NUMEROSOS SON LOS AUTORES que fechan el comienzo de la sublevación el 17 de julio, iniciada con una algarada en torno al edificio de la Comisión Geográfica de Melilla. Sin embargo, corresponde al general Francisco Franco el honor, o más bien el deshonor, de haber iniciado la rebelión. Lo hizo la víspera. A la chita callando. Muy en carácter. Se llevó por delante a un compañero, el general Amado Balmes, comandante militar de Gran Canaria. El futuro fundador del «nuevo Estado» combinó su maniobra con un sofisticado operativo para salir de las islas a bordo de un avión inglés. La «historiografía» franquista nos ha dado gato por liebre durante setenta y cinco años en relación con aquellos acontecimientos germinales. Continúa haciéndolo.
UNA TRAMA EN LONDRES: MONÁRQUICOS ESPAÑOLES CON REACCIONARIOS INGLESES Y CATÓLICOS
La cuestión a esclarecer es aparentemente simple: Franco se hallaba destinado en Santa Cruz de Tenerife. Debía ponerse al frente de las tropas de Marruecos. ¿Cómo llegar? Gracias a un avión, el DH89 Dragon Six, matrícula G-ACYR,1 denominado Dragon Rapide, que había arribado oportunamente de Londres y le transportó de Gando a Tetuán. La ocasión se la proporcionó el accidente mortal que sufrió Balmes. Con la autorización del Ministerio de la Guerra se trasladó a Las Palmas, presidió el sepelio el 17 y al día siguiente sublevó a la guarnición. Es la versión habitual y ortodoxa. Tras ella revolotean, sin embargo, numerosos enigmas y, sobre todo, un gran secreto. Lo desvelaremos en el presente capítulo.
Las infiables memorias de Luis A. Bolín,2 corresponsal a la sazón de ABC en Londres,3 son una de las bases fundamentales sobre las cuales se ha apoyado hasta ahora la mayor parte de los historiadores. A pesar de los ditirambos que les dedicó Ricardo de la Cierva (relato magistral, nada menos), no deben escapar a la confrontación con la evidencia primaria relevante de época. Que existe. Demostraremos que Bolín tergiversó, que se dejó en el tintero aspectos significativos y que no sabía —o no dijo— todo lo que hubo detrás. En particular, oscureció cuidadosamente la cuestión crucial de dilucidar los nexos entre la fecha de llegada del avión a Las Palmas y el estallido de la sublevación en el archipiélago. Nos atendremos a una máxima que muchos de quienes le han seguido no han respetado: sapiens nihil affirmat quod non probet (el sabio no afirma nada que no pueda probar).
Bolín describió el viaje como una gran aventura. Dio toda clase de pelos y señales, hizo referencia a sus sentimientos privados (entre ellos al amor por su esposa, en un estilo muy adaptado a la mentalidad del público británico que conocía) y esparció multitud de pistas, entre ellas varias muy falsas. Le sirvieron para autoensalzarse y tratar de pasar con una cierta imagen, su propia imagen, a la gran Historia.
El prologuista de la edición, sir Arthur Bryant, presentó la obra como el relato auténtico (¡nada menos!) de lo que fue la guerra civil. No como la lucha por la libertad emprendida por un pueblo aplastado y en contra de una casta de aventureros militares, aristócratas reaccionarios y fascistas alemanes. ¡No! Eso es precisamente lo que él quería combatir (aunque sin fuentes). Para tan «distinguido» autor, fue el resultado de las divisiones internas españolas, un asunto puramente hispano del que por fortuna surgió un régimen que, ¡pásmese el lector!, llevó a cabo toda una serie de aspiraciones que los derrotados habían preconizado. Bryant, evidentemente, llenó de elogios a Bolín, un hombre cuyo coraje y sentido de la iniciativa probablemente inclinaron (¡nada menos!) el fiel de la balanza en una coyuntura histórica en que evitó que España se convirtiera en un régimen comunista y en una prisión más para el espíritu humano.4
Convengamos en que todas estas estupideces, en tiempos de guerra fría y de creciente acercamiento del régimen de Franco a las democracias occidentales, no venían mal. En el caso de Bryant, sin embargo, se remontaban a los años treinta, cuando en un libro titulado (sin ironía, señala Roberts) Humanity in Politics ya se refirió a los fascismos en Alemania, Italia, Hungría y España como surgidos de la desesperación «de la gente apacible normal y corriente», que prefería morir antes que ver cómo la fuerza bruta de las masas aplastaba todas las reglas de la decencia y las tradiciones de la civilización.
Así pues, que la presentación de las memorias de Bolín la hiciera alguien que, tras la apertura de archivos,5 se revelara haber sido un simpatizante nazi, con proclividades fascistas, que se aprovechó del trabajo de otros sin el menor pudor y cuyas obras producen hoy insuperable tedio añade, en retrospectiva, picante a los babeos del periodista de ABC y, quizá, a la acción del propio Ministerio de (Des)Información franquista. Bryant había sido un autor popular, sentimental, untuoso, «pelota», muy del agrado de Churchill (y también de Attlee).6 Algunos cantamañanas todavía le consideran en España como un gran historiador. Tiene su lógica. Durante la guerra civil fue uno de los mejores propagandistas a favor de Franco y su causa. También a favor de la «santidad» y «sentido del autosacrificio» de las doctrinas falangistas, tal y como afirmó uno de sus amigotes, Francis Yeats-Brown, no menos fascistizado que él.7
Quizá por ignorancia culpable no sabemos de ningún autor (con la parcial excepción que mencionaremos) que haya cuestionado realmente a fondo, y con documentación relevante de época, el relato de Bolín. Ahora bien, en los últimos años han aparecido algunos trabajos que permiten intuir que tras el mitificado vuelo coincidieron una serie de vectores ocultos durante mucho tiempo por el secreto y la distorsión. Su desvelamiento nos llevará a identificar los parámetros que incidieron en la sublevación de Franco.
El marco de partida se sitúa en Londres y en Canarias. Empezaremos por la fundamental, que en el plano operativo no fue la española sino la inglesa. Los conspiradores comprendían bien su importancia, como examinaremos en el capítulo siguiente. Esto plantea un primer interrogante. ¿Por qué no exploraron la posibilidad de alquilar un avión en Francia? ¿Habría despertado recelos? Las mejores respuestas apuntan hacia la negativa.8 Con el Frente Popular recién llegado al gobierno de París, en Francia la preocupación estaba centrada en otros temas. No parece haber aflorado, por lo menos hasta ahora, evidencia de que ni la Sûreté Nationale ni el Deuxième Bureau manifestaran ansiedad por los manejos de los españoles que se habían escapado a sus lugares y casas de veraneo en Biarritz y aledaños de la capital, salvo que se dictaron algunas órdenes de alejamiento de la frontera e incluso se asignó residencia a algunos. Juan March caía dentro de esta categoría.9 La actuación de los servicios franceses cambiaría inmediatamente después de estallada la sublevación, pero ¿en el mes de junio?
La explicación no es que en París fuese imposible alquilar un avión, sino otra, que pone de relieve la importancia de la trama civil compenetrada con la clique militar en los preparativos del golpe. En este mundillo cerrado, la idea de transportar a Madrid en avión a los generales Goded y Franco afloró ya nada menos que en el mes de abril de 1936. Y, para colmo, uno de los conspiradores se la confió al embajador británico en la capital española.
No es desconocido, además, que en el mundo no menos cerrado de los clubes londinenses existía un pequeño grupo que agitaba contra la República. De él formaban parte personalidades inglesas y algunos españoles. Todos ellos se movieron mucho desde la época de la «Sanjurjada» para vender los «camelos» sobre la inquietante dirección en que se movía España. Entre los primeros figuraban sir Charles Petrie, historiador y católico, fundador del grupo,10 quien había destacado por sus estruendosos ataques al decadente liberalismo y saludado la virilidad de las jóvenes potencias fascistas; el marqués del Moral; el duque de Alba; un diputado conservador, Victor Raikes;11 Douglas Francis Jerrold y Luis Bolín. Contaban con acceso a varios diarios de derechas como el Morning Post, The Daily Mail y The Daily Telegraph.
Para la historia que sigue no todos tuvieron la misma importancia. El más significativo fue Douglas Francis Jerrold, escritor de derechas, católico y profundamente reaccionario,12 director entre 1931 y 1935 de The English Review13 y autor de varias obras, hoy afortunadamente olvidadas. En torno a tal revista se situaban por aquel entonces algunos intelectuales que habían declarado la guerra a las consecuencias de la Ilustración y de la revolución francesa. Se oponían duramente al proceso de modernización que ambas habían desencadenado y chocaban de manera estruendosa con el curso relativamente moderado en la práctica del partido conservador al que pertenecían.14
En particular, Jerrold había quedado muy impresionado por un encuentro que tuvo con el ex rey Alfonso XIII en el otoño de 1931, del que trazó un retrato muy positivo. Sus opiniones sobre la República fueron extraordinariamente negativas y también grotescas. Denunció, por ejemplo, un presunto acuerdo entre el gobierno republicano-socialista y el PCE de resultas del cual, según tan eminente autor, se toleró la quema de iglesias. Jerrold argumentó que el nuevo régimen se había basado en una infame mentira y mantenido por el uso de la fuerza y el cinismo de los repetidos fraudes. Desveló el objetivo del mismo, que estribaba, nada menos, que en la destrucción a sangre fría de una gran civilización, con el beneplácito de los gánsteres moscovitas.
Los «malvados bolcheviques» buscaban, según él, la creación de una base en el Mediterráneo para lanzar una guerra contra la Europa central, una guerra a favor de la revolución, una guerra que eliminara cualquier posibilidad de resolver por medios pacíficos los problemas de los años treinta. Los comunistas ya habían intentado una revolución en España en 1933 [sic] y otra en 1936.15 Esta basura no es sino un anticipo de la que sigue esparciéndose en España en 2010.
Jerrold, el marqués del Moral y Bolín reelaboraron un brillante [sic] trabajo de Calvo Sotelo y publicaron en 1933 un librito, The Spanish Republic, que al parecer tuvo gran éxito. Esto les animó a unir sus fuerzas al grupito de Petrie. La fuerza detrás era el marqués del Moral.16 El grupito se reunía periódicamente y, a través de Bolín, tenía contacto con el distinguido dirigente del Bloque Nacional. Dejemos de lado, por el momento, la banal constatación, que demostraremos posteriormente, de que don José Calvo Sotelo estaba metido hasta el cuello en la conspiración, no sólo en el plano interior sino también en el mundillo de sus conexiones exteriores.
En algún momento se incorporó al grupito el gran ingeniero Juan de la Cierva y Codorníu, inventor del autogiro.17 Su empresa desarrollaba un programa de pruebas en cooperación con el Ministerio del Aire. Esto nos hace pensar que tendría contactos con militares británicos, sobre lo cual ha establecido conexiones muy sugestivas el reciente libro de Peter Day. Tampoco es inverosímil que les hiciera llegar sus preocupaciones.18 Él y los demás componentes del grupo estaban impulsados no ya por el deseo de contribuir al regreso al statu quo ante sino de salvar a España del ¡COMUNISMO!
En una historieta auténticamente de tebeo y por supuesto camelística Jerrold deleitó a sus lectores de derechas afirmando que, después de las elecciones del Frente Popular, a España la salvó la Falange (!). Suponemos que a los militares vencedores, si es que llegaron a leer sus elucubraciones, no les haría muy felices pero, para entonces, Jerrold ya era historia.
¿Qué escribió tan eminente autor? Pues que a finales de junio de 1936 un amigo de Bolín, un español, le hizo una visita por recomendación del periodista. Quería que Jerrold le proporcionase 50 ametralladoras Hotchkiss con medio millón de proyectiles. Por qué Bolín, de ser cierta la anécdota, recurrió al director de The English Review para que contribuyese con tal «arsenal» a los preparativos de la sublevación es un misterio. También lo es el que Jerrold respondiera que no veía inconveniente. Indudablemente debía de tener contactos en y con los medios adecuados, que no serían precisamente sus colegas del mundo literario.19 Admitamos que la imagen que los lectores ingleses desprenderían de este abracadabrante episodio sólo podía ser una: ¡pobres españoles patriotas con un ejército a lo Pancho Villa!
Jerrold fue un caso extremo.20 No nos es posible, sin embargo, afirmar si él o sus amigotes habían llamado la atención de los servicios de seguridad. Se sabe que en aquella época había una fuerte vigilancia en el Reino Unido, aunque oculta, de los medios fascistas y profascistas.21 Que se trata de una posibilidad no desdeñable se refleja en que al peligro alemán y a las conexiones entre nazis y británicos tanto dicho servicio como el espionaje exterior les dedicaron gran atención. En la primera historia oficial del MI5, que empezó a escribir en 1945 uno de sus directivos, John Court Curry, tales relaciones se situaron en posición central.
A finales de mayo de 1936 el conde de los Andes, posteriormente uno de los agentes franquistas más eficientes en el oscuro mundo de las actividades secretas, comunicó a Bolín que algo se estaba tramando en España. Si bien todavía no se había fijado la fecha (obviamente se refería a la sublevación), ocurriría pronto.22 No sabemos si Bolín compartió esta noticia con sus amigos en Londres, en particular con Juan de la Cierva. ¿Por qué no lo haría? Antes al contrario, cabe imaginar que los chismorreos, rumores, exageraciones y esperanzas serían el pan y la sal de que se nutrirían tan distinguidos tertulianos. Según sus autocomplacientes memorias, el 8 de junio de 1936 Bolín dio una charla en el Claridge’s Hotel. Su tesis fue que en España existía un estado de guerra civil latente, tesis con la que, como veremos, comulgaron algunos de quienes le acompañaron en el famoso vuelo del Dragon Rapide. Nos parece, pues, difícil que Jerrold no estuviera al tanto de este tipo de interpretaciones, que lo más probable que hiciesen fue alentar su febril e imaginativa mente.
HAY QUE SACAR A FRANCO DE CANARIAS: SE DESFIGURAN INCLUSO LAS GESTIONES INICIALES
En aquella coyuntura londinense, el 5 de julio (anótese bien esta fecha) Bolín recibió una llamada por teléfono desde Biarritz. Juan Ignacio Luca de Tena, marqués de Luca de Tena, propietario del ABC, le pidió que alquilara un avión, el mejor posible, que pudiese trasladar a un pasajero desde Canarias a Ceuta.23 Según González Betes, Mola había dado luz verde a la operación el 3 de julio. Se afirma que la idea de que la financiación fuese monárquica procedió de Francisco Herrera Oria, el hermano de un personaje a quien encontraremos en el segundo capítulo de esta obra haciendo interesantes gestiones cerca del embajador británico en Madrid. Suele decirse también que para incitar a Franco a que se sumara a la sublevación en ciernes. Sin eliminar del todo esta posibilidad, cuyo origen se encuentra en las no siempre fiables memorias de Gil-Robles, cabe establecer otras hipótesis que encajan mejor con la dinámica de la situación y la evidencia primaria relevante, que el distinguido político cedista se resistió naturalmente a revelar.
Francia fue descartada de inmediato.24 Existía, en efecto, una tentación irresistible a hacerlo en Inglaterra. No porque, como se afirma habitualmente, Juan March tuviera situados fondos en el Kleinwort Bank londinense. Sorprendería que no hubiese tenido también cuentas en bancos franceses. Debemos entender la preferencia como una consecuencia lógica de las gestiones que, como veremos en el próximo capítulo, desde hacía meses se habían desarrollado en Madrid de cara a influir en los diplomáticos británicos y las que, por otros medios, se hacían en Londres. Como ya hemos indicado, la idea de utilizar la vía aérea para sacar a Franco y a Goded de sus destinos insulares en Baleares y Mallorca se les había comunicado desde, por lo menos, el mes de abril. Mucho antes de lo que se registra habitualmente en la literatura. A este punto, como verá el lector, cabe atribuirle una importancia extrema.
Según Bolín, el marqués de Luca de Tena le dijo que debía llegar en avión a Casablanca (a partir de ahora pondremos en cursiva el cambiante «lugar de destino» de la expedición según los diferentes testimonios manejados) el sábado 11 de julio. Allí esperaría hasta que llegase un agente, quien le daría una contraseña («Galicia saluda a Francia»), con nuevas instrucciones. Hasta ahora todo parece claro y cristalino. Pero no es así. Bolín mentía.
El intrépido reportero acudió, nos dice, a Juan de la Cierva. Esto no puede extrañar porque era el único que entendía de cosas de aviación en el reducido grupito de tertulianos monárquicos que agitaban las aguas de los clubes londinenses. Se veían, además, constantemente y habían volado juntos en autogiro de vez en cuando. Nada pues más lógico y tan poco sospechoso. Pero lo es. Toda esta parte del relato no constituye en modo alguno palabra de evangelio. Para empezar, Luca de Tena no recordó haber llamado a Bolín por teléfono. En sus memorias, publicadas años más tarde que las del periodista, enfatizó que a quien llamó fue a Juan de la Cierva. Al tiempo degradó a Bolín a una posición de mero ejecutor. Esta versión nos parece muchísimo más creíble.25 Si se trataba de alquilar un avión, había que acudir a quien supiera de esos temas. Bolín habría sido, en aquel momento inicial, un intermediario superfluo. En la versión del marqués de Luca de Tena fue el propio Juan de la Cierva quien metió en la aventura, después, a Bolín.26
El lector pensará que se trata de un detalle nimio. No lo es. El vuelo del Dragon Rapide fue el momento de gloria de Bolín. Su pasaporte hacia la fama. Su estribo para auparse a la Historia, con mayúsculas. A corto plazo, un factor nada desdeñable para conseguir un puesto significativo en la España de Franco. Su labor consistió, meses después, en combatir por todos los medios posibles la visión favorable a la República de numerosos corresponsales extranjeros. Una tarea de confianza en la que la desinformación tenía una importancia vital. Nadie suele equivocarse en temas sobre los cuales se fundamenta toda su carrera.27
En su honor Bolín reconoció que Juan de la Cierva le indicó el mismo 5 de julio que se pusiera en contacto con una empresa especializada en el alquiler de aviones, Olley Air Services. Suponemos que el ingeniero haría probablemente algo más. Posibilidades no le faltaban.28 Peter Day ha extraído de los oscuros pliegos del pasado un dato que nos hace sospechar, no en razón de lo que ocurriera en los primeros días de julio de 1936 sino por lo que pasaría algunas semanas más tarde. Uno de los apoyos financieros y principal accionista de Olley Air Services era un desconocido personaje llamado sir Hugo Cunliffe-Owen, que era simultáneamente uno de los directores del Midland Bank. Pues bien, esta respetable entidad bancaria, con la que estaba en cordial relación profesional el Banco de España, sería uno de los bancos ingleses que no tardaría en interponer grandes dificultades a la realización de transferencias internacionales ordenadas por el gobierno de la República para atender a la financiación de adquisiciones de armas en México. Ni que decir tiene que, además, Cunliffe-Owen no estaba solo. El presidente del consejo de administración de dicho banco, Reginald Mackenna, fue también otro de los grandes valedores de Franco. Todo esto es, sin embargo, meramente circunstancial. Day no logra jamás establecer una relación de causa a efecto entre una gestión y otra y yo no pretendo aquí sino mencionar una conexión interesante para el futuro.
El personaje clave fue Juan de la Cierva y Codorníu.29 Éste tenía, por otro lado, una mente fértil y abierta a la aventura. Sugirió al corresponsal de ABC que hiciese el viaje bajo la cobertura de un vuelo de vacaciones. Ahora bien, ¿se trató de una idea propia? ¿Se la indicó alguien?30 También instruyó a Bolín sobre la mejor manera de hacerlo: con rubia incluida en lo que parecería un viaje de vacaciones. Para alguien que, al parecer, no se había dedicado a tal suerte de empeños, una reacción un tanto sorprendente.31
Bolín obedeció. Por mucho que se autoengrandeciese, ¿qué iba a hacer? Al día siguiente, 6 de julio, ya estaba visitando la Olley Air Services, que efectivamente disponía de un aparato, el DH89 Dragon Rapide G-ACYR. Después llamó a su amiguete Jerrold. El miércoles 8, según cuenta, almorzó con él y con Juan de la Cierva. Jerrold, en su vena anecdótica, trazó una imagen de la comida que incluso un año más tarde debió de resultar risible. O tal vez no. Al parecer, los dos españoles llamaron la atención todo lo que pudieron, exigiendo que se les diera la mesa más alejada posible. Hubo que cambiar a un señor que ya estaba consumiendo su plato pacíficamente. Detalles coloristas. No menos que la conexión que establece Day de que uno de los clientes frecuentes del restaurante (a 400 metros de la residencia del primer ministro, puntualiza) era uno de los jefes del Servicio Secreto de Inteligencia. ¿Y qué? El hecho es que los comensales pronto empezaron a tratar de temas serios.
Juan de la Cierva comentó que cuando había ido a París pensó que en el Louvre podría establecer fácilmente contactos con sus compañeros de conspiración pero que se encontró allí a la mitad de la embajada española.32 Si lo dijo era una bobada pero es más que probable que fuese una invención ulterior. Esta anécdota es tan inverosímil como la del falangista que fue a visitar a Jerrold a la busca y captura de ametralladoras, pero en plena guerra civil a tan eminente memorialista no le vendría mal vender cuantos más ejemplares fuese posible de un libro bastante plúmbeo. La imagen que Jerrold trazó del ingeniero no se compadece lo más mínimo con la que aparece en Bolín ni con la que demostró en su comportamiento previo.
Durante el almuerzo, los dos españoles metidos a conspiradores hicieron a Jerrold su propuesta. Querían que un hombre y tres rubias platino fueran en vuelo para África al día siguiente [sic]. Su interlocutor preguntó si debían ser tres. Quizá hubo algún debate, pero pronto se resolvió. Dos bastarían. Bolín indicó que convenía que el hombre tuviese alguna experiencia porque podría haber problemas. ¿Debía conocer español?, preguntó Jerrold. De la Cierva respondió que sería pedir demasiado. En absoluto, respondió Jerrold, que ya había pensado en alguien. Según Bolín, su interlocutor mencionó un par de nombres (uno de ellos otro de los que pululaban en torno a la English Review, Yeats-Brown, el medio nazi de vía estrecha), pero él mismo los descartó. Tras unos momentos de reflexión puso un tercer nombre sobre la mesa: el de un comandante retirado del Ejército (Luca de Tena sin embargo lo asciende a coronel. Es más chic). ¿Será el oficial al que alude Luis Suárez? En la versión de Bolín dijo que escribía artículos para una revista sobre vida rural, que era experto en armas de fuego y que tenía una postura ideológica que les gustaría. Su nombre era Hugh Bertie Campbell Pollard. Todo esto era cierto.
Jerrold ilustró a sus lectores y dio más detalles: contaba con experiencia de revoluciones en Marruecos, México e Irlanda, y hablaba español (en realidad lo chapurreaba).33 Naturalmente los conspiradores aceptaron encantados. Jerrold llamó por teléfono a su conocido y le previno de que dos españoles irían a verle. Inmediatamente, Juan de la Cierva y Bolín se desplazaron a su casa, en el condado de Sussex. La dirección exacta era Howick, en Fernhurst, entre Haslemere y Midhurst. El periodista no la indicó con precisión y, sobre todo, olvidó mencionar que también les acompañó Jerrold. Este «despiste» es significativo.
