Toda la historia del gnosticismo cristiano y el pagano está envuelta en el mayor misterio y oscuridad, porque, si bien los gnósticos eran, sin duda, escritores prolíficos, de su literatura ha sobrevivido muy poco. Se granjearon la animosidad de la Iglesia cristiana primitiva y, cuando esta institución alcanzó una posición de poder mundial, destruyó todos los registros del cultus gnóstico que encontró. La palabra «gnóstico» procede del griego gnosis, que significa «conocimiento». Los miembros de la orden decían que estaban familiarizados con las doctrinas secretas del cristianismo primitivo. Interpretaban los Misterios cristianos según el simbolismo pagano. Ocultaban al profano su información secreta y sus principios filosóficos y solo se los enseñaban a un grupo reducido de personas iniciadas especialmente.
Se supone a menudo que Simón el Mago, el famoso mago del Nuevo Testamento, fue el fundador del gnosticismo. De ser así, la escuela se formó en el siglo I después de Cristo y es, probablemente, la primera de las numerosas ramas que han nacido del tronco principal del cristianismo. Para los entusiastas de la Iglesia cristiana primitiva, todo aquello con lo que no estaban de acuerdo había sido inspirado por el demonio. Que Simón el Mago tenía poderes misteriosos y sobrenaturales no lo niegan ni sus enemigos, aunque, según ellos, aquellos poderes se los habían prestado los espíritus infernales y las furias, que —afirmaban— eran sus compañeros inseparables. Sin duda, la leyenda más interesante acerca de Simón es la que narra sus enfrentamientos teosóficos con el apóstol san Pedro mientras los dos promulgaban sus doctrinas diferentes en Roma. Según la historia que narran los Padres de la Iglesia, Simón tenía que demostrar su superioridad espiritual ascendiendo al cielo en un carro de fuego. Unos poderes invisibles lo levantaron y lo elevaron a una altura considerable. Cuando san Pedro lo vio, gritó en voz alta y ordenó a los demonios (los espíritus del aire) que soltaran al mago. Los espíritus malignos, al recibir la orden del gran santo, se vieron obligados a obedecer y Simón cayó desde muy alto y se mató: aquello fue una prueba contundente de la superioridad de los poderes cristianos. No cabe duda de que la historia es un invento, al no ser más que una de las numerosas versiones —casi todas dispares— acerca de su muerte. Se siguen acumulando pruebas que demuestran que san Pedro no estuvo jamás en Roma, con lo cual se van disipando rápidamente sus últimos vestigios posibles de autenticidad.
De que Simón fue un filósofo no cabe la menor duda, porque, siempre que se conservan sus palabras exactas, sus pensamientos sintéticos y trascendentales están expresados de maravilla. Los principios del gnosticismo se describen bien en esta declaración literal suya, que supuestamente ha preservado Hipólito: «A vosotros, por consiguiente, digo lo que digo y escribo lo que escribo. Y lo que escribo es lo siguiente. De los eones [períodos, planos o ciclos de vida creativa y creada en sustancia y espacio, criaturas celestiales] universales hay dos brotes, sin principio ni fin, que salen de una sola raíz, que es el poder invisible, el silencio inaprensible [bythós]. De estos brotes, uno se manifiesta desde arriba: es el Gran Poder, la Mente Universal que todo lo ordena, masculino, y el otro [se manifiesta] desde abajo: es el Gran Pensamiento, femenino, que todo lo produce. Por consiguiente, ambos, al emparejarse, se unen y manifiestan la Distancia Media, el aire incomprensible, sin principio ni fin, en la cual está el Padre que sostiene todas las cosas y alimenta aquellas cosas que tienen principio y fin». (Véase Simon Magus de G. R. S. Mead.) Con esto hemos de entender que la manifestación es el resultado de un principio positivo y uno negativo, que actúan el uno sobre el otro, y que se produce en el plano medio o punto de equilibrio, llamado pléroma. Este pléroma es una sustancia especial que se produce como consecuencia de la combinación de eones espirituales y materiales. Del pléroma se diferenciaba el Demiurgo, el mortal inmortal, ante el cual somos responsables por nuestra existencia física y los sufrimientos que debemos padecer en relación con ella. Según el sistema gnóstico, del Uno Eterno emanaban tres parejas de opuestos, llamadas syzygías, que, sumadas a él, formaban un total de siete. Los seis (las tres parejas de) eones (principios divinos vivos) fueron descritos por Simón en los Philosophumena de la siguiente manera: los dos primeros eran la mente (nous) y el pensamiento (epinoia); después venían la voz (phone) y su opuesto, el nombre (onoma) y, por último, la razón (logismos) y la reflexión (enthumesis). De estos seis elementos primigenios, unidos con la «llama eterna», salieron los eones (ángeles) que formaron los mundos inferiores siguiendo las indicaciones del Demiurgo. (Véanse las obras de H. P. Blavatsky.) Ahora vamos a referirnos a la manera en que este gnosticismo primitivo de Simón el Mago y Menandro, su discípulo, fue ampliado y a menudo distorsionado por los adeptos posteriores al culto.

