En septiembre de 1884 se matriculó en el preparatorio de la Facultad de Derecho de la Universidad de Santiago, así al menos consta en su expediente académico universitario, pero, al parecer, no se incorporó inmediatamente a las aulas. En cualquier caso, para entonces, se había trasladado ya a esta ciudad, en donde su hermano Carlos había comenzado a estudiar en la misma facultad el curso anterior. Tenía diecinueve años, y no había mostrado aún ninguna preferencia profesional. A decir verdad como vástago de una familia en buena posición económica, se podía permitir una muy hidalga vacilación entre las armas y las letras, al menos de manera fantasiosa. Si nos atenemos a los hechos, en la elección de los estudios de Derecho debió de pesar más la presión del ambiente familiar que la propia afición, a la que tampoco sería ajena la circunstancia de que el padre, sin títulos académicos, quería para sus hijos varones los estudios universitarios que él no tuvo. De este modo eligió una carrera que, en principio, no le resultaba atractiva.
Cuando ingresó en la Universidad de Santiago de Compostela, la ciudad era provinciana, pequeña y tranquila, demasiado tranquila a juzgar por los testimonios de la época. Su consuetudinaria paz resultaba alborotada durante el curso escolar por la presencia de los estudiantes universitarios que constituían una de sus señas de identidad y sin duda el rasgo de mayor singularidad social, además de una importante fuente de ingresos económicos. Sabemos, por ejemplo, que aquellos años el alumbrado público se reducía las noches que había luna con el fin de ahorrar gastos,1 y en las casas no había agua corriente, que debía ser porteada desde las fuentes públicas que había en las calles y plazas por muchachas y mujeres hasta las viviendas en herradas, especie de cántaros de madera reforzados con aros metálicos.2
La Iglesia ejercía, por su parte, un riguroso control sobre todas las actividades y, de manera especial, regulaba las diversiones que podían frecuentar los jóvenes, lo cual hace que tomemos casi como real la licencia metafórica del cronista que presenta Santiago como un «vasto monasterio, cuyos tránsitos y crujías recorren, graves y silenciosos, sus habitantes».3 Los cronistas locales, y también algún foráneo, como el ya citado Hartley, insisten sobre todo en las pocas diversiones que tiene la ciudad y en el consiguiente aburrimiento de la población. La vida santiaguesa sería «una esfinge», a la que ni el tiempo ni nada alteraban en su imperturbabilidad.
De este modo el tedio se enseñoreaba de la población más joven y era motivo de repetidas quejas en la prensa, ya que las únicas distracciones consistían en pasear por la Alameda los jueves y domingos, asistir a las escasas representaciones teatrales u operísticas y participar en los reglados y canónicos bailes de los domingos.4 La exaltación que la prensa local hacía de los escasos eventos y diversiones permite que imaginemos la pobreza de los entretenimientos ciudadanos, así como los comentarios de lo mucho que se echaban en falta. Cuando éstos se celebraban, la prensa local oscilaba entre la exageración («... se prepara un magnífico baile en el teatro con que obsequiará a las pollas la sociedad Juventud Compostelana, compuesta por escolares, comerciantes e industriales»)5 y la resignación («Mañana a la noche tendrá lugar un concierto en el café del Siglo [...]. Aquí no tenemos estrenos de obras teatrales que apasionen los ánimos y susciten acaloradas polémicas, ni otros sucesos que curen en el templo de Talía el crónico spleen, ni exposiciones»).6 Por lo tanto, el esparcimiento cotidiano de los estudiantes se desarrollaba en los cafés, sobre todo en el Español y el Casino, lugar de reunión, tertulia y juego. Se jugaba a las cartas, y se jugaba mucho. Tiempo y dinero. Las partidas se prolongaban durante toda la tarde y buena parte de la noche. La opinión pública consideraba estos lugares verdaderos centros de vicio y perdición para los jóvenes universitarios.7
¿Se divertía Ramón? ¿Acaso estudiaba? En teoría, y dadas las contadas ocasiones de diversión que ofrecía, la ciudad parecía diseñada para el estudio, sin casi otros alicientes que los que las aulas y la biblioteca propiciaban. Al ingresar en el preparatorio de Derecho, se matriculó de tres asignaturas: Metafísica, Historia Crítica de España y Literatura General y Española, pero no se examinó de ninguna de las tres. No se presentó ni en mayo ni en septiembre. Ni ese curso de 1884-1885 ni el de 1885-1886 ni el siguiente. Por fin, el 10 de septiembre de 1887 se decide a presentar una solicitud dirigida al rector por la que pide poder examinarse en esta convocatoria extraordinaria de Metafísica y de Historia Crítica de España como «estudios libres». En ambos exámenes, frente a un tribunal de tres miembros, obtiene la calificación de «notable». Dejará para más adelante el examen de Literatura General y Española, que aprueba en enero de 1888. Los resultados hablan por sí solos, y no es mucho, después de casi tres años. La pregunta lógica viene de inmediato: ¿qué hizo durante este tiempo, de abril de 1885, en que se supone que debió comenzar los estudios, a septiembre de 1887, en que solicita examinarse de dos materias del preparatorio? A juzgar por el tiempo empleado y los resultados obtenidos, es evidente que los estudios no le ocuparon ni le preocuparon mucho. Tampoco la asistencia a las aulas le robaría el tiempo, pues a todos estos exámenes se presentó como «estudios libres» o «enseñanza privada», que son los términos que emplea en las distintas solicitudes. En resumen, cursar el preparatorio, que le daba el paso a primero de Derecho, le costó tres años. No era lo que se dice un comienzo prometedor.
A pesar de la fama de aburrida que llevaba la ciudad, nos da la impresión de que Ramón no tenía tiempo para aburrirse, pero tampoco para estudiar. Aunque no disponemos de noticias precisas, parece que le faltase tiempo para atender los múltiples quehaceres, que fuera de las aulas le organizaban el día. Oficialmente las clases le ocupaban las mañanas, de ocho a dos de la tarde, aunque, como otros muchos estudiantes, no asistía a las aulas de manera regular. Más bien muy poco, por no decir nada. El resto del día, sus aficiones e intereses no le dejaban ocioso ni un momento: la literatura, las ocasionales colaboraciones para la prensa, la vida social, el juego de cartas, la equitación y la esgrima eran sus ocupaciones predilectas. Por tanto, vivía el ambiente estudiantil de la ciudad y participaba en sus costumbres y distracciones plenamente. En pocas palabras, como la mayoría de los estudiantes compostelanos, llevaba una vida de «señorito», es decir, se divertía mucho y estudiaba poco. Se levantaba a mediodía, jugaba a las cartas y perdía bastante. Hacía vida social en los ambientes que frecuentaban las familias distinguidas de la ciudad, recibía clases particulares de esgrima, un deporte que exigía una práctica prolongada y dinero. Se cambiaba de traje hasta dos veces al día.8 A juzgar por las aficiones tan dispares que atiende y el poco interés que demuestra por los estudios en estos comienzos de su etapa universitaria, no parece que esté llamado a hacer carrera de abogado ni esté preocupado por ello, entre otras razones, porque no lo necesita económicamente y puede permitirse el lujo de vacilar entre varias actividades, en realidad hobbies, si bien la escritura periodística y literaria está ya presente entre sus preferencias.
