Me preguntan a menudo cuándo me empezó a gustar el fútbol. No lo sé, es como preguntarme cuándo me empezaron a gustar las mujeres. Haced la prueba y pensad cuándo os empezó a gustar a vosotros. Es muy difícil poner una fecha concreta, un momento decisivo. Sí recuerdo el primer partido en el estadio: un Atlético de Madrid-Las Palmas en el Vicente Calderón, partido nocturno y televisado. Y el bicho picó y bien dentro.
Antes de seguir, tened en cuenta el momento. Primeros años ochenta, en plena efervescencia por el Mundial que se organizaba en España. Juanito, Santillana, López Ufarte, Quini o Arconada como ídolos. Se había jugado el Mundial 78 y empezaban a sonar Sócrates, Zico, Platini, Gentile o Tardelli, pero era literalmente imposible verlos jugar en la tele desde España. Como mucho, algún partido suelto de tarde en tarde. Charlas con hinchas de la Juve, del Liverpool o del Feyenoord durante el verano; poco más. Hoy, en Internet o en las plataformas digitales tienes casi todo. Entonces no había nada. Nada. Era la época de la primera y el UHF, de la carta de ajuste, de la sintonía de Eurovisión que tanto nos excitaba de cuando en cuando. Empezaba un partido. Y del himno español cada vez que terminaba la emisión. Si acaso un partidito televisado los sábados por la noche, algo de Copa de Europa y la selección; poco más. Tratar de conocer el fútbol de fuera era algo impensable entonces. Más tarde os hablaré de la vieja radio de mi abuelo con la que conseguía escuchar, en el servicio mundial de la BBC, el carrusel inglés desde una terraza. Sí, definitivamente eran otros tiempos. Duros para alguien que quisiera asomarse al fútbol un poco más allá.
Pero siempre se podía intentar. Aquel especial de Onze antes del Mundial 82, un reportaje a la selección de El Salvador con Mágico González al frente, la Kuwait de Faisal Al-Dakheel, el Brasil de Sócrates y Zico. Sí, un poco el atractivo de lo desconocido, la magia de un fútbol por descubrir. Cada vez más, cada día más. Aquella revista tenía algo muy especial, pero en las últimas páginas llegaría la clave de todo.
Había una sección de anuncios. Una sencilla sección en la que intercambiar cualquier cosa con hinchas de todo el mundo. Era la solución. Una carta, luego otra. Desde España para todo el mundo, mandar por correo viejos VHS a cambio de otros: de Inglaterra, Italia, Escocia, Sudamérica. Era así de sencillo y aquello fue la clave.
En 1981 conseguí un vídeo y en 1982 el segundo, para hacer las copias de mis grabaciones y poder enviarlas. Así fui estableciendo por carta una red de personas a las que aquello les interesaba. Una especie de club futbolero mundial que representaba la pasión por el fútbol en sí misma. Desde un modesto vendedor de flores (así, como suena) en Reading, hasta un suizo de Zúrich enfermo de amor por el fútbol, un camarero serbio en Londres o el mismísimo presidente del Banco de la República Oriental del Uruguay, José Pedro Laffitte. Todos unidos por la misma pasión.
A lo largo del libro os iré presentando a esta red tan peculiar. A Ivan Milinkovic, el chico serbio que vivía en Londres y me conseguía partidos de la ex Yugoslavia —aquella Yugoslavia Sub-21 con Prosinecki, Suker, Mijatovic o Boksic, todos juntos—, que hoy son joyas. Partidos del gran Estrella Roja de principios de los noventa, un equipo al que pocos han superado en nivel futbolístico (uno de esos vídeos de Ivan Milinkovic acabó con Robert Prosinecki en el Real Madrid, pero eso os lo contaré más adelante). Entre ellos, los derbis Estrella Roja-Dinamo de Zagreb.
A Rudolf Iseli, un suizo loco por el fútbol africano; las cervezas que nos habremos tomado juntos en la estación de tren de Zúrich. A Keith Moulden, el de las flores. A Sam McCosh en Ballymena. A Fernando Beade, que desde Buenos Aires me acercaba al fútbol argentino en aquellos primeros años noventa. A José Pedro Laffitte, que me sumergió en el fútbol sudamericano. Hay muchos más. Con algunos de ellos mantuve relaciones cortas, apenas unos intercambios. Con la mayoría fueron larguísimas.
José Pedro Laffitte, Peñarol, Fernando Morena, Danubio
Dejadme que me extienda un poco más en José Pedro Laffitte. Uno de los principales banqueros de la época en Sudamérica escondía una pasión por el fútbol como he conocido a poca gente. Había sido dirigente de Wanderers (el equipo donde empezó Francescoli) y delegado en muchos torneos de selecciones inferiores uruguayas; le habían ofrecido varias veces la presidencia de la Federación, pero su respuesta fue siempre negativa. Unificar entonces el fútbol del interior con el de Montevideo era su excusa.
Cuando recibí aquella carta con el membrete del Banco de la República Oriental del Uruguay, me quedé sorprendido. Luego nos conocimos y lo entendí todo. Laffitte me mandó la primera final de fútbol sudamericano que vi en mi vida, aquella de la Libertadores de 1982, Cobreloa-Peñarol, en Santiago de Chile. Un partido horrible, tenso, resuelto con un famoso gol de Fernando Morena en el último suspiro.
Probablemente aquel gol de Fernando Morena, que daba el título a Peñarol, es uno