DE LA NUREMBERG CHRONICLE
LA MUERTE DE SIMÓN EL MAGO
Aquí vemos a Simón el Mago, que, después de invocar a los espíritus del aire, es alzado por los demonios. San Pedro exige a los genios del mal que suelten al mago; estos se ven obligados a obedecer y Simón el Mago muere como consecuencia de la caída.
La escuela del gnosticismo se dividió en dos partes fundamentales, llamadas habitualmente el «culto sirio» y el «culto alejandrino». Estas escuelas coincidían en lo fundamental, pero la segunda se inclinaba más hacia el panteísmo, mientras que la primera era dualista. Mientras que el culto sirio era en gran medida simoniano, la escuela alejandrina brotó de las deducciones filosóficas de un cristiano egipcio muy inteligente, llamado Basílides, que —según decía— había recibido instrucciones del apóstol san Mateo. Al igual que Simón el Mago, era emanacionista con inclinaciones neoplatónicas. De hecho, todo el Misterio gnóstico se basa en la hipótesis de las emanaciones como relación lógica entre dos opuestos irreconciliables: el espíritu absoluto y la sustancia absoluta, que, según los gnósticos, coexistían en la eternidad. Algunos afirman que Basílides fue el verdadero fundador del gnosticismo, aunque existen muchas pruebas de que Simón el Mago estableció sus principios fundamentales en el siglo anterior.
El alejandrino Basílides inculcó en sus seguidores el hermetismo egipcio, el ocultismo oriental, la astrología caldea y la filosofía persa y con sus doctrinas trató de unir las escuelas del cristianismo primitivo con los antiguos Misterios paganos. A él se atribuye la formulación de una concepción peculiar de la divinidad que lleva el nombre de Abraxas. Hablando del significado original de esta palabra, Godfrey Higgins, en The Celtic Druids, ha demostrado que, si se suman los poderes numerológicos de las letras que forman la palabra «abraxas», el resultado es 365. El mismo autor destaca también que, aplicando un procedimiento similar al nombre de Mitra, se obtiene el mismo valor numérico. Basílides enseñaba que los poderes del universo se dividían en 365 eones o ciclos espirituales y que la suma de todos ellos era el Padre Supremo, al cual daba la apelación cabalística de Abraxas, como simbólica, numéricamente, de Sus poderes, atributos y emanaciones divinos. Abraxas se suele representar como una criatura compuesta, con cuerpo humano y cabeza de gallo, y cada una de sus piernas acaba en una serpiente. C. W. King, en The Gnostics and Their Remains, ofrece la siguiente descripción breve de la filosofía gnóstica de Basílides, tomándola de los escritos de san Ireneo, uno de los primeros obispos y mártires cristianos: «Afirmaba que Dios, el Padre eterno, no creado, había hecho primero la nous, la mente; después el logos, la palabra; después la phrónesis, la inteligencia, y de la phrónesis salieron sophia, la sabiduría, y dynamis, la fuerza».
En su descripción de Abraxas, C. W. King afirma: «Según Bellermann, la imagen compuesta inscrita con el nombre real de Abraxas es un pantheos gnóstico que representa al Ser Supremo, con las cinco emanaciones marcadas con los símbolos correspondientes. A partir del cuerpo humano, la forma que se atribuye habitualmente a la divinidad, surgen los dos soportes: la nous y el logos, representados por medio de las serpientes —como símbolo de los sentidos internos— y el entendimiento; por eso, para los griegos, la serpiente era un atributo de Pallas. Su cabeza de gallo representa la phrónesis, porque aquel ave es el emblema de la previsión y la vigilancia. Sus dos brazos sostienen los símbolos de sophia y dynamis: el escudo de la sabiduría y el látigo del poder».