Los estudios le pusieron en contacto, amén de con la picaresca estudiantil, con los ambientes intelectuales y culturales compostelanos. A pesar de todo, Santiago, más que su universidad, se nos antoja un pasaje biográfico decisivo en su formación. Fue durante esta estancia cuando empezó a aquilatarse su personalidad estética y sentimental. Además, la impronta plástica y espiritual de la ciudad no le abandonará nunca. Al contrario, con el paso del tiempo, la materialidad petrificada de la ciudad se le representaría como un símbolo de la quietud mística, o lo que es lo mismo en una manifestación estética y religiosa de su ideario literario-espiritual.9
Valle Bermúdez había nombrado como tutor de sus hijos en Santiago a su amigo Joaquín Díaz de Rábago, pero esta tutoría no surtió el efecto deseado en el caso de Ramón, que no modificó su falta de disciplina ni su pereza académica. Su tiempo lo repartiría entre los cafés y las librerías antes que en las aulas. Frecuentaba el Ateneo Compostelano y las escasas librerías de la ciudad como El Sol, Bernardo Escribano, Eladio Moreno o Dolores Pazo. En resumen, tal y como se deduce de su expediente académico, la esgrima, el juego y más tarde, como veremos, el espiritismo le tomaban más tiempo del debido. Su escolaridad nunca fue regular y, a juzgar por las matrículas libres que le ligaron a la universidad, debió de alternar periodos en Santiago con periodos en el hogar familiar.
Aunque la visión de la novela La casa de la Troya, de Alfredo Pérez Lugín, que estudió también en la Universidad de Santiago por los mismos años, nos resulte en exceso pintoresca, amable y sentimental, no deja de informarnos de algunos aspectos de la vida cotidiana de sus habitantes. La escasez de diversiones para los jóvenes, el aburrimiento y la monotonía allí descritos, debieron de ser los mismos de sus años universitarios, y la forma de combatirlos, como gamberradas, cenas y rondas nocturnas, serían semejantes. La vigilancia a que las señoritas casaderas se veían sometidas por las madres impedía el encuentro espontáneo con los estudiantes. Sólo en los paseos de la Alameda o mediante la ayuda de algún hermano o familiar, y siempre con grandes restricciones, le era posible establecer a los jóvenes algún tipo de relación con las féminas. Pero era prácticamente imposible que sin el beneplácito de los padres pudiera prosperar el noviazgo de una joven con alguno de los estudiantes, sobre los que solían pesar reservas y desconfianzas sin tino sobre sus verdaderas intenciones. Este aspecto de la vida social compostelana la plasmaría Ramón en el argumento de una novela de juventud, El gran obstáculo, de la que sólo llegaron a publicarse dos capítulos.
Existe el lugar común, aunque sin probar, de que en una pensión de la calle de Franco 45, se hospedaron los hermanos ValleInclán, Ramón y Carlos, pues tan sólo se conserva un sobre con esa dirección a nombre de «Ramón del Valle-Inclán», pero debieron de ser varias las pensiones en las que se alojaron. Indicio de ello tenemos por el artículo de Carlos en la revista Café con Gotas de 1887, justo cuando están cursando ambos los estudios de Derecho. En el breve artículo, que firma de manera críptica con una X, se refiere humorísticamente a las desafortunadas experiencias con las muchas, y cada vez peores, «patronas» santiaguesas que había conocido.10
En 1888 Ramón se matriculó en la Escuela de Artes y Oficios de Santiago. Durante el curso escolar de 1888-1889 cursó la asignatura de «Dibujo y adorno de figura», pero, de acuerdo con su bien ganada fama de estudiante absentista, no se presentó al examen. Por entonces era profesor de gimnasia de este centro un italiano de Florencia, llamado Attilio Pontanari, que además de gimnasta era ortopedista y maestro de esgrima, amén de un hombre inquieto y con inventiva, que registró como creación propia varios instrumentos ortopédicos y una ocurrente y avanzada «letrina inodora». En 1889 Pontanari se instaló en Santiago, procedente de La Coruña, y abrió un salón de esgrima con todos los adelantos necesarios para su práctica. No sabemos con exactitud cómo y dónde conoció a su maestro de esgrima, pero parece claro que fue la práctica de este deporte la razón del inicio de su amistad. Incluso llegó a participar con Pontanari en exhibiciones públicas, como las celebradas en el Casino de Santiago y el Liceo Casino de Pontevedra.11 Aledaña a la esgrima, y hasta cierto punto complementaria, la equitación fue otra de las diversiones a la que se aficionó también en esta etapa de estudiante universitario. Ambas aficiones, junto al cultivo de las letras, configuran el ideal caballeresco que desde su juventud le será grato. La amistad que Carlos y Ramón mantuvieron con los oficiales del Regimiento de Caballería de Galicia les permitió dar frecuentes paseos a caballo y practicar la equitación por los alrededores de Santiago y disfrutar de esta práctica deportiva que como tal entretenimiento urbano era realmente elitista. Una muestra de esta relación es la composición poética «improvisada» por Carlos en un homenaje a los jefes y oficiales del regimiento, celebrado el 26 de marzo de 1888 en la Sociedad Recreo Artístico e Industrial de Santiago.12 La afición a la esgrima y a la equitación resulta sin lugar a dudas reveladora de sus gustos, y la expresión de la contradictoria difusión y democratización de los ideales caballerescos entre la burguesía urbana decimonónica, especialmente en algunas profesiones como militares, políticos y periodistas.
