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Vida libre

(1892-marzo de 1895)

El 12 de marzo de 1892 se embarcó en el Havre, un buque francés que, procedente de Amberes y rumbo a México, hacía escala en Marín. «El conocido publicista y literato Ramón del Valle-Inclán se dirige a México, en donde se encargará de la dirección de un periódico», se pudo leer en un periódico gallego aquel día.1 La susodicha dirección de periódico más parece una exageración que otra cosa, pues nunca se precisó a qué diario se refería. Desconocemos el precio del pasaje, pero debía de ser realmente prohibitivo y al alcance de pocos en la época. Cabe preguntarse si tenía dinero suficiente para costeárselo, cuando era obvio que ni trabajaba ni tenía ingresos regulares, y por tanto debió de recibir ayuda económica de sus hermanos o de otros familiares para comprar el pasaje, y también para poder desenvolverse al llegar a México, mientras conseguía un modus vivendi.

Se puede conjeturar todo lo que se quiera sobre los motivos de este viaje, pero en realidad ignoramos por qué se decidió a cambiar de país y de continente. Las razones aducidas por Valle-Inclán a lo largo de su vida para justificar este viaje son tan variadas como poco convincentes, a cada cual más exótica y fantástica, y componen en su conjunto un catálogo extenso de sus capacidades fabuladoras, cuando no una forma rebuscada de llamar la atención. De hecho, la estancia en México le dará con el tiempo un marchamo de escritor singular o así al menos lo querrá explotar. Desde el punto de vista biográfico, ni la conocida y críptica explicación de que viajó a México, «porque tenía la intrigante y mística x», ni la que dio en una entrevista en 1921, que presentaba el viaje como una huida del control familiar con el dinero que sus padres le habían dado para licenciarse de abogado, son satisfactorias, ni se compadecen con la realidad conocida, pues ya había abandonado los estudios y desde luego ni hubo huida ni oposición familiar al viaje.2

En más de una ocasión adujo que lo único que le había movido a emprender aquel viaje fue el deseo de correr mundo y el gusto de vivir una aventura. Y tal vez no deba desdeñarse esta explicación, que también le confió a Alfonso Reyes, casi treinta años después. En aquella confidencia, Valle-Inclán le había dicho al amigo mexicano que había sentido la necesidad de escapar del hastío de los estudios y de la propia vida muelle de Santiago que había disfrutado durante años. En contraposición a esto, México se presentaba como un horizonte estimulante, en el que había vislumbrado la promesa de poder vivir nuevas experiencias.3

El posible riesgo de la aventura estaba amortiguado en parte, pues es probable que tuviese parientes o amigos de la familia en México. Según sus palabras viajó «con una carta de presentación de Don Carlos [el pretendiente carlista] para el general Rocha», que su familia en Galicia le había facilitado. Pero estas declaraciones, como otras posibles que haga sobre el viaje a México, deben considerarse un puro ejercicio de fantasía.4 Baldomero Menéndez Acebal, un periodista asturiano que conoció allí, sostiene que iba recomendado por Emilio Castelar a Telesforo García Roiz (1844-1918), pero no consta ningún documento que dé fe de esto.5 Telesforo García era escritor, periodista, prohombre de la colonia española, presidente de la Cámara Española de Comercio y vicepresidente del Casino Español. Mantuvo con Castelar una larga relación epistolar.6 A esto debe añadirse que el diario madrileño El Globo, en el que había colaborado en Madrid, fue el órgano del partido de Castelar, de modo que cabe que fuese cierta la recomendación.

En cualquier caso, está excluido el móvil económico del viaje, según el cual habría emigrado a México para hacer fortuna o «para ganarse unas perras», que diría Josefina Blanco muchos años después,7 pues ni tenía necesidad ni nunca lo planteó así. No obstante, conviene matizar que en esta época, a finales del siglo XIX, la emigración significaba algo totalmente distinto a lo que significará décadas después. La emigración era casi exclusivamente cosa de ricos, entre otras razones porque, como ya se ha dicho, el pasaje tenía un alto coste. Además había que tener dinero para viajar o para invertir en el país de destino. En la segunda mitad del siglo XIX, la emigración no coincidía con ningún mapa de la pobreza, y en este sentido era significativo que los que más emigraban fuesen los guipuzcoanos, que tenían una de las rentas per cápita más altas de España, frente a las de zonas muy deprimidas, donde era muy escasa la emigración a América.

Para esta nueva salida había concebido el mismo plan de su viaje a Madrid. Como en aquella ocasión, había intentado publicar antes de salir, otra vez sin éxito, un volumen que hiciese las veces de tarjeta de presentación y le pudiera abrir las puertas de los ambientes literarios mexicanos. En esta ocasión es probable que tratase de publicar la novela El gran obstáculo, que llegó a anunciarse incluso en la prensa, y de la que se habían publicado dos capítulos en el Diario de Pontevedra el mes de febrero. Por tanto, sin ver realizado este proyecto, se había embarcado con rumbo a México.

El Havre entró en la bahía de la ciudad de Veracruz el 8 de abril.8 La descripción del paisaje desde el barco y la primera impresión que le produjo la visión de la ciudad tropical quedó registrada en un breve texto, el primero que escribió tal vez en tierra americana. El calor del trópico le produjo intensos y voluptuosos estremecimientos, como si la brisa del mar le trajera caricias de mujer: «Acabamos de anclar. El horizonte ríe bajo el hermoso sol. Siéntese en el aire estremecimientos voluptuosos. Ráfagas venidas de las selvas vírgenes, tibias y acariciadoras como alientos de mujeres ardientes...».9

Es evidente que en este primer contacto con México está cautivado por el paisaje y por la ciudad que contempla desde la cubierta del barco antes de descender y poner pie en tierra. La visión de Veracruz ha puesto en marcha una cadena de recuerdos y sentimientos en los que se entremezclan el asombro y la inquietud. Las mismas emociones —dirá— que debieron de sentir los primeros aventureros españoles que fundaron la ciudad tres siglos antes. Él mismo está entusiasmado por la premonición de aventuras que adivina en aquel entorno de maravilla. Todo estaba allí expuesto a su vista, y al alcance de su mano, como una promesa de felicidad, atravesada por una sombra de inquietud.