En sus memorias Bolín describe la acogida que les deparó Pollard. Probablemente lo hizo con la mirada puesta en el público británico, al que ya se había suministrado una parte de la anécdota en la época remota de la guerra civil.34 Se trataba de un comandante (en realidad, capitán) retirado cuyo nombre ha pasado a la gran Historia. La recepción que les hizo fue muy cordial. No hubo dificultad en que aceptase la sugerencia de hacer el viaje, cuya razón de ser, al parecer, no se le reveló. Fue el anfitrión quien dijo que una de las acompañantes podía ser su propia hija, a quien se le añadiría una amiga. Como se advierte, una reacción inmediata y altamente positiva. Pollard no dudó en hacer sus propias aportaciones, que respondieron a algunos de los interrogantes más urgentes de sus visitantes. Imaginamos que los dos españoles se sentirían en la gloria. Hasta aquí Bolín y hasta aquí han llegado un montón de autores que le han seguido al pie de la letra, con la única excepción que figura en la Historia de la Cruzada: Pollard tenía ideas fascistas.
El relato de Jerrold ofrece, sin embargo, otra versión. Al llegar a casa de Pollard, habló en un aparte con él y le informó de lo que se trataba: tres turistas ingleses irían a Canarias en un avión. Allí, si estallaba la crisis que se preparaba, el aparato sería «distraído» (robado, en el original) para llevar al general Franco a Marruecos. Pero, naturalmente, aquella tarde nada de ello saldría a relucir. En esta versión jerroldiana el trío y Pollard hablaron sobre todo de pasaportes, de dinero y de la ruta a Casablanca. Lo de después estaba todavía por ver. Subrayemos la cuestión no tanto del dinero, en la que se ha fijado la atención de los autores («la pela es la pela») sino de otra mucho más significativa en nuestra opinión: la de los documentos de identidad para viajes al extranjero.
La versión de Jerrold es más verosímil que la de Bolín para este punto. Ambos coinciden en que Pollard sugirió el nombre de su propia hija, Diana, como una de sus acompañantes. También coinciden con respecto a la segunda, Dorothy Watson. Jerrold añadió dos detalles. Trabajaba con pollos y hubo que buscarla hasta dar con ella en un pub.35 No es de extrañar. Tenía alquilada en él una habitación. Surgió un problema: carecía de pasaporte.
Las múltiples versiones que de este episodio circulan hasta el momento por la red se han detenido en otros detalles secundarios y de carácter folclórico, siguiendo a Bolín y/o a Jerrold. No han identificado lo esencial. Ante todo, que desde hace ya muchos años se dispone de un testimonio de importancia, el de Diana (algo que, sin embargo, recoge Day). También que existe otro testimonio, el de Dorothy, desconocido hasta la primera edición de este libro. El primero figura en una entrevista grabada que se hizo a finales de 1983 por cuenta del Imperial War Museum de Londres. El lector español ha podido tener un atisbo de una parte de lo que dijo en la reciente versión al castellano de la obra en que por primera vez se hizo uso de la misma.36
Diana, casi una veinteañera, había tenido una educación convencional para una familia católica de la época: una escuela de monjas.37 Había viajado un poco a Francia y Suiza con el fin de perfeccionar el francés, aunque no lo mejoró demasiado. Tenían unas pequeñas rentas, el padre ganaba algo de dinero como escritor y consultor y la madre aportaba el resto. Añadían lo que les daba la granja donde criaban, por lo menos, pollos o gallinas.
El encuentro con Jerrold y los españoles excitó mucho a Pollard. A pesar de que el día era caluroso, permanecieron encerrados dentro de la casa en un conciliábulo reservado. Su mujer38 detectó enseguida que no se trataba de una reunión normal y corriente. Según recordó Diana en 1983, la primera idea, tal y como su padre se la expuso, fue que iría ella, acompañada de una amiga. No pudo negarse a hacerlo porque hubiese parecido una cobardía. Algo más tarde, y como reflexionando, el padre afirmó que en puridad el asunto era un poco complicado y que también iría él. Respecto a la segunda acompañante la elección fue inmediata: Dorothy Watson,39 que, efectivamente, ayudaba a la familia en la cría de gallinas. Diana recalcó en su entrevista que Dorothy no tenía pasaporte. Algunos de estos detalles pueden ser ciertos o no. De serlo, indicarían que el padre probablemente montó una pequeña comedia para convencer a las dos mujeres.40
Las muchas cosas que quedaban por aclarar empezaron a arreglarse al día siguiente, 9 de julio. Bolín y Pollard almorzaron juntos. Esta pequeña anécdota no parece tener más importancia y por supuesto nadie se la ha atribuido. Pero resulta significativa. Ambos estarían interesados en conocerse mejor. Bolín, por obvias razones. El «comandante», por establecer una buena relación con quien iba a ser su acompañante. Según contó Bolín, era de mediana edad, con pinta de inteligente, decidido, un tipo que podía hacer frente a lo que se le pusiera por medio. Le gustaba vivir en el campo. El periodista recordaría que abordó en términos muy generales la índole del viaje y que confirmó que sería con gastos pagados, póliza de seguro incluida.
El nexo Jerrold-Pollard no ha sido, a mi entender, claramente explicado en buena parte de la literatura. No es una crítica. Los historiadores somos tributarios de las fuentes de época. Se sospecha desde hace tiempo que Jerrold tuvo algún tipo de contacto con los servicios de inteligencia.41 No sabemos si en julio de 1936 actuó espontáneamente o con la mente puesta en alguno de ellos. ¿Informó de lo que se tramaba? ¿Hubo alguna reacción? Pensamos no tanto en que esto se hiciera de forma reglada o siguiendo instrucciones. Con lo que se sabía en Londres acerca de lo que pasaba, o podría pasar, en España y que veremos en el próximo capítulo no habría sido difícil que «alguien» hubiera dado luz verde al contacto, caso que Jerrold hubiese informado.
Hay otra alternativa, en el supuesto de que Jerrold no hubiera comunicado nada a los servicios de inteligencia. En los últimos tiempos han salido a la luz nuevas informaciones sobre el anfitrión42 cuya significación se ha abultado considerablemente en Internet. Como indicaremos seguidamente, Jerrold conocía bastantes cosas acerca de él y habían tenido contactos muy intensos y muy frecuentes. ¿Qué es lo nuevo que se ha sabido? Básicamente, que el anfitrión, Hugh B. C. Pollard, no era tan sólo lo que de él escribió Bolín.43 Aquí conviene levantar un poquito el telón, ya que ni Jerrold ni el periodista lo hicieron en su momento.
ENTRA EN ESCENA UN ANTIGUO OFICIAL DE INTELIGENCIA
El personaje que ahora se incorpora a la Historia con mayúscula había nacido en Marylebone, Londres, el 6 de enero de 1888. Lo que hemos logrado saber acerca de su trasfondo familiar y educativo es relativamente escaso y salvo en algunos aspectos no particularmente relevante. Según informaciones del censo, sus primeros años los pasó en una granja de su familia, cerca de Pirton in Hertfordshire, una propiedad de unas 140 hectáreas en la que trabajaban 18 hombres y 7 muchachos. Su escolaridad la inició en una excelente institución, la Westminster School. De entre las más notorias (Eton, Harrow, Rugby, Winchester, etc.) era, según escribió Jerrold, que también fue a ella, la menos cara. Ingresó el 30 de septiembre de 1897 y salió en diciembre de 1903.44 Según su hija no quiso ser ni médico ni abogado, carreras tradicionales y que su padre estaba dispuesto a financiarle.
Por razones nada claras, y que tampoco desvela Peter Day, optó por otra cosa. La aventura y los viajes. Sobre sus estudios dio una versión mirífica en 1940 a uno de los funcionarios del Servicio Secreto de Inteligencia que le entrevistó con el fin de evaluar su idoneidad para su ingreso en el mismo. En aquella época Pollard ya no era un chaval alocado. Tenía la friolera de 52 años. Era, pues, un hombre hecho y derecho. Afirmó, con toda seriedad, que estudió ingeniería mecánica en el reputado King’s College de la Universidad de Londres. Lamentablemente no es cierto. Hemos comprobado esta afirmación en tres fuentes distintas. En primer lugar, a través de una solicitud a Senate House en donde se guardan los expedientes de la mayor parte de los estudiantes de la universidad. En segundo lugar, mediante una consulta directa al propio King's College45 y, finalmente, mediante un estudio pormenorizado de su expediente militar en donde debía indicarse la trayectoria educativa de cada miembro de las fuerzas armadas británicas. El único establecimiento que mencionó fue realmente la Westminster School porque no sabemos hasta qué punto tiene importancia el que indicase que, en algún momento que no identificó, estudió algo de derecho.
El lector puede pensar que estas pequeñas omisiones o «mentiritas» no tienen importancia. En la Inglaterra de aquella época, sí la tenían. Indudablemente, adquirió algún tipo de cualificación técnica porque en algún momento fue admitido en el Instituto de Ingenieros Mecánicos. En su expediente militar indica 1919. Ahora bien, esto no significa mucho. Estuvo colegiado tan sólo unos cuantos años y cuando dejó de pagar la cuota quedó excluido del mismo.
En la nota en que se resumió su entrevista en 1940 con un oficial de inteligencia de MI6 se ofrecen detalles adicionales. Pollard había entrado en el cuerpo de cadetes, una especie de instrucción premilitar a nivel de enseñanza secundaria. Después se incorporó a un regimiento de caballería. Nada de esto figura tampoco en su expediente militar, aunque se trata de temas que lógicamente deberían estar incorporados al mismo. Sin entrar de ningún modo en el sicologismo, podríamos pensar que Pollard, con una educación un tanto superficial, se sentiría inducido a sobresalir en sociedad por otros medios, también aceptados en un ambiente en que el gusto por la aventura justificaba actuaciones más o menos disparatadas.
Peter Day atribuye mucha importancia a la participación de Pollard en la denominada Legion of Frontiersmen, un grupito de aventureros, militares o no, atraídos por lo exótico. A los 21 años de edad se fue a Fez, entonces al otro lado del mundo, con un periodista del Daily Express para informar acerca de una revuelta palaciega. De esta fecha data un trabajo paralelo como periodista. Que Day afirme que Pollard estaba en el juego del espionaje ya antes de que el Secret Service Bureau se fundara en 1909 nos parece, pues, un tanto exagerado.
Una pista que permite aquilatar su destino ulterior se encuentra en el segundo libro que escribió.46 Está redactado correctamente aunque en un estilo muy normalito, salpicado aquí y allá por chispas de ironía y de humor. No dijo nada en él acerca de sus antecedentes familiares y profesionales. No indicó las razones por las que en torno a 1910 se desplazó a México, que tampoco era precisamente un destino turístico en aquel entonces. Insinuó que una empresa le envió a trabajar en una de sus sucursales. Ciertamente la presencia inversora del Reino Unido en la economía del país azteca era importante, en particular en sectores como la minería y los transportes ferroviarios, y la situación política que la rodeaba, no demasiado estable. Ahora bien, su hija afirmó que fue a México a cobrar rentas por cuenta de una empresa. Tal vez.
La obra de Pollard es un relato de aventuras, desde las junglas pegadas a la frontera con Guatemala e infestadas de bandidos, a los desiertos de la frontera norte; desde las costas del Pacífico a las del Caribe. También es una descripción de la sociedad mexicana de la época con sus costumbres arcaicas, sus supersticiones, sus divisiones de clase y su ombliguismo. No faltó una amplia referencia al ejército de Porfirio Díaz y a las fuerzas de seguridad en el campo (los «rurales»).
El joven Pollard reveló varios extremos que tendrían importancia ulteriormente: dominaba el alemán (según Day lo había estudiado en Alemania durante un año, por lo que nos atrevemos a afirmar que su presunto dominio sería más bien limitado) y sobre el terreno aprendió español, se movió entre las diferentes clases sociales, demostró una gran pasión por la caza mayor y menor y por el equipamiento necesario al efecto (es más, recomendó las mejores marcas a sus lectores), hizo gala de una gran familiaridad con las armas cortas y largas y se expuso a la vida de la gente común y corriente. Tras ejercer varios oficios improvisados, terminó ganándose la vida como corresponsal para uno o varios periódicos estadounidenses. En tal papel observó diversos episodios de la revolución maderista. Halló su razón de ser en la reacción contra las estructuras políticas y sociales que el Porfiriato había mantenido. Estuvo presente en acciones bélicas de gran crueldad. Salió de algunas situaciones apuradas merced a su presencia de ánimo y sentido de la iniciativa. Fue consciente de que estaba viviendo la historia a medida que se hacía. Dejó México en 1911. Llegó a Southampton el 15 de junio a bordo del Majestic, de la White Star Line.47 No quería perderse la coronación de Jorge V, que tuvo lugar a la semana siguiente.
Por esa fecha debió empezar a escribir artículos en la prensa, sobre todo en el Daily Express (algo que mencionó en la entrevista para MI6 en l940). No debió de ser una actividad fundamental pues la mantuvo hasta 1920, guerra mundial por medio. En 1913 era director de una revista titulada Autocycle, que desconocemos totalmente pero que podría tener relación con su incipiente actividad militar. En efecto, en algún momento ingresó en el London Regiment, en el 25 Batallón ciclista. De su expediente militar se desprende que fue nombrado segundo teniente (alférez) el 9 de mayo de 1912.
Según Jerrold, Pollard contribuyó a que en el mundillo londinense se introdujera otra revista, The Oxford Fortnightly. Colaboraron íntimamente en tan oscura publicación cuyo nombre cambió después al de New Oxford Review.48 En julio de 1914 la vendieron. Tras el estallido de la primera guerra mundial y la explosión de sentimiento patriótico que le acompañó se incorporó al servicio militar en el Ejército Territorial el 5 de agosto. El 3 de noviembre de 1914 encontramos de pronto una referencia que nos da que pensar. En virtud de un nombramiento especial pasó de pronto al Intelligence Corps, en el que fue ascendido inmediatamente a teniente. Esto, que no dirá casi nada al lector, nos parece significativo, ya que dicho cuerpo al principio sólo admitía oficiales a los que invitaba específicamente.49 ¿Conocía ya a alguien en la Inteligencia militar? Es altamente probable, pero su ulterior carrera no parece que fuese muy destacada en un conflicto en que pereció lo más granado de la juventud británica y en el que se distribuyeron millares y millares de condecoraciones importantes como recompensa al valor, al coraje y, en último término, al sacrificio. Pollard tuvo una guerra fácil. En su expediente militar indicó que de noviembre a diciembre de 1914 había estado en Francia y de febrero a septiembre de 1915 en Ypres (Flandes), cuando retornó al regimiento. La razón es fácil de adivinar porque inmediatamente fue enviado en comisión de servicio a la fábrica de su suegro. No volvió a asumir deberes militares hasta el 1 de abril de 1916, al frente de un depósito del London Regiment (no nos atrevemos a afirmar que como emboscado). En él permaneció hasta junio. Se le ascendió al rango temporal de capitán el 2 de agosto del mismo año. Tal condición fue definitiva el 29 de abril de 1917 con antigüedad desde el 1 de junio del año anterior. La parte final de la guerra sirvió en la Dirección de Inteligencia en el War Office, de septiembre de 1916 a mayo de 1918. De mayo a julio de este último año de conflicto volvió a Francia. No sabemos exactamente en qué consistieron sus cometidos. Si fueron de inteligencia de alto nivel explicarían su «guerra fácil».
Mientras estaba en el continente se afirma que Pollard participó en varios consejos de guerra instruidos a soldados que se habían automutilado para salir o no ir al frente. Day concluye que de aquí surgió su posterior interés por temas de balística. Pollard describió las dos batallas de Ypres en un librito que tuvo numerosas ediciones y aún está en circulación. En él se trasluce que el autor había atravesado por un proceso acelerado de maduración. Es una obra con un estilo depurado. Las observaciones y los análisis militares son mucho más sofisticados. En el texto vibran un hálito patriótico muy acentuado y su simpatía hacia la población belga, pero reconoce la valentía alemana, cuya juventud fue diezmada en cargas heroicas bajo el fuego aliado.50 En su expediente militar hay una carta del 9 de noviembre de 1970 en respuesta a una solicitud de información en la que se indica que el libro lo escribió durante los meses de comisión que pasó en casa de su suegro y de que no se había encontrado evidencia de que el Ministerio lo aprobara ni mucho menos de que se le hubiera proporcionado acceso a documentos oficiales.
Durante la primera guerra mundial Pollard se ganó al menos una condecoración y alguna «chapita» del montón. ¡Menos mal! Se le dio de baja el 7 de enero de 1919. Siguió manteniendo su grado de capitán en el Ejército Territorial y aspiró a compatibilizarlo con su transferencia al Ejército propiamente dicho. No le fue posible. Para pasar a la lista de reserva tenía que renunciar al primero. Tardó en decidirse a dar tal paso. Ignoramos las razones. El hecho es que pasó oficialmente a la reserva el 30 de septiembre de 1921 con una antigüedad reconocida desde el 22 de febrero de 1919.
Mientras tanto, Pollard estuvo empleado poco más de un año como director de publicidad del Ministerio de Trabajo y frecuentó de nuevo ciertos medios literarios y artísticos londinenses junto con Jerrold. Más tarde pasó al Departamento de Irlanda (Irish Office) en Londres. Sus actividades aquí son bastante oscuras. En 1920 se le destinó a Dublín, en medio de la guerra de independencia irlandesa contra los británicos (1919-1921). Un puesto y una situación cuando menos delicados. En un libro que publicó dos años más tarde sobre la situación en Irlanda, pero no sobre sus experiencias personales, indicó que había trabajado en el staff del jefe superior de policía que asesoraba al virrey.51 Se vio mezclado en actividades de desinformación, a veces bastante burdas, y de contrapropaganda contra los nacionalistas irlandeses. Éstos causaron varias víctimas entre sus compañeros de equipo. No retrocedió ante falsificaciones. En alguna ocasión hubo que desmentirlas. Ello no obstante, no crea el lector que Pollard hubiera sido un protagonista importante en las actividades de inteligencia. Las dos o tres obras estándar que más y mejor las han estudiado no mencionan su nombre.
Se desquitó con la indicada obra, que es bastante gruesa (las anteriores habían sido más bien finitas). Ha sido objeto de numerosos comentarios, muchos desfavorables. No estamos cualificados para enjuiciarla. En el prefacio dejó entrever que no podía decir nada acerca de las contramedidas de los servicios policiales y de inteligencia. Lo único que podía afirmar es que las autoridades estaban bien informadas. Lo seguirían estando a no ser que se les recortaran los medios humanos y materiales, como algunos habían pretendido. En 1920 los elementos fundamentales que determinaban la eficacia de un buen sistema de inteligencia simplemente no existían. Esto encierra probablemente un elemento de profesionalidad que no conviene pasar por alto.
La tesis principal era que, durante siglos, la paz y la prosperidad de Irlanda las habían roto varias organizaciones secretas que no habían hecho sino arruinar el país y causarle infinitos sufrimientos. Con un enfoque basado en una teoría conspiratorial de la historia, ya en sus primeras páginas Pollard indicó que tenía cierta experiencia de otras revoluciones. En el caso concreto al que se refería, la sedición, la rebelión y los actos de violencia le parecían, pura y simplemente, criminales. No ocultó su odio a los nacionalistas irlandeses.
En varios centenares de páginas, y remontándose hasta los siglos XVI y XVII, Pollard intentó demostrar por qué los ingleses habían fracasado en hacer triunfar en Irlanda el peso de la ley. Distinguió entre el catolicismo de un clero retrógrado apegado a las actitudes nacionalistas y el auténtico catolicismo irlandés. En todo momento trató de extraer lecciones que permitieran comprender la situación contemporánea y aproximar la excitación nacionalista a la de índole social-revolucionaria primero y a la bolchevique después. Únicamente la Gran Bretaña se había perfilado como el oponente natural de aquellos planes «fantásticos e ilógicos» de los revolucionarios. Retengamos una nota de patriotismo.
En este período tuvo lugar un episodio desgraciado y no exento de comicidad. El 17 de septiembre de 1922 se le notificó que había ascendido a comandante en la reserva, pero en el Diario Oficial del 28 del mismo mes y año apareció como capitán. Dos años más tarde, cuando se enteró, Pollard escribió al War Office tras haber visto que en el anuario militar de 1924 aparecía con tal grado. Pollard, lógicamente, protestó y se le dijo que se había tratado de un error de secretaría. El Ministerio se disculpó pero, obviamente, no le ascendieron. Esto debió de ser un duro golpe para Pollard, que se había acostumbrado a utilizar el rango de comandante. A pesar de la corrección, decidió que mejor era no cambiarlo. Hubiera tenido que dar demasiadas explicaciones a sus amigos y conocidos.52
En paralelo, y entre 1922 y 1925, nuestro hombre trabajó como «consultor» (concepto ambiguo si los hay y en el que cabe de todo, quizá incluso el ejercicio de su no muy brillante profesión de ingeniero, si es que todavía la recordaba) y director de una revista titulada Discovery. No es impensable que se tratara de actividades de cobertura, pero no se han documentado. En este sentido la inaccesibilidad de su expediente de inteligencia es muy dolorosa. Si la hubo, se reforzaría desde 1925, cuando pasó a ser el responsable de la sección de deportes de una revista muy popular, Country Life, que todavía existe, y escribió varios libros relacionados con armas y caza.53 Como experto en armas cortas apareció con frecuencia ante los tribunales, en ocasiones al lado de alguno que haría historia como patólogo. El periódico para el cual ocasionalmente escribía, el Daily Express, solía mencionar sus actuaciones.54
Para entonces Pollard debía de tener una red extensa de conocidos en ambientes muy variados. Viajó con frecuencia (Francia, Alemania, Suiza, España, Portugal, Marruecos, Estados Unidos, Canadá y Guatemala fueron, entre otros, los países que se mencionaron en la entrevista de 1940 con MI6 como aquellos en los que había estado más que de pasada). Pudo haber desarrollado perfectamente actividades de inteligencia, si se lo pidieron. No era una figura anónima. Su nombre estaba en el Who’s Who y hablaba francés, alemán, español y algo de «moro». Según escribió en su expediente militar, sólo dominaba bien el primero. Su hija indicó en 1983 que su padre estaba de viaje con frecuencia, que había pasado algún tiempo en el norte de África y que no era «del Ejército regular», aunque lo bordeaba55 pero Diana carecía de una visión coherente de lo que hacía. Recordó, eso sí, que poseía una importante colección de armas, que era un gran experto en ellas pero que, desde luego, no traficaba con dicho material. Era, afirmó, «just an English sporting chap» («un tipo de inglés muy aficionado a la caza»).
En lo que se ha dado a conocer de su expediente personal y militar no hay evidencia alguna que alumbre otros ámbitos de actividad en aquella época. En particular, no hay nada relacionado con MI6 ni con la Inteligencia militar. Esto no significa demasiado, teniendo en cuenta las afirmaciones de su hija.56 Hay documentos que todavía se ignoran. Peter Day, en su reciente obra, se limita a inferencias o a especulaciones. Con todo, dadas las preocupaciones sobre España que traían de cabeza a los funcionarios altos y medios del Foreign Office, y que describiremos en el capítulo siguiente, las preguntas clave son: ¿Permanecieron inactivos los servicios de inteligencia en el mes de julio de 1936? ¿Tomó alguien el toro por los cuernos y decidió hacer algo?57
Nada de lo que hemos visto hasta ahora permite responder con exactitud. Macklin (a quien Day ignora) subraya que no se ha encontrado evidencia de que ni Pollard ni Jerrold avisaran a sus eventuales contactos en el mundillo de los servicios de inteligencia. Tampoco hay que excluirlo a rajatabla.58 Son aspectos de los que pudiera no dejarse constancia escrita, que no se tramitaran de forma oficial o que no se decidieran por la vía reglamentaria.