Pero no menos reveladora de su aptitud social resulta la contradicción de su entrega a estas prácticas caballerescas y el incumplimiento de la obligación del servicio militar. Había sido llamado a filas en 1885, y debía haberse incorporado al servicio militar en 1887. En la primera revisión médica de 1885, quedó exento del servicio activo de forma temporal por defecto físico, sin que se haya sabido cuál fue el defecto físico alegado. La exención de la «mili» por enfermedad o defecto físico, previo pago o intercambio de favores, era una fórmula social aceptada, un procedimiento fraudulento, que el clasismo del ejército de la época toleraba e incluso fomentaba. Bien por privilegio, tráfico de influencias o por una excusa como la de ValleInclán, los hijos de las familias nobles o acaudaladas quedaban exonerados de esta obligación alegando cualquier mal real o enfermedad imaginaria que los librase de este deber. Los menos pudientes, o con menos influencias, podían optar por la redención en metálico, o sea pagando una suma para lograr la exención. Existían casas especializadas en este cometido, y el que lo deseaba iba entregando cantidades parciales que, al cabo de los años, permitía tener un capitalito suficiente para librar del servicio militar a los hijos. Los pobres, como siempre, no tenían escapatoria si no pagaban. Como descendientes de una familia con posibilidades económicas, ninguno de los vástagos de Valle-Inclán Bermúdez hizo el servicio militar. El mismo año que quedó exento del servicio militar obligatorio, dos de sus primos de Villanueva resultaron igualmente inútiles para el servicio.13
Como cualquier joven perteneciente a una familia de posibles, utilizó esta artimaña. Cualquier dolencia o defecto físico, por pequeño que fuese, servía para regatear el servicio militar. En principio la exención de esta obligación se presenta en clara contradicción con el deseo de hacer carrera militar profesional, que posteriormente confesaría haber tenido en estos años juveniles. Se le convocó para una segunda revisión en los dos años siguientes, sin presentarse a ninguna alegando encontrarse enfermo. A la última citación de 19 de julio de 1887 no compareció ni en el ayuntamiento de Villanueva ni en la Comisión provincial de Pontevedra.14 El padre, para remediar la incomparecencia del hijo, presentó un certificado médico. Poco después, en el mes de septiembre de ese mismo año, recibió la comunicación de una nueva exclusión temporal que, en este caso, después de más de dos años, significaba que era definitiva. En conclusión, hecho no cumplió con los patrióticos deberes militares.15
El paso de los hermanos Valle-Inclán por la universidad coincidió con el auge, en Santiago y en el resto de Galicia, del regionalismo, fenómeno mimético del que se produjo en Cataluña décadas antes. En Galicia se desarrollaron al unísono dos corrientes bien diferenciadas de galleguismo: el de carácter liberal-progresista, que representaba Manuel Murguía, y otro de corte conservador-tradicionalista, que auspiciaba y animaba el profesor de Derecho Alfredo Brañas, con el que ambos hermanos cursaron la asignatura de Hacienda Pública. Brañas basaba su concepción del regionalismo en un catolicismo integrista, contrario a la modernidad y con claros tintes antiliberales. Su proyecto regionalista defendía la descentralización administrativa como medio de recuperar y defender la esencia de lo gallego. La creencia de que esa esencia había existido en el pasado alentaba el proyecto político de Brañas, y su objetivo era recuperarla para recomponer la estructura natural de la sociedad gallega anterior al capitalismo. Es decir, dicho en pocas palabras, se proponía regresar a una especie de sociedad tradicional medievalizante en la que se valoraba sobre todo aquello que precisamente lastraba y retrasaba económica y socialmente a Galicia.
Brañas, junto a Juan Barcia y otros, creó en 1885 el Círculo de la Juventud Católica de Santiago. Su incidencia se limitó prácticamente al ámbito de la universidad y fuera de esta su influencia fue muy escasa. A juzgar por la ausencia de noticias, el Círculo dejó de funcionar como tal en 1887 casi con toda seguridad.16 Según Pérez Lugín, que parece que no simpatizaba mucho con la iniciativa regionalista, «aquel cenaculillo sin pretensiones, de la Juventud Católica, estaba formado nada menos que por el excelso don Ramón del Valle-Inclán, Augusto Besada, Juan Vázquez de Mella, Jesús Fernández Suárez, Emilio Villelga y Alfredo Brañas».17 Aunque no se conoce ningún otro documento que le vincule expresamente con esta asociación, Brañas, en su libro El regionalismo, menciona a «don Ramón del Valle» entre los escritores —clara referencia al padre— y a Ramón y Carlos del Valle-Inclán entre los «nuevos soldados, todavía bisoños» del regionalismo gallego.18
En 1885 el Círculo de la Juventud Católica de Santiago tiene en la directiva como presidente a Juan Barcia Caballero; como primer vicepresidente, Alfredo Brañas; segundo vicepresidente, Juan Vázquez de Mella; secretario, Augusto González Besada, y Emilio A. Villelga como bibliotecario. Todos ellos eran conocidos de los hermanos Valle-Inclán, con los que coincidieron en no pocas publicaciones. De manera destacada con Moisés González Besada, que fue director literario de Café con Gotas, y con Enrique Labarta Pose, colaborador también de esta publicación y fundador de El País Gallego. Es plausible que los dos hermanos estuviesen en esta asociación, lo que coincidiría perfectamente con el ambiente intelectual en que se movieron en sus años universitarios, como con las ideologías que mantuvieron posteriormente. Además de los citados, Ramón fraguó una importante amistad con Pedro Seoane, Camilo Bargiela y otros jóvenes que luego serían figuras relevantes en el mundo de la cultura y de la política gallegas. Algunos de estos paisanos volverán a cruzarse en su camino.
La incidencia real de este grupo regionalista fue, como se ha dicho, mínima, y estuvo limitada al ámbito universitario, pero acabó confluyendo en algunos casos con el carlismo, de manera que el tradicionalismo monárquico y el regionalismo conservador acabarían formando en Galicia un único movimiento político. También Brañas evolucionó hacia el carlismo poniéndose al servicio del Pretendiente, don Carlos de Borbón, en sendos artículos de prensa.19
Según el testimonio de Carlos del Valle-Inclán Blanco, primogénito del escritor, su padre habría virado pronto hacia el carlismo, como también lo haría su hermano menor, Francisco, sin que esta noticia pueda refrendarse con ningún otro documento. Siempre según este mismo testimonio, ya en esta etapa estudiantil, Ramón se definía como simpatizante carlista en el casino de Santiago, y hacía ostentación de ello públicamente: «Y allá por los años 1885, en el casino de Santiago, defiende [Valle-Inclán] con ardor al pretendiente. Mella sonríe; le escucha Vicenti; le interrumpe a veces el único a quien Valle tolera confianzas, el gran Pedro Seoane, y los demás le atienden con agrado».20 Es plausible considerar que tanto Ramón como Vázquez de Mella, futuro dirigente nacional del Partido Carlista, como Brañas y algún otro del grupo santiagués, encontraron tal vez en el regionalismo un primer fundamento para su ideología tradicionalista posterior. Por tanto, en el cenáculo regionalista de Brañas comenzaría a fraguarse el ideario integrista y tradicionalista de nuestro hombre.