En Veracruz permaneció el tiempo justo para seguir de nuevo viaje hacia Ciudad de México, adonde llegó el día siguiente. El 9 de abril bajo el nombre de «R. Valle» se alojaba ya en un hotel de la capital, el Bazar.10 La prensa mexicana lo acogió con una atención desproporcionada, si tenemos en cuenta que es un desconocido, y lo presentaba como redactor de varios medios periodísticos españoles: El Globo, La Ilustración Española y Heraldo de Madrid. En estos primeros días, cuando los periodistas le pregunten qué objeto tiene su viaje, contestará que su propósito es estudiar la literatura mexicana y preparar un libro contando la experiencia de su estancia. Lo primero lo cumplió con creces, pues descubrió la obra poética de Díaz Mirón, y en general la floreciente poesía hispanoamericana de aquel momento. En cambio, el libro proyectado quedará en eso, en mero proyecto, aunque se repita en los sueltos que la prensa del D.F. le dedica.11 En uno de estos sueltos se puede leer que había previsto permanecer en México dos o tres meses.12

Una vez instalado en la capital, comenzó a trabajar enseguida como redactor de El Correo Español, el diario portavoz de la colonia española en la Ciudad de México. Es posible que ya antes de salir hubiese contactado previamente con los medios periodísticos españoles en México a través de amigos y parientes. Este contacto profesional era con toda seguridad el que en las notas previas a la partida los periódicos de Pontevedra y Vigo referían, con evidente hipérbole, como «la dirección del periódico» que nuestro hombre iba a desempeñar. Su primer artículo firmado apareció el 24 de abril. Se titulaba «El tranvía», que con algún pequeño cambio reproducía el que había publicado en el periódico madrileño El Globo con el título «En el tranvía», el del encuentro ficticio con Zorrilla.13 El Correo Español era el medio de información por el que se vehiculaban las noticias e intereses de los españoles. Algunos diarios de la capital lo consideraban como un periódico «patriotero».14 Y desde luego la redacción era de «armas tomar», es decir, temida y propensa a entrar en pendencias con otras redacciones periodísticas.15

También en México los duelos entre periodistas y entre redacciones eran algo normal y frecuente, formaban parte de los principios y hábitos sociales entre los del gremio, y una manera de resolver los problemas de honor. Eran tan cotidianos que apenas llamaba la atención de los lectores, y la noticia merecía apenas un suelto. En este ambiente encajó a la perfección el joven Valle-Inclán, que pronto daría muestras también de su carácter de duelista. En la redacción de El Correo Español conoció a Menéndez con el que mantuvo en general una relación hostil, y a Manuel Larrañaga Portugal, un periodista mexicano con el que trabó amistad. De él mantuvo vivo el recuerdo y le rindió años después homenaje literario al incluirle con su propio nombre como personaje en Tirano Banderas.

Durante las dos semanas que permaneció en El Correo Español, llegó a publicar dos artículos más16 y cuatro poemas breves.17 Después pasó al prestigioso diario de la capital azteca El Universal, donde publicó su primera colaboración firmada, el cuento «Zan, el de los osos», el 8 de mayo, el mismo día en que El Correo Español incluía el último de los cuatro poemas que dio a la prensa mexicana. Es sabido que dos de éstos eran un plagio descarado de los que había publicado su padre en Galicia: «Adiós para siempre» y «A una mujer ausente por la muerte», que Valle Bermúdez había dedicado a su amigo Jesús Muruáis en su muerte. Cambiando apenas unas pocas palabras, convirtió los poemas paternos en propios.18

Había ingresado en la redacción de El Universal con la doble misión de atraer a los lectores «gachupines», es decir españoles residentes en México, con cierto matiz despectivo, y para comentar, desde una perspectiva española, las noticias culturales, sociales y políticas de España.19 Llevaba un mes escaso en la ciudad, pero su fama había trascendido con rapidez y le había abierto las puertas de uno de los periódicos mexicanos de mayor influencia. No estaba mal para un desconocido recién llegado. Además la entrada en la redacción de este diario le permitirá entrar en contacto con la intelectualidad mexicana.

Sin embargo, entre el 8 de mayo, día en que publicó su primer relato en El Universal, y el 20 de mayo, cuando apareció el segundo, no publicó nada. Un paréntesis de doce días que coincidió con el altercado en que se vio incurso. Contagiado tal vez por el ambiente violento de la ciudad y de las redacciones periodísticas, y por su propio carácter pendenciero (recuérdese el rifirrafe de años atrás con el redactor de la revista Huracán), provocó el siguiente suceso. El 12 de mayo de 1892, en el diario El Tiempo, de la ciudad de México, se publicó un artículo firmado con el pseudónimo de Óscar, en el que se atacaba en términos gruesos a los españoles afincados en México, desde Hernán Cortés al último emigrado. Aunque no daba nombres, ni Valle-Inclán podría darse por aludido, hizo suya la ofensa. Se presentó en la sede del diario e inquirió a Victoriano Agüeros, el director del periódico:

—¿Usted es el director de El Tiempo?

—Sí, señor.

—¿Quién es Óscar?

—Es uno de tantos secretos de redacción, y no lo puedo decir a usted.

—Entonces para mí «Óscar» es usted, puesto que usted es el director del periódico en que se ha publicado el artículo. Y como yo soy español me considero insultado por usted.

—Pero es que yo... el periódico... ya ha manifestado su opinión.

El señor Valle-Inclán se levanta y le advierte al señor Agüeros:

—Señor mío, se acabaron ya los tiempos de tirar la piedra y esconder la mano. En asuntos de honor, ya no se admiten esas camandulerías. Espere usted la visita de dos caballeros. Quede usted con Dios.20

Envió a sus representantes, Juan M. Sancho y Manuel Larrañaga Portugal. La acertada intervención de ambos logró la satisfacción adecuada para no tener que acudir al campo del honor. Aunque el incidente se magnificó en la prensa española,21 la verdad es que no dio para mucho más. El director accedió a incluir una nota de disculpas en el periódico, y Valle-Inclán quedó conforme. Sin embargo, el hecho sirvió para darle a conocer como hombre bravo y duelista. Y aun en su carácter anecdótico, el suceso le definía como un personaje patriotero y puntilloso en asuntos de honor.