Burns es otro periodista que no tiene el menor inconveniente en indicar que Pollard ya trabajaba como agente del SIS. Sin evidencia. Lo mismo ocurre con muchas referencias a Pollard en Internet. John Richardson ha llegado mucho más lejos al afirmar, con toda seriedad:
Agentes secretos británicos bajo la cobertura de turistas (nombre clave de la operación de MI6 «Operation Miss Canary Islands») rápidamente se las apañaron para trasladar a Franco a Marruecos, desde donde lanzó la guerra civil.59
De ser cierto lo de la operación, representaría un paso vital hacia delante, pero no hemos hallado la menor referencia a la misma ni tal autor ofrece evidencia en apoyo de su afirmación. Como tampoco hace Day. Aun así, no podemos descartar que, incluso en el supuesto de que Jerrold no hubiera avisado a MI6, Pollard sí se diera cuenta de las amplias implicaciones del viaje tan pronto como, en un aparte, aquél le revelara el objetivo de éste. Cabe imaginar que llamase a alguien en inteligencia.
Si ocurrió algo así o parecido podemos intuir fácilmente que recibiría una acogida más que favorable. En Londres se disponía de gran información procedente de los consulados en Canarias y los círculos empresariales. Si bien no interpretaron adecuadamente la etiología de la conflictividad económica, esgrimieron ésta y exacerbaron sus presuntas motivaciones comunistas. En el Foreign Office había preocupación acerca de la seguridad de la colonia británica en España y de la capacidad de las autoridades por protegerla. Es imposible que no se filtrara nada hacia los «servicios». Nada de ello revertiría a favor del gobierno republicano en términos de su imagen entre los decisores británicos. No es inverosímil que el encarguito del que quizá informara Pollard recibiese rápidamente luz verde. Ningún servicio de inteligencia que se precie habría dejado escapar tal oportunidad.
En la autobiografía de Jerrold hay dos afirmaciones que, aunque las ignora Day, nos permiten arropar algo nuestra tesis. La primera es que Pollard había tenido experiencia con revoluciones, entre ellas la marroquí. No olvidamos que Pollard mencionó específicamente Marruecos en la entrevista de reclutamiento de 1940. La referencia pudo serlo a su visita a Fez en 1909, pero hubiera sido un poco traído por los pelos. Aun así, no cabe descartarlo. Posibilidades de haber ido a Marruecos existían más próximas, aunque esto también es puramente especulativo. Pensemos, por ejemplo, en los intentos de la Inteligencia militar y de MI6 por enterarse de los pormenores de la guerra química en el Rif a que aludiremos en el próximo capítulo. Esto explicaría la alusión de Diana a que su padre pasó algún tiempo en el norte de África, probablemente en los años veinte. Pero no hay que exagerar.
La segunda afirmación es, en nuestra modesta opinión, más significativa. La amiga de la hija de Pollard, Dorothy, carecía de pasaporte el 8 de julio. Tres días más tarde partió en el Dragon Rapide. Según Diana ya tenía uno: no en vano debía hacer escalas en Francia, Portugal y Marruecos, por no hablar de entrar en España. Es posible que en la época los turistas británicos que quisieran ir al extranjero obtuvieran pasaporte en 48 horas. De lo que no cabe duda es que MI6 o la Inteligencia militar sí habrían podido conseguírselo sin demasiadas explicaciones.60 De la entrevista con Diana en 1983 y del tono de sorpresa con que aludió al tema del pasaporte se infiere que probablemente su amiga lo recibió en 24 horas o poco más. Un récord.
En base a estas reflexiones, tal vez exageradas, nuestras sospechas se hacen más densas. Nos situamos, en contra de una amplia literatura y más singularmente en contra de las recientes inferencias de Peter Day, en una posición intermedia. Diremos que es altamente probable que la misión contara con algún tipo de bendición oficial u oficiosa, aunque Pollard no fuese en puridad miembro de MI6. No podía serlo porque todavía no se le había reclutado. Ahora bien, todo hace pensar que participó en el vuelo del Dragon Rapide con la anuencia, eso sí, de la Inteligencia militar o del SIS. La diferencia es sustancial. Si hubiese sido un miembro del servicio la responsabilidad del mismo sería obvia y, por lo tanto, de las autoridades correspondientes. Una persona contratada para una misión específica (como podría haber ocurrido en ocasiones anteriores) era otra cosa totalmente diferente. A tenor de la documentación localizada, no cabe ir más allá. Dejamos de lado las especulaciones de que Diana y Dorothy pudieran haber sabido lo que el comandante se llevaba entre manos. No fue el caso. Un oficial de inteligencia no les diría nada.61 Y no les dijo nada, aunque después de sus aventuras en España en alguna de sus entrevistas de prensa afirmasen exactamente lo contrario.
PRIMERA FASE: LAS INTOXICACIONES DEL «RELATO MAGISTRAL» DE BOLÍN
Después del almuerzo con Pollard el 9 de julio, Bolín concluyó el alquiler del avión con Olley Air Services. Según relató, el propietario se dio cuenta de que el vuelo no era precisamente una excursión de vacaciones. Bolín aprovechó la ocasión para preparar un apetitoso plato de intoxicaciones con las cuales saciar la curiosidad de sus lectores. En primer lugar, confirmó la posibilidad de que el avión debería permanecer en Casablanca hasta el 31 de julio. Casi como quien no quiere la cosa, dejó caer la posibilidad de que pudiera también pasar algún tiempo en Canarias. O ir a Mallorca, Trípoli o la Riviera. «Astucia» inútil. El capitán Olley se apercibió, lógicamente, de que había gato encerrado y le pidió que firmase una póliza de riesgos extraordinarios por lo que pudiera ocurrir. Le presentó al piloto, el capitán Cecil W. H. Bebb. Según afirmó el periodista, le dijo que cabría llegar a Casablanca en un solo día, el 11 de julio, sábado. Algo bastante difícil en aquella época, pero dejémoslo pasar por el momento.62
Al día siguiente del almuerzo con Pollard y de poner a punto los arreglos con Olley Air Services, el intrépido periodista y Juan de la Cierva se reunieron con el duque de Alba, otro de los componentes del grupito de marras. Era el 10 de julio. Se trata de un episodio importante. El duque no era un don nadie. Estaba muy introducido en los medios de la aristocracia británica (tenía también un título escocés) y se movía como pez en el agua en el enrarecido mundo de los clubes y contactos discretos. Aprobó la idea del vuelo. ¡No iba a decir que no! Está por demostrar que igualmente aprobase, como dijo Bolín, la idea de que Franco encabezase la sublevación. No era la postura monárquica pero a lo mejor Alba tenía otra opinión. O Bolín se lo inventó tras la ulterior glorificación de Franco. No se pierde nada por dar coba. Tampoco sabemos si Alba dijo algo a sus compañeros monárquicos. Nos parece difícil que, por lo menos, no diera un telefonazo a Luca de Tena. Es ilógico que creyeran que sus comunicaciones estuviesen pinchadas.
Mientras tanto, Juan Ignacio Luca de Tena había tomado contacto con otros conspiradores en Biarritz y en Madrid y les había puesto al corriente del alquiler del avión. Lo afirma en sus memorias y es lógico que así lo hiciera. De aquí cabe inferir que es difícil que el comienzo de la aventura del mítico aparato lo ignorase Mola, que tenía en sus manos los hilos operativos de la sublevación. Lo que ocurriese con Franco en Canarias no era una bagatela. González Betes, con referencia a un programa de TVE en el que apareció Luca de Tena, reproduce el encuentro que tuvo con Juan de la Cierva en París el 7 de julio. El ingeniero advirtió que ya tenía un avión, aunque no era un hidro, que podría hacer la travesía Canarias-Tetuán. Luca de Tena consultó con una persona muy importante que solía viajar entre Biarritz y Madrid para que preguntase si serviría o no. El 8 de julio recibió la respuesta afirmativa.63 Es un detalle que tiene mucha importancia.
¿Hubiera sido posible la sublevación de Franco, caso de no haber tenido la ocasión de escapar de las islas y ponerse al frente del Ejército de África? De haberse sublevado y quedado confinado en el archipiélago, quizá el rumbo de la rebelión hubiese sido distinto. ¿Quién le hubiese sustituido en Marruecos? De aquí que las vicisitudes del famoso vuelo tengan una significación más profunda que la que les corresponde como meros acontecimientos. De aquí también la necesidad de reconstruirlas, en la medida de lo posible, con evidencia primaria relevante. La que suministra Bolín, por sí sola, no vale.
Varios de los viajeros se concentraron rápidamente el 10 de julio, viernes, en Londres, en donde permanecieron todo el día. La noche la pasaron en un hotel elegante, el Welbeck. Lo único que sabía Dorothy es que al día siguiente almorzarían en Burdeos y cenarían en Lisboa, en donde pasarían la noche antes de partir para Casablanca.64 Este detalle es importante. Muestra que en este punto, esencial como veremos, Bolín mintió.65
Al día siguiente, 11 de julio, los pasajeros se levantaron a las 5 de la madrugada y, sin desayunar, se encaminaron al aeropuerto. El avión partió de Croydon hacia las 7 de la mañana. Diez minutos después sobrevoló Reigate, y a las 7.30, Brighton. Veinte minutos después volaba ya sobre Le Havre, donde hubieron de atravesar algunas nubes y turbulencias. A las 10 sobrevolaron la región de Gironde, también entre nubes. Algo más tarde les llovió encima. Dorothy estaba encantada con el repiqueteo del agua sobre el fuselaje del avión. Entre las 10.30 y las 11 aterrizaron en Burdeos. Con ello se esfumó la posibilidad de alcanzar Casablanca el mismo día, como Bolín afirma haber convenido con Bebb pero que fue una de sus numerosas bravuconadas.
La escala se hizo para que Juan Ignacio Luca de Tena pudiese dar instrucciones con el fin de ajustar la operación. Lo confirma su hijo, Torcuato,66 contradiciendo otra versión de Gil-Robles. Apareció con otros compañeros monárquicos, entre ellos el marqués del Mérito (José María López de Carrizosa) que iría con los viajeros hasta Casablanca. Desde aquí debía pasar a Tánger, donde compraría un pequeño avión con el que trasladar a Franco a Marruecos. Lo dijo Bolín. Diana, por su parte, constató sobriamente en 1983 que los españoles aparecían nerviosos y excitados y que lo dejaban entrever más que una mujer. Si querían pasar desapercibidos, lo hicieron fatal, pues se reunieron charlando y gesticulando animadamente en pleno aeródromo, bajo una lluvia constante. Fue en este momento cuando Diana empezó a darse cuenta de las implicaciones de la dimensión conspiratorial del viaje. Quizá le abrió los ojos el que algunos de los conspiradores alardearan de poseer varios pasaportes, algo que la dejó un poco perpleja.
Juan Ignacio Luca de Tena volvió a dar una versión radicalmente diferente a la de Bolín.67 Es extraño que los historiadores no hayan detectado lo que tal contradicción implica. El marqués fue tajante en señalar que sus instrucciones finales a Bolín estribaban en que el avión volara a Las Palmas (adviértase este cambio de destino).68 Ese mismo día los monárquicos de Burdeos transmitieron a Mola la noticia de que el ansiado avión ya había emprendido el vuelo, de creer lo que al respecto dice Maíz. Desde Las Palmas se contactaría con Franco a través de un prestigioso médico militar de Santa Cruz de Tenerife, el teniente coronel Luis Gabarda Sitjar, metido hasta las cachas en la conspiración. Si esta versión es correcta, Luca de Tena, después de tomar contacto con Francisco Herrera Oria, descartó dos cosas. La primera, que los expedicionarios aguardasen en Casablanca a que se les presentara el agente con la contraseña de marras. La segunda, la posibilidad de que el vuelo pudiera dirigirse a Los Rodeos porque «no tenía entonces capacidad suficiente para el aterrizaje de nuestro avión». Como veremos más adelante se trata de un argumento espurio. En la primera edición de este libro supusimos que tal fue lo que le dijeron y nos preguntamos quién hubiera podido ser.
La respuesta no nos pareció demasiado complicada. Alguien que siguiera la evolución de la operación. A no ser que Luca de Tena mintiese o se equivocara, este episodio aparentemente anodino muestra que ya el 11 de julio los conspiradores deseaban que a Franco se le recogiera en Las Palmas y no en otro lugar. En realidad, y como veremos seguidamente, la decisión de ir a Gando se había tomado previamente. ¿Por quién?
De seguir el testimonio de B. Félix Maíz, el 11 de junio Mola y Kindelán se habían entrevistado en la carretera de Pamplona-San Sebastián, cerca de Lecumberri. En aquel momento ya se habló de las gestiones «para adquirir un aparato de gran radio de acción con destino al general Franco». De ello se encargaban el propio Kindelán, Luca de Tena, Bolín y Juan de la Cierva y Codorníu.
Hemos de introducir una pequeña corrección. Es totalmente improbable que Bolín figurase entonces en la trama de la conspiración para alquilar un aparato. A no ser, claro está, que el marqués de Luca de Tena mintiese o se equivocara en sus interesantes memorias.
La historiografía franquista no ha negado ni corregido lo que se desprende de tal cita. En 1969 Ricardo de la Cierva señaló:
El Dragon lo había pedido Franco por medio de Yagüe; Valentín Galarza transmitió la petición al grupo monárquico de apoyo y éste se puso en contacto con don Juan March, que financió la operación. El propio March encarga la ejecución del asunto al marqués de Luca de Tena.69
Es decir, la petición de un avión provino del propio Franco. Retengamos este dato que nos parece fundamental. No se han derivado de él todas las consecuencias que permiten extraer una interpretación más ajustada a los hechos. Con todo, no es posible dejar de pensar que tal afirmación podría encuadrarse en los intentos ex post de glorificar la figura del futuro Caudillo/ Generalísimo. Entre ellos figuró el acentuar en todo lo posible su inquebrantable decisión, presentada como muy temprana, de pasar a la acción en cuanto las circunstancias lo permitieran. Es un tema que quedará algo más claro a lo largo de nuestra exposición.
Si Franco quería tener un avión desde, por lo menos, los primeros días de junio, podía confiar en que los conspiradores hicieran todo lo posible para proporcionárselo. Esta inferencia es, hasta cierto punto, corroborable. Después de haber escrito las líneas anteriores el historiador hiperfranquista por excelencia avanzó un paso más. Obsérvese lo que ya exponía en 1982:
El 11 de junio, según uno de los conspiradores, Jorge Vigón, discute con Kindelán el mejor sistema para que Franco pueda trasladarse en cuestión de horas desde Canarias a Marruecos ... Se decide utilizar un avión civil alquilado. Vigón, enlace con los grupos monárquicos, traza anticipadamente el itinerario.70
Expliquemos lo que esto significa. Ante todo nos parece extraño que Kindelán pudiera estar en la misma fecha en Madrid y en Lecumberri, pero no lo negamos. De ser correcta la fecha, indicaría que Kindelán se desplazó raudo como una centella a ver a Mola. Era aviador, aunque entonces tal vez estuviese un poco fuera de juego. Llevaba tiempo sin volar y, por lo que se me ha dicho, no lo había hecho a Canarias.71 Es impensable que desconociera la existencia de un atlas que detallaba la posición y características de los aeródromos españoles. O que desde abril nadie se lo hubiera hecho llegar. En aquellos momentos se había pensado en un hidro.
González Betes indica que esta idea procedía de Yagüe, quien se la habría comunicado a Francisco Herrera Oria cuando se vieron en Ceuta. Si vino de Yagüe es verosímil que también viniera de Franco o que al menos éste la conociese. Togores, naturalmente, se abstiene de abordar la cuestión. Maíz da, de nuevo, otra nota interesante.
Según las indicaciones del diplomático Sangróniz, el aparato debía encontrarse en Gando para el día 9 de julio.
Desgraciadamente no sabemos en qué día preciso Maíz situó tan importante comunicación porque acto seguido señaló que «una noticia fechada en Londres el día 7 de julio asegura que el asunto no se había resuelto todavía». En puridad, esto último era cierto. Estaba en vías de resolución. La operación se había iniciado dos días antes y el 7 de julio todavía no se había producido el contacto Juan de la Cierva/Bolín con Douglas Jerrold.
En Pamplona Mola estaba sobre ascuas y las referencias diarias que Maíz ofrece dan un poco de testimonio de ello, aunque por desgracia no son inatacables. En la noche del 30 de junio afirma, por ejemplo, que cerca de San Sebastián celebraron Kindelán y Mola una nueva reunión y que el primero informó
sobre los obstáculos con que tropiezan en Londres Juan de la Cierva y Antonio [sic] Bolín para conseguir un aparato de largo alcance destinado al general Franco en Canarias. Su adquisición no es fácil. Últimamente la intervención de un inglés, míster Pollard, amigo de La Cierva, parece decidir la adquisición.
A no ser que se impugne totalmente la veracidad de las memorias del marqués de Luca de Tena, de Bolín y de Jerrold (lo cual nos parecería exagerado), hemos de concluir en que Maíz mezcló las fechas.
Es más verosímil que fuese el 1 de julio cuando, según Maíz, Mola recibió al teniente coronel Juan Seguí, uno de los enlaces de la conjura de Marruecos. Mola le preguntó si llevaba noticias de Canarias (es decir, de Franco). La respuesta fue que no. Esto significa que, naturalmente, el distinguido comandante militar de las islas se había encerrado en un cierto mutismo, por razones que iremos desgranando en páginas sucesivas. Mola se mostró confiado: las habría. Las había solicitado con toda urgencia «al doctor».
Este doctor probablemente no era otro que Gabarda, porque a continuación Mola añadió «A Vieira y Clavijo», calle en la que el teniente coronel tenía su clínica. Preguntó seguidamente a Seguí: «¿Sabe si ha habido algún terremoto en Santa Cruz de Tenerife?», algo que a la distancia de 75 años es difícil de interpretar. ¿Pensaba en alguna acción por parte de Franco? Ciertamente, Mola se mostró confiado en que pronto se recibirían noticias.
Tal fecha del 1 de julio puede haber sido muy importante. En ese día, Francisco Herrera Oria, se presentó a Mola para obtener su luz verde. Suponemos que la definitiva. Nos parece raro que fuese entonces cuando Mola consultase con Kindelán, que también recomendó un hidroavión porque las Canarias poseían puertos naturales como Puerto de la Luz y Bahía de Gando en Las Palmas y Puerto de Santa Cruz y Bahía de los Cristianos en Tenerife. Caso de no encontrarlo habría que decantarse por un avión terrestre que ofreciera seguridad.72
La referencia que hace Ricardo de la Cierva a Vigón podemos descartarla. Era militar pero no de aviación. Es impensable que trazara el recorrido del aparato sin comentarlo con un experto. De ser cierta tal versión, lo que dudamos, después se lo comunicaría a Mola. ¿Cuándo? No podemos afirmarlo con precisión, pero no tardaría demasiado. La consecuencia, en cualquier caso, sería la misma.
El resultado inesquivable, pero que no se ha subrayado lo suficiente en cuanto a sus efectos, es que Mola conocía el proyecto desde mitad de junio (en este punto nos fiamos más de Maíz) y no tardó en tener, además, un plan de vuelo provisional, de creer a De la Cierva. Ambos extremos debieron de transmitirse sin dificultad alguna al marqués de Luca de Tena. Habría sido, pues, extraño que éste no dijera nada a Bolín, al menos en líneas generales. Y entre ellas estaría el punto de destino: el Gando de Sangróniz. Lo cual distorsionó Bolín. No una vez sino varias. Quizá una casualidad.
SEGUNDA FASE: EL PERIODISTA DE ABC SE SUPERA A SÍ MISMO
Las sucesivas escalas del avión, ya con Mérito a bordo, tuvieron lugar en Biarritz y en Espinho (cerca de dos horas más), un aeródromo al sur de Oporto. Si la idea era llegar por la noche a Lisboa, esta meta intermedia no se alcanzó.73 Dorothy Watson describió alguna de las posibles causas. Al salir de Burdeos se perdieron sobre las montañas del norte de España y llegaron a ascender por encima de densas nubes a 8.000 pies. El resultado fue que tuvieron que retroceder hasta Biarritz para repostar porque el avión no podía volar con seguridad más de tres horas seguidas. Esta afirmación la hizo Diana en varias ocasiones. Al parecer, según la misma fuente, Bebb no bebía pero solía chupar naranjas cuando se ponía nervioso. Con cierto sentido del humor, narró que tuvo motivo para dedicarse a la fruta. Pusieron rumbo, siguiendo otra ruta, hacia Braganza. Diana se mareó. A Dorothy le entraron dolores de cabeza. Todo el mundo estaba angustiado por encontrar un aeródromo.
Atravesaron montañas, olvidadas de Dios y del diablo, escribió Dorothy, acercándose para ver cuáles eran las poblaciones sobre las que volaban. Por fin aterrizaron cerca de Oporto hacia las 10 de la noche. Falta hacía. El combustible no hubiera dado para un cuarto de hora más de vuelo. Inmediatamente les rodearon extrañas figuras («parecían gitanos») y nadie entendía inglés o francés. Los «turistas» no sabían una palabra de portugués. Se apañaron. Entre los primeros en acudir se encontraba el agente de la Shell.74 La noche la pasaron en Oporto, también en un hotel elegante en el que se registraron hacia las 12. La ciudad estaba, al parecer, en fiestas. La noche de los bomberos. Mérito («an awful nice man», escribió Dorothy) tenía contactos en la ciudad (según Diana, él o su familia poseían viñedos en la zona). Hubo alguna llamada por teléfono. Este detalle nimio muestra que, como es lógico, la expedición no estaba desconectada de la trama de la conspiración.75 La idea de que el Dragon Rapide volaba en solitario, cortado del mundo por temor a los agentes de la República o a sus servicios secretos, es mera fantasía.
Al día siguiente, 12 de julio, regresaron al aeródromo. Vieron los restos de dos accidentes de circulación. El tiempo era espléndido. El avión se dirigió hacia el sur a lo largo de la costa portuguesa, preciosa, tranquila, rumbo al aeródromo de Alverca, al norte de Lisboa, donde a tenor de lo que dijo Bebb les aguardaba un grupo de importantes españoles. Dorothy pensó en escribir desde la capital a su padre, quien no sabía que se había ido de viaje. Ignoramos si lo hizo o si lo dejó para más tarde, desde Casablanca. Según Diana, alguien sugirió la idea de que los ingleses, en su plan de turistas, tendrían que ir a ver una corrida. Había que aparentar y su padre incluso adquirió las entradas. Como el tiempo apremiaba y la idea era un tanto absurda rápidamente se desechó.
Bolín utilizó la parada, que en definitiva fue bastante corta, para ver a Sanjurjo. No dijo demasiado de lo que hablaron pero sí aprovechó la ocasión para introducir una nueva mistificación, algo muy recomendable en la España franquista. El líder de la sublevación se mostró sumamente interesado por el vuelo del avión y por la idea de que Franco llegase a Marruecos con la mayor urgencia posible, pero no dio señales de tener la menor ambición de liderazgo.76 Podemos afirmar con cierta seguridad que esto sería falso. Las relaciones entre Sanjurjo y Franco no eran buenas, y pensar que el primero no quisiera liderar la sublevación y dejársela a Franco, con menor rango militar que el suyo, es hacer un brindis al sol. Aceptable, desde luego, en la España de los «veinticinco años de paz». No ahora.