A diferencia de su hermano Carlos, que permaneció fiel al ideario regionalista, Ramón se distanció pronto de este movimiento y dejó de ser colaborador de El País Gallego en 1888. De hecho, ese mismo año, publicó en un periódico gallego de La Habana (Cuba) un texto en el que cuestionaba el intento de rehabilitación de una antigua patria gallega, que muy recordada y edulcorada literariamente en el presente, había sido definida en el pasado de manera romántica y difusa.21 Una idea que repetirá de manera similar en la primera de sus Cartas Galicianas (1891), al mostrar un claro distanciamiento de las posiciones regionalistas:
En tales ciudades [se refiere a Monforte de Lemos] se comprende mejor el regionalismo político de algunos gallegos —como mi eminente amigo el señor Murguía— que hablan con la mayor buena fe del mundo de la rehabilitación de la pequeña patria y de su antigua nacionalidad, nunca por cierto definida. A bien que el regionalismo aquí no puede salirse de la esfera literaria, siendo todo lo más que se charlotea imitaciones catalanas o sueños de poetas.22
Los primeros escarceos periodísticos y literarios, aunque nacían de una todavía difusa inclinación hacia la escritura, eran también un modo de pasar el tiempo, de establecer relaciones de amistad y de darse a conocer en los círculos intelectuales compostelanos. Se recordará que, con anterioridad al traslado a Santiago, había hecho pinitos literarios en su pueblo como letrista de la comparsa de carnaval de Los Judas en su Villanueva natal, y como articulista en alguna de las revistas creadas por su padre, pero las primeras noticias que lo presentan como colaborador o periodista en diferentes medios de Santiago datan de 1888. Fue con toda probabilidad Carlos el que le introdujo en esos medios, pues desde hacía algún tiempo era presentado como periodista en ejercicio, lo que explicaría también que ambos publicasen entonces en las mismas revistas y periódicos. En una visita a Pontevedra en agosto de aquel año los hermanos fueron recibidos por el periódico local como «compañeros en la prensa».23 También aparecen entre los periodistas que participaron en el homenaje a Eduardo Vicenti, y como tales se adhirieron también a la petición de indulto a un condenado a muerte.24
Alfredo Pérez Lugín le atribuyó erróneamente a Ramón el cargo de director en «el recién nacido periódico El País Gallego, de Ramón del Valle-Inclán», cuya dirección ocupó en realidad Augusto González Besada, junto a Enrique Labarta Pose, su fundador. De este diario fue también redactor y colaborador Carlos. Suponemos que Ramón publicaría en él en contadas ocasiones, pero en realidad se conservan sólo una veintena de números del periódico y sus Hojas Literarias. Fue en El País Gallego donde apareció uno de sus primeros textos firmados, «Vía Crucis».25 En cualquier caso, la vinculación de los hermanos con este periódico no pudo ser muy dilatada: meses en el caso de Ramón, y Carlos no más allá de mediados de 1889. Este diario regionalista, al que la prensa liberal solía atacar por su carlismo y por sus ideas reaccionarias, desapareció en 1891. La Gaceta de Galicia, que era su natural competidor desde el campo liberal, saludó la muerte del periódico con un epitafio expresivo de las tensas relaciones mantenidas entre ambos: «Tenemos entendido que El País Gallego dejará de publicarse hoy. Como no somos hipócritas tenemos que decir que no lo sentimos».26 Dentro de estos rifirrafes entre periodistas de redacciones antagónicas se pueden consignar también las bromas que intercambiaban entre sí. Con motivo de la fiesta de los Santos Inocentes, un suelto de La Gaceta de Galicia le gastó una inocentada a Carlos del Valle-Inclán, redactor a la sazón de su rival El País Gallego: «El joven y distinguido periodista, nuestro amigo don Carlos Valle, ingresará dentro de unos días como novicio en el convento de San Francisco, siendo por tanto inexactas las versiones que se han hecho circular respecto a su matrimonio con la viuda de un hidalgo portugués».27
Más relevante y trascendental resultó el paso de los hermanos Valle-Inclán por la revista compostelana Café con Gotas, que era, a la manera de su inspiradora Madrid Cómico, una revista semanal ilustrada de carácter humorístico-satírico, en el que se aglutinaron intelectuales y periodistas de inspiración política regionalista moderada, incluso elementos carlistas.28 Surgida en los ambientes estudiantiles de la universidad y animada por estudiantes y profesionales salidos de ella, la revista tuvo una duración de seis años de irregular y guadianesco recorrido (1886-1892). Aunque no tenía una orientación política expresa, aportaba aire crítico a la acartonada sociedad compostelana, y constituía una saludable vía cómica para desnudar sus defectos y taras sociales. La línea de la revista, más volcada hacia la sátira y hacia la literatura costumbrista, no favorecía posiblemente la colaboración de Ramón, sí en cambio la de su hermano Carlos, que bajo distintas firmas, incluida la de una enigmática X, que vimos arriba, fue redactor y colaborador habitual. No obstante, Ramón publicó al menos dos composiciones (no se puede afirmar que no publicase algo más, pues no se conservan todos los números de la revista): un poema que comienza con un tono jocoso para terminar con términos sentenciosos y filosóficos, titulado «En Molinares es verdad notoria...»,29 y un breve relato, «Babel».30
Era pública la inquina que la redacción de Café con Gotas sentía por otro semanario titulado Huracán, al que denominaban el «Hurra-perro», dedicándoles notas como «señores Redactores del Huracán. Muy señores nuestros: Son Ustedes unos brutos. ¡Ah pillines... pollinos...!»,31 que dan idea de la animadversión entre ambas redacciones, cosa por otra parte perfectamente habitual y hasta natural en el gremio periodístico. Café con Gotas había recibido a la competencia con claros signos de hostilidad, cuando apareció el primer número, que desde su salida fue saludada así: «Diz que viene el huracán / pero debe ser un yerro / tal vez será un hurra perro / ¡Voto a San!».32
Dentro de esta línea de enfrentamiento hay que registrar la pelea que mantuvo con Jesús López Alende, un redactor de la revista Huracán, a mediados de diciembre de 1888. No conocemos completamente los términos en que se produjo, pero los datos conocidos permiten imaginar que fue insultado por el redactor de Huracán, por lo que no dudó en pasar a las manos e infligirle una severa «cachetina», que metió el miedo en el cuerpo al que la recibió y, según Andrés Díaz de Rábago, a toda la redacción, por lo que no volvieron a referirse al asunto desde las páginas de la revista.33
También de esta época se conserva su primera caricatura conocida, realizada por el dibujante Pando, probablemente destinada a la portada de Café con Gotas, aunque al parecer no llegó a publicarse. En ella vemos a un joven con bigote y barba incipiente, bien vestido, que posa de escritor con un ejemplar del diario El País Gallego y los versos: «Su murmurador afán / se cambia en idolatría / si habla de Chautebrian [sic] / que es una monomanía / de Ramón del ValleInclán». Lengua afilada la tuvo desde su juventud, y aficiones literarias, también más allá de toda duda. En este breve perfil juvenil, y en esta su primera pelea literaria, se prefiguraba el carácter bravo y pendenciero, propio de la persona que no retrocede ante los peligros. El propio hecho de la caricatura le permitió experimentar de manera anticipada lo que significaba pertenecer al planeta literario, aunque éste fuera el pequeño planeta santiagués. Podemos imaginar que contemplar su propia imagen consagrada, formando parte del gremio artístico y siendo partícipe de sus celebraciones, le debió producir gran satisfacción y le sirvió de anuncio a los deleites que prometía pertenecer al parnaso literario. No exagero, pues conservó la caricatura toda su vida.
