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A los pies de La Fuentecilla

 

 

 

 

 

 

 

Agua. Tan simple como el agua. Y tan importante. Para vivir, para existir. Sin agua no hay vida. Todo es yermo. Inerte. Tierra seca, labios agrietados. Con agua todo es posible. Disfrutar, sentir, ser. Beber. Agua para apagar la sed de una vida no vivida, de una vida robada en una carretera. Porque eso significa en verdad el agua para Jenaro García. La evocación de un tiempo feliz, posiblemente el más feliz de todos. El agua de La Fuentecilla, de su niñez, junto a su familia. Y en agua, con los años, quería convertir a Gowex. Su empresa. Su obsesión. Que el wifi sea como el agua. Que lo bañe todo. Que lo riegue todo. Como regó su infancia. Porque fue allí, en las calles del Rastro, en los rincones del madrileño distrito de La Latina, a los pies de La Fuentecilla, donde empezó todo.

Jenaro García Martín nació en Madrid en 1968. Se crió en esos rincones del Rastro, en torno a la calle Toledo y la Puerta de Toledo. En esas cuestas, en ese laberinto que cada domingo —en esos años y todavía hoy— se convierte en un amasijo de tiendas, de puestos callejeros. Unos venden ropa; otros música. O cuadros. O cuchillos. Libros de segunda mano. También esculturas. Alfombras. Cacharros de coleccionista. Y no faltan los que intercambian objetos. Cromos, discos, ropa. Sin dinero de por medio. Puro trueque; todo regateo. Un universo en sí mismo, con sus reglas propias, no escritas, de las que no se aprenden en los manuales. De las que se ven y hasta se tocan. De las que pasan de padres a hijos con el peso de la tradición y el poso del saber de los saberes. El saber de la calle, el de los supervivientes, el que se aprende a golpe de caídas y de reveses. El saber que no se olvida por la cuenta que te trae.

Y él no olvidó lo aprendido. Lo grabó a fuego en su interior. A su forma, eso sí. Le terminaría dando el toque Jero; su propia interpretación. Una tan libre que durante muchos años sonó como una versión muy mejorada, porque Gowex, su gran proyecto, no era ni mucho menos un puesto de los del Rastro. El tiempo, sin embargo, demostró que en esos tenderetes, incluso en los de peor aspecto, hay más verdad que en la empresa que él fundó y lideró.

Jero ha vuelto una y otra vez a aquellos años. Los que han trabajado con él aseguran que, siempre que podía, viniera al caso o no, presumía de sus orígenes y se arrancaba con alguna historia de sus peripecias por esas calles durante esa época. Un eterno retorno continuo, siempre aferrado a esos recuerdos, a lo que le enseñó su padre. «Mi primera experiencia de empresa vino de mi padre, para mí uno de los mejores hombres de empresa que han existido», escribió en su blog en 2004.[2] «Se trataba de un hombre excepcional —prosigue—, con un optimismo inagotable y de alta calidad humana y la mejor persona que he conocido en lo referente a hacer honor a su palabra y en lo referente a decir a todo el mundo lo que realmente pensaba. Aun cuando le pudiera costar caro. Realmente era uno de esos empresarios hecho a sí mismo y chapado a la antigua. No le debía nada a nadie y hacía un favor a cualquiera que se lo pidiese.»

Sentía verdadera pasión por su padre. «A los catorce años comenzó a trabajar en Madrid recién llegado de Segovia de donde era originario. A los dieciséis años ya trabajaba como encargado de varios restaurantes y ya a los diecisiete o dieciocho como emprendedor comenzó su carrera con un bar en la zona del mercado del pescado. A los veintiún años ya tenía siete restaurantes y gran éxito en las aperturas de nuevos restaurantes. Su mensaje central era “Cordero estilo Sepúlveda” y tenía una vis cómica, ahora llamada carisma, que contagiaba tanto a los clientes como a los empleados que trabajaban con él.»

En ese momento, entre fogones y cacharros, fue cuando Jenaro empezó a tomar contacto con el mundo de los negocios. Parte de esas enseñanzas son las que, según ha asegurado él mismo, ha intentado aplicar luego a sus proyectos, una vez que tuvo claro que quería ser empresario, una vez apagada la vocación militar que en algún momento llegó a sentir. «Desde los catorce años comencé a ayudar en los negocios familiares y en todo momento respiré el mismo ambiente familiar que trato de provocar en las empresas que voy fundando. La empresa, mis empresas, son como una gran familia. Todos, socios y empleados, son tratados como miembros de la familia y son ante todo personas. Personas que tienen sus responsabilidades y su capacidad de decisión. En todo momento me trató como un socio, haciéndome partícipe de sus vivencias», siguió narrando en ese mismo artículo de su blog.

