El desarrollo sostenible es un concepto básico para nuestra era. Es tanto una forma de entender el mundo como un método para resolver los problemas globales. Los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) guiarán la diplomacia económica mundial de la próxima generación. Este libro ofrece una introducción a este fascinante y activo campo de pensamiento y acción.
El punto de partida es nuestro superpoblado planeta. Actualmente viven en él 7.200 millones de personas, aproximadamente nueve veces los 800 millones de personas que albergaba en 1750, al comienzo de la Revolución Industrial. La población mundial sigue aumentando a gran velocidad, en unos 75 millones de personas por año. En la década de 2020 habrá 8.000 millones de personas, y tal vez 9.000 millones a comienzos de la década de 2040 (Sustainable Development Solutions Network [SDSN], 2013a, 2, 5).
Todos estos miles de millones de personas tratan de encontrar un lugar dentro de la economía mundial. Los pobres luchan por conseguir el alimento, el agua, la atención sanitaria y el cobijo que necesitan para su mera supervivencia. Aquellos que se encuentran apenas por encima del umbral de la pobreza tratan de garantizar un futuro mejor y más próspero para sus hijos. Los ciudadanos de los países de ingresos altos esperan que los avances tecnológicos se traduzcan en niveles aún mayores de bienestar para ellos mismos y sus familias. Parece que entre los superricos también hay empujones por hacerse con un lugar en la lista de los más ricos del mundo.
En resumen, 7.200 millones de personas tratan de progresar económicamente. Lo hacen en una economía mundial cada vez más interconectada a través del comercio, las finanzas, las tecnologías, los flujos de producción, las migraciones y las redes sociales. Con una producción estimada en 90 billones de dólares anuales (cifra conocida como el Producto Mundial Bruto, o PMB), la economía mundial ha alcanzado una escala sin precedentes (SDSN, 2013a, 2). A nivel puramente estadístico, esa cifra es al menos 200 veces mayor que en 1750. En realidad, la comparación apenas tiene sentido, pues buena parte de la economía mundial actual consiste en bienes y servicios que no existían siquiera hace 250 años.
Lo que sí sabemos es que la economía mundial es gigantesca, que crece a gran velocidad (a una tasa del 3-4 por ciento anual), y que sus ingresos se hallan muy desigualmente distribuidos tanto entre países como dentro de cada país. El nuestro es un mundo inmensamente rico y a la vez extremadamente pobre: miles de millones de personas disfrutan de una longevidad y una salud inimaginables para generaciones previas, y al mismo tiempo al menos mil millones de personas viven en una pobreza tan abyecta que deben luchar diariamente por la supervivencia. Los más pobres entre los pobres se enfrentan cada día a la muerte por insuficiencias alimentarias, falta de asistencia médica, deficiencias de vivienda y falta de acceso al agua y al saneamiento.
La economía no sólo es notoriamente desigual sino que también supone una amenaza importante para el propio planeta Tierra. Como todas las especies vivas, la humanidad depende de la naturaleza para obtener alimento, agua y otros materiales necesarios para la supervivencia, así como para protegerse de amenazas ambientales como las epidemias y las catástrofes naturales. Pero lo cierto es que para ser una especie que depende de la generosidad de la naturaleza, o de lo que los científicos llaman «servicios ambientales», no estamos contribuyendo demasiado a proteger la base física de nuestra propia supervivencia. La gigantesca economía mundial está provocando una gigantesca crisis ambiental, capaz de amenazar la vida y el bienestar de miles de millones de personas, así como la supervivencia de millones de otras especies del planeta, si no la nuestra propia.
Tal como veremos, las amenazas ambientales surgen en distintos frentes. La humanidad está cambiando el clima del planeta, la disponibilidad de agua dulce, la química de los océanos y los hábitats de otras especies. Estos impactos son tan importantes que el planeta experimenta actualmente alteraciones incuestionables en algunos procesos básicos de los que depende la vida, como los ciclos del agua, del nitrógeno y del carbono. No conocemos la escala, la evolución ni las implicaciones precisas de estos cambios, pero sí sabemos lo suficiente para comprender que son extremadamente peligrosos y desconocidos a lo largo de los 10.000 años de historia de la civilización.
Llegamos así a la cuestión del desarrollo sostenible. Como proyecto intelectual, el desarrollo sostenible pretende comprender las interacciones entre tres sistemas complejos: la economía mundial, la sociedad global y el medio ambiente físico de la Tierra. ¿Cómo evoluciona con el tiempo una economía de 7.200 millones de personas y un producto mundial bruto de 90 billones de dólares? ¿Cuál es la causa del crecimiento económico? ¿Por qué sigue habiendo pobreza? ¿Qué ocurre cuando miles de millones de personas se ven repentinamente interconectadas por el comercio, la tecnología, las finanzas y las redes sociales? ¿Cómo funciona una sociedad global marcada por tales desigualdades de ingresos, riqueza y poder? ¿Pueden los pobres escapar a su destino? ¿Pueden la confianza y la comprensión humanas superar las barreras de la clase y el poder? ¿Qué ocurre cuando la economía mundial avanza en rumbo de colisión con el medio ambiente físico? ¿Hay modo de cambiar de rumbo, de combinar el desarrollo económico con la sostenibilidad ambiental?
El desarrollo sostenible implica también un enfoque normativo sobre el planeta, en el sentido de que recomienda una serie de objetivos a los que el mundo debería aspirar. Los países se disponen a aprobar los ODS precisamente como guía para el desarrollo futuro de la economía y la sociedad en el planeta. En este aspecto normativo (o ético), el desarrollo sostenible pretende construir un mundo donde el progreso económico esté lo más extendido posible; la pobreza extrema sea eliminada; la confianza social encuentre apoyo en políticas orientadas al refuerzo de las comunidades; y el medio ambiente esté protegido frente a degradaciones inducidas por el hombre. Debe subrayarse que el desarrollo sostenible sugiere un enfoque holístico, en el sentido de que la sociedad debe perseguir simultáneamente objetivos económicos, sociales y ambientales. Estas ideas se resumen habitualmente diciendo que los ODS promueven un crecimiento económico socialmente inclusivo y ambientalmente sostenible.
Para alcanzar los objetivos económicos, sociales y ambientales de los ODS, es preciso alcanzar un cuarto objetivo: buena gobernanza. Los gobiernos deben garantizar muchas funciones básicas para que las sociedades puedan prosperar. Algunas de estas funciones básicas del gobierno son la prestación de servicios sociales básicos como la sanidad y la educación; la provisión de infraestructuras como carreteras, puertos y suministro eléctrico; la protección de las personas frente al crimen y la violencia; la promoción de la ciencia básica y las nuevas tecnologías; y la introducción de reglamentaciones de protección del medio ambiente. Por supuesto, esta lista cubre sólo una pequeña parte de lo que las personas de todo el mundo esperan de sus gobiernos. Y a menudo lo que obtienen es justo lo contrario: corrupción, guerra y carencias de servicios públicos.
En el mundo actual, la buena gobernanza no se limita a los gobiernos. Las empresas multinacionales son a menudo los actores más poderosos. Nuestro bienestar depende de que estas poderosas empresas cumplan la ley, respeten el medio ambiente y ayuden a las comunidades en las que operan, en especial para erradicar la pobreza extrema. Igual que ocurre con los gobiernos, sin embargo, a menudo la realidad es la contraria. Las multinacionales son a menudo las responsables de la corrupción pública al ofrecer sobornos a funcionarios con el fin de inclinar reglamentaciones o políticas fiscales en su favor, de realizar operaciones de evasión fiscal o lavado de dinero, o de perpetrar daños irreparables en el medio ambiente.
En consecuencia, el aspecto normativo del proyecto del desarrollo sostenible se orienta hacia cuatro objetivos definitorios de una buena sociedad: la prosperidad económica; la inclusión y la cohesión social; la sostenibilidad ambiental; y la buena gobernanza por parte de los principales actores, entre ellos los gobiernos y las empresas. Son objetivos ambiciosos, y no son pocos los obstáculos que se oponen al logro del desarrollo sostenible en la práctica. Pero también es mucho lo que se puede ganar. Hacer realidad el desarrollo sostenible en nuestro planeta superpoblado, desigual y degradado es el reto más importante al que se enfrenta nuestra generación. Los ODS deben ser la brújula y la estrella polar del desarrollo del planeta en el futuro, desde 2015 hasta mediados de siglo.
Antes de seguir, permítanme que avance un breve resumen del concepto del desarrollo sostenible. El término «sostenible» se ha venido aplicando desde hace largo tiempo a los ecosistemas. Los gestores pesqueros, por ejemplo, usan desde hace tiempo el concepto de la «máxima producción sostenible» para referirse a la máxima captura pesquera anual compatible con el mantenimiento de una población piscícola estable. El reto de mantener la sostenibilidad en un contexto de crecimiento económico y desarrollo fue planteado por primera vez a nivel global en 1972, en el marco de la Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Medio Humano celebrada en Estocolmo. Aquel mismo año, el bestseller Los límites del crecimiento: informe al Club de Roma sobre el predicamento de la humanidad (Fondo de Cultura Económica, 1972), sostuvo de forma convincente que si el crecimiento económico seguía como hasta entonces terminaría por exceder los límites de los recursos de la Tierra y llevar al colapso.
Aunque la atención mundial estuviera centrada en el desarrollo sostenible ya desde 1972, la expresión en sí no se introdujo hasta ocho años más tarde, en un influyente informe titulado «Estrategia Mundial para la Conservación: La conservación de los recursos vivos para el logro de un desarrollo sostenible» (1980). Este informe pionero señalaba en su prefacio:
[...] En su búsqueda del desarrollo económico y el goce de los recursos naturales, los seres humanos deben asumir la realidad de la limitación de los recursos y de la capacidad de los ecosistemas, y deben tomar en consideración las necesidades de las generaciones futuras.
El objetivo del documento era «contribuir a la promoción del desarrollo sostenible a través de la conservación de los recursos vivos» (iv).
La expresión fue posteriormente adoptada y popularizada por el informe de la Comisión sobre el Medio Ambiente y el Desarrollo de las Naciones Unidas, popularmente conocido por el nombre de su presidenta, Gro Harlem Brundtland. La Comisión Brundtland ofreció una definición clásica del concepto de desarrollo sostenible que se seguiría empleando durante los siguientes veinticinco años:
Desarrollo sostenible es aquel que satisface las necesidades del presente sin comprometer la capacidad de las futuras generaciones para satisfacer las propias. (Brundtland, 1987, 41)
Esta concepción «intergeneracional» del desarrollo sostenible fue ampliamente adoptada y la Cumbre para la Tierra de Río la hizo suya en 1992. Uno de los principios básicos de la Declaración de Río fue que «el desarrollo debe ejercerse de forma tal que responda equitativamente a las necesidades de desarrollo y ambientales de las generaciones presentes y futuras».
Con el tiempo, la definición del desarrollo sostenible evolucionó hacia un enfoque más práctico, menos centrado en las necesidades intergeneracionales y más holístico, que enlazaba el desarrollo económico, la inclusión social y la sostenibilidad ambiental. En 2002, el Plan de Aplicación de la Cumbre Mundial sobre el Desarrollo Sostenible (WSSD, por sus siglas en inglés) de Johannesburgo hablaba de «la integración de los tres componentes del desarrollo sostenible —el crecimiento económico, el desarrollo social y la protección del medio ambiente—, pilares interdependientes que se refuerzan mutuamente» (Cumbre Mundial sobre el Desarrollo Sostenible, 2002, 2). El concepto de la justicia intergeneracional se mantiene pero ocupa ahora una posición secundaria en relación con el énfasis en el desarrollo holístico que incluye objetivos económicos, sociales y ambientales.