Los gnósticos estaban divididos en sus opiniones con respecto al Demiurgo, o creador de los mundos inferiores. Él estableció el universo terrestre con ayuda de seis hijos varones, o emanaciones (posiblemente, los ángeles planetarios), que él formó fuera y a la vez dentro de Sí mismo. Como ya hemos dicho, el Demiurgo se diferenciaba como la creación inferior de la sustancia llamada pléroma. Un grupo de gnósticos creía que el Demiurgo era la causa de todas las desgracias y que era una criatura malvada, que, al construir aquel mundo inferior, había alejado las almas de los hombres de la verdad, envolviéndolas en un medio mortal. Para la otra escuela, el Demiurgo tenía inspiración divina y se limitaba a cumplir las órdenes del Señor invisible. Algunos gnósticos opinaban que el Demiurgo era el Dios judío: Jehová. Este concepto, con un nombre ligeramente diferente, influyó, aparentemente, en el rosacrucismo medieval, que consideraba a Jehová el Señor del universo material, en lugar de la Divinidad Suprema. Abundan en la mitología las historias de dioses que compartían una naturaleza celestial y una terrestre. El Odín escandinavo es un buen ejemplo de una divinidad mortal, sometida a las leyes de la naturaleza, aunque, al mismo tiempo y al menos en cierto sentido, también era una Divinidad Suprema.
El punto de vista gnóstico con respecto al Cristo es digno de consideración. Esta orden sostenía que era la única escuela que tenía imágenes verdaderas del Sirio Divino. Aunque se trataba, con toda probabilidad, de concepciones idealistas del Salvador basadas en las esculturas y pinturas existentes de las divinidades solares paganas, el cristianismo no tenía nada más. Para los gnósticos, el Cristo era la personificación de la nous, la mente divina, y emanaba de los eones espirituales superiores. Descendió al cuerpo de Jesús en el bautismo y lo abandonó antes de la crucifixión. Los gnósticos declaraban que el Cristo no había sido crucificado, porque su nous divina no podía morir, sino que Simón, el cirenaico, ofreció su vida por él, y que la nous, gracias a su poder, hizo que Simón se pareciera a Jesús. Con respecto al sacrificio cósmico del Cristo, Ireneo afirma lo siguiente:
Cuando el Padre no creado ni nombrado vio la corrupción de la humanidad, envió al mundo a su primogénito, Nous, en forma de Cristo, para redimir a todos los que crean en Él, con el poder de los creadores del mundo (el Demiurgo y sus seis hijos varones, los genios planetarios). Él apareció entre los hombres como Jesús hecho hombre e hizo milagros. (Véase The Gnostics and Their Remains de King.)
Los gnósticos dividían la humanidad en tres partes: aquellos que, como salvajes, adoraban solo a la naturaleza visible; aquellos que, como los judíos, adoraban al Demiurgo, y, por último, ellos mismos u otros de un culto similar, incluidas determinadas escuelas de cristianos, que adoraban al Nous (Cristo) y la auténtica luz espiritual de los eones superiores.
Tras la muerte de Basílides, Valentino se convirtió en la principal inspiración del movimiento gnóstico. Complicó aún más el sistema de la filosofía gnóstica, añadiéndole infinidad de detalles. Incrementó la cantidad de emanaciones del Gran Uno (el Abismo) a quince parejas y también hizo mucho hincapié en la Virgen Sofía, o la sabiduría. En los Libros del Salvador, parte de los cuales se conocen habitualmente como el Pistis Sophia, se puede encontrar bastante material relacionado con la extraña doctrina de los eones y sus peculiares habitantes. James Freeman Clarke, refiriéndose a las doctrinas de los gnósticos, dice lo siguiente: «Estas doctrinas, por extrañas que nos parezcan, tuvieron amplia influencia en la Iglesia cristiana». Muchas de las teorías de los antiguos gnósticos, en particular las relacionadas con cuestiones científicas, han sido corroboradas por la investigación moderna. Del tronco principal del gnosticismo se ramificaron varias escuelas, como los valentinianos, los ofitas (adoradores de serpientes) y los adamitas. A partir del siglo III, su poder decayó y los gnósticos prácticamente desaparecieron del mundo filosófico. En la Edad Media intentaron resucitar los principios del gnosticismo, pero, debido a la destrucción de sus documentos, no pudieron conseguir el material necesario. Todavía existen muestras de la filosofía gnóstica en el mundo moderno, pero llevan otros nombres y su verdadero origen ni siquiera se sospecha. En realidad, muchos de los conceptos gnósticos se han incorporado a los dogmas de la Iglesia cristiana y nuestras interpretaciones más recientes del cristianismo a menudo siguen las líneas del emanacionismo gnóstico.