Tiempo después, Jenaro confesó a la revista Forbes que en ese momento, al borde de los catorce años, sus padres le preguntaron si quería una moto. Una Montesa Cota 49, para ser exactos. Pero él rechazó la oferta. Prefería que le dieran el dinero contante y sonante, unas 50.000 pesetas, y lo dedicó a comprar acciones de dos empresas: Telefónica y Unión Cerrajera.[3] Es una versión indemostrable; la proporciona él mismo, y durante estos años le ha servido para poner de relieve su forma de enfocar la vida. Aquella inversión en las matildes[4] significó su primer contacto con Telefónica, una empresa que luego formaría parte sustancial de su vida ya como empresario. En unos casos, para criticarla por su inmovilismo, por intentar cerrar el paso a lo que Jenaro creía que era el futuro, a las nuevas ideas tecnológicas, como la suya, que terminarían derrocando a las anquilosadas operadoras de telecomunicaciones. En otros, para presumir de que figuraba entre su lista de clientes —cuando en realidad no era así— con el fin de usarla, paradójicamente, como fuente de credibilidad para su negocio.

 

 

La tragedia

 

Pero en esa misma confesión de 2004 en su blog, en la que se definía como «empresario hasta la médula», Jenaro también introdujo las inevitables alusiones a lo que ocurriría poco tiempo después: «Si mi padre hubiese vivido hoy en día ahora tendría una cadena de restaurantes en franquicia, pero lamentablemente murió hace varios años, a los cuarenta y siete años, en la plenitud de la vida de un empresario. Creo firmemente que mi padre estará allá arriba junto a Dios y que me estará viendo. He aprendido de él varias cosas: el optimismo y el compromiso con tus principios y tus ideas mueve montañas; a ser perseverante en las ideas que inicio en el mundo de los negocios; afán de sacrificio y de servicio por lo que creo; el buscar el beneficio a medio y largo plazo y no sólo a corto; el buscar el beneficio para todos los actores del juego».

Su padre falleció en un accidente de tráfico. También su madre y su hermano. Jenaro fue el único superviviente. Pero ese accidente marcó para siempre su vida. Tenía sólo dieciséis años. Primero debió recuperarse de las múltiples lesiones que sufrió. Y luego arrancó la recuperación más complicada. Debía retomar las riendas de su vida por sí mismo. «Soy de la opinión de que cada uno tiene lo que merece», escribiría tiempo después. Admitía, eso sí, un matiz que conocía muy bien en primera persona: «En esta frase debemos eliminar temas como accidentes, casuísticas varias y demás incidencias a la regla». No obstante, retomaba rápidamente el fondo de la cuestión con una confirmación sobre su forma de ver la vida y de hasta qué punto llegó a encerrarse en sí mismo: «Incluso en el peor de los casos, la gente puede salir adelante. Hay una clave: la persona que quiere salir adelante ha de decidir hacerlo. Decidirlo internamente, tras un debate interno que le permita saber que su decisión es propia y su compromiso firme. Sin duda, algunos dirán que con ellos no se cumple este axioma. La realidad de las cosas es que antes o después cada uno tiene lo que se merece». Remataba esta reflexión con uno de esos giros, en muchas ocasiones forzados, que también son marca de la casa, conectando su caso con el de otros personajes, algunos más próximos, otros más lejanos, pero siempre conocidos, siempre con ese deseo implícito de sentirse entre los elegidos, como si en el fondo lo que le hubiera pasado fuera una prueba que debía superar para demostrar que estaba predestinado para protagonizar grandes cosas en el futuro: «Esta opinión está basada en experiencias cercanas y lejanas. Ejemplos: algunos de los heridos o que han perdido un ser querido por los atentados de ETA. Irene Villa me parece un ejemplo conocido, sin duda hay muchos más; M. Ghandi, desde su incapacidad de hablar, la superó porque decidió utilizar la palabra como ariete contra la injusticia y la opresión de su nación».[5]

 

 

¿En Estados Unidos o en España?

 

Marcado por esa tragedia, entendió que lo más valioso es el tiempo. Que nunca se sabe lo que puede ocurrir. Y aceleró su vida... Al menos, es la versión oficial, ya que su biografía se basa en lo que él mismo ha ido contando en sucesivas entrevistas y a través de Gowex, pero hay datos de difícil encaje temporal.

A los diecinueve años montó una empresa de importación de automóviles. A los veintitrés años ya se había casado con Florencia Maté Garabito, que con el tiempo ocuparía un lugar destacado en Gowex —y, por lo tanto, en toda la trama—. A partir de ahí, se complican las versiones. En un documento remitido por Gowex a finales de junio de 2014, con motivo del decimoquinto aniversario de la empresa, se dice que Jenaro y Florencia permanecieron en Estados Unidos entre 1992 y 1996 y que luego volvieron a España. Pero en 1993 estaba en España... porque el 25 de marzo de ese año fue el inesperado protagonista de un acto en la Universidad Autónoma de Madrid.

