I

La naturaleza de la mente

La mente sigue siendo un gran misterio y, por supuesto, para la mayoría de las personas una gran desconocida. Pero la mente siempre está presente y todo se fundamenta en ella. Es nuestra compañera inseparable y el cerebro es su cuerpo, su vehículo, su órgano físico. Incluso cuando dormimos con ensueños, la mente sigue operando. Es una verdadera fábrica de automatismos de todo tipo. Crea pensamientos conclusos o inconclusos, imágenes, recuerdos y proyectos. Es un río de ideas. La mente es también la que nos permite percibir y percibirnos, conocer, captar, analizar y fantasear. Es una gran fuerza, pero a menudo incontrolada. La mente origina el pensamiento, y este es tiempo y espacio, datos, información, experiencias y vivencias, conceptos y reflexiones.

Hay un adagio en Oriente que reza: «Todo está en la mente». Los más antiguos sabios declaraban que la mente es el mundo y el mundo es la mente, y que la mente es la precursora de todos los estados. De hecho, todo se vive y se experimenta en último término en el escenario de luces y sombras de la mente.

Somos cuerpo y mente. Somos una unidad psicosomática. El cuerpo y la mente deben armonizarse. A veces solo nos ocupamos de atender, cuidar, alimentar y ejercitar al cuerpo, pero descuidamos la mente. Eso es negligencia y necedad, porque la mente es más importante si cabe que el cuerpo y hay que atenderla y entrenarla. El yoga fue el primer sistema en el mundo que aseveró la interrelación e interconexión de cuerpo y mente. Por eso fue el precursor de la ciencia psicosomática. Todo aquello que afecte a la mente repercute en el cuerpo y viceversa. Es sumamente importante armonizar el cuerpo para que este nos procure todas sus energías vitales; armonizar la mente para que nos ofrezca todos sus dones; y sincronizar tan perfectamente como se pueda la mente y el cuerpo para que nos brinden un mayor aporte de vitalidad y poder interior.

La mente puede encadenar o liberar, ser amiga o enemiga, resolver diligentemente las complicaciones o añadir complicaciones a las complicaciones, ayudar o desayudar. Todo depende de en qué medida controlemos o no nuestra mente o en qué medida ella nos controle a nosotros. Son muy pocas las personas que realmente pueden decir «pienso», pues en realidad somos pensados por el pensamiento, y sin embargo, «así como pensamos, así somos».

La mente es la sede de la consciencia. La consciencia es energía y conocimiento. En la mayoría de las personas esta preciosa función de la mente actúa en umbrales paupérrimos; no es verdadera consciencia, sino semiinconsciencia o una consciencia crepuscular, muy pobre. La consciencia nos permite darnos cuenta, captar y captarnos. Nuestro propósito debería ser hacernos cada día más conscientes y así también le daríamos un sentido más pleno a la existencia, un bello propósito, un más profundo significado. La consciencia es la luz de la mente. Si está embotada, percibimos pobremente y nuestro conocimiento es deficiente o erróneo. Sin consciencia no puede disolverse la ofuscación y lograrse la visión clara. En la medida en que entrenamos e intensificamos la consciencia, percibimos con mayor claridad e intensidad y todo adquiere un significado más relevante, pues, como dice el zen: «El color se vuelve más color y el sonido, más sonido».

La ausencia de verdadera consciencia es mecanicidad. La persona vive mecánicamente y todas sus actividades mentales, verbales y corporales están sombreadas por la mecanicidad. La mecanicidad empobrece, roba libertad interior, disipa las mejores energías, embrutece y ofusca. La sociedad vive en un estado consensuado de mecanicidad, en una especie de sonambulismo psíquico, donde la consciencia se torna lerda, abotargada, insensible, fea.

La mente es inestable e insegura. Está sumamente condicionada y eso la limita y esclaviza. Una mente así no es de fiar y no reporta bienestar ni mucho menos plenitud. Es la mente ingobernada que no es provechosa anímicamente y causa muchas dificultades, mucha neurosis, mucha ceguera espiritual. Buda declaraba:

No conozco, monjes, ninguna otra cosa que sea tan ingobernable como una mente no desarrollada. En verdad que una mente no desarrollada es ingobernable.

No conozco, monjes, ninguna otra cosa que sea tan gobernable como una mente desarrollada. En verdad que una mente desarrollada es gobernable.

No conozco, monjes, ninguna otra cosa que proporcione tanto sufrimiento como una mente no cultivada y no desarrollada. En verdad que una mente no cultivada y no desarrollada proporciona sufrimiento.

No conozco, monjes, ninguna otra cosa que proporcione tanta felicidad como una mente cultivada y desarrollada. En verdad que una mente cultivada y desarrollada proporciona felicidad.

La mente es desarrollable y perfeccionable, del mismo modo que la consciencia puede evolucionar. Si la persona desea mayor bienestar y armonía, una consciencia más clara y lúcida, un entendimiento correcto y una sana afectividad, debe entrenar su mente para desarrollarla, sanearla y procurarle sosiego y lucidez. Todo ello no se obtiene gratuitamente, sin esfuerzo. El yoga nos enseña a controlar las ideas en la mente y a poder inhibirlas de tal modo que en la profundidad de la mente silenciosa se manifieste la luz del ser interno. Se trata de aprender a pensar y a dejar de pensar. Cuando hay que pensar, piensa; cuando no, vive. La mente, cuando está incontrolada, se interpone como un grave obstáculo en la senda hacia el sosiego y la armonía. Hay un cuento muy significativo sobre la mente.

Cuatro almas iban a encarnar y Dios se reunió con ellas para preguntarles qué deseaban para su siguiente existencia. Una de ellas se adelantó, aseverando:

—Señor, yo deseo riqueza, mucha riqueza. Quiero ser una persona muy rica.

Otra alma dijo:

—Deseo tener poder, ser muy poderosa.

La tercera alma declaró:

—Lo que verdaderamente quiero para mi próxima vida es recorrer toda la tierra, conocer muchas gentes, visitar todos los rincones.

La cuarta alma se quedó pensativa y silenciosa. Dios le preguntó:

—Bueno, ¿y tú qué deseas?

El alma respondió:

—Solo una cosa, Señor, una buena mente.

