La noche del día que encontré a Forme vivo, había quedado con mis amigos de siempre en el sitio de siempre: la casa del Kaki. Era una chabola con sólo dos de sus cuatro paredes hechas con ladrillo y cemento. Tenía techo de uralita y en su interior se amontonaban cientos de objetos que quizá un día parecieron útiles, pero que en aquel momento sólo formaban parte de la montaña de basura de un tarado con un evidente síndrome de Diógenes. Sin embargo, era el punto más alto y alejado de los Banderilleros, donde se veían los mejores atardeceres y se respiraba el aire más puro en veinte kilómetros a la redonda.
El Kaki era uno de mis mejores amigos a pesar de ser un tipo complicado, con un carácter fuerte y reacciones episódicas muy agresivas. Era algo mayor que el resto de nosotros. Pasó por el ejército y luego por la cárcel, a la que entró andando y de la que salió en la silla de ruedas en la que estaba postrado desde hacía más de veinte años. Desarrolló un odio general a la gente y se convirtió en casi un ermitaño, que sin embargo tenía un sentido de la lealtad y la amistad extremo. Él fue quien propuso hacía ya unos años aquellas reuniones quincenales del viejo grupo de colegas que paulatinamente había ido separándose.
Llegué un poco antes que el resto, emocionado por compartir el descubrimiento que había hecho hacía sólo unas horas. Mientras esperábamos tomando el primer litro de la noche, el Kaki me contaba una de sus teorías conspiranoicas. Habíamos aprendido que sólo teníamos que dejarlo hablar, asentir con la cabeza y esperar a que se autocontestase, porque si se nos ocurría discrepar, podríamos entrar en una discusión eterna.
—Portugal lleva años preparando la conquista de España… de hecho hace años que en secreto se han hecho con Huelva y Extremadura. Bueno y evidentemente Galicia ya es territorio luso: los gallegos son… Portugueses con chaquetón, cantando un poco más el acento, pero, joder… en el fondo hablan el mismo idioma… No sé cómo nadie se ha dado cuenta de eso. Falta muy poco para que estalle la bomba, han introducido a un ídolo en nuestro fútbol y ahora nadie puede verlo venir. El gitano ese del CR7 ha hecho que no desconfiemos de los portugueses. Pero, vamos, que toda la culpa es del Obama de los cojones… como el ébola.
El sonido aún lejano del monovolumen del Zurdo hizo que el Kaki se callara y se pusiera alerta hasta que aparcó justo en la entrada de la chabola. Se había encargado de recoger al Postilla y al Rata, así que la pandilla volvía a reunirse por completo. Bajaron del coche discutiendo pasionalmente cualquier tontería, como habíamos hecho toda nuestra juventud, cuando no teníamos responsabilidades ni canas que engominar.
—Perdonad el retraso, chavales, ha sido culpa del de siempre. —El Zurdo se había convertido en un tipo bastante más irascible de lo que recordaba. Era padre de dos niñas, divorciado y encargado de un WALT: la empresa de comida rápida que había fundado el Postilla. Estaba estresado y deprimido. Era una persona prácticamente opuesta a la que fue hace unos años, cuando vestía con chándal y camisetas de fútbol vendiendo hierba en la calle. Ahora siempre iba con el uniforme celeste del restaurante, la barba despeinada y el pelo gris. Sin duda era el que más había envejecido, supongo que pesan mucho más las responsabilidades que los años. Aun así, algunas cosas nunca cambiaron—. Y no te he avisado ni una, ni dos, ni tres… sino tres veces: por Whatsapp, por SMS y por privado en Facebook, Postilla.
—Pues para la próxima me llamas al móvil, joder, que para eso se hicieron. —El Postilla era el triunfador del grupo. Heredero de una fortuna, supo ser emprendedor antes de derrocharlo todo inútilmente. Fundó la cadena de comida rápida WALT, que había crecido mucho en los últimos años. Había engordado bastante, pero se mantenía joven, tal vez demasiado. Siempre sospechamos que se había hecho algún retoque quirúrgico, a veces intentábamos sin éxito que lo confesara.
