Otro día más y el aburrimiento se instalaba de nuevo en sus noches entre semana.
No era que no tuviera cosas que hacer, sino que, en realidad, le aburrían la mitad de las que debía hacer, así que las dejaba siempre para última hora y, después del trabajo, lo único que le apetecía era tirarse en el sofá para pasar su tiempo cambiado canales. Ya había ido al gimnasio, hecho la compra, preparado la cena... y en la televisión no ponían más que anuncios en todos los canales.
—Maldita suerte, si es que se ponen todos de acuerdo para que no puedas ver nada —dijo en voz alta justo cuando un anuncio le llamó la atención.
«¿Decidida? ¿Atrevida? ¿Dispuesta? ¿Eres una de esas mujeres que no tiene miedo a nada? ¿Eres valiente como para acoger en adopción a un hombre? <acoge_a_un_chavalote.com.>
¿Adoptar a un tío? Era consciente de que el dicho «la curiosidad mató al gato» iba perfectamente con ella. En el anuncio salían imágenes de una web y fotos muy hípster de chavales. Estaba aburrida como una ostra y, aunque conocía a la perfección cómo eran este tipo de páginas y sabía que probablemente estarían llenas de tipos en busca de polvos fáciles, abrió su Mac y tecleó aquella dirección electrónica mientras pensaba que el creador de la web se había quedado sin neuronas después de engendrar aquel pedazo de nombre para su nueva empresa.
Esperó unos segundos a que se cargara la página y le echó un vistazo rápido. Realmente, menos una web de contactos, parecía cualquier otra cosa: una revista de estilo, de nuevas tendencias, de locales de moda…
Comenzó su inscripción sin demasiado convencimiento.
—¿Qué es lo que pone aquí? —se dijo en voz alta—. Ah, que ponga mi correo electrónico y mi alias. ¿Un alias? —pensó durante unos segundos y, al mirar un libro que tenía en la estantería sobre la historia de unas mal llamadas brujas de la Edad Media, se le ocurrió de inmediato—: ¡Belladona!
A continuación rellenó todos los campos requeridos para terminar el formulario de inscripción. A partir de ahí, los chicos que vieran su perfil y quisieran contactar le enviarían un ramo de flores virtual y, si eran correspondidos, ella debía aceptarlo y comenzar a hablar con él o ellos. Luego puso sus preferencias sobre lo que buscaba.
—Lo que quiero es un tío que me trate bien, me haga reír y a quien no le den miedo los retos. Y, sobre todo, que sea sincero. —Hablaba de nuevo en voz alta mientras tecleaba en ese apartado—. A ver, por lo tanto, en las casillas de lo que deseo, pondré «Relación estable». Buscó una foto en la que su cara no se viera muy bien, ni su cuerpo en realidad, y le dio al botón «Enviar».
—Hale, ya la he liado parda. Creo que por esta noche ya es suficiente —terminó diciendo a la par que apagaba el portátil para irse a dormir—. A ver si mañana ya quiere todo el mundo salir conmigo.
A la mañana siguiente, mientras trabajaba en su despacho, recibió un mensaje en el móvil sobre las diez de la mañana.
«Nena, estamos en la cafetería de abajo tomando un café. ¿Te apuntas?» Era su amiga Lourdes; respondió de inmediato: «Voy».
Cuando Lucía abrió la puerta del local, las chicas ya estaban pidiendo la comanda al camarero, que al verla entrar le preguntó: «¿Lo de siempre?» Ella respondió con un movimiento afirmativo de la cabeza y fue a sentarse.
—¡Hola! ¡Cuánto tiempo sin verte! —le dijo Laura, una de las chicas.
—¡Serás pava! Si me has visto hace diez minutos. —Su amiga sonrió burlonamente.
—Estábamos hablando sobre lo que hicimos ayer por la tarde —intervino Nuria—. Lourdes nos ha contado que conoció a un tío en el gimnasio que estaba tremendo.
—¿En el gimnasio? —preguntó Lucía.
—O sea, que lo del tío no te interesa —expuso la otra, ofendida.
—Vamos a ver, tú no pisas el gimnasio si no es por… —Abrió los ojos—. ¡Claro! Fijo que ya le habías echado el ojo.
—¡Cómo la conoces, hija! —sentenció Laura.
—Pues que sepáis que es entrenador personal y que ya he quedado con él mañana otra vez para que me entrene en casa.