A cada persona compete ir desarrollando, transformando, saneando, reeducando y ejercitando su mente. Nadie lo puede hacer por otro pero contamos para ello con un cúmulo extraordinario de enseñanzas y métodos, puesto que el problema de todo ser humano ha sido su mente incontrolada, esa mente que es una mentira y que el gran místico Kabir denominaba un fraude, declarando, a propósito de ella: «Es como una casa con un millón de puertas». Esa mente es la que hay que disciplinar, aprender a dirigir, poner al servicio del bienestar propio y ajeno, potenciar sus energías larvadas y hacer que dé lo mejor de sí misma.

La mutación de la mente no es fácil, pero es necesaria para poder actualizar sus potenciales e irla liberando de sus trabas y engaños. El trabajo sobre la mente debe ser disciplinado y paciente, porque hay muchos condicionamientos y frenos que hay que ir eliminando. En esa senda de la transformación mental se encontrarán escollos, pero también grandes aliados. En todo momento hay que tratar de no perder la motivación para evitar desfallecer. Es un trabajo para drenar lo más nocivo de la mente y potenciar lo más beneficioso. En la mente hay tendencias sanas y tendencias insanas. Mediante la vigilancia, la persona descubre unas y otras y va encargándose de estimular las sanas y constructivas y de debilitar las insanas y destructivas.

La mente es una fuente de desdicha hasta que no se sanea y desarrolla convenientemente. De acuerdo a los antiguos sabios de la India, hay tres clases de sufrimiento:

1. El sufrimiento inevitable que alcanza a todos los seres y es universal, como la enfermedad, la vejez, la muerte, la separación de seres queridos y tener que soportar a seres aviesos. Incluso este sufrimiento será mayor o menor dependiendo del grado de ecuanimidad, entendimiento correcto y fortaleza interior.

2. El sufrimiento que nace de la mente condicionada y desordenada y que bien puede evitarse en cuanto la mente se transforma y se reorganiza, superándose muchos de sus engaños, tendencias nocivas, heridas psíquicas, complejos, traumas, frustraciones, patrones y esquemas.

3. El sufrimiento que unas personas causan a otras criaturas, ya sea por negligencia o perversidad, y que también es superable en la medida en que la mente cambie y se torne lúcida y compasiva.

Mucha desdicha viene dada por descuido, entendimiento incorrecto, ofuscación, reacciones insanas y anómalas. La mente ordinaria está carente de tranquilidad y de visión clara y sin ambas no puede haber verdadera dicha. Hay que limpiar la mente de impurezas, hábitos psíquicos negativos y reacciones emocionales nocivas.

En cualquier caso, siempre es necesario el dominio de la mente, que consiste en ir aprendiendo a tener la mente sujeta, saber canalizarla debidamente, entrenarla en la concentración y conseguir, en suma, que sea dócil, bien adiestrada y fiable. Una mente así engendra bienestar, pero una mente incontrolada y mal canalizada produce dolor. Por ello Buda especificó:

No conozco ninguna otra cosa que cause tanto perjuicio como una mente sin domar, descuidada y descontrolada. En verdad, una mente así causa gran perjuicio.

No conozco ninguna otra cosa que cause tanto beneficio como una mente domada, vigilante, protegida y controlada. En verdad, una mente así causa gran beneficio.

La mente, por fortuna, no es una película filmada a la que nada se pueda añadir o cambiar en ella. La mente es modificable y la persona puede ir cambiando sus actitudes impropias en actitudes convenientes, logrando que no se agite ni se deje dominar por reacciones desmesuradas y pensamientos nocivos. Pero todos hemos sido durante muchos años muy displicentes con respecto a la mente y hemos dejado que los pensamientos incontrolados se produzcan sin cesar, con lo que no solo neurotizan más la mente, roban la paz interior y el equilibrio, sino que sustraen energía y fortaleza. Si algo urge, es ponerse manos a la obra para reeducar la mente y sus funciones, para conocer sus mecanismos neuróticos y tratar de solventarlos. La mente se ha tornado tan inmadura y descontrolada que siempre está donde no debe estar, acarrea todo tipo de negatividades, se preocupa más de lo que debe preocuparse, rechaza lo que es y anhela lo que no es, engendra fricción y conflicto y se deja arrastrar a menudo por sus tendencias nocivas. Una mente así puede convertirse en un infierno y, cuando menos, sus incontrolados automatismos se interponen entre el que ve y lo visto, falseando tanto la percepción como la cognición. ¿A quién puede gustarle una mente así? Y si la mente no nos gusta, tendremos que cambiarla, máxime habiendo todo tipo de enseñanzas y métodos para ir lográndolo y poder hacer de ella una herramienta precisa, cuerda y solvente para nuestro devenir existencial. Y no una que se interponga continuamente en nuestro proceso de madurez. En tanto la mente no se transforme, engendrará continuamente los cinco obstáculos más básicos a los que se refiere el yoga:

1. La ignorancia fundamental, que es la densa niebla de la mente, la nesciencia, que ofusca el entendimiento, crea apego encadenante sin límite, distorsiona el discernimiento y crea el fenómeno de tomar lo puro como impuro y lo impuro como puro, lo esencial como insustancial y lo insustancial como esencial; origina todos los engaños de la mente y ese otro fenómeno que es el de la sobreimposición, que falsea la percepción y por tanto la acción, como la persona que confunde una soga con una serpiente y se espanta. Esa ignorancia fundamental lleva a la persona a la trivialidad y la superficialidad, a consumir su vida en actividades inútiles, al aferramiento y al odio, a la falta de visión cabal y penetrante que libera. Es labor del aspirante tener que poner término a esa nesciencia para que puedan surgir la lucidez y la sabiduría, pues de otro modo se vive en imágenes y proyecciones, pero no en lo real, sino en las fantasmagorías de la mente. Una de las historias más elocuentes en este sentido es la de la paloma. He aquí que una paloma, al amanecer, se cuela en un templo de la India cuyas paredes son espejadas. El sacerdote ese amanecer ha colocado una rosa en el santuario y esta se refleja innumerables veces en las espejadas paredes del templo. La paloma, tomando los reflejos por la realidad, comienza, en su afán por oler la rosa, a lanzarse sobre una y otra pared, hasta que su frágil cuerpo revienta y, muerta, cae entonces sobre la rosa verdadera. Esa es la rosa del conocimiento, y si perseguimos reflejos no llegaremos a ella y encontraremos la muerte del interior. La ignorancia básica es la que engendra los otros grandes obstáculos, que entroncan en la misma. Es causa de sufrimiento propio y ajeno.

