Podemos decir que la mente está dividida en dos bloques independientes, uno llamado consciente y el otro subconsciente.
Empecemos por analizar nuestra mente consciente, aquella que manejamos según nuestra propia voluntad, es decir, de forma consciente.
Gracias a nuestra mente consciente podemos elegir la opción que deseamos experimentar en cada momento.
Siempre tendremos un amplio abanico de posibilidades donde elegir. De hecho, cuando no estemos durmiendo, nos pasaremos el día eligiendo qué hacer o adónde ir. Todos los días tomamos cientos de decisiones, desde las más importantes, como acudir al trabajo, hasta simplemente la de encender el televisor o tomar un vaso de agua.
La mayoría de las veces, las posibilidades que nos ofrece dicho abanico son tan poco trascendentales que prácticamente nos pasarán desapercibidas, pues actuaremos por inercia, del mismo modo que si hubiésemos sido programados.
Por otra parte, es cierto que muchas veces no nos gustará demasiado ninguna de las opciones que en ese momento tengamos disponibles, pero eso no significa que nuestra capacidad para elegir haya disminuido en absoluto, ya que siempre nos decantaremos por alguna de ellas.
Esta capacidad para poder elegir de forma consciente, nos marca una personalidad propia y una manera de ser única. Realmente es lo que nos hace ser distintos de los demás. La clave está en la percepción que tenemos del mundo que nos rodea y de cada cosa que nos sucede. Dicha percepción no es la misma para cada persona, y por este motivo no todos reaccionamos del mismo modo ante un suceso idéntico. Si no pudiésemos elegir, no seríamos libres y «viviríamos» como autómatas programados. Nuestra vida carecería de sentido.
Siempre elegimos conscientemente aquello que deseamos, aunque la elección final no nos guste demasiado.
Cuando sufrimos es porque nos distanciamos de nosotros mismos. Es porque dejamos de valorarnos lo suficiente y buscamos vivir en un mundo perfecto y sin contrariedades que desde luego no existe.
Tras cada suceso siempre tendremos la última palabra respecto a la toma de todas aquellas decisiones que nos afecten de forma directa. Por esta razón, la persona que sufre lo hace en base a una elección personal, y no ante un hecho en concreto. Si sufrir dependiese de cada hecho en sí, todos sufriríamos por las mismas cosas, pero al existir multitud de reacciones distintas, queda claro que, si unos sufren y otros no, es porque se trata de una elección personal de cada uno.
Independientemente de lo que nos suceda en la vida, siempre tendremos la última palabra, y con ella la opción de elegir qué hacer a continuación. Por tanto, ser o no ser feliz no dependerá de las decisiones que con anterioridad hayamos tomado, sino de cómo reaccionemos después.
Nosotros somos nuestros propios jueces, y como tales, solamente nosotros podemos instituirnos en nuestros mejores amigos o en nuestros peores verdugos.