Un estruendo de risas resonó en la mesa.
—Pues yo os tengo que contar una cosa —dijo Lucía.
—¡Al fin! —gritó Lourdes haciendo que medio local se diera la vuelta a mirar—. Has mojado. —concluyó bajando la voz.
—Sí, sí, sí. Cuéntalo todo —continuó Nuria.
—¿Estaba bueno? ¿Lo hacía bien? —siguió Laura.
—Un momento, que os estáis acelerando. —Lucía las paró de golpe—. No he conocido a nadie…
—Ya decía yo que era demasiado bonito para ser real —cortó Laura.
—Hija, ya han pasado más de seis meses. ¿Cuándo te vas a quitar el luto? —le preguntó Lourdes con el asentimiento de Nuria.
Lucía lanzó una mirada asesina a su amiga y prosiguió.
—A ver, hienas. Que no es nada de eso, pero de hombres va la cosa. —Hizo una pequeña pausa dramática que se vio acompañada por la llegada del camarero con el desayuno de cada una de ellas—. Me he apuntado a una web de contactos.
La cara de sus amigas en ese momento era un poema. A Laura le dio por reír sin control; Nuria y Lourdes no eran capaces de cerrar la boca de la impresión. Al final, la afectada tuvo que retomar la conversación.
—A ver, ¿qué? Joder, que yo no lo veo tan raro. Además, ha sido por probar.
—Ya, eso dije yo la primera vez que me metí un ácido y acabé en el hospital —soltó a bocajarro Lourdes.
—Es que tú siempre has sido muy burra —le recordó Nuria.
—Oye, que anoche estaba aburrida en casa y resultó que vi el anuncio en la tele. No sé, me pareció divertido ver qué se mueve por ahí.
—Pues tíos que buscan follar. Y para eso no hace falta exponerse en una web. Vamos, lo dicho, que lo que te pasa es que te da miedo hablar con ellos. —Laura aún no paraba de reír y nadie podía hacer nada por ella.
—¡Joder! Laura, ¿quieres dejar de reír? —Lucía la miró mal.
—Lo siento, pero no puedo. Me he imaginado al otro lado de la pantalla a un pajillero adolescente haciéndose una maniobra orquestal ante el ordenador mientras mira tu foto... —Y todas comenzaron a reír al unísono.
Cuando por fin se calmaron, Lucía volvió a tomar la palabra.
—Mirad, no tengo ganas de conocer a hombres. —Se puso seria—. Después de lo del «innombrable», lo cierto es que me he vuelto mucho más cautelosa. No me apetece enamorarme de un tío bueno y que me vacile tal como lo hizo el otro.
—A ver... —Lourdes la miró a los ojos—... te entiendo, pero, por favor, que en estos sitios los tíos mienten más que «escriben». Te vas a enamorar de alguien que te dirá que es tu príncipe azul y finalmente resultará que no te gusta nada, además de estar casado o tener novia, y te habrá vacilado.
—O peor aún —dijo Nuria—, será un psicópata que te conquistará el corazón para luego entrar en tu casa y robarte todo o matarte.
—¡Hija mía! Pero mira que eres burra —le espetó Laura—. Y si resulta que encuentra a alguien que también busca a una Lucía por ahí.
—Tú sí que estás en la luna de Valencia —replicó Lourdes—. Que no, que en esos sitios sólo se va a follar. Y verás tú que nos vas a dar un disgusto.
—Con amigas como tú, no necesito enemigos, maja —cerró la conversación Lucía—. Oye, que me subo, que tengo una reunión en diez minutos y no he mirado nada… ¡qué pereza!
—Hale, adiós Enjuta Mojamuta…
—¡Idiota! —Se marchó señalando a Lourdes y recordando las noches que habían pasado viendo «Muchachada Nui» y a aquel personaje obsesionado por Internet y los PC.
Aquella noche, al llegar a su casa después de la rutina diaria, se sentó en el sofá y no encendió la televisión. Abrió su Mac y entró en aquella web a ver si algo nuevo había sucedido en su cuenta. No esperaba absolutamente nada, porque pensó que, al tratarse de una cuenta nueva, nadie en este mundo cibernético se habría dado cuenta de su existencia, pues era difícil saber si se apuntaba alguien más. Pero se llevó una sorpresa, pues tenía tres ramos de flores en su casillero para ser recibidos.