2. El egotismo, que es el desarrollado sentido del ego y que identifica a la persona con su personalidad y con lo adquirido, poniéndola de espaldas a su realidad verdadera. Volveremos sobre el egotismo, que es un grave impedimento en la marcha de la autorrealización, en otro apartado.

3. El apego, que es el aferramiento a las sensaciones agradables y que crea adicción, servidumbre y desdicha.

4. La aversión, que es un sentimiento y actitud de rechazo a lo que resulta ingrato o desagradable y que si no se controla se torna rabia, resentimiento, odio y violencia. Analizaremos más adelante y con mayor atención el apego y la aversión, que entroncan en la ofuscación y son tendencias del ego.

5. El anhelo o apego de supervivencia egocéntrica, que es el desmesurado afán porque el ego o individualidad sigan existiendo siempre. El ego de tal modo se desmesura, ya que su voracidad de ser le lleva a aferrarse a la inmortalidad.

En la búsqueda del bienestar mental y emocional es imprescindible ir purificando la psiquis, desarrollando el discernimiento claro o correcta discriminación, transformando los nocivos hábitos mentales y haciéndole tomar a la mente, siempre que sea posible, la dirección correcta. En el Yoga Bhasya se nos dice:

El curso de la mente fluye en dos direcciones. Fluye hacia lo bueno y fluye hacia lo malo. El curso que se inicia con el discernimiento y finaliza en la liberación, fluye hacia lo bueno. El que se inicia sin discernimiento y finaliza en lo fenoménico, fluye hacia lo malo.

Si la mente no se sanea y se pone bajo control, es causa de esclavitud y limitación. Cuando el discípulo acudió al maestro y le preguntó:

—¿Me puedes ayudar a liberarme?

El mentor repuso:

—¿Y quién te ata sino tu propia mente?

Una mente con entendimiento ofuscado, que produce apego y aborrecimiento, es egocéntrica y se deja fácilmente abatir, es una mente que causa servidumbre. No es una buena mente. No es una mente de fiar. ¿Qué se puede esperar de una mente así? Crea problemas propios y ajenos, es fuente de desdicha. Por eso todas las tradiciones orientales insisten en la necesidad de aprender a conocer, regular, dominar y dirigir bien la mente. En el Dhammapada podemos leer: «Esta mente voluble e inestable, tan difícil de gobernar, la endereza el sabio como el arquero la flecha». Y también: «Es bueno controlar la mente: difícil de dominar, voluble y tendente a posarse allí donde le place. Una mente controlada conduce a la felicidad. […] La mente es muy difícil de percibir, extremadamente sutil, y vuela tras sus fantasías. El sabio la controla. Una mente controlada lleva a la felicidad».

La mente exuda sus arabescos y nos identificamos con ellos y nos los creemos, condicionándonos. Tomamos la forma de aquello que la mente piensa porque no somos capaces de distanciarnos y desidentificarnos de los procesos mentales, verlos sin que nos afecten y erradicar los improcedentes para seleccionar los procedentes. No sabemos desenvolvernos con la mente y por eso labra tanto malestar propio y ajeno. Por otro lado, la mente está siempre agitada, como una banderola movida por el vendaval. Esta agitación viene dada por sus condicionamientos inconscientes, el deseo y la aversión, el miedo, el ego y las emociones negativas. En las técnicas orientales de autorrealización se valora, sobre todo en el yoga, el aquietamiento de la mente, no solo porque produce una rica experiencia de sosiego, sino porque aporta claridad, cordura, visión profunda y transformación. La mente sosegada conduce a la mente clara que llega a la mente contenta, lúcida y compasiva. Hay que renunciar al apego y a la aversión, instalarse en el poder del observador, liberarse paulatinamente de las emociones nocivas, erradicar las raíces de lo insano (ofuscación, avidez y odio), saber frenar el pensamiento o dirigirlo. En el precioso texto llamado Yoga Vasishtha se nos dice: «El demonio de la mente, una vez despierto, causa sufrimiento. Para experimentar el infinito gozo es preciso aquietarlo enérgicamente […]. La agitación de la mente se llama ignorancia. Destruye por medio del discernimiento lo que son simplemente tendencias subconscientes».

Todas las técnicas de las diferentes modalidades de yoga tienden a procurarle sosiego a la mente, neutralizando, además, la influencia de los órganos sensoriales y abriendo el camino hacia la fuente de la mente, donde hay un espacio de calma y silencio. Las técnicas psicosomáticas, además, inhiben los automatismos mentales y facilitan el acceso a lo que los yoguis denominan unmani o no mente, un tipo de mente libre de ideaciones y que los taoístas llaman wu-nien, no pensamiento. Esa mente silenciosa y profunda, no sometida a los pares de opuestos o contrarios, es mucho más fecunda, estable e intuitiva que la mente ordinaria, tan ruidosa y dispersa.

El entrenamiento mental va conduciendo al dominio sobre ella misma, pudiendo evitar que se pose donde quiera y dirigiéndola hacia donde sea oportuno. Hay que tomar lo mejor y dejar lo peor de ella. Sus vagabundeos se van frenando mediante el esfuerzo bien encauzado, la atención y la vigilancia a la mente misma. Así se van eliminando numerosas ataduras y, en la medida en que se van superando las contaminaciones mentales, una nueva energía de claridad, precisión y cordura, eclosiona. Es un trabajo arduo porque hay que reorganizar la mente en un plano distinto y liberarla de condicionamientos y grilletes como el miedo, la ira, el odio, el apego y otros, además de ir desmantelando la densa estructura del ego. El ego es un gran obstáculo en la senda de la madurez emocional y la evolución de la consciencia.

El arte de pensar y dejar de pensar

No es fácil saber pensar; menos quizá dejar de pensar. Hay tres tipos de pensamiento:

1. El mecánico, constituido por todos los automatismos de la mente, y que es una corriente de ideas inconclusas, alborotadas, confusas y difusas. Es el comúnmente llamado charloteo mental. A veces se presentan temores, obsesiones, todo tipo de incongruencias e incertidumbres. Es, con el pensamiento incorrecto, causa de malestar, y se convierte en un ladrón del sosiego y la dicha.

