CUANDO ELLIE TENÍA siete años, su padre volvió un día a casa con una venda en la sien.
Jerry Hatcher había estado más de un mes trabajando en el caso de una niña desaparecida. La familia llevaba más de treinta noches echando de menos a su hija y sabía desde hacía más de un mes que alguien la había visto por última vez en el parque Cypress con un adulto cuya descripción no les resultaba nada familiar.
El padre de Ellie se concentró en un sospechoso al que habían arrestado varias veces por exhibicionismo delante de niños en ese parque. El día del secuestro había faltado al trabajo y al siguiente también. Las pruebas no eran firmes, pero se trataba de un caso de gran repercusión. El padre de Ellie consiguió un mandamiento judicial y encontró el cuerpo de la niña desaparecida en un bidón para aceite enterrado bajo la nueva bañera del sospechoso.
Tres días después de comunicar la noticia a los padres de la niña, el detective Jerry Hatcher utilizó un verbo en pasado. No supo cómo llenar el silencio que se produjo cuando estaban sentados en el sofá mirando una fotografía enmarcada de su hija en segundo curso. «Todo el mundo me ha dicho que su hija tenía una sonrisa que iluminaba todo a su alrededor».
Fue una frase pronunciada con cariño. Quizá manida, pero bien intencionada. El padre de la víctima volcó la mesita del café y empujó a Jerry Hatcher, que se golpeó en la repisa de la chimenea. ¿Por qué? Porque había utilizado un verbo en pasado demasiado pronto.
Los recuerdos de Ellie estaban llenos de historias como aquella. Los padres de otros niños hablaban de las reuniones con sus clientes cuando volvían a casa. O de algún problema en la ruta de reparto. O de un duro interrogatorio a un testigo en un juicio. El padre de Ellie explicaba por qué llevaba una venda en la cabeza, y si en el relato aparecía una niña de ocho años enterrada en un bidón de aceite, no lo escatimaba.
Y, a pesar de que entonces no se daba cuenta, aprendía de esas historias. Ese día en concreto supo que no debía utilizar nunca un verbo en pasado. Incluso después de dar la noticia a los padres. Incluso después de la identificación oficial. Incluso después de que el cuerpo fuera enterrado. Hasta que la familia no empiece a usar los verbos en pasado, todo el mundo debe permanecer en el presente.
Por supuesto, las amigas de Chelsea hablaban en presente. No sabían que su cadáver yacía en una mesa de acero inoxidable en la oficina del forense.
ROGAN ENTRÓ EL primero en la comisaría del distrito 13, pasó por delante de los agentes de la recepción, de la sala de reuniones informativas y de dos celdas de tela metálica, y subió la estrecha escalera hasta la brigada de homicidios en el tercer piso. El prematuro comienzo del día había acabado. Los detectives iban y venían por la oficina, abarrotada con escritorios, sillas, archivadores y cajas de pruebas a la espera de ser catalogadas. Jack Chen, uno de los ayudantes civiles más jóvenes, estaba sentado en el mostrador de recepción.
Rogan le pidió que le trajera dos cafés y algo de bollería, y le entregó un billete de veinte dólares. Ellie le mostró tres dedos por encima del hombro de Rogan y le guiñó un ojo.
Rogan rodeó los escritorios, se dirigió hacia el rincón trasero de la oficina y recorrió el pasillo que conducía a tres salas de interrogatorios. Pasó las dos primeras puertas y mantuvo abierta la tercera para que entraran Stefanie, Jordan y Ellie. Al estar al final del pasillo, la número 3 era la que menos se utilizaba y la que estaba más presentable.
Solo había tres sillas alrededor de la pequeña mesa laminada que ocupaba el centro de la habitación. Dos a la izquierda y una a la derecha. Dos detectives, un sospechoso. Así se había distribuido el espacio.
Las chicas esperaron cohibidas hasta que Ellie les hizo un gesto hacia las sillas. Jordan y Stefanie se sentaron la una junto a la otra.
Empezaron diciendo sus nombres y fechas de nacimiento. Stefanie era la preocupada morena con coleta y cinta en el pelo. Jordan McLaughlin la de pelo negro corto y un tatuaje en la parte inferior de la espalda. Chelsea Hart era su amiga desaparecida.
Ellie apuntó los tres nombres en ese orden en un cuaderno de espiral e hizo un círculo alrededor del tercero. Las tres tenían diecinueve años.
Rogan dejó que empezara el interrogatorio.
—En el hotel habéis dicho que estabais en Nueva York en vacaciones de Semana Santa.