Sonrió como si fueran un regalo de Navidad. Realmente le había hecho ilusión que alguien se hubiera fijado en ella, aunque fuera sólo por las cosas que contaba en su perfil.
Abrió el correo nerviosa, recordando los comentarios de sus amigas: «Pajilleros, pajilleros, pajilleros y psicópatas…».
El primero se llamaba Rodrigo y le dejó un texto escueto:
Hola, Belladona.
Mi nombre es Rodrigo.
He leído tus características y lo que buscas. Me gustaría que conversáramos un poco, creo que nos parecemos. Soy demasiado sincero y adoro la libertad, sobre todo en el mar.
Un beso.
Lucía volvió a leer el mensaje; le picó la curiosidad con eso del mar. Le aceptó las flores virtuales pero lo dejó como pendiente, pues quería ver los otros dos mensajes.
Hola, pibita.
No te veo muy bien en la foto. ¿Podrías mandar alguna mejor para que pueda ver si me molas o no?
Salu2
Picaflor
Firmaba como «¿Picaflor?». Uno menos, a éste no le aceptaría ni una bolsa de pipas. Al final sus amigas iban a tener razón: «Estos tíos sólo están en estas webs para pillar cacho».
Le dio al botón de «Suprimir» sin ni siquiera planteárselo y se lanzó a por el tercero de los correos recibidos.
Hola, Belladona.
Mi nombre es Pedro, tengo cuarenta y cinco años y estoy recién divorciado, con tres hijos. Me gustaría conocer gente para salir por ahí, tomar algo y divertirnos. Estoy abierto a todo tipo de posibilidades.
Un beso,
Pedro
Miró su fotografía con detenimiento. Un hombre maduro, de facciones marcadas. No estaba nada mal, pero… Saltó como si de un resorte se tratara.
—¡No! Otro hombre mayor que yo y divorciado, ¡¡recién divorciado!! —Se fue a la cocina a beber un vaso de agua sin dejar de pensar «no quiero volver a pecar de lo mismo con el tema de la pena. No soy una ONG, no puedo mostrarme cariñosa porque me den lástima. No voy a caer en el mismo error que con Gonzalo, que sólo me quería por mi físico, no me apreciaba por cómo soy… ¡Un cerdo cabrón!
Lo sintió por aquel hombre, pero lo borró de la lista. Sólo se quedó con uno, Rodrigo. Así que se sentó para contestar a su escueto mensaje:
Hola, Rodrigo.
Me ha llamado mucho la atención lo que me has dicho de la libertad en el mar. ¿Vives en un barco?
Un beso,
Belladona
Lo envió y se sentó como una boba a ver si en la pantalla aparecía un mensaje por parte de aquel chico. Cotilleó su perfil para ver sus aficiones, lo que buscaba en esa web y su fotografía. En lo primero, aficiones, pudo descubrir que le gustaba el deporte al aire libre, salir a divertirse con sus amigos, un buen vino (frunció un poco el ceño, ella era más de cerveza, pero…). En lo segundo, lo que buscaba lo dejaba meridianamente claro: quería una relación. Buscaba una chica con la que compartir sus aficiones, su vida; en resumen, una relación seria.
—No está mal —se dijo.
Y con respecto a lo de la fotografía, se dio cuenta de que había jugado a lo mismo que ella. Había puesto una foto lejana algo borrosa que decía: «Si te intereso, ya me verás».
Al ver que el tiempo transcurría sin que el estado de su buzón cambiara, se fue a la cama sin darle más vueltas al asunto. Podría ser divertido ver qué ocurría con aquella persona.
A las diez de la mañana, de nuevo un WhatsApp la avisaba de que la esperaban para desayunar. Bajó, esta vez por las escaleras, pues el ascensor estaba ocupado; gracias a ello, se salvó de una incómoda situación, ya que en la planta baja vio cómo Gonzalo salía de él mientras hablaba con uno de sus jefes. Se quedó esperando unos momentos para asegurarse de que se marchaba y luego retomó su camino.
Entró en la cafetería con cara de pocos amigos después de su inesperado encuentro.
—Nena, parece que has visto un fantasma —le dijo seriamente Lourdes.
—Sí, lo he visto y se parecía demasiado a mi ex.
—Pero ¿qué dices? —inquirió Nuria.