En este complejo y paulatino descubrimiento de la vocación literaria, la presencia de Zorrilla en Galicia para intervenir en diversas veladas literarias en Lugo y La Coruña, hecho que tuvo una gran repercusión, pudo cumplir en su biografía el papel de una «epifanía» de la vocación literaria.34 El joven aspirante quedó impresionado y seducido ante la presencia de la figura del escritor consagrado y de éxito, que en cierto modo encarnaba el modelo en el que soñaba convertirse. Pero ni la ilusión retrospectiva ni la mitología del escritor en ciernes pueden hacernos creer que era una especie de predestinado de la literatura, pues como contará años más tarde en La lámpara maravillosa y en múltiples declaraciones públicas, se sintió atraído a partes iguales por la literatura y la aventura. Es difícil dictaminar hasta qué punto esta duda existencial fue verdadera, y en qué medida se sintió realmente instado por «conocer mundo» o fue sencillamente una mascarada. Esta vacilación no la resolverá de forma definitiva ni se atreverá a hacerla pública, sino bastantes años después, cuando esté seguro de haber triunfado a su manera o de haber alcanzado su meta. En consecuencia, la marcha de los estudios de Derecho se hizo más lenta y tortuosa.
En 1888 Valle-Inclán Bermúdez había sido nombrado secretario del gobierno civil de Pontevedra, y en consecuencia la familia fijó su residencia en la ciudad. En este momento, la carrera política del padre habría alcanzado su cota más alta. Sin embargo, la dicha había de durar poco tiempo, pues al año siguiente enfermaría gravemente. Tal vez por esta razón Carlos y Ramón, que seguían estudiando en Santiago, visitaron con mayor frecuencia Pontevedra, donde pasaban temporadas en la casa familiar. En estos años en que se dejaron ver más por la ciudad, aumentaron su participación en la vida cultural pontevedresa, fundamentalmente Carlos, que ya en 1888 obtuvo una mención honorífica por su colección de cantares en un certamen poético, al tiempo que fue publicando los cuentos que formarán parte del volumen Escenas gallegas.
Fiel a su particular manera de cursar la carrera, avanzaba lentamente. En enero de 1888, aprobó Literatura General y Española, asignatura del curso preparatorio que todavía tenía pendiente. Y solicitó examinarse de dos asignaturas más de primer curso: Derecho Natural, que aprobó, y Economía Política y Estadística, en la que obtuvo la calificación de «bueno». Al año siguiente, 1889, en el mes de mayo, presentó examen de otras tres asignaturas con resultados desiguales: Derecho Romano (aprobado), Derecho Económico (aprobado) y Derecho Internacional Público (suspenso). En la convocatoria de septiembre aprobó esta asignatura y suspendió Hacienda Pública, ante un tribunal del que formaba parte Alfredo Brañas. En septiembre de ese mismo año, solicitó examinarse de nuevo de Hacienda Pública, además de dos nuevas asignaturas: Derecho Internacional del primer curso y Derecho Mercantil, pero no consta que se examinase de ninguna. Al contrario que su hermano Carlos, que se prodigaba en la prensa de Pontevedra, Ramón no firmó en la prensa local ningún artículo en 1889. Y sólo nos consta en ese año «A media noche» en La Ilustración Ibérica.35
Podría parecer que había perdido interés por la literatura o por publicar, pero no, más bien se trataba de todo lo contrario. Ahora da la impresión de que alberga ambiciones más elevadas que escribir para la prensa. Sus fantasías y deseos se decantan hacia la escritura. A finales de 1889, escribió al editor Andrés Martínez Salazar, prestigioso hombre de la intelectualidad gallega, al que, con una familiaridad tal vez excesiva, le llamaba «distinguido compañero», para proponerle la edición de un libro, que decía tener terminado, si bien no sabemos con precisión a qué libro se podía referir. Podría tratarse de un libro de artículos periodísticos en el que recogería los que hasta entonces había publicado y algunos inéditos, algo así como una colección de Cartas Galicianas. Es muy probable que hubiese pensado algo así, pues, en una segunda carta al mismo editor, le informaba del envío de dos artículos más, al tiempo que prometía que pronto todos estarían en sus manos. La respuesta del editor, por lo que deducimos del contenido de la carta citada, resultó negativa. Sin embargo, no se desanimó y aceptó resignado el tiempo de espera que le imponía.36
Las elecciones hechas por cada hermano orientarán sus pasos en direcciones distintas. Carlos se asentó en Pontevedra, en donde, a falta de catedráticos numerarios, fue nombrado profesor provisional en el Instituto de Pontevedra para la sección de letras. La fórmula del contrato resultaba totalmente actual: una especie de «contrato de prácticas», que excluía el cobro de honorarios por estos servicios, pero «se le considerarán méritos para la carrera».37 Terminó los estudios de Derecho en 1892, año en el que comenzó a ejercer la abogacía en Pontevedra, mientras preparaba oposiciones a notarías.
El año 1890 debe considerarse un hito importante en la vida de Ramón. Se sucedió una suma de coincidencias azarosas por la que se encadenaron cronológicamente distintos hechos, que vistos de manera retrospectiva marcarán los años próximos de nuestro hombre. Al comienzo de 1890, concretamente el 14 de enero, tras una larga enfermedad que había padecido durante dos años, murió su padre en Pontevedra. Justo en el momento de máxima gravedad estaba ocupado en la publicación del que pretendía que fuese su primer libro. También es digno de tenerse en cuenta que, diez días después del óbito, dirigiese su segunda carta al editor Andrés Martínez Salazar.
En simultaneidad con la muerte del padre, o justo tras ésta, parece que le llegó el momento de las grandes decisiones para emprender una trayectoria personal. La literatura era una opción tentadora, libre e individual, fuera de las constricciones sociales y de todo tipo, que exigía e imponía la abogacía, por ejemplo. Es lo que podemos definir como un momento decisivo. De un solo envite salvaría dos escollos. Elegir la literatura como modus vivendi llevaba consigo la liberación o el abandono, si se prefiere, de unos estudios que con el paso del tiempo se habían convertido en un penoso lastre a juzgar por el vacilante e inseguro itinerario descrito. Su último examen había sido el de Hacienda Pública en septiembre de 1889, y la calificación recibida «Suspenso». Nunca más volvería a examinarse.
Es arriesgado establecer una relación causa-efecto entre estos hechos que confluyeron al iniciarse 1890, pero es también inevitable no hacerlo en la medida en que éstos se sincronizaron en torno a esa fecha. Había demostrado sobradamente falta de interés por los estudios de Derecho y sus resultados habían sido menos que discretos. No había logrado vencer su inicial desinterés, al contrario, su menosprecio hacia el mundo de las leyes, abogados y jueces se había acrecentado aún más. Visto con la perspectiva que podía tener en 1890, la literatura le permitió olvidarse de este mundo para el que no estaba llamado, aunque posteriormente, al reutilizarlo como material literario, le ajustaría adecuadamente las cuentas.38 Andando el tiempo, en su futura obra literaria, quedará claro que no era un simple capricho: abogados o «escribanos» acaparan las invectivas y sarcasmos del autor y representan el brazo legal del nuevo y triunfante régimen liberal-burgués. Personajes como don Juan Manuel de Montenegro desprecian las leyes y a los escribanos liberales, y defienden las antiguas leyes. Pudo ser sólo una casualidad, pero, tal como se encadenaron los hechos, da la impresión de que su dilema profesional comenzó a resolverse con la muerte del padre. Ramón quedó libre para abandonar unos estudios que había continuado hasta ahora por pura inercia. De hecho, poco después abandonó Santiago para instalarse en Pontevedra, como ya había hecho antes su hermano Carlos.