Apenas habían pasado veinte días, cuando de nuevo su nombre apareció implicado en un nuevo altercado violento. En esta ocasión se peleó en la calle con Baldomero Menéndez. Una noche, en medio de la multitud que salía del teatro Principal de la capital mexicana ambos coincidieron, y después de insultarse recíprocamente, se enzarzaron en un intercambio de golpes, con las manos y los paraguas. Los separaron los guardias, cuando rodaban por el suelo sin parar de darse. La razón del conflicto no tenía nada que ver con cuestiones patrióticas, sino duelísticas. Valle-Inclán apadrinaba a un caballero que tenía pendiente un lance de honor con Baldomero Menéndez. Nuestro hombre, que era escrupuloso a la hora de guardar las reglas de los lances de honor, se opuso a que el duelo se celebrase, alegando que Menéndez era sargento del Ejército español, y en consecuencia no podía cruzar sus armas con un civil.22

Además de atender a estas cuestiones, desde mayo hasta primeros de agosto, en dos meses y medio, llegó a publicar, entre crónicas, relatos y semblanzas, una treintena de trabajos en El Universal. Algunos, todo hay que decirlo, eran simple reproducción de otros publicados antes en España. El trabajo literario para la prensa era lo que verdaderamente le interesaba, aunque a veces recurriese a textos previos o repitiese los ya publicados, incluidos los dos poemas de su padre que ya vimos. Incluso en los textos, digamos literarios, vemos que no le tomaban mucho trabajo: se inventaba una amistad con Zorrilla —«mi viejo amigo el poeta Zorrilla»—, aunque pocos días antes afirmase en otro artículo que lo había conocido en un tranvía. A veces rehacía ligeramente textos publicados en la prensa española, y adobaba otros. Los ingresos que le proporcionaban las colaboraciones en la prensa de México y su trabajo de redactor, eran unos cuarenta pesos por mes, dice en sus memorias Baldomero Menéndez Acebal.23

Al margen de las colaboraciones más o menos literarias y con firma, el trabajo de periodista sin firma, es decir, redactar noticias o ampliar notas de agencia como miembro de la redacción, era un trabajo mecánico y estéril para alguien como él que aspiraba a ser escritor. En fin, se trataba de un trabajo mercenario, adocenado, sin horarios y con jefe, que, además de aburrirle soberanamente, le creaba desazón y dudas.

En agosto dejó El Universal para ingresar en un nuevo diario creado por españoles, La Raza Latina, que comenzó a publicarse el 15 de agosto, y del que se dispone de muy poca información.24 Según los periódicos mexicanos, que le dieron la bienvenida, el cometido principal del nuevo diario era difundir la cultura, el progreso y la actualidad de España entre la colonia española de México.25 Coincidiendo con el cambio de redacción periodística, se trasladó al hotel Humboldt,26 en donde Baldomero Menéndez dice haberle visto en condiciones deplorables: el traje gastado y roto, y alojado en una mísera buhardilla en la terraza del hotel... Siempre según el asturiano, pasaba por una mala situación económica, pues tenía bastantes deudas en el hotel, y su ánimo, a juzgar por el abatimiento que mostraba, era de total pérdida de voluntad. A la vista del estado de postración en que lo encuentra, trató de animarlo y le ofreció la subdirección de un periódico que proyectaba sacar en Veracruz. Según Menéndez, ValleInclán aceptó. Y le anticipó el dinero necesario para resarcir sus deudas y comprarse ropa nueva.27 Pero no hay ningún motivo para pensar que esto fuese cierto, pues estaba trabajando y publicando en los periódicos y no se explica por qué iba a estar en un estado pésimo. Además, a Menéndez le interesa presentarle misérrimo y arruinado para mayor gloria propia. La gloria del salvador.

La madrugada del 6 de agosto participó en otra riña callejera en México D.F., que no refleja la prensa, pero su nombre aparece en el expediente de la policía junto a otros delincuentes extranjeros. De resultas de este hecho fue detenido y multado.28 A causa de este altercado le perdemos totalmente la pista desde agosto hasta noviembre. Durante estos meses no tenemos constancia de lo que hizo ni dónde estaba. Casi con toda seguridad debió de salir del D.F. para viajar por el país o cambiar de ciudad.

En noviembre reaparece de nuevo en la capital federal, para asistir a varias sesiones de espiritismo que se celebraron en la casa del doctor Porfirio Parra, donde se reunía habitualmente un círculo espiritista muy conocido en la Ciudad de México, cuyas prácticas algunos periódicos tildaban de necias supercherías para crédulos ignorantes.29 El doctor Parra había publicado una nota proclamando su descreimiento del espiritismo, pero aclaraba que, a pesar de realizarse en su casa, no autorizaba esas sesiones con su presencia, y solamente dejaba que se celebrasen por respeto a una persona de su familia.30 Efectivamente, en la casa del doctor, en la calle de San Ramón, todos los sábados, se organizaban sesiones muy concurridas, en las que actuaba la hermana del doctor Porfirio Parra, Adela, una médium que se comunicaba con el más allá. El espiritismo estaba entonces muy en boga en México, y se sabía que un personaje público tan conocido como el presidente Madero era practicante.

En una de estas reuniones el grupo espiritista, dirigido por el licenciado Machín Llaven, invitó a la prensa a dos reuniones para que contemplase lo que hacían, y pudieran comprobar directamente la veracidad de los fenómenos que allí ocurrían. En un suelto de prensa se da la lista de los periódicos y periodistas invitados,31 y Valle-Inclán, que aparece identificado como una persona ligada al círculo espiritista, estuvo presente en las dos sesiones.32 Al final de una de estas se levantó acta de lo allí observado:

En la ciudad de México, a cinco días del mes de noviembre de 1892, reunidos en la casa n.º 9 de la calle 2.ª de San Ramón, habitación del Dr. Parra, los abajo suscritos, invitados por el señor Diputado Lic. D. Magín Llaven para presenciar ciertos fenómenos que él juzga de naturaleza espírita [sic]

CERTIFICAN que tomadas todas las precauciones posibles para alejar toda idea de superchería, se produjeron los fenómenos citados, consistiendo en chispas luminosas de forma e intensidad variables, que se reprodujeron en distintas ocasiones y lugares donde es absolutamente imposible que se reflejase un rayo luminoso por los procedimientos comunes y conocidos.33

Al final, entre los nombres que firman el acta, figura Ramón del Valle-Inclán. Que asistiese a estas sesiones con anterioridad no pasa de ser una conjetura, pero no sería en absoluto extraordinario, pues, precisamente en el último artículo que publicó en El Universal, con el título de «Psiquismo», alardeaba de ser un experto en estas materias y se atribuía unas hipotéticas relaciones con famosos profesores de la materia. Sin duda, y no era de ahora, creía firmemente en las ciencias parapsicológicas. En el artículo citado distinguía entre el espiritismo y el psiquismo.34 Según sus argumentos, el primero trataba de la influencia sobrenatural de los muertos en el mundo de los vivos, pero no le concedía crédito científico. El segundo estudiaba la fuerza física producida por las ondas de los cuerpos o las radiaciones humanas, que a su vez podían desencadenar fenómenos mentales en otros cuerpos. Para él ésta era la explicación válida, y le concedía rango de científica.