En consecuencia, el periodista siguió trabajando sobre el telar de sus intoxicaciones. Inmediatamente dijo a Pollard que si se separaba del grupo en Casablanca, lo cual ocurrió, el objetivo del avión consistiría en ir a Las Palmas.77 Con ello le desveló parcialmente el destino de la misión. Cuando llegase, debía trasladarse a Santa Cruz de Tenerife y contactar con un doctor. Le dio una contraseña con la cual identificarse (muy amateur, señalaría Diana casi cincuenta años más tarde).78 Luego podría quedarse en las islas con su hija y amiga unos cuantos días, disfrutar de sus bien merecidas vacaciones y volver a Inglaterra en barco. Todo muy normal. Quizá convenga recordar que Pollard conocía la idea del regreso por otro medio desde que se lo comunicó Jerrold, el día en que se encontró con Bolín y De la Cierva. No es de extrañar que también dudemos en este punto de la fantasía retrospectiva de Bolín. Como veremos más adelante, fue en Casablanca en donde Bolín planteó que el viaje no debía seguir adelante.
Las implicaciones de la reacción de Pollard no han merecido demasiado comentario por la mayor parte de los historiadores. Por lo general han seguido fielmente al locuaz periodista y ahí se han quedado. Son, sin embargo, muy reveladoras. Pollard se preocupó de anotar las instrucciones con cuidado. Incluso diseñó una pequeña estratagema para explicar su ida a Santa Cruz. No andaba bien de salud, por lo que llevaba siempre consigo las direcciones de varios médicos (en Múnich, en Roma, en Canarias). Ahora bien, esta necesidad imperiosa de disponer de una cover story verosímil es lo que cabría esperar de un agente de inteligencia. No fue la única.
Bolín no detuvo ahí sus maniobras de intoxicación. Para ello se sirvió de una circunstancia objetiva. En primer lugar, no cabía prescindir de volar a Casablanca. En efecto, era imposible, dada la capacidad de almacenamiento de combustible del Dragon Rapide, hacer el resto del vuelo de un tirón. Si había que llegar a las islas, y esto es lo que quería Luca de Tena, volar sin prácticamente abandonar la costa garantizaba que, en una emergencia, la toma de tierra estuviese asegurada. Convenía utilizar más o menos la ruta que seguían los aviones comerciales. De aquí la necesidad de hacer escala, tras Lisboa, en Casablanca antes de dar el salto a Canarias. Esto reducía el tramo sobre el océano. Lo cual significa que, una vez que se cargara combustible a tope, podría llegarse a destino con un buen remanente para hacer frente a cualquier imprevisto. Eventualmente también para desviarse hacia el aeródromo alternativo que todo buen piloto debe tener previsto. La afirmación de Bolín de que Bebb hubiese aceptado en Londres volar de un tirón a Casablanca nos parece, pues, un mero «camelo» de los muchos que urdió el astuto periodista.79
La escala en esta última ciudad del Marruecos francés, adonde llegó el Dragon Rapide el domingo 12 de julio por la noche, es importante por dos razones. En primer lugar, porque Bolín la utilizó para autoimponerse de nuevo una condecoración en forma de idea genial. Algo que, nos apresuramos a señalar, sin duda caería muy bien en la España de Franco en el período en el cual escribía. Las instrucciones que Luca de Tena le había dado el día 5 le ordenaban, según rememoró, permanecer en Casablanca hasta que llegase un agente que le indicara el siguiente paso. También recordó que se las había repetido en Burdeos el 11. Olvidó, sin embargo (antes se coge a un mentiroso que a un cojo), que el marqués ya le había indicado como destino Las Palmas, si es que la versión de Luca de Tena se ajustó a los hechos, como creemos entre otras razones por la referencia que Maíz atribuye a Sangróniz. La automedalla está conectada con su afirmación sucesiva: tan pronto como se enteró en Casablanca de la muerte de Calvo Sotelo se dio cuenta de que no cabía esperar más y decidió, sobre la marcha, enviar el Dragon Rapide a Canarias. Un hombre con iniciativa. Pero poco fiable, como argumentamos con la siguiente cita de su jefe:
Gando, en 1936, era el único aeropuerto seguro en Canarias. Había un pequeño campo de aterrizaje en Tenerife ... pero estaba envuelto con frecuencia en niebla y a Bebb no le agradaba la idea de aterrizar allí.
Es decir, o Luca de Tena no dijo la verdad o quien no la dijo fue Bolín. ¿Por qué desobedecería éste las instrucciones que tenía? ¿Por qué escudarse detrás de Bebb? ¿O acaso se planteó en Casablanca la idea de ir a Tenerife?
En la versión que Bolín puso sobre la mesa, siguiendo en este punto a Arrarás, Pollard quedó relegado a un segundo plano: con él arregló simplemente los detalles de su regreso a Inglaterra con las mujeres, tras una semana en la playa. Sin embargo, las cosas no debieron de ser como señaló el poco fiable reportero. Nada más llegar a Casablanca, el «viajero fantasma» (Ricardo de la Cierva dixit) hizo algo que el periodista no había advertido. Pollard le dijo que no se fiaba del operador de radio. Era mejor que volviera a Inglaterra. Él se ocuparía de todo. Hablaría con el cónsul y se le pagaría el viaje de regreso. Esto último no extrañó al corresponsal. A nosotros, sí. Pollard tuvo la reacción normal de un oficial de inteligencia, aunque también la de cualquier ex militar.80 Bolín volvió a parapetarse tras el piloto. Bebb le aseguró que podría llegar a Gran Canaria sin la ayuda del radio. Es de suponer que en tales gestiones discurriera el día 13. Las fechas aquí son vitales. El periodista continuó engañando a sus lectores y echó la culpa del retraso al piloto. Tenía, dijo, que revisar los motores. Esto es posible, desde luego, y meritorio, pero no debió de ser la única razón.
Antes de dejar a sus acompañantes, Bolín habló por teléfono con los conspiradores asentados en Francia. Le llamaron desde Biarritz, con la clara intención de asegurarse de que no se había olvidado de la contraseña que Pollard debía utilizar con Gabarda. Quizá por prudencia no dijo nada acerca de si le pasaron otro mensaje. Por ejemplo, algo que hubiesen recibido de Canarias.81
Hemos de poner en duda la significación que atribuyó Maíz, y a partir de él casi toda la historiografía posterior, al telegrama que Franco había enviado el 13 de julio con un mensaje dilatorio a Galarza. Se afirma que fue corregido fulminantemente tras la muerte violenta de Calvo Sotelo a manos de electrones libres de las fuerzas de seguridad.82
Este telegrama ha sido objeto de múltiples y contrapuestas interpretaciones. Nadie parece haberlo visto. Todo descansa sobre la que le dio el propio Mola cuando lo recibió: «Franco no va». A nosotros nos parece un poco raro. ¿Por qué, posiblemente antes de la muerte de Calvo Sotelo, iba Franco a echarse para atrás? Hay que tener en cuenta, en efecto, los plazos de transmisión.
Un embajador profranquista como es Vaca de Osma da otra, desde la perspectiva de Franco, quien no tenía por qué conocer las condiciones técnicas y de vuelo del aparato que le enviaban los conspiradores (aunque tampoco descartamos que se le hubiera transmitido lo esencial: radio de acción suficiente).
Vaca de Osma argumenta que es bastante probable que el telegrama, muy conciso y en clave («Geografía poco extensa»), aludiera a las dudas que pudiese albergar Franco respecto a las condiciones de aterrizaje del avión en Marruecos. Los tres aeródromos que entraban en liza eran Tánger, Larache y Tetuán. El primero estaba, naturalmente, en una ciudad internacionalizada y hubiera sido arriesgado dirigirse a él. ¿Quién sabe las demoras que se hubieran desprendido si las autoridades hubiesen puesto alguna que otra dificultad administrativa?83 En esto el razonamiento de Vaca de Osma es convincente. No lo es el segundo, a saber, que el aeródromo de Larache era muy pequeño. No es así. Al contrario. Era algo mayor (sus dimensiones eran de 900 × 500 metros) que el de Tetuán e incluso más seguro al estar despejadas de obstáculos las zonas de aproximación, despegue y aterrizaje. Toda la información necesaria estaba disponible en el Atlas de aeródromos de España, publicado en 1934 y que casi con seguridad el piloto Bebb llevaría en su carpeta de vuelo. Franco, además, no tenía por qué saber (ni sabía) las condiciones técnicas de los aeródromos o la planificación de los vuelos. Caso de dirigirse a Larache (por cualquier circunstancia que no se nos viene a cuento), el único problema hubiera estribado en cómo continuar a Tetuán. Hay que tener en cuenta que en Larache se encontraba la 3.ª Escuadrilla, dotada de Breguet-19 (biplazas), y que todos los pilotos, al mando del capitán Fernando Martínez Mejías, estaban en la trama de la sublevación, es decir, que cualquiera de ellos hubiera podido trasladar a Franco a Tetuán.84
En realidad, el único aeródromo razonable era este último. Vaca de Osma afirma que tampoco estaba exento de algún que otro problemilla de aterrizaje. En tal sentido interpreta que Mola ordenó que se pintara en la pista una franja blanca de 40 por 10 metros con el fin de señalar que el terreno estaba despejado.85 Es una interpretación muy poco convincente. Tetuán era el primer aeródromo de la Aviación Militar española en Marruecos, en el que se asentó la 1.ª Escuadrilla Expedicionaria en el año 1913. Al inicio de la guerra, Tetuán era el aeródromo terrestre más importante de las Fuerzas Aéreas en África, donde tenían su residencia la Jefatura de las mismas y la 1.ª Escuadrilla. Contaba con la calificación de aeródromo de 1.ª y de Base Aérea en régimen diurno (de orto a ocaso). Como todos los aeródromos españoles de la época carecía de iluminación e instalaciones que posibilitaran la operación nocturna.
El campo de aterrizaje medía 700 por 350 metros en terreno llano y firme y, excepto por el hecho de que en situaciones de poniente podía tornarse inoperativo por encharcamiento del terreno y que en el invierno se producían algunas nieblas matinales, era un campo totalmente aceptable. Es más, en el mes de julio de 1936, el aeródromo de Tetuán no tenía ningún problema desde el punto de vista de su operatividad y no era época de nieblas ni de lluvias. Desde 1934 el aeródromo difundía por radiotelegrafía un parte diario con la predicción meteorológica a 24 horas que, probablemente, el piloto Bebb consultaría en el aeropuerto de Casablanca. En definitiva, era el destino lógico y apetecido por Franco por razones obvias, ya que allí se encontraba el foco de la sublevación militar del Ejército de África (la Alta Comisaría, la Legión en el Rincón del Medik y, no demasiado lejos, la Comandancia en Ceuta), en definitiva, los recursos más importantes para iniciar la invasión de la Península siguiendo las instrucciones de Mola.
Que Mola ordenara pintar la franja blanca para indicar que el terreno estaba despejado o que la situación se encontraba bajo control militar es difícil de entender. Testigos presenciales no hicieron referencia a nada semejante y ello a pesar de que trazar una franja de las características citadas requiere mucha pintura, bastante trabajo y el tiempo suficiente para que no pasara desapercibida al personal de la base. Tampoco sabemos si el citado rectángulo fue pintado en la zona de aterrizaje o a un lado y el primer piloto en volar tras la toma del aeródromo por los regulares de Asensio no lo citó. El avión dio una pasada baja. Desde él Franco reconoció al «rubito» (teniente coronel Eduardo Sáenz de Buruaga) y obtuvo confirmación de un favorable recibimiento.
El aeródromo estuvo en poder de los sublevados a primera hora del día 18 y había medios (radiotelegrafía y teléfono) para que Franco y su séquito tuvieran conocimiento de ello en Casablanca. Finalmente, y dadas las extraordinarias medidas precautorias que se tomaron en la organización y ejecución del vuelo y de la trama precedente que glosaremos en lo que resta de capítulo, parece lógico pensar que el Dragon Rapide no hubiera despegado de Casablanca sin tener la razonable seguridad de que el aeródromo de Tetuán estaba controlado y en perfectas condiciones para un aterrizaje sin riesgos.86
Sobre el telegrama de Franco a Galarza y el comentario que se atribuye a Mola desconocemos el grado de veracidad del relato. La argumentación de Vaca de Osma atribuyendo a Franco dudas sobre aspectos técnicos relacionados con el desarrollo del vuelo no es verosímil porque de todo el proceso se deduce que Franco, el día 13, no podía saber con certeza qué avión y qué ruta seguiría al salir de Las Palmas y porque todo apunta a que aceptó, en materia de aviación, lo que concibieron los cerebros de la trama.
La famosa expresión de Franco geografía poco extensa podría tener que ver con el hecho de que el día 13, y visto desde Santa Cruz de Tenerife, no todo estaba asegurado en Tetuán. Había que tomar la Alta Comisaría y el aeródromo, la actitud del comandante Ricardo de la Puente Bahamonde (primo de Franco) y del capitán Arturo Álvarez-Buylla, alto comisario, era bien conocida y todavía era una incógnita la posible acción preventiva del gobierno. No cabe descartar que, para Franco, que siempre apostó sobre seguro, fuera un factor de preocupación solucionar el problema de su zona, es decir, que no estimara suficiente el compromiso de la Legión y de otras fuerzas de tierra y pensara que, para él, el 13 de julio la geografía de la sublevación era, literalmente, poco extensa.
Lo que sí es cierto es que cuando Franco envió su famoso telegrama el Dragon Rapide había salido de Londres y que se dirigía a su destino. Franco no lo ignoraba. Ahora bien, el avión no sólo debía cumplir la evidente función de sacarle de Canarias sino otra, oculta, y que Franco no podía poner en marcha hasta que estuviera totalmente convencido del aterrizaje en Gando. O, finalmente, ¿acaso no pudo perder los nervios? Franco no era entonces, ni fue después, un supermán a la española.
En cualquier caso, y por lo que a nosotros respecta, llamamos la atención del lector sobre la existencia de este tipo de comunicaciones, por lo que no cabe descartar la posibilidad de un enlace indirecto entre Franco, los conspiradores y... Bolín. Tiempo hubo.
Por lo demás, no cabe ignorar que fue el 12 de julio cuando el teniente coronel Juan Yagüe envió una comunicación a Mola diciendo que todo estaba a punto para la sublevación. Si Yagüe se puso en contacto con el Director, ¿dejaría de decir algo a quien iba a ser su superior inmediato tan pronto como llegara a Marruecos? Hubiera sido absurdo.87
En este momento hay que entreverar alguno de los recuerdos de Diana. La noticia de lo ocurrido a Calvo Sotelo cayó en el grupo como una bomba. Los españoles se asustaron. Como los únicos que había eran Bolín y probablemente el marqués del Mérito, hemos de suponer que fue el primero quien se asustó.88 No sería posible ir a Tenerife, señaló, sin exponerse a que les pegaran cuatro tiros. Lo mejor era abortar la misión. ¿Acaso quería Bolín tomar el pelo a sus lectores? ¿Dónde iba a correr riesgos en el lugar en que Franco estaba a punto de sublevarse?
Diana dio la respuesta: el peligro radicaba en Gran Canaria, por donde había que pasar y que estaba dominada por elementos izquierdistas. Fue muy concreta durante la entrevista de 1983: tenían que entregar algo a Franco, y el grupo sabía que se encontraba en Tenerife. Su amiga Dorothy, escribiendo al filo de la hora, concurrió con ella desde el Hotel Metropole de Las Palmas: «Major P. wants to go to Teneriffe, + as the landing ground is not suitable for our plane we are leaving it behind + catching the midnight boat».89 Sin documentación alguna de Pollard sólo cabe especular. Podría haberse tratado de una excusa que diera a su hija y a la amiga de ésta, que, recordemos, no sabían bien cuál era el objetivo de la expedición.
Ahora bien, ¿no se le pondría a Bolín, que ya no era precisamente un curtido guerrero, la carne de gallina? ¿Quién salvó la misión? ¿El valiente reportero? Según Diana, su padre. Éste dijo que nada impedía seguir adelante.90 Bebb estaba dispuesto a continuar. En lo que se refiere a Pollard, ¿se trató de una reacción normal en un antiguo oficial del Ejército? ¿O la de un oficial de inteligencia? ¿O la de un profesional que quería hacer bien un trabajo? Esto explicaría que Bolín se quedara en Casablanca, aunque él se justificó con argumentos más o menos sólidos ante sus lectores.91
Obviamente, entre las heroicas filas franquistas reconocer miedo no hubiese hecho ningún favor a Bolín. Mucho menos el que se supiera que había estado dispuesto a abordar la tan hinchada pero no por ello menos importante misión. También explicaría la relegación a que sometió a Pollard. ¿Envidia? Éste no podía contradecirle. Había fallecido un año antes de que aparecieran sus falaces recuerdos. En cualquier caso, su hija, en 1983, no dejó de especular con que quizá hubiera sido mejor si el viaje lo hubieran hecho ellos solos, sin estar acompañados de conspiradores muy poco profesionales.92
El avión y sus pasajeros salieron de Casablanca el 14 de julio.93 Bolín, todo un caballero, fue a despedirles. Diana lo recordó como un tanto pinturero («a bit stagey, film star type»). Bebb puso rumbo a Cabo Juby. ¿Por qué? Hubo razones eminentemente prácticas. Aunque el Dragon Rapide era, para la época, un avión de medio-largo alcance, su autonomía en vuelo no era gran cosa: unas cuatro/cuatro horas y media según precisiones técnicas actuales (recordemos, no obstante, que Diana, mera pasajera, repitió en varias ocasiones que en realidad eran tres). Dar un salto desde Casablanca a Gando encerraba un riesgo y, evidentemente, ni Bebb ni Pollard deseaban incurrir en él. Había que tener en cuenta la posibilidad de no poder entrar en el aeródromo de destino y ello requiere disponer del combustible mínimo suficiente para llegar a cualquier otro alternativo. La experiencia de Oporto es probable que hubiese dejado huellas. Pero, dicho lo que antecede, había otras posibilidades. Por ejemplo, ir a Agadir, al sur de Casablanca, a un par de horas de vuelo y desde allí pasar a Gando. Es, más tarde, lo que Bebb hizo el 18 de julio con Franco a bordo. ¿Se consideró tal alternativa? ¿Por qué se desechó? Misterio.
No olvidamos, desde luego, que el tramo Cabo Juby-Las Palmas (unos 245 km) es el que implicaba un menor recorrido sobre el mar desde la costa africana y, por lo tanto, el más seguro. Lo era también desde el punto de vista de la navegación (en aquellos tiempos remotos, por estima), ya que al pasar por Fuerteventura se obtenía una referencia visual segura. Quizá todo ello decidió a Bebb.
A Dorothy le encantó volar sobre el Sahara. Poco antes de aterrizar entraron en una zona de densas nieblas (algo que no era raro en la zona) y temieron no identificar el aeródromo. El capitán Bebb (es Diana quien lo dice) volvió a chupar naranjas. En Cabo Juby se les hizo objeto de una recepción de gala. Nadie había pasado por allí desde hacía tiempo y a las mujeres los oficiales las obsequiaron con cerveza fría y mariscos. Tres apuestos soldados para cada una. El que más galanteó a Dorothy hablaba francés y algo se entendieron. Se llamaba Enrique Remón Martín, según la tarjeta que le dio.94 Fuera del aeródromo lo único que había eran jaimas indígenas y algún que otro camello. El repostado se hizo sobre la joroba de uno de estos animales, lo que llamó poderosamente la atención de los viajeros.95
La escala duró alrededor de una hora. Al parecer, el comandante del puesto no estaba muy decidido a dejarles partir. Diana recordaría que dijo que los aeropuertos estaban cerrados. Esto no creemos que fuese cierto. No el 14 de julio. Pollard argumentó que Cabo Juby no era un lugar para dos señoritas. Al final la cortesía se impuso.96 Pero Bolín, siempre dispuesto a deslumbrar a sus lectores con el riesgo inmenso de la aventura, añadió un detalle cuyas consecuencias nos parecen muy enjundiosas.
Según el periodista, el comandante del puesto envió un telegrama a Madrid informando de que un avión británico había aterrizado sin autorización. Esto sería un procedimiento estándar. El tráfico comercial europeo se regía por el Convenio Internacional de Navegación (CINA) del que España era parte signataria. Todas las compañías aéreas operaban solicitando una autorización previa, que era un puro trámite. En el caso, sin embargo, de los territorios de soberanía española en el África Occidental dicho permiso era, naturalmente, objeto de otra consideración.
Las compañías que establecían vuelos regulares obtenían un permiso para operar durante el período de tiempo solicitado (meses e incluso años). Los vuelos no regulares requerían una autorización específica para cada vuelo, siempre previa, y con una antelación mínima, probablemente de unos cuantos días.
Dado que Bebb era un profesional competente, es verosímil que conociera la normativa referente a los vuelos en tal zona (o se hubiera informado en Londres). Cuando se planteó el tema de hacer escala en Cabo Juby tendría que elegir entre solicitar el permiso reglamentario y retrasar la salida o afrontar el riesgo de quedar inmovilizado en aquel lugar. El riesgo, obviamente, no se justificaba en un vuelo de placer como el que sus clientes trataban de aparentar, por lo que es verosímil que éstos hubieran de convencerle de alguna forma. Es, pues, perfectamente explicable que ello no se hiciera de golpe y porrazo. No es de extrañar que la escala en Casablanca durase algo más de un día.97
Otra interpretación más simple es que el jefe del destacamento, tras notificar la llegada del avión, recibiera a vuelta de mensaje telegráfico la autorización para dejarle partir. Mientras no se disponga de los telegramas intercambiados entre Cabo Juby y su mando orgánico será imposible aclarar este asunto.98
Dicho mando estaba radicado en la Secretaría Técnica de Marruecos de la Presidencia del Gobierno. En la organización de la aeronáutica militar de 1936 Cabo Juby era un destacamento de la conocida como Escuadrilla del Sahara, encuadrada en las guarniciones del África Occidental Española. Tenía carácter estratégico y por ello la fuerza desplegada se encontraba en tal relación de subordinación.99
Según Bolín, desde Madrid, desde el Ministerio de la Guerra, algo totalmente improbable) se telegrafió de inmediato a Franco.100 Debía dejar salir al avión sin molestar a la tripulación y pasajeros pero el aparato debía retenerse en destino para clarificar las circunstancias. Esto no nos parece nada creíble en absoluto. Si en la Secretaría Técnica de Marruecos alguien tuvo alguna duda lo más lógico hubiese sido ordenar al jefe del destacamento en Cabo Juby que no permitiera la continuación del vuelo. Los historiadores profranquistas han oscurecido la cuestión, a pesar de verter decenas de líneas sobre las sospechas que las autoridades republicanas habrían tenido con respecto al vuelo. Entendemos más bien que Bolín, que no estuvo en Cabo Juby, quiso «demostrar» lo listo que había sido en no acompañar a los ingleses, ya que de haberlo hecho la cobertura del viaje de placer habría saltado por los aires. O no. En cualquier caso, con ir a Agadir el problema estaba resuelto. A no ser que la actitud francesa no lo recomendase, pero de ello no hemos encontrado evidencia alguna. Bolín sabía que Franco iba a sublevarse. ¿Acaso iba a detenerle? ¿Cuál era el riesgo que corría realmente en Gando o en Los Rodeos? Así pues, echemos bastantes interrogantes sobre su versión en este punto al igual que hemos hecho con respecto a tantos otros.
Ahora bien, en el caso improbable de que Bolín hubiese escrito la verdad, ¿cuáles son las implicaciones en las que no parecen haber reparado muchos historiadores franquistas? Pues que desde Madrid se habría avisado a Franco, el 14 de julio, al día siguiente de haberse conocido la muerte de Calvo Sotelo, de que un avión inglés estaba a punto de llegar a Gando. Es decir, lo que más ansiaba el general a punto de sublevarse tan pronto como tuviera un medio de escapatoria.