En el vigésimo aniversario de la Cumbre de Río se volvió a insistir en esta visión tripartita del desarrollo sostenible. En el documento final de la cumbre Río+20 («El futuro que queremos») el objetivo del desarrollo sostenible era descrito del siguiente modo:
Reafirmamos también que es necesario lograr el desarrollo sostenible promoviendo un crecimiento sostenido, inclusivo y equitativo, creando mayores oportunidades para todos, reduciendo las desigualdades, mejorando los niveles de vida básicos, fomentando el desarrollo social equitativo y la inclusión, y promoviendo la ordenación integrada y sostenible de los recursos naturales y los ecosistemas, que contribuye, entre otras cosas, al desarrollo económico, social y humano y facilita al mismo tiempo la conservación, la regeneración, el restablecimiento y la resiliencia de los ecosistemas frente a los problemas nuevos y en ciernes. (Asamblea General de las Naciones Unidas 2012, párrafo 4)
Los ODS que señalaba el documento debían basarse también en el mismo esquema tripartito. Tal como se anunciaba en «El futuro que queremos»:
Los objetivos deben guardar relación con las tres dimensiones del desarrollo sostenible y sus interrelaciones e incorporarlas de forma equilibrada... También recalcamos que los objetivos de desarrollo sostenible deben estar orientados a la acción, ser concisos y fáciles de comunicar, limitados en su número y ambiciosos, tener un carácter global y ser universalmente aplicables a todos los países, teniendo en cuenta las diferentes realidades, capacidad y niveles de desarrollo nacionales y respetando las políticas y prioridades nacionales... Los gobiernos deben impulsar la labor conexa, con la participación activa de todos los interesados, según proceda (Asamblea General de las Naciones Unidas, 2012, párrafo, 246-247).
Examinaré los ODS con más detalle en el capítulo final. Entretanto, emplearé el concepto de desarrollo sostenible en el sentido actual de un marco normativo con tres dimensiones: el desarrollo económico, la inclusión social y la sostenibilidad medioamiental. Por otro lado, también me referiré al desarrollo sostenible como un marco analítico de estudio orientado a la explicación y predicción de las interacciones complejas y no lineales que existen entre los sistemas humanos y naturales. A continuación me referiré a este sentido analítico del término.
Además de un concepto normativo (ético), el desarrollo sostenible es también una ciencia que estudia sistemas complejos. Un sistema es un grupo de componentes que interactúan entre ellos y que juntamente con las reglas que gobiernan dichas interacciones constituyen un todo interconectado. El cerebro es un sistema de neuronas que interactúan entre ellas; el cuerpo humano es un sistema de unos 10 billones de células individuales que interactúan entre ellas de forma sistemática en el marco de varios sistemas orgánicos (sistema circulatorio, sistema nervioso, sistema digestivo, etc.); la célula misma es un sistema de orgánulos; la economía es un sistema de millones de individuos y empresas enlazados por mercados, contratos, leyes, servicios públicos y regulaciones.
Calificamos todos estos sistemas de complejos porque sus interacciones dan lugar a comportamientos y patrones que no resultan fáciles de discernir de los componentes subyacentes mismos. El cerebro consciente no puede reducirse a una lista de neuronas y neurotransmisores; funciones como la conciencia dependen de interacciones altamente complejas entre las neuronas componentes. Una célula viva es más que una suma de núcleo, ribosomas y demás componentes; los sistemas del metabolismo, la expresión génica, etc., dependen de interacciones altamente complejas entre sus componentes. Una economía en crecimiento es más que la suma de las empresas y los trabajadores que la componen. Los científicos que estudian la complejidad hablan de propiedades emergentes de un sistema complejo para referirse a aquellas características que emergen de las interacciones de sus componentes y dan lugar a algo «que excede a la suma de las partes».
Los sistemas complejos tienen muchas características imprevistas. A menudo responden de modo no lineal a los cambios o las crisis, de tal modo que un cambio menor en los componentes del sistema puede ocasionar un cambio importante, tal vez incluso catastrófico en el funcionamiento del sistema en su conjunto. Un cambio pequeño en la química de una célula puede causar su muerte; un cambio pequeño en el entorno físico puede dar origen a un conjunto de cambios importantes y en cascada en relación con la abundancia relativa de especies en dicho entorno. La bancarrota de una sola entidad puede dar lugar a un pánico financiero y a una recesión a escala mundial, como ocurrió con la quiebra del banco de inversión Lehman Brothers en septiembre de 2008. La quiebra de un solo banco, una sola infección, o un leve cambio en la temperatura de la Tierra puede disparar una reacción en cadena, un proceso de realimentación positiva de consecuencias imprevisibles.
El desarrollo sostenible implica no sólo a uno sino a cuatro sistemas complejos en interacción entre sí. Va asociado a la economía global, que actualmente llega hasta todos los rincones del mundo; trata acerca de interacciones sociales relacionadas con la confianza, la ética, la desigualdad, así como con las redes de apoyo comunitario (incluidas las nuevas comunidades globales online generadas por las recientes revoluciones en las tecnologías de la información y la comunicación, conocidas como TIC); analiza los cambios en sistemas complejos de la Tierra como el clima y los ecosistemas; y estudia problemas de gobernanza, incluido el comportamiento de los gobiernos y las empresas. Cada uno de estos sistemas complejos —económico, social, ambiental y de gobernanza— exhibe de forma muy prominente las especiales propiedades de esta clase de sistemas, como los comportamientos emergentes y las fuertes dinámicas de carácter no lineal (incluidos los procesos de expansión y contracción).
Los sistemas complejos requieren a su vez una cierta complejidad de pensamiento. Es un error pensar que los problemas de desarrollo sostenible del mundo pueden resolverse con una sola idea o solución. Un fenómeno complejo como la pobreza en un contexto de abundancia obedece a muchas causas que se resisten a un diagnóstico o prescripción simple, igual que ocurre con los problemas ambientales o con las comunidades rotas por la desconfianza y la violencia. Los médicos están formados para comprender y responder al sistema complejo que se conoce como el cuerpo humano. Los médicos saben perfectamente que una fiebre o un dolor pueden tener innumerables causas. Parte del trabajo de un médico experimentado consiste en ofrecer un diagnóstico de la causa específica de una fiebre en un paciente en particular. Un especialista experimentado en desarrollo sostenible debe ser un experto en sistemas complejos en un sentido parecido, capaz de reconocer la complejidad de las cuestiones bajo estudio y de realizar un diagnóstico específico para cada caso específico.
El maglev de Shanghái (figura 1.1) es un logro tecnológico notable, capaz de transportar a personas a velocidades superiores a los 300 kilómetros por hora entre la ciudad de Shanghái y su aeropuerto internacional. Es fruto del esfuerzo coordinado de empresas europeas y chinas y lleva una década en funcionamiento. Es un ejemplo de cómo las nuevas tecnologías pueden contribuir a hacer posible el desarrollo sostenible mediante la mejora de los servicios de transporte y de la eficiencia energética, facilitando así la transición hacia un sistema energético limpio y bajo en carbono. A diferencia de generaciones previas de ferrocarriles, el Maglev está alimentado con electricidad en lugar de carbón o petróleo. En la medida en que esa electricidad se genere a partir de fuentes primarias bajas en carbono, en lugar de la generación eléctrica basada en carbón actualmente dominante en China, el ferrocarril eléctrico también promoverá la transición de los combustibles fósiles a fuentes energéticas más seguras y bajas en carbono, como la energía eólica y solar (que contaminan mucho menos y no contribuyen al cambio climático inducido por el hombre, como veremos más adelante).
FIGURA 1.1 El tren maglev de Shanghái
«The Shanghai Transrapid maglev train», Lars Plougmann, Flickr, CC BY-SA 2.0.
A lo largo de este estudio sobre el desarrollo sostenible nos fijaremos en tres aspectos de la tecnología. En primer lugar, los avances tecnológicos son uno de los principales factores del crecimiento económico global a largo plazo. El rápido crecimiento de la economía mundial desde 1750 es el resultado de años de avances tecnológicos, entre ellos el motor de vapor y el transporte basado en el vapor, el motor de combustión interna, la electrificación, la química industrial, la agronomía científica, la aviación, la energía nuclear y las TIC. Sin esos avances, tanto la economía como la población mundiales hubieran dejado de crecer hace mucho tiempo.
En segundo lugar, los avances tecnológicos tienen a menudo efectos colaterales negativos, aun cuando los efectos directos sean enormemente positivos. La quema de carbón es a un tiempo el emblema de la Revolución Industrial y la raíz de nuestra actual crisis ambiental. Puede decirse que el carbón hizo posible la civilización moderna, a través de la invención del motor de vapor y de la explotación de los combustibles fósiles como fuerza motriz. Sin embargo, el carbón es usado actualmente a tal escala, y con efectos secundarios tan perniciosos, que supone un peligro para la propia civilización. En 2010, la humanidad emitió 14.000 millones de toneladas de dióxido de carbono (CO2) mediante la quema de carbón, cerca de la mitad de las emisiones totales de CO2 del mundo derivadas de los combustibles fósiles. Si no se abandona el uso del carbón o se desarrollan nuevas tecnologías (como la captura y el secuestro de carbono, que examinaremos más adelante), el daño causado al planeta y a la economía global será terrible.
En tercer lugar, el avance tecnológico se halla, al menos hasta cierto punto, bajo control humano. A veces este avance se presenta como si se tratara de una gran lotería, determinada por la suerte del hallazgo o por el talento de inventores y científicos individuales. Otras veces, el avance tecnológico es descrito como una mera consecuencia de las demandas del mercado. Las empresas invierten en investigación y desarrollo (I+D) para incrementar sus beneficios. En consecuencia, la investigación tiende a centrarse en los objetivos más valiosos para el mercado, que no tienen por qué coincidir necesariamente con los más cruciales para los pobres o para el medio ambiente. Existe sin embargo otra posibilidad en relación con el avance tecnológico, a saber: es posible orientarlo hacia fines humanos mediante una interacción deliberada de iniciativas públicas y privadas alrededor de objetivos concretos.
Estamos acostumbrados a pensar que los gobiernos promueven el avance tecnológico por «razones de Estado», o lo que es lo mismo, con fines militares. Los gobiernos llevan largo tiempo contratando a ingenieros e inventores para que diseñen y construyan nuevas armas y nuevas defensas, muchas de las cuales suponen grandes avances tecnológicos. La primera guerra mundial conllevó grandes avances en el campo de la aviación; la segunda guerra mundial trajo avances importantes en informática, radar, semiconductores, cohetes, antibióticos, comunicaciones, entre muchos otros avances derivados de investigaciones promovidas por el Estado. Uno de ellos fue el Proyecto Manhattan, que reunió a algunos de los mejores físicos del mundo en Estados Unidos para diseñar y construir las primeras bombas atómicas.