—Sí —corroboró Stefanie—. Llegamos el jueves. Se suponía que teníamos que irnos esta mañana. Chelsea no volvió al hotel anoche ni apareció cuando teníamos que ir al aeropuerto.
Jordan se revolvió en la silla. Era evidente que seguía obsesionada con aquel vuelo.
—¿Cuándo fue la última vez que visteis a Chelsea?
—Anoche. Bueno, esta mañana. Salimos hasta muy tarde.
—¿Y qué hicisteis?
Bajaron la vista a la mesa. Stefanie se miró las uñas pintadas de rojo nacarado y Jordan se mordió el labio inferior.
—Vuestra amiga ha desaparecido. Creo que podemos pasar por alto que estuvierais de bares.
—Fuimos de clubes. Salimos a las dos y media —Stefanie hizo una pausa y bajó la cabeza—. Chelsea se quedó.
Apuntó «2.30» en el cuaderno.
—¿Dónde se quedó? ¿En algún club en particular?
—Sí, en Pulse.
Estaba segura de que había oído hablar de aquel sitio, era uno de los locales enrollados más nuevos y en la onda, entre los muchos de Manhattan, aunque excesivamente moderno para que lo frecuentara ella.
—Está en el Meatpacking District, ¿verdad?
Las chicas asintieron.
—¿A qué otros clubes fuisteis?
—A ninguno —aseguró Stefanie moviendo la cabeza—. Solo a ese.
—¿Estás segura? ¿No entrasteis en alguno que hayas olvidado?
Las chicas negaron con la cabeza. Solo habían ido a uno.
—¿Fuisteis directas del hotel al club?
Las chicas empezaron a hablar a la vez, pero Jordan dejó que prosiguiera Stefanie.
—No, primero fuimos a cenar. A un restaurante en Little Italy. Espere, tengo el nombre —Stefanie metió la mano en un pequeño bolso negro, sacó un trozo de papel de calco amarillo arrugado y lo estiró—. Luna.
Ellie quería concretar una cronología básica de los hechos mientras las chicas estuvieran relativamente calmadas, antes de darles la noticia. Repasó con ellas las actividades del día anterior: comida en Norma's a las diez y media, visita al Museo de Arte Moderno a las doce y media, una copa en el bar del hotel a las cinco, vuelta a las habitaciones a las seis para prepararse, taxi al SoHo a las siete y cuarto, en el Luna a las ocho, a la mesa a las ocho y media, cena entre las nueve y las diez, salida a las once y paseo hasta el Pulse. Dos chicas se fueron a las dos y media. Chelsea se quedó.
Lo apuntó todo en el cuaderno. En algún momento de esa cronología el asesino la había encontrado.
—¿Estuvisteis solas todo el día?
Las dos asintieron.
—¿No hubo ningún chico?
Las dos negaron con la cabeza. Ellie no se lo tragó.
—Habladme del restaurante Luna. ¿Hablasteis con alguien allí?
—No, cenamos solas. Bueno, nos tomamos un par de chupitos con unos abogados en el bar, pero no volvimos a verlos después de sentarnos.
—¿No es posible que Chelsea le diera a alguno de ellos su número de teléfono y lo viera más tarde?
Stefanie meneó la cabeza.
—Imposible. Aquellos tipos tenían seguramente treinta años. Eran demasiado viejos para nosotras.
—¿Estás segura? —intervino Rogan—. Has dicho que os tomasteis dos chupitos con ellos.
—No estuvimos tonteando ni nada por el estilo. Chelsea les dio nombres falsos y les dijo que éramos modelos que íbamos a trabajar en una exhibición de coches. Sabían que les estábamos mintiendo.
Ellie siempre había pensado que el mundo del ligue en Nueva York era más propicio para los hombres que para las mujeres, pero aquellas chicas le estaban dando una imagen completamente diferente.
—¿Y qué me decís del club? ¿Conocisteis a alguien?
Las chicas se encogieron de hombros y se lanzaron miradas nerviosas hasta que Stefanie abrió la boca.
—Chelsea estuvo hablando con algunos chicos en una de las salas vip. Entramos las tres.
—¿Os dieron algún nombre?
—No.
Miró a Jordan, que meneó la cabeza.
—¿Nada? ¿Ni nombres? ¿Algún apodo?
—En esos sitios hay mucho ruido. Solo se dicen cosas como: «Un sitio muy enrollado, ¿has estado antes aquí?». Ese tipo de cosas, a menos que se salga para hablar de verdad.