2. El pensamiento incorrecto, que es aquel que abona todo tipo de negatividades, se extravía en memorias nocivas y expectativas inciertas de futuro o fantasías dolorosas, se pone al servicio de emociones insanas como el odio, la avidez, el resentimiento, la ira y otras. Es un pensamiento ofuscado y ausente de entendimiento correcto, lucidez y sabiduría, muy condicionado por las denominadas raíces de lo insano (ofuscación, avidez y odio).

3. El pensamiento correcto, que es el que se orienta constructivamente y se inspira en la lucidez, la generosidad, la visión clara y el entendimiento correcto. Es un pensamiento guiado por las raíces de lo saludable y beneficioso (discernimiento claro, compasión y generosidad).

La labor de la persona en su anhelo por encontrar el equilibrio psíquico y la madurez emocional consiste en tratar de potenciar el pensamiento correcto y, asimismo, aprender a despojarse del pensamiento cuando este no sea necesario y no dejar que interfiera entre el observador y lo observado, porque entonces no hay una visión directa y transformativa de lo observado ni es posible ir más allá de la superficie y obtener una experiencia más íntima, profunda y reveladora.

Las diferentes técnicas de meditación enseñan a estabilizar la mente, inhibir el pensamiento, reforzar al máximo la atención mental pura (libre de juicios y prejuicios) y purificar la percepción.

En la medida en que se aprende a pensar, es decir, a hacerlo lúcida, reflexiva y controladamente, el pensamiento es menos alambicado, más directo, preciso y dilucidador, y no se extravía la persona en inútiles «racionalizaciones» que no conducen a ninguna parte y que son como lavar manchas de tinta con tinta.

Los condicionamientos de la mente

No es este un tema fácil de comprender, pero en la medida de lo posible lo expondremos de la manera más clara y concisa, o sea, bien entendible, ya que es de suma importancia y porque son los condicionamientos de la mente los que la lastran, neurotizan y debilitan.

Hay un término sánscrito muy significativo y de difícil traducción: samskara. Se puede traducir como latencia, impregnación subliminal, impresión o huella del inconsciente o, por su poder condicionante, como condicionamiento. Son esas impresiones del inconsciente que con sus hilos invisibles pero muy poderosos determinan las conductas mental, emocional, verbal y corporal de la persona, hasta tal punto que cuando un discípulo le preguntó a su mentor:

—¿Soy libre?

El maestro repuso:

—Si dejas el ego de lado, comenzarás a serlo.

En tanto no lo vamos debilitando y superando, y con ello los condicionamientos, nos brinda libertad ficticia. Esos condicionamientos subterráneos crean todo tipo de tendencias, inclinaciones y predisposiciones, y a veces son tan profundos que resulta muy difícil erradicarlos, mientras que los menos repetitivos e intensos son más fáciles de debilitar y aniquilar. De la misma manera que una bandera se mueve debido al viento, la mente es agitada por estas impresiones subliminales, que configuran el carácter y personalidad del individuo. Del mismo modo que el agua de un río viene impulsada por el agua anterior, estas huellas del inconsciente, siendo dinámicas, están promoviendo las tendencias de la mente, muchas de ellas insanas. Para poner otro ejemplo, así como vemos en un río lo que llamamos una olla en la superficie del agua, pero es debida a corrientes subterráneas, estos condicionamientos están tintando todas las reacciones psicomentales de la persona y determinándolas. Nadie es libre si no es capaz de ir superando esos condicionamientos y agotando su impulso. Para ello hay que ejercitarse en

— la atención consciente, que percibe directamente y libre de prejuicios y conceptos;

— la actitud de ecuanimidad, que impide las reacciones, retroalimentando esos condicionamientos y permitiendo que su impulso se vaya agotando;

— el esfuerzo y la energía o firme determinación para resistirse a la identificación con dichas tendencias y mantenerse en un estado de inafectación y sosiego.

Hay diversos grupos de condicionamientos, entre los que destacan los evolutivos y los psíquicos. Además estarían los condicionamientos del entorno, pero esos son mucho más fáciles de descubrir y sustraerse a su nociva influencia. El condicionamiento o samskara revierte como tendencias o inclinaciones, muchas de las cuales el individuo no logra comprender o no consigue, aunque se lo proponga, frenarlas: tal es la fuerza del samskara. Téngase bien presente que una mente es tanto más libre, independiente y sana, cuanto más liberada esté de condicionamientos y, por tanto, de tendencias compulsivas.

Para ir debilitando o eliminando muchos de esos condicionamientos es necesario cultivar la atención y la ecuanimidad. Cada vez que una persona frena sus reacciones, logra desactivar sus samskaras y va resolviendo la energía del impulso. La no reacción, o mirar inafectado, es necesaria y consigue que el samskara se manifieste, pero la persona no lo «remacha» o reimpulsa, por lo que, si así lo hace, lo va resolviendo y va cambiando la actitud mental y hay una reorganización de la psiquis, y se aprende a estar en la respuesta viva y no en la reacción mecánica o neurótica.

Cuando los samskaras reaccionan como impulsos, tendencias, inclinaciones o reacciones de cualquier orden, el secreto está en no reaccionar o no dejarse identificar tanto por la reacción, para irla debilitando y aprender a separarse consciente y ecuánimemente de la misma. Pero pongamos un ejemplo práctico. Una persona tiene tendencia a la ira. El samskara de la ira se manifiesta como una ola que toma al individuo, lo arrebata y le hace perder el juicio correcto y la presencia de sí. Pero si reacciona al samskara de la ira y la persona percibe, mediante la autovigilancia y la atención pura, que está surgiendo y logra «separarse» del mismo y aplicar la ecuanimidad o no reacción, al no identificarse con esa ola de ira, esta viene y pasa, sin arrebatar ciegamente a la persona. Es como si a uno le lanzan una pelota, la esquiva, no la reimpulsa dándole con el pie y esta se detiene al agotar su impulso. Aprender a desidentificarse, estando bien atento en el observador, es un modo de eliminar una gran masa de condicionamientos y conseguir mucha libertad interior. Por el contrario, reaccionar desmesuradamente e identificarse es como si un clavo está saliendo y se remacha, con lo que se suman samskaras sobre samskaras y cada día los condicionamientos aparecen en mayor cantidad y con mayor fuerza, configurando un cerrado circuito de consciencia repetitiva. Hay que ir descubriendo en la mente el proceso de reacción que tanto nos perjudica, nos hace sufrir y fortalece los condicionamientos. Otro ejemplo: si a una persona la insultan, puede tomar el insulto sin reaccionar desmesuradamente o puede seguir días y días recordándolo, sintiéndose despreciada, humillada, herida, queriendo vengarse, resintiéndose, etc., y no hace otra cosa que procurar energía al samskara. Como el que en lugar de debilitar un fuego lo activa con más leña o el que teniendo sed come pescado en salazón.