Tras repostar en Cabo Juby, el Dragon Rapide emprendió la última etapa.101 Se había convertido en un horno e incluso a una altitud elevada los ventiladores no servían de mucho. Hacia las 2 de la tarde aterrizó por fin en Gando. Hay abundante confusión en la literatura, derivada de las mentiras de Bolín, acerca de la fecha exacta en que tuvieron lugar la última etapa y la llegada. Fue el mismo 14 de julio. No después. La cuestión no es baladí y, como veremos posteriormente, tiene numerosas implicaciones de las que Franco no sale demasiado bien. De aquí la desfiguración a que se sometió tal fecha señera.
TERCERA FASE: BOLÍN SIGUE JUGANDO CON LA VERDAD. DIANA POLLARD LA DESCUBRE
Bolín afirma que Pollard («el buen mayor», según le caracterizará en frase inmortal y tonillo condescendiente Ricardo de la Cierva) y las dos acompañantes marcharon inmediatamente a Las Palmas, donde tomaron un barco para Tenerife. Es cierto que tal información la dio sin presenciarla, pero de la misma circunstancia se acordaba muy bien Bebb en 1966. Lo que hizo Bolín fue más grave. Afirmó que todo ello se produjo el 15 de julio y, además, modificó adecuadamente lo que presentó como cuaderno de bitácora del avión. Como buen fullero, desplegó sus cartas en un juego lleno de trampas hasta el final. Ahora bien, como hemos repetido una y otra vez, es casi axiomático que antes se coge a un embustero que a un cojo.
Es obvio que los aparentes turistas emplearían mucho más tiempo que los tres cuartos de hora que hoy se necesitan hasta llegar al Puerto de la Luz. En aquella época, por ejemplo, había que atravesar Telde, seguir una carretera sinuosa y recorrer toda la ciudad de Las Palmas. Los horarios, sin embargo, jugaron a su favor. Bebb narró a González Betes lo que ocurrió:
Pedí a las autoridades del aeropuerto si se podía reabastecer el avión de combustible y guardarlo en el hangar. Ésta era la práctica normal. Se pasaba la aduana y la policía y en unos quince minutos se podía estar en el aire. Realizado esto,102 pedimos un taxi y nos dirigimos a Las Palmas diciéndole al conductor que nos llevase al Hotel Metropole, donde yo quedaría alojado. Estaba situado junto al mar, muy cerca del Puerto de la Luz. Tras un breve descanso, Pollard y las dos chicas se dirigieron a las oficinas de la Trasmediterránea para adquirir los pasajes del «correíllo» a Tenerife, que efectuaría su salida a las 0 horas del 15 de julio ... el comandante Pollard ... me informó antes de ir a cenar que él marcharía a Tenerife con las chicas para completar la parte de la misión encomendada.
Bebb se acordaba bien. Que la dirección del aeropuerto se quedó sorprendida por la súbita aparición, sin los correspondientes permisos, de un avión inglés con unos cuantos turistas a bordo es verosímil. Que reclamaran la regularización de la situación es plausible.103 Pero nada de ello implica que los viajeros o el avión fuesen a correr peligros. ¡La sublevación estaba a punto de estallar! Franco se disponía a cruzar su Rubicón particular. Esperaba el avión como agua de mayo y lo único que necesitaba era cerciorarse de que se trataba del que aguardaba. Por lo demás, que Franco pudiera pensar que fuese otro no es descartable pero la probabilidad sería más bien remota. En contra de las suposiciones, afirmaciones, construcciones teóricas y babeo de los historiadores profranquistas, su héroe necesitaba estar seguro de que se trataba del avión que esperaba pero por otras razones ocultas, secretas. Se expondrán en las páginas siguientes.
Mucho de lo que Bebb comentó a González Betes casa con lo que Dorothy escribió sobre la marcha y recordó mucho más tarde Diana. Las dos mujeres y el comandante permanecieron un par de horas en el Hotel Metropole. Sólo podían comer algo y descansar. A la primera le pareció una pena porque era el mejor hotel en Las Palmas. Era inglés. La habitación donde se hospedó brevemente tenía una cama espléndida desde donde se veía una figura desnuda pintada en el techo. Salieron por la puerta trasera. Podemos pensar que ni a una ni a otra Pollard les dijo demasiado. Se limitó a comentar que no podían ir a Santa Cruz de Tenerife en avión porque era difícil aterrizar allí.104 Así que la idea era coger el barco de medianoche. Las acompañantes no estaban entusiasmadas. Querían descansar porque no habían dormido demasiado la noche anterior en Casablanca, pero Pollard insistió.
Los barcos salían del Puerto de la Luz a las 12 de la noche y llegaban a Tenerife hacia las 6 de la mañana. Tal fue el caso del vapor La Palma, de 514 toneladas. En la prensa de la época, que daba generalmente la lista de los pasajeros más conocidos o interesantes, a manera de eco de sociedad, no figuran con sus nombres reales ninguno de los tres ingleses. Según Dorothy, el capitán parecía nervioso. Su hija fue más rotunda: estaba asustado.105 Conociendo la marcial trayectoria del autoproclamado comandante durante la guerra mundial, nunca expuesto demasiado al fuego enemigo, no es de extrañar. A medida que uno se acerca al peligro inminente aumenta el «canguelo». La travesía no debió de ayudar. El mar estaba alborotado y muchos pasajeros se marearon. Los tres «turistas» lo pasaron mejor. Iban en cabina y durmieron la mayor parte del tiempo.106
El hecho es que aparecieron en la clínica del doctor y teniente coronel Gabarda107 el 15 de julio (no el 16, como se afirma en gran parte de la historiografía) a las 7.30 de la mañana.108 Indudablemente Pollard lo tenía algo difícil si debía fingir que no entendía español en absoluto. Bolín adornó todo lo que pudo la entrevista, nos imaginamos que con lo que le contaron. Es de suponer que él y Pollard se habrían entendido en inglés. Sin embargo, el periodista quiso hacer creer a la posteridad (¿por qué?) que Pollard no hablaba nada de español, a pesar de haber tenido que leer las memorias de Jerrold que aseguraban lo contrario.
Pollard evidentemente no tenía acento de Salamanca y su español estaba algo más que oxidado pero sí podía apañarse mejor que repitiendo como un papagayo la contraseña que el periodista dice que le había escrito fonéticamente. Y si esto último fue así, lo cual dudamos, sería una indicación de que, por cualesquiera razones, no había deseado que Bolín supiera que se manejaba algo en español.109
Años más tarde, el doctor Gabarda, ya general e inspector de Sanidad Militar, ofreció su propia versión de los hechos. De ella se desprende que la Comandancia de las Islas (es decir, el entorno de Franco) contactó con él el 13 de julio para prevenirle de la llegada de un aviador y le dio la contraseña que llevaría consigo. Esto es muy importante. Podría ocurrir que Franco hubiese recibido algún informe al respecto. Posteriormente aportaremos evidencia que así lo sugiere. Mucho más significativo aún, y no nos resistimos a especular, es que para entonces Franco hubiese sabido por Yagüe que había escrito el 12 de julio a Mola indicando que todo estaba previsto en Marruecos para la sublevación. Para entonces no había marcha atrás. Todos los conspiradores trabajaban ya contra reloj.
No es pues de extrañar que el 13 de julio Franco estuviese como sobre ascuas ardientes. Por ello tampoco sorprenderá lo que Gabarda narró seguidamente. De forma inmediata, y cumpliendo órdenes, el 14 de julio, celebró nada menos que tres conferencias telefónicas con Madrid. Le preguntaron si había llegado el piloto con el avión. Esto es incluso más importante. Significa que en el lejano Madrid se seguía, lógicamente, con grandísimo interés la operación, al igual que en Santa Cruz de Tenerife, y que Gabarda, amén de Franco, estaban al quite.110
No en vano este último se consideraba «prisionero en Canarias», según dejó escrito en sus interesados Apuntes. Olvidemos, pues, o disminuyamos en todo lo posible de cara al vuelo del Dragon Rapide los efectos de la muerte violenta de Calvo Sotelo. La conspiración estaba en marcha desde antes de ella, continuó con ella y siguió después. Los planes trazados se mantuvieron por lo menos para el comandante militar de Canarias. Dadas sus reconocidas autoridad y experiencia se esperaría que superara las dificultades menores que pudieran surgir. Lo lógico.
No pensamos que Gabarda exagerara. Ahora bien, no se ha encontrado rastro de las comunicaciones si es que lo dejaron. Pero piense el lector en lo que había detrás. Una parte de los jefes y oficiales de la guarnición de Madrid estarían sumamente inquietos. Los mentideros políticos y conspiratoriales de la capital se verían convulsionados por las noticias acerca de lo ocurrido a Calvo Sotelo. Alguien, sin embargo, no perdía los nervios y se interesaba por el lejano comandante militar de Canarias y el famoso avión. ¿Es posible seguir manteniendo la tesis de que Franco estaba aislado del resto de los conspiradores?
Cuando el ya general Gabarda escribió sus recuerdos modificó también la fecha de la llegada de Pollard. Lo hizo mucho antes que Bolín, señal indudable de que no era una fruslería. Según él, no fue el 15 de julio, sino el 16.111 Esto son palabras mayores y podemos asegurar con toda firmeza que Gabarda mintió. Es más, probablemente no se le ocurrió pensar que algún día alguien pudiera cotejar sus recuerdos en ABC con la sicofántica versión que muchos años antes había ofrecido el poco fiable periodista tinerfeño Víctor Zurita.
Pollard se atuvo al escenario perfilado en Lisboa. Estaba enfermo del estómago y necesitaba que le viera un médico. La enfermera dijo que no era hora de consulta. El inglés pidió un papel y escribió: «Your friends send me to see you»112 («me envían sus amigos»). Desde la clínica se telefoneó a Gabarda, que estaba en su casa, a cinco minutos. Pollard chapurreó, en español, que acababa de desembarcar y comenzó a exponer sus males. Tan pronto como se marchó la enfermera y con dificultad, pero en español, soltó la contraseña. La que le confirmaba como pasajero del aparato que Franco esperaba. No es de extrañar que rápidamente se aclarase todo. Pollard explicó que el avión estaba en Las Palmas. Entregó una nota escrita en clave (exactamente lo que Diana dijo que tenían que hacer). El médico la transcribió de inmediato, envió a los turistas al Hotel Pino de Oro113 y remitió la copia al ayudante de Franco.114
La versión de Bolín se aparta algo de la de Gabarda. Es un tanto incomprensible pues el periodista publicó sus memorias catorce años más tarde. Ambas coinciden en que poco después de la visita a la clínica se presentó en el hotel santacrucero un oficial vestido de paisano. Según Gabarda, recogió la nota o carta original. A tenor de lo que afirmaría Bolín hizo varias preguntas: si el avión podía volar directamente al Marruecos español, si el piloto era de confianza y cuándo podían salir. Todo muy dramático. Diana, por el contrario, recordó que se trataba de varios hombres jóvenes y bien vestidos. Llevaban consigo un mapa enorme y se hacían los misteriosos. Misterios o no misterios, lo cierto es que lo desplegaron en el patio del hotel para discutir lo que había que hacer, prevenir cualquier contratiempo y estudiar la ruta futura. El de Diana es un testimonio importante porque los alternativos ya mencionados no son directos. Por otro lado, hay que tomarlo con precaución porque fue expuesto oralmente casi cincuenta años más tarde y sin la disciplina escrita.
En la conversación con los españoles se puso de relieve que el castellano de Pollard dejaba bastante que desear. El francés de los oficiales era pésimo. El plan consistía, obviamente, en sacar a Franco de la isla, asegurar el avión antes de que alguien lo quemase y volar con él a Marruecos. Todo ello sin saber muy bien quién estaba realmente a favor o en contra. Este recuerdo de Diana nos parece muy significativo, pues, como argumentaremos seguidamente, la guarnición de Las Palmas parece haber estado bastante dividida en cuanto a la sublevación inmediata. El asunto se presentaba feo y Pollard planteó qué hacer con las mujeres. Que se quedaran solas en Tenerife no era aceptable por si se producían disturbios, así que la única alternativa estribaba en volver a Gran Canaria con el general Franco y ver cómo la situación evolucionaba.115
Para entonces, y escribiendo desde el hotel tinerfeño el mismo día 15 (su carta, en papel del Pino de Oro, está afortunadamente fechada), Dorothy combinó de manera inextricable el destino del Dragon Rapide y lo que se preparaba. En Las Palmas había consignado la víspera que no sabía cuánto tiempo se quedarían en Tenerife, si un día o una semana. Todo dependía de Pollard. En el Hotel Pino de Oro, Dorothy anotó, insistimos que el 15 de julio, que «muy pronto» podrían volver a Gran Canaria. Y, con toda ingenuidad, añadió: «Realmente no sé lo que hacemos aquí».116 La más inocente del grupo dejó así sentado sobre la marcha que posiblemente no tardarían en regresar a Las Palmas.
En esta situación añadió Diana con todo empaque (se advierte fácilmente en el tono y énfasis de su exposición) que «Franco no podía ir a Gran Canaria hasta que mataran al comandante militar y dijeron que entonces tendría un pretexto para ir al entierro. Así que tuvo una excusa para salir de la situación y asistir al entierro y mi padre dijo que tendríamos que ir en el mismo barco».117
Es decir, en nuestra modesta opinión hay tres alternativas. La primera, y menos verosímil, es que los españoles contaran a los turistas ingleses lo que se pretendía con el fin de crear un pretexto. La segunda, más probable, es que la conversación no condujera a planes específicos hasta que, al día siguiente, se les dijera lo que había ocurrido con Balmes. Por último, que Diana (y, como veremos, el propio Pollard) hicieran posteriormente la conexión entre la desaparición de Balmes y la travesía a Las Palmas y percibieran lo que se ocultaba tras el vuelo del Dragon Rapide.
Por el momento añadiremos que Bolín escribió que mientras estaba en Casablanca recibió un lacónico telegrama sin firma procedente de Londres que decía que al día siguiente se marcharía papá. Aunque no cita la fecha debió de ser el 15 o 16 de julio. Lo habían enviado su mujer y el propietario de la compañía del Dragon Rapide. Si lo que antecede es cierto, ¿dónde quedan las leyendas sobre la falta de comunicaciones? A no ser que también en esto mintiera Bolín. Por supuesto significa que Bebb había tenido tiempo de ponerse en contacto con su empresa y anunciar que había llegado a Las Palmas. Como era lógico. Suponemos que lo haría nada más llegar. Nadie les estaría mirando. Ciertamente, no los servicios de seguridad españoles si tenían algún representante (lo que dudamos) en Gran Canaria. ¿Se enteraron otros que siguieran desde Londres la operación? Desgraciadamente el continuado cierre de los documentos de MI6 y, por lo que sabemos, de la Inteligencia militar británica para este punto no nos permite dar una respuesta precisa a este enjundioso interrogante. Personalmente me parecería extraño que la opinión pública inglesa o española no estén todavía lo suficientemente maduras como para no poder arrostrar algún tipo de información que no deje en buen lugar a los servicios gubernamentales británicos.
EL CURIOSO DESCARTE DE LOS RODEOS
Éste es el momento de pararnos a meditar sobre la decisión de enviar el Dragon Rapide a Las Palmas cuando los conspiradores tenían a su alcance el aeródromo de Los Rodeos, próximo a la residencia de Franco. En la literatura suele justificarse por argumentos que, en cuanto se analizan de cerca, resultan un tanto insostenibles. Se relacionan con las condiciones meteorológicas y técnicas del mismo, como si éstas no fueran susceptibles de contrastación. Se subraya que en Los Rodeos había niebla. Que no podía acoger aviones como el alquilado en Londres. Veamos lo que hay de cierto en todo ello.
Un vistazo a una fuente tan consultada, aunque no siempre exacta, como Wikipedia permite constatar que el primer vuelo a Los Rodeos tuvo lugar en 1929. En realidad, ya en los meses de julio y agosto de 1913 aviadores franceses habían realizado algunos. A mitad de los años treinta la LAPE operaba un vuelo semanal sin grandes problemas con aviones Fokker-VII y Ford-4AT. No obstante, a veces había que esquivar rebaños de ovejas y cabras, como en muchos otros aeródromos pequeños. Más tarde adquirió aviones Douglas DC-2 y obtuvo una autorización para emplearlos en Las Palmas y Tenerife. En 1936 el aeródromo se utilizaba con frecuencia. Incluso la Lufthansa se había interesado por el mercado y sus aviones Ju-52 habrían podido, desde el punto de vista técnico, operar perfectamente en Los Rodeos.
El campo contaba con una superficie de 43 hectáreas cuando, en el verano de 1936, el Cabildo insular inició las obras de mejora para los nuevos Douglas. Esto no implica, en contra de lo que a veces se ha sostenido, que se cerrara al tráfico, ya que la LAPE mantenía un servicio con Canarias que salía los domingos de Madrid a las 7.00 horas, hacía escala en Casablanca, llegaba a Las Palmas a las 13.30 y a Los Rodeos a las 15.30. Al día siguiente despegaba de este campo también a las 7.00 horas y llegaba a Madrid a las 17.30. Todo con una gran regularidad.118
Es cierto que Los Rodeos no disponía de una pista como las que conocemos ahora. Existía, no obstante, una manga que permitía aquilatar la dirección del viento. Gracias a ello los aviones podían despegar y tomar tierra a conveniencia y bien aproados al mismo. También lo facilitaba precisamente el que no hubiese una pista definida.119 Los Rodeos contaba para tales maniobras con un terreno de 900 × 500 metros, más que suficiente para el avión. Pero éste era de un tipo tan versátil que hubiese podido operar en dicho campo incluso en las condiciones de 1913. En realidad podía despegar y tomar tierra prácticamente en cualquier campo.
Por otra parte, imaginamos que no es imposible que el piloto Bebb conociese el ya mencionado Atlas de aeródromos de España, en el que se facilitaban fichas de todos.120 También suponemos que las características del aeródromo no serían desconocidas del general Alfredo Kindelán si es cierto que discutió con Jorge Vigón o con Mola la cuestión del trazado del recorrido del avión en junio. Aunque en aquellos momentos lo que estaba sobre la mesa era la idea de utilizar un hidroavión, que no pudo encontrarse en el mercado de alquiler, también había posibilidad de llegar a Tenerife. En cualquier caso, el argumento que adujo el marqués de Luca de Tena debe desecharse.
Veamos ahora los problemas meteorológicos. Al encontrarse en latitudes próximas al trópico el aeródromo está afectado por la corriente fresca del NE (los alisios), que tiene su mayor intensidad entre abril y octubre. Esta situación produce intervalos nubosos de estratocúmulos y estratos debido al enfriamiento adiabático. La elevación del aire hasta el aeródromo (2.073 pies, 615 metros) coincide con el nivel de condensación.
Estas nubes, como la niebla, restringen la visibilidad y no es raro que la mitad de la pista quede cubierta y la otra mitad despejada. Tal fenómeno, que se produce entre abril y octubre, es estadísticamente más frecuente en los meses fríos. En julio y agosto se registran menos casos, lo cual no significa que no se den en absoluto pero sólo a primera hora de la mañana y al anochecer. Los estratos se disipan con la salida del sol. La idea de que la niebla dificultaba el aterrizaje se la achacó Bolín al piloto. Creemos que el periodista engañó intencionadamente a sus lectores en el marco de una operación de mistificación que desvelaremos en su momento. Bebb hubiera podido aterrizar en Los Rodeos programando el vuelo para llegar a la hora adecuada.
Resumiendo: las posibilidades operativas reales de los aeródromos eran desde luego mucho mejores en el caso de Gando, pero ello no implica que hubiera habido que descartar, desde el principio, Los Rodeos. Si hubiese convenido a Franco, el avión habría podido aterrizar en Tenerife.121 Ésta es la cuestión esencial que suele escamotearse bajo ciertos argumentos sedicentemente técnicos. Lo que estaba en cuestión, a decir verdad lo único importante, es si en caso de haber interesado al cabecilla de los sublevados el avión hubiese podido o no entrar en un aeródromo próximo a Santa Cruz de Tenerife y a Franco.
Los motivos técnico/meteorológicos que habitualmente se alegan no eran insalvables. Hay que buscar otros. En nuestra opinión, Luca de Tena confirmó el destino a Las Palmas el 11 de julio, al mes de la discusión Vigón-Kindelán, porque probablemente se le dijo que era lo que convenía a los conspiradores in situ. Esto significa que era lo que deseaba Franco.122 Rogamos al amable lector que no olvide esta hipótesis que parece razonable pero que los historiadores franquistas no se han preocupado demasiado de explorar.
En la época, hubo militares de toda confianza que no pusieron en primer plano de la atención el tan manido problema de la niebla. El comandante José María Pinto de la Rosa, hombre de misterios y a quien aludiremos repetidas veces más adelante, indicó en 1944 otra posible razón: en Los Rodeos el Dragon Rapide no pasaría desapercibido. Es posible, pero éste no pudo ser el motivo. Hubiese podido pensarse en una operación de estilo comando: aterrizar y extraer al comandante militar de Canarias sin dar tiempo a que reaccionasen las autoridades.123 Pero es que tampoco en Gando pasó desapercibido. No podía pasar en ningún caso, salvo claro está que se postulase que la administración aeronáutica española estaba copada por imbéciles. Suele afirmarse que la intervención del cónsul británico, ya con el golpe en marcha, consiguió el desbloqueo del aparato. Una de las frecuentes estupideces que impiden ver los árboles por el bosque. Era Franco quien necesitaba el avión. No el cónsul. Y, naturalmente, Franco habría hecho con el bloqueo, que no fue tan grave a tenor de las afirmaciones de Bebb, lo que cualquier persona razonable puede imaginar.
A reserva de mejores argumentos, que hasta el momento nadie ha aducido, estableceremos la tesis de que, al contrario, lo que Franco deseaba era que el avión aterrizase precisamente en Gando. ¿Por qué? Es la perspectiva necesaria para aclarar los dramáticos acontecimientos que no tardarían en producirse.
FRANCO CONSPIRA DESDE TENERIFE
No se sabe demasiado, con documentos en la mano, acerca de lo que Franco había hecho en las semanas anteriores a la sublevación.124 Hay mucha literatura que, en gran medida, deriva de la infiable Historia de la Cruzada dirigida por Joaquín Arrarás (una mina para autores indigentes). Pero algo se conoce en líneas generales. Su primo/ayudante afirma que en lo que a él respecta, y siguiendo órdenes, se dedicó frenéticamente a
descifrar las instrucciones que de Madrid y Tetuán le llegaban en clave; una vez descifradas y copiadas, [las repartía] con la mayor rapidez en las poblaciones donde residían los organismos del futuro movimiento. Esto llevaba mucho tiempo.
De creer lo que en plena guerra civil escribió Arrarás, que fue no lo olvidemos el primer biógrafo de un Franco camino de la victoria, antes de marcharse a las islas había designado a una persona de su entera confianza para «sostener a través de ella las relaciones que consideró imprescindibles». Por lo demás, el ulterior Caudillo/Generalísimo lo reconocería abiertamente. Es verdad que en sus Apuntes personales a veces mintió como un bellaco, quizá con la mirada puesta en la posterioridad. Pero en lo que se refiere a su actividad en Canarias no tuvo inconveniente en escribir:
Las noticias que del general Mola recibía el general Franco en las islas Canarias no coincidían con las noticias directas que de Madrid, Barcelona, Zaragoza y Valencia recibía de personas de toda su confianza y que acusaban una situación muy distinta del optimismo que reflejaban las primeras.125
Tal vez se tratara de justificar la natural cautela de Franco, aunque para después de la victoria siempre podría presentarse como prudencia aliada a la determinación. Arrarás afirmó que en los primeros días de julio Franco recibió informes «de la marcha de la conspiración y la noticia de que ha sido elegido, como general más autorizado, para ponerse al frente del Ejército de África».126 Sin duda se refería a las directivas para Marruecos que Mola había fechado el 24 de junio. Como hemos visto por los testimonios de Maíz, Franco estaba en comunicación con los conspiradores de la Península. A decir verdad, su conexión se había iniciado a principios de marzo de 1936, si no antes. Otra cosa era que, alejado en Canarias, las comunicaciones mutuas no funcionasen como las que ligaban entre sí a los que complotaban en la Península.
