2. Un empresario reticente

EL RETO DE las 100 cosas tomó cuerpo cuando llevaba cuatro años dirigiendo mi propia empresa, pero pocos meses antes de que se me ocurriese la idea ya había empezado a reconsiderar mi papel en el negocio como propietario, como empresario. Más o menos en aquella época, ese mismo mes de hecho, decidí alterar en lo fundamental mi relación con el mundo como consumidor, y también di el primer paso para vender mi participación de la empresa. Ambas decisiones fueron fruto de un impulso hacia una vida más simple, menos estresante y más contemplativa quizá, pero ambas también representaban una reacción contra algo. Lo que descubrí entonces es que el empuje que caracteriza al empresario no dista mucho de la pulsión que se adueña de nosotros cuando vamos de compras al centro comercial, los efectos nefastos de lo que yo llamo «consumismo a la americana». Es el ansia de querer siempre más. En el centro comercial no hay estasis, inmovilismo, a menos que sea para tomarse un respiro en un banco entre compra y compra. Igualmente, al mando de mi negocio, acabé comprendiendo que la tendencia natural del empresario, y que nuestra cultura comercial se encarga de reforzar, es la misma que la del comprador.

Al principio, este empuje empresarial es una aptitud buena y necesaria. Sin ella, las pequeñas empresas se hundirían, salvo las más afortunadas, puesto que resulta excesivamente difícil crear una. Sin la resistencia necesaria para seguir intentando crecer a pesar de las adversidades, las pequeñas empresas no superarían la fase inicial. Y no solo eso: es un requisito obvio que una empresa nueva crezca. Pero ¿cuánto? Cualquier persona ducha en los negocios sabe que crecer mucho y rápido es tan fatídico como no crecer en absoluto. Pero ¿cuándo hay que relajar la marcha, o parar incluso? La mayoría de los experimentados propietarios de una empresa dirán que nunca hay que relajarse ni dejar de crecer. (La excepción, claro está, es cuando una recesión económica obliga al crecimiento lento o al estancamiento. Pero ¿quién cree que esa es una buena circunstancia para los negocios?)

El consumidor adulto siente una necesidad parecida. Es posible que algunas personas, cuando se independizan de sus padres, se excedan comprando cosas que necesitan para su propia casa, pero lo cierto es que algunas son necesarias. Lo que yo descubrí a título personal, y lo que me convenció definitivamente para hacer el reto, fue que las compras nunca terminaban. Desde que Leanne y yo creamos un hogar propio, nunca dejé de comprar, y cada vez compraba más. Era como si crear un hogar no tuviese fin. Como si el verdadero concepto de «crear un hogar» entrañase una actividad periódica interminable y nulo descanso. ¿Cuándo es el momento de dejar de comprar tanto o por completo? La mayoría de vendedores y consumidores dirán que no existe el momento de dejar de comprar tanto, no digamos ya por completo. (En mi experiencia como consumidor, las únicas excepciones fueron cuando no teníamos el dinero para pagar, o el crédito —ni el estómago— para cargar las compras que queríamos en la tarjeta. Pero ¿qué consumidor piensa que no tener el dinero suficiente para comprar cuanto desee es una buena circunstancia?)

El mismo sentimiento de repetitividad me resultaba familiar como consumidor y también como empresario. El deseo en sí de poseer más y crecer aumentaba. No había un final a la vista.

Recuerdo la conversación que tuve un día con un colega empresario. Había vendido un par de empresas, dirigía otra y en su tiempo libre trabajaba en el sacerdocio fundando nuevas iglesias. Yo le comenté las distintas oportunidades de negocio en que andaba metido. Había otra oportunidad en el horizonte cercano. «Algún día —musité— espero tener solo una cosa entre manos y mucho tiempo libre.» «No lo conseguirás —repuso, muy seguro de sí mismo y de mí para mi gusto—. Yo he terminado por aceptarlo. Nosotros, los empresarios, no descansamos nunca.»