—Dejarse de discutir por tonterías, cojones… ya estáis aquí. —El Kaki era el único pastor que podía con aquel rebaño de ovejas negras y cojas—. Saca un par de litros del congelador, cara polla.
El Rata entró en casa del Kaki para traer la cerveza. Seguía estando ágil. Supongo que porque aún no había dejado de correr delante de la policía y eso lo había mantenido en forma. Después de triunfar unos años como actor en Latinoamérica había vuelto a sus trapicheos en el barrio. Vendiendo drogas blandas en pequeñas cantidades, organizando apuestas en peleas de gallos, carreras, etc. Era el que más contacto tenía con la parte más oscura de los Banderilleros. Su cuerpo delgado y encorvado, su piel beis y sus ojeras contundentes dejaban clara su mala vida y las pocas horas de sol de los últimos años. Cuando alguien se atrevía a sacar el tema de por qué volvió de México, respondía su típico «no preguntes».
—Se lo estaba contando a esta gente… —El Rata salió de la casa con los dos litros abiertos. Normalmente las charlas empezaban con las noticias de éste—. Han metido otra vez al Papito en la cárcel. Le desmantelaron el puticlub el martes pasado.
—Bueno, es un negro de metro noventa y además reincidente. No creo que tenga problemas: vuelve a casa —comentó sin mirarnos el Postilla sirviéndose cerveza. Había compartido prisión con el Papito hacía ya bastantes años—. ¿Tú qué, Negro? ¿Cómo ha ido ese primer día en el manicomio?
—Bien… de eso os quería hablar…
—Tiene cojones que no quieras organizar a unas cuantas universitarias haciendo hamburguesas en un WALT y aceptas limpiar culos de locos por menos dinero.
—Te he dicho que es por el horario… Son muchas horas, Postilla… —contesté.
—Sí, pero tocándote los huevos todo el día.
—Pero, cabrón, entro a las once de la mañana y salgo a las once de la noche… me quitas la vida, compadre. Mira al Zurdo la cara que se le está poniendo al pobre.
—A mí dejadme en paz. —El Zurdo bebía mirando los últimos minutos del atardecer. Era un tipo con demasiados problemas como para centrarse en los del resto. Milagros, su ex, había empezado a salir con un viejo amigo de todos y tenía que verlos juntos cada vez que sacaba algunas horas e iba a recoger a sus hijas, a las que apenas veía. Volvía a vivir en la casa de su hermana y su cuñado, compartiendo habitación con su sobrino preadolescente.
—Bueno, os quería comentar algo que me pasó hoy… —empecé a hablar por fin sobre lo que llevaba deseando contar desde que me había pasado aquella mañana—. Estaba ahí con mi compañero parguela viendo un poco las instalaciones del hospital y tal…
—Tiene que dar miedo el puto manicomio —me interrumpió el Rata, pero reconduje rápido el tema, sabiendo lo fácil que era desviar la atención en aquellas reuniones.
—Sí… no, no. No da miedo, la verdad. Bueno pues de repente, me quedo todo rallado porque me suena una de las caras que veo entre todos los pacientes… —puse voz de monitor de campamento narrando historias de miedo junto a una hoguera para darle un poco más de tensión al momento—, la cara de alguien que todos creemos desde hace mucho que está muerto…
—Forme —dijo el Zurdo tras unos segundos en los que ninguno había expresado la más mínima emoción en el rostro.
—¿Qué…? Sí… ¿Cómo lo has…? ¿Lo sabías?
—No… pero bueno Forme ha fingido su muerte cuatro veces… —El resto parecía apoyar las palabras del Zurdo—. Podría haberme equivocado, pero ésta era una opción tan probable que tenía que intentarlo.
—Forme es un tío raro… con una historia rara. —El Postilla se hacía un canuto y seguía hablándonos sin mirarnos a la cara—. Siempre ha estado metido en movidas muy serias… robos gordos, secuestros, narcotráfico de alto nivel… magia negra… hay mucha gente que lo quiere muerto y…
—El problema es que era demasiado listo —interrumpió el Rata—. Superdotado, pero demasiado ambicioso… Creo que muchas veces se buscaba los problemas para salir de ellos. Lo hacía como entretenimiento, como un puzle para entretenerse en verano.
