Veamos ahora qué han hecho los franceses mientras los alemanes atravesaban Bélgica.
Atacar, naturalmente. Lo que sus estrategas han diseñado: la offensive à outrance, o sea, ofensiva a ultranza, la plasmación del impulso vital, el élan vital que, predicado por el filósofo Bergson, incluso ha permeado la coriácea epidermis de las academias militares.
Los franceses admiten que los alemanes son más numerosos y más fuertes, pero creen que pueden compensar de sobra esa desventaja con valor y determinación heroica, el élan, o sea, el arrojo, una virtud militar que creen típicamente francesa. Por eso, en las academias militares, se exalta la agresividad a ultranza y se tiene por cierto que el attaque brusquée, a bayoneta calada, de la infantería francesa es irresistible, como ya se probó en tiempos del primer Napoleón.
Los alemanes han puesto casi toda la carne en el asador en la invasión de Bélgica (siete de cada diez hombres disponibles). Los franceses, que también tienen su plan (el Plan XVII lo llaman), atacan con vehemencia por Alsacia y Lorena, las provincias perdidas y siempre añoradas tras el descalabro de 1871. La población de esas provincias, más francesa que alemana, los recibe jubilosamente, con flores, abrazos y lágrimas de alegría.
Ésta es la parte dulce de la guerra. Ahora viene la amarga. Cuando los franceses alcanzan las proximidades de Metz y Estrasburgo, el 14 de agosto, se topan con una línea de fortificaciones alemanas a las que atacan impetuosamente con su caballería pesada: lanzas, sables y brillantes corazas doradas bajo el radiante sol del verano. Como la guardia imperial que derrotó a los prusianos en los tiempos del primer Napoleón.
Detrás de la caballería, en densa oleada, ataca la infantería, los poilus («peludos»), con sus vistosos pantalones rojos y sus quepis azules. A la bayoneta.
En Francia se tiene la errónea creencia de que los alemanes rehúyen el combate a la bayoneta. Cada cual crea sus mitos que luego la realidad se encarga de desmentir.54
De pronto tabletean las ametralladoras alemanas. Quinientos disparos por minuto. Una ametralladora cada cinco metros. La artillería colabora disparando granadas de fragmentación que estallan en el aire a conveniente altura y esparcen una letal rociada de balines de plomo.
Caen los franceses por docenas, literalmente segados por las balas (algunos cadáveres se encontrarán partidos por gala en dos).
El avance francés frena en seco. En el Estado Mayor, naturalmente situado en retaguardia, fuera del alcance de los cañones, los atónitos generales se preguntan en qué hemos fallado y cómo le contamos a la opinión pública que en veinte días hemos perdido trescientos mil soldados.55
Es la primera gran carnicería de la guerra. Pero vendrán más, porque los Altos Estados Mayores tardarán un par de años en admitir que las tácticas ofensivas pacientemente desarrolladas en los últimos veinticinco años no sirven ya, pues los avances tecnológicos favorecen la guerra defensiva.