Lo que se espera del consumidor en el consumismo a la americana es que compre y compre y compre un poco más. Lo que se espera de una pequeña empresa en el capitalismo americano es que crezca y crezca y crezca un poco más. La expectativa es la misma, también. Tanto el comprador como el empresario actúan como si existiese un objetivo último, la felicidad, pero ninguno de los dos deja nunca de luchar por ella. Siempre queda alguna cosa más que comprar. Siempre queda algún beneficio más que obtener.

Sentí la necesidad de repensar mis objetivos como consumidor al mismo tiempo que reconsideraba los propósitos de mi vocación como empresario. Me gustaban las ideas de Bill McKibben sobre la creación de empresas y comunidades centradas en la «durabilidad» y no en el crecimiento. En su libro Deep Economy, afirma que estas empresas y comunidades «seguramente rinden menos, pero producen relaciones más enriquecedoras; seguramente crecen con menos rapidez, si es que crecen algo, pero compensan en durabilidad»i. Las cosas durables perduran. Eso es más de lo que muchos pueden decir hoy en día de sus bienes o empleos.

***

MI ESPÍRITU EMPRENDEDOR se manifestó pronto en mi vida. Repetí el primer curso de primaria debido a mi energía incansable y mi tendencia natural a resistir las estructuras de poder establecidas. Más tarde pasé por un colegio comunitario, una universidad pública, un instituto de estudios bíblicos y, finalmente, me gradué en una facultad de artes liberales. Mi educación, llamémosla «variada», en humanidades no apuntaba ni de lejos a la carrera profesional que acabaría ejerciendo, la tecnología. Sin embargo, el haber pasado por instituciones donde nunca me sentí cómodo sí auguraba mi deseo de hacer algo por mi cuenta, fuera de una empresa ya consolidada.

Lo cierto es que me convertí en un emprendedor la mañana de un lunes del año 2004 en un Starbucks. Mi colega Cory y yo llevábamos un año entero reuniéndonos un día a la semana para comentar nuestras vidas y quejarnos del trabajo. Aquella mañana me propuso que abriésemos un negocio. (¿Cuántos negocios se han gestado en un Starbucks? Unos cuantos, seguro. Puede que más de los que se hayan podido concebir espontáneamente en el garaje de casa, ¡a saber!) Yo trabajaba para la compañía de asesoramiento tecnológico de mi padre, sin la esperanza de encaminar mi carrera hacia un objetivo interesante o con futuro, y Cory también sufría la rutina diaria. Él tardaba más tiempo que yo en desplazarse a su trabajo, por lo que escuchaba más audiolibros que yo. Después de un año viajando muchas horas al día, se le acabaron los libros que quería escuchar. Descubrió que muchos de los títulos cristianos superventas que le gustaban no estaban en formato audiolibro. Su idea era abrir una editorial que llenase ese vacío en el mercado. Me gustó.

Dos días después, un miércoles por la mañana, entré en el despacho de mi jefe y le pedí trabajar solo media jornada. No fue una conversación fácil, pero tampoco demasiado difícil puesto que se trataba de mi padre, el cual, aunque estoy seguro de que le fastidió saber que no quería quedarme en su empresa para siempre, es un hombre atento y siempre ha respaldado mis planes. Además, lo cierto era que las cosas iban despacio en San Diego, y la mayoría de los clientes de mi padre estaban en el Área de la Bahía de San Francisco. El que yo trabajase media jornada no afectaría seriamente a la empresa.

Dos días después de la charla con mi padre, un viernes por la mañana, Cory y yo nos reunimos en el mismo Starbucks. Para crear cierto golpe de efecto, le comuniqué que había dejado mi empleo a tiempo completo. Creamos la empresa ese mismo día.

Nuestro primer plan de negocio lo trazamos en una servilleta de la cafetería (nos la tendríamos que haber quedado y enmarcado). No transcurrió más de una semana, sin embargo, antes de que me agenciara un diario y un lápiz para la tarea específica de plasmar sobre el papel estrategias y pautas a seguir. Se nos ocurrieron ideas muy descabelladas sobre lo que creímos que necesitábamos para abrir una empresa de audiolibros. Como Cory tenía una experiencia considerable en producción musical, pensó que grabar a alguien leyendo un libro sería coser y cantar, comparado con mezclar a toda una banda con múltiples instrumentos. Ya tenía dividida una parte de su garaje con capacidad para tres vehículos en un estudio de grabación y, mientras modificábamos esa pequeña zona para acomodarla al doblaje de voz, pronunció lo que acabaría siendo una broma recurrente durante cuatro años: «¿Será un trabajo duro?».

