Capítulo 6


14.45 h

Megan Gunther

LAS DOCE LETRAS formaban solo dos palabras —un nombre— en una pantalla repleta de muchas otras palabras sobre resultados de otras personas en el campus de la Universidad de Nueva York. Pero estas dos palabras —su nombre encabezando un enlace de la web Campus Juice— habían convertido las últimas tres horas en los ciento ochenta minutos más largos de su vida.

Megan cerró su portátil en cuanto la profesora Ellen Stein la pilló. Sin embargo, eso no fue óbice para que Stein le ordenara quedarse después de clase como escarmiento por si los demás estudiantes del seminario sucumbían a la tentación de desoír el debate a cambio de un material internáutico más interesante.

Para cuando Stein terminó de instruirla sobre la importancia de los debates en grupo y la investigación empírica que demostraba los efectos nocivos de realizar varias tareas simultáneas durante el aprendizaje, Megan ya llegaba tarde a su laboratorio de bioquímica. Podría haberse saltado una clase, pero los laboratorios contaban como el sesenta por ciento de la nota y no eran recuperables. Además, las escuelas de medicina tendrían en cuenta su nota en bioquímica. No, no podía saltarse el laboratorio. Y era imposible compaginar el ordenador con el vertido de líquidos y los experimentos con reacciones químicas sobre un mechero Bunsen.

Ahora finalmente iba de camino a su edificio en la calle 14, tres horas después de haber visto su nombre escrito en una página web que se promocionaba como la morada del cotilleo universitario más jugoso del país. Cruzó deprisa el vestíbulo, apretó el botón de llamada del ascensor y luego lo pulsó varias veces más mientras observaba como la lectura digital del ascensor se detenía en la planta baja. Mientras subía hasta la cuarta planta, sacó el portátil y las llaves de su bolso.

Metió una llave en el pomo de la puerta —nunca se preocupaba de los otros cerrojos— y la giró. Una vez en el piso, echó un vistazo a lo que antes había sido un cuarto vacío y ahora pertenecía a su compañera de piso.

Los padres de Megan habían justificado al principio la compra del piso de dos habitaciones como una inversión mientras Megan estudiaba la carrera, además de un sitio donde ellos podían quedarse cuando iban de visita a la ciudad. Pero con la economía deprimida y los alquileres de Manhattan aún por los cielos, la perspectiva de un dinerillo adicional pesó más que el deseo de los Gunther de tener habitación propia en la Gran Manzana: Megan debía tolerar a una compañera de piso después de todo. Heather había llamado el primer día que pusieron el anuncio en Craig’s List en mayo. Iba a trasladarse a la Universidad de Nueva York en otoño y parecía bastante normal, de modo que Megan confió en su instinto.

Lo cierto era que Heather resultaba fácil de tolerar. Ese día, como casi cualquier otro, al volver a casa Megan encontró la puerta de Heather cerrada y el piso en calma y en las mismas condiciones en que lo había dejado. Estuviese o no Heather en casa, ese era el estado usual de su piso compartido. A veces Megan deseaba que Heather saliera de su caparazón y empezase a tratar el piso como suyo también, pero hoy agradecía que su compañera estuviese recogida.

Una vez en su dormitorio, cerró la puerta, se dejó caer sobre la colcha amarillo claro y abrió el portátil. La conexión a la red inalámbrica se le antojó eterna. Una vez establecida finalmente la señal, abrió Internet Explorer, entró en la barra del historial y desplazó el cursor hacia abajo, hasta www.campusjuice.com.

Navegó por el tablón de anuncios de la Universidad de Nueva York. Todos los mensajes de la primera página eran nuevos; los habían colgado en las últimas tres horas. Hizo clic en el tablón, buscando su nombre otra vez. Lo que antes aparecía en la quinta página del foro estaba ya en la séptima. Estaba claro que la web era provechosa.

Desplazó el cursor hasta el hipervínculo con su nombre, respiró hondo e hizo clic.

11.10-12.00 Seminario sobre la vida y la muerte

12.30-15.00 Laboratorio de bioquímica

15.00-19.00 Pausa: ¿De vuelta a casa en la calle 14?

19.00-20.00 Spinning en Equinox

El horario era el suyo, incluidas sus clases de bicicleta en el gimnasio cinco veces a la semana. Quienquiera que hubiese colgado esa información conocía obviamente sus idas y venidas. También sabían dónde vivía, o por lo menos en qué calle. El breve mensaje era lo bastante detallado como para convencerla de que la última línea no era una exageración:

Megan Gunther, alguien está vigilando