—¿Me he perdido algo? —Laura se unió al grupo.
—Lucía se ha encontrado con Gonzalo —contó Nuria.
—No me he encontrado con él, le he visto salir de mi empresa con mi jefe.
—¿Con Manuel? —indagó Lourdes. Se llevó por respuesta un ligero movimiento de cabeza por parte de ella—. No me gusta nada, nada de nada… Me enteraré de qué va esto en cuanto suba.
La cara de Nuria cambió por completo y puso una de póquer. Algo pasaba, se dijo Lucía…
—Señoritas —un repelús recorrió su espalda, era Gonzalo—, Lucía.
—¿Qué es lo que quieres? —le dijo sin mirarlo.
—¿Podemos hablar en un lugar menos concurrido? —le preguntó con la voz que siempre ponía cuando quería algo.
—Lo que tengas que decir, por favor, dilo ya y vete. No tengo tiempo para ti.
—Por favor... —le pidió sujetando su silla y haciendo un gesto para que lo siguiera.
—Tranquila, Lucía, te esperamos —intervino Laura cortando las palabras que iban a salir por boca de Lourdes.
Lucía se levantó sin ganas para acompañarlo al otro lado de la cafetería.
—Ya estoy aquí, ¿qué es lo que quieres? —le dijo mirándole directamente a los ojos... a esa mirada que una vez pensó que era la más bonita del mundo.
—No seas tan dura conmigo —le contestó en tono lastimero.
—¿De verdad me estás pidiendo esto? —Levantó el tono de voz—. Espero que no lo digas en serio, porque cualquier persona en su sano juicio no hubiera sido tan comprensiva como yo. De no ser por… Déjalo. Repito, ¿qué quieres?
—Te echo de menos, Lucía. —Levantó la mano para que no respondiera—. Acepto todos mis errores. Sé que no hice bien, que me comporté como el animal que soy. No puedo justificar mis actos, porque fueron así, animales, inconscientes y sin pensar en que lo que más he querido nunca estaba esperándome todos los días en casa. Lo siento, quiero que me perdones. No te pido que me des una respuesta hoy. Pero piénsalo…
—No sé qué decir —comenzó a responder ella—. Bueno, sí, que no… no quiero volver contigo. Lo siento. No.
—No me digas que no tan pronto. Sólo quiero demostrarte que he cambiado. Que este tiempo sin ti, sin nadie, me ha hecho cambiar.
Por un segundo a Lucía le pareció ver algo en su mirada, un brillo que hacía mucho tiempo que no encontraba allí.
—No puedo decirte nada ahora. —Se sentía muy confusa. No estaba enamorada de él, ¿o sí?—. Lo siento. Me voy.
Se giró en el momento en que sintió cómo la mano de Gonzalo la sujetaba ligeramente, con una liviana presión. No miró atrás y se sentó en la mesa en la que estaban sus amigas. Él se fue.
Ellas enmudecieron instantáneamente, la miraron las tres a la espera de que les contara qué era lo que había sucedido unos momentos antes en aquella esquina de la cafetería. Ninguna articulaba palabra y Lucía se dedicó a mirar su té sin parar de menearlo con la cucharilla.
—¿Se puede saber qué ha pasado? —Finalmente Lourdes fue quien habló.
—Me echa de menos —dijo secamente.
—Pero, vamos a ver, ¡este tío es gilipollas! —sentenció Lourdes—. Ahora mismo voy fuera y…
—Quieta, Lourdes. No hagas nada. —Lucía le miró directa a los ojos.
—Ah, no. No, no, no. Esos ojos no, Lu. —Se levantó de la mesa y se marchó.
—Un momento —intervino Laura—. ¿Puedes hacer el favor de explicar que ha pasado? Aunque creo que nos lo imaginamos, ¿verdad, Nuria?
—Sí.
—Me ha dicho que me echa de menos. Que quiere volver conmigo; me ha pedido perdón por lo que pasó.
—Pero, es el colmo, en serio, este tío en realidad no se entera.
—O no quiere enterarse —apostilló Nuria.
—La que no se entera soy yo —dijo Lucía—. He visto algo en sus ojos que hacía años que no veía en él.
—¿No le habrás perdonado? —cuestionó Laura.
—No le he dicho nada aún.
—Madre… —finalizó Nuria.