Durísimo. Y solo se trataba de la parte relativa a las grabaciones. Cuando estás grabando a una banda de rock estruendosa, el baterista y el bajista podrían tirarse pedos hasta agujerearse los pantalones, que ninguno de los oyentes se enteraría. Pero prueben a meter a un narrador de audiolibros en una sala de dos metros por dos y medio insonorizada como una tumba, y podrán oír hasta un parásito intestinal relamiéndose los labios. Nuestros primeros libros no son muy dignos de mención que digamos.

También fue muy duro el aspecto económico. De hecho, cuando pienso en aquellos tiempos, creo que aquella experiencia me ayudó a prepararme para la difícil tarea de reducir mis pertenencias a cien. Los empresarios deben hacer muchos sacrificios para perseguir sus aspiraciones. Leanne me apoyaba, y a menudo mostraba su cariñoso apoyo ideando recetas creativas de arroz y alubias. En los primeros dos años de ChristianAudio hubo momentos en que, literalmente, el dinero no nos alcanzaba. Llegamos incluso a vender algunas pertenencias para pagar las cuentas. Yo vendí mi bonita bicicleta de montaña Cannondale por mil dólares en eBay, lo que nos ayudó a cubrir un mes de hipoteca.

No obstante, nuestra idea comercial se escuchaba, de modo que sobrevivimos los primeros inevitables años duros. Durante los cuatro años y medio que ayudé a poner en marcha la empresa y desarrollarla, llegamos a ser una editorial respetable con doscientos títulos religiosos que otros editores habían pasado por alto en el mercado del audiolibro. ChristianAudio se convirtió en la primera fuente en internet de descargas de audiolibros en el mercado cristiano. Y, como muchos emprendedores, nos lo pasamos pipa además.

Sin embargo, a medida que ChristianAudio se consolidaba como empresa, sucedieron algunos cambios que me recordaron el carácter implacable del consumismo. Incluimos a otro socio que invirtió una importante suma de dinero en el negocio. Tenía el sentido comercial y el empuje necesarios para ayudarnos a superar los escollos iniciales y consolidarnos como empresa. Sin él, no estoy seguro de que ChristianAudio lo hubiera conseguido. Él ya había pasado por este proceso un par de veces con empresas de su propiedad, y aportó abundante conocimiento y una resolución imparable para hacer que ChristianAudio funcionase. Es más, ningún obstáculo iba a detenerle, y todo eran obstáculos; pero si no podía superarlos, se contentaba con atravesarlos. Era preciso hacer acopio de serenidad y paciencia en la carrera incesante del «cada vez más».

Reconozco que algunos interpretarán esto como una crítica a mí mismo. Yo no era capaz de vivir la vida de un empresario; al fin y al cabo, un empresario debe ser implacable. «O creces o mueres», como suele decirse en el mundo de los negocios. Crecer con unos beneficios del dos o tres por ciento se considera un fracaso. Disiento de esta actitud, pero el que yo estuviese de acuerdo o no era algo ajeno al asunto: trabajaba con otros socios e interlocutores para los cuales el «cada vez más» iba a misa. Fue entonces cuando comprendí que yo no había aceptado la realidad de que los empresarios nunca descansan. Es más, empecé a creer que si esto era así, el espíritu empresarial no iba conmigo.

Una persona no puede estar trabajando y descansando al mismo tiempo. No estoy diciendo que el trabajo deba ser una cosa reposada. Ojo, no defiendo un modelo de empresa para vagos, donde los empleados nunca se cansan porque el trabajo es como echarse una siestecilla. Hay personas que trabajan más duro y con mejores resultados que yo, pero a lo largo de mi carrera profesional he trabajado muchísimas jornadas completas, hasta altas horas de la noche y en fin de semana. He prescindido del ocio personal, sacrificado tiempo con mi familia y arriesgado nuestras finanzas en oportunidades de negocio. Soy un gran defensor del trabajo duro. Lo que digo es que el reto de las 100 cosas me hizo reflexionar sobre todos los aspectos de mi vida, no solo sobre los bienes materiales.