Los condicionamientos encadenan la mente y la hacen tomar direcciones equivocadas, pudiendo llegar a tintar de tal manera la psiquis del individuo que a su vez condicionan toda su personalidad. No es fácil entender la dinámica de los samskaras, pero lo esencial es que la persona que está en el mejoramiento de su mente y su calidad de vida psíquica entienda que el mejor medicamento es una visión lúcida y el entrenamiento en la ecuanimidad, que hará que la persona sea más consciente y a la vez más libre de sus impulsos subliminales y sus conductas compulsivas.

Los cuatro planos de la mente

La mente se mueve generalmente en tres planos, aunque hay un cuarto plano que se puede ir alcanzando en la medida en que se adiestra la mente, se frenan los pensamientos, se desenraízan los condicionamientos y se logra conectar con la mente más profunda y libre de ideaciones.

Los tres planos en los que en general se mueve la mente son: el sueño con ensueños, el sueño sin ensueños y el estado de vigilia. El cuarto plano, que hay que conseguir mediante la evolución consciente y la transformación interior, es el de consciencia despierta, una dimensión de consciencia mucho más allá de la consciencia ordinaria y que aporta otra manera de percibir, conocer y ser. Ese estado de consciencia despierta procura un tipo de conocimiento especial muy superior al meramente intelectual, que está basado en pares de opuestos (frío-calor, amargo-dulce), puesto que opera más allá del pensamiento binario y conceptual y puede ofrecer respuestas intuitivas y vivenciales vedadas para el pensamiento común y la consciencia ordinaria.

Todas las técnicas de autorrealización de Oriente pretenden que el aspirante trabaje sobre sí mismo para ir consiguiendo esa dimensión tan especial de consciencia que reporta la sabiduría.

Aun si uno no llegara a esa dimensión tan elevada de consciencia, por lo menos puede ir aproximándose a la misma y tratar de ese modo de modificar muchas actitudes que roban la libertad interior y la paz del espíritu.

Las fases de la mente

La mente va pasando por distintas fases desde que la persona nace. Hay tres fases que todas las personas van consiguiendo y una cuarta fase que se logra mediante el entrenamiento, pero que todo aspirante puede ir logrando si se lo propone con los ejercicios necesarios para ello.

La primera fase es la del niño muy pequeño. La mente está dispersa por completo, sin apenas todavía conceptualizaciones, sin ninguna capacidad para fijarse y siendo muy volátil. Cuando el niño va creciendo la mente comienza a ser más conceptual, sigue siendo muy dispersa, pero hay períodos de fijación y concentración. La mente del adulto, la tercera fase, está más condicionada, cuenta con más elaboraciones y el bagaje cultural, psicológico e intelectual la hace, a la vez, dispersa y concentrada, si bien por lo general es más bien dispersa; es una fase en la que la mente es inestable y estable, aunque imperan mucho más los períodos de inestabilidad.

Vamos ahora a lo que interesa con carácter práctico. Con el suficiente ejercitamiento, la mente inestable se puede tornar mente estable, la mente dispersa, mente unificada. Mediante la vigilancia, el esfuerzo, los ejercicios convenientes y la práctica asidua, la persona puede ir consiguiendo una mente menos fragmentada y mucho más organizada y una consciencia más unidireccional, intensa, penetrativa y reveladora. Se gana entonces la fase de mente controlada o estable, donde la persona se va convirtiendo en soberana de su órgano psicomental y consigue que, en lugar de funcionar tan dispersamente, opere de manera más concentrada. Esta unificación de la consciencia es muy valiosa en todos los órdenes, porque la mente aprende a fijarse y penetrar en el objeto de la atención, estando más prevenida contra la dispersión, la superficialidad y el inútil charloteo. Los automatismos, muchos de ellos, se superan, y la consciencia logra estabilizarse en lo que se propone. Se va conquistando el control de los pensamientos, previniéndose la dispersión y pudiéndose unificar la corriente de la mente. Todo ello, además de reportar un conocimiento mucho más fiable, que favorece la acción más diestra, previene contra la agitación, la neurosis, la dispersión mental y el desorden emocional.

La mente concentrada es mucho más poderosa que la mente dispersa. Toda fuerza canalizada (agua, calor, luz) gana en poder, y la mente no es una excepción. Donde la mente concentrada puede llegar, jamás podrá hacerlo la dispersa; donde puede penetrar, nunca lo conseguirá la mente fragmentada. La concentración es muy valiosa en todas las cuestiones de la vida y es signo de estabilidad mental. Decía Santideva: «Para vencer todos los obstáculos, me entregaré a la concentración, sacando la mente de todos los senderos equivocados y encauzándola constantemente hacia su objetivo».

La mente dispersa es caldo de cultivo del atolondramiento, la superficialidad, la ausencia de control y autovigilancia, la desdicha y la confusión. Causa daño propio y ajeno, oscurece la percepción y distorsiona la cognición, elabora toda suerte de temores infundados y crea vacilación y debilidad. Si la mente está dispersa, uno será muy poco reflexivo al hablar y al actuar, y se arrepentirá a menudo de lo dicho o hecho. La consciencia unificada engendra estados de perspicacia mental, en tanto que la dispersa provoca los de oscuridad y confusión.

Inconsciencia, consciencia y supraconsciencia

La mente se ha comparado a un iceberg: nueve partes sumergidas y una en la superficie. El trasfondo o trastienda de la mente es el inconsciente, todo el material que está sumergido, pero que es muchas veces particularmente activo, aunque desordenado, caótico e incoherente, formando en la persona, en su subconsciente, un núcleo de confusión que perturba anímicamente, crea compulsión, desdicha y neurosis. En ese trasfondo de la mente hay todo tipo de condicionamientos (samskaras), mucha incongruencia y antagonismos, represiones y conflictos sin resolver. Hay que drenar, ordenar, reorganizar el inconsciente para que no sea un enemigo de la persona ni un obstáculo, sino que se convierta en aliado y reporte su sabiduría y no su ofuscación. Precisamente, muchas técnicas de meditación son para erradicar los condicionamientos y atravesar ese núcleo de caos y confusión en el inconsciente para conectar con la mente clara y profunda, silenciosa e impersonal.