Fue tal vez la primera decisión arriesgada y comprometida que tomó. La elección se nos antoja trascendental, pues, al alejarse del camino trazado por la familia, tomaba un camino de resultado incierto e imprevisible. No sabemos si este cambio contrarió o no a la madre, pero es de imaginar que la comparación con sus hermanos, Carlos, que estaba terminando los estudios de Derecho, a pesar de mostrar en la juventud debilidades literarias, y Francisco, que cursaba Farmacia, sería inevitable. Al mismo tiempo, Ramón había alimentado en su fuero interno una afición secreta y firme por la literatura hasta convertirla en un espacio privado en el que creció una rebeldía juvenil hecha de gestos para la galería y acolchada por una situación familiar desahogada. Sin embargo, para hacer una elección de este tipo, para tomar una dirección como la que ha tomado, hay que ser seguro y obstinado. La elección no fue desde luego una ecuación matemática ni una decisión plenamente consciente, sino la salida a una situación bloqueada, que irá encontrando poco a poco y en sucesivas pruebas la confirmación y el acierto de una decisión, que debió de provocar inquietud en la familia.
¿Había demostrado algo en los estudios salvo un fracaso en toda línea? Su falta de motivación, incluso la manifiesta pereza, podría parecer a los ojos de los otros propia de un joven obtuso y torpe. Debía hacer algo, tomar una decisión, ejecutar ya un acto compensatorio que le resarciese del fracaso reiterado como estudiante. Desde joven encontró en los escritores de prestigio un ejemplo o una meta a alcanzar, la imagen del éxito y del triunfo social, que identificó en Zorrilla o Echegaray. Sin embargo, la elección de la literatura como profesión le colocaba fuera del círculo social, respetable y canónico. La literatura era, salvo contados ejemplos, un pasatiempo o una afición distinguida, algo que vestía en los salones sociales, pero pocas veces una profesión. A los ojos de la familia, en ningún caso, esta opción sería la acertada. Además de ser un oficio inseguro y aleatorio, al elegirlo se convertía profesionalmente en un marginal. Pero ésa fue la opción hacia la que se inclinó en esta encrucijada vital llena de vacilaciones y dudas. No sería ni abogado ni notario como quería su hermano Carlos. Ni farmacéutico como Francisco. Su apuesta sería la literatura.
La presumible oposición de la madre a esta decisión le alejaba del grupo y le convertía en el raro de la familia. En estos años compostelanos, se estaba fraguando de manera misteriosa una indeterminada vocación de escritor. Se agarró a la literatura como el náufrago al pecio de un barco hundido. Por pura necesidad. La escritura, como tabla de salvación, se convirtió en un acto de afirmación personal. Por eso cuando pase el tiempo y niegue tener ni haber tenido nunca verdadera vocación literaria, estaría disimulando o escondiendo su fragilidad y el miedo a una decisión comprometida.
Poco antes de instalarse en Pontevedra, y de decir adiós definitivamente a los estudios, participó, por amistad, en un experimento de parapsicología en Santiago. No obstante, algo tendría de predisposición personal a estos asuntos, pues con el tiempo pasaría de ser un simple entretenimiento a convertirse en un tema central de estudio, que ligaría a su idea de lo religioso. La parapsicología devino así, más que en una afición o entretenimiento, en un rasgo definitorio o en una creencia. El principal iniciador que tuvo en estos saberes esotéricos en su época estudiantil fue Manuel Otero Acevedo, del que llegaría a ser amigo y colaborador en sus experimentos. Acevedo había estudiado Medicina en Santiago y, después de especializarse en París, llegó a ser un reconocido neurocirujano, que nunca perdió su afición por la parapsicología.
Cuando terminó los estudios de Medicina en Santiago, Acevedo se trasladó a Madrid, pero mantuvieron la amistad. El 28 de febrero de 1890, llevó a cabo en Madrid un par de experimentos parapsicológicos en los que nuestro hombre se vería implicado. A las cuatro de la tarde de aquel día, sin que estuviese al corriente, Acevedo pidió a su médium, a la que había hipnotizado previamente, que «viese» lo que ocurría en su casa. A continuación, y dentro de la misma sesión, la «trasladó» a Santiago y le preguntó si veía a su amigo Valle-Inclán y le requirió qué estaba haciendo en ese justo momento. Al «despertar», la médium le refirió lo que había visto. En su casa, las habitaciones estaban vacías, no había nadie. Acevedo preveía que su hermano, como era habitual a esa hora de la tarde, se encontrase tomando el té a su regreso de su trabajo en el Museo de Pinturas. El hermano de Acevedo le sacaría después de dudas: ese día, aprovechando que hacía bueno, prefirió dar un paseo en lugar de regresar a la casa. Por otro lado, la médium «vio» a Valle-Inclán en Santiago. Paseaba por el Preguntoiro, se detenía ante el escaparate de un comercio, no hacía nada especial. Le describió cómo iba vestido y el color del traje de su amigo. Cuando Acevedo le pidió a Valle-Inclán que le contase qué había hecho aquel día y cómo iba vestido, no le pudo ayudar, porque no recordaba ni una cosa ni la otra.
