ESTO NO ES POESÍA

Me llamo David Calvo y nací un día sin importancia de un año sin mayor gloria. Tuve la fortuna de disfrutar de la mejor familia del mundo. Y lo comento porque muchos, tristemente, no han contado nunca con esa suerte.

Y yo, quizás idiota, decidí despegarme de ella a mis 18, con una maleta en una mano y una decena de sueños en otra. Me alejé de todo lo que había vivido y sentido en aquella casa de dos plantas para saber qué era eso de pagar facturas por mi cuenta y entender por qué la gente odia a su casero.

Me alejé de todas esas calles con olor a ayer y de todo aquello que no quería volver a ver. Con unos pequeños ahorros y unas ganas inmensas de comerme el mundo, lo hice. Y consigo recordar al fin por qué me fui a mis 18. Y las razones por las que volvería a hacerlo, aunque solo las cuente con los dedos de una mano.

Desde que tengo eso que llaman razón, escribo. Ya sean odas a la tristeza o experiencias que nunca antes había vivido. Y lo guardo absolutamente todo. Aunque desde que conocí a una de esas personas que te cambian la vida intento ser menos redundante. Porque, como ya sabrás, si breve y bueno, dos veces bueno.

Guardo muchas de las cosas que escribí cuando me enamoré. Las conservo como si realmente fueran poesía. Aunque, como diría Loreto Sesma, «ni aquello era amor, ni esto es poesía».

Nunca he sido de esos que cogen la puerta y deciden dejarlo todo atrás. Y nunca lo hice por completo. Porque, por mucho que nos asuste el pasado, olvidarlo es imposible.

Vi estudios. Bajos. Pisos cuestionablemente habitables. Y al final, me choqué con la realidad de que tendría que compartir mi casa con gente que ni siquiera sabía cómo se apellidaba, si quería poder seguir yendo al cine algún que otro fin de semana. Aunque también podría haber vivido solo durante unos meses y ver qué tal era eso de abrir la puerta a los Testigos de Jehová y ser tú el responsable de decirles que lo que te cuentan no te interesa en absoluto, pero no estaba preparado para ello.

Conocí Madrid y me enamoré. De ella y de su gente. Conocí vida, como el que se queda sin megas en su móvil y descubre que hay belleza más allá de su teléfono. Como el miope cuando por fin se pone sus lentillas. Como ellos, yo, también descubrí lo que realmente era vivir.

Escribí una novela, donde hablaba de divinidades y seres humanos, y explicaba que los dioses también aman. Aunque en ocasiones aquel en el que creemos nos demuestre lo contrario. Y a la gente, para mi humilde sorpresa, le gustó.

Y hoy comparto contigo lo más íntimo de mí, aquello que tantas veces he guardado. Para que ahora sea tuyo. Con mi corazón en una mano y mis miedos en la otra.

La tinta no ha parado de acompañarme en mi vida y en demasiadas ocasiones con los pronombres equivocados. Con adjetivos superlativos para personas que no los merecían. Y otras veces me he quedado corto.

Hoy, si acercas un poco algunas páginas a tu oído, quizás consigas escuchar mi corazón. Y si en ocasiones no lo oyes, es porque está algo roto.

No te prometo que este sea el mejor libro que hayas leído nunca, porque a mí me lo han prometido en demasiadas ocasiones con muchos que he vuelto a dejar en la estantería a la décima página.

Pero espero que, de alguna manera, sientas que tú también eres yo. Que todo lo que tengo aquí escrito te sirva tanto como me sirvió a mí.

Me gustaría que al acabar este libro sintieras que has vuelto a nacer [conmigo], y te veas como el patito más bello de esta jodida charca. Como lo que eres.