Por supuesto, sería mucho mejor que los avances tecnológicos se alcanzaran por medios pacíficos. Y en efecto existe un historial nada desdeñable de avances tecnológicos civiles con financiación gubernamental (aunque a menudo estos gobiernos también tenían fines militares en perspectiva para estos proyectos). En décadas recientes, internet, la tecnología de la información, la aviación, la tecnología espacial (p. ej., los sistemas de posicionamiento global), la genómica, la nanotecnología y muchas otras áreas de desarrollo tecnológico deben sus progresos en buena medida al apoyo de los gobiernos. En la era del desarrollo sostenible, necesitaremos esa clase de cambio tecnológico dirigido para desarrollar nuevas tecnologías orientadas a proporcionar energía, transporte, construcción, alimentación, sanidad, educación y muchas otras cosas de forma sostenible. Los gobiernos deberán recurrir a toda clase de instrumentos para promover las innovaciones en las direcciones señaladas, entre ellos la I+D con fondos públicos, la investigación directa en laboratorios públicos, la regulación, la creación de premios para la invención, y la modificación de las leyes de patentes (p. ej., para promover la I+D en relación con ciertas enfermedades).
El desarrollo sostenible es una forma de entender el mundo como interacción compleja entre sistemas económicos, sociales, ambientales y políticos. Pero también es una visión normativa o ética del mundo, una forma de definir los objetivos de una sociedad bien ordenada, una sociedad que se preocupa tanto por el bienestar de sus ciudadanos actuales como por el de las generaciones futuras. La idea básica del desarrollo sostenible en este sentido normativo es que debemos adoptar una visión holista de aquello en que consiste una buena sociedad. La respuesta fácil de muchas personas es decir que una buena sociedad es una sociedad rica, una sociedad donde el incremento de los ingresos es el fin último de la vida económica y política. Pero una visión así resulta manifiestamente limitada. Imaginemos una sociedad donde los ciudadanos tuvieran una riqueza media elevada, pero sólo porque una persona fuera extraordinariamente rica mientras que las demás fueran en realidad muy pobres. La mayoría de las personas no la verían como una sociedad atractiva, ni como una sociedad que se preocupara por el bienestar de sus ciudadanos. La gente no se fija únicamente en los ingresos medios, sino también en la distribución de esos ingresos.
Existen al menos cinco tipos de problemas en relación con la distribución del bienestar. El primero es la pobreza extrema. ¿Existen aún personas en situación de pobreza extrema en un contexto de abundancia? El segundo es la desigualdad. ¿Existe una gran distancia entre los ricos y los pobres? El tercero es la movilidad social. ¿Puede una persona pobre aspirar al éxito económico en el futuro, o existen barreras prácticas al ascenso social? El cuarto es la discriminación. ¿Hay personas en situación de desventaja dentro del grupo en razón de su identidad, como por ejemplo las mujeres, las minorías raciales y religiosas, o las poblaciones indígenas? El quinto es la cohesión social. ¿Está minada la sociedad por la desconfianza, los antagonismos, el cinismo y la ausencia de códigos morales compartidos? El desarrollo sostenido se enfrenta también a esas cuestiones y promueve que las sociedades se pongan por objetivo la erradicación de la pobreza extrema; la reducción de las grandes desigualdades entre ricos y pobres; un elevado nivel de movilidad social y la existencia de buenas perspectivas de vida para niños nacidos en situación de pobreza; la ausencia de discriminación por razones de género, raza, religión o etnia; y la promoción de la confianza social, la solidaridad mutua, los valores sociales y la cohesión. Podemos resumir todos estos objetivos con la expresión «inclusión social».
Otro aspecto de la buena sociedad es una buena gestión del entorno natural. Si quebrantamos el sistema del agua y la biodiversidad, si destruimos los océanos y las grandes selvas, las pérdidas serán inconmensurables. Si seguimos actuando de un modo que provoca cambios fundamentales en el clima de la Tierra, nos enfrentaremos a graves peligros. Si nos preocupamos como deberíamos por el bienestar de nuestros hijos y de las generaciones futuras, no hay duda de que la sostenibilidad ambiental es un objetivo necesario desde una perspectiva normativa.
También nos preocupamos por cómo funciona nuestro gobierno. La buena gobernanza y el imperio de la ley producen un sentimiento de seguridad y bienestar. En cambio, la corrupción, la anarquía, la falta de políticos fiables, la desigualdad en el acceso a los servicios públicos, la discriminación, la información privilegiada en los negocios y demás generan mucha infelicidad. Estudios rigurosos realizados en todo el mundo confirman que las personas se sienten más felices y satisfechas con su vida cuando confían en su gobierno. Por desgracia, en muchos lugares del mundo la gente no confía en la honestidad y la justicia de sus gobiernos, como tampoco en su capacidad para garantizar la seguridad de sus ciudadanos, y tienen razones más que justificadas para su desconfianza.
En conclusión, desde una perspectiva normativa podríamos decir que una buena sociedad no es únicamente una sociedad económicamente próspera (con unos elevados ingresos per cápita), sino que ha de ser también socialmente inclusiva, ambientalmente sostenible y bien gobernada. Ésa es mi definición de trabajo de los objetivos normativos del desarrollo sostenible, y es también el enfoque de los ODS adoptados por los Estados Miembros de la ONU. La pregunta fundamental es cómo usar nuestra comprensión de las interacciones entre la economía, la sociedad, el medio ambiente y el gobierno para determinar el mejor modo de crear sociedades prósperas, inclusivas, sostenibles y bien gobernadas; en otras palabras, ¿cómo se pueden alcanzar los ODS? Tal como veremos, existen algunas herramientas poderosas para hacer realidad el desarrollo sostenible, entendido como un conjunto de objetivos compartidos por todo el planeta.
La visión convencional es que no hay más remedio que aceptar importantes compromisos entre los distintos objetivos económicos, sociales y ambientales. Por ejemplo, se cree habitualmente que una sociedad puede aspirar a la riqueza, o bien a la igualdad; pero si aspira a la igualdad, entonces será menos rica. Desde este punto de vista, los ingresos y la igualdad son mutuamente sustitutivos. En términos coloquiales, se dice a menudo que el debate es entre «hacer más grande el pastel» o «repartirlo mejor». A menudo se plantea un compromiso parecido en relación con el medio ambiente. Se dice que una sociedad pobre debe elegir entre el crecimiento o el medio ambiente.
Los economistas emplean a menudo las palabras «eficiencia» y «equidad» para describir esta clase de elecciones. La eficiencia significa que no se desaprovechan recursos. En tal caso, no es posible incrementar los ingresos o el bienestar de una persona sin reducir los de otra. En esencia, el pastel no puede ser más grande de lo que es. La equidad significa que dicho pastel se reparte de modo justo, teniendo en cuenta que las nociones de justicia pueden variar enormemente de una persona a otra. Y de acuerdo nuevamente con el tópico recién descrito, habría que asumir un compromiso entre la eficiencia y la equidad. Según esto, las sociedades que aspiran a una mayor justicia introducen inevitablemente ineficiencias en su economía, con el resultado de un desaprovechamiento de recursos. Por ejemplo, un impuesto sobre los ricos para distribuir los ingresos en favor de los pobres puede reducir los incentivos del trabajo tanto para los ricos (que deben pagar una parte de sus ingresos en forma de impuestos) como para los pobres (que tienen menos incentivos para trabajar). El resultado puede ser más justo, pero se obtiene al precio de una pérdida de eficiencia y una menor producción.
Esta perspectiva es demasiado pesimista. Tal como veremos a lo largo de este libro, invertir en equidad puede ser también invertir en eficiencia, y adoptar la sostenibilidad como objetivo puede suponer al mismo tiempo más equidad y más eficacia. Pondré dos ejemplos sencillos. Supongamos que el impuesto sobre los ricos no se destina al consumo de los pobres sino a su educación y salud. Dichas inversiones en sanidad y educación pueden suponer grandes beneficios para los pobres, al permitirles incrementar su propia productividad. Si el esfuerzo laboral de los ricos se ve poco afectado por el impuesto, mientras que la productividad de los pobres se ve enormemente aumentada, el resultado puede ser mayor eficiencia y mayor equidad. De modo parecido, una inversión en control de contaminación puede incrementar la productividad de la masa laboral al reducir las enfermedades y el absentismo, en especial de los pobres, más expuestos a la contaminación. El control de la contaminación logra de este modo tres objetivos: aumento de la producción, aumento de la equidad y aumento de la sostenibilidad. En todos estos casos, el desarrollo sostenible ofrece sinergias y no compromisos entre los fines de la eficiencia, la equidad y la sostenibilidad.
Los economistas acostumbran a resumir el nivel de desarrollo de una economía con el producto interior bruto (PIB) por persona. El PIB mide el valor de mercado de la producción total de un país durante un periodo determinado de tiempo, normalmente un año. El producto interior bruto per cápita (PIB per cápita) es simplemente el PIB dividido por la población. Si el PIB mide el tamaño total del pastel económico, el PIB per cápita mide el tamaño medio de la porción que recibe cada persona. Por supuesto, la distribución efectiva de ingresos en cualquier economía será desigual. Algunos hogares se llevarán una porción muy grande del pastel, mientras que otros apenas recibirán las migajas. Sin embargo, la porción media, el PIB per cápita, mantiene una correlación bastante estrecha, aunque imperfecta, con otras medidas del bienestar nacional, como la esperanza de vida, los niveles de educación, la calidad de las infraestructuras y los niveles de consumo.
Vale la pena apuntar rápidamente algunas cuestiones acerca de la medición del PIB. En primer lugar, el PIB mide la producción dentro de las fronteras de un país. Debe distinguirse pues de los ingresos generados por los residentes en el país. Supongamos que el país es exportador de petróleo, y el gobierno posee dos terceras partes de ese petróleo, mientras que la otra tercera parte es propiedad de compañías extranjeras. El PIB contabilizará todo el petróleo producido en el país, aunque los ingresos nacionales sólo incluirán los dos tercios del petróleo propiedad del gobierno. Damos el nombre de producto nacional bruto (PNB) al dato relativo a los ingresos. En este caso, el PNB sería inferior al PIB.
En segundo lugar, el PIB mide la producción a precio de mercado. Para cada bien o servicio producido por la economía, ya se trate de cereales, automóviles, cortes de pelo o alquileres de viviendas, la cantidad producida se multiplica por el precio por unidad para calcular el valor total de la producción. Luego todos estos datos se suman para calcular el PIB. A este nivel, el PIB de cada país se expresa en la moneda nacional: dólares, pesos, euros, yens, yuans, wons, etc. Para realizar comparaciones entre países, sin embargo, las monedas nacionales se convierten a dólares estadounidenses según la tasa de cambio de mercado. De este modo obtenemos un estándar para comparar el PIB de distintos países. Si lo dividimos por la población de cada país, obtenemos el PIB per cápita, que nos da una indicación del nivel de vida relativo de distintos países (aun cuando los niveles de vida podrán variar dentro de cada país en función de la distribución de los ingresos).
No obstante, esta comparación tiene un problema. Los precios de los productos varían entre países, aun cuando todos se expresen en dólares estadounidenses. Supongamos que en el primer país, los barberos venden cortes de pelo por valor de 50 millones de dólares, mientras que en el segundo, sólo llegan a 25 millones. Si el precio del corte de pelo es el mismo en ambos países, podríamos tener razón al concluir que el primer país produce el doble de cortes de pelo que el segundo. Pero si el precio de mercado de los cortes de pelo es el doble en el primer país, entonces el número de cortes de pelo es el mismo, aun cuando el volumen de ventas sea el doble en el primer país.