A finales de noviembre se encuentra en Veracruz.35 Junto a Baldomero Menéndez, con el que, como hemos visto, se había peleado en una ocasión y con el que había mantenido una desconcertante relación hasta ese momento, y con otros dos periodistas españoles más, se ha involucrado sorprendentemente en la aventura de crear un nuevo diario, La Crónica Mercantil, especializado al parecer en asuntos comerciales, si bien se desconocen los pormenores, pues las noticias son escasas e indirectas. Todos los indicios señalan que Menéndez emprendió el proyecto y que fue su director.36 En ocasiones Valle-Inclán figura como co-director,37 en otras como simple redactor.38 Me inclino a pensar más próximo a la verdad esto último, pues no resulta creíble que tuviese suficientes conocimientos técnicos para dirigir una empresa periodística. El periódico comenzó a publicarse en diciembre en Veracruz, y para entonces ya se había instalado en esta ciudad.

Por otra parte, este proyecto periodístico rompe la idea que él mismo había difundido sobre la duración de su estancia en México. Desde su llegada, había manifestado que su establecimiento era provisional y había dado a entender que duraría un tiempo limitado. Sin embargo, al participar en La Crónica Mercantil daba la impresión de que sus planes habían cambiado, y tal vez hubiera pensado retrasar sine die el regreso a España. No conocemos prácticamente nada de este periódico, pues no ha sido posible encontrar ejemplares en ninguna hemeroteca del D.F. ni de Veracruz, pero a juzgar por las escasas noticias que otros colegas difunden de su derrotero fue cualquier cosa menos aburrida. A comienzos de enero de 1893 toda la redacción, es decir, Menéndez y el resto de los componentes, fue detenida, y aunque la nota no lo asegure, da a entender que el motivo pudo ser por un duelo entre redacciones de periódicos rivales.39 Pero pocos días después la prensa confirma que la cuestión personal se suscitó «por un disgusto que tuvieron los contrincantes en un sitio público del puerto de Veracruz. A consecuencia de las discusiones a que dio lugar por la prensa el reto del señor Villanueva al señor Díaz, el asunto se hizo público, y la autoridad ha tomado cartas en el asunto, según nos comunican de dicha localidad. En tal virtud y con fundamento, según se nos dice, del artículo 126 del Código penal del Estado, fueron aprehendidos y encarcelados los autores de tan enojosa cuestión».40 Su nombre aparecería también ligado a este altercado.

A comienzos de febrero, en relación con esta causa, el juez de primera instancia de Veracruz condenó «por conatos de duelo entre los señores Julio Díaz y Ruperto Villanueva: al primero a 60 días y al segundo a 45; a don Pedro Manero a ocho días, a don Daniel Rodríguez, don Federico Sánchez Terán, don Baldomero Menéndez y don Ramón del Valle-Inclán y de la Peña a 15 días de prisión conmutable» por llevar y traer recados del duelo.41 Finalmente pagó la multa y se libró del paso por la cárcel, pero no es muy arriesgado conjeturar que, a juzgar por la rapidez con que se van a suceder los hechos en las semanas siguientes, este hecho o algún nuevo encontronazo con la justicia, pudieron adelantar imprevistamente la salida de México.

Que la salida se precipitó, tal vez por el temor arriba referido, lo probaría el hecho de que el 2 de marzo (veinte días antes de la que sería después la fecha de su salida) había escrito a Manuel Murguía una carta desde Veracruz con membrete de La Crónica Mercantil, en la que le solicitaba un prólogo para el que debía ser su primer libro. «Mi hermano entregará a usted los originales y dará más explicaciones.»42 Es evidente que la carta dejaba claro que aún no tenía pensado volver. Por lo menos en ésta no hacía mención a un posible regreso. Además, si hubiese tenido intención de regresar pronto, ¿qué sentido tendrían los encargos a su hermano Carlos y a Murguía?:

El afecto que usted siempre me ha profesado, me hace creer que, a pesar de sus muchas ocupaciones literarias, no dejará de tener un momento de vagar para presentar al público al más humilde de sus admiradores, pero quizás el más leal y más entusiasta. Reciba Vd. con estos renglones, querido amigo y maestro, el testimonio del más respetuoso cariño, y mande, en cuanto guste, a este su errante discípulo.43

Murguía escribió el prólogo solicitado, el que presumiblemente precedería años después a su primer libro publicado, es decir, Femeninas, que en el momento de escribirle no estaba ni podía estar concluido. Por lo tanto, difícilmente se podía referir a este libro, sino a uno ya acabado y cuyos originales estarían en Galicia en poder de su hermano Carlos. En la carta le anunciaba que Carlos le entregaría «los originales», y por lo tanto el libro debía estar ya escrito por lógica antes de salir hacia México. Este libro no podía ser otro que El gran obstáculo, que había intentado publicar sin éxito antes de viajar a México.

Al abandonar Veracruz, con fecha 24 de marzo de 1893, dejó su despedida en forma de verso a los lectores de La Crónica Mercantil:

Siento en este momento es torpeza de expresión, en las eternas despedidas. No sé, ni quiero, decir nada más que ¡Adiós!

¡Adiós! a la noble tierra mexicana y a sus hijos. ¡Adiós! a los españoles, más que mis compatriotas, mis hermanos.

Si un amor y un recuerdo, son algo en este mundo, conmigo alentará, hasta que la vida me falte, el recuerdo luminoso de esta ciudad, alegre como la fenicia Gades, y heroica como Tevaris, Troya.

Quiero concluir con el adiós melancólico de mi tierra céltica: la tierra legendaria de la saudade y de la ternura.

¡Adiós ríos! ¡Adiós fontes!

¡Adiós regatos pequenos!

¡Adiós canto ven os ollos!

¡Eu nunca mais hey de velos! 44

El mismo día que el periódico publicó esta despedida, tomó el vapor español Montevideo,45 pero no en Veracruz, donde hacía escala y donde hubiese sido lo más lógico hacerlo, sino en Mérida, en la escala siguiente.46 Viajó a esta ciudad previsiblemente para burlar el control de la policía o la justicia, con la que había tenido causas en los últimos meses, y bien pudiera tener alguna pendiente. Aunque la prensa indicó que salía hacia Europa, no hay duda de que tenía decidido hacer escala en La Habana, pues su nombre figura entre los que desembarcan en la capital cubana,47 y después cambiar de barco, pues el Montevideo se dirigía a Barcelona. Aunque apenas se conocen datos fidedignos de su estancia en la isla, es muy probable que visitase el ingenio Santa Gertrudis en la provincia de Matanzas. Se suele decir que allí le acogió por unos días la familia González de Mendoza, lo que justificaría que conociese directamente la Feria de Sancti Spíritus y que la utilizase en uno de sus primeros trabajos como escenario del relato que lleva el mismo título.48 Sin embargo, está descartado completamente que visitase París en este mismo viaje de regreso, aunque de manera libre y evocadora, pero rigurosamente ficticia fechase en esa ciudad el cuento «La niña Chole».