El teléfono no paró en toda la tarde, el personal y el del trabajo. Al móvil privado no respondió, sabía quién era y no estaba dispuesta a tomar ninguna decisión. Pero el de la oficina, ése era otro cantar: problemas, problemas y más problemas que le ayudaron a no pensar más.
Parecía que el mundo se le iba a caer encima. Sabía que cualquiera de las decisiones que tomara con respecto a Gonzalo le iban a pesar. Quería hablarlo con Lourdes, quería contarle lo que sentía. Pero conociendo a su amiga y lo que ella había pasado…
—Lucía... —Lourdes la llamó llorando—. Me ha dejado.
—¿Lourdes? ¿Qué pasa? Voy a tu casa…
—No, no —sollozaba—. Estoy en tu portal, subo.
Abrió la puerta de su domicilio para encontrarse a una mujer irreconocible. La fantástica Lourdes tenía los ojos hinchados, la cara echa un cuadro, llevaba una coleta y un chándal horroroso. Directamente se echó a los brazos de su amiga para seguir llorando sin consuelo.
—Me ha dejado, se ha ido. Se ha marchado con otra.
—Cielo. —La abrazó con fuerza—. Lo siento mucho, lo siento.
—Se ha ido con ella, con la zorra con quien lo pillé…
Entendía que no sería la mejor de las consejeras. Necesitaba a alguien imparcial, una persona que no supiera nada…
Sintió el impulso de encontrar algo de ayuda por parte de un desconocido. Tenía a la «víctima» perfecta. Tecleó su clave para entrar en la web de contactos en la que se había inscrito. Efectivamente, en su casillero encontró un correo electrónico de Rodrigo:
Hola, Belladona.
Me ha sorprendido mucho ver que me respondías. Me alegra.
Te contaré que no, no vivo en un barco. Lo hago en una posada rural, soy el dueño, muy cerca del mar. Hago surf todas las mañanas que puedo; la sensación de libertad que me provoca estar sobre las olas me encanta.
¿Cuál es tu historia?
Un beso,
R.
Lucía se sintió algo culpable al pensar que aquella persona que no sabía nada de su vida iba a poder ayudarla. Así que prefirió pensar en ello más tarde y dedicar tiempo a conocer a aquel hombre al otro lado de la pantalla.
Hola, Rodrigo.
¿Mi historia? ¿En serio quieres conocer cómo está mi vida en estos momentos? Nah, no estoy tan loca como para hacerlo, digamos que hoy no ha sido un buen día sentimentalmente hablando.
En cuanto a mi profesión: soy periodista. ¡Oh, sí! Esa adorable profesión donde los sueldos a final de mes se esfuman. Yo he tenido suerte, soy directora de comunicación de una empresa.
¿Qué te parece si cambiamos a nuestros correos electrónicos privados?
Un beso,
B.»
Y le dio a «Enviar».
No habían pasado más de diez minutos cuando un sonido le indicó en su ordenador que había llegado un correo nuevo. Se acercó el Mac a su regazo para ver quién era. El remitente era rodrigocid@maileasy.com.
Hola, Belladona.
He notado en este último mail un poco de tensión. ¿De verdad no quieres hablar de ello?
Y me temo que no tiene nada que ver con el trabajo, ¿me equivoco?
Un beso,
R.
Lucía miró la pantalla del ordenador con el ceño fruncido. No sabía si debía o no. Vamos, se estaba planteando una tontería tremenda, puesto que su primer pensamiento fue hablar con un desconocido. Con su desconocido.
Tecleó con fuerza en su portátil.
Hola, Rodrigo.
No, no te equivocas ni en una coma.
Nada tiene que ver mi estado anímico con el mucho trabajo que hoy pudiera tener. Más bien está relacionado con el culpable de que esté en una red social como ésta.
Te haré un breve resumen.
Tuve, durante tres años, un novio; vivíamos juntos y, como todo al principio, era magnífico. Después, en pequeñas cosas, me di cuenta de que había cambiado. Me paseaba por las fiestas como si fuera un trofeo, me llevaba a comidas con clientes para mostrarme y, al cabo del tiempo, estuve segura de que me ponía los cuernos. Lo peor pasó hace seis meses: lo pillé tirándose a otra. Como puedes imaginar, todo acabó. Pero hoy ha venido a decirme que lo siente, que quiere volver a intentarlo.
