Capítulo 1


EL HOMBRE SE inclinó hacia adelante en el taburete para que la corpulenta pelirroja pudiera hacerse con las dos copas de pinot grigio que había pedido. Aprovechó que el camarero estaba cerca para pedir otra Heineken, seguro de que se la acabaría antes de que alguien se fijara en él.

Sabía cómo pasar inadvertido, incluso en los lugares más exclusivos, aunque, sin duda, dado el alboroto que se oía en el extremo de la barra, allí no iba a hacerse notar. Cuatro hombres con traje y el nudo de la corbata aflojado tomaban la segunda ronda de chupitos de limoncello con el grupo de chicas a las que había seguido hasta aquel local. En realidad no le interesaban las tres, solo la rubia alta.

Solía dedicar más tiempo a seleccionarlas, pero aquella noche necesitaba una mujer. Era la primera vez que se había fijado un programa, además muy apretado. NoLIta le había parecido un punto de partida tan bueno como cualquiera. Cantidad de bares, cantidad de alcohol y cantidad de gente guapa demasiado preocupada en divertirse como para fijarse en alguien como él.

Llevaba una media hora dando vueltas por el barrio cuando divisó al trío cruzando la calle Prince. Estaba claro que la rubia llevaba la batuta. Sus dos acompañantes no eran nada del otro mundo: una morena normalita con ropa normalita y la otra, pequeña y algo más interesante, llevaba el pelo negro cortado a cepillo y un llamativo vestido amarillo.

La que realmente llamaba la atención era la rubia, y lo sabía. Vestía pantalones negros ajustados y una escotada blusa sin mangas de satén rojo sobre un sujetador de realce que desafiaba la gravedad. Remataba el conjunto con una gargantilla en forma de uve, que más bien parecía una señal en forma de flecha que indicara: «Mira aquí». Tenía un pelo perfecto, largo y brillante, con rizos color platino.

Mientras pasaban por Mott se metió en la tienda Lord Willy, se entretuvo cerca de las camisas de etiqueta y después retomó su paso y las siguió unos quince metros, hasta que entraron en el bar del Luna. Por suerte, les hicieron esperar por la mesa que habían reservado para las ocho, con lo que tenía tiempo más que suficiente para estudiar bien a la rubia, antes de tomar una decisión.

Y lo que vio le gustó, mucho. Incluso tuvo oportunidad de hablar con ella cuando se separó de sus amigas para ir al baño. Había corrido un riesgo, pero sus dos acompañantes estaban tan entusiasmadas con los chicos del limoncello que no se percataron.

Se sintió ligeramente desilusionado cuando la maître les indicó que podían pasar. Entonces oyó una voz masculina: «Tomaos otro». Al parecer los jóvenes trajeados creían que invitándolas a beber conseguirían algo.

La chica del vestido amarillo le entregó el móvil a uno de ellos para que sacara una foto de las tres. Una vez hecha, las morenas fueron hacia la mesa despidiéndose de los proveedores de alcohol con un sucinto «gracias». Al menos, la rubia des dio un abrazo antes de seguirlas.

Tras su partida, el nivel de decibelios descendió considerablemente en el bar. El resto de clientes parecía aliviado, pero para él fue señal de que debía irse.

En Mott caminó hacia el norte en dirección Houston y se obligó a adoptar un ritmo pausado. Había aparcado a diez manzanas y las chicas tardarían al menos una hora en cenar.

Tenía tiempo de sobra.