Las instrucciones de Mola iban destinadas a Franco y sólo a Franco. En ellas el Director de la conspiración afirmó con rotundidad:
El movimiento ha de ser simultáneo en todas las guarniciones comprometidas y, desde luego, de una gran violencia. Las vacilaciones no conducen más que al fracaso ... Ha de proceder al embarque y traslado de fuerzas a los puntos indicados [Málaga, Algeciras], en inteligencia de que se tiene casi la seguridad absoluta de que este solo hecho será suficiente para que el gobierno se dé por vencido ... La marcha de las columnas, una vez desembarcadas, ha de ser rápida y sobre Madrid, procurando durante el avance arrastrar todas las fuerzas cívicas simpatizantes con el movimiento salvador de la Patria ... Oportunamente se enviará aviso de estar preparados y, después, día y hora del movimiento.
En cuanto a la violencia es obvio que Franco no necesitaba que se lo recordaran, pero no está de más, como veremos, traerlo a colación. Lo necesitamos para nuestra argumentación ulterior.
Hay otra indicación que nos será tan útil o más. Mola, dirigiéndose a Franco, aunque sin mencionar su nombre, subrayó:
Inmediatamente de producido el movimiento en Marruecos habrá de comunicarse al Director, por el medio más rápido, incluso, si es posible, por avión, que puede tomar tierra en el aeródromo inmediato o en el eventual cercano a la capital en que éste se fecha. Le ruego acuse inmediatamente recibo de estas instrucciones si está conforme con ellas.
Nota: De estas instrucciones sólo tienen conocimiento: el destinatario, el Director y una tercera persona que ejerce de coordinador. SON, POR LO TANTO, ABSOLUTAMENTE RESERVADAS.127
Es decir, en algún momento que no podemos precisar, pero no muy posterior al 24 de junio, Franco supo lo que tenía que hacer.128 Imaginamos que dio el enterado. Era Mola quien cursaba instrucciones como delegado del jefe supremo de la conspiración. Lo dejó sentado desde las primeras líneas: «Como la dirección del movimiento tiene absoluta confianza en dicho jefe, deja en absoluto a su albedrío, los detalles de ejecución...». Lo que sí debía hacer era llegar lo más rápidamente posible a Marruecos y transmitir tal noticia con no menor celeridad. Es decir, a Franco, general de división, gloria del Ejército, se le daba un amplio margen de maniobra. Era lo lógico. Mola podía, desde Pamplona, microadministrar lo que ocurriera en las lejanas Canarias.
Más adelante los panegiristas del Caudillo/Generalísimo retorcerían un poco estas instrucciones que establecían una relación de dependencia. Había que elevar al jefe a un pedestal eterno. Sin embargo, Mola fue rotundo:
Ha de tenerse presente que, desde luego, el movimiento se producirá donde está el Director y que por lo tanto no debe hacerse caso de las noticias que para quebrantar la moral haga circular el gobierno por radio u otros medios.
No extrañará, pues, que al recibo de las instrucciones lo más probable es que Franco se apresurara a reiterar a los conspiradores, vía Yagüe, que estaba en Ceuta, y quizá a través de él por medio de Galarza hasta Mola, su imperiosa necesidad de disponer del avión. Sin él, ¿cómo desplazarse a Marruecos? Nada de lo que antecede implica que no hubiese utilizado también alguna otra vía. Los planes de Mola y la reacción de Franco alentaron una o varias mecánicas en las que intervinieron como eslabones Francisco Herrera Oria y Juan March hasta llegar a Luca de Tena.
Luis Suárez también se inclina a favor del mes de junio cuando se pensó en alquilar el avión. A tenor del testimonio privado de uno de los correos que transmitía las comunicaciones entre los conspiradores, Elena Medina Lafuente, ya se estaba negociando con Juan March el pago necesario. Francisco Herrera Oria, que viajó con ella, llevó a Yagüe, en Ceuta, las instrucciones de Mola. Como hemos dicho esto ocurrió entre el 27 y 28 de junio.
No hemos localizado mucha evidencia primaria relevante de época pero el entonces comandante Fernández Cordón, ayudante de Mola, escribió como muy tarde en 1945 (cuando ya era teniente coronel):
Con el general Franco se relacionaba [Mola] por escritos cifrados sirviendo de intermediario el teniente coronel de Sanidad Militar Luis Gabarda Sitgar [sic], residente en Santa Cruz de Tenerife, donde tenía montada una clínica de gran reputación médica, y a su nombre y clínica dirigía en doble sobre el general Mola los cifrados al general Franco y éste al primero, en doble sobre también, dirigido el de fuera a Dña. Consuelo Olagüe, esposa del capitán Barrera, y el de dentro con la inscripción «Para D. Ramón». También creo que hubo enlace postal entre ambos generales por medio de un Sr. llamado Castilla, vecino de Pamplona, y por el comandante de Infantería retirado D. Sergio Arteche Ros, amigo íntimo del general Mola y compañero suyo de promoción.129
En una palabra, resulta un tanto extraño que nunca se abogara en favor de que al comandante militar de Canarias se le recogiese en Los Rodeos. En julio Franco escribió al menos otras tres cartas a Madrid. Su texto no se ha dado a conocer que sepamos130 pero no vemos inconveniente en aceptar la afirmación de Ricardo de la Cierva de que mantenía contacto frecuente (dicho autor dirá que diario y cifrado) con, al menos, Galarza. No menos de treinta cartas llegaron a este último de Canarias.131 Por lo demás, el propio Bolín, quizá sin darse cuenta de la importancia de su afirmación, señala que el teniente coronel, «el Técnico», llamaba frecuentemente a Franco por teléfono utilizando una jerga que sólo ellos conocían.
Es una lástima que toda esa documentación operativa no haya aflorado en la literatura. Quizá haya desaparecido. No por razones de seguridad. La privacidad en la Comandancia Militar estaba garantizada. No imaginamos a la policía haciendo un registro así por las buenas. Franco Salgado-Araujo, por lo que valga, afirma que cuando él y su primo se dispusieron a abandonar Santa Cruz de Tenerife guardó en un baúl muchos documentos. ¿Adónde habrán ido a parar?132
Franco y su ayudante/pariente, para disimular su actuación, procuraron hacer una vida social lo más intensa posible. El argumento es pobre pero ha calado en la literatura y ha llegado incólume hasta la reciente obra de Day. Se afirma que Franco jugaba todos los días al golf (algo muy chic) y que recibía clases de inglés. En tales condiciones es absolutamente inverosímil que ninguno entrara en contacto con la colonia británica o incluso con el cónsul. Probablemente, pero esto es nuestra suposición, no dejarían de quejarse ante él por la «catastrófica» agitación social. Incluso se dice que en los últimos días de mayo un comandante de EM y de la superextrema derecha, Bartolomé Barba, metido en la conspiración, hizo un viaje a Tenerife para transmitir a Franco un saludo afectuoso de Goded con el que le expresaría su deseo de que se pusiera «a la cabeza del Movimiento Militar».133 Esto sí que ha de enfocarse desde la perspectiva del engrandecimiento a posteriori del papel de Franco, como ha argumentado Preston.134 El propio Bolín participó de la farsa.
Aparte de jugar al golf, aprender inglés, redactar cartas a los conspiradores de la Península (quizá para que no se olvidaran de él), Franco encontró tiempo de reflexionar lo suficiente para incluso ESCRIBIR, con mayúsculas. No, ciertamente, un docto tratado de historia, teoría o pensamiento militares. Algo más prosaico: el prólogo a un libro del comandante de EM José Díaz de Villegas titulado Contribución al estudio estratégico de la Península. Geografía militar de España, países y mares limítrofes.135 Está fechado en abril de 1936 en Santa Cruz de Tenerife, el mismo mes en que la junta de generales que organizaba la sublevación había decidido retrasarla. Como el Pisuerga pasa por Albacete, Franco aprovechó la ocasión que le deparaba su pinito literario para reflejar, en el estilo cauteloso y críptico que era el suyo, algunos pensamientos sobre la actualidad de aquel entonces. Ya se sentía llamado a altos destinos porque no dudó en establecer un diagnóstico de la PATRIA.
España, con un gesto romántico y suicida, en su letargo pacifista, sueña con la quimérica paz entre los pueblos, cantando endechas a la Sociedad de las Naciones, defensora de los intereses de las naciones próceres, mientras dentro de sus fronteras sus hijos, animados de un exaltado fervor democrático, se combaten entre sí.
A un militar africanista como Franco el poderoso movimiento pacifista que había llevado a la Sociedad ginebrina debía parecerle un aborto de la masonería. ¡Mira que afirmar, por otra parte, que la organización era defensora de aquellas naciones cuando Italia se reía de ella, Alemania no menos y el Reino Unido hacía tiempo que había empezado su distanciamiento! Por otro lado obsérvese la etiología de la pugna política interna: el fervor democrático. Suponemos que quería atribuírselo tanto a la derecha (muy respetuosa del mismo pero un sector de cuya élite dirigente ya estaba metida en la conspiración) como de la izquierda. La democracia, en cualquier caso, parecía como la fuente del mal español. Esta pugna, por lo demás, hacía pensar en una guerra futura, «más cruel y terrible, la económico-social».
Sería una guerra que destruiría nacionalidades y que se veía empujada, velozmente,
por las fuerzas ocultas de la revolución y el poderoso motor de las pasiones sin freno, extinguiendo, con su destructor materialismo, los valores espirituales que dieron al mundo la paz y bienestar que disfrutaba.
No piense el lector que Franco profundizaría en los recortes de maniobra que imponía la crisis económica internacional y, para algunos, el colapso del sistema capitalista liberal. Lo que corría peligro eran los valores. Franco tenía un enemigo inmediato: los «separatismos criminales y traidores».
También echaba de menos la escasa capacidad de la nación española de inyectar vidas y brazos a «nuestras hijas emancipadas», es decir, los países de América Latina. Los excedentes de población
aquí se quedan con sus ilusiones y ambiciones; pero nadie las encauza y las conduce, como ocurre en la vecina y poderosa península latina. Sólo las asociaciones de origen y nexo internacional las explotan y dirigen, mediatizando así la política española y convirtiendo a los que podían ser valiosos ciudadanos en instrumento inconsciente contra su propia patria.
¿Qué refleja esto? Típicas obsesiones fascistas: la voluntad de Imperio, la necesidad de nacionalización de las masas, el temor a la influencia del exterior, si se me apura el pánico a las Internacionales, la atracción de la Italia mussoliniana.136 Todo ello en unas cuantas páginas destinadas a un público muy reducido: los militares. Franco, naturalmente, hizo más.
La historiografía canaria ha presentado una visión que complementa la actuación en la sombra del general.137 Desde poco después de su llegada desafió abiertamente a las organizaciones sindicales. El 1 de mayo una compañía de infantería impidió la celebración de manifestaciones obreras en La Orotava y Puerto de la Cruz. La fiesta del Día del Trabajo era algo que algunos ingleses temían, esperando la revolución. Si le transmitieron sus miedos, no parece que Franco tomase excesivas precauciones. Sabía sin duda más que los extranjeros que iban con sus cuentos a los cónsules. Pero la intervención de los soldados hizo que 53 ayuntamientos canarios condenasen el hecho y exigieran la «inmediata y urgente relevación» de su responsable. Se aludió en uno al «menoscabo al prestigio del poder civil de la República», representado por el gobernador civil, Manuel Vázquez Moro. A Franco no se le dio el preceptivo tratamiento de «general», aunque sí el de su cargo de comandante militar.138 Muchos de los alcaldes firmantes serían asesinados en su momento. El futuro Caudillo/Generalísimo no era de quienes olvidaban agravios, reales o percibidos.
Es también conocido que en mayo iban a celebrarse maniobras navales. La idea era ver cómo podría hacerse frente a la peor amenaza que cabía acechar a las islas: un bloqueo. Los buques fueron llegando al Puerto de la Luz y al de Santa Cruz de Tenerife entre el 4 y el 7, pero llegó una contraorden y se suspendieron. La flota abandonó las aguas isleñas durante la noche del 9.139 En una recepción oficial el gobernador civil de Tenerife dio un «¡Viva la República!». Franco respondió con un «¡Viva España!», suponemos que más vibrante. Hubo un cruce de palabras y Franco, prepotente, le dijo: «¡Cállese, majadero!». Al gobernador le aguardaba, ¡quién se sorprenderá!, el pelotón de fusilamiento.140 Naturalmente, su condena a muerte se justificó de otra manera.
La actividad principal de Franco consistió en cohesionar el bando de los enemigos de la República. Durante algunas semanas sondeó a jefes y oficiales de la guarnición. Con todo cuidado. En la reunión que se celebró en el monte de Las Raíces, municipio de La Esperanza, el 17 de junio se pusieron en marcha la organización y puesta a punto de los planes para la sublevación, aunque su fecha exacta todavía no se había fijado. Cómo se hizo Franco con el control de la guarnición no es cosa fácil hoy de desentrañar aunque existe algún que otro testimonio. Por ejemplo, el del jefe del Estado Mayor coronel Teódulo González Peral. Aun teniendo en cuenta la retórica de la época, tal vez sea interesante reproducirlo:
Tan pronto llegó el general Franco a Tenerife, conocedores todos los jefes y oficiales de los prestigios máximos que en su personalidad confluían y a la vez su acendrado patriotismo, nos dimos cuenta de que el comandante militar de Canarias no permitiría la traición que preparaba el funesto Frente Popular a las órdenes de un mal llamado estadista, que no era otra cosa que un mero comerciante judío dispuesto a vender la nación española al soviet ruso.141 Por eso todos rivalizamos en congregarnos al lado del que ya presumíamos sería el Caudillo elegido para salvar a España del inminente peligro que la amenazaba.
Así se explica que toda la oficialidad de Tenerife se brindase gustosa y rodease al general de desvelos, cuidados y solicitudes, para proteger su vida, evitando que unos desalmados, que ya estaban elegidos, perpetrasen el crimen que hubiese hecho pareja con el asesinato del señor Calvo Sotelo, añadiendo así un mártir más a nuestra querida patria.
Prueba fehaciente de esta adhesión inquebrantable al general Franco y de la fe ciega que los militares teníamos en el Caudillo es esta fotografía.142 Se trata de un almuerzo celebrado en los frondosos y pintorescos pinares de La Esperanza, uno de los lugares más atrayentes de esta incomparable isla de Tenerife, lugar solitario adonde solía retirarse con frecuencia el general, sin duda para meditar y planear, aislado del mundo, sus futuras decisiones.143
Si bien existe alguna obra que niega el carácter conspiratorial del citado almuerzo convengamos que no era una práctica demasiado común en aquella época que los oficiales se fuesen de picnic con sus jefes acompañando al comandante militar supremo. Se concibieron, en realidad, maniobras en todas las islas con cuatro operativos: la toma del Puerto de Los Cristianos, playa de Candelaria y Puerto de Santa Cruz; sitio a los bastiones «rojos» de Puerto de la Cruz y La Orotava; ocupación de sitios de importancia estratégica (fábricas de gas, eléctricas, polvorines, emisoras de radio, Correos, Telégrafos, teléfonos, etc.) y reforzamiento de cuarteles y baterías. El coronel González Peral precisó el significado de lo que se preparó en Las Raíces: «No se pronunciaron discursos, se intercambiaron promesas».144
Dado que en la historiografía hay diversas valoraciones de la reunión de Las Raíces conviene exponer aquí la valoración no pública, sino reservada, que de la misma hizo su organizador principal. A ella concurrieron
Todos los jefes, oficiales y suboficiales de la guarnición de Santa Cruz de Tenerife, La Laguna y de La Orotava ... bajo la presidencia del hoy Jefe del Estado, la que por ser voluntaria su asistencia constituyó un verdadero plebiscito y en la que unánimemente todos, «in menti», nos juramentamos a seguir ciegamente y con fe inquebrantable al que presentíamos ya como invicto Caudillo de la cruzada, dándole así la confianza plena en estas guarniciones, tan necesaria para empezar tan arriesgada empresa.145
Señalemos finalmente un extremo que ha dado origen a abundantes y encarnizados debates: la famosa carta de Franco a Casares Quiroga del 23 de junio debe entenderse básicamente, en nuestra opinión, como mero ejercicio de desinformación, aunque lo cierto es que tocó una amplia gama de temas.146 El envidiable clima subtropical de las islas había ya inspirado o iba pronto a inspirar a la galaica mente de Franco un ejercicio mucho más sutil.147 Veremos cuál.
VISITAS MUY OFICIALES A LAS PALMAS
Preparar un golpe en Tenerife era relativamente fácil. Lo era menos en Gran Canaria. En algún momento Franco tendría que dejarse ver en Las Palmas. Actuar por vía de intermediarios no garantizaba el éxito. Ya antes de la reunión del 17 de junio en Las Raíces Franco había tomado medidas. El 26 de mayo, a los dos meses largos de llegar al archipiélago, hizo su primera visita oficial a la otra isla. Fue recibido con todos los honores reglamentarios, pasó revista a los cuarteles, revistó las baterías, etc. Al día siguiente presidió una notable conferencia que impartió uno de los comandantes del Regimiento de Infantería de Canarias n.º 39, Eduardo Cañizares Navarro. No pudo ser un azar que su tema versara sobre un «Estudio de un caso particular de guerra. La lucha en las calles». El caso se refería a Las Palmas. La orden de la plaza del 25 había previsto que a dicho acto asistirían todos los jefes y oficiales de la guarnición francos de servicio.148
Podemos establecer la hipótesis de que en el margen de las múltiples reuniones y comidas de compañerismo y de hermandad no sólo se hablaría de temas técnicos. A Franco le acompañó el general Luis Orgaz, a quien el gobierno había enviado en abril a Canarias con un mero pretexto. Según su hoja de servicios el Ministerio de la Guerra le había encargado el estudio del artillado de las islas. Dado que en éstas estaban destinados permanentemente expertos artilleros, es verosímil que las razones obedecieran «a una disimulada deportación».149 La hoja de servicios es inhabitualmente parca en lo que se refiere a la participación de Orgaz en los preparativos del golpe. Señala, simplemente, que
a su llegada a Las Palmas púsose inmediatamente en contacto con el Excmo. Sr. General D. Francisco Franco Bahamonde ... colaborando activamente en la preparación del Alzamiento Nacional.
Demasiado poco y demasiado sospechoso. Suponemos que, al principio, Orgaz no tendría demasiado que hacer en la capital grancanaria.150 Sin duda la oficialidad, y el jefe de la guarnición en primer lugar, tuvieron material para la comidilla. No conocemos cuál era la relación de dependencia, si la había, entre Orgaz y Balmes. Es posible que el primero estuviera subordinado directamente a Franco. O tal vez no. ¿Por qué iba a ponerle en tal relación el Ministerio si se trataba de una medida punitiva?
Que Orgaz, con sus antecedentes canarios y conspiratoriales, acompañase, pues, a Franco en su primera visita oficial a Las Palmas, en vez de saludarlo afectuosamente como harían los jefes y oficiales de la guarnición grancanaria, debió de ser una señal inequívoca para muchos: no parece que estuviese en relación con el estricto protocolo que, por lo que sabemos, rodeó la visita.151
En declaraciones a un periódico local, Franco afirmó que Tenerife estaba completamente tranquilo. No se notaba el problema del paro obrero. Alguna que otra algazara pero, eso sí, sin la menor consecuencia. Previó que en Las Palmas pasaría algo similar. En cuanto reinase tranquilidad todo funcionaría bien. Habría trabajo y la isla seguiría su curso normal. El 29 de mayo regresó a Tenerife. La visita le permitiría pulsar el estado de opinión de jefes y oficiales en Gran Canaria. Sobre sus resultados no se sabe nada. Su primo y ayudante se preocupó de anotar en sus memorias que no desvelaron sus planes. Esto es un tanto inverosímil, aunque no necesariamente falso del todo. Sin embargo, no es improbable que Franco regresara a Tenerife un tanto insatisfecho.
Esta impresión se infiere de cierta evidencia primaria relevante de época. Poco antes de la visita de Franco, un pequeño escuadrón naval británico había hecho una escala de rutina en Las Palmas, con pleno conocimiento del Ministerio de Estado.152 A su frente se hallaba el HMS Hood. El acontecimiento se desarrolló perfectamente, con cordiales visitas a las autoridades.153 No hay que minusvalorar su importancia. Desembarcaron cerca de 3.400 marinos, con gran contento de los negociantes locales. Es imposible que la oficialidad no percibiera algo de la atmósfera reinante.
Así fue. El vicealmirante al mando, Sidney Bailey, notó ansiedad a causa de las numerosas huelgas. Se hablaba de la posibilidad de que se produjera una de carácter general. El gobernador civil dimitió de repente y se marchó a la Península. Bailey le encontró timorato y charlatán, incapaz de tomar decisiones. Es posible. No fue el único gobernador que dejó su puesto en aquella época. En cualquier caso, la colonia quedó encantada con la visita.
La presencia oficial británica en las islas la aseguraban dos cónsules. Uno de carrera, Harold Patteson, estaba destinado en Santa Cruz de Tenerife. El consulado se hallaba ubicado en las oficinas de la empresa Hamilton & Co, una de las más importantes. Había pasado toda su carrera en puestos consulares. Se encontraba en Canarias desde junio de 1935. Disponía, además, de un enlace radio que solía utilizarse para comunicaciones urgentes e importantes. En ocasiones Patteson telegrafiaba directamente a Londres, con copia al embajador en Madrid.
En Las Palmas, por el contrario, el cónsul, Sidney H. M. Head, a la sazón de 56 años (entonces una edad que ya infundía respeto), no procedía de la carrera diplomática. Había trabajado en una de las empresas británicas, la Grand Canary Coaling, y cobraba de ella su pensión. La diferente cualificación profesional de ambos cónsules se reflejaba en el hecho de que, normalmente, Head se relacionaba con la embajada a través de Patteson y éste se relacionaba con el Foreign Office por medio de la embajada.
Para los británicos, el héroe de la visita fue indudablemente el cónsul en Gran Canaria, quien se portó a las mil maravillas. Sin duda, Sidney Head se deshizo en atenciones.154
Varios oficiales españoles expresaron la opinión ante sus interlocutores británicos de que no había alternativa a la situación política. Otros creían que en un próximo futuro los fascistas o los comunistas [sic] terminarían imponiéndose. Hubo quien dijo que probablemente Azaña zanjaría los problemas plantándose como dictador.
Nada de esto llamó particularmente la atención de los marinos. A nosotros, sí. Muestra, evidentemente, que el estamento militar discutía y comentaba la situación política. Algunos, quizá, con un punto de preocupación. Otros, confiados. Si esto, por lo demás, ocurría con los marinos, ¿qué decir de la guarnición de Las Palmas? Es improbable que la evolución no se evocara, si no en los cuartos de bandera (cosa que no hay que excluir) por lo menos en conversaciones privadas. Todo esto viene a cuento de que todavía en fecha relativamente reciente hay quien presenta la guarnición grancanaria como dormida en el nirvana, del que la despertó el genio inmarcesible de Franco.
El vicealmirante británico tuvo una entrevista, también muy cordial, con el comandante militar, general Amado Balmes. En una carta que escribió a mano a un compañero desde Gibraltar, Bailey dejó una semblanza del mismo. Evidentemente, no estaba destinada a su publicación.
