CAPÍTULO 12

Los secuaces

Hitler, el enviado de Dios para redimir al género humano (o sea, a los germanos: el resto ya hemos visto que son infrahombres), se rodeó de una serie de discípulos o apóstoles:

• Hermann Göring, un condecorado piloto de la primera guerra mundial, que después de la derrota se empleó como aviador comercial en Dinamarca y Suecia. Allí sedujo a una rica aristócrata bella, rubia y densa (además de epiléptica), Carin von Kantzow, que se divorció de un aburrido marido para unir su vida al gallardo piloto. Se casaron en Múnich.

En la bella ciudad de las salchichas blancas, Göring conoció a Hitler y se afilió al partido nazi. No por ideología, que conste, «esas bobadas nunca me interesaron», sino porque le aseguraba lucha y acción, «la lucha en sí misma era mi ideología». En 1922, Hitler lo nombró comandante de las SA o secciones de asalto, el brazo armado del partido.

A partir de entonces, se puede decir que Göring creció con el partido, acumulando cargos y tejido adiposo (las reuniones se hacían en cervecerías, con jarras de dos litros y fuentes de salchichas). Cuando Hitler llegó al poder, lo nombró ministro, del Aire naturalmente, aunque había dejado de volar porque sus ciento cuarenta kilos no cabían en ninguna carlinga.

Los secuaces

Göring, «sentimental con los suyos, pero totalmente insensible hacia el resto», era simpático, aficionado al lujo, a los trenes de juguete, a cazar ciervos y a la morfina. En una finca de 120 hectáreas en el Schorfheide, entre los lagos Döllnsee y Wuckersee, cerca de Berlín, que le regaló el estado prusiano,71 se hizo construir un pabellón de caza de estilo rústico, el Carinhall (en memoria de su adorada primera esposa), que en ampliaciones sucesivas se convirtió en un palacio desmesurado y francamente hortera, aunque decorado con cuadros y obras de arte de grandes artistas que el insaciable dueño, más que coleccionar, acumulaba.

Extremadamente coqueto, Göring diseñaba sus propios uniformes, a cual más aparatoso y algunos de color rosa, caso inédito en la milicia, casi siempre con un puñalito al cinto. El embajador americano William C. Bullit lo describe en una carta: «Tiene las proporciones habituales de un tenor alemán [...]. Su trasero mide al menos setenta centímetros de diámetro, lo que lo obliga a usar unas hombreras de seis centímetros cada una para dar a sus hombros la misma anchura que a sus caderas. Al parecer siempre lleva consigo una manicura porque sus dedos, que son más o menos igual de largos que de gordos, se complementan con unas uñas puntiagudas y esmaltadas».72

Toda la chicha que le sobraba a Göring le faltaba al siguiente de la lista:

• Joseph Goebbels, el único compinche de Hitler que podía alardear de sólida formación universitaria (doctor en letras), a la que sumaba una notable inteligencia, cualidades que, en su frustración, no le compensaban por su presencia escasa, apenas metro y medio de estatura, redrojo, feo, paticojo y, lo peor de todo, escritor frustrado. Según el historiador Peter Longerich, el misterio de la fidelidad perruna con que se entregó a Hitler se ha querido explicar como fruto de un «trastorno narcisista de la personalidad» y una «constante necesidad de reconocimiento» que lo inclinaba a depender de un «redentor».73

Goebbels se casó con Magda, una aria rubia un poco veleta que había empezado siendo sionista por seguir a un novio judío, después se había casado con un millonario a cuyo lado aprendió modales de gran señora y finalmente devino nazi fanática y se casó con Goebbels en vista de que no podía casarse con Hitler. Tuvieron cinco hijas, Helga, Hildegard, Hedwig, Holdine y Heidrun, y un hijo, Helmut (nombres todos que empiezan por hache en homenaje a Hitler). Giménez Caballero, que intimó algo con ella, la describe: «Cabellos rubios como el sol, que portaba con trenzas entrecruzadas sobre la nuca. Ojos de lago. Y un vestido negro de terciopelo, hasta ocultarle los pies. Solo una perla sobre el nácar de su garganta, como un símbolo venusto».

Era Goebbels un magnífico orador, y tan buen propagandista que sus discursos y mentiras todavía inspiran a los políticos modernos.74 Escribió durante años un copioso diario (cuarenta y dos mil páginas) en el que, además de abrirnos su corazón «cínico, malvado, vengativo y despiadado», lleva la cuenta de los casquetes que echa.75 Giménez Caballero le regaló una espléndida capa de torero sobre cuyo destino final hace tiempo que realizamos concienzudas pesquisas que hasta hoy se han revelado infructuosas.76

• Heinrich Himmler, un perito agrónomo pálido, cegarruto y estrecho de pecho que antes de ingresar en el partido nazi había fracasado en la regencia de una granja avícola. Concibió la idea de mejorar la raza germana cruzando robustos sementales arios con rubias muchachas racialmente intachables. A Dionisio Ridruejo le pareció que tenía «un aspecto vulgar de maestrillo, salvo la malignidad de los ojos semicerrados y casi oblicuos detrás de sus gafas sin montura».77

Obediente a sus propias teorías raciales, tomó esposa aria, rubia, de ojos azules, pero siete años mayor que él y francamente fea, Margarete, de la que concibió una hija, Gudrun. Lo malo es que años después olvidó el ideal ario y se lio con su secretaria Hedwig Potthast, fea también pero morena y nada aria, a la que puso un piso cerca de Berchtesgaden. Hedwig le dio dos hijos, Helge y Nanette.