Me pregunté cómo estaba afectando a mi vida el hecho de tener demasiadas cosas. Inevitablemente, usé la misma fórmula para plantearme otras facetas de mi vida: ¿cómo estaba afectando a mi vida el exceso de trabajo? ¿Trabajaba más pero disfrutaba menos de la vida?

El planteamiento no se redujo a cuestionar el número de horas que trabajaba a diario. Del mismo modo que consideré todo lo que poseía y guardaba en el armario y en el garaje y me pregunté: «¿por -qué?, ¿por qué tengo todo esto y qué aporta a mi vida?», asimismo consideré las motivaciones de tener un negocio y trabajar tantas horas y me pregunté: «¿por qué?, ¿por qué me mato a trabajar y qué aporta esto a mi vida?».

Tener una meta es el motivo principal que nos impulsa a buscar un nuevo empleo o crear una empresa. Todos necesitamos sentir que destacamos en lo que hacemos. Durante varios años trabajé de captador en la empresa tecnológica de mi padre. Los captadores hablan de este asunto todo el tiempo. Según varios estudios, la motivación principal que empuja a alguien a dejar su trabajo es porque siente que no destaca en su puesto. El dinero es importante, pero para la mayoría de las personas (y ciertamente para los mejores) el dinero no es lo que más motiva.

Decidí asociarme con Cory para crear ChristianAudio porque, para la empresa de mi padre —a pesar de tener buenos clientes y ser generosa con los empleados—, marcar una diferencia significativa en el mundo no era prioritario. Hice mucho dinero con ella, pero también pasé mucho tiempo delante del espejo de nuestro dormitorio, intentando ver si podía justificar lo que hacía. Como con el tiempo ya no me fue posible mirarme y sentirme bien con mi trabajo, me hice empresario con el afán de dirigir una empresa creada para tal fin.

No obstante, aprendí algo curioso durante este trance empresarial. Cuanto más crecía ChristianAudio, cuanto más dinero amasábamos, cuanto mayor era nuestra presencia en el mercado y mayor nuestro reconocimiento en el ramo, más quería yo. Más duro, si cabe, fue decidir que rechazábamos la oportunidad de publicar una novela rosa cristiana solo porque este género literario no entraba en nuestra línea editorial. De hecho, desde el primer día dijimos que el floreciente mercado de la novela rosa cristiana quedaba descartado. Eso es lo que ChristianAudio no era. Nos distinguíamos por no publicar novelas rosa. Pero cuanto más crecía la empresa, más crecía mi capacidad para justificar razonadamente un giro con respecto a nuestra visión original. Por descontado, me dije, que publicamos libros serios y que siempre los publicaremos, pero también publicaremos algunos audiolibros «populares» para el mercado de masas, y así podremos ganar de verdad algo de dinero.

Ahora les ruego que lean esto con atención. Quiero compartir con los lectores algo sobre mí, sobre mi mente y mi corazón. Recuerden, no estoy abogando por ninguna clase de modelo de negocio altruista; eso se lo dejo a otros escritores más competentes. Les estoy contando mi experiencia personal como empresario. A medida que ChristianAudio crecía y yo me centraba poco a poco en un crecimiento cada vez mayor para la empresa, mi mente y mi corazón experimentaron cambios. Empecé a pensar no solo en el crecimiento de la empresa, sino en el mío propio como hombre de negocios. Y en mi creciente deseo de poseer los bienes materiales que un próspero hombre de negocios puede costearse.