El general me gustó un montón. Me pareció muy seguro de sí mismo y muy interesado en intentar poner a la gente y a los problemas en la perspectiva que les corresponde. Imagino que por eso es por lo que está de general en Gran Canaria.
Naturalmente, si Balmes pensaba en sublevarse no se lo diría a un extranjero (a diferencia de lo que hacían los conspiradores civiles en Madrid o Londres), pero la impresión del marino británico no puede desdeñarse a la ligera. De ella se trasluce que se trataba de un general muy aceptable, respetado y que sabía lo que quería. Su hoja de servicios lo confirma y también permite extraer interesantes conclusiones.
Amado Balmes era zaragozano y había nacido el 7 de noviembre de 1877. Sus primeros ascensos (hasta capitán) los obtuvo por antigüedad pero desde entonces y en adelante lo fueron por méritos de guerra, naturalmente en Marruecos, salvo el de comandante a teniente coronel. Participó a partir de 1912 en las campañas que crearon la mentalidad africanista y cosechó una buena ristra de condecoraciones. Aunque alternó con destinos en la Península, en los últimos años de las incesantes hostilidades en el Protectorado se codeó con algunos de los que más tarde iban a ser protagonistas señeros de la conspiración. Así, por ejemplo, en marzo de 1925 formó parte de una columna a las órdenes del entonces coronel Francisco Franco. El año antes había estado, ya como teniente coronel, bajo el mando inmediato del a la sazón coronel Manuel Goded. Balmes estuvo al frente de unidades indígenas y del Tercio. En octubre de 1927 alcanzó el ansiado generalato. Curiosamente junto con Mola. En ambos casos tuvieron peso los argumentos africanistas. Otra coincidencia notable es que en enero de 1928 se le designó para reemplazar a Franco en el mando de la Primera Brigada de Infantería de la Primera División, cuando se envió a este último a dirigir la Academia Militar zaragozana.155
Antes del advenimiento de la República Balmes era jefe superior de Aeronáutica Militar. Al producirse el cambio de régimen le prestó inmediatamente solemne promesa de adhesión y fidelidad en cumplimiento del decreto del 22 de abril. Se le nombró comandante de la Brigada de Infantería de Mallorca y su carrera, por lo que sabemos, discurrió al margen de actividades conspirativas. Como muchos otros oficiales y jefes, en cumplimiento del decreto de 19 de julio de 1934, aseveró que «no ha estado ni está afiliado a partido político alguno». Tal declaración la emitió en Gijón el 4 de agosto del mismo año.
Cuando estalló la revuelta en Asturias se ordenó a Balmes el 14 de octubre que tomase el mando de la columna Norte-Sur.156 Ocho días más tarde se hizo cargo temporalmente del Cuerpo de Ejército de operaciones, en ausencia de su general en jefe. El 25 de noviembre volvió a asumirlo brevemente. En oficio del 27 de diciembre se le atestiguó lo que sigue:
Se distinguió por su energía y acertadas disposiciones para reanudar el avance al hacerse cargo de la columna Norte-Sur, así como el celo e inteligencia demostrado en la dirección de las operaciones de persecución de fugitivos y recogida de armas en el sector minero, y en el tiempo que estuvo interinando el mando del Cuerpo de Ejército.157
No cabe, pues, la menor duda de que se trataba de un militar profesional, de valor demostrado, con dotes de mando y obediente al poder constituido. Participó en la guerra de Marruecos, al mando de unidades legionarias y de regulares, las más combativas. También en la sofocación de la sublevación de Asturias. Siempre a las órdenes del gobierno de turno. Incluso en el bienio negro. Estaba sólidamente enraizado en la sociedad grancanaria y tenía, por ejemplo, fuertes vínculos con el mundo del deporte de la isla.158 Muchos otros generales, jefes y oficiales que habían pasado por sus mismas experiencias se mostrarían como «africanistas» más o menos brutalizados. Nada hace pensar que tal fuera el caso de Amado Balmes. Lo que sí cabe anticipar es que Franco probablemente vio en él a alguien a quien podría convencer de que el «estado de necesidad» que los conspiradores divisaban en España le haría bascular hacia la sedición. Si fue así, es más que verosímil que se equivocara.
Historiadores profranquistas como Ricardo de la Cierva y Luis Suárez han subrayado que hacia finales de junio Franco ya estaba más o menos decidido a actuar. Otros autores enfatizan por el contrario lo que entienden como dilaciones y vacilaciones. Sin duda también las hubo. Que Franco fuera cauteloso, hipercauteloso incluso, no se discute. Es más, incluso en las filas de los conspiradores monárquicos hubo un tiempo en que se puso de moda acusarle de no haber sido demasiado diligente y de haber rebajado su compromiso. Ello no obstante, creemos que en esta ocasión los dos historiadores mencionados no se equivocan en lo fundamental.159 Lo que ocurre es que Franco topaba con un problema operativo inmediato: cómo pasar a la acción trasladándose a Marruecos pero eliminando toda posibilidad de resistencia en Las Palmas.
Que tal posibilidad existía se desprende de algunas gestiones realizadas desde Tenerife antes de la sublevación que, por desgracia, siguen estando rodeadas del más espeso secreto. Una sublevación era un asunto muy serio. Se discutía esencialmente entre la oficialidad y no siempre los generales jefes estuvieron dispuestos a sumarse a ella. Por lo demás, el lector recordará las impresiones de Diana Pollard: no se sabía muy bien quién estaba a qué lado. Si esto lo llegó a intuir una extranjera, probablemente es porque alguien se lo dijo y esta fuente debió de ser próxima al círculo que conspiraba en torno a Franco.
Así llegamos al núcleo de una cuestión en torno a la cual se trazó una densa operación de mistificación que dura hasta nuestros días. El «gran secreto» que aleteó tras el vuelo a Gando, y únicamente a Gando, del Dragon Rapide y que ya percibió, a tenor de sus recuerdos, la hija de Pollard. Se trata de la muerte del general Balmes. Sus circunstancias precisas no suelen reflejarse en la literatura. Cuando se abordan, no es infrecuente pasar por encima (caso del profesor Suárez)160 o tergiversarlas violentamente (caso del profesor Ricardo de la Cierva, como demostraremos más adelante).161 Con todo, las casi desconocidas memorias del entonces comandante José Pinto de la Rosa, un cuasi testigo esencial, cuyo nombre De la Cierva sí menciona, las detallaron exhaustivamente, aunque vendiendo la piel de un perro tiñoso como si fuera de astracán.162 Hay que tomarlas con varias toneladas de sal, pero ello no quiere decir que sean totalmente inservibles. Nos parecen esenciales siquiera ad contrario.
La autorización para publicarlas la dio el ministro del Ejército el 20 de abril de 1944.163 Llevaron un prólogo laudatorio del general Francisco García-Escámez, uno de los conspiradores más próximos a Mola y a la sazón auténtico «virrey de Canarias». Es decir hablamos de un libro adornado con todo el níhil óbstat militar posible. Naturalmente lo que en él escribió el autor no representaba la postura oficial. Sin embargo, cabe también afirmar que nada de lo que en él se publicó se opondría a la versión que las autoridades no tuvieron inconveniente en ver en manos del público. De aquí la importancia que les atribuimos aunque somos conscientes de que, como verá el lector, constituyen al tiempo un esfuerzo de desfiguración bastante sofisticado para la época.
Es necesario, primero, reproducir los «hechos» según los plasmó tal memorialista. Les atribuimos cierta importancia. Después abordaremos las noticias que aparecieron en la prensa de la época. Por último acudiremos a documentos reservados y a ciertas informaciones orales. Destacaremos en cada etapa las inverosimilitudes, las incongruencias y, en último término, los puros y simples «camelos» que enmascararon lo que a todas luces da la impresión de ser un asesinato bien planeado, mejor encuadrado y ejecutado con frialdad.164 Si, al hacerlo, se derrumban algunas reputaciones lo único que podemos decir es que nosotros no hacemos el pasado. Tratamos de recuperarlo y de rendirlo inteligible. En tal tarea un historiador debe atenerse a un principio esencial: la búsqueda de la verdad, no siempre fácil de encontrar y mucho menos de documentar.
UN TESTIGO PRIMORDIAL REMEMORA EL «ACCIDENTE» DEL GENERAL BALMES
El entonces todavía comandante José Pinto de la Rosa abordó la cuestión con el mayor empaque:
Fui de los últimos que hablé con el general Balmes. Por tanto, estoy perfectamente enterado de sus últimos momentos; además, por haber sido designado juez para la instrucción del oportuno procedimiento, tengo datos fehacientes del hecho.
No extrañará, pues, que muchos autores hayan seguido sus afirmaciones (o, preferentemente, algunas de ellas). Nosotros nos atendremos a la sana prescripción metodológica de poner en cuarentena versiones sobre acontecimientos sensibles, a no ser que estén apoyadas por evidencia primaria, también susceptible de enjuiciamiento crítico. La versión de Pinto de la Rosa merece ser considerada seriamente, a decir verdad como un testimonio de primera línea, ya que su autor, durante los momentos iniciales, actuó como juez militar en la apertura de diligencias previas.
Según Pinto, el día en que se produjo tan luctuoso acontecimiento, 16 de julio, el general Balmes comenzó la jornada visitando el cañonero Canalejas. Al parecer no fue un capricho. Quería ver cómo lo varaban. Hizo una inspección pormenorizada, acompañado por Pinto y otros oficiales.165 Incluso hubo tiempo para charlar con unos cuantos obreros. Después regresaron al Cuartel de Infantería, a cuya entrada se formó la guardia y se dieron novedades al general. Entonces dijo a Pinto que se iba al campo de tiro a probar unas pistolas. Se negó a que le acompañaran. No quiso molestar, afirmó, ni a su ayudante ni a su jefe de Estado Mayor. Que no deseara estropear la mañana de este último, que probablemente haría como si la tuviese muy cargada (los preparativos de la sublevación exigían tiempo) es posible. Que no aceptase que fuera con él su ayudante es menos verosímil.166 Pero así dice Pinto que ocurrió y Pinto fue considerado un hombre honesto. Se trató, en cualquier caso, de una conducta inhabitual en un general. También lo fue que al menos el jefe de cuartel no le acompañase. Hagamos, por el momento, la vista gorda.
Balmes se desplazó en su coche oficial al campo de tiro, en terrenos próximos al Cuartel de Ingenieros. Obviamente conducía un chófer. Pinto por su parte fue a cortarse el pelo. Cuando le estaban poniendo guapo entró en la peluquería un teniente ayudante y le dijo, con voz alterada, que el automóvil había salido muy deprisa del Cuartel de Infantería, con el general echado en el fondo y goteando sangre.167 Pinto de la Rosa cogió rápidamente otro coche y se fue de inmediato a la Casa de Socorro. Allí se encontró con el general tumbado en la mesa de curas. Sin médicos. El que estaba de guardia había salido a buscar a otros compañeros.168 Pinto intentó hablar con Balmes para enterarse de lo que había sucedido pero no obtuvo respuesta [sic]. Llamó entonces por teléfono para que fueran urgentemente los médicos, la ambulancia, etc. Al parecer ya se había dado la alerta desde el Cuartel de Infantería y al poco se presentaron el comandante de Estado Mayor, precisamente al que Balmes no había querido molestar, y el jefe accidental del Regimiento de Infantería, teniente coronel Francisco Galtier Pley.169 Dado que el Ejército no tolera el vacío, del mando militar de la provincia se hizo cargo este último.
Para investigar lo sucedido el nuevo mando nombró juez militar de la instrucción al propio Pinto y se apresuró a comunicarlo formalmente por telegrama a Franco en Santa Cruz de Tenerife. Probablemente no se trató de una decisión de golpe y porrazo, aunque el testimonio así lo sugiere. Para poner las cosas en su punto es necesario profundizar en lo que tal designación representaba.
El juez militar era un oficial normal y corriente a quien su jefe designaba para tal función. En lo que se refería a la instrucción de sumarios dependía de la autoridad judicial militar. Ésta fue el capitán general durante la monarquía y el franquismo. Sin embargo, la República estableció que en cada División Orgánica fuese el auditor. De él dependían pues la instrucción de los sumarios, la celebración de consejos de guerra y el refrendo de las sentencias que luego pasaban a la autoridad militar ordinaria para su ejecución.
Es decir, la autoridad judicial militar de Canarias era el auditor de división (coronel del Cuerpo Jurídico) José Samsó Henríquez (grancanario). Le seguían Lorenzo Martínez Fuset, teniente auditor de primera o comandante que ejercía la Fiscalía Jurídico-Militar,170 y Rafael Díaz-Llanos Lecuona, teniente auditor de segunda o capitán. A los tres nos referiremos posteriormente.
El ya juez militar del sumario nombró a su vez al capitán Cristóbal García Uzuriaga secretario de la instrucción,171 con lo cual se aseguraba la aportación de un conocimiento mínimo de las normas procesales, ya que éste tenía alguna experiencia en tales temas. Se trató, pues, de una actuación dentro de la normalidad. Por lo menos externamente. En la Casa de Socorro el teniente coronel Galtier y el nuevo secretario se mostraron solícitos.172 Es, recordemos, el ex juez militar quien describe la situación.
La investigación no podía ofrecer muchas dudas porque, afortunadamente en aquellos dramáticos momentos, Pinto de la Rosa cuenta que Balmes habló. Lo hizo rodeado de médicos y jefes militares. Esto significa que durante un buen rato, tras su ingreso en la Casa de Socorro, el general había permanecido silencioso, únicamente con Pinto a su lado. No respondió a las preguntas que insistentemente le hacía este último en su calidad de juez y subordinado pero sí exclamó en voz, suponemos que débil: «¡Qué fatalidad!, ¡maldita pistola!, ¡Ay, mi hija!, ¡que no se entere Julia!» (su esposa).173 Todo esto, no hay que decirlo, es altamente sospechoso. La idea de que Balmes proporcionara por sí mismo una explicación perfecta es risible. Quienes le rodeaban estaban metidos de lleno en la sublevación que iba a producirse pocas horas más tarde. No es de extrañar que la locuacidad en tan trágicas circunstancias del futuro cadáver fuera uno de los detalles que mencionaría De la Cierva. ¡La solución al problema! ¡La respuesta a todas las cuestiones! El «precadáver» confesó. Veremos más adelante otra versión de estos «hechos».
Poco a poco fueron llegando las autoridades. Pasados los primeros momentos de desconcierto alguien tuvo la feliz, a decir verdad, luminosísima idea de trasladar al herido al Hospital Militar. ¿Cuánto se tardó en llegar a tan difícil conclusión? Misterio. Se metió, pues, a Balmes en una ambulancia, ya en estado gravísimo. Todo esto, obvio es decirlo, llevaría su tiempo. El juez militar narró que el general se quejaba de dolores en una pierna y constantemente pedía que se la cambiasen de posición (¿de verdad?). Un capitán médico que le acompañaba (¿quién?, es una cuestión crucial) la sostuvo como pudo. En el hospital se le transportó por fin a la mesa de operaciones y se le pusieron varias inyecciones. Todo en vano. Balmes murió sin que pudiera hacerse una intervención quirúrgica.174 Recordamos que todo esto lo consignó por escrito un testigo presencial de primera línea y que como juez militar dirigió las primeras diligencias previas. En 1944 ni la censura civil ni la militar objetaron que lo publicase.
Hubo, eso sí, un pequeño contratiempo. La noticia de que Galtier había encargado de la instrucción a un militar indujo a uno de los magistrados que acudieron al cuartel, José Cortés,175 a explicar a los jefes y oficiales presentes algunos puntos de principio. Con arreglo a la legislación entonces en vigor correspondía el conocimiento del hecho a la jurisdicción civil. Era, pues, preciso que Pinto de la Rosa entregase las diligencias ya practicadas al juez de instrucción del distrito de Triana.
Se trata de un episodio relevante y que, naturalmente, ningún historiador franquista ha puesto de relieve. Por lo menos que sepamos. Habrá, pues, que hacer un pequeño discurso de derecho procesal.
Durante la República, al igual que ocurre en la actualidad, la competencia en tiempo de paz para incoar el sumario y practicar las primeras diligencias, el levantamiento del cadáver, la autopsia a realizar por médicos forenses civiles (entonces y ahora los únicos competentes aunque se hubiese tratado de un delito militar), la aprehensión de los efectos e instrumentos del mismo (por ejemplo, recogida de armas y pruebas balísticas), la toma de declaraciones a los testigos y la averiguación de los hechos eran materias que correspondían a la jurisdicción ordinaria.
Una vez realizadas tales diligencias, tal jurisdicción se inhibiría a favor de la militar cuando ésta resultare competente para el enjuiciamiento. Esto ocurría sólo en los casos en que hubiese resultado probada la comisión de un delito tipificado como militar (no tenía, por cierto, tal naturaleza el homicidio, ni entonces ni ahora), efectuado por militares en establecimientos militares.176
Es decir, una vez que Pinto de la Rosa instruyó las primerísimas diligencias previas tenía la obligación de inhibirse a favor del juez de instrucción ordinario civil. En definitiva, José Cortés llevaba razón.177 ¿Tenía la fuerza? La pregunta es ociosa.
Pinto se dirigió, suponemos que un tanto perplejo, a quien le había nombrado. Galtier, naturalmente, no resolvió. Ordenó que consultara el caso con el auditor de la división en Tenerife. El designado juez militar lo hizo por teléfono.
Tal auditor, no identificado, se quedó anonadado (¿de verdad?). Hasta entonces no se había dicho nada a la Comandancia Militar (¿se había enviado el telegrama a Franco más tarde?). El lejano jurídico-militar, que iba a sublevarse 48 horas después, adoptó una decisión que podría parecer salomónica: sin entorpecer la actuación de la jurisdicción ordinaria, el Juzgado Militar debía continuar con el procedimiento.
Esta decisión, sin embargo, no tuvo nada de salomónica. No obstante, es perfectamente comprensible si dicho auditor ya había asesorado al cabecilla, general Franco, sobre los fundamentos «jurídicos» que justificarían la inminente sublevación. Por lo pronto implicó que Pinto guardaría el control de las diligencias durante las pocas horas que faltaban. Según el juez militar, ambos juzgados prosiguieron sus no demasiado difíciles pesquisas. Es lo que escribió Pinto y no sabemos si fue cierto o no. Podría argumentarse que a lo mejor, y tímidamente, la jurisdicción ordinaria no se atrevió a levantar demasiado la voz. O tal vez que, dando muestras de un espíritu de cooperación, accediese.
Otra cosa es algo en lo que, ¡vaya por Dios!, no parece haber reparado el profesor Ricardo de la Cierva, con esa manía de tratar a las fuentes como si fuera un Arthur Bryant cualquiera.178 Y es que, una vez producido el golpe al día siguiente del enterramiento, la jurisdicción ordinaria ya no se atrevería a plantear el menor conflicto de competencias a la militar.
Dado, sin embargo, que no podemos en este punto, con pruebas en la mano, acusar de embustero al ex juez militar, admitiremos que los representantes de ambas jurisdicciones se trasladarían al lugar del accidente y que allí, ¡oh cielos!, se enteraron sin problemas de lo que había ocurrido.179 El lector imaginará el salto de alegría que debieron de dar por lo menos los militares. ¡Había un testigo mucho más cercano que el propio juez! Todo estaba resuelto. Se trató del chófer, que les contó lo sucedido, y que Pinto reprodujo como sigue:
El general había probado dos pistolas de las cuatro [sic] que llevaba, y en la tercera, al tratar de efectuar el último disparo, se encasquilló y análogamente a como había hecho en otras ocasiones se apoyó el cañón en el vientre180 para, con la mano derecha, hacer más fuerza y dejar corriente el arma, con tan mala fortuna que se disparó ésta, que era una Astra del 9 largo.181
Así pues, todo parecía tan claro como el agua. El testimonio de un testigo de primerísima importancia en tales circunstancias tiene peso. Mucho peso. Sobre todo si los investigadores se contentaron con lo que dijo. Nada nos hace pensar que no lo aceptasen. Pero nada nos hace pensar que el anterior relato sea cierto.
Hay, naturalmente, alguna que otra objeción posible en cuanto a la sustancia. Lo de apoyarse la pistola en la barriga para desencasquillarla no creemos que fuese ni antes ni ahora una técnica demasiado extendida. Más bien incluso parece difícil de dominar. Pero, al parecer, se trataba del método preferido de Balmes para abordar tales situaciones. El novato juez militar, pundonoroso, recogió testimonios adicionales (obsérvese que no mencionó ya para nada a ningún representante de la jurisdicción ordinaria). A tenor del procedimiento, debía acopiar información sobre los «hechos» e interrogar a todos los testigos posibles incorporando sus testimonios a las diligencias que realizara. En su caso, los encontró incluso en calidad muy superior a la esperada. ¡Aleluya!
El comandante del Parque de Artillería declaró que aquella misma mañana,182 cuando Balmes recogió las pistolas, descargadas, montó una y se la apoyó en el vientre. Le dijo que no debía hacerlo porque era peligroso (la evidencia misma) pero el general respondió que «siempre lo había hecho y nunca le había sucedido nada».
Pertenece al secreto de los dioses, o al deseo del ex juez militar de dotar a su historia de mayor credibilidad, el que inmediatamente añadiese una información absolutamente contradictoria. Habían corrido rumores de que unos días antes a Balmes se le había ido la pistola y de que el proyectil le pasó cerca de la faja (la trayectoria debió de ser sin duda complicada: imaginemos al general poco menos que autodisparándose a unos cuantos palmos de distancia). Al llegar a su casa habría dicho a su señora: «¡Hoy casi te quedas viuda, Julia!». Suponemos que con una amplia sonrisa de alivio.183
El 16 de julio las cosas, por desgracia, fueron diferentes. El ex juez militar anotó los resultados del accidente. El disparo había causado
un destrozo enorme, como luego se comprobó con la autopsia, en el bazo, hígado, columna vertebral, etc.184
De ser ciertos (no hemos tenido noticia, quizá por ignorancia nuestra, de que el informe de la autopsia se hiciera público entonces o después)185 conviene subrayar que son compatibles tanto en el supuesto de que la herida se hubiese producido de forma fortuita (accidente) o como resultado de un asesinato. Lo único necesario en ambos casos es que se respeten los ángulos de incidencia, es decir, que el orificio del cañón de la pistola se hubiese apoyado en el flanco externo del hemiabdomen izquierdo. Pruebe el lector a realizar los movimientos tan «normales» necesarios para actuar de tal modo. Es el modo más absurdo imaginable de desencasquillar una pistola. Que lo hiciera un militar de larga experiencia de campaña es suponer demasiado.186 Pero, por el momento, hagamos la vista gorda.
En ambos casos, la trayectoria del proyectil habría ido de izquierda a derecha, de arriba abajo (con ángulo aproximado de 20-25º) y de adelante hacia atrás. Por supuesto, para emitir cualquier juicio medio cualificado sería absolutamente preciso conocer más cosas, en particular el informe circunstanciado de la autopsia, los tiempos que mediaron desde el balazo hasta que sobrevino la muerte, si el nivel de conciencia se mantuvo hasta tal momento y qué pierna fue la dolorida.187 En aquella época era pedir peras al olmo. Con tal de que el informe médico dijera simplemente que el interfecto había fallecido por hemorragia interna, el juez hubiese otorgado el preceptivo permiso para proceder a la inhumación del cadáver. Tal es el sistema que se siguió después con multitud de fusilados y muertos por disparos. ¡A ver dónde estaban los jueces que se atrevieran a oponerse a los militares una vez declarado el estado de guerra!