¿Qué sacó en claro de la experiencia mexicana? Aunque no tenemos más que datos fragmentarios de esta estancia, nos queda la idea de que se había zambullido plenamente, no sin problemas, en la vida del país. Se impregnó de la cultura mexicana, de su literatura, del ambiente de sus calles, de sus costumbres. Estableció una corriente de admiración hacia el país y sus gentes, a la que permanecerá fiel el resto de la vida. Dentro de la cautela con que deben tomarse las informaciones que él mismo dio sobre su viaje, es probable que conociese al dictador Porfirio Díaz, no en vano le profesó siempre una sincera y rendida admiración, pues, en una frase que no dejaba lugar a equívocos de su sensibilidad política en aquellos meses, expresó su valoración del dictador: «El beneficio que es para algunos pueblos la tiranía de ciertos dictadores».49 Al parecer esta admiración no se había extinguido todavía casi treinta años después, cuando hizo una alabanza fuera de toda duda del tirano: «Porfirio Díaz tuvo su conciencia por encima de la ley, no a la manera de nuestros gobernantes, cuya exigua mentalidad es la propia de un secretario de ayuntamiento rural, sino a la de Julio César, que afirmaba la licitud de conculcar la ley: pero para mejorarla».50

Aunque al final el regreso se había precipitado de manera imprevista, lo cierto es que, al menos en principio, había proyectado una estancia de sólo unos meses en México, y tal vez la creación de La Crónica Mercantil modificó en algo sus planes, pero en cualquier caso no parece que tuviese la idea de asentarse en el país azteca. En el año largo que pasó allí no perdió contacto con Galicia ni desaprovechó la ocasión de dar a conocer los logros del viaje. Cuando cosechaba alguno, su amigo Ulloa se encargaba de difundirlo a través del Diario de Pontevedra.51

Visto con la perspectiva ventajosa que nos da conocer el desarrollo posterior de los hechos, este viaje habría supuesto un periodo de prueba y reflexión para volver a casa con un bagaje de experiencias suficientes para afrontar su carrera literaria con mayor claridad. Fue también después de pasar por México cuando llegó a la conclusión de que no quería dilapidar su talento literario en la prensa, o mejor en el trabajo mecánico y subalterno de las redacciones de los periódicos, pues, como tantas veces repetiría después, «escribir en los periódicos avillana el estilo». Además, el paso por la redacción de los periódicos le convenció de que quería dedicarse a una profesión en la que no tuviese jefe. Esta decisión de no trabajar en la prensa diaria parece muy drástica y arriesgada, pues el periodismo le ofrecía unos ingresos regulares, mientras que la literatura sólo se los ofrecía a unos pocos elegidos.

Desde La Habana siguió viaje a Galicia, adonde llegó a finales de abril de 1893. De nuevo su amigo Torcuato Ulloa, en un suelto, se encargó de anunciar el regreso: «... procedente de México, donde se halla desde hace algunos meses, ha llegado ayer a esta capital nuestro distinguido colaborador y amigo don Ramón del Valle, ilustre periodista gallego. Damos la bienvenida al joven escritor que por algún tiempo permanecerá entre nosotros».52

Regresaba catorce meses después de la partida, pero no era ya el mismo hombre ni escritor que había partido. Había salido en busca de aventuras y experiencias, y regresaba confirmado y reorientado en su vocación de escritor. La veta fantasiosa y aventurera que le había animado al viaje se consagrará en el futuro a la escritura y a la ficción literaria. Había encontrado, al fin, una manera de canalizar de manera creativa ese ramalazo fantástico.

Y traía también un bagaje literario nuevo: el modernismo. Según su propia y tardía valoración, el viaje a México le había puesto en contacto con el modernismo hispanoamericano, cuyo ejemplo le permitió vislumbrar el escritor que soñaba llegar a ser. Después de las vacilaciones propias del aprendiz había encontrado su «propia libertad de vocación».53 Como le diría a Alfonso Reyes, al referirse a este viaje, que terminaba ahora: «México me abrió los ojos y me hizo poeta. Hasta entonces yo no sabía qué rumbo tomar».54 Por tanto, sus preferencias literarias se habían también decantado y esclarecido.

Lo vivido en el viaje, y sobre todo lo no vivido, es decir, lo soñado y deseado, pero no conseguido, dio lugar al desarrollo de su propia leyenda mexicana. Desgraciadamente los escasos datos documentados no permiten siempre arrumbar el prestigio de lo inventado. Por su parte, Valle-Inclán ayuda poco, pues este pasaje de su vida fue constantemente revisitado por el escritor, que no renunció nunca a aumentar la leyenda con la invención. En el campo de lo real y comprobado, tal vez no esté de más consignar que entre otros recuerdos de México, trajo consigo, además de objetos de artesanía, un látigo, varios ponchos, espectaculares sombreros mexicanos, que años después le darán notoriedad y visibilidad... y una herradura. ¿Le traerá suerte?

De nuevo en Galicia, volvió a la casa familiar de Pontevedra, pero de vez en cuando se escapaba a su villa natal para pasar cortas temporadas. Este periodo aparece como un tiempo propicio a las abundantes lecturas y a la escritura reposada del libro que tiene en marcha. En la provincia sus hábitos volvieron a ser tranquilos y cómodos. Se levantaba tarde, se paseaba por las afueras, y a la tarde-noche acudía a la tertulia en casa de los hermanos Muruáis. Nada de vicios, ni bebía ni fumaba. Mientras paseaba, a veces tomaba notas en una tarjeta o en cualquier papel, frases o ideas para el libro que estaba escribiendo. Un libro de historias amorosas según la moda de la literatura decadentista y cosmopolita de la época, un libro que según todos los indicios había madurado y comenzado a escribir durante la estancia en México. Volvió a frecuentar a los amigos de siempre, como los Muruáis, Ulloa y su hermano Carlos, y a asistir a los actos que organizaban los núcleos culturales de la ciudad. Dicho en pocas palabras, recuperó de nuevo la vida muelle de escritor señorito de provincias sin problemas económicos.