Su médico de cabecera y confidente Felix Kersten, quizá la persona que mejor lo conocía, escribe de él: «Un comentario desfavorable de Hitler a alguna de sus decisiones bastaba para dejarlo enteramente descompuesto y producirle graves dolores de estómago». O sea, un cagón, servil con los de arriba y déspota con los de abajo. Y pensar que ese tipejo se llevó por delante a millones de personas...

• Rudolf Hess, otro veterano de la guerra del 14. Serio como un ciprés, cejas frondosas y unidas sobre ojos hundidos en el fondo de sus cuencas, hipocondriaco, con estudios de comercio y economía, además de una incipiente vocación literaria. Ayudó a Hitler con su Mein Kampf y retrató a su adorado líder en el ensayo Cómo debe ser el hombre que restituya Alemania a su antigua grandeza. El psicólogo que lo trató tras su huida a Inglaterra lo clasificó como «psicópata esquizoide». Lothar Machtan lo tiene por homosexual.78

• Joachim Ribbentrop, un antiguo comerciante de vinos, sin estudios superiores, pero guapo y apuesto. También sobradamente vanidoso: anteponía a su apellido un «von» al que por ley no tenía derecho.79 Hitler le encomendó el Ministerio de Exteriores, encandilado porque se defendía bien en francés e inglés, dado que otros méritos no se le conocieron y sus cualidades para la diplomacia eran nulas.80

Su falta de tacto y su carácter arrogante, manifestados de modo especial en el trato con diplomáticos de potencias menores, como España, le enajenaban las simpatías de interlocutores que en un principio se habían sentido favorablemente inclinados hacia Alemania. Shirer, que lo estudió de cerca, lo describe «incompetente y perezoso, vanidoso como un pavo real, arrogante y sin humor, la peor elección posible para el puesto de ministro de Exteriores».81

A esos defectos cabe sumar una ignorancia notable de cuanto corresponde conocer a un ministro de Exteriores. A Hitler le contagió su desprecio por la capacidad industrial de Estados Unidos («solo sirven para fabricar neveras eléctricas y hojas de afeitar»), lo que a la larga acarrearía la ruina de Alemania.82

Buena percha sí tenía. Es de notar que, de este séquito hitleriano, solamente Ribbentrop hubiera aprobado un examen de arianidad.83

«Imitaba a Hitler en todo, incluso en el diseño de la gorra. Al principio usaba una gorra de plato elegante, pero pronto la cambió por el modelo de jefe de estación que prefería Hitler.»84

• Martin Bormann, secretario personal de Hitler y administrador de su bolsa. Lo más parecido a un dóberman en aspecto y carácter. Competía con Himmler en servilismo hacia el jefe. Cursó estudios de perito agrícola que no llegó a concluir y en los tiempos de la República de Weimar destacó como camorrista de la patronal (hasta lo encarcelaron por asesinato).

Contrajo matrimonio con Gerda Buch, su pareja perfecta, una chica que no destacaba por su belleza ni por su inteligencia, pero que, en muchos aspectos, resultó la mujer que más de un esposo quisiera tener.85 El proyecto vital de Bormann incluía un harén en el que convivieran armónicamente sus mujeres.86

• Alfred Rosenberg, un ingeniero báltico, espeso de ideas, aficionado al ocultismo y perito en teorías raciales pseudocientíficas. Era un pedante insufrible que quiso pasar por el filósofo del nazismo y para ello escribió El mito del siglo XX, libro algo confuso, pero no exento de páginas, en el que intenta sistematizar el pensamiento nazi. Leerlo no lo leyó nadie, pero algunos jerarcas destacados picotearon cortésmente el ejemplar dedicado que les envió. Hitler confesó piadosamente que le resultaba un tanto ininteligible y Goebbels, más caritativo, lo definió como «gargajo filosófico».

Cuando Alemania invadió medio mundo, Rosenberg creó la Einsatzstab Reichsleiter Rosenberg («Fuerza Especial Rosenberg»), una compañía especializada en la confiscación de obras de arte y bibliotecas propiedad de judíos, así como joyas, antigüedades y cualquier objeto de valor.

• Ernst Röhm, un hombre castrense desde la cuna, combatiente destacado en la primera guerra mundial y asesor militar en Bolivia durante la guerra del Chaco (1928). Hitler lo nombró comandante de las SA, las milicias del partido nazi, y le permitió que lo tuteara. Las SA crecieron monstruosamente hasta contar con cuatro millones de afiliados en 1934. Tanto poder en manos ajenas comenzó a preocupar a Hitler, mucho más cuando a Röhm se le subió a la cabeza y pretendió integrar al ejército alemán (Reichswehr) en sus filas. Este disparate, en el momento preciso en que Hitler se esforzaba en pasar por un político responsable ante la aristocrática casta militar, unido a que Röhm pretendía dar un sesgo socialista a la política alemana, despertó los recelos de Hitler, que decretó el asesinato de Röhm y su plana mayor en la purga conocida como «Noche de los Cuchillos Largos» (Nacht der langen Messer, del 30 de junio al 2 de julio de 1934). Para justificar la matanza, Hitler divulgó que las SA iban camino de convertirse en un cenáculo de homosexuales (Röhm lo era notoriamente).87

Dejemos aquí la lista de los íntimos. Si hay un elemento común en la pandilla que Hitler elevó a las más altas magistraturas del Estado, es el de ser unos fracasados redimidos por el nazismo, una «cuadrilla de mafiosos y pervertidos» (Verbrecherbande und Schweineigel), si admitimos el juicio severo del general Kurt von Hammerstein-Equord.88

El caso es que impusieron su incultura y su amateurismo a una sociedad avanzada que se dejó seducir por la esvástica. Ese es otro misterio del nazismo que quizá ha convenido no intentar explicar, en aras de la buena convivencia de los pueblos. O sea, pelillos a la mar.

Hitler, Göring y cervatillo.