Y aquí estoy yo…
B.
Lo lanzó al ciberespacio sin medir las consecuencias. Al momento recibió una escueta respuesta:
Hola, ¿le quieres?
R.
Lucía se quedó mirando la pantalla, absorta. Hacía mucho que no se lo había planteado y, después de tanto tiempo, había tenido que ser alguien desde un lugar desconocido quien le hiciera la pregunta correcta. ¿Quería a Gonzalo?
Respiró despacio dando tiempo a su mente a procesar todos los recuerdos que se agolpaban en su cabeza. Los buenos, los malos... y sin darse cuenta ella misma respondió a esa cuestión. Se había desenamorado hacía mucho tiempo de él. No, no le quería y lo tenía claro. Lo único que le pasó cuando habló con él fue que los buenos recuerdos se instalaron para hacerle dudar.
Volvió a teclear.
Hola, Rodrigo.
No, no le quiero.
Gracias, muchas gracias.
B.
Poco tiempo después volvió a recibir un correo.
Hola, Belladona.
Me alegra mucho saber que he podido ayudarte. Y, sobre todo, saber que te has quitado un peso de encima. Seguro que ahora te encuentras mucho mejor, ¿verdad?
Es tarde, mañana me levanto pronto.
Un beso y hasta mañana.
Hola, Rodrigo,
Sí, no sabes lo bien que me siento. Lo feliz que me has hecho sentir. Me siento libre, como tú con tus olas.
Por cierto, ¿dónde tienes la posada?
Hasta mañana.
B.
Se despertó más pronto de lo normal con un gusanillo en el estómago. Deseaba que Rodrigo hubiera respondido a su mensaje y lo primero que hizo fue coger su móvil personal para encenderlo y comprobar si tenía algún mensaje suyo. Acertó de pleno.
Hola, Belladona.
De verdad que me has dejado sorprendido al decirme eso. ¿En serio que te hice sentir feliz? Creo que me he equivocado de profesión, debí dedicarme a la psicología.
Pues tengo la posada en un pueblo cántabro, Cortiguera. Es bonito, tranquilo y muy cerca del mar, justo lo que yo necesito para descargarme de mis cosas. Porque, ¿sabes?, todos tenemos historias a nuestras espaldas, y a mí se me olvidan por completo cuando me subo a la tabla.
¿Alguna vez te has planteado hacer surf?
Un beso,
R.
A Lucía se le posó una sonrisa de idiota en la cara; nunca pensó que un correo electrónico podría hacerle levantarse de la cama con ganas de comerse el mundo. Sí, era una tontería, pero probablemente la terapia que necesitaba para liberarse de todas las charadas que tenía en la cabeza. ¿Se estaba volviendo loca? No lo creía; simplemente pensaba que, hablar con un desconocido que no la juzgaba por su vida anterior, la estaba ayudando a liberarse. Probablemente a él le sucedía lo mismo. Sin pasado, sin prejuicios, un hoy y ahora. Y, sobre todo, sin sentirse atado a mentir, por lo menos por parte de Lucía.
Antes de levantarse tecleó:
Hola, Rodrigo.
¿De verdad? ¿Psicología? No creo, seguro que eres mucho más feliz en tu pueblo. Estoy convencida de ello: naturaleza, olor a campo, los atardeceres en el mar… ¡de buena mañana me está entrando una morriña de mar!
Y no, nunca he hecho surf. ¿Acaso me estás invitando a ser tu alumna? (Es broma.)
Bueno, voy a ponerme en marcha, que en un rato me esperan en la oficina y hoy tenemos una presentación para un nuevo cliente. Ya sabes cómo son estas cosas: sonríes, mientes, prometes y luego ves qué ocurre. Vamos, como en las relaciones.
Beso,
B.
Aquella mañana la sonrisa que se había instalado en su cara no se le iba a borrar, no. Tenía muy claro que, pasara lo que pasase, estaría con ella durante todo el día. Se lo merecía, no necesitaba pensar mucho más en su futuro. Lo haría despacito, partido a partido, como decía el entrenador de su equipo, el Cholo Simeone.