Entre los paisanos pontevedreses su atuendo llamó la atención: gastaba melena —que se hacía cuidar por María, su hermana menor—, se tocaba con sombrero gris de ala ancha, vestía un gabán con una banda negra en la manga izquierda. Al ser preguntado por quién llevaba luto, contestaba: «Por mis ilusiones». Un bastoncito de nudos, un abrigo con esclavina, y un eterno «Pse» en la boca completaban su silueta. La gente observaba un poco perpleja a aquel aspirante a escritor. Comentaba con sorna su aspecto físico y su vestimenta. Pero no hay nada que pruebe la anécdota de que le mandasen un peluquero a su casa, y menos que lo tirase por las escaleras. En cambio, Torcuato Ulloa, según el testimonio que le hiciera a Carlos del ValleInclán Blanco, recordaba que aparecieron caricaturas en la calle donde se le veía con sus melenas y una sulfatadora. Otros testimonios, como el de Joaquín Pesqueira, refrendan informaciones tenidas por veraces: «Don Ramón apareció en Galicia con una rara catadura. Unas barbas luengas, una larga melena, una larga hopalanda, un ancho chambergo y unas grandes gafas de carey. Todo era negro, negros los pelos, negro el indumento, negras las gafas... En aquellas calles de Pontevedra su presencia tuvo la importancia de un insólito acontecimiento».55 Pero como era un personaje de armas tomar, en sentido literal, en Pontevedra se reencontró con su maestro de esgrima, Attilio Pontanari, con el que volvió a entrenar, y con el que participó en dos exhibiciones en el casino de Pontevedra.

Dice Torcuato Ulloa, tal vez su mejor y más íntimo amigo de esos años, y quizás el que mejor le conocía, que no era nada expansivo en sus amistades, y si bien se comportaba con cortesía siempre, lo hacía con una cortesía fría. Como gran gesto de confianza, dado su retraimiento y timidez accedía a leerle «... aquellas sus cuartillas de escritura extraña y retorcida, en nuestros habituales paseos por callejuelas sombrías o por carreteras solitarias».56

En esta temporada de retiro en Pontevedra seguía escribiendo el que sería el primer libro que dará a la imprenta. Fueron dos años decisivos para su formación literaria, pero frente al tópico repetido que lo afirma, es prácticamente imposible que leyese literatura francesa simbolista y decadentista, que abundaba en la biblioteca de los Muruáis (no en vano Andrés era catedrático de francés en el instituto de bachillerato), dado que Valle-Inclán tenía escasos conocimientos de esta lengua, pues no la hablaba, ni la escribía y la leía sólo a medias. De hecho, a Chateaubriand lo leyó en traducción española, de la que quedan frases en la Sonata de estío. Todo lo cual indica que la biblioteca de Muruáis tuvo mucha menos repercusión en su formación literaria de lo que se ha dicho en otras ocasiones. Esto no impide que la literatura francesa le influyese a través de las traducciones. Chateaubriand, Taine, Merimée, Rhené Gil, Barbey d’Aurevilly, Maupassant, Baudelaire, Rostand, Verlaine, Gautier... figuran entre sus lecturas en diferente proporción. Pero no todo provenía de la literatura francesa.

Hay que admitir que algo leyó antes de ir a México y que algo propio tenía en su caletre, pero lo definitivo fue el descubrimiento del modernismo sudamericano en México. No hay más que leer Femeninas, para ver cómo uno de los cuentos, «La niña Chole», en el que se percibe toda la influencia de sus lecturas modernistas, de Díaz Mirón a Darío, era radicalmente distinto de los demás. Como anécdota de este tiempo, es relevante que llevase copiados de su puño y letra varios poemas de Salvador Díaz Mirón, y mientras caminaba por el paseo de la Alameda junto a sus amigos, se los recitaba. Consiguió contagiar a sus más próximos la veneración por la poesía del mexicano, y Torcuato Ulloa publicó algunos de esos versos en la revista pontevedresa Extracto de Literatura.

A pesar de su decantada vocación literaria, Ulloa se percató de que a su amigo le fallaba en ocasiones el acicate para el trabajo. Además de su lector y admirador más amistoso, se convertiría en vigilante e instigador de la marcha del libro que estaba escribiendo, pues se dio cuenta de que atravesaba periodos de «voluntad algo perezosilla», y trataba de animarle y estimularle. Cuando se encontraba con él, mientras le curioseaba entre los papelotes que llevaba revueltos en los bolsillos, le preguntaba de manera invariable: «¿Trae usted algo por ahí? ¿Trabajó usted más?».57 El olfato literario de Ulloa captó que algo distinto había en su escritura, y se dio cuenta nada más verlo. En la respuesta a un colaborador de su revista le dijo: «En ese artículo de viajes lo que usted ha querido ha sido imitar Páginas de Tierra Caliente de Ramón del Valle-Inclán. Desista usted, por Dios. No todos tenemos el ingenio de este escritor ni su estilo primoroso y cincelado».58 Ulloa se convirtió en estos años de 1893 a 1895 en el agente provocador de su amigo, en su lector atento y exigente que en más de una ocasión le apremiaba para que trabajase más. Leía los fragmentos que le pasaba. Le animaba, le sugería y le corregía. Antes de que diese el libro a la imprenta, Ulloa lo conocía casi íntegramente, y fue en estos años decisivos el admirador incondicional de su obra en marcha, de su estilo, de su frase pintoresca y precisa, de «su capacidad de observador perspicaz que lleva a las más audaces investigaciones psicológicas».59

Durante las largas noches del invierno pontevedrés, en la biblioteca de Jesús Muruáis de la Casa del Arco, donde se reunían los amigos, les leía las pruebas de imprenta. Protegidos por el colchón de la lluvia y olvidados del aura melancólica que se sentía en la reunión, «con su voz suave de exóticas cadencias» y con su intencionada entonación, conseguía trasladar a los que le escuchaban las mágicas y luminosas descripciones en las que reinaba la niña Chole.60

También fue Ulloa el primero en poner el dedo en la llaga de su carrera literaria de joven e inédito autor, que aun queriendo ser escritor, no rendía suficientes resultados.61 Ulloa no será el único en apuntar el defecto. Otros después insistirán en este mismo sentido. Todos señalan que trabaja poco y desenmascaran su pereza. Y así habría que aceptarlo, si nos atenemos a lo poco que publica. Sólo cuando la necesidad le obligue, como hemos visto en sus estancias de Madrid y México, se esforzará en el trabajo. Pero a esta conclusión llegará mucho más tarde, cuando, en circunstancias más dramáticas, pierda las fuentes económicas de las que había venido viviendo. Ahora en Pontevedra, el trabajo y, consiguientemente, la gloria literaria podían esperar.