La consciencia está presente en el estado de vigilia, aunque la mayoría de las personas están en un estado de semiconsciencia o consciencia crepuscular, con lo que la consciencia es débil, poco perceptiva, difusa y tendente a la mecanicidad. Del mismo modo que hay que trabajar sobre el inconsciente para purificarlo y reordenarlo, hay que trabajar con la consciencia para desarrollarla y conseguir los frutos que una consciencia bien intensificada y desplegada aporta: sosiego, intensidad, lucidez, autodominio, vitalidad, energía, atención de sí y, por tanto, contramecanicidad.

La consciencia altamente desarrollada da lugar a la supraconsciencia o consciencia que ha sobrepasado la consciencia ordinaria. También se le llama a ese estado tan especial, mente supramundana, consciencia despierta o consciencia iluminada. La consciencia totalmente despierta, que es la propia de un ser liberado, es un estado que se ha venido designando con diferentes términos según las distintas escuelas de sabiduría de Oriente. Unos la han denominado savikalpa-samadhi, otros prajna o moksha, otros mukti o satori o nirvana. Es un estado en el que las raíces de lo insano se han erradicado y ha surgido un tipo muy especial de sabiduría liberadora. Ese estado es tan especial y está tan lejos de la mente conceptual, que es indefinible con palabras y ni siquiera asible a la lógica ordinaria. Es el estado de la mente liberada o iluminada, donde el ego se ha debilitado hasta su límite. Como no hay manera de definir ese estado con palabras, Buda, a propósito del nirvana, dijo:

Hay algo sin tierra, ni agua, ni fuego ni aire, sin espacio ilimitado, sin consciencia ilimitada, sin nada, sin estado ni de percepción ni de ausencia de percepción; algo sin este mundo ni otro mundo, sin luna ni sol; a esto yo lo llamo ni ir ni venir, ni estar, ni nacer ni morir; no tiene fundamento, duración ni condición. Eso es el fin del sufrimiento.

Y también declaraba:

Hay algo no nacido, no originado, no creado, no constituido. Si no hubiese ese algo no nacido, no creado, no originado, no constituido, no cabría liberarse de todo lo nacido, originado, creado y constituido. Pero puesto que hay algo no nacido, no originado, no creado, no constituido, cabe liberarse de todo lo nacido, originado, creado y constituido.

Y con referencia a ese estado supraconsciente y supramundano, el Anguttara Nikaya nos indica: «Eso es paz, es sublimidad, el acabarse de todo lo constituido, el abandono de los fundamentos de la existencia, el desvaimiento y aniquilamiento del deseo, el nirvana».

Todos los maestros han insistido en la posibilidad de ganar ese estado supremo de la consciencia que reporta libertad interior, sosiego, sabiduría y genuina compasión. Así como la consciencia ordinaria es el escenario del placer y del dolor, en el estado de supraconsciencia solo hay dicha profunda. Por ello han proporcionado, tales grandes seres, enseñanzas y métodos para poder ir sobrepasando la consciencia ordinaria y recobrando la consciencia más alta o supraconsciencia.

La mente nueva y otra manera de percibir y ser

La mente vieja es la que acarrea, es un trasfondo de innumerables e inservibles cachivaches. Esa mente causa pesadumbre, dolor, y evita la verdadera creatividad, la frescura y el incesante aprendizaje existencial. Es un fardo, un cementerio, un reservorio de material incoherente y confuso que, empero, se impone a la persona y la arrastra mecánicamente. La mente vieja es la que está atiborrada de modelos, patrones, condicionamientos, complejos, frustraciones, adoctrinamientos, vivencias pretéritas, traumas y todo tipo de reacciones a las experiencias. Esa mente vieja provoca memorias negativas que perturban a la persona y detienen su proceso de evolución. No es lo mismo la memoria factual o de datos, siempre necesaria, que la memoria psicológica, que a veces sabotea la realidad presente del individuo, ensombrece su ánimo y distorsiona su percepción. Todo ello es causa de estados mentales y emocionales aflictivos y perturbación.

La mente nueva es la que a cada momento surge, se renueva y no está siempre aferrándose. Sabe digerir, no se estanca, fluye y está en apertura, es como el cielo, que por muchas flechas que le lances no se deja herir, es flexible y permeable, dúctil y lúcida, sin heridas, renovándose a cada momento, siempre perceptiva. Una mente tal es la que nos permite seguir en el aprendizaje de la existencia, estar en lo que es y no en lo que fue o pueda ser, liberarse de preocupaciones y obsesiones inútiles, sacar aprendizaje de las experiencias frustrantes pero no sentirse frustrada, ser despejada y pura, clara y ecuánime. Es la mente por la que hay que trabajar para que la calidad psíquica y emocional mejore y se estabilice y para que cada situación de la vida adquiera un nuevo sentido. Esa mente nueva es la que modifica actitudes, del mismo modo que el cambio de actitudes lo va propiciando, y logra que obtengamos una nueva manera de percibir (mucho más intensa y clara) y un nuevo modo de ser.

Como la serpiente muda su piel y por eso siempre está lustrosa, debemos evitar el estancamiento de la mente, los surcos repetitivos de consciencia, las reacciones emocionales cosificadas y los ancestrales hábitos psíquicos.

No es nada fácil desembarazarse del fardo de la mente vieja, con todos sus automatismos y heridas, con sus tendencias estereotipadas y sus inclinaciones mecánicas. No tenemos que pasar por alto que la mente es un resultado o producto y que en ella hay una gran acumulación de materiales de los que hay que irse liberando, para que no oscurezcan la visión, falseen la percepción e impidan el conocimiento verdadero.

El adiestramiento de la mente

Desde muy antaño muchos seres humanos se percataron de la dificultad que surge de la mente misma y de cómo esta crea estados aflictivos. La mente está agitada, es indócil, origina inútil sufrimiento que bien se puede evitar (como muestro en mi obra Evitar el sufrimiento), engendra conflictos, susceptibilidades y contradicciones de todo tipo y abona emociones nocivas, recuerdos dolorosos, tensiones y desasosiego. Una mente así es necesario transformarla y conseguir que adquiera otras actitudes y enfoques más saludables. Las psicologías de la realización de Oriente nos han procurado enseñanzas y métodos para que la mente se desarrolle, purifique y estabilice; métodos de entrenamiento mental para modificar los viejos modelos de pensamiento y obtener una visión más clara y transformadora. En la mente hay un lado constructivo y otro destructivo, sano uno e insano el otro, y mediante el trabajo sobre la mente la persona debe sanearla y potenciar su lado saludable y debilitar el que no lo es, para que la mente pueda tomar la dirección correcta y proporcionar certidumbre y sosiego en lugar de zozobra y ansiedad.