La identidad del Serapis grecoegipcio (al que los griegos conocían como Serapis y los egipcios como User-Hep) está envuelta en un velo de misterio impenetrable. Aunque esta divinidad era una figura conocida entre los símbolos de los ritos secretos de iniciación egipcios, su naturaleza arcana solo se revelaba a aquellos que habían cumplido los requisitos de su culto. Por consiguiente, lo más probable era que, salvo los sacerdotes iniciados, ni los propios egipcios conocieran su verdadero carácter. No se tiene constancia de que exista ninguna versión auténtica de los ritos de Serapis, si bien un análisis de la divinidad y los símbolos que la acompañan revela sus puntos más destacados. En un oráculo entregado al rey de Chipre, Serapis se describe a sí mismo con estas palabras:
Soy un dios como el que os enseño:
Tengo el cielo estrellado por cabeza y por tronco, el mar;
La tierra me sirve de pies; los oídos, de conductos de aire,
Y los rayos brillantes del sol son mis ojos.
Se han hecho varios intentos infructuosos de averiguar la etimología de la palabra «Serapis». Godfrey Higgins destaca que soros era el nombre que daban los egipcios a un ataúd de piedra y Apis era la encarnación de Osiris en el toro sagrado. Al combinarse las dos palabras, el resultado era «Soros-Apis» o «Sor-Apis», «la tumba del toro». Sin embargo, es poco probable que los egipcios adoraran un ataúd con forma de hombre.
Varios autores antiguos, incluido Macrobio, han afirmado que Serapis era un nombre del Sol, porque su imagen a menudo tenía un halo de luz en torno a la cabeza. En su Oration Upon the Sovereign Sun, Juliano habla del dios con estas palabras: «Un Júpiter, un Plutón, un Sol es Serapis». En hebreo, Serapis se dice Saraph, que significa «brillar». Por este motivo, los judíos designaban así a una de sus jerarquías de seres espirituales: los Serafim.
Sin embargo, la teoría más común sobre el origen del nombre Serapis es aquella que la considera una derivación de la combinación Osiris-Apis. Hubo una época en la que los egipcios creían que los muertos eran absorbidos en la naturaleza de Osiris, el dios de los muertos. Aunque existe una similitud notoria entre Osiris-Apis y Serapis, la teoría propuesta por los egiptólogos de que Serapis no es más que un nombre dado a Apis, el toro sagrado de Egipto, después de muerto, resulta insostenible, si tenemos en cuenta la sabiduría trascendente de los sacerdotes egipcios, que, con toda probabilidad, usaban al dios para simbolizar el alma del mundo (anima mundi). El cuerpo material de la naturaleza se llamaba Apis y el alma que escapaba del cuerpo al morir pero estaba enredada con la forma durante la vida física se denominaba Serapis.
C. W. King opina que Serapis era una divinidad de extracción brahmánica y que su nombre es la forma helenizada de Ser-adah o Sri-pa, dos títulos que se atribuyen a Yama, el dios hindú de la muerte. Parece razonable, sobre todo porque hay una leyenda según la cual Serapis, en forma de toro, fue transportado por Baco de India a Egipto. La prioridad de los Misterios hindúes confirma aún más esta teoría.
Se sugieren otros significados de la palabra «Serapis», como «el toro sagrado», «el sol en Tauro», «el alma de Osiris», «la serpiente sagrada» y «la retirada del toro». Esta última apelación hace referencia a la ceremonia de ahogar al Apis sagrado en aguas del Nilo cada veinticinco años.
Hay bastantes pruebas de que la famosa estatua de Serapis que había en el Serapeum de Alejandría al principio había sido objeto de culto con otro nombre en Sínope y desde allí fue llevada a Alejandría. También hay una leyenda que cuenta que Serapis fue uno de los primeros reyes egipcios, a quien debían los cimientos de su poderío filosófico y científico, y que, después de su muerte, fue elevado a la categoría de dios. Según Filarco, la palabra «Serapis» significa «el poder que dispuso el universo en el maravilloso orden actual».
