azorín, entre otros, firman el «Manifiesto aliadófilo».
La revista España publica un «Manifiesto de los amigos de la unidad moral de Europa», inspirado por Eugenio d’Ors, quien parece decantarse por la neutralidad: «¿Votáis por Francia? ¿Votáis por Alemania...? ¡Mi voto es por Europa!».91
Inmediatamente los aliadófilos, entre ellos Unamuno, motejan al catalán de criptogermanófilo. Él lo asume y se inclina paulatinamente hacia Germania (es un esteta), quizá para compensar la deriva aliadófila del resto de la intelectualidad.
Si los intelectuales relegan su pasión a los papeles, el pueblo llano, menos sutil, contrasta a menudo sus opiniones a garrotazos. Algunos cines suprimen el noticiario que se proyectaba antes de la película para evitar que los comentarios expresados en voz alta degeneren en reyertas, en las que el distinguido público propende a deteriorar el mobiliario de la sala.
Los que a río revuelto siguen haciendo el gran negocio con la guerra son los industriales vascos y catalanes, que venden a los beligerantes productos manufacturados.
Al principio de la contienda, una humilde lavandera francesa escribe a Alfonso XIII suplicándole que la ayude a encontrar a su marido, desaparecido en la batalla. Alfonso XIII realiza gestiones y consigue aclarar el paradero del francés. Esa noticia, divulgada por la prensa europea, anima a muchas otras personas con familiares desaparecidos a solicitar la mediación del rey de España.
En el palacio real de Madrid se recibe tal aluvión de cartas que el rey decide crear una oficina, Pro Captivis, para encauzar su iniciativa humanitaria.92 El principal gestor de la mediación española es el diplomático Rodrigo de Saavedra y Vinent, segundo marqués de Villalobar, que desde su legación en Bruselas defiende ante las autoridades alemanas los intereses de los países aliados (una lista que crece de día en día) y se preocupa por mejorar las condiciones de vida de los prisioneros internados en campos de concentración.