Ese día, el presidente del Gobierno, Felipe González, acudió al campus para participar en un ciclo de charlas sobre la Transición. Llegó en un ambiente totalmente crispado. Los GAL y los escándalos de Filesa y Juan Guerra se le amontonaban, hasta el punto de que en unas semanas se vio obligado a adelantar las elecciones generales, que se celebraron el 6 de junio de 1993.[6] Los alumnos lo recibieron con gritos, abucheos y proclamas contra la corrupción. Uno de ellos fue especialmente incisivo en el turno de preguntas. Con una apariencia aniñada e inofensiva, no dudó en poner contra las cuerdas al mismísimo Felipe González.

«¿Estaría dispuesto a comprometerse con nosotros, ante los alumnos de la Autónoma y ante todos los universitarios de toda España, a llegar a dimitir si en realidad se demuestra que ha habido una corrupción en el caso Filesa?», le preguntó sin titubeo alguno ese alumno.

Un clamor y una ráfaga de aplausos y vítores siguieron a la pregunta. González, con gesto serio y visiblemente enfadado, respondió:

«Vamos a ver. Si me compete la responsabilidad de dimitir en un momento dado, que lo veremos, también estaría dispuesto a asumir esa responsabilidad.»

El alumno que formuló esa pregunta, y que aún mantuvo el pulso al negarse a ceder la palabra y mantener la presión sobre el presidente unos segundos más, no era otro que Jenaro García. ¿Qué hacía en la Autónoma? Estudiar Derecho, carrera en la que se licenció. Según parece, en ese momento se encontraba en quinto curso. Donde no podía encontrarse era en Estados Unidos. Y menos aún trabajando para una firma de inversión de las grandes de Wall Street. Porque esa versión oficial también establece que trabajó en Merrill Lynch, Smith Barney y Morgan Stanley. Es más, ese currículum recoge que desembarcó en la primera tras ofrecerles el patrimonio heredado por sus padres a cambio de que le dieran trabajo, que llegó a ser socio de la segunda y que se convirtió en gestor de carteras patrimoniales de grandes clientes de la tercera. Sin olvidar que en otras ocasiones, el propio Jenaro ha comentado que durante su experiencia estadounidense también trabajó en la firma Prudential Securities. En Merrill Lynch sí tienen constancia de que trabajó en una oficina secundaria, no en una central, durante unos meses. Pero ese frenético ritmo, esa presencia en tantas firmas —y con puestos importantes en algunas de ellas— en poco más de cuatro años, impresiona; tanto, que cuesta mucho creerlo. Como también suena extraño que si en 1993 estaba cursando 5º de Derecho, en 1992 hubiera terminado un Máster en Dirección de Empresas (MBA) en la Universidad Complutense de Madrid. (El actual MBA que ofrece la Universidad Complutense de Madrid comenzó en el curso 2009/2010. Fuentes consultadas no pueden confirmar si Jenaro García cursó un Máster similar en los años noventa, pero en todo caso dicen que siempre se necesita poseer una licenciatura para hacerlo. Tanto en este aspecto como en lo relativo a sus trabajos en distintas firmas de inversión en EE.UU., las versiones ofrecidas oficialmente y su contraste con personas vinculadas a los centros en los que estudió o trabajó y con personas que luego han trabajado con Jenaro García en Gowex revelan que, si bien sí estuvo en EE.UU. y sí realizó esos estudios, no pudo hacerlo todo en las fechas comentadas, además de que en algún caso infló la realidad para realzar su currículum.)

 

 

Anticipando la crisis

 

Con esa enorme capa de sospechas en torno a su currículum oficial, lo que no se cuestiona es su particular inteligencia. Si hasta el accidente de su familia aprendió las lecciones de la calle, la ley del Rastro, en adelante agudizó su ingenio. Y se formó lo suficiente para saber intuir las ocasiones y oler los peligros. Por eso desde bien pronto entendió que las telecomunicaciones y la tecnología iban a cambiar el mundo del siglo XXI. Ya en 1996 participó en la creación de la empresa Intelideas, dedicada a la provisión de servicios de internet para compañías.