En su Isis y Osiris, Plutarco ofrece la siguiente versión sobre el origen de la espléndida estatua de Serapis que se alzaba en el Serapeum de Alejandría:
Cuando era faraón de Egipto, Ptolomeo Sóter tuvo un sueño extraño en el cual veía una estatua enorme que cobraba vida y ordenaba al faraón que la llevase a Alejandría lo más rápido posible. Ptolomeo Sóter, que desconocía el paradero de la estatua, quedó totalmente desconcertado, porque no sabía cómo averiguarlo. Mientras el faraón relataba su sueño, se presentó un gran viajero de nombre Sosibio y declaró que había visto una imagen semejante en Sínope. El faraón envió de inmediato a Soteles y a Dionisio para que negociaran el traslado de la figura a Alejandría. Transcurrieron tres años antes de que finalmente la consiguieran y los emisarios del faraón acabaron robándola y, para disimular el robo, difundieron la historia de que la estatua había cobrado vida, había recorrido la calle que pasaba por su templo y había subido a bordo del barco que estaba preparado para transportarla a Alejandría. A su llegada a Egipto, llevaron a la figura ante dos iniciados egipcios: Timoteo el Eumólpida y Manetón de Sebbenitos, que de inmediato anunciaron que se trataba de Serapis. Entonces los sacerdotes declararon que era equivalente a Plutón. Esto constituyó un golpe maestro, porque en Serapis los griegos y los egipcios hallaron una divinidad común, con lo cual se pudo consumar la unidad religiosa de las dos naciones.

DE MOSAIZE HISTORIE DER HEBREEUWSE KERKE
EL SERAPIS ALEJANDRINO
A menudo se muestra a Serapis de pie sobre el lomo del cocodrilo sagrado, con una regla en la mano izquierda para medir las inundaciones del Nilo y, en la derecha, un curioso emblema que consiste en un animal con tres cabezas. La primera, la de león, significa el presente; la segunda, la de lobo, el pasado, y la tercera, la de perro, el futuro. El cuerpo con sus tres cabezas estaba envuelto por una serpiente enroscada. Las figuras de Serapis a veces aparecen acompañadas por Cerbero, el perro de tres cabezas perteneciente a Plutón, y, como Júpiter, llevan cestas con cereales sobre la cabeza.
Algunos autores primitivos han descrito varias figuras de Serapis que se alzaban en los diversos templos dedicados a él en Egipto y Roma; casi todas mostraban más influencia griega que egipcia. En algunas había una gran serpiente enroscada en torno al cuerpo del dios. Otras lo mostraban como una mezcla de Osiris y Apis.
Una descripción del dios que, con toda probabilidad, resulta bastante exacta es la que lo representa como una figura alta y poderosa, que transmite la doble impresión de fuerza masculina y gracia femenina, con el rostro de alguien profundamente sumido en sus pensamientos y una expresión más bien triste. Tenía el cabello largo y peinado de un modo algo femenino, con rizos que le caían sobre el pecho y los hombros; el rostro, dejando aparte la espesa barba, también era francamente femenino. La figura de Serapis solía aparecer envuelta de la cabeza a los pies en gruesos ropajes, que los iniciados creían que servían para ocultar el hecho de que su cuerpo era andrógino.
Varios materiales se emplearon para hacer las estatuas de Serapis. No cabe duda de que algunas fueron talladas en piedra o mármol por artesanos hábiles; es posible que otras se fundieran en metales, tanto preciosos como de baja ley. Se ha hecho un Serapis colosal combinando láminas de distintos metales. En un laberinto consagrado a Serapis había una estatua suya de cuatro metros de altura que tenía fama de estar hecha de una sola esmeralda. Los escritores modernos, al hablar de esta imagen, sostienen que había sido hecha vertiendo cristal verde en un molde, aunque, según los egipcios, soportó todas las pruebas como si fuera una esmeralda de verdad.
San Clemente de Alejandría describe una figura de Serapis hecha con los siguientes elementos: en primer lugar, limaduras de oro, plata, plomo y estaño; en segundo lugar, todo tipo de piedras egipcias, incluidos zafiros, hematitas, esmeraldas y topacios, todo esto molido y mezclado con la sustancia colorante que había quedado del funeral de Osiris y Apis. El resultado era una figura extraña y curiosa de color añil. Algunas de las estatuas de Serapis debían de estar hechas de sustancias sumamente duras, porque, cuando un soldado cristiano, en cumplimiento del edicto de Teodosio, golpeó al Serapis alejandrino con su hacha, esta se hizo añicos y de ella salieron chispas. También es bastante probable que se adorara a Serapis en forma de serpiente, al igual que muchas de las divinidades superiores del panteón egipcio y el griego.