—Bueno… ¿Qué te dijo? —preguntó el Kaki.
—No me dijo nada… está en plan vegetal. Ni habla, ni se mueve… es una mesa camilla.
—Bueno… eso es peor que estar muerto —dijo el Zurdo sin compasión en la voz.
—Está claro que algo le pasó. Lo cogería alguno de los que jodió y le daría candela hasta dejarlo en ese estado. —El Postilla se encendió el peta y cambió de tema rápidamente.
Me impactó la poca importancia que le dieron a la aparición de un amigo que se suponía había muerto hacía doce años. Yo había llegado más tarde al barrio y no conocía tantas historias como ellos, pero quizá llamaba más la atención la ausencia durante tanto tiempo o el haber aparecido catatónico. El tema no se me fue de la cabeza durante las tres horas que estuvimos bebiendo, fumando y hablando sobre cosas para mí mucho menos interesantes. El Postilla seguía avanzando con su negocio; el Zurdo, hundido en una depresión; el Kaki igual que siempre, vivía de su pensión y pasaba el rato cultivando melones, cazando liebres e inventando teorías. El Rata se emborrachaba y amenazaba con marcharse de nuevo a México de un día para otro. Se fueron temprano despidiéndose hasta, como máximo, dentro de quince días. Era triste recordar cómo había sido este deprimente grupo de cuarentones hace sólo unos años.
Era tarde y el día siguiente volvía al trabajo en el hospital. Esperé en la puerta a que el Kaki saliese de la casa para despedirme y marcharme. Me quedé dos minutos en silencio, sólo se oía algún grillo y la brisa mover las hojas de los árboles que rodeaban la chabola. El único tiempo de soledad real que pasé durante todo el día. El momento en el que decidí hacerle caso a mis amigos y dejar de darle tanta importancia a la aparición de Forme. Al fin y al cabo interesarme mucho por el tema sólo me iba a traer problemas y no ganaba más que saciar la curiosidad sobre algo que en el fondo no me interesaba. Entonces me llamó el Kaki.
—NEGRO. Entra un momento, que te quiero enseñar una cosa…
Me asustó sacándome violentamente de mi reflexión con su voz ronca y chillona. Entré a la casa, esquivando trastos, intentando no pisar nada que se pudiera romper. Dentro la basura se mezclaba con los recuerdos, olía a rancio e insecticida. Al fondo vi su silueta a contraluz, mirando un maletín marrón que había colocado sobre su escritorio hecho de palés que iluminaba un viejo flexo. Ni siquiera pensaba qué querría decirme el imprevisible Kaki, un tipo que había vivido tanto y se había golpeado tantas veces la cabeza que uno nunca sabía si lo que decía era algo real o sólo una historia inventada por tener demasiado tiempo libre.
—Escucha, Negro… Antes cuando estuviste contando lo de Forme y tal… Bueno, no quise decir nada con todos delante, pero recordé algo que me pasó con él justo antes de que se dijera que había muerto…
—¿Qué pasó? —Me impresionó lo nervioso que parecía el Kaki. He estado a su lado en muchos momentos de crisis durante los últimos años, he visto cómo se ha tenido que enfrentar a situaciones realmente duras sin que se le acelerase tanto el pulso.
—Bueno, la noche antes del día en que supuestamente muriera, llegó a mi casa corriendo… estaba sangrando bastante por unas cuantas heridas en la cara y en los nudillos. Me pidió esconderse aquí porque lo seguía gente muy peligrosa.
—No jodas…
—Por la noche escuchamos cómo un coche pasaba por delante de la casa unas cuantas veces. A eso de las cuatro de la mañana alguien tocó a la puerta y me asomé escondiendo un machete en mi espalda. Era un tío en traje negro, to blanco de piel y pelo… como el tío ese que vende cupones cerca del mercado que le dicen bastoncillo…
—Sí… albino.