Sin advertirle de lo que se trataba, Acevedo decidió repetir el experimento y, para que no resultase de nuevo frustrado, le pidió a su amigo que anotase lo que hiciese el 11 de marzo, de tres a cuatro de la tarde y de nueve a diez de la noche, y le escribiese un relato minucioso de todo. El día previsto, a las tres de la tarde, Acevedo sofronizó a la vidente y le pidió que buscase a su amigo en Santiago. Lo encontró en la casa adonde había sido invitado a comer, le detalló cómo iba vestido: de levita y sombrero de copa, incluso le refirió el tema de conversación: un próximo viaje de Ramón a Madrid por la ruta de los maragatos. Más tarde, a las nueve de la noche, repitió la hipnosis durante una hora. Entonces «vio» a Valle-Inclán en el Casino de Santiago, estaba de pie en un grupo de conocidos al lado de la banca, jugaba al monte, y perdía. Se había cambiado de traje y de sombrero. Acevedo contrastó estos datos con los que recibió poco después de su amigo por carta, y comprobó las coincidencias entre ambos relatos, el de Valle-Inclán y el de la médium. Cuando Acevedo le contó el experimento y sus logros, aquél reconoció estar pasmado, pues algunos detalles, que había olvidado en su relato, los recuperaba en el relato de la vidente. La experiencia le entusiasmó, y le pidió a Acevedo que contase con él para las «brujerías», porque, aparte de que le divertían, quién sabía si no tendría que recurrir alguna vez a sus poderes.39
La Pontevedra de finales de siglo no era una ciudad tan aislada como su vecina Santiago, el puerto y la salida al mar por la ría y la menor presencia eclesiástica le conferían un ambiente más abierto y moderno. Por aquella misma época, Valle-Inclán la describe como una «ciudad moderna», que «no tiene ya las encrucijadas y revueltas temerosas, donde un misterioso farolillo parpadeante oscila al pie del oscuro nicho... Si yo fuera poeta tonaría un himno a la belleza de este suelo, pero me detiene lo resobado del tema...».40 Durante los largos veraneos de entonces, la ciudad recibía la afluencia de numerosos veraneantes capitalinos, ya que entre junio y octubre muchos, entre ellos personajes notables, se trasladaban allí a pasar sus vacaciones. Llegaban, procedentes de Madrid, numerosas personalidades del mundo de la política y de las letras, muchos de ellos gallegos que desempeñaban cargos importantes en la Corte: políticos como Montero Ríos, ministro y jefe de Gobierno, periodistas como A. Vicenti, director de El Globo, o escritores como Echegaray, eran asiduos al veraneo cerca de las playas pontevedresas. Es significativo que Prudencio Landín, periodista de Pontevedra, destacase la facilidad con que la enseña pontevedresa abría la puerta de los despachos madrileños de Echegaray, Canalejas, Montero Ríos, la Pardo Bazán o la redacción de El Imparcial.41
En verano Pontevedra se convertía, por tanto, en un núcleo de vida política y cultural, con gran actividad periodística y con tertulias que se reunían alrededor de las figuras de más relieve. Una de estas figuras era el dramaturgo José Echegaray. A la casa de Echegaray en Marín acudían las personalidades más relevantes de la cultura pontevedresa, y allí debió de visitarle, gracias a las relaciones e influencias de Torcuato Ulloa. De ello, al menos, hace alarde en su primera carta galiciana publicada en El Globo, llamándole «ilustre amigo». En el mismo artículo se refería a la mujer del dramaturgo en términos tan abiertamente elogiosos que no cabe interpretarlos como muestras de galanteo donjuanesco, sino como lo que era en realidad una forma de adulación facilona del escritor, de cuya amistad el joven se vanagloriaba y de quien trataba de procurarse su ayuda:
... era la mujer más hermosa que en mi vida he visto, la señora que lleva el apellido monumental del gran hombre: muéveme a ello no solamente respeto galante, sino la razón de haber sido la dama la primera que atrajo mis miradas y mi atención casi devota y estática: imagínese el lector una mujer que es la cuna del donaire, hecha de nácar, de marfil, de azahar y rosas, con un rostro encantador, ni blanco ni moreno, orlado de cabellos negros, finos y copiosos, y animados de unos ojos también negros que así ríen como lloran y parecen abiertos de par en par sobre el alma.42
En estos meses en que vivió en Pontevedra con su madre y hermanos, fue cuando, juntando amistad y literatura, profundizó la relación con Andrés y Jesús Muruáis, y acudió habitualmente a las tertulias que se celebraban en casa de éstos, y de las que también era asiduo Torcuato Ulloa. La amistad del padre de Valle-Inclán con la familia Muruáis fue el salvoconducto para que, durante el tiempo que vivió en Pontevedra, pudiese frecuentar la biblioteca que Jesús Muruáis, catedrático de Latín en el Instituto de esta ciudad, había creado en la conocida Casa de Arco, de la plaza de Méndez Núñez. Allí se formaba una tertulia literaria a la que asistía un grupo de periodistas e intelectuales pontevedreses como Andrés Muruáis, González Besada, Labarta Posse, Torcuato Ulloa, Víctor Said Armesto y otros, para charlar de libros, de literatura y de arte. Tanto Ramón como su hermano Carlos fueron aceptados en la selecta y reducida tertulia. Durante 1889 y 1890, la prensa de la ciudad reseña con frecuencia la participación de ambos hermanos en diferentes veladas literarias, en las que leen sus composiciones, en particular Carlos, que en aquel tiempo está escribiendo los relatos costumbristas que publicará posteriormente con el título de Escenas gallegas.43
Orientado hacia la literatura, colgados definitivamente los libros de Derecho, libre del control paterno y con suficiente dinero de la familia en el bolsillo, comenzó a preparar su primer viaje a Madrid. Desde antes de la muerte del padre, y después de manera más decidida, hizo los preparativos que juzgaba necesarios para su entrada en la capital. Como hemos visto, desde diciembre de 1889, perseguía la edición de su primer libro con escaso éxito. Está claro que la edición del libro debía cumplir en el plan previsto una función importante. Le podría servir como salvoconducto, una llave para abrir las puertas de la sociedad literaria madrileña. En marzo de 1890, como le contó a Otero Acevedo, tenía planeado viajar hasta León con los arrieros maragatos, pues en ese año el ferrocarril no llegaba aún a Galicia.
Es importante anotar el método seguido para iniciar este primer viaje a Madrid, pues después lo repetirá como estrategia de desembarco y conquista. Primero intentó publicar un volumen que le diera a conocer y le abriera los círculos literarios e intelectuales. En este caso, el intento resultó fallido, pues la propuesta de libro que presentó a Andrés Martínez Salazar no llegó a prosperar. Después el asentamiento en la ciudad dependería de conseguir un trabajo desde el cual tener proyección en la vida literaria de la ciudad. En esta ocasión, no ha desatendido este asunto, pues, a juzgar por la vinculación a El Globo, sus contactos con el periodista santiagués y director de este periódico, Alfredo Vicenti, le han dado resultado.
Sabemos muy poco de este primer viaje y estancia en Madrid. Sólo datos muy generales, que no permiten hacerse una idea completa ni precisa de su vida en la capital. De acuerdo con la carta a Otero, de 11 de marzo de 1890, escrita en Santiago, y en la que le anunciaba su viaje a Madrid, es muy posible que llegase a la capital en el mes de abril de 1890, pero desconocemos la fecha exacta. Por otra parte, están las cartas de Otero Acevedo publicadas en Heraldo de Madrid en los meses de julio y agosto de 1891, en las que se refiere a los experimentos de parapsicología. Luego, entre los meses de abril de 1890 y agosto de 1891, nuestro hombre podría haber residido en Madrid en periodos más o menos largos.
A finales de siglo, Madrid era ya tierra de promisión para los jóvenes literatos y artistas del resto del país, conscientes de que para triunfar en la carrera literaria había que ir a la capital. Por esa razón acudían los escritores y artistas que no encontraban acomodo en la provincia. Una vez en Madrid, asistió a las «peñas» de los cafés y comenzó a darse a conocer entre los jóvenes literatos. No sabemos cuáles eran sus fuentes de financiación de manera precisa, aunque tampoco debió de tener problema en este sentido, pero sin duda ingresaría alguna cantidad como redactor El Globo, además del dinero que recibía de la familia.