Llamaban a Serapis Teón Heptagrámmaton, o el dios con el nombre de siete letras. El nombre «Serapis» contiene siete letras, como «Abraxas» y «Mithras». En sus himnos a Serapis, los sacerdotes cantaban las siete vocales. De vez en cuando se lo representa con cuernos o una corona de siete rayos, que, evidentemente, representaban las siete inteligencias divinas que se manifiestan a través de la luz solar. La Enciclopedia Británica destaca que la mención auténtica más antigua de Serapis está relacionada con la muerte de Alejandro. Era tal el prestigio de Serapis que fue el único dios al que consultaron en relación con el rey moribundo.
La escuela secreta de filosofía de los egipcios estaba dividida entre los misterios menores y los mayores: los primeros estaban consagrados a Isis y los segundos, a Serapis y Osiris. Según Wilkinson, solo los sacerdotes podían acceder a los misterios mayores. Ni siquiera el heredero al trono estaba autorizado hasta que era coronado faraón; entonces, en virtud de su realeza, se convertía automáticamente en sacerdote y en cabeza temporal de la religión del Estado. (Véase Manners and Customs of the Ancient Egyptians de Wilkinson.) Los pocos que tuvieron acceso a los misterios mayores no violaron jamás sus secretos.
Buena parte de la información relacionada con los rituales de los grados superiores de los Misterios egipcios se ha recogido a partir de la inspección de las cámaras y los pasillos en los que se hacían las iniciaciones. Bajo el templo de Serapis que fue destruido por Teodosio se hallaron extraños aparatos mecánicos construidos por los sacerdotes en las criptas y cavernas subterráneas en las que se celebraban los ritos de iniciación nocturnos. Aquellos aparatos demuestran las duras pruebas de valor moral y físico que los candidatos tenían que superar. Después de atravesar aquellos caminos tortuosos, los neófitos que sobrevivían a aquellas duras pruebas eran conducidos a presencia de Serapis, una figura noble e imponente, iluminada por luces invisibles.
Los laberintos también eran una característica notable en relación con el rito de Serapis y E. A. Wallis Budge, en Los dioses de los egipcios, representa a Serapis (como el minotauro) con cuerpo de hombre y cabeza de toro. Los laberintos simbolizaban los enredos y las ilusiones del mundo inferior por los cuales vaga el alma humana en su búsqueda de la verdad. En el laberinto habita el hombre animal inferior con cabeza de toro, que trata de destruir el alma que está atrapada en el laberinto de la ignorancia terrenal. En esta relación, Serapis se convierte en el examinador o adversario que pone a prueba las almas de los que pretenden sumarse a los inmortales. El laberinto se usaba también, sin duda, para representar el sistema solar, donde el hombre-toro representaba al sol que vive en el laberinto místico de sus planetas, lunas y asteroides.
Los Misterios gnósticos conocían el significado arcano de Serapis y, a través del gnosticismo, este dios quedó asociado inextricablemente con el cristianismo primitivo. Es más, durante un viaje a Egipto en el 134 d. de C., el emperador Adriano, manifestó en una carta a Serviano que los adoradores de Serapis eran cristianos y que los obispos de la iglesia también celebraban oficios religiosos en su santuario. Incluso anunció que el propio patriarca, cuando estuvo en Egipto, se vio obligado a adorar a Serapis, además de a Cristo. (Véase New Light on the Great Pyramid de Parsons.)
La insospechada importancia de Serapis como prototipo de Cristo se aprecia mejor después de analizar el siguiente extracto de The Gnostics and Their Remains de C. W. King: «No cabe la menor duda de que la cabeza de Serapis, cuyo rostro manifiesta una majestuosidad grave y meditabunda, proporcionó la idea inicial para realizar los retratos convencionales del Redentor. Los prejuicios judíos de los primeros conversos eran tan poderosos que podemos estar seguros de que no se hizo ningún intento de representar Su semblante hasta varias generaciones después de que murieran los que lo habían contemplado en la tierra».