Pero tal vez sea esta una visión simple o errónea de la manera en que enriquece su lengua y elabora su obra. Es posible que su problema fuese que trabajaba mucho y obtenía poco rendimiento. Porque lo que tiene claro desde sus comienzos es que es necesario encontrar la voz, la voz personal, y esto le llevará su tiempo. Es probable que El gran obstáculo, novela de la que había publicado dos fragmentos semanas antes de salir hacia México, y que se anunciaba ya concluida (concretamente se decía «que se halla en prensa»),62 fuese el libro que su hermano Carlos debía entregar a Murguía para que le pusiera prólogo. No podía tratarse de Femeninas, pues aunque algunas de las historias que compondrían el libro estaban posiblemente escritas en México, el libro, de acuerdo con el testimonio de Torcuato Ulloa, y la lógica lo ratifica, lo escribió sobre todo al regreso a Pontevedra.

Murguía debió de escribir el prólogo solicitado para El gran obstáculo, pero la novela no llegó a publicarse. Finalmente, Valle-Inclán decidirá dejarla inédita sin que sepamos con certeza la razón. Se pueden manejar varias hipótesis, que no deben tomarse por únicas ni contradictorias, tal vez complementarias. Es posible que renunciase a publicarla por motivos puramente literarios, porque el resultado no le hubiese dejado satisfecho. Cabe la posibilidad de que al releerla pasados ya unos años de su redacción comprendiera que el acabado era torpe y, sobre todo, que se notaba demasiado cuánto debía el texto a su propia experiencia biográfica. Si fue ésta la razón, o una de las razones, para enviar la novela al limbo literario y sentenciarla al mundo de los seres no natos, hay que convenir que esta decisión creó «jurisprudencia», pues en el futuro el autor cuidará de borrar cualquier huella autobiográfica de sus escritos, más allá de que utilice ocasionalmente algunos datos externos de su vida. Pudo ocurrir también que, ante el juicio crítico de alguien de autoridad o ascendente sobre él, renunciase a publicarla por entender que era demasiado confesional, y la destruyese. Hoy lamentamos que El gran obstáculo haya desaparecido, no por su calidad, que a juzgar por el desinterés en publicarla por parte del autor resultaría cuando menos dudosa, sino por las claves biográficas que pudiera encerrar.

No obstante, cuando en marzo de 1895 apareció Femeninas, publicada en Pontevedra por Andrés Landín, la selección de relatos que lo componen iba precedida por un prólogo de Manuel Murguía, cuyo contenido no casa con el del libro que acompaña. ¿En qué nos basamos para esta afirmación? Sencillamente en que Murguía en el prólogo insiste en dos aspectos que en nada se ven reflejados en los contenidos de Femeninas. Murguía insiste sobre todo en el autobiografismo del libro y en el galleguismo del autor. Ambos «ismos» son difíciles de encontrar y de demostrar en Femeninas.

Al lector de Femeninas, un libro transido de decadentismo y refinamiento, en el que prevalece un fino humor y un suave e irónico distanciamiento, le será difícil reconocer la espontaneidad autobiográfica que Murguía atribuye al libro.63 Tampoco es visible ni reconocible en los cuentos de Femeninas el galleguismo que Murguía comenta en su prólogo. Torcuato Ulloa, sin menoscabar el respeto que le merecería el patriarca del galleguismo, se atrevió a corregirlo en las reseñas que le dedicó al libro: «Contra la respetabilísima opinión del prologuista, del ilustre Murguía», dirá Ulloa disintiendo. «[...]. Yo me permito creer que fuera de la ondulancia [sic] y el ritmo, veo en el libro poco de nuestra tierra gallega, y aún no mucho tampoco de literato español».64

¿Cómo explicar esta contradicción? Al desconocer la mayor parte del texto de la novela inédita, cualquier indagación sobre este asunto es pura especulación. En nuestra opinión, Murguía no renunció a lo ya escrito para El gran obstáculo y lo reutilizó para el prólogo de Femeninas. O fue quizá Valle-Inclán el que decidió utilizar el prólogo aunque no correspondiese al libro que iba a publicar. Murguía pudo comparar ambos textos, aunque no lo comente. Se deduce que estableció una relación entre ambos. Cuando se refiere a algunas de las historias del libro, como «La Condesa de Cela», «Octavia» o «Tula Varona», sobrentendemos lo que éstas deben a la novela inédita. Por eso, Murguía, que conocía el texto novelesco por Valle-Inclán y del que este habría salvado algunas historias para integrar en Femeninas, puede apostillar: «Páginas arrancadas al libro de sus Confesiones juveniles, un lazo más que estrecho las une y hace iguales».65

El libro de Femeninas apareció dedicado a Pedro Seoane, un amigo del autor, del que apenas teníamos noticias hasta este momento. Sabemos que frecuentaba los salones del Casino de Santiago y las reuniones estudiantiles, y asistía a veces a las reuniones de la Juventud Católica, que impulsaba Brañas. Al dedicarle este primer libro, dedicatoria que está fechada el 20 de abril de 1894, es decir, justo un año antes de su publicación, y por tanto muy pensada, nos da idea de la sentida amistad que aún años después le profesa. Es un regalo o atención tanto más sobresaliente cuanto que se trata de su primer libro:

¡Cuánto tiempo que ni nos vemos ni nos escribimos, mi querido Seoane!

A pesar de este aparente olvido, si hoy, cuan en aquellos días de locuras quijotescas volviese a necesitar un amigo —un hombre, era la palabra que nosotros empleábamos entonces— el corazón guiaríame como siempre a tu puerta. Aunque con algunas canas más, estoy seguro que volveríamos a ser los antiguos camaradas que tantas veces bebieron juntos en el vaso de la fraternidad estudiantil. Por eso, mi querido Pedro Seoane, al dedicarte este libro —el primero que escribo— me siento alegre, como el padre al bautizar a su primogénito, puede ponerle un nombre bien amado.66

¿Quién era Pedro Seoane? De este amigo de juventud desconocemos casi todo. Nos intriga su identidad, porque deducimos que la amistad con él debió de ser importante. Algo mayor de edad que Valle-Inclán, Seoane estudió también Derecho en la Universidad de Santiago y coincidieron en la facultad. Luego llegó a ser fiscal y diputado en Cortes, pero, a pesar de esta dedicatoria tan afectuosa, desapareció por completo de la vida de Valle-Inclán.

