Llovía. El viento golpeaba la ventana entreabierta de la habitación. Teresa se incorporó y la cerró bruscamente.
—Menuda tormenta se ha levantado. Sigamos. A ver, estos son los apuntes de Civil de la semana pasada, y tú, Ana, tienes que dejarme los de Penal del jueves.
—A mí me faltan los de Penal del martes —apuntó Pilar.
—Vale, esos los tengo yo también, te los paso.
Tras acabar de repartirse los apuntes, Teresa sacó de un cajón de la mesa un sobre blanco tamaño folio y se lo mostró a sus amigas.
—Mi padre me ha traído las bases para oposiciones a ordenanza de su mutualidad.
—¿Sigues con eso? —preguntó Ana.
—Pues sí. Y es que estoy pensando lo siguiente: estamos empezando tercero, nos quedan por tanto tres años de carrera. En el caso de que todo vaya bien y no suspenda nada, al acabar me tendré que poner a buscar trabajo, y al menos te tiras un año más hasta encontrar algo. Es decir, que hasta dentro de cuatro años estaré dependiendo de mis padres, pidiéndoles la paga para salir y hasta para comprarme las compresas. Pues no me apetece. Y eso en el caso de que encuentre rápido un trabajo, que yo no tengo padrinos en esto del Derecho. En cambio, si apruebo estas oposiciones tendré turno de funcionario, es decir, de ocho a tres, y me matricularé por las tardes en la facultad. Y cuando quiera podré independizarme y tener mi apartamento. Ya veré si os dejo que vengáis a usarlo de picadero...
—No sé, yo soy incapaz de estudiar y trabajar al mismo tiempo. Además, mi padre no me dejaría trabajar en nada: quiere que me centre en Derecho y que cuando acabe estudie oposiciones a notaría.
—Ya, claro, no nos engañemos, Ana: tú lo tienes muy fácil, tu padre es notario, con despacho. Y en el peor de los casos puedes ponerte a trabajar con él de lo que sea, de pasante. Pero yo no conozco a nadie. Y tú, Pilar, al menos tienes ya un primo con bufete.
—Hombre, reconozco que con mi padre lo tengo más fácil. De todos modos, no puedes hacer una carrera pensando que solo trabajarás si tienes un enchufe. En fin, ya nos contarás qué decides, pero me parece que estás haciendo el cuento de la lechera. En cuanto empieces a trabajar y a ganar dinero, por poco que sea, no te van a quedar ganas de ir por la tarde a la facultad. No sé, piénsatelo bien, que luego con los años te puedes arrepentir.
—Pues eso hago, pensármelo bien. No creas que no tengo mis dudas.
—Por cierto, ahora que hablabas de picaderos, ¿te acuerdas de la que se armó por tu culpa cuando mis padres descubrieron la funda de tu condón en su cuarto?
—¡Como para no acordarme! Estuviste meses reprochándomelo y casi sin hablarme.
—Toma, como ellos a mí. Y cada vez que me veían con un chico en la calle me preguntaban: ¿es ese?
—Por cierto, Zira —intervino Pilar—, eres la única que sigue con el novio de COU. ¡Lo que hace un chicle! Ya lleváis tres años, todo un récord.
—Sí, nos va bien. O eso creo.
—¿Qué dice él de que estudies las oposiciones?
—No dice nada, lo ve bien. A él le encanta lo suyo, económicas, y está conociendo a mucha gente.
—¿Chicas acaso?
—Calla, anda.
Las tres rieron.
—Descansemos un rato, vamos a escuchar algo de música.
Ana cogió un manojo de discos y comenzó a repasar los singles, cuidadosamente metidos en sus fundas de plástico. Se trataba de un revoltijo de estéticas que evidenciaba el paso de los años: Capitán de madera, de La Pandilla; Soy rebelde, de Jeannette; Desire, de Andy Gibb; Aline, de Christophe; Call Me, de Blondie; Big in Japan, de Alphaville; 99 red ballons, de Nena; Ballade pour Adeline, de Richard Clayderman...
—Aquí está —dijo. Colocó el single en el tocadiscos, un moderno equipo HIFI de Denon.
—¿Todavía escuchas esto? —se asombró Pilar.
—Sí, ya sabes que soy una romántica.
—Bueno, una romántica... Una ñoña, ¿no? Y un poco pasado ya. Pues yo aprovecho tu canción romántica para irme, ya tengo todos los apuntes, pero paso de estudiar hoy. ¿Os apuntáis esta tarde al cine? Estrenan Excalibur. Creo que está muy bien, hay escenas fuertes, nada de Richard Clayderman.