Serapis fue usurpando poco a poco las posiciones que antes habían ocupado otros dioses egipcios y griegos y se convirtió en la divinidad suprema de las dos religiones. Su poder continuó hasta el siglo IV de la era cristiana. En el año 385, Teodosio, futuro exterminador de la filosofía pagana, publicó su memorable edicto De Idolo Serapidis Diruendo. Cuando, en cumplimiento de esta orden, los soldados cristianos entraron en el Serapeum de Alejandría para destruir la imagen de Serapis que llevaba siglos allí, su veneración por el dios era tan grande que no se atrevían a tocarla, por temor a que la tierra se abriera bajo sus pies y los tragara. Al final, venciendo su temor, echaron por tierra la estatua, saquearon el edificio y, por último, como digno punto culminante de aquel ataque, quemaron la magnífica biblioteca situada en los majestuosos aposentos del Serapeum. Varios escritores han registrado el hecho sorprendente de que se hallaran símbolos cristianos entre las ruinas de los cimientos de aquel templo pagano. Sócrates, un historiador de la iglesia del siglo V, declaró que, después de que los piadosos cristianos arrasaran el Serapeum de Alejandría y dispersaran los demonios que vivían allí disfrazados de dioses, ¡encontraron bajo los cimientos el monograma de Cristo!
Dos citas confirmarán aún más la relación entre los Misterios de Serapis y los de otros pueblos antiguos. La primera procede de The Simbolical Language of Ancient Art and Mythology de Richard Payne Knight: «Por consiguiente, Varrón [en La lengua latina] dice que Coelum y Terra, es decir, la mente universal y el cuerpo productivo, eran los grandes dioses de los Misterios de Samotracia y que coinciden con el Serapis y la Isis de los egipcios posteriores, el Taautos y la Astarté de los fenicios y el Saturno y la Ops de los romanos». La segunda cita está tomada de Moral y dogma del rito escocés antiguo y aceptado de Albert Pike: «A vos —dice Marciano Capella en su himno al sol—, los habitantes del Nilo os adoran como Serapis y Menfis os venera como Osiris; en los ritos sagrados de Persia sois Mitra; en Frigia, Atis; Libia se inclina ante vos como Amón y la Biblos fenicia, como Adonis; de modo que el mundo entero os adora con nombres diferentes».
La fecha en que se fundaron los Misterios odínicos es incierta. Algunos autores declaran que se establecieron en el siglo I antes de Cristo y otros, en el siglo I después de Cristo. Robert Macoy, del grado 33, da la siguiente descripción de su origen: «Se deduce de las crónicas septentrionales que, en el siglo I de la era cristiana, Sigge, el jefe de la tribu asiática de Aser, emigró del mar Caspio y el Cáucaso hacia el norte de Europa. Dirigió el rumbo hacia el noroeste, desde el mar Negro en dirección a Rusia, donde, según la tradición, colocó a uno de sus hijos como gobernante, como dicen que había hecho con los sajones y los francos. A continuación atravesó Cimbria en dirección a Dinamarca, donde puso como soberano a su quinto hijo, Skiöld, y se trasladó a Suecia, donde gobernaba entonces Gylf, que rindió pleitesía a aquel forastero extraordinario y fue iniciado en sus misterios. No tardó en convertirse allí en señor, levantó Sigtuna como capital de su imperio, promulgó un nuevo código y estableció los misterios sagrados. Él mismo asumió el nombre de Odín, fundó el clero de los doce drottar (¿druidas?), que se encargaban del culto secreto y la administración de la justicia y, como profetas, revelaban el futuro. Los ritos secretos de aquellos misterios festejaban la muerte del hermoso y encantador Balder y representaban la pena de los dioses y los hombres ante su muerte y su vuelta a la vida». (General History, Cyclopedia and Dictionary of Freemasonry.)
Después de su muerte, el Odín histórico fue deificado y su identidad se fundió con la del Odín mitológico, el dios de la sabiduría, cuyo culto había promulgado. Entonces, el odinismo sustituyó al culto a Thor, el dios del trueno, la divinidad suprema del antiguo panteón escandinavo. Todavía se puede ver el túmulo en el cual, según la leyenda, fue enterrado el rey Odín, cerca del lugar donde está situado su gran templo, en Upsala.
Los doce drottar que presidían los Misterios odínicos personificaban, evidentemente, los doce nombres sagrados e inefables de Odín. Los rituales de los Misterios odínicos eran muy similares a los de los griegos, los persas y los brahmanes, en los cuales se basaban. Los drottar, que simbolizaban los signos del Zodíaco, eran los custodios de las artes y las ciencias y las revelaban a aquellos que superaban las pruebas de iniciación. Al igual que muchos otros cultos paganos, los Misterios odínicos, como institución, fueron destruidos por el cristianismo, aunque la causa fundamental de su decadencia fue la corrupción del clero.