Abrió la puerta de su despacho y ¡la primera en la frente! Encontró que, encima de su mesa, alguien había puesto un ramo de flores blancas, amarillas y azules. No entendía mucho el significado de ese regalo, pero estaba convencida de que cada uno de los colores tenía un mensaje enviado por Gonzalo. No podía ser de otra persona. Y no se equivocaba, ya que al acercarse a ellas vio una nota escrita de su puño y letra. «Cuando las palabras no llegan, los símbolos son lo único que nos queda. Gonzalo.»
Leyó una y otra vez la nota. No, no estaba enamorada de él. A pesar de su «lo siento», de su cara de niño, de sus recuerdos juntos. No, no quería volver con él. La sonrisa no se la iba a quitar nadie de la cara. Cogió el ramo y, mientras lo estaba poniendo encima del armario de su derecha, la puerta se abrió abruptamente, dejando entrar a una Lourdes encendida.
—¡Es un hijo de puta! —Cerró la puerta de un golpazo—. Si lo pillo, le corto los huevos.
—Que sí, que vale. Te doy la razón, no quiero nada de Gon...
—A ver, bonita, que el mundo no gira en torno tuyo —le contestó airadamente. Lucía abrió los ojos como platos e inmediatamente fue a contestarle, pero Lourdes se le adelantó—. Lo siento, es que soy una inconsciente, una idiota, una gilipollas. Ése es el resumen —terminó sentenciándose a la par que se dejaba caer en la silla que había frente a la mesa.
—¿Podrías contarme qué ha pasado? —preguntó Lucía.
—Pues que... —Miró directamente las flores—. Oye, ¿quién te ha regalado esas flores pidiendo perdón? —Lucía levantó las cejas a la par que los hombros, dando a entender que se trataba de alguien que las dos ya sabían—. Lo dicho, los tíos son gilipollas.
—Ya, eso lo sabemos. ¿Pero?...
—A lo que voy. No va el anormal de mi ex, me llama porque quiere hablar conmigo de un tema de la casa que aún no hemos vendido, la de la playa —su amiga asentía—, nos vamos a cenar y acabamos borrachos perdidos. Al final, una cosa llevó a la otra, que si los recuerdos, que si lo habíamos pasado muy bien cuando estábamos juntos…
—Vamos, que te acostaste con él —apostilló Lucía.
—Dios mío, sí —Se llevó las manos a la cara, abatida—. Esta mañana seguía en mi cama, durmiendo como si nada. He salido escopeteada de allí, no le he dicho ni adiós. Lo peor de todo es que, al llegar al trabajo, me ha enviado un WhatsApp diciéndome que me ha echado de menos y que, si le digo algo, deja a su mujer para volver conmigo.
—¡La leche!
—Eso he dicho yo. A ver, que me lo he tirado porque yo soy una mujer soltera, sin compromiso —levantó las cejas—, y porque el alcohol hizo de las suyas con una mujer que lleva más de dos meses sin pillar cacho. ¡Pero que no le quiero! De verdad, lo mío es de juzgado de guardia.
—Tranquila, Lourdes —Lucía se acercó a ella—, cualquiera puede cometer errores. Mírame a mí... —señaló las flores—... pero, oye, le sueltas por WhatsApp que cierre la puerta al irse y que ya lo llamarás.
—No, no. Si eso es lo primero que he hecho. Decirle que cierre la puerta al irse para finalizar con un «y la próxima vez que quieras poner los cuernos a tu mujer, ¡paga!».
—Ay, hija, que bestia eres a veces.
—Lucía, que me he sentido engañada, de nuevo, por este imbécil. Que ha ido a polvo fijo, que sabe qué resortes tocar para que me ablande, que yo con cuatro copas de vino me vengo arriba. Eso, unas palabras bonitas, nuestra historia contada con lacitos y ¡hale! Vamos, que tenía ganas de follar y yo era tiro echo. ¡Cabrón!
—Bueno, ya está hecho. Lo has mandado a freír espárragos y santas pascuas. Hoy es viernes, salimos esta noche de juerga para olvidarnos de todo.
—Me parece perfecto. Tan perfecto como que creo que me voy a apuntar a una web de ésas como tú.
—Venga, cada una a lo suyo —dijo Lucía sentándose delante del ordenador para encenderlo; tenía que imprimir unos documentos antes de la reunión.
—Aunque, hablando de webs —a Lourdes parecía que le habían dado cuerda—, ¿cómo va lo tuyo con la búsqueda del hombre perfecto?