—Yo no. Me voy a quedar estudiando, que lo llevo fatal.
—No esperaba otra cosa de ti, empollona. ¿Y tú, Zira?
—Yo tampoco, Pilar, he quedado con Julián. Ya sabes, lo llevo colgado del brazo todo el día, como dices tú. Pero puedes llamar a ese rollo tuyo, e ir cogiditos de la mano. Y ya puestos, mejor id a ver Carros de fuego, que será más tranquila, a ver si con tanta escena subidita de Excalibur se os alarga la noche...
—Muy graciosa. Pues igual le llamo.
Pilar era la menos coqueta de las tres, la menos resultona. Estaba acostumbrada a ser la chica de segundo plato en las noches de bares y pavoneos. La chica a la que se acercan en las fiestas al final de la noche, cuando han fallado los entrantes y los primeros.
Pilar era de estatura media, morena de piel y de cabello. Tenía un rostro simpático marcado por una boca de labios gruesos y una nariz un tanto aguileñada que afeaba el conjunto. Algo rellenita de culo, iba siempre con jersey a la cadera, pues andaba un tanto acomplejada por ello. De pechos generosos, los escotes eran su mejor arma. Pero Pilar era siempre la que menos ansiedad demostraba por la falta de pareja; y tal vez por esa despreocupación no le habían faltado nunca pretendientes, aunque fuesen de última hora. La suya era la seguridad de ir siempre de segundo plato, lo que te asegura comensal a la mesa, aunque llegue con la comida servida o a los postres.
Ahora andaba enredada con un compañero de la facultad con el que compartía apuntes y alguna que otra noche en los asientos traseros del Escort de su padre. Un mod universitario, un burgués disfrazado a manera de juego, como casi todos los habitantes de las tribus urbanas. «No es mi novio, es un rollo, yo paso de líos, Teresa. Mira tú, todo el día con Julián colgando del brazo a todas partes. Ya habrá tiempo.» Esa era su manera de entender las cosas de pareja, tan jóvenes. Reivindicaba una conducta informal, moderna, distintiva. Últimamente vestía una desgastada capa verde, casi como su segunda piel, y llevaba la carpeta repleta de fotos de The Who, Madness y The Jam. Se había hecho con un walkman y no se quitaba los cascos de las orejas ni para sentarse en el váter.
—Ahí os dejo, chicas, que estudiéis mucho.
Se calzó su extraña gabardina, se puso sus cascos y se despidió de sus amigas tarareando en voz alta.
I’m going underground, going underground
Well the brass bands play and feet start to pound
Going underground, going underground.
A lo largo de su infancia y adolescencia las tres amigas habían cabalgado por todos los prototipos pandilleros de cada momento. Primero el de colegialas, jugando a ser Darrel, Sally y Alicia, las aventureras de Torres de Malory. Luego las novias de los T-Birds: Ana queriendo ser Sandy; Pilar, Rizzo y Teresa... Teresa quería ser Sandy y Danny Zuko, los dos a un tiempo. Héroes en aquella escena final del musical de moda. Quería ser Sandy cuando tira el cigarrillo al suelo y lo pisa con sus altos tacones, y empuja a Zuko con el pie, y se vuelve, y le da la espalda mostrándole su trasero ajustado, enlutado en cuero negro, duro, hermoso, deseable. Quería ser Zuko cuando mueve sus caderas. Chulo, macarra, sencillo al tiempo; simple, terriblemente atractivo.
I got chills, they’re multiplyin’, and I’m losin’ control
Cause the power you’re supplyin’, it’s electrifyin’.
Las tres imitaban aquella escena en sus tardes alargadas de guateques primerizos. Esos de beso americano y poco más. La mano por debajo de la blusa o de la falda, lo justo.
You’re the one that I want, you are the one I want, ooh ooh ooh, honey.
The one that I want, you are the one I want, ooh ooh ooh, honey.
Luego fueron chicas de facultad. De las que empezaban a marcar caminos diferentes, como cuando los chicos, de críos, delineaban con las manos las carreteras para las chapas. Cada uno su camino, con sus curvas, sus rectas, sus metas.
Chicas de facultad que se reían con Porky’s y que despotricaban de Porky’s. Que amaban a Kevin Costner y rompían los pósteres de los ídolos colegiales. Chicas de cadenita y cruz al cuello, dorada, desde la infancia, pero que no saben ya de salve ni de credo. Niñas de prototipo social bien definido.