—¿Salió Chelsea?
Las dos negaron con la cabeza.
—Muy bien. ¿Estuvo Chelsea con alguien en particular en la sala vip o en un grupo?
—Estuvo casi todo el tiempo con gente, pero habló con un chico cuando llegamos. El que nos metió en la sala vip.
—¿Puedes describirlo?
—Era alto, posiblemente medía más de uno ochenta. Con pelo lacio rubio. Guapo.
—Lo recuerdo bien —aseguró Jordan—. Chelsea estuvo con él unas dos horas, creo. Estuvieron bailando. Parecían muy apasionados y desenfrenados.
—Estaban flirteando —le recriminó Stefanie.
—Ya lo sé. Solo estoy diciendo que me fijé en ello.
—¿Así que lo viste bien? —preguntó Ellie.
Jordan asintió.
—Se parecía un poco a Zac Efron de mayor. Ya sabe, era más mono que guapo.
—¿Y dónde he podido ver a ese Zac?
—¿En High School Musical? ¿Hairspray? Sale en todas las revistas del corazón.
Ellie, que se sentía mucho mayor que hacía un minuto, intentó imaginar lo sencillo que le resultaría aquello si la gente que se conoce en los clubes de Manhattan intercambiaran nombres, como hace la gente normal. Tendría que llevarlas a un dibujante de retratos robot con la exigua esperanza de encontrar a alguien que aparentemente se parecía a un cachas adolescente que parecía mayor y que seguramente no tenía nada que ver con la muerte de Chelsea.
—Jordan, has dicho que Chelsea estuvo dos horas con ese chico. ¿La viste con alguien más?
Jordan negó con la cabeza, pero no Stefanie.
—Sí, cuando le dije que nos íbamos estaba bailando con otro chico, pero no le presté mucha atención, la verdad. Se estuvo metiendo conmigo por intentar llevarme a Chelsea. Dejé que eso me afectara y no debería de haberlo permitido. Tendría que haber conseguido que volviera con nosotras.
Jordan le aseguró que no era culpa suya y Ellie tuvo la impresión de que había repetido esas palabras muchas veces esa mañana.
—¿Recuerdas algo de él?
Stefanie soltó una risita.
—Sí, le apodé Duran Duran. Llevaba una de esas crestas falsas.
—¿Con mucha gomina en el medio?
—Sí. Iba vestido como una estrella retro de la MTV de los años ochenta: pantalones ajustados, corbata estrecha . . . ridículo.
—¿Y qué me dices de los datos básicos? ¿Altura, peso, edad?
—También era alto, aunque no tanto como el otro. Seguramente mediría uno ochenta. Era un poco mayor que nosotras, ¿veintitantos? Tenía el pelo castaño oscuro. Delgado, creo. No le presté mucha atención, pero quizá lo reconocería si volviera a verlo.
—Bueno, imagino que el modelito te distrajo —concedió Ellie con la esperanza de que un poco de humor la disuadiera de hacer otro comentario inducido por el sentimiento de culpa.
—Ah, Chelsea lo llamó Jake.
—¿Se llamaba Jake? —intentó puntualizar Ellie.
—No, se refería a Jake Gyllenhaal. Chelsea lo hace siempre. Si alguien se parece a un famoso, lo llama con su nombre. No pude verlo bien, pero, según Chelsea, se parecía a Jake Gyllenhaal.
Ellie entendió que un chico con ese aspecto —a pesar del modelito— atrajera la atención de una joven de diecinueve años de Indiana.
—Muy bien. Tenemos el chico del pelo lacio y a Jake, el mal vestido. ¿Recuerdas a alguien más?
—No.
—¿Y en el hotel? ¿Tiene novio Chelsea?
—No está aquí.
—¿Dónde está?
—En Indiana. Se fue a Cancún de vacaciones, pero volvió ayer para no perderse ninguna clase. ¡Dios mío! Va a flipar del todo cuando no nos vea en el avión.
—Ya te preocuparás de eso más tarde. ¿Cómo se llama?
—Mark, Mark Linton.
Dos palabras más para el cuaderno. No le importaba en absoluto que estuviera haciendo senderismo en la selva tropical del Amazonas. Hasta que comprobaran su paradero, el novio siempre era un sospechoso.
—¿Quién más?
Stefanie ladeó la cabeza, desconcertada por la pregunta y Jordan la miró con cara de enfado.
—¿Quién más aparte de Mark Linton? —repitió Ellie—. No están casados, ¿verdad?
