CAPÍTULO 11

El gran arquitecto y Germania

Otra de las facetas de Hitler que evidencian su locura es la megalomanía edilicia.

El antiguo vagabundo que deseaba ser arquitecto concibió el proyecto de construir Germania (Welthauptstadt Germania; «Germania, capital del mundo»), una megaciudad dotada de edificios gigantescos a cuya sombra palidecerían hasta las pirámides de Egipto.68 De todo ello se iba a encargar su arquitecto de cabecera, el joven y guapo (y trepa) Albert Speer.

La interesante novela ucrónica de Robert Harris Patria (Fatherland, 1992) describe cómo habría sido la capital del Reich y del mundo si Hitler hubiera ganado la guerra y hubiera cumplido sus descabellados designios:

Los pasajeros del autobús turístico se levantaron de sus asientos o se asomaron al pasillo para contemplar el arco de Triunfo que el propio Führer había diseñado. La guía, una mujer de mediana edad vestida con el verde oscuro del Ministerio de Turismo del Reich, se encontraba al frente, con los pies separados, de espaldas al parabrisas.

—El arco está construido en granito y tiene dos millones trescientos sesenta y cinco mil seiscientos ochenta y cinco metros cúbicos —informó—. El arco de Triunfo de París cabría en él cuarenta y nueve veces.

Por un momento, el arco se alzó sobre ellos. Entonces, de repente, lo atravesaron; un inmenso túnel de piedra más grande que un campo de fútbol, más alto que un edificio de quince pisos, con el techo abovedado de una catedral. Los faros y luces traseras de ocho carriles de tráfico bailaban en la penumbra de la tarde.

—El arco tiene una altura de ciento dieciocho metros. Tiene ciento sesenta y ocho metros de ancho y una profundidad de ciento diecinueve metros. En las paredes internas están grabados los nombres de los tres millones de soldados que cayeron en la defensa de la Patria en las guerras de 1914 a 1918 y de 1939 a 1946.

Los pasajeros volvieron diligentemente el cuello para ver la lista de los Caídos.

El autobús volvió a salir a la lluvia.

—Tras dejar el arco entramos en la sección central de la avenida de la Victoria. La avenida fue diseñada por el ministro del Reich Albert Speer y fue terminada en 1957. Tiene ciento veintitrés metros de ancho y cinco kilómetros seiscientos metros de longitud. Es más ancha y dos veces y medio más larga que los Campos Elíseos de París.

Más alto, más largo, más grande, más amplio, más caro... Incluso en la victoria, pensó March, Alemania tenía complejo de inferioridad. Nada destaca por sí mismo. Todo ha de ser comparado con lo que tienen los extranjeros...

—La vista desde este punto, a lo largo de la avenida de la Victoria, es considerada una de las maravillas del mundo.

Y lo era, sobre todo en un día como ese. Abarrotada de tráfico, la avenida se extendía ante ellos, flanqueada a cada lado por las paredes de cristal y granito de los nuevos edificios de Speer: ministerios, oficinas, grandes almacenes, cines, bloques de apartamentos. Al fondo de este río de luz, alzándose gris como un barco de guerra entre la lluvia, se encontraba el Gran Salón del Reich, con su cúpula medio cubierta por las nubes bajas.

Del grupo brotaron murmullos de apreciación.

—Es como una montaña —dijo la mujer sentada detrás de March.

Germania: capital del mundo

El Gran Salón del Reich (Grosse Halle) es el edificio más grande del mundo. Se alza más de un cuarto de kilómetro, y algunos días, como por ejemplo hoy, la cima de su cúpula se pierde de vista. La cúpula en sí tiene ciento cuarenta metros de diámetro, y es dieciséis veces superior a la basílica de San Pedro de Roma.

Habían llegado a la parte superior de la avenida de la Victoria, y entraban en Adolf Hitler Platz (en los planos, Grosser Platz, de 350.000 metros cuadrados). A la izquierda, la plaza estaba rodeada por el cuartel general del Alto Mando de la Wehrmacht, y a la derecha, por la nueva cancillería del Reich y el palacio del Führer.

Delante se encontraba el enorme edificio. Su tono gris se había disuelto, pues la distancia había disminuido. Ahora podían ver lo que les decía la guía: que los pilares que soportaban el frontal eran de granito rojo, traído de las minas de Suecia, y que estaba flanqueado a cada lado por estatuas de Atlas y Tellus, que cargaban sobre sus hombros esferas que mostraban los cielos y la tierra.

—El Gran Salón se usa solamente para las ceremonias más solemnes del Reich alemán, y tiene capacidad para ciento ochenta mil personas. Un fenómeno interesante e imprevisto: el aliento de esa muchedumbre se eleva hasta la cúpula y forma nubes, se condensa y cae en forma de lluvia. El Gran Salón es el único edificio del mundo que genera su propio clima...

—A la derecha está la cancillería del Reich y residencia del Führer —continuó la guía—. Su fachada total mide exactamente setecientos metros, superando en cien la fachada del palacio de Luis XIV en Versalles.

La cancillería fue apareciendo lentamente a la vez que el autobús pasaba: pilares de mármol y mosaicos rojos, leones de bronce, siluetas doradas, escritura gótica, un edificio que era todo un dragón chino, dormido a un lado de la plaza. Una guardia de honor de las SS, formada por cuatro hombres, permanecía alerta bajo una bandera con la esvástica. No había ventanas, pero en el muro, a cinco pisos de altura, se encontraba el balcón desde donde el Führer se mostraba en las ocasiones en que un millón de personas se congregaba en la Platz. Había una docena de turistas, incluso ahora, embobados en la contemplación de los postigos cerrados, pálidos de expectación, esperando...69

El conjunto incluía el gigantesco estadio Maerzfeld («Campo de Marte»), con aforo para unos cuatrocientos mil espectadores, del que Hitler puso la primera piedra en 1937.

Hitler quería que Germania estuviese terminada para 1950, pero como perdió la guerra se quedó en intención. No obstante se la hizo construir en una maqueta gigantesca y, cuando se sentía demasiado abrumado por las responsabilidades del cargo (o sea, por las noticias de nuevos desastres que le llegaban del frente del este), se refugiaba en la sala de la maqueta y pasaba las horas embelesado en la contemplación de su proyecto.

Frustra mucho pensarlo, mein Führer, pero el terreno pantanoso de Berlín no hubiera aguantado el peso del arco de Triunfo ni de la Gran Cúpula. Tendrías que haberlos levantado sobre el suelo rocoso de Manhattan.

Germania quedó en los planos y maquetas de Speer, pero otro proyecto no menos descabellado, aunque de escala mucho menor, sí vio la luz.

Desde la terraza de su chalecito alpino en el Berghof, en los Alpes bávaros, cerca de Berchtesgaden, Hitler divisaba una cumbre que le pareció muy a propósito para instalar en ella un mirador. No se lo pensó dos veces. Movilizó a un ejército de operarios durante tres años para construir quince kilómetros de carretera que terminaba en un túnel a través del cual se accedía a un ascensor de ciento quince metros, todo ello tallado en la roca viva, para acceder al Felsennest («Nido de Águilas»), otro chalecito colgado en la cumbre de la montaña y dotado de todas las comodidades, desde el que se goza de una vista extraordinaria de los Alpes.70