En Femeninas recogió seis relatos: «La condesa de Cela», «Tula Varona», «Octavia Santino», «La niña Chole», «La generala» y «Rosarito». Todos están unidos por el común denominador de desarrollar historias de amores galantes e imposibles. Pero más importante que su contenido es el hecho de la publicación del primer libro, que constituye por sí solo, y más allá de su posible calidad o méritos, un hecho biográfico de primer orden. Como hemos visto, la gestación había durado varios años y su parto había resultado especialmente difícil y trabajoso. El primer libro es un hito importante para el autor neófito, En el caso del joven Valle-Inclán, además de permitirle pasar de escritor in pectore a autor censado, la aparición de Femeninas le dio el pistoletazo de salida para poder realizar al fin un esperado y estudiado plan.

Estamos en marzo de 1895. Nuestro hombre tiene veintinueve años, pero aún no ha hecho nada notable. Ni terminó sus estudios ni se ha estabilizado en ningún empleo. Al fin ha publicado su primer libro, y aunque lleva años escribiendo, se puede considerar que su carrera literaria comienza ahora. Quiere triunfar y para ello está dispuesto a intentar de nuevo la conquista de Madrid, y está dispuesto a todo. A todo, menos a perder la dignidad o lo que su alta estima y orgullo de hidalgo le dictan que es la dignidad.

Volverá a intentarlo. Proyecta otro viaje a Madrid. Han pasado cuatro años desde que lo intentase por primera vez. Antes de salir rebobina los recuerdos y avatares de aquel primer viaje de 1891, revisa tal vez sus fracasos, y se hace el propósito de no repetirlos. Sin ninguna duda ahora actúa con una previsión que no tuvo antes y tiene un proyecto más claro de cómo hacer carrera literaria. Lo ha preparado todo a conciencia. Durante los meses precedentes a la partida, siguiendo un plan trazado de antemano que también había previsto antes, pero no había cumplido en sus anteriores viajes a Madrid y México, ha cuidado los detalles minuciosamente. En esta ocasión no ha dejado nada al albur en su programa de desembarco en la capital. ¿Funcionará?

Sabe que no va a ser fácil y que nadie le va a regalar nada, que deberá trabajar y hasta sacrificarse. De la anterior estancia madrileña sacó en claro al menos una cosa: la competencia entre los que aspiraban a alcanzar el éxito literario y la fama era dura e implacable, y también entre los aspirantes y los ya establecidos. Esta idea de triunfo no era exclusiva de nadie, sino un rasgo de aquella generación de jóvenes escritores. El éxito se nos antoja más prioritario para ellos que el «problema de España». Por ejemplo, Azorín, otro periférico, a la conquista de Madrid desde su Monóvar natal por aquellos mismos años, lo dejó escrito en su novela Antonio Azorín: «Es preciso vivir en este Madrid terrible; en provincias no se puede conquistar la fama. La fama no estamos muy seguros los que vamos tras ella en lo que consiste; pero yo puedo asegurar que el fajo de cuartillas que yo emborrono todos los días, lo emborrono para conquistarla». O como dicen que el cáustico Baroja contestó a otro joven escritor, cuando le preguntó qué había que hacer para triunfar en la literatura: «Vaya a Madrid, joven, y póngase a la cola».

Su plan no dejaba de tener algún riesgo, porque, tal como se prometiera a sí mismo, ya no trabajará más para la prensa ni en las redacciones periodísticas. En el primer viaje a Madrid y en la estancia en México, el periodismo había constituido su principal fuente de ingresos. Ahora, en cambio, se acabó ejercer de periodista, es decir, redactar notas y sueltos sin firma, leer telegramas, lo que en el argot de la profesión se llamaba «hinchar el perro». Trabajos todos ellos alimenticios, sin interés literario. Esto no quiere decir que prescinda de publicar en la prensa, pues buena parte de su obra aparecerá por entregas en periódicos y revistas antes que en libro. Pero, si no trabaja en los periódicos, ¿de qué vivirá?

El viaje parecía una nueva huida hacia delante. Y sin embargo, en esta ocasión había proyectado un plan más realista. En primer lugar, en el equipaje llevaba su primer libro a manera de carta de presentación. En julio de 1894 el libro había entrado en prensa. El volumen dio una tabarra considerable al editor por la corrección de pruebas, como indica el autor en su dedicatoria a Javier Puig: «En recuerdo de las muchas latas que le han dado las pruebas de este libro». En segundo lugar, para que todo resultase más fácil, había buscado, a base de influencias, un puesto remunerado en la Administración por el que cobrar un sueldo sin tener siquiera que acudir a la oficina. En marzo de 1895 logró por fin el nombramiento para un puesto en Madrid, tal como lo anunciaban los dos principales periódicos de la ciudad: «Por la Dirección General de Instrucción Pública ha sido nombrado para ocupar un cargo con el sueldo de 2000 pesetas anuales, en el Negociado de Construcciones Civiles, nuestro apreciable amigo y distinguido escritor, don Ramón del Valle-Inclán».67 Es decir, unas ciento setenta pesetas mensuales. No estaba mal remunerado, sobre todo si tenemos en cuenta que era a cambio de no hacer nada. En fin, se trataba de un «momio», como se decía entonces, conseguido por enchufe, que le aseguraba una cobertura económica y tiempo libre para escribir. Casi con toda seguridad, Augusto González Besada, su amigo de la época estudiantil en Santiago, para entonces convertido ya en un político destacado del Partido Conservador en Madrid, habría sido su benefactor. Se lo había conseguido de forma discreta. El carácter orgulloso de nuestro hombre no admitiría dar la impresión de andar mendigando ayuda.

Además, para redondear el soporte económico del viaje e instalación en Madrid, la Diputación de Pontevedra había comprado cien ejemplares de Femeninas, que le permitió recuperar pronto parte del dinero invertido en la edición o devolver lo que otros le pudieron prestar, pues no sabemos si el libro lo publicó a su costa o con la ayuda de la familia y de los amigos. En fin, a diferencia de los viajes anteriores, había sido práctico y previsor. Con los deberes hechos que había desatendido, inició los preparativos del viaje a Madrid. Llegaría con un libro debajo del brazo y con un empleo de funcionario en el bolsillo para cubrir sus necesidades mientras llegaba el éxito... El puesto en la Administración le aseguraba unos ingresos para vivir holgadamente. Decidido a triunfar, puso proa a la capital.