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Calma aparente

n ese mismo momento, las princesas se encontraban en sus respectivos reinos, enfrascadas en sus ocupaciones cotidianas.

Nives, asomada a la ventana de su habitación, observaba a su amado Gunnar junto a los lobos de la Guardia Real en el patio de palacio. Los estaba entrenando. Por si acaso, decía él.

En realidad, en Arcándida todos sabían que las brujas no iban a detenerse. Habían derrotado a dos de ellas, la bruja de las Mareas y la bruja de las Llamas, pero quedaban las demás, valientes y vengativas. No se detendrían antes de lograr su objetivo: aniquilar a las princesas y conquistar el Gran Reino.

Pero ella, la princesa de los Hielos Eternos, jamás lo permitiría.

Nives sintió un leve mareo. Cerró la ventana, por la que entraba un viento frío a pesar del día soleado, y se tumbó en la cama a descansar un rato.

Últimamente siempre estaba cansada, sin ganas de hacer nada, y pasaba gran parte del día encerrada en su habitación. Nadie había sido capaz de averiguar qué le ocurría, pero, ante la duda, todos los médicos de Arcándida solían prescribirle reposo absoluto.

Muy lejos de allí, Yara, subida a la copa de un árbol muy alto, miraba hacia el otro lado del bosque, hacia sus queridas hermanas. El recuerdo de la batalla para defender su bosque del ataque de Pirea, bruja de las Llamas, ardía en su interior como el fuego desencadenado por la bruja. Pensó en Vannak, a quien la bruja había convertido en estatua de lava, y en los árboles milenarios consumidos por el fuego.

Negó con la cabeza. La lucha había sido dura, pero al final lo habían logrado: habían salvado el reino. Ahora, ella podía disfrutar de nuevo del canto de los pájaros y admirar la agilidad de los monos que se balanceaban en las ramas.

Pero ¿cuánto duraría la paz?

Seguro que las brujas estaban al acecho. ¿Qué reino atacarían? Ella debía estar preparada para cualquier imprevisto. Ésa era la única certeza que tenía.

Muchos metros bajo tierra, la princesa Diamante se dio un baño regenerador en los Pozos de Colores. La acompañaban varias chicas del Pueblo de la Oscuridad, que la ayudaban a lavarse la larga melena con polvo de cuarzo estrellado y le aplicaban una mascarilla de arcilla en la cara.

A pesar de todo, la princesa de la Oscuridad no lograba relajarse por completo. Notaba cierta tensión en el aire.

Tenía muchos pensamientos en la cabeza y todos conducían a las Brujas Grises.

¿Qué estarían tramando en ese momento?

Diamante pensó en los jirones de tela que habían encontrado en su reino. ¿Pertenecían realmente a Helgi? ¿Dónde estaba ahora el jardinero de Arcándida?

Una chica le aclaró el pelo con agua caliente. Olía como el mar que rodeaba las islas del Reino de los Corales, pensó la princesa de la Oscuridad, y se acordó de su hermana Kalea, que tenía la suerte de gobernar aquel reino bañado por el sol.

En el corazón del maravilloso Reino de los Corales, sentados alrededor de una mesa, Samah, Daishan, Kalea, Naehu, Purotu y Tiaré saboreaban las exquisiteces del cocinero Emiri, que había preparado su tradicional fritura para la ocasión.

Samah, la princesa del Desierto, había ido al Reino de los Corales para acompañar a casa a un joven habitante del mismo, Purotu, y se había llevado consigo a su prima Daishan, consciente de que les hacía un favor a ambos jóvenes, que desde que se habían conocido no querían separarse...

—Esta fritura está exquisita —afirmó Daishan.

—Muy rica, Emiri —lo felicitó la princesa del Desierto.

En el centro de la mesa, Tiaré, la mejor amiga de Kalea, la princesa de los Corales, había colocado un centro de flores, que la brisa del mar acariciaba dulcemente.

Hacía un día espléndido y todo parecía ir a las mil maravillas.

—Te aconsejo el pincho de gambas azules —le dijo Purotu a Daishan, tendiéndole uno—. Está delicioso.

Naehu sonrió al ver que su hermano Purotu prodigaba tantas atenciones a una chica. Se alegraba de verlo tan tranquilo y sereno.

—Dime, hermanita, ¿echas mucho de menos a Kaliq? —le preguntó la princesa del Desierto a Kalea.

—Volverá pronto —respondió ella, sonriendo al pensar en su marido—. Ha ido hasta un grupo de atolones que están lejos de aquí. Según parece, en el fondo del mar hay otra ciudad sumergida. Y él... no ha podido resistir la tentación de ir a verla.

—¿En serio? —exclamó Daishan con curiosidad.

—Yo también hago inmersión a grandes profundidades —dijo Purotu—. He ido mil veces a la ciudad sumergida de Pietralga.

—¿Pietralga?

Entonces el chico le contó a Daishan la leyenda de Pietralga. Tras un violento terremoto y la erupción de un volcán, la Isla de la Luna, que antes se encontraba en el fondo marino, emergió, mientras que Pietralga, que antes estaba en la superficie, se hundió en las profundidades del Mar de las Travesías.

Purotu le prometió a Daishan que un día la llevaría a conocer las maravillas de la ciudad sumergida.

—Sea como sea, cuando vuelva Kaliq lo celebraremos —concluyó Kalea, tan alegre como siempre.

—¿Va a estar fuera mucho tiempo? —preguntó Samah sorprendida.

—Me temo que sí. Pero estoy muy bien acompañada. Y me tranquiliza saber que el capitán Buhl está con él.

Tiaré se sonrojó al oír el nombre del pirata, al que la unía un vínculo profundo.

—Lo siento por ellos —declaró Kalea—, pero hoy se están perdiendo la excelente fritura de Emiri.

De pronto, Samah se asustó.

—¿Qué ocurre? —le preguntó su hermana.

—Es... el viento. Es tan raro...

La princesa se quedó callada durante unos instantes, luego hizo un gesto con la mano, como si quisiera alejar sus miedos.

—No es nada. Anda, disfrutemos de este momento... ¡delicioso!