Los alemanes hicieron de Hitler su dios y proyectaron sobre él unas cualidades sobrehumanas de las que carecía. La propaganda de Goebbels se encargó de persuadir a casi todos. Cuando todo eso se disipa, solo queda el personajillo que hemos descrito y una gran incógnita sobre él que algunos autores han intentado despejar. ¿Cómo era realmente Hitler? ¿Un soñador convencido de lo que predicaba (Hugh Trevor-Roper), un actor que se creía su propio papel (Alan Bullock), un personaje hueco, que compensaba su inexistente vida privada con una agitada vida política (Ian Kershaw)?47
Vaya usted a saber.
Resulta difícil admitir que un hombre de tan pocas prendas cautivara a una sociedad tan culta como la alemana. A no ser que cuestionemos esa sociedad y sospechemos que en ninguna otra habría prosperado tamaño monstruo.
El nazismo fue, para muchos alemanes, una religión; o quizá, afinando más, una secta destructiva cuyos adeptos seguían ciegamente a Hitler, su gurú, su maestro infalible, su profeta carismático, su dios.
«Ya en 1921 habían empezado a compararlo con el Mesías.»48 En muchos locales del partido había un altarcito con el retrato idealizado del Führer al que las chicas llevaban flores. Incluso se sustituyó paulatinamente el saludo tradicional, buenos días, buenas tardes, buenas noches, por Heil Hitler, o sea, «salve Hitler», levantando el brazo a la manera del fascismo italiano.49 En las necrológicas de los soldados muertos en los primeros años de la guerra (en los últimos, ya no), se hacía constar: «Caído en la fe de Adolf Hitler».
La entrega ciega de buena parte del pueblo alemán al líder carismático se manifiesta en los cientos de cartas que recibía a diario de sus admiradores y admiradoras, que el muy pillín las tenía también. Copiaremos, no sin cierto sonrojo, la que le dirige la baronesa Else Hagen von Kilvein:
Herr Hitler, no sé cómo empezar esta carta. Largos, largos años de difíciles experiencias, de tormentos y preocupaciones humanas, de desconocimiento de mí misma, de búsqueda de algo nuevo, todo ello ha pasado de golpe en el instante en que he comprendido que lo tengo a usted, Herr Hitler. Sé que usted es una grande y poderosa personalidad, y yo solo una mujer sin importancia, que vive en un lejano país extranjero, del que quizás no podré alejarme, pero debe comprenderme. ¡Cuán grande es la felicidad si se encuentra de pronto la meta de la vida, si de pronto un rayo de luz clara penetra las nubes tenebrosas y se vuelve más y más clara! Así conmigo: todo está tan iluminado por un gran amor, el amor a mi Führer, a mi maestro, que a veces quisiera morir teniendo su imagen ante mí, para que no pueda ver más nada que no sea usted. Le escribo no como canciller de un poderoso imperio —quizás no tengo derecho a ello—, le escribo sencillamente a un ser humano que me es querido y que siempre lo será hasta el fin de mi vida. No sé si usted cree en la mística, en algo superior que nos rodea y permanece invisible y que solo se puede sentir. Yo creo en ello, siempre creí en ello y siempre creeré en ello. Sé que hay algo en el mundo que vincula mi vida con la suya. ¡Dios mío, que no pueda yo sacrificar mi vida por usted, a pesar de que mi mayor felicidad sería morir por usted, por su doctrina, por sus ideas, mein Führer, mi noble caballero, mi Dios!
Es muy posible que estas líneas no le alcancen nunca, Herr Hitler, pero no me arrepiento de escribir esta carta. En estos instantes experimento una alegría tan maravillosa, una seguridad y una paz tales en mi lucha moral, que hasta en ellas encuentro mi felicidad.
No tengo otro Dios que usted, y ningún otro Evangelio que su doctrina.
Suya hasta la muerte,
BARONESA ELSE HAGEN VON KILVEIN50
Hitler, el dios
Ya se ve que las mujeres se le ofrecían a porta gayola, lo que nos lleva a considerar la sexualidad del Führer.
A Hitler, coquetón como era, le encantaba gustar a las mujeres, aunque al parecer después del mariposeo no consumaba. «Estoy casado con Alemania», se excusaba.51 Solo se le conocen un par de relaciones intensas, las dos con chicas jóvenes, sumisas y no excesivamente inteligentes. La primera es su sobrina, Geli Raubal, una joven frondosa, sanota, de prietas ancas y pechitos pugnaces (juzgo sobre las fotos, intentando conservar mi ecuanimidad) con la que mantuvo una relación tan enfermiza que la pobre acabó suicidándose con el revólver de su tío, el Führer.
La segunda es Eva Braun, una chica bastante anodina y algo simplona (soñaba con hacer de Jane en alguna película de Tarzán), también físicamente potable, a la que conoció como empleada de su fotógrafo oficial y amigo Heinrich Hoffmann y a la que desde entonces mantuvo a su sombra, en la semiclandestinidad.52
Como la desdichada Geli, Eva intentó suicidarse en un par de ocasiones (ya se ve que convivir con el astro no resultaba fácil).53
Se conoce que a Adolf le iban las jovencitas tirando a jaquetonas;54 nada que objetar por ese lado, pero, si se me permite un comentario personal, donde esté una madura en condiciones que se quiten todas las pipiolas.
Un autor reciente, Lothar Machtan, ha señalado que el Führer pudiera haber sido homosexual. Quizá un homosexual encubierto, de los que prefieren ocultar su condición incluso a ellos mismos, pero homosexual al fin y al cabo.55
«Resulta difícil dudar de que reprimía su lado homosexual en beneficio de su imagen de viril caudillo del pueblo alemán [...]; algunos miembros de su entorno doméstico insisten en afirmar que nunca llegó a copular con Eva Braun; sin embargo, su doncella personal está persuadida de lo contrario, porque Eva tomaba píldoras para suprimir su ciclo menstrual.»56 Esta relación, quizá forzada por parte de Hitler si sus inclinaciones eran otras, no debió de durar mucho. En cierta ocasión, Eva Braun confesó llorando a su confidente Albert Speer: «El Führer me acaba de pedir que me busque a otro hombre porque él ya no puede satisfacerme».57
El lector hará bien en no prestar oído al bulo que asegura que existieron planes para casar a Hitler con Pilar Primo de Rivera. Ese fue un descabellado proyecto de Ernesto Giménez Caballero, que concibió la idea de revitalizar la alianza hispanoalemana de la estirpe Habsburgo cruzando a Hitler con la chica (aunque ya estaba talludita) para «reanudar lo que se interrumpiera con Carlos II el Hechizado y se malograra con aquel archiduque de Austria, Carlos, que nos costaría Gibraltar».58
Tengo para mí que no hubieran hecho mala pareja, porque ella era hacendosa y de muy buena familia y él un buen partido, católico y de derechas, pero Magda Goebbels le reveló a Giménez Caballero un impedimento que desaconsejaba el enlace: el Führer era disminuido genital, es decir, ciclán; o, lo que es lo mismo, que le faltaba un testículo, por herida de guerra.59 Lo mismo se ha dicho de Franco y de Millán-Astray. La envidia, que es muy mala.
Como moscas a la miel... (Life).