Lo que ocurriese en el campo de tiro, tal y como lo refirió el juez militar, se presta a maliciosas interpretaciones. Aumentan de intensidad tan pronto como se tienen en cuenta otras declaraciones del chófer. Según dijo, lo vio todo muy de cerca pues era quien alcanzaba las pistolas al general. Al desplomarse,
lo cogió para meterlo en el coche, pero como no podía con él tuvo que arrastrarlo, viéndose en el lugar las señales de los pies al ser arrastrado hasta meterlo en el coche, y luego salió rápidamente para la casa de socorro, regando por el camino las pistolas que estaban en el estribo del coche y que en las vueltas de la pista militar salían despedidas por la velocidad del mismo.
Se comprenderá fácilmente que, con independencia de la credibilidad mayor o menor que merezcan los resultados de la desconocida autopsia, nuestra credulidad tope ahora con su límite máximo.188 Pinto de la Rosa, ex juez militar, debió de pensar que sus lectores eran imbéciles cuando escribió su relato con la idea, quizá, de que se le creyese. Implica que al chófer no se le ocurrió echar las pistolas dentro del coche. Así que las dejó en el estribo. Debió de ser una sorpresa que se cayeran al suelo no en cuanto puso en marcha el vehículo sino cuando ya cogía velocidad en una carretera no exenta de curvas.189 ¡Qué fatalidad! De esta forma tan impredecible, pero tan poco creíble, se perdió una de las pruebas materiales más importantes del sumario.190
En consecuencia, tenemos que pensar que Pinto, simplemente, mintió. Y si mintió en este punto fundamental, nos preguntamos acerca del valor jurídico-procesal de las diligencias que habría efectuado. En principio, un chófer militar no tiraría las pistolas. Las hubiera metido en el coche. Un civil también. La desaparición del arma en tales condiciones es, por definición, altamente sospechosa. Pero al ex juez militar, absolutamente lego en derecho y, debemos pensar, sentido común, le importarían un ardite las pruebas y elementos de prueba. Verosímilmente lo único que le preocupó y ocupó en el breve lapso en que se dedicase a la pesada tarea de realizar sus diligencias previas sería que en ellas constaran las correspondientes providencias burocráticas. ¡Para qué complicarse la vida si nada de ello serviría para nada!
Este relato del juez militar presenta algunos rasgos característicos:
1. El alto grado, en ocasiones, de concreción de la narrativa. Aparentemente muy rica en detalles que creemos fueron destinados a darle verosimilitud (acumulación de nombres, de situaciones, de circunstancias). Ahora bien, se introdujeron fallos fáciles de percibir (incluso para un profano), amén de otros que llamarían la atención de los expertos. Lo demostraremos más adelante.
2. El curioso énfasis en la peculiar técnica de manejo de la pistola a la que al parecer era adicto Balmes, pero en realidad impensable en un veterano, «magnífico tirador y muy experto en el tiro de fusil y de armas cortas».191 Balmes aparece, poco menos, que haciendo cosas de recluta.
3. El control de la investigación por los militares, entre sí y de por sí, pero que en las circunstancias del momento resulta más que sospechosa.
4. La orden, igualmente de origen militar, de que no se abstuviera la jurisdicción castrense en beneficio de la ordinaria hasta que ésta se inhibiera, llegado el caso, dada la naturaleza del mismo tal y como hubiese resultado de sus propias diligencias.
5. La acumulación de presuntos «estúpidos de solemnidad». A cada cual, mayor. En el corto lapso de un par de horas refulgen tres. En primer lugar, y dicho esto con todos los respetos, el propio general con su curiosa técnica. En segundo lugar, el médico de la Casa de Socorro que dejó a Balmes solo en su preagonía. En tercer lugar, un soldado que «depositó» las armas en el estribo del coche.
6. En definitiva, una chapuza, habitual dada la incuria militar de entonces. Todo el «procedimiento», por llamarlo de alguna manera, careció de la más elemental garantía jurídica. Lo cual no importaba lo más mínimo porque si las diligencias siguieron su trantrán una vez que la sublevación ya se había producido podemos imaginar que quienes las condujeran no iban a estar demasiado interesados en descubrir lo que otros —por ejemplo, un juez de instrucción civil competente— hubieran podido haber puesto de relieve.
A FALTA DE EVIDENCIA PRIMARIA, HAY QUE RECURRIR A LOS PERIÓDICOS
En 1944, cuando el ex juez militar publicó sus recuerdos, ya había pasado mucho tiempo desde el «accidente». Lo recordarían, claro está, los vencedores. Tal vez los vencidos. Ahora bien, éstos estaban intimidados por la durísima represión que se abatió sobre las islas después de la sublevación militar. No pensamos que hubiera mucho deseo de revelar las absurdeces del entonces ya flamante coronel Pinto de la Rosa.
Es pues necesario acudir a fuentes coetáneas no censuradas todavía. Ante todo, a la prensa.192 Al menos, la de los días 16 y 17 de julio. Lo que publicó lo hizo en caliente y en libertad. Aún no se había abatido sobre Canarias el bando declarando el estado de guerra que se leyó el 18.193
De entre todas ellas la más próxima al suceso fue El Diario de Las Palmas del día 16. Tenía carácter vespertino y fue el primero que informó sobre la muerte de Balmes. Suponemos que uno de sus reporteros se precipitó a buscar la noticia. En resumen, sus averiguaciones dieron como resultado lo siguiente: mientras el general hacía sus prácticas de armas, el chófer permaneció junto al vehículo «a pocos metros». Eran las 10.45 de la mañana. La pistola era del 9 largo. Producido el «accidente», el chófer se fue a toda velocidad a la Casa de Socorro del Puerto de la Luz. Allí se apreció una herida por «arma de fuego con orificio de entrada por el hipocondrio izquierdo, con salida a la altura de la región lumbar y síntomas [sic] de hemorragia interna». Pronóstico: muy grave.194 Esta breve referencia es, posiblemente, la más veraz.195
Después de una comunicación telefónica con el Estado Mayor,196 continuó El Diario, se personaron en la Casa de Socorro el teniente coronel jefe de la Comandancia, con un comandante y un capitán. Se hizo una cura de urgencia (¿cuál?) y se trasladó al herido al Hospital Militar. Falleció cuando iba a practicársele una transfusión de sangre. Hacía una hora que había ingresado.197
El diario La Provincia del día 17 fue mucho más exhaustivo y ofreció todo lujo de detalles. Es preciso reproducir in extenso la información que llevó a sus atónitos lectores. A las 11.30 de la mañana circuló el rumor del estado preagónico de Balmes a causa de un disparo involuntario cuando intentaba probar su pistola. El reportero salió raudo como una centella al Hospital Militar y vio «un gran movimiento de gente fuera y dentro del mismo. Militares en todos sus grados y en gran cantidad en las galerías y departamentos del Hospital». En la sala de operaciones estaban el doctor López Tomasety, el director, y un capitán médico, Sánchez Galindo. Balmes tenía una bala con orificio de entrada en el bajo vientre y salida en el costado.198 A las 12.30 en punto falleció. El periodista intentó hacer una entrevista al teniente coronel de Infantería José María del Campo Tabernilla,199 que no pudo hablar, embargado como estaba por la emoción (una emoción, naturalmente, exhibida para la galería). Le remitió al ayudante de Balmes, Ramón Rúa Figueroa, quien, lloroso, le dijo:
Serían las diez menos cuarto de la mañana. Partió el general Sr. Balmes en su coche con dirección a La Isleta y con objeto de probar una pistola Astra del calibre 9. Según parece, y en mi concepto esta versión es la más verosímil, cuando se disponía a cargarla se le encasquilló una bala y al tirar del cargador —que dicho sea de paso es muy resistente a la presión de los dedos— y pretender sostener la pistola con la mano derecha —ya que así la operación es más fácil— la boca del cañón quedó en dirección al bajo vientre.200 Tiró del cargador, el proyectil bien pudo enderezarse. Funcionó el gatillo... y surgió la catástrofe. Vea usted —añadió mostrándonos la guerrera— el orificio de entrada de la bala debajo del bolsillo izquierdo [imaginamos que del superior porque de tratarse del inferior supondría que el orificio de entrada estaría a la altura de la ingle o poco más arriba y entonces la afectación de bazo e hígado resultaría imposible, aunque hubiera cabido una rotura de algún gran vaso, mortal de necesidad. Una vez más no se hace mención de restos negros impresionados en el tejido, y esta omisión es chocante porque se trataba de un dato de inexcusable comprobación incluso en la no demasiada avanzada medicina forense de la época].201
Seguidamente el chófer, al darse cuenta del accidente corrió en auxilio del general, le instaló en el auto y partió veloz a la Casa de Socorro, donde fue trasladado con toda urgencia en la ambulancia al Hospital Militar.
Durante el trayecto el herido se quejaba constantemente de agudos dolores y falta de aire:
—¡Me ahogo! ¡Por favor, me ahogo —gemía—, aire! ¡Necesito aire! ¡Se me ha dormido la pierna! ¡Oh, me ahogo!202
En los últimos momentos —prosiguió nuestro interlocutor— continuaba quejándose de faltarle la respiración. ¡Oh —terminó el señor Rúa Figueroa con un ademán elocuente— es horrible!
Seguidamente nos dirigimos al capitán médico Sr. Galindo: «Nada puedo adelantarle hasta el momento de la autopsia». Pero —insistimos— podrá usted decirnos algo respecto de la herida causada por el proyectil. «Verá usted. La bala le atravesó el vientre con orificio de salida interesándole varios órganos vitales y, como consecuencia, la herida fue mortal de necesidad.»203
El mismo periódico publicó también una entrevista con el doctor Rafael O’Shanahan Bravo de Laguna, director de la Casa de Socorro. Es absolutamente imprescindible someterla a un análisis pormenorizado.
Crea usted —nos dijo— que he pasado uno de los momentos más angustiosos de mi vida profesional. Cuando trajeron al general Balmes a esta casa, donde estaba yo con el personal de guardia, comprendí enseguida que algo gravísimo había ocurrido. Inmediatamente avisé a todos mis compañeros, el doctor Ley el más próximo pues estaba en el Hospital Inglés, el doctor Valle, etc. El general estaba demudadísimo y cuando empezamos a curarle decía: «¡Qué fatalidad! ¡Me ahogo! Pero que no digan nada a mi mujer, por Dios...». Inmediatamente tomamos las precauciones necesarias para hacerle reaccionar y, sin perder un minuto, dispusimos el traslado del general al Hospital Militar. Allá fue la ambulancia, pero desgraciadamente no había esperanza.
El lector apresurado observará algunos paralelismos entre estas noticias y parte de lo que publicó ocho años más tarde el ex juez militar (ascendió a coronel poco después). Pero, como cualquier investigador avezado sabe por experiencia propia, el diablo está en los detalles. Tratemos, pues, de sacar al diablillo de donde se escondió.
Se advierte una cierta incongruencia en la distribución de las tareas con que Balmes inició su último día. El ayudante afirmó que salió camino del campo de tiro a las 9.45 horas. La prensa señaló que el accidente tuvo lugar una hora más tarde. Esto nos lleva a pensar cuándo él y Pinto habrían visitado el varado cañonero Canalejas. Tuvo que ser después, digamos hacia las 10.00. El cañonero estaba varado en los talleres del Cuartel de Ingenieros. Caminando, a diez o quince minutos. En coche, muchísimo menos. Con todo, por muy rápidos que fueran, entre la visita, una charla que el general tuvo con unos obreros, la revista a la guardia y el saludo al oficial que dio novedades, ¿cuánto tiempo transcurriría? ¿Media hora? ¿Tres cuartos? ¿Una hora? Difícil de encajar todas estas actividades en tan corto lapso de tiempo. Ahora bien, ¿quién iba a recordar tal dificultad en 1944? Las informaciones tampoco dan a entender lo más mínimo que los servicios imbricados no trabajasen con una precisión inferior a la de un reloj suizo. Sorprendente.
Las declaraciones del ayudante dan mucho juego.204 Según escribió el reportero, le contó conjeturas, deducciones si se quiere, sobre lo que pudo haber ocurrido. Probablemente la emoción no le dejó pensar. Y así, por ejemplo, no citó al chófer y dio la versión que éste hubiera ofrecido. Si es la que tal soldado dio ante el juez militar encargado, es decir, Pinto. Nos atrevemos a especular que, compungido o no, Rúa Figueroa no se atrevió a que ni él ni sus compañeros quedaran como idiotas. Pero lo más probable es que todo lo anterior fuese mentira. Eso sí, mostró al reportero, quizá por azar pero tal vez para hacerle tragar mejor un cuento chino, la guerrera del general. Además le hizo ver el agujero de bala. Es decir, no dijo ni pío del chófer pero tenía en sus manos, tal vez por casualidad, una pieza clave en la determinación de los hechos. No comment.
Naturalmente, podría ocurrir que los periodistas grancanarios fuesen unos imbéciles. O no. El reportero de uno de los medios se enteró de que la bala entró por el hipocondrio izquierdo (está a la altura del bazo, al otro lado del hígado). El de otro afirma que le dijeron que el orificio de entrada se hallaba en el bajo vientre. Un detalle que pudiera parecer menor, pero que no lo es.
Veamos ahora el caso de los médicos intervinientes. No es un tema baladí porque alguno —o varios— no reflejaron exactamente lo sucedido. Quizá una casualidad. Las declaraciones del de guardia en la Casa de Socorro fueron terminantes. Las palabras que atribuyó a Balmes (como después hizo el juez militar) son elocuentes. Ahora bien, este último recordó que no había médicos cuando llegó y que el que estaba de guardia había salido a buscar a otros colegas. Vio al general en la mesa de curas, más solo que la una. El lector recordará que esta afirmación nos sorprendió. De ser cierta, el doctor O’Shanahan ocultó algo. Tal vez estaba asustado.
Pueden hacerse varias especulaciones. La más verosímil, y en esto los cuentos de Jiménez Marrero nos parecen por una vez acertados, es que cuando llegó el herido el doctor no estuviera en la Casa de Socorro y que quien se encontrase de guardia fuese un practicante. Nada reprochable en sí. De haber ocurrido, se explica que éste corriera como un galgo a buscar a los médicos. Ahora bien, dado que aquel fatídico día el galeno estaba, efectivamente, de guardia, podemos pensar que su prestigio no se acrecentaría si se hubiera descubierto que no se encontraba en su puesto cuando llegó el general. No hay que ser malévolos para pensar que probablemente dijo las cosas que le dijeron que dijera y no lo que él vio u oyó. ¿Dónde estaba O’Shanahan? Tal vez lo desvelara inconscientemente en su relato a la prensa al decir que avisó al doctor Emilio Ley Gracia, del Hospital Inglés (formalmente el Queen Mary Hospital for Seamen). Éste se encontraba a unos 150 metros de la Casa de Socorro. ¿Se le indicó que se ausentara?
Tiempo hubo de adoctrinarle. Además, O’Shanahan aludió vagamente a que se buscaron otros doctores. ¿Cuál era el plantel de la Casa de Socorro? La Provincia publicó una nota rutinaria sobre los médicos y practicantes de servicio. Quien le seguía era el doctor Fernando López Tomasety. Era el director del Hospital Militar. Naturalmente, esta acumulación de empleos no tiene por qué ser muy significativa pero sí, tal vez, en aquel día. Había estado de guardia en la Casa de Socorro en algún momento. Si fue así es improbable que no acompañara al herido en la ambulancia (entonces no habría sido un vulgar capitán, Pinto dixit) y en tanto que director le trató ya en el Hospital Militar. ¿Otra casualidad?
Hemos dejado para el final la referencia a la información que apareció en el diario Hoy, por la sencilla razón de que es a ésta a la que se refiere Ricardo de la Cierva para explicar el «accidente» en cuatro líneas y como representativa de lo que contendría el expediente sobre la muerte del general Balmes. Es interesante desmenuzarla para el lector.
Considerado con su público, Hoy dio una versión de urgencia y luego la amplió. En la primera dijo:
Al hacer varios disparos se le encasquilló uno de los proyectiles y al intentar corregir el defecto, un involuntario movimiento provocó la salida de la bala en el mismo instante que el cañón de la pistola, a causa del brusco retroceso, quedó apoyado en su vientre.205 El general se desplomó mortalmente herido. Acudieron del cuartel [No estaba pegado.] a auxiliarle [¿Quiénes? Esto es muy importante.] además de la ayuda que le fue prestada por los que le acompañaban [¿Quiénes? ¿Acaso no estaba solo Balmes con el chófer?] ... Intentó sonreír, como para quitarle importancia al suceso. Encargó que dieran aviso a su familia con toda clase de precauciones y explicó la forma en que había tenido lugar el accidente [Esto es ya rizar el rizo.]. Avisado el automóvil del general [¿Pero no estaba con él?] se le transportó rápidamente al Hospital Militar [¿Y el paso por la Casa de Socorro?] ... Hasta sus últimos instantes, con pleno dominio de sus facultades, se despidió de sus amigos... [Lloremos por la verdad hundida y por un general mancillado.]
El lector percibirá inmediatamente las discrepancias entre esta información y la versión del ex juez militar. Desaparece la inveterada costumbre del general de apoyarse la pistola en el vientre; no estaba solo en el campo de tiro; desde el cuartel fue gente a ayudarle; Balmes pidió que avisaran a su familia. Mantuvo el tipo hasta el final.
Como es lógico, la prensa imprimía rumores o informaciones. Estas últimas no podían sino emanar de las autoridades militares. Había que dar una interpretación como si se hubiese tratado de un accidente normal, como los que pueden ocurrir cuando se manejan armas. Los expertos, y sobre todo una gran parte de la oficialidad, acostumbrada a ello, comprenderían que eran absurdas y se preguntarían qué diablos habría ocurrido en realidad, pero ¿qué iban a hacer el 17 o el 18 de julio de 1936? En cualquier caso, anticipamos ya que los tres primeros puntos se alejan definitivamente de lo que escribió más tarde el juez militar.
Lo más significativo está por llegar. Al ampliar la información, Hoy narró lo sucedido con mayor detalle. Reproducimos su versión y de nuevo introducimos entre corchetes unas apostillas mínimas:
El general poseía en el Parque de Artillería para su limpieza y uso personal cuatro pistolas [Luego no eran nuevas.]. Ayer fue el día señalado para su entrega [Contradictorio con lo anterior.] y como es natural [¿No lo había hecho antes?] decidió probarlas en el campo de tiro. Llegó a la batería de Esfinge. Saludó como de costumbre a varios señores oficiales que se hallaban de servicio y dirigiéndose a ellos les dijo: «¿No me acompañan ustedes a probar estas pistolas que he traído?». Los oficiales le contestaron que debido al servicio que realizaban no podían acceder, aunque lo harían con mucho gusto [Primera mención y única de tal circunstancia; acentúa la normalidad.].206 Solo y en unión del chófer se dirigió al campo. A varios metros de él se situó aquél, presenciando los ejercicios del general [Luego no le alcanzaba las armas; la sensación de normalidad se refuerza.]. Probó una pistola, luego otra y así hasta la cuarta [¿Pero no había sido en la tercera, según declaró el chófer al juez?]. Esta última hallábase muy engrasada por lo que, después de tirar varias veces con ella, decidió abandonarla. Con la pistola en la mano, aún humeante [No lo hacen desde que se inventó la pólvora sin humo.],207 se propuso desencasquillarla [No se explica cómo esto hubiera ocurrido.]. En la recámara había quedado alojada una bala [Sic, debió decir cartucho.]. Intentó por vez primera quitarla. No lo consiguió. Volvió nuevamente y tampoco tuvo el resultado apetecido y ante esto, el general Balmes, que por sí era muy nervioso e inquieto, comenzó a impacientarse. La pistola la tenía sujeta con la mano derecha y con [Quizá un error, debería decir «como».] la grasa le restaba fuerza con la otra mano cambió de posición.208 Es decir, que esta vez volvió la boca del cañón hacia él mientras con la mano derecha intentaba corregir el inconveniente.209 Pero he aquí que en uno de los momentos de excitación tuvo la desgracia de que uno de los dedos tocase el gatillo210 y de pronto la bala que se hallaba en la recámara salió penetrando por el estómago, con orificio de salida por el costado derecho. El general cayó a tierra herido mortalmente. El chófer que se hallaba a varios metros al oír el disparo corrió presuroso a auxiliarle [De nuevo, ¿no le estaba pasando las pistolas?].
Ésta es, pues, la gran y «verídica» versión a la que se agarró el profesor De la Cierva para deducir, altaneramente, que todo estaba claro como el agua.211 Recordemos, por último, que dado que el disparo se habría producido teóricamente pegado al cuerpo en un caso de accidente, el uniforme debía tener marcas de la pólvora. Si se hizo a cierta distancia no habría rastro de la misma. Ni Pinto ni ningún otro portavoz militar, autorizado o no, mencionaron algo tan relevante. A lo mejor ni se les ocurrió.212 Naturalmente, en ausencia de tal pieza de cargo ya no es posible demostrar nada.
Todo ello debería rodear con los interrogantes más espesos las conclusiones, más bien apriorismos, del gran historiador franquista don Ricardo de la Cierva, en su papel de émulo de sir Arthur Bryant:
Se ha acumulado no poco misterio ... pero el detenido examen del sumario que, inmediatamente, se abrió sobre el caso —y cuyas primeras actuaciones llevan fecha y testimonios anteriores al alzamiento— no deja lugar a dudas.
Pues sí. Deja y muchas. En realidad, muchísimas. Sobre todo porque De la Cierva indicó en su fascicular hagiografía sobre Franco de 1982 que en el SHM había examinado un «exhaustivo» expediente sobre la muerte de Balmes.213 ¡Colorín, colorado...! Sin embargo, albergamos dudas. Todo lo que De la Cierva escribió figura en fuentes externas al mismo. En particular, en las memorias de Pinto de la Rosa, que utilizó acríticamente y de la forma más aligerada posible a pesar de todas sus inverosimilitudes. Algo que ningún historiador de medio pelo, por muy imbécil que sea, puede hacer. De la Cierva dio, eso sí, los nombres del médico de cabecera del general y de los dos capitanes médicos, «que le atendieron antes de morir». Mencionó a los doctores Guerrero (médico de cabecera), López Tomasety y [Sánchez] Galindo. Sus nombres fueron publicados.
No de forma coetánea sino ya después de la victoria, Navarro Navarro alimentó la llama de la mistificación. Su versión es digna de reproducirse con cierta amplitud.
La noticia del accidente, seguida de la del fatal desenlace, produjeron en la ciudad y en toda la isla una consternación inmensa. Los más íntimos, presentes en el hospital, no pudieron, a la vista del cadáver, contenerse sus lágrimas. Uno de los primeros que oraron ante el cadáver del bravo militar fue el general Orgaz, el cual llegó dando muestras de un nerviosismo determinado, indudablemente, por un cruce de sentimientos e ideas, sí, desconocido para muchos, comprensible en parte por cuantos creíamos adivinar la trascendencia de aquellos días del mes de julio. El teniente general [sic] don Luis Orgaz puso como comentario a la muerte de su compañero estas palabras: ¡Ha sido una enorme desgracia! Colíjase, por el dolor de Orgaz, el experimentado por el general Franco...
¡Qué desvergüenza! Ésta es la única referencia que hemos encontrado (pero probablemente habrá más) al presunto dolor de Orgaz/Franco. Resulta tan significativa que volveremos a ella posteriormente. En cualquier caso nos parece que, sobre la base de las informaciones precedentes, una del cuasi testigo-juez militar y de varias noticias de prensa, son precisas algunas consideraciones complementarias. El lector observará que hasta ahora sólo hemos trabajado sobre fuentes abiertas, es decir, que están en el dominio público desde hace muchos años.