La mitología es casi siempre el ritual y el simbolismo de una escuela mistérica. En pocas palabras, el drama sagrado que constituía la base de los Misterios odínicos es el siguiente:
Al creador supremo e invisible de todas las cosas lo llamaban «el Padre Supremo». Su regente en la naturaleza era Odín, el dios de un solo ojo. Como Quetzalcóatl, Odín fue elevado a la dignidad de divinidad suprema. Según los drottar, el universo se formó a partir del cuerpo de Ymir, el gigante de la escarcha. Ymir se formó a partir de las nubes de niebla que se elevaban de Ginnungagap, la inmensa grieta en el caos a la cual los primigenios gigantes de la escarcha y gigantes del fuego habían arrojado nieve y fuego. Los tres dioses, Odín, Vili y Ve, dieron muerte a Ymir y con él formaron el mundo. A partir de los distintos miembros de Ymir se crearon las distintas partes de la naturaleza.
Después de que Odín impusiera orden, hizo construir un hermoso palacio, llamado Asgard, en la cima de la montaña, donde los doce Aesir (dioses) vivían juntos, muy por encima de las limitaciones de los hombres mortales. En aquella montaña también estaba el Valhalla, el palacio de los fallecidos, donde todos aquellos que habían tenido una muerte heroica luchaban y se daban festines día tras día. Por la noche, sus heridas curaban y el jabalí cuya carne comían se renovaba con la misma rapidez con la que lo consumían.
Balder el Hermoso, el Cristo escandinavo, era el hijo bienamado de Odín. Balder no era guerrero; su espíritu amable y encantador llevó paz y alegría a los corazones de los dioses y todos lo querían, menos uno. Del mismo modo en que Jesús tuvo a Judas entre Sus doce discípulos, uno de los doce dioses era falso: Loki, la personificación del mal. Loki hizo que Höor, el dios ciego del destino, disparara contra Balder una flecha de muérdago. Al morir Balder, la luz y la alegría desaparecieron de la vida de los demás dioses, que, desconsolados, se reunieron para buscar un método que les permitiera resucitar aquel espíritu de vida y juventud eternas. El resultado fue el establecimiento de los Misterios.
Los Misterios odínicos se celebraban en criptas o cuevas subterráneas, cuyas nueve cámaras representan los nueve mundos de los Misterios. Al candidato que quería ingresar se le encomendaba la misión de resucitar a Balder de entre los muertos. Aunque él no lo sabía, él mismo representaba el papel de Balder. Se denominaba a sí mismo «trotamundos»; las cavernas que atravesaba simbolizaban los mundos y las esferas de la naturaleza. Los sacerdotes que lo iniciaban eran emblemas del sol, la luna y las estrellas. Los tres iniciadores supremos —el Sublime, el Igual al Sublime y el Supremo— eran análogos al maestro adorador y el guardián menor y el mayor de las logias masónicas.
Después de vagar durante horas por los pasadizos intrincados, el candidato era conducido ante una estatua de Balder el Hermoso, el prototipo de todos los iniciados en los Misterios. Esta figura se levantaba en el centro de un gran aposento techado con escudos. En medio de la cámara había una planta con siete flores, como emblemas de los planetas. En aquella sala, que simbolizaba el hogar de los Aesir, o la Sabiduría, el neófito juraba guardar secreto y ser piadoso sobre la hoja desnuda de una espada. Bebía el hidromiel santificado de un cuenco hecho con un cráneo humano y, después de resistir todas las torturas y de superar todas las pruebas con las que pretendían desviarlo del camino de la sabiduría, finalmente se le permitía descubrir el misterio de Odín, la personificación de la sabiduría. Le entregaban, en nombre de Balder, el anillo sagrado de la orden, lo aclamaban como hombre renacido y decían de él que había muerto y había resucitado sin pasar por las puertas de la muerte.
La inmortal composición de Richard Wagner Der Ring des Nibelungen se basa en los rituales mistéricos del culto odínico. Aunque el gran compositor se tomó muchas libertades con la historia original, las óperas del ciclo El anillo del nibelungo, considerado la tetralogía más espléndida de dramas musicales del mundo, han captado y conservado de forma notable la majestuosidad y el poder de la saga original. La acción comienza con Das Rheingold y continúa con Die Walküre y Siegfried hasta llegar a su imponente apogeo en Götterdämmerung, «El crepúsculo de los dioses».