En una de sus crónicas de El Globo, titulada «En tranvía», contó un episodio que presentaba como verídico, pero que difícilmente podía serlo. Dicho artículo pertenece al género periodístico de la crónica-ficción, en el que incurrió más de una vez.44 Cuenta que un día mientras paseaba por la Puerta del Sol madrileña, «acertó a pasar por mi lado, andando muy de prisa, un viejecito que montó en el tranvía de la calle Hortaleza; volvime al verle, con más prisa que si aquel anciano fuese una mujer hermosa, y monté tras él». Se trataba de José Zorrilla. Una vez arriba ambos trabaron conversación. Zorrilla se mostró accesible y campechano con el joven admirador, que le recordó al maestro su paso por Santiago, cuando Valle-Inclán aún estudiaba en la universidad. Hasta ahí todo casaba, parecía verdad. Bien podía tenerse por una de esas casualidades que ocurren en la vida, sólo que tenía un «pequeño» problema que impugnaba su veracidad. En abril de 1890, Zorrilla había sufrido una grave operación en la cabeza y se encontraba muy enfermo. Por esta razón y por el estado de miseria que padecía, el rey le concedió una pensión, a pesar de sus conocidas ideas republicanas. Además, en las únicas fechas posibles en que dicho encuentro se podía haber producido (abril de 1890-verano de 1891), Zorrilla no vivía en Madrid, en consecuencia difícilmente, salvo en la imaginación de nuestro hombre, pudo producirse el encuentro. Hasta 1892 Zorrilla no volvió a la capital, pero su salud estaba tan quebrada que murió en enero de 1893.
Esta crónica constituye, por tanto, un ejemplo perfecto de cómo amasaba la realidad con sus deseos. El texto revela el imaginario del joven que entonces aspiraba ya a ser escritor sobre todas las cosas. Huérfano de padrino literario, la figura de Zorrilla representaba una referencia mítica bajo la que cobijarse y una fuente en la que encontraba estímulo. Aunque totalmente inventada la entrevista con Zorrilla, que representaba para él en aquel momento el ejemplo vivo de la gloria literaria, suponía una experiencia literaria epifánica, eso sí, una experiencia imaginaria.
Debió de regresar a Pontevedra en el verano de 1891, y la prensa local le recibió con gran aparato, producto sin duda de la mano de Torcuato Ulloa: «Hállase en esta capital el ilustrado redactor de El Globo don Ramón del Valle-Inclán».45 No se queda atrás en el recibimiento amplificado el periódico de Santiago, La Gaceta de Galicia: «Hállase en esta ciudad el conocido literato don Ramón del Valle», lo que era una evidente exageración para un plumilla amateur que no había publicado más que unos cuantos artículos en los periódicos. Por tanto, referirse a nuestro hombre como «el ilustrado redactor de El Globo» o «el conocido literato don Ramón del Valle», eran evidentes exageraciones. También es probable que, al regresar a Galicia, llevase casi terminada la que debía ser su primera novela, pues en una nota periodística de junio de 1891 se lee: «El señor don Ramón del Valle, alumno que fue de esta universidad, ha terminado una novela que con el título de El gran obstáculo verá la luz en breve. Por carta que tenemos a la vista nos dicen que contiene dicho trabajo fragmentos notabilísimos que hacen presumir, sin riesgo de equivocarse, que será leído con verdadero afán por todos los amantes de la buena literatura».46
Este goteo de noticias sobre su actividad escritora es una prueba de que sus pasos continúan dirigiéndose hacia la literatura. En este sentido son valiosas las notas de prensa como las anteriores, que en realidad son dos “bombos” de sus amigos. Permiten que nos hagamos una idea precisa de cuáles eran sus aspiraciones. Desea que se le considere escritor, trabaja por ello y mueve sus influencias y amistades en los periódicos para que le sirvan de altavoz.
Este primer viaje a Madrid fue sin duda más voluntarioso que productivo. No debieron de ser ni satisfactorios ni fructíferos los meses que suponemos que pasó en la capital, pero le resultarían lo suficientemente instructivos para comprobar cuán competitivos y duros podían ser los ambientes periodísticos y literarios de la capital. Al regresar de Madrid, no descansó apenas, sino que comenzó a pensar en nuevos proyectos. Traía de Madrid planes de viaje, salir fuera, conocer mundo y probar fortuna literaria lejos de España. El país elegido fue México. Con este proyecto, y tal vez sin ser plenamente consciente, estaba poniendo fin a un periodo de su vida, que décadas después valoraría como una «vida de larva», es decir, la fase de juvenil aburrimiento provinciano.47
En los meses previos, como si, antes de iniciar el viaje, quisiera sentar plaza de escritor, publicó tres colaboraciones en el Diario de Pontevedra, del que era director en aquel momento su incondicional Torcuato Ulloa. Una de las colaboraciones fue la repetición de la crónica «En tranvía», ya publicada en El Globo, y los dos únicos capítulos que conocemos de lo que debió de ser la novela El gran obstáculo, que en el periódico se presentan como el anticipo de una novela que ya está en prensa.48
El protagonista del relato es Pedro Pondal, de apodo Madruga, un joven estudiante de la Universidad de Brumosa, topónimo imaginario tras el que se hace evidente Santiago de Compostela. Pondal está enamorado apasionadamente de una muchacha llamada Águeda, hermana de Jaime, su amigo y compañero de estudios. Se trata de un amor imposible en la medida en que está obstaculizado por la oposición invencible de Plácida, la madre de Águeda. El personaje de Pondal desde la perspectiva de la madre es la encarnación de todos los defectos y depravaciones: espadachín, duelista, inteligente, pero con muchas «conchas», irreligioso, perverso y satánico. En fin, Plácida ejemplifica el miedo ancestral de las madres santiaguesas a los estudiantes en su versión fin de siglo. Desde la perspectiva de Jaime y del narrador, Pondal es la representación de un donjuán romántico contrariado, cuyo dolor no tiene remedio. Amante desesperado, cuyo tormento espera que sea reconocido como la medida de su amor. Así pues, un personaje con mucha novelería a cuestas, un arquetipo de amante juvenil, enamorado del amor según los modelos románticos decimonónicos. Se ha conjeturado autobiografismo en el personaje de Pondal-Madruga, incluso en la parte de la trama de lo poco que conocemos del relato, pero para poder establecer una relación de ese tipo, además de la novela completa, nos falta lo fundamental: conocer la vida privada y los sentimientos amorosos íntimos de nuestro hombre.
Unas semanas antes de partir hacia México, en compañía de Ulloa, es decir, el aspirante a escritor y su vocero, celebraron una velada literaria en el Círculo de Artesanos de Pontevedra, donde pronunció por vez primera una conferencia sobre uno de sus temas dilectos, el ocultismo, al que volverá más de una vez.49 La propaganda que Ulloa le hacía a su amigo resultaba impagable, pues no dio Valle-Inclán un paso sin que tuviese su correspondiente eco en el periódico que Ulloa dirigía. Salidas, llegadas y posibles éxitos serán difundidos de manera oportuna desde el Diario de Pontevedra.
Recapitulemos. Ramón ya no es ningún jovencito. Va camino de cumplir veintiséis años y, a diferencia de su hermano mayor, no ha sentado todavía la cabeza. Carlos, en cambio, acaba de superar el examen de grado en la Facultad de Derecho en enero de 1892, y ha empezado a hacer pinitos en la abogacía, mientras prepara las oposiciones de notario. Por su parte, a Ramón el periodo que pasó en Madrid le ha espoleado a tomar otros derroteros menos convencionales. Estaba saliendo de su estado de «larva».