—Eso. Era albino de ésos… y no asustaba mucho. Era bastante delgado, lo podría haber reventado en cuatro segundos sin sacar el machete, hasta pensé hacerlo… Pero no sé por qué, no pude. Tenía una voz superprofunda, así de doblador de tráileres de películas de misterio. Me preguntó si había visto a alguien sospechoso aquella noche. Yo me cagué en su puta madre por tocar tan tarde y le dije que el único sospechoso que había visto era él, con la cara esa de gusiluz. El tío se rio, me pidió perdón y se fue tranquilamente.
—Joder…
—Sí. La mañana siguiente, al alba, Forme se fue de casa. Me dio las gracias y un fajo de billetes… como dos mil euros. Me recomendó que no contase que lo había ayudado, por mi seguridad, y me pidió un favor antes de irse. Acepté y lo juré por mi honor.
—¿Qué favor?
—Me dijo que le guardara este maletín aquí. Que lo ocultara con la maestría que me caracteriza. Me dijo que lo escondiera y que me olvidara de que lo tenía pasara lo que pasara. Eso hice, ahí lleva diez años.
—¿Y nunca lo habías abierto hasta hoy?
—Sí, lo abrí dos minutos después de que Forme se fuera… tampoco me pareció para tanto, pero le hice caso y lo escondí. Al día siguiente me enteré de que había muerto… Escuché la historia esa de que murió comiéndole el pepe a una culturista, pero sabía que no había pasado eso… Supuse que el pálido y sus colegas lo habrían encontrado.
—Bueno, y entonces… ¿Qué es lo que hay en el maletín?
El Kaki abrió directamente aquel desgastado y antiguo maletín de piel marrón. El interior tenía un forro verde muy brillante y unas siglas de color rojo en el fondo: LSD. Había un teléfono móvil, un IPhone 3. Un CD dentro de un sobre negro con las mismas iniciales rojas impresas, una caja metálica cerrada con un cerrojo de clave numérica y un libro sin título, de tapa dura y marrón. Lo abrí casi seguro de que sería una Biblia, pero sólo encontré hojas en blanco. Toqué las páginas y descubrí que estaba escrito en braille.
—Parece que le robó el maletín a un ciego —me dijo sonriendo el Kaki.
—¿Qué hay en la caja de hierro esa?
—No sé. —Cogió la caja que tenía el tamaño de un cubo de Rubik y la agitó. Se escuchaba el tintineo metálico de algo que bailaba suelto dentro—. Tiene pinta de ser difícil de abrir.
—Joder… ¿No te ha picado un poco la curiosidad todo este tiempo?
—No. Bueno, no tiene pinta de que haya un millón de euros ni un chalé en Malibú aquí dentro. Sinceramente se me había olvidado que lo tenía ya.
—Bueno, pues guárdalo otra vez… en ningún sitio va a estar más seguro que aquí.
—Eso está claro.
—De momento lo único que podemos hacer es ver qué hay en el CD…
—Mañana por la tarde si quieres, cuando salgas de trabajar en el manicomio te puedes venir, vemos qué hay en el cederrón ese y nos ponemos a abrir la caja o enchufamos el teléfono a ver si funciona o hay alguna pista dentro… ¿no?
El Kaki estaba muy aburrido últimamente. Nunca había tenido demasiado que hacer, pero desde que cada uno del grupo tomó un camino individual, se aburría más que nunca. Pasaba mucho tiempo solo y echaba de menos, quizá más que cualquier otro, los días desperdiciados de banquito y peta. Se notaba que deseaba una aventura, volver a las andadas después de tanto tiempo. Y yo necesitaba este misterio casi tanto como él.
—Vale, mañana vengo después del curro. Vuelve a guardar esto… quién sabe.
—Buenas noches, Negro.
Durante el largo camino a casa repasaba mentalmente todo lo que había visto en sólo un día. Tuve la impresión de que encontrarme a un amigo que supuestamente llevaba diez años muerto convertido en vegetal iba a ser sólo el principio de algo muy gordo. Intentaba acordarme de los detalles de la historia del Kaki y llegué a la conclusión de que el contenido del maletín era más importante de lo que parecía a simple vista.