Pocos años después de montar nuestro negocio, mis socios y yo recibimos una oferta de otra compañía interesada en comprar ChristianAudio. Mantuvimos conversaciones con los propietarios, hicimos números y les devolvimos la pelota con una oferta. Aquella misma semana mis socios y yo emprendimos un largo viaje a Ventura (California) para reunirnos con un posible distribuidor de nuestros audiolibros. En el coche comentamos y discutimos lo que la empresa en cuestión podría estar dispuesta a pagar por ChristianAudio. Yo fui el más optimista de los tres, el que concibió la cuantía más alta. Seguramente, mi cabeza ya había elaborado la larga lista de cosas que iba a comprar con ese dineral. Un coche nuevo. No un lujoso sedán, ni nada parecido; en realidad fantaseaba con comprarme un Subaru de segunda mano, pero un Subaru de segunda mano bonito. Y también pensé en la posibilidad de comprar otro perro, porque tenía muchas ganas de tener dos perros en vez de uno. Y más cosas para el equipo de acampada, como una tienda individual para las cuatro estaciones y una mochila más grande y botas con suela compatible con crampones, y crampones y piolets (aunque tenía que aprender a usarlos) y varios tipos de chaquetas para todo tipo de climas, y otros accesorios de aventura. Y unos prismáticos que viniesen a sustituir los que había vendido hacía años. Y un telescopio muy potente, lo bastante grande como para localizar las estrellas variables más diminutas. Y un software con un mapa de constelaciones que me ayudase a colocar el telescopio. Y una linterna con un filtro rojo para poder ver el telescopio en noches cerradas sin que las pupilas se dilaten, porque la luz roja no causa la dilatación de las pupilas. Y una cámara réflex digital nueva y algunos objetivos realmente caros. Y un trípode de basalto, que es de lo que están hechos los trípodes realmente ligeros, sólidos y caros. Y quizá alguna parcela y una casita en un estado verdaderamente oscuro como Nevada o, si ganábamos tanta pasta como para poder viajar en avión y no en coche, puede que hasta en un estado tan precioso como Montana. Y quizá un barco de pesca de seis metros por siete y medio de eslora que usaría para salir a pescar, pero también para surcar los mares y practicar para el barco de más de cincuenta metros que algún día compraría para la pesca de arrastre. Y puede que una pistola para defenderme de los piratas y practicar el tiro al blanco. E infinidad de libros, porque la gente que tiene armas pero no lee literatura es peligrosa.

Esta es la clase de rutina en la que caí, y de la que me costó mucho esfuerzo salir. No diré que todos aquellos sin excepción cuyas vidas son similares a la mía vayan a caer en la misma trampa, pero he conocido a muchos que me han acompañado por el mismo derrotero. Es la rutina del más y más. Por cierta razón de peso que no acabo de entender, «más» casi siempre me hace querer más. Y más de una cosa suele hacer que desee más de otra. El consumismo y la vida de empresario que experimenté fomentaron a partes iguales esta actitud del más y más en mi vida. El reto de las 100 cosas fue mi reacción contra el sentimiento de ser esclavo de los trastos. Los meses que dediqué a pensar en el reto y en prepararme para él, decidí que el espíritu empresarial, o el menos la clase de espíritu empresarial que yo conocía, no iba conmigo, y vendí mi capital propio en ChristianAudio.

He llegado a la conclusión de que la felicidad es una virtud a la que podemos aspirar, y no un estado que podamos alcanzar.

¿Cuál es la persona feliz? ¿La persona que lo tiene todo? ¿La persona que lo ha hecho todo? ¿La persona que ha llegado más lejos que nadie y ha conseguido más que nadie? Pues claro que no existe tal persona; eso lo sabemos todos. Ahora bien, intenten ir de compras con esta idea en mente. Intenten poner en marcha un negocio que acaba dando buenos ingresos con esta idea en mente. En caliente, no es tan fácil recordar que la felicidad es una cuestión de actitud, no un producto que se puede comprar.

Mi experiencia —acaso mi debilidad— me ha demostrado que si me dejo llevar por mis propios mecanismos tiendo al más y más. Si no me pongo freno, no dejaré de buscar satisfacciones a través de las compras o el trabajo. Mi tendencia natural es perseguir la felicidad, pero no consigo alcanzar la plenitud deseada de ninguna de las maneras; persigo el más y más a menos que decida descansar, contentarme con esos gozos que pueden ser míos. Y llegado a un punto, esto es lo que hice: decir basta.

Cuando decidí vender mi participación en la empresa de los audiolibros, dije basta al más y más del imperativo empresarial. La idea del reto de las 100 cosas fue mi manera de rechazar la fuerza (casi) imparable del consumismo.