La disciplina o entrenamiento mental ha sido apoyada por todos los grandes maestros de la mente realizada porque es la manera de aprender a ponerla bajo control, purificarla, ordenarla y protegerla de nocivas influencias externas o de sus propios condicionamientos.

El ser humano es una organización psicosomática y el verdadero equilibrio y la auténtica salud emocional pasan por armonizar el cuerpo, las energías, la mente y el sistema emocional. Todo ello representa el llamado trabajo interior, que se lleva a cabo para cultivar el verdadero bienestar integral, actualizar todos los recursos internos, evolucionar conscientemente y conseguir poner los instrumentos existenciales al servicio de la evolución y el progreso espiritual. Cuanto más armonizados estén el cuerpo, las energías, la mente y el sistema emocional, mucho más plena se sentirá la persona y estará incluso infinitamente más preparada para poder mantener su equilibrio y sosiego, aun en las circunstancias más adversas o los imprevistos más ingratos.

El control de los pensamientos

El pensamiento mecánico es confusión y roba energía y libertad interior; el pensamiento nocivo es insano y crea malestar propio y, si se pone en marcha, ajeno. Hay que adiestrarse en el control de los pensamientos y aprender a pensar de una manera correcta y constructiva y a saber tener los pensamientos bajo control y poder desidentificarse de ellos o erradicarlos.

Hay que seguir cuatro métodos con respecto al control de los pensamientos.

1. Mirar inafectado: consiste en observar los movimientos de la mente y todos sus pensamientos y procesos desde cierta «distancia», desidentificándose y sin aprobar ni desaprobar, con máxima ecuanimidad.

2. La erradicación de los pensamientos: estriba en cortar el pensamiento en su propia raíz, es decir, no permitir que los pensamientos se procesen o fluyan, configurando el charloteo mental o el discurso. Así se va aprendiendo a frenar el pensamiento inútil o perjudicial.

3. Ignorar los pensamientos: la persona hace lo que proceda hacer, sin dejarse arrebatar por los pensamientos, dejándolos pasar, pues igual que las nubes no arrastran el cielo tras sí, tampoco hay que dejarse llevar por los pensamientos.

4. Combatir los pensamientos negativos mediante el cultivo de los opuestos: del mismo modo que la oscuridad es ausencia de luz, a menudo los pensamientos negativos son ausencia de los positivos. Hay que ejercitarse en combatir los pensamientos negativos cultivando sus opuestos, los positivos. Si el pensamiento es de odio, cultivar el de amor; si es de ira, de templanza; si es de codicia, de generosidad. Era Buda quien declaraba: «Oponte a la ola de pensamientos negativos con una ola de pensamientos positivos».

El cuidado de la mente

La mente es un terreno que hay que saber abonar. Hay que cuidar la mente, con mayor razón que se cuida el cuerpo, y procurarle sus vitaminas y nutrientes. La mente debe ser limpiada y renovada, despojarse de mancillas y tóxicos, tener un buen alimento. La persona que aspire a la armonía mental tendrá que poner todas las condiciones que pueda para conseguir una mente más sana y madura. El sabio Patanjali aseguraba:

La serenidad de la mente se obtiene a través de la benevolencia, la compasión, el contento y la ecuanimidad con respecto a la felicidad o la desgracia, el mérito o el demérito.

Patanjali nos ofrece así algunos estados que favorecen la mente, a la que siempre le reconforta la serenidad, el silencio interior y exterior (que es la vibración más pura), la alegría y el desapego. Por su parte, Buda declaraba:

Hay cinco cosas que conducen a la madurez: l) Un buen amigo; 2) Una conducta virtuosa, guiada por los preceptos esenciales de la disciplina; 3) El buen consejo tendente a la ecuanimidad, la calma, el desprendimiento y la iluminación; 4) El esfuerzo por eliminar los malos pensamientos y adquirir pensamientos laudables; 5) La conquista de la sabiduría.

La práctica de la meditación coopera en el cuidado y madurez de la mente en grado sumo. La meditación permite el cese de pensamientos y la mente se establece en su fuente. En el Amrita Bindu Upanishad, se dice: «Cuando la mente mora en el corazón, libre de la dependencia de los objetos, se vuelve no existente, ese es el estado supremo».

La mente se ha tornado sumamente ruidosa y eso la va deteriorando y hace que el cerebro envejezca prematuramente. Las técnicas meditativas de introspección ponen fin a muchos pensamientos mecánicos y tranquilizan la mente cuidándola y protegiéndola. Ramana Maharshi escribió:

¿Qué es la meditación? Estriba en eliminar los pensamientos. Todos los problemas actuales son debidos a pensamientos y son ellos mismos pensamientos. Renuncia a los pensamientos. Tal es meditación y felicidad. Los pensamientos pertenecen al pensador, permanece como el Sí mismo del pensador y así darás fin a los pensamientos.

La mente puede volverse un demonio y se hace mucho daño a sí misma. Hay que custodiarla y tratar de brindarle pensamientos y estados saludables. Si uno cuida la mente y la va entrenando, esta desarrolla la lucidez que impide reacciones anómalas y estados mentales conflictivos y perjudiciales. Todos los días deberían practicarse unos minutos de recogimiento mental, y tratar así de liberar la mente de la polución psíquica. Los pensamientos de avidez, odio y ofuscación envenenan la mente, en tanto que sus opuestos de desapego, amor y lucidez, la sanan. Volviendo a Buda, este decía:

Arrebatados por el apego, el odio y la ofuscación, los hombres, perdido el gobierno de la propia mente, se hacen daño a sí mismos o hacen daño a los demás, o se hacen daño a sí mismos y a los demás, sufriendo toda clase de dolores y aflicciones.