—Pues, para decirte la verdad, no sé si he encontrado al hombre perfecto, pero hay alguien que me ha ayudado a abrir los ojos con Gonzalo. En serio, es un tío majo y no le importa escuchar mis problemas. Bueno —rectificó mientras le daba al símbolo de impresión en el documento que ya tenía abierto en la pantalla—, leer en este caso.
—Lo dicho, si encima hay gente maja, me apunto. Decidido. —Se levantó de la silla para marcharse a su despacho—. Te veo en veinte minutos en la reunión.
Tras la vorágine con el tema del nuevo cliente, la reunión en la oficina y todo el lío que conllevó la aceptación de su estrategia global, se subió a su coche para ir a casa. Esa noche iba a ser una de esas memorables, o por lo menos eso era lo que querían que fuera, una buena velada para divertirse y si surgía… Justo cuando ese pensamiento hizo presencia en su mente, una punzada extraña se posó en su estómago. Sintió que estaba «traicionando» a Rodrigo.
—A ver, Lucía —se dijo a sí misma mientras conducía—, céntrate. No conoces de nada a ese hombre. Lo mismo es feo como un orco de las profundidades de la Tierra Media, o un encantador de serpientes y te está mintiendo en todo. Por lo tanto, no debes pleitesía a nadie, y mucho menos a alguien que ni siquiera conoces —terminó diciéndose mientras aparcaba en su plaza.
Miró por primera vez su teléfono personal; de nuevo mil WhatsApps de Gonzalo que desaparecieron a la orden del dedo de Lucía. Llamadas del mismo personaje, que dejaron de existir por obra y arte del mismo apéndice. Y varios correos electrónicos, aunque sólo le interesaba uno, el de Rodrigo.
Hola, Belladona.
No, no es ninguna broma. Me encantaría poder ser tu profesor, suena bien, y enseñarte a practicar surf, parece que el aire libre te gusta tanto como a mí. O eso quiero pensar; eres periodista y eso de la prosa se te da mucho mejor a mí ;)
Por cierto, con lo último que has dicho, lo de las relaciones, no estoy nada de acuerdo contigo. No creo que las relaciones tengan que basarse en mentiras, éstas sólo llevan a crear más haciendo que al final no sepas qué es real y qué no. Así que prefiero una relación sana, sin embustes, basada en la confianza entre dos personas que siempre se dicen las cosas a la cara, pase lo que pase.
Uff, creo que me he puesto un poco intenso.
Sigue en pie mi invitación, cuando quieras damos unas clases de surf.
¿Cuándo?
Beso,
R.
—¡Guau! —fue lo único que salió de los labios de Lucía. Tuvo que releer dos veces el correo, no podía creer que hubiera hombres que prefiriesen dejar las cosas claras a contar mentiras para no tener problemas. Este hombre era una especie en extinción.
No se bajó del coche siquiera, le dio a responder desde el móvil.
Hola, Rodrigo.
Te tomo la palabra, quiero que me enseñes a practicar surf. Hago bastante deporte, pero nunca me he planteado subirme a una tabla en mi vida.
En cuanto a lo del aire libre, en realidad, más que aire libre, lo que soy es una bucólica que adora los atardeceres frente al mar mientras la brisa y las olas avisan de que el sol desaparece para dar paso a la mágica noche… (¿Ésta es una de esas prosas malas de las que hablas que puedo hacer? Ja, ja, ja, ja.) Pero en realidad adoro el mar.
Lo que cuentas sobre las relaciones me sorprende, gratamente, he de añadir. Quizá es que mi experiencia, o mala ídem, me ha enseñado que los problemas se intentan tapar con mentiras piadosas para no dañar a la otra persona y así pasar por alto los defectos. Tal vez ha sido mi mala suerte con las relaciones la que me hace decir este tipo de cosas.
Beso,
B.
Mientras que al principio el hecho de meterse en una de estas webs para conocer hombres se le había hecho anecdótico, ahora se preguntaba qué pasaba con esa necesidad que tenía de mirar una y otra vez el correo electrónico esperando su respuesta. Tal vez era un automatismo creado por su propio cerebro que respondía a la novedad, al hecho de comenzar a conocer cosas nuevas de un completo desconocido que atraía del todo su atención. Y eso, pensó a su vez, estaba bien, porque así ocupaba su mente en otras cosas que no fueran la insistencia de su ex o el trabajo. Sí, estaba bien.