—No están casados —replicó Stefanie a la defensiva—, pero salen juntos. Hace nueve meses. Es su novio, ¿vale? Estuvo bailando con unos chicos anoche, igual que nosotras.
—No pasa nada, perdona si te he ofendido. Pensaba que en la universidad la mayoría de la gente sigue teniendo varios novios. ¿Estáis bien? ¿Necesitáis ir al baño?
Jordan levantó la mano a la altura de la barbilla.
—El detective Jordan te acompañará.
Jordan pasó por delante de su amiga y siguió a Rogan mientras Ellie continuaba preguntándole por los datos básicos. Chelsea no tenía enemigos. Nadie la acechaba ni la perseguía. No había tenido ninguna sórdida aventura amorosa ni había habido drogas en sus vacaciones de Semana Santa. Los chicos del Pulse parecían inofensivos y, en cualquier caso, Chelsea no se habría ido con ninguno de ellos.
Solo querían divertirse en la ciudad. De hecho, antes de que la dejaran sola en el club, Chelsea le había dicho a Stefanie que era la mejor noche de su vida.
Cuando Rogan regresó con Jordan, le lanzó la mirada que esperaba.
—Muy bien, chicas. Habéis sido de gran ayuda. Vamos a hacer unas llamadas y nos pondremos en contacto con vosotras —Esperó a que la puerta se cerrara para preguntarle a su compañero en el pasillo—. ¿Y?
—¿Miss inocencia americana? ¡Y un cuerno!
Ellie chasqueó la lengua teatralmente.
—¡Por Dios, Jeffrey James! No seas tan cínico.
HECHOS. REALIDAD. LA verdad. Una cronología. Parece objetivo. Irrefutable. En negro sobre blanco.
Nunca lo es. A veces una historia cambia porque ha mentido un testigo, pero la mayoría de las veces es porque la historia tiene otra dimensión.
Según Rogan, no le había costado nada que Jordan confesara.
—La he parado al salir del servicio y le he dicho que me había fijado en la expresión de su cara cuando Stefanie insistía en que Chelsea solo tenía un novio. Me ha contestado con el habitual: «No voy a decir nada en contra de mi amiga».
—Y entonces le has comentado que si quiere que les ayudemos necesitamos saber la verdad.
Rogan asintió.
—Chelsea se estaba divirtiendo anoche. A tope. Para cuando se fueron estaban borrachas, seguramente Chelsea la que más. Y de vez en cuando hace locuras. Sale con ese novio, Mark Linton, pero eso no le impide flirtear con otros chicos a sus espaldas, o incluso en sus narices.
—¿Flirtear o ir a más?
—En eso no estaba tan segura. La ha visto hacérselo con otros en los bares, no anoche, en el pasado. Creo que sospecha que alguna vez las cosas van más allá, pero no lo sabe a ciencia cierta y no quería ser demasiado maliciosa dadas las circunstancias.
—No tenemos mucho tiempo antes de que esta historia se haga pública.
Los periodistas de sucesos siempre se las arreglaban para enterarse de los casos en los que la víctima era una joven cuya fotografía era perfecta para la primera plana. Si se añadía que era una turista en un moderno local nocturno del distrito festivo de Manhattan por excelencia, la historia de Chelsea Hart era irresistible.
—Y habrá que hablar con los padres antes de que el tonto del novio vaya al aeropuerto y vea que su chica no está en el avión. No nos queda más remedio que implicar al teniente.
La idea de que Dan Eckels colaborara en algo que tuviera que ver con Ellie era muy remota. Decir que no era su detective favorita era como asegurar que los Hatfield y los McCoy no eran los vecinos más unidos que existían.
—Al menos podrás comer algo antes de encontrarte con el Hacedor.
Jack Chen apareció por la esquina del pasillo con una bolsa con pasteles y una bandeja de cartón con tres cafés en vasos de plástico. Ellie sabía en qué delicatesen de la Tercera Avenida los había comprado. Cogió uno de los cafés y un pastel y una servilleta de la bolsa mientras Chen le entregaba cinco dólares y algunas monedas a Rogan. Este lo despidió con la mano y Chen le dio las gracias antes de irse a repartir el resto entre las chicas del final del pasillo.
Ellie tomó un necesitado sorbo de café solo.
—Vuelvo en diez minutos —se excusó Rogan.
—¿Dónde vas?
—A prepararlas para que ayuden a hacer un retrato robot —explicó indicando con un pulgar por encima del hombro—. Y tú vas a contarle a Eckels tu carrera matutina.