Hay que cultivar la mente como el mejor de los campesinos cultiva el campo. La mente descuidada es causa de mucho daño propio y ajeno. Si está dominada por el apego, se estanca y no madura, porque el apego nace del ego y cuando el ego se interpone, no deja paso a la armonía mental ni a la madurez emocional.

En la medida en que la mente se va liberando de trabas y oscurecimientos, comienza a dar lo mejor de sí misma y en lugar de ser un obstáculo, se convierte en un aliado. En el Mahabharata se nos brindan algunas instrucciones que sin duda cooperan al cuidado de la mente y el bienestar interior:

Mediante la paciencia, el sabio debe eliminar la ira; abandonando el apego, debe conquistar el deseo.

Debe disipar la terquedad, la aversión y la avidez.

Por medio de la práctica estable debe desvanecer el error, la ignorancia y la confusión.

Con la ingestión moderada de comida de fácil digestión, debe superar dolencias y enfermedades. Mediante el contento, ha de vencer la avaricia y la ignorancia.

Con el autocontrol debe conquistar las expectativas.

Mediante el desasimiento debe conquistar la riqueza.

El que conoce debe vencer el apego obsesivo al considerar la transitoriedad; el ansia, mediante el yoga; el orgullo, con la compasión; y la intensa avaricia, con el propio contento.

Debe vencer la pereza por medio del esfuerzo. La duda, mediante la seguridad, y la locuacidad, con el silencio.

Debe controlar el habla y la mente mediante la comprensión y, a su vez, controlar esa comprensión con el ojo de la sabiduría, así como lo que constituye la paz del yo.

Mediante el esfuerzo correcto, bien aplicado y administrado, la vigilancia de sí y el examen de la mente, esta se va cuidando y manteniendo en una situación más estable. El cuidado de la mente exige ir aprendiendo a gobernarla y este dominio, necesario también para transformar la mente, conlleva, como a menudo señalo en mis clases de yoga mental y meditación:

1. Intensificar y purificar la percepción, que para que reporte un informe real de lo que es, tiene que irse haciendo más profunda, clara, intensa y libre de prejuicios y esquemas.

2. Prevenir la exaltación del ego y, por tanto, el egocentrismo y todas sus secuelas negativas, entre las que destacan la egolatría, la arrogancia, la vanidad y la prepotencia.

3. Ir aprendiendo a estabilizar la atención mental intensificándola, entrenándose en estar más conectado con el presente y, por tanto, más libre de divagaciones con el pasado y el futuro.

4. Poner los medios para drenar y reorganizar la mente inconsciente, entre los que destaca la práctica asidua de la meditación, complementada con la atención en la vida diaria. Hay que ir disipando la ignorancia de la mente, lo que no es nada fácil, pues, como dice el Dyana Bindu Upanishad, «alta como una montaña, larga como mil leguas, la ignorancia acumulada durante la vida solo puede ser destruida a través de la práctica de la meditación; no hay otro medio posible».

5. Practicar la vigilancia de sí, estando más atento y reflexivo a los pensamientos, palabras y obras.

6. Controlar la memoria, sirviéndose de la memoria factual pero no dejándose anegar negativamente por la memoria psicológica, pues, como decía Buda, la memoria es un sueño.

7. Dominar, dirigir e instrumentalizar esa gran potencia que es la imaginación, de un modo constructivo y no insano, y no dejar que ensombrezca el presente ni genere ansiedad o expectativas inciertas que conducen a la dolorosa frustración.

8. Insistir en la precisión y perfeccionamiento del discernimiento que lleva a la sabiduría discriminativa y la acción diestra, así como a la comprensión clara y profunda del objetivo, los medios útiles hacia el mismo y la idoneidad o conveniencia.

9. Estar autovigilante para ir descubriendo los trucos y artimañas de la mente, así como sus escapismos y subterfugios, tratando de obtener una cognición más lúcida y fiable. La autovigilancia también le permite a la persona regular sus sentidos y no dejarse afectar tanto (con apego o aversión) por los deseos de los mismos. Un antiguo texto de gran sabiduría, el Anguttara Nikaya, explica: «Porque es por los sentidos por donde penetran la codicia, la aflicción y todo lo que es malo y perjudicial. Por ello el practicante se ejercita en dominar los sentidos, los gobierna y vigila bien. Practicando así el noble dominio de las facultades, experimenta íntimamente una felicidad sin turbación».

10. Servirse de las herramientas psicosomáticas y psicomentales que ayudarán al practicante a ir poniendo la mente bajo control.

También favorecen el cuidado, saneamiento y dominio de la mente:

— Aprender a pensar de una manera más consciente, lúcida, voluntaria, precisa y reflexiva.

— Aprender a suspender los automatismos de la mente y conseguir así una dimensión mental de calma y bienestar.

— Aprender a conocer y examinar los estados de la mente, pudiendo descubrir los negativos para tratar de debilitarlos o superarlos, y los positivos, para estimularlos y desplegarlos.

— Aprender a seleccionar los pensamientos e irse ejercitando en desidentificarse de los nocivos e incluso, aun fomentando los positivos, lograr establecerse en el testigo imperturbado.

Entrevisté largamente a Muktananda meses antes de que muriera. Él, situándose en el testigo más allá del placer y del dolor, en la bendita paz que brota de lo más íntimo, decía:

La mayor parte del tiempo la gente vive en los pensamientos de su mente o en la mente subconsciente. Llegan a ser lo que son sus pensamientos. Experimentan dolor o placer, experimentan enemistad, celos, orgullo o cualquier otra cosa. Yo no doy ninguna importancia a esta clase de estado. Cualquiera que sea el pensamiento que aparece en mi mente, no le doy ningún valor. No me identifico con los pensamientos. Ni siquiera pienso que sean míos. Permanezco como testigo de todos los pensamientos que aparecen en mi mente. Si tengo buenos pensamientos, no me hacen feliz. Si tengo malos pensamientos, tampoco ellos me hacen desdichado.

Si todos los yoguis desde épocas inmemoriales han insistido en la necesidad de dominar el pensamiento es porque si uno está a merced de ellos, está perdido. Hay que tomar los pensamientos y no que ellos nos tomen. La persona tiende a dejarse arrastrar por los pensamientos y entra en una situación de penosa servidumbre con respecto a ellos. El pensamiento, obviamente, es necesario en la vida diaria y para comunicarse, informarse, resolver infinidad de circunstancias, pero debe ser una herramienta para utilizar y no dejar que ella se sirva de nosotros.