En cuanto a los peligros, impresiona un post que escribió en su blog también en 2004. Ya entonces, con España surfeando como pocos países la ola del crédito barato y el endeudamiento privado a máxima escala, previó el tsunami que amenazaba en el horizonte. Incluso se atrevió a poner fecha: llegaría en 2007. Se titula Brasilización de España y sorprende su clarividencia: [7]

 

Considero que a partir de 2007, España va a sufrir una brasilización. ¿Qué quiero decir con esto? Cuando alguien viaja a Brasil, puede observar cómo en muchos lugares las infraestructuras y las edificaciones tienen muy buena pinta, quiero decir, que aparentan tener más nivel que la sociedad que las rodea. [...] Cuando preguntas a los oriundos, te dicen que en tiempos pretéritos el capital entraba en grandes cantidades a Brasil y que eso hizo que se invirtiera de forma extraordinaria en muchas estructuras. De repente con las depreciaciones de moneda y con las crisis energéticas, la cosa cambió radicalmente y los fondos comenzaron a salir.

España está en estos momentos consiguiendo unos influjos de capital que rondan el equivalente al 2 % del PIB. Desde los últimos veinte años la mayoría de este capital se está invirtiendo en infraestructuras y en el sector inmobiliario. Cuando digo la mayoría incluyo gran parte del que se destina para el gasto social. Veamos si no dónde se va la mayoría del dinero que los españoles gastamos y/o ahorramos o lo que es peor, el dinero con el que nos endeudamos acaba en las manos de los promotores inmobiliarios y como se da en llamar, en ladrillos. [...]

Llegando a la clave, considero que en el año 2007 con la finalización de la mayoría de los subsidios y/o ayudas europeas a España y al comenzar a ser contribuyente nuestro país, es probable que la burbuja se pinche definitivamente y el ciclo que hasta ahora ha sido altamente expansivo comience su caída inmediata. Si contraemos la economía española en un 2 % y eso hace que la burbuja inmobiliaria se contamine, el deterioro de nuestra economía va a ser mayor que el que ha tenido en cualquier crisis anterior.

Caso parecido al que sucedió en Brasil en los setenta finales.

[...]

Jero

 

A finales de 2005 insistiría en los peligros que acechaban a la economía española. Cada vez más cerca. Cada vez más grandes. «Aprovechando la situación de tipos reales negativos (la inflación en España está por debajo de los tipos de la zona euro), se endeudan más si cabe para comprar todo aquello que les interese en el entorno de consumo.» En aquellos tiempos no abundaban las referencias a los tipos de interés reales negativos y menos aún las advertencias de los efectos secundarios tan peligrosos que pueden provocar.[8] El tiempo le dio la razón, y la bomba del endeudamiento, cebada por esos tipos de interés reales negativos, comenzó a explotar en España y en el resto del mundo en 2007.

 

 

Nacido para vender

 

Aunque, por encima de cualquier otra característica, la huella que aquellos años iniciales, los de su adolescencia y su paso forzado a la edad adulta, dejaron en Jenaro residió en su extraordinaria capacidad para vender. Todos, hasta los que no sienten ninguna simpatía por él, o sobre todo ellos, coinciden en este extremo. Jenaro es un vendedor. Es su fuerte; su cualidad más innata. La que más le define. Porque es la que aprendió más fácil, desde niño. En el Rastro. Con su padre. Lo llamativo es que luego sumara la crudeza del dolor a aquellas enseñanzas. Porque en su caja de herramientas para vender también había cinismo. A manos llenas. El suficiente como para utilizar aquel accidente a conveniencia. Unas veces para conmover, otras para subrayar su fortaleza. Comprendió que una persona que ha encontrado suficiente fuerza interior como para reponerse de una tragedia como la que él sufrió cuenta con una poderosa ventaja para ganarse el favor de sus interlocutores. Y a un interlocutor que tiene la defensa baja, porque ha empatizado con quien tiene enfrente y se siente conmovido por el relato escuchado, es más fácil venderle o colocarle cualquier cosa. Duro. Pero muy real.

Porque ha sido él quien se ha encargado una y otra vez, hasta la extenuación, de mezclar su historia personal con sus negocios. La ha relatado para reblandecer las reuniones con banqueros e inversores; para arengar a sus empleados y ganarse su respeto; para ponerse como ejemplo ante los suyos de que si él superó lo que superó todos pueden sobreponerse a cualquier contratiempo; para edificar su figura no ya como empresario, sino como líder espiritual, como alguien que tuvo que penetrar hasta el mismo núcleo de sus sentimientos antes de llegar a lo más alto. Y ha seguido esta forma de actuar, esta estrategia, hasta el final. Hasta sus últimas horas al frente de Gowex... y hasta las posteriores, porque incluso después ha continuado apelando a ella. Ha constituido uno de los pilares de su estrategia. Uno de los centrales, de hecho. Pero no el único. Ha habido mucho más en Jenaro. En aquel chico de infancia robada que luego ha buscado la revancha a su manera.