Cuando comparamos PIB nos interesa comparar el volumen real de bienes y servicios, no la diferencia producida por los precios de mercado. Para conseguir una comparación adecuada de los PIB de distintos países, por tanto, los expertos han decidido establecer un conjunto de «precios internacionales» para calcular la producción y el consumo en cada país. Este cálculo corregido se conoce como PIB en paridad de poder adquisitivo (PPA). El uso de un sistema común de precios internacionales garantiza que un dólar de PIB en cualquier país, calculado en PPA (o en precios internacionales), posee el mismo poder adquisitivo en términos de bienes y servicios efectivos.
En tercer lugar, también debemos señalar que el PIB mide únicamente los bienes y servicios intercambiados en el mercado, no los intercambios que se producen fuera del mercado, como la producción doméstica. Cuando una madre cuida de sus hijos, dichos cuidados no se incluyen en el PIB. Si la madre cuida de los hijos del vecino a cambio de dinero, en cambio, dichos cuidados forman parte del PIB. Por otro lado, el PIB no tiene en cuenta los aspectos «negativos» o los perjuicios que a menudo acompañan a la producción, como los costes de la contaminación industrial o la destrucción derivada de la guerra. Por todo ello, el PIB per cápita es sólo un indicador aproximado del auténtico bienestar económico per cápita. En los países de ingresos altos las personas pueden padecer cargas terribles —contaminación, desastres naturales, guerras—, sin que esos costes sociales queden reflejados en el PIB.
Pregunten a cualquier responsable de política económica en cualquier lugar del mundo por el principal objetivo económico de su país, y la respuesta será: «el crecimiento económico». Cada día, los periódicos recogen las últimas cifras de crecimiento de las principales economías, así como diversos comentarios acerca de sus perspectivas de crecimiento futuro. Pero ¿cómo se mide exactamente el crecimiento económico?
Explicado de la forma más sencilla posible, el crecimiento económico mide la variación del PIB a lo largo de un periodo determinado, por ejemplo este año en relación con el año pasado, o el trimestre actual (enero-marzo) en comparación con el trimestre anterior (octubre-diciembre). El crecimiento económico significa un incremento del PIB.
También en este caso es preciso introducir inmediatamente algunas consideraciones. Si el PIB aumenta un ciento por ciento (es decir, se duplica), pero la población también se duplica, el tamaño de la porción media del pastel económico se mantendrá inalterado. Nuestro interés en el crecimiento se dirige en general al crecimiento del PIB per cápita antes que del PIB en sí.
Por otro lado, nos interesa el incremento de la producción de bienes y servicios, no sólo el de sus precios. Veamos un ejemplo. Si el país produce una tonelada de acero, a 500 dólares la tonelada, supone una contribución de 500 dólares al PIB. Si el precio del acero sube a 1.000 dólares por tonelada, mientras que la producción se mantiene en una tonelada, la contribución del acero al PIB subirá a 1.000 dólares, a pesar de que no ha habido ningún cambio en la producción real. Por tanto, lo que nos interesa habitualmente no es el PIB a precios actuales (ya sean nacionales o internacionales), sino el PIB a precios constantes. Por ejemplo, podríamos decidir que para los próximos años cada tonelada de acero se computará al precio constante de 500 dólares, a pesar de las fluctuaciones de los precios de mercado. Llamamos a esto el PIB a precios constantes. Por las razones descritas, lo que nos interesa normalmente es el «PIB a precios internacionales constantes», o lo que es lo mismo, el «PIB en PPA a precios constantes».
¿Por qué nos interesa tanto el PIB per cápita a precios internacionales constantes? Tal como dije antes, esa medida tiende a correlacionarse con varios otros indicadores de prosperidad. Cuando aumenta el PIB per cápita, el bienestar económico tiende a aumentar también. Los países más ricos —aquellos que tienen un PIB per cápita más elevado— tienden a gozar de mayor bienestar material medio que los países más pobres. La gente en los países más ricos tiende a disfrutar de mayores niveles de consumo, mayor seguridad alimentaria, mayor esperanza de vida y mayor protección frente a enfermedades y catástrofes ambientales. Las probabilidades de que sufran guerras y violencia son menores. Y la gente que vive en las sociedades más ricas también tiende a expresar mayor satisfacción cuando se les piden valoraciones subjetivas de su vida, tal como veremos en el próximo capítulo.
No obstante, por muchas razones, algunas ya mencionadas y otras que mencionaremos más adelante, el incremento del PIB per cápita está lejos de dar una medida perfecta del bienestar. Es muy concebible que el PIB per cápita aumente pero que muchas personas en el país vivan peor. Eso podría suceder, por ejemplo, si sólo una pequeña parte de la sociedad se beneficiara de ese incremento de producción. También podría suceder si el incremento de producción a nivel de mercado se viera compensado por sus efectos perjudiciales fuera del mismo, por ejemplo por daños ambientales como la contaminación del aire y el agua.
Pero centrémonos en la trayectoria a largo plazo del PIB per cápita calculado a precios internacionales constantes. La buena noticia es que la economía mundial en su conjunto ha tendido a crecer a lo largo de muchas décadas. Esto significa que si sumamos el PIB (a precios internacionales constantes) de todos los países, y llamamos al resultado PMB, y luego lo dividimos por la población mundial para hallar el PMB per cápita, descubriremos que el PMB per cápita ha estado creciendo a un ritmo bastante constante del 2-3 por ciento anual. Por otro lado, este crecimiento mundial, reflejo del crecimiento de las economías nacionales (medidas sobre la base del PIB per cápita), ha ido asociado a otras muchas mejoras a nivel de bienestar material, como por ejemplo en la salud, en la educación y en la seguridad alimentaria (aunque también a un incremento de la obesidad, lamentablemente).
Existe una regla práctica para evaluar el crecimiento económico, y de hecho cualquier tipo de crecimiento, que se conoce como la «regla del 70». La idea es la siguiente: tomemos la tasa de crecimiento de la economía mundial, pongamos que un crecimiento anual del 2 por ciento del PMB per cápita. Si dividimos 70 por la tasa de crecimiento anual, en este caso 70 dividido por 2, es decir, 35, obtenemos el número de años que tardará la economía en duplicar su volumen. Eso significa que una economía que crece al 2 por ciento anual duplica su tamaño en 35 años ( = 70/2); si la tasa de crecimiento mundial subiera al 4 por ciento anual, el tiempo que tardaría en duplicarse se reduciría por tanto a la mitad, hasta 17,5 años ( = 70/4).
La idea importante es que la economía mundial ha estado creciendo de forma continuada desde el comienzo de la Revolución Industrial, a mediados del siglo XVIII. El historiador económico Angus Maddison prestó un gran servicio a la profesión económica al estimar el PIB per cápita a lo largo de toda la Era Común (1 E.C.), y a partir de 1820 con datos detallados. Calculó el PIB para cada periodo y para cada país partiendo del mismo estándar: precios internacionales en 1990. De acuerdo con este estándar, el PMB creció desde 695.000 millones de dólares en 1820 hasta 41 billones de dólares en 2010. En el mismo periodo, la población mundial creció de 1.100 millones a 6.900 millones de personas. Por tanto, según las estimaciones de Maddison, el PMB per cápita (a precios internacionales constantes en dólares de 1990) pasó de 651 a 5.942 dólares (Maddison, 2006).
¿Qué tasa de crecimiento anual suponen esas cifras? Obsérvese que entre 1820 y 2010 hay 190 años. Por tanto, podemos encontrar la tasa media de crecimiento entre 1820 y 2010 resolviendo la siguiente ecuación:
(PMB per cápita en 2010) / (PMB per cápita en 1820) = 5.942/651 = = (1 + t)190
FIGURA 1.2 Producto Mundial Bruto per cápita (dólares internacionales, 1990)
Fuente: Bolt, J., y J. L. van Zanden, 2013, «The First Update of the Maddison Project: Re-Estimating Growth Before 1820», Maddison Project Working Paper 4.
Si resolvemos la ecuación para la tasa de crecimiento t, obtenemos que la tasa de crecimiento anual desde 1820 es de 1,1 por ciento. Si realizamos el mismo cálculo para los años 1970 a 2010, descubrimos que la tasa de crecimiento reciente es incluso superior, de un 1,5 por ciento anual.
La figura 1.2 muestra una estimación aproximada del PMB per cápita, calculado en dólares internacionales constantes para un periodo muy largo de tiempo, en particular entre 1 E.C. y 2010. Por supuesto, el PMB per cápita de siglos pasados se basa en estimaciones aproximadas y no en datos precisos. Sin embargo, el gráfico muestra algo absolutamente extraordinario. Durante la mayor parte de los dos últimos milenios, el crecimiento económico fue escaso o nulo. El PMB per cápita no empezó a crecer hasta 1750 aproximadamente y al principio de forma muy gradual. (Obsérvese que Maddison ofrece una estimación de la producción mundial para 1700 y 1820, pero no para el año 1750). El crecimiento económico tiene una historia muy corta dentro de la historia humana, de poco más de dos siglos. Los historiadores económicos conocen el periodo desde 1750 con el nombre de «era del crecimiento económico moderno», y en este periodo va a centrarse nuestro estudio. En la figura 1.2 puede comprobarse que aun cuando la Revolución Industrial se inició en Gran Bretaña en algún momento de mediados del siglo XVIII, sólo se hizo visible a nivel mundial en el siglo XIX (de ahí que Maddison sólo dispusiera de datos detallados a partir de 1820).
En este punto podemos anticipar ya una idea que desarrollaremos más adelante: a lo largo de la mayor parte de la historia humana, la producción per cápita era muy baja, apenas por encima del nivel necesario para la supervivencia. La mayor parte de la humanidad vivía en el campo y cultivaba el alimento necesario para su propia subsistencia. La mayoría de los años el alimento era suficiente para mantenerlos con vida. En los años malos, cuando había sequías o inundaciones, olas de calor o plagas, la cosecha podía ser mala y la gente moría, a veces en número muy elevado. Las malas cosechas también contribuían a hacer más vulnerable a la población ante las enfermedades infecciosas, pues la malnutrición debilita el sistema inmunitario. A partir de 1750 más o menos, algo fundamentalmente nuevo comenzó a ocurrir: crecimiento económico positivo. Tal como veremos, el crecimiento económico sólo se inició en algunos lugares, entre ellos Gran Bretaña y Estados Unidos. Con el tiempo se extendió por todo el mundo, aunque de forma muy irregular.
El crecimiento del PMB fue inicialmente asociado al auge de la industria, como la minería del carbón, la fabricación de acero y la producción textil. El inicio del crecimiento económico, entre 1750 y 1850, recibe habitualmente el nombre de Revolución Industrial, con mayúsculas. Más recientemente, a partir de 1950 aproximadamente en los países de ingresos altos, el incremento del PMB ha ido asociado al desarrollo de los servicios, como el sistema bancario. El resultado global es que la producción mundial por persona, o PMB per cápita, se ha elevado por encima del nivel de subsistencia a lo largo de un periodo de aproximadamente 250 años hasta multiplicarse por un factor de 30. En algunos países este factor llega a subir hasta cifras próximas a 100.
La figura 1.3 muestra algo que resulta también asombroso y que parece seguir una evolución parecida. Se trata de un gráfico muy similar al de la figura 1.2, pero que en lugar de mostrar el PMB per cápita, muestra la población mundial a lo largo de un extenso periodo de tiempo, en este caso hasta lo que se considera el inicio de la civilización, hace aproximadamente 12.000 años (a veces se usa la expresión 12.000 antes del presente, o A.P.). Ése es el momento en que los seres humanos pasaron de la caza y recolección a la producción de su alimento en un mismo lugar: el paso de los nómadas que cambiaban constantemente de lugar en busca de alimento a los agricultores que vivían en aldeas estables. El periodo previo a la agricultura se conoce como Era Paleolítica (Paleo = vieja + lithic = piedra). El periodo posterior al inicio de la agricultura se conoce como Era Neolítica (Neo = nueva + lithic = piedra).
FIGURA 1.3 Población mundial (10.000 A.E.C. – presente)
Fuente: Bolt, J., y J. L. van Zanden, 2013, «The First Update of the Maddison Project: Re-Estimating Growth Before 1820», Maddison Project Working Paper 4.
La evolución que se aprecia es muy parecida a la del PMB per cápita: la población mundial varió muy poco durante largos periodos de tiempo, manteniéndose siempre por debajo de 1.000 millones de personas. Aproximadamente entre 10.000 A. E. C. y 2.000 A. E. C., la población se mantuvo por debajo de los 100 millones de personas. Alrededor del 1 E. C., en tiempos del Imperio romano, la población mundial era de 225 millones de personas según la estimación de Maddison. En el año 1000 era de 267; en 1500, alrededor de 438 millones. No alcanzó los 1.000 millones hasta más o menos 1820, siempre según las estimaciones de Maddison. Por tanto, la población mundial se multiplicó por cuatro en los 18 siglos que separan el año 1 E.C. y 1820, lo que supone una tasa de crecimiento anual de apenas un 0,08 por ciento. Para la mayoría de las personas y a lo largo de la mayor parte de la historia, la población no parecía variar demasiado a lo largo de una vida, incluso de varias. Los únicos cambios eran resultado de las muertes masivas derivadas de las guerras, las hambrunas y las plagas, seguidas por la correspondiente recuperación de la población hasta niveles «normales».
Pero entonces, coincidiendo con la Revolución Industrial, la población rompe con sus antiguos límites. En este punto de la historia, la curva de población toma una fuerte pendiente ascendente. Alrededor de 1820, la humanidad alcanzó el hito de los 1.000 millones de personas en el planeta, y en apenas un siglo, entre 1820 y 1930, se alcanzaron los 2.000 millones. Luego las cifras se dispararon. En apenas 30 años, entre 1930 y 1960, se alcanzaron los 3.000 millones. Los 4.000 llegaron en 1974; los 5.000 en 1987; los 6.000 en 1999; y los 7.000 en 2011. Obsérvese que se añaden 1.000 millones de personas a intervalos aproximados de ¡12 años!
Una de las razones que explican este incremento de la población mundial es nuestra capacidad de producir más alimentos y atender de este modo una población en aumento. Al mismo tiempo que la humanidad aprendió a desarrollar la tecnología necesaria para la industrialización, también aprendió a desarrollar la tecnología necesaria para incrementar la producción de alimentos. A partir del año 1750, los agricultores han sido capaces de producir cada vez más alimento gracias a las mejoras introducidas en las variedades de semillas; en las técnicas agrícolas (como la rotación de cosechas para mantener la fertilidad del suelo); en los fertilizantes químicos para aumentar los nutrientes del suelo; y en la maquinaria necesaria para sembrar, cosechar, procesar, almacenar y transportar los alimentos hasta las ciudades.
Vamos camino de alcanzar los 8.000 millones en 2024 o 2025, y los 9.000 millones a principios de la década de 2040. A partir de ahí los números se vuelven mucho más inciertos, pero es probable que sigan subiendo, por lo menos mientras se mantengan los niveles actuales de fertilidad (nacimientos) y mortalidad (muertes). El incremento de población registrado desde principios del siglo XIX es absolutamente asombroso, sin precedentes en la historia humana, igual que ocurre con el PMB per cápita. El hecho fundamental es que el crecimiento económico y el incremento de la población experimentados en la modernidad han tendido a seguir evoluciones paralelas, aunque la relación entre ambos es complicada, como veremos.
La era del crecimiento económico moderno se caracteriza por el crecimiento de la producción per cápita combinado con un rápido incremento de la población en cifras globales. Ambas dinámicas combinadas —más producción por persona y más personas sobre el planeta— han dado lugar a una expansión masiva de la actividad económica total, pues la producción mundial, o PMB, equivale evidentemente a la producción per cápita multiplicada por la población mundial.
PMB = PMB per cápita × población mundial
La figura 1.4 refleja las estimaciones de Maddison del PMB en dólares internacionales constantes de 1990. Puesto que tanto el PMB per cápita como la población siguen el mismo patrón de mantenerse prácticamente inalterados entre 1 E.C. y 1800, para registrar después una asombrosa subida, la gráfica del PMB tiene la misma forma característica. La producción mundial se ha multiplicado por 240 desde el año 1800. Ello ha supuesto un extraordinario empujón para el bienestar medio (p. ej., en términos de esperanza de vida), la industrialización, la urbanización y, sí, también las amenazas ambientales.
FIGURA 1.4 Crecimiento del producto mundial bruto (precios internacionales de 1990)
Fuente: Bolt, J., y J. L. van Zanden, 2013, «The First Update of the Maddison Project: Re-Estimating Growth Before 1820», Maddison Project Working Paper 4.
Examinemos más concretamente qué significa el crecimiento en un caso de gran relevancia. No hay mejor ejemplo de crecimiento económico rápido que el de China. El crecimiento de China es superlativo en todos los sentidos. Como país más poblado del mundo, con 1.300 millones de personas, cualquier cosa importante que ocurra en China se deja notar en el resto del mundo, y desde 1978 la economía china ha experimentado uno de los crecimientos más rápidos que ha conocido la historia mundial. El acceso al poder de Deng Xiaoping aquel año marcó el inicio de una serie de reformas básicas de mercado que pusieron al país en la senda de un extraordinario crecimiento económico, que se tradujo en una tasa media de crecimiento del PIB del 10 por ciento anual.
Recordemos la regla del 70. Un crecimiento del 10 por ciento supone que China ha duplicado su PIB más o menos cada siete años desde entonces (= 70/10). Éste es un dato absolutamente asombroso. Si tenemos en cuenta que China ha mantenido esta increíble tasa de crecimiento durante casi 35 años, estamos diciendo que ha duplicado 5 veces su producción (= 35 años/7 años). Dicho de otro modo, eso significa que la economía se ha multiplicado por un factor de 25 (o por 32) desde que Deng Xiaoping abrió la economía china a las fuerzas del mercado y al comercio internacional. La evolución no es menos impresionante en cifras per cápita, pues supone un crecimiento del 9 por ciento anual, o un factor de 11,8 en el periodo 1978-2013.
FIGURA 1.5 Shenzhen, China, en 1980
«Looking northwest...», Leroy W. Demery, Jr., Flickr. Reproducida con permiso.
¿Qué significa este crecimiento extraordinario? Para apreciar la dimensión del logro chino, tomemos por ejemplo el caso de Shenzhen, una ciudad del sur de China, muy próxima a Hong Kong. En 1980, Shenzhen era una población pequeña y eminentemente rural de unos 30.000 habitantes, tal como muestra la figura 1.5.
Comparemos esa realidad con la actual, que podemos apreciar en la figura 1.6. La moderna metrópolis de 12 millones de personas apenas puede compararse con sus orígenes de hace apenas unas décadas. Esta clase de crecimiento es característico de la costa Este de China, cuyas ciudades costeras se han convertido en motores del comercio internacional. Más de 200 millones de personas se han desplazado del campo a estas ciudades en busca de los nuevos empleos generados por la industria y los servicios. China se ha convertido en el principal país del mundo desde el punto de vista tanto del comercio como de la industria.
FIGURA 1.6 Shenzhen, China, en 2002
Reuters.
La experiencia china posee todos los rasgos propios del crecimiento económico moderno, aunque en versión superlativa. La economía ha pasado de rural a urbana, de agrícola a industrial y de servicios. Las tasas de fecundidad han registrado un descenso notable, al igual que las tasas de mortalidad infantil. La esperanza de vida se ha disparado, la sanidad pública ha mejorado y el nivel educativo no ha dejado de subir. Gracias a su ingente población y a su activa política educativa, China otorga más doctorados por año que ningún otro país del mundo. Y todo esto ha ocurrido en poco más de tres décadas. Estos son la clase de ejemplos que inspiran a muchos países en el empeño de poner fin a la pobreza en sus fronteras.
No pretendo dar la impresión de que no hay nada que objetar al crecimiento económico chino. Existen al menos tres objeciones graves. En primer lugar, la rápida transición del campo a la ciudad, así como de la agricultura a la industria y los servicios, han trastornado las vidas de cientos de millones de personas. Las migraciones masivas del interior del país han destrozado familias enteras, al verse obligados muchos padres y madres a buscar trabajo en la ciudad mientras dejaban a sus hijos al cuidado de sus abuelos en el campo. En segundo lugar, la desigualdad se ha disparado, pues los trabajadores urbanos han mejorado su nivel de vida mientras que los ingresos de quienes han permanecido en el campo se han quedado la mayoría de las veces como estaban. En tercer lugar, el entorno natural ha sido devastado, pues la industrialización masiva del país ha ido acompañada de una contaminación también masiva. De hecho, tal como veremos, la contaminación ha alcanzado tales niveles que está causando toda clase de enfermedades y muertes prematuras, en especial por causa de afecciones cardíacas y de pulmón, apoplejías y cánceres, lo que ha puesto freno a los progresos de la esperanza de vida en China. En resumen, el país ha conseguido un rápido crecimiento económico pero aún no ha alcanzado un desarrollo sostenible, en el sentido de un crecimiento que sea también socialmente inclusivo y ambientalmente sostenible.
El crecimiento global en PMB per cápita ha ido acompañado de otro desarrollo positivo: la mejora de la salud pública. El aumento de los ingresos ha significado un incremento de la seguridad alimentaria para muchas personas (aunque también la extensión de dietas poco saludables que promueven la obesidad). Los avances tecnológicos en los campos de la agricultura y la industria también han ido acompañados de rápidos avances en las tecnologías de la salud, incluidos avances médicos como los antibióticos o las vacunas, grandes mejoras en el diagnóstico y la cirugía, así como en otros campos de gran impacto sobre la salud, como el suministro de agua, el alcantarillado y el saneamiento de los hogares.
Hacia 1950, se estimaba que por cada 1.000 niños nacidos 134 morirían antes de cumplir su primer año. Esa cifra se conoce con el nombre de tasa de mortalidad infantil, o TMI. Es la cifra de recién nacidos que no llegarán a cumplir un año, en este caso, el 13,4 por ciento (134/1000). Resulta alentador que la TMI haya bajado de forma continuada hasta el 37 por mil actual. Pero no debemos perder de vista que eso supone que 37 de cada 1.000 recién nacidos (3,7 por ciento) no llegan a cumplir un año y mueren de malaria, neumonía, diarrea y otras enfermedades infantiles prevenibles. Son tragedias que se siguen produciendo en todo el mundo, con el resultado de que cerca de 5 millones de niños, casi todos en los países en vías de desarrollo, mueren antes de cumplir un año, y cerca de 6 millones mueren cada año antes de cumplir los cinco. No obstante, el descenso registrado en la tasa de mortalidad supone un logro extraordinario, fruto del desarrollo económico y de los sistemas de salud pública (incluida la mejora de la atención médica, de la seguridad alimentaria, del acceso al agua potable y al saneamiento, y otras contribuciones a la salud). El descenso de las tasas de mortalidad a todas las edades ha mejorado la calidad de vida y eliminado sin duda buena parte del dolor y la angustia que ha formado parte de la existencia humana hasta los avances del último siglo en salud pública y atención médica.
Como resultado de la mejora de la supervivencia infantil así como de los niveles de salud en todas las edades, tenemos la fortuna de disfrutar de un incremento considerable de nuestra esperanza de vida. La esperanza de vida calcula la duración media de una vida, tomando en consideración los riesgos de muerte en cada edad. A mediados del siglo pasado, en el periodo de cinco años entre 1950 y 1955, la esperanza de vida media para el conjunto de la población mundial estaba en torno a los cuarenta y siete años. Hoy, la esperanza de vida estimada en el momento del nacimiento se acerca a los setenta y un años, y en los países de ingresos altos alcanza los ochenta y uno. Este gran incremento de la longevidad es otro efecto positivo del crecimiento económico y del progreso material, y ejemplifica la tendencia general a la mejora de las condiciones de vida en la mayor parte del mundo.
La primera lección económica que debemos aprender de la historia reciente es que el primer pilar del crecimiento sostenible —la prosperidad obtenida gracias al crecimiento económico— se puede alcanzar a gran escala, y que se está alcanzando en amplias regiones del planeta. La mayor parte del mundo disfruta de un considerable aumento del PIB per cápita. Dicho incremento ha ido acompañado de varios cambios estructurales en la sociedad: el paso de una existencia rural dedicada a trabajos agrícolas a una vida urbana dedicada a la industria o a los servicios. Ha descendido la mortalidad infantil, y aumentado la salud y la longevidad para la mayoría de las personas, cuya esperanza de vida es hoy varias décadas superior a la de mediados del siglo XX.
La experiencia de China, que se ha repetido en versiones algo menos espectaculares en otros países, demuestra que una elevada renta per cápita no tiene por qué ser el privilegio de una pequeña parte del mundo (que incluiría Estados Unidos, Canadá, Europa, Japón, Australia y Nueva Zelanda, pero pocos lugares más) como ocurría hasta hace muy poco, sino que puede ser una realidad en prácticamente todas partes. Sin embargo, tal como ya señalamos brevemente en el caso de China, incluso un rápido crecimiento económico no asegura el bienestar. Debemos asegurarnos de que el crecimiento económico sea inclusivo y no deje atrás a millones de personas. Debemos asegurarnos de que el crecimiento económico sea ambientalmente sostenible, de modo que el progreso no dañe los sistemas de soporte vital de la Tierra, como la biodiversidad, la productividad del suelo, la seguridad climática y la productividad de los océanos. Si no logramos combinar el crecimiento económico con la inclusión social y la sostenibilidad ambiental, es probable que los beneficios económicos tampoco duren demasiado tiempo, pues irán seguidos de inestabilidad social y una mayor propensión a las catástrofes ambientales.
FIGURA 1.7 La vida de los pequeños agricultores en el norte de Etiopía
Imagen reproducida por cortesía de John Hubers.
En muchos sentidos, vivimos ya en un mundo de abundancia. El crecimiento económico ha producido una enorme riqueza y en la mayor parte del mundo las penalidades económicas extremas son cosa del pasado. Países como China, antes muy pobres, se han convertido en países de ingresos medios. No obstante, parte del mundo sigue en una situación de pobreza extrema. Tal vez el reto económico más urgente del planeta sea ayudar a las poblaciones que siguen viviendo en una situación de supervivencia a acceder al crecimiento económico y escapar de la pobreza.
¿En qué consiste la extrema pobreza hoy? La figura 1.7 muestra a un pequeño agricultor del norte de Etiopía, en la aldea de Koraro, provincia de Tigray, una de las Aldeas del Milenio. El campesino queda oculto detrás de la gran bala de paja que carga su burro. No hay ningún medio moderno de transporte, ni red eléctrica. La tierra está reseca. Se trata de una región de explotaciones agrarias pobres que apenas producen suficiente para mantener al campesino y a su familia a lo largo del año. Si tienen suerte, generarán un pequeño excedente que podrán llevar al mercado para conseguir algunos ingresos en metálico.
FIGURA 1.8 Barrio de Kibera, Nairobi, Kenia
«Scenes from the Kibera slum in Nairobi», Karl Mueller, Flickr, CC BY 2.0.
La figura 1.8 muestra una calle del barrio marginal de Kibera, en Nairobi, el rostro urbano de la pobreza extrema. Cientos de millones de personas viven en barriadas urbanas de todo el mundo. A menudo la pobreza urbana linda calle con calle con la riqueza. Si examinamos la imagen atentamente, vemos una calle embarrada por la que no pueden transitar los coches. La gente que vive en esta barriada puede ver cables eléctricos sobre sus cabezas, pero ellos tal vez sean demasiado pobres para estar conectados a la red. Es probable que también vivan sin un alcantarillado moderno o sin saneamiento doméstico, y a menudo tengan que defecar en lugares abiertos. Tal vez compren el agua de un camión cisterna, por falta de agua corriente e incluso de un punto de distribución de agua en la comunidad.
En resumen, por más que los habitantes de estas barriadas vivan en una zona urbana de varios millones de habitantes, no tienen acceso a los medios necesarios para cubrir sus necesidades básicas, como por ejemplo servicios médicos de emergencia, electricidad, una nutrición adecuada, cocinas limpias, agua potable y sistemas de saneamiento, exactamente igual que sus equivalentes en el norte de Etiopía. Apenas logran salir adelante con trabajos informales. Es probable que ganen lo justo para comprar los mínimos imprescindibles de comida, agua, ropa y cobijo.
La pobreza extrema es un concepto multidimensional. La pobreza se define habitualmente como la falta de ingresos adecuados, pero la pobreza extrema debería comprenderse en términos más generales, como la incapacidad para cubrir las necesidades humanas básicas de alimento, agua, saneamiento, energía, educación y vivienda. La pobreza extrema significa no disponer de fuentes modernas de energía para cocinar, como el gas natural, y tener que depender de hornos de leña que llenan los hogares de humo y causan enfermedades respiratorias en los niños. La pobreza extrema a menudo significa que las familias no pueden garantizar una educación adecuada para sus hijos. Tal vez no haya ninguna escuela cerca, o ningún profesor cualificado, o la escuela cobre una matrícula inasequible para los ingresos familiares.
En resumen, las personas viven en situación de pobreza extrema cuando no pueden cubrir sus necesidades básicas. La vida es para ellas una lucha constante por la dignidad, incluso por la supervivencia. Aunque el número de personas que viven en la pobreza extrema ha disminuido en todo el mundo, y la proporción de la población mundial que vive en esta situación lo ha hecho de forma aún más rápida en las últimas décadas, las cifras siguen siendo abrumadoras. En función de las estimaciones y las definiciones utilizadas, se puede concluir que más de 1.000 millones de personas viven en situación de pobreza extrema, tal vez incluso 2.500 millones. Probablemente sea exacto decir algo tan impensable como que cerca de 1.000 millones de personas deben luchar diariamente por su supervivencia. Sus preocupaciones son si tendrán suficiente para comer; si el agua que consumen les causará alguna enfermedad potencialmente mortal; o si la picadura de un mosquito portador de la malaria se llevará la vida de su hijo, pues no pueden pagar los 80 céntimos que cuesta la medicina necesaria para tratar la infección.
FIGURA 1.9 PIB per cápita (precios de 2011, PPA)
Fuente: Banco Mundial, 2014, «World Development Indicators».
Esta lucha por la supervivencia tiene lugar en áreas tanto rurales como urbanas. Sigue siendo predominantemente rural (tal vez en una proporción de 60:40), pero tiene un rostro cada vez más urbano en las barriadas de todo el mundo. ¿Dónde se encuentra esta pobreza extrema? Una forma rápida de localizarla es examinar el PIB per cápita en los distintos lugares del mundo. Por regla general, las economías con un PIB per cápita bajo también tienden a ser lugares donde las familias viven en la pobreza extrema. La figura 1.9 muestra un mapa del mundo con diferentes tonos de gris para indicar el PIB per cápita calculado en términos de paridad de poder adquisitivo (a precios de 2011). El mapa muestra las enormes variaciones en PIB per cápita que existen en todo el mundo. No hay muchos países con un PIB per cápita superior a 30.000 dólares: Estados Unidos y Canadá, la mayor parte de Europa occidental, Japón, Australia y algunos países pequeños y con abundantes recursos de petróleo en Oriente Medio. En gran medida, la pobreza extrema ha sido eliminada completamente en estos países.
A continuación se sitúan los países con un PIB per cápita situado entre 12.000 y 30.000 dólares, aún elevado en términos comparativos. Entre ellos se encuentran Israel, Corea, Nueva Zelanda, Rusia y algunos países de Europa Central. Los países donce el PIB per cápita es muy bajo, menos de 2.000 dólares en términos de PPA, también tienen las mayores concentraciones de población viviendo en condiciones de pobreza extrema. El mapa deja claro que los países más pobres del mundo se concentran en el África tropical subsahariana, entre el norte de África y el extremo inferior del continente. Muchos de estos países africanos tropicales son muy pobres, y cerca de la mitad de la población vive en situación de pobreza extrema. La siguiente región más pobre, que acoge también a grandes cantidades de personas en situación de pobreza extrema, se encuentra en el sur de Asia e incluye India, Pakistán, Nepal y Bangladesh. Aun cuando el PIB per cápita es en general superior en el sur de Asia que en África tropical, las economías del sur de Asia cuentan con ingentes poblaciones y muchas personas viviendo en pobreza extrema. La proporción de familias que viven en esta situación no ha dejado de disminuir tanto en África como en el sur de Asia, pero la erradicación total de la pobreza extrema sigue siendo un reto enorme, que examinaremos con detalle en un capítulo posterior.
Fijémonos también en otros lugares donde subsisten bolsas de pobreza, como Bolivia en Latinoamérica y algunos países de Asia central sin acceso al mar, como Mongolia. Se trata de países con altos niveles de pobreza y donde la geografía plantea grandes dificultades. Tal como veremos más adelante, la falta de acceso al mar dificulta el crecimiento económico. Éste depende a menudo del comercio internacional, y los lugares que se encuentran a centenares o incluso miles de kilómetros del primer puerto, el cual se encontrará además probablemente en otro país, tienen grandes dificultades de acceso al comercio internacional. (Los países costeros que disponen de puertos son a menudo hostiles a sus vecinos sin acceso al mar, pues en ocasiones han librado guerras entre ellos por esa razón).
FIGURA 1.10 Tasas de mortalidad infantil en el mundo (muertes antes de un año por cada 1.000 nacimientos)
Fuente: Banco Mundial, 2014, «World Development Indicators».
En la figura 1.10 podemos observar la distribución geográfica de otro aspecto de la pobreza extrema: la tasa de mortalidad infantil (TMI, muertes de niños de menos de un año por cada 1.000 nacimientos), según datos de 2013. Los niños que viven en situación de pobreza extrema se encuentran mucho más expuestos que los demás a enfermedades y otros riesgos de muerte. ¿Dónde se concentra la mortalidad infantil? De nuevo, comprobamos que el epicentro de esta lacra global se halla en África tropical y en algunas regiones de Asia meridional.
Incluso en países donde la mayor parte de la población ha escapado a la pobreza extrema, seguimos encontrando bolsas de pobreza importantes. Brasil es un ejemplo característico. La mayor parte de los pobres en Brasil pueden cubrir sus necesidades básicas (y por tanto no se podría considerar que viven en la pobreza «extrema»), pero siguen siendo mucho más pobres y se hallan mucho más marginados que sus conciudadanos urbanos ricos. Estas divisiones de ingresos y estatus social se hallan muchas veces a la vista de todos, incluidos los propios pobres. Sólo hace falta ver la imagen de Río de Janeiro de la figura 1.11, con su contraste de favelas (barriadas pobres) y modernos rascacielos.
Como en todo lo que tiene que ver con el desarrollo sostenible, hay esperanza para estas personas, tanto las que viven en la pobreza extrema como las que viven en la pobreza relativa de Río. Hay propuestas prácticas, cosas concretas que pueden hacerse para ayudar a los más pobres a cubrir sus necesidades básicas y a salir adelante en su lucha diaria por la supervivencia. Más tarde examinaremos con detalle estas propuestas. Una que me parece particularmente esperanzadora es la idea de desplegar Agentes de Salud Comunitarios (ASC) en las aldeas y barriadas pobres para acercar la asistencia sanitaria a personas que de otro modo se hallarían totalmente desconectadas del sistema sanitario. Tal como veremos, las nuevas tecnologías desarrolladas en los últimos años han aumentado mucho la eficacia de este enfoque.
Tal como ya se ha indicado, la pobreza sigue un patrón geográfico muy marcado. Las mayores proporciones de pobreza extrema se concentran en África tropical y Asia meridional. Estudiaremos algunas de las razones que hay detrás de este patrón geográfico. No es una coincidencia. La geografía marca muchos aspectos de una economía, entre ellos la productividad del campo, la amenaza de enfermedades infecciosas, el coste del comercio y el acceso a los recursos energéticos. Examinaremos todos esos factores geográficos en capítulos posteriores del libro. Afortunadamente, la geografía no es el destino. Aun cuando una región en particular sea más vulnerable a ciertas enfermedades (como la malaria), las modernas tecnologías ofrecen nuevas soluciones. Razonar a partir de la geografía nos permite identificar las mejores inversiones que podemos realizar para ayudar a los más pobres a escapar de su situación.
FIGURA 1.11 Riqueza y pobreza en Río de Janeiro
«Rocinha_68860004», matte00702, Flickr, CC BY 2.0.
Uno de los mensajes más importantes que se lanzan desde el campo del desarrollo sostenible es que la humanidad se ha convertido en una grave amenaza para su propio bienestar futuro, tal vez incluso su propia supervivencia, como resultado del daño sin precedentes causado por la intervención humana sobre el medio ambiente. Si ponemos en relación el producto mundial bruto por persona, actualmente en 12.000 dólares per cápita, con la población global de 7.200 millones de personas, obtenemos que la producción mundial es al menos 100 veces superiora la existente al inicio de la Revolución Industrial. Eso significa que la producción mundial se ha multiplicado por 240 (incluso por 1.000 en algunos aspectos particulares de la actividad económica), lo que ha tenido toda clase de impactos negativos sobre el planeta. La actividad económica a gran escala está alterando el clima de la Tierra, el ciclo del agua y del hidrógeno, e incluso la composición química de los océanos. La humanidad ocupa actualmente tal superficie que está literalmente echando a las demás especies del planeta, lo que significa llevarlas a su extinción.
FIGURA 1.12 Inundaciones en Manhattan durante el huracán Sandy, octubre de 2012
«Hurricane Sandy Flooding Avenue C 2012», David Shankbone, Wikimedia Commons, CC BY 3.0.
Esta crisis afecta por igual a ricos y a pobres. A finales de octubre de 2012, los coches de policía bajaban flotando por Manhattan al paso del huracán Sandy, uno de las más fuertes que han afectado la costa Este en tiempos modernos (véase la figura 1.12). Los científicos no pueden determinar hasta qué punto la inusual ferocidad de la tormenta se debe al cambio climático inducido por el hombre, pero sí pueden confirmar que el cambio climático contribuyó a amplificar el impacto de la tormenta. En 2012, el nivel del océano en la costa Este de Estados Unidos era cerca de un tercio de metro más alto que un siglo antes, pues uno de los efectos del calentamiento global ha sido elevar el nivel de los océanos en todo el mundo. Esta subida del mar multiplicó la gravedad de las inundaciones asociadas al huracán.
FIGURA 1.13 Campos de maíz en Iowa durante la sequía (2012)
«Iowa County Drought», CindyH Photography, Flickr, CC BY-SA 2.0.
El huracán Sandy no fue la única crisis relacionada con el clima que se vivió en Estados Unidos aquel año. Ya antes las cosechas se habían visto enormemente perjudicadas por una gran sequía asociada a una ola de calor que padecieron las regiones cerealistas del medio oeste y el oeste del país (véase la figura 1.13). La sequía ha seguido afectando desde entonces a algunas de estas regiones, y California sigue en situación de sequía extrema en 2014.
Prácticamente en el otro extremo del mundo respecto a Nueva York, Pekín experimentó también en 2012 graves inundaciones tras una episodio de lluvias especialmente fuertes. Bangkok sufrió espectaculares inundaciones en octubre de 2011 (véase la figura 1.14). Indonesia vivió la misma situación a principios de 2014, mientras que Australia sufrió otra devastadora ola de calor. Todos estos fenómenos causaron un gran impacto sobre la economía tanto local como mundial, y tuvieron como resultado la pérdida de vidas, propiedades y miles o incluso decenas de miles de millones de dólares en perjuicios, además de provocar graves trastornos en la economía mundial. Las inundaciones de Bangkok, por ejemplo, afectaron a numerosos proveedores de piezas de automóviles, lo que se tradujo en el cierre de líneas de montaje en otras partes del mundo cuando las piezas dejaron de llegar.
FIGURA 1.14 Inundaciones en Bangkok (2011)
«USS Mustin provides post-flood relief in Thailand», Jennifer Villalovos, U.S. Navy.
Las catástrofes particulares son por definición variadas e impredecibles, pero resulta evidente que un determinado tipo de catástrofes —las relacionadas con el clima— están creciendo en frecuencia y gravedad. Una de las variedades más importantes de trastornos asociados al clima se conoce como «desastres hidrometeorológicos». Se trata de desastres relacionados con el agua y la meteorología, como las precipitaciones intensas, las tormentas, los huracanes y los tifones de alta intensidad, o las inundaciones relacionadas con tormentas como las que afectaron a Manhattan, Pekín y Bangkok. Las sequías extremas provocan mortíferas hambrunas en África, malas cosechas en Estados Unidos y un dramático aumento de los incendios forestales en Estados Unidos, Europa, Rusia, Indonesia, Australia y otras partes del mundo. Otras catástrofes relacionadas con el clima incluyen la extensión de enfermedades y plagas que amenazan las cadenas alimentarias y la supervivencia de otras especies.
La frecuencia y la gravedad de estas amenazas se ha multiplicado en los últimos años, y es probable que aumente todavía más. La alteración de los sistemas físicos de la Tierra —climáticos, químicos y biológicos— ha sido tan profunda que los científicos han dado un nuevo nombre a nuestra era: el Antropoceno. Se trata de una nueva palabra formada a partir de las raíces griegas: anthropos, que significa humanidad, y cene, que significa época o periodo de la historia de la Tierra. El Antropoceno es la era en que la Tierra sufre graves alteraciones de sus sistemas físicos y biológicos como resultado del profundo impacto de la actividad económica mundial de los seres humanos. Nuestra era.
En el lenguaje de los científicos, se dice que los cambios registrados en los sistemas físicos y biológicos de la Tierra han sido «determinados» a su vez por una serie de cambios inducidos por los seres humanos. Para el lego, la palabra «determinar» podría sugerir la idea de que alguien controla la situación. No es a eso a lo que se refieren los científicos, sino a que la humanidad está causando cambios importantes, graves y altamente disruptivos, sin que la mayor parte de la humanidad, incluidos muchos de sus líderes políticos, posea una comprensión científica de los peligros que nos esperan.
El estudio del desarrollo sostenible requiere una profunda comprensión de estas alteraciones inducidas por el hombre, principalmente para propiciar un cambio de tendencia y garantizar de este modo nuestra propia seguridad y la de las generaciones futuras. Uno de los principales factores causantes de estos cambios es el uso masivo de carbón, petróleo y gas natural, fuentes de energía primarias para la humanidad que se conocen como combustibles fósiles. Cuando quemamos carbón, petróleo y gas para mover vehículos, calentar edificios, transformar minerales en acero y cemento, o producir electricidad, el proceso de combustión genera una cierta cantidad de CO2 que se libera a la atmósfera. La creciente concentración de CO2 en la atmósfera es la causa principal, aunque no la única, del cambio climático inducido por el hombre.
FIGURA 1.15 CO2 en la atmósfera a lo largo de los últimos 800.000 años
Reproducido con el permiso de Macmillan Publishers Ltd., Nature, Lüthi, Dieter, Martine Le Floch, Bernhard Bereiter, Thomas Blunier, Jean-Marc Barnola et al., «High-resolution Carbon Dioxide Concentration Record 650,000-800,000 years Before Present», copyright 2008.
Nota: Datos procedentes de muestras de hielo hasta 1958; datos procedentes de Mauna Loa a partir de 1958.
La figura 1.15 muestra algo sorprendente: recoge la fluctuación de los niveles de CO2 en la atmósfera a lo largo de los últimos 800.000 años. El pasado lejano se encuentra a la izquierda del gráfico, el presente a la derecha. El eje vertical mide el CO2 en la atmósfera. La unidad de medición es el número de moléculas de CO2 por millón de moléculas atmosféricas. A fecha de hoy, hay alrededor de 400 moléculas de CO2 por millón, o 400 partes por millón (ppm). Tal vez no parezca demasiado: apenas un 0,04 por ciento. Sin embargo, incluso un cambio pequeño en esta concentración puede tener grandes efectos sobre el clima.
Comencemos por la izquierda del gráfico. Hace 800.000 años, la concentración de CO2 estaba en torno a las 190 ppm. Vemos que subió hasta un máximo de 260 ppm antes de caer hasta un mínimo de 170 ppm hace unos 740.000 años. En general, las subidas y bajadas de la concentración de CO2 dibujan algo parecido a los dientes de una sierra. Se trata de fluctuaciones naturales. Estas variaciones están «determinadas» (es decir, causadas) por leves cambios en los patrones orbitales de la Tierra alrededor del Sol, cambios que afectan al perfil de la órbita, a la distancia de la Tierra respecto al Sol y a fluctuaciones de la inclinación de la Tierra en relación con el plano orbital que provocan leves cambios en los patrones estacionales. Cuando la órbita experimenta cambios que tienden a calentar la Tierra, el proceso derivado propicia la liberación del CO2 disuelto en los océanos, que escapa a la atmósfera (del mismo modo que las burbujas de CO2 escapan de una cacerola llena de soda cuando la calientas). A su vez, cuando aumenta el nivel de CO2 en la atmósfera se produce un recalentamiento aún mayor del planeta. Decimos que el incremento de CO2 produce una «realimentación positiva». El cambio en la órbita calienta ligeramente el planeta; eso libera CO2 a la atmósfera, lo que a su vez determina un ulterior aumento de la temperatura.
Los científicos han demostrado que siempre que la concentración de CO2 en la atmósfera ha sido elevada, la Tierra tendía a ser más cálida (principalmente por efecto del CO2). Cuando la concentración de CO2 ha sido baja (porque el CO2 atmosférico era reabsorbido por los océanos), la Tierra tendía a ser más fría. De hecho, en las fases bajas del ciclo natural del CO2, la Tierra era de hecho tan fría que se producía un periodo glacial, durante el cual buena parte del hemisferio norte quedaba cubierto por una espesa capa de hielo. La comprobación de la correlación entre la concentración de CO2 y la temperatura de la Tierra (determinada a su vez por otros medios) ha permitido a los científicos establecer una relación sistemática entre los niveles de CO2 y la temperatura del planeta.
En el lado derecho del gráfico vemos lo que ha ocurrido en los últimos 150 años, apenas un instante en términos geológicos, durante los cuales la concentración de CO2 se ha disparado como un cohete. Esto no es el resultado de cambios en la órbita de la Tierra. Esta vez, el incremento de CO2 tiene origen humano: la quema de combustibles fósiles. No perdamos de vista la conclusión básica y alarmante de esta situación: la humanidad ha llevado el nivel de CO2 en la atmósfera hasta 400 ppm, más que en ninguna época previa a lo largo de los últimos 800.000 años. La última vez que las concentraciones de CO2 alcanzaban esos niveles era hace 3 millones de años, una distancia temporal que se sale literalmente del gráfico. Y cuando la concentración de CO2 alcanzó esos niveles hace 3 millones de años, la Tierra era mucho más cálida que ahora.
¿Y cuál es el problema?, podría preguntarse alguien. Pues bien, el problema es que toda nuestra civilización —la localización de nuestras ciudades, el tipo de cultivos que plantamos, las tecnologías de nuestras industrias— está basada en unos patrones climáticos que pronto desaparecerán del planeta. La Tierra será mucho más cálida de lo que ha sido durante todo el tiempo que ha durado la civilización; el nivel del mar será mucho más alto, amenazando las ciudades costeras y los países bajos; las altas temperaturas, las nuevas plagas, las sequías, las inundaciones, la pérdida de biodiversidad (especies polinizadoras) y otras calamidades perjudicarán a los cultivos que alimentan a la humanidad. Estudiaremos todos estos efectos con detalle.
Hace algunos años, un grupo de científicos observó que la actividad humana en su conjunto, no sólo las emisiones de dióxido de carbono, está alterando varios sistemas naturales de la Tierra además del clima. Algunos ejemplos son el agotamiento de las fuentes de agua dulce (como los acuíferos subterráneos); la contaminación derivada del uso de fertilizantes químicos; cambios en la composición química de los océanos, principalmente un incremento de la acidez como resultado de la disolución del CO2 atmosférico en el agua; la destrucción forestal para crear nuevos terrenos para pasto y cultivo; y la contaminación por partículas causada por muchos procesos industriales, en especial los que implican la combustión de carbón. Todas estas alteraciones suponen serias amenazas tanto para la Tierra como para el bienestar de la humanidad. Aquellos científicos sostuvieron que los daños causados son tan importantes que la humanidad ha salido ya de las «condiciones seguras» de existencia en el planeta (Rockström et al., 2009). Es como si estuviéramos conduciendo un coche y nuestra trayectoria nos llevara a salirnos de la carretera y caer por una zanja, o peor aún, por un precipicio.
Aquellos científicos consideraban que era urgente identificar cuáles son los límites de las condiciones seguras de existencia en el planeta, o dicho de otro modo, definir los «límites planetarios» que la humanidad no debería rebasar en ningún caso. Por ejemplo, elevar la concentración de CO2 por encima de las 400 ppm puede ser peligroso, pero superar las 450 ppm (mediante el uso persistente de combustibles fósiles) podría ser temerario. El agotamiento de parte de los acuíferos puede ser desaconsejable; podría tener efectos devastadores. Un leve incremento de la acidez del océano podría ser malo para los crustáceos y los moluscos; un enorme incremento de la acidez del océano tendría como resultado la extinción de gran parte de la vida marina, incluidas especies básicas para la alimentación de la humanidad.
La figura 1.16 muestra cuáles son los límites planetarios según este grupo de científicos (Rockström et al., 2009, 472). Si comenzamos por las 12 y damos la vuelta a todo el círculo en la dirección de las manecillas del reloj, podemos ver cuáles son los diez grandes límites planetarios que la humanidad está a punto de rebasar, empezando por el cambio climático, la acidificación de los océanos, y así sucesivamente. La porción de cada segmento en gris indica la proximidad del mundo a rebasar cada uno de estos límites, siempre en opinión de este grupo de científicos. En el caso del flujo de nitrógeno (causado por el uso de fertilizantes) y la pérdida de biodiversidad, la porción entera está en gris. Ya hemos excedido estos límites planetarios. En el caso de otras amenazas todavía estamos a cierta distancia del límite, aunque las porciones en gris de cada segmento de la tarta aumentan a gran velocidad. Al término del siglo XXI, todo el círculo estará en gris a menos que se produzca un cambio fundamental de estrategia. Dicho de otro modo, la humanidad excederá los límites seguros a menos que el mundo ponga en práctica una estrategia para lograr un desarrollo sostenible.
FIGURA 1.16 Límites planetarios
Reproducido con permiso de Macmillan Publishers Ltd., Nature, Rockström, Johan, Will Steffen, Kevin Noone, Åsa Persson, F. Stuart Chapin, Eric F. Lambin, Timothy M. Lenton et al., «A Safe Operating Space for Humanity», copyright 2009.
La primera parte del desarrollo sostenible —la parte analítica— consiste en comprender las interrelaciones existentes entre la economía, la sociedad, el medio ambiente y la política. La segunda parte —la parte normativa— consiste en hacer algo para evitar los peligros que nos amenazan, establecer ODS ¡y alcanzarlos! Nuestro objetivo final debería ser encontrar una vía mundial, construida a partir de vías locales y nacionales, para que el mundo promueva un desarrollo económico inclusivo y sostenible que permita combinar objetivos económicos, sociales y ambientales. Esto sólo puede lograrse si se alcanza también un cuarto objetivo: la buena gobernanza tanto de los gobiernos como de las empresas. Tal como insistiré a lo largo del libro, la buena gobernanza significa muchas cosas. Se aplica tanto al gobierno como a las empresas. Significa que tanto el sector público (gobierno) como el sector privado (empresas) operan de acuerdo con principios de seguridad jurídica, responsabilidad, transparencia, respeto a las necesidades de todas las partes y en un marco de participación activa de la ciudadanía en cuestiones de gran relevancia como el uso del suelo, la contaminación y la equidad y honestidad de las prácticas políticas y empresariales.
A lo largo de los próximos capítulos recurriré a menudo a una comparación. Por un lado, consideraré las implicaciones de que la humanidad siga actuando como hasta ahora. Por ejemplo, supongamos que la economía mundial sigue basada en los combustibles fósiles, de modo que las concentraciones de CO2 en la atmósfera continúan creciendo rápidamente. O supongamos que los agricultores siguen sobreexplotando los acuíferos hasta agotarlos. Se alude habitualmente a todos estos escenarios con la expresión «lo de siempre» [business as usual], o BAU. Contrapondremos a estos escenarios la posibilidad de un cambio radical de tendencia, en virtud del cual la humanidad adopte rápidamente nuevas tecnologías (por ejemplo la energía solar para sustituir la generación eléctrica alimentada con carbón, o un uso más eficiente del agua para evitar el agotamiento de los acuíferos). Nos referiremos a esta vía alternativa, que aspira no sólo al crecimiento económico sino a la inclusión social y la sostenibilidad ambiental, con el nombre de desarrollo sostenible, o DS.
A lo largo del libro examinaremos y contrastaremos las trayectorias BAU y DS. ¿Qué ocurriría si siguiéramos en la trayectoria BAU? Ciertamente seguiría habiendo progreso en muchos sentidos. La ciencia y la tecnología no se detendrían. Los pobres se beneficiarían de los avances de las TIC, como por ejemplo el acceso gratuito a la educación superior a través de internet. La pobreza seguiría retrocediendo en muchos lugares. Los ricos tal vez seguirían haciéndose más ricos durante una década o dos más. Pero en algún momento las consecuencias negativas de la creciente desigualdad y destrucción del medio ambiente se impondrían a estas tendencias positivas. El progreso llegaría a un punto de inflexión. Comenzarían a imponerse las calamidades, tanto sociales como ambientales. Más de 200 años de progreso podrían echarse a perder, incluso sacrificarse en una sucesión de guerras.
¿Y qué ocurre con los ODS? ¿Podemos encontrar alternativas a los combustibles fósiles, los acuíferos, los pastos y demás recursos para cubrir las necesidades humanas sin destruir el entorno físico? Es probable que algunas de las soluciones tengan costes más elevados a corto plazo, como por ejemplo la construcción de edificios que precisen menos energía para calefacción gracias al diseño, el aislamiento, los materiales y la eficiencia general de sus sistemas; o la transición hacia vehículos eléctricos alimentados por baterías, que siguen siendo más caros que los vehículos normales de motor de combustión interna alimentados por gasolina. Algunos temen que la vía DS podría ser demasiado cara, es decir, que sólo «salvaría» a la humanidad al precio de poner fin al progreso económico; desde este punto de vista, los ODS serían objetivos poco realistas, incluso inalcanzables. Una de las tareas principales de este libro consistirá en someter esta idea a examen. Sin pretender adelantar conclusiones, diré que si somos inteligentes y dedicamos todos nuestros esfuerzos al estudio y diseño de nuevas tecnologías y prácticas, el desarrollo sostenible es a la vez viable y asumible. En realidad, si alguna trayectoria impone costes auténticamente devastadores es la trayectoria BAU.
La esencia del desarrollo sostenible es un enfoque científico y moral dirigido a la resolución de problemas. No cabe duda de que tenemos muchos problemas. En un mundo de abundancia, persisten situaciones de pobreza que ponen en peligro la vida de las personas. Hemos creado grandes desigualdades entre ricos y pobres, y hemos desplegado sistemas tecnológicos que nos empujan a rebasar los límites planetarios. Será preciso un esfuerzo coordinado a nivel mundial en un plazo relativamente corto de tiempo —décadas, no siglos—, para cambiar de la trayectoria BAU a la trayectoria DS. Si queremos alcanzar los ODS, todas las regiones del mundo deberán comprometerse en este proceso de resolución de problemas, todas deberán aportar ideas y abrir vías nuevas y creativas para hacer posible un crecimiento inclusivo y sostenible. Este libro pretende contribuir a este enfoque. Describiremos los retos que tenemos ante nosotros, identificaremos los mejores candidatos a ODS, e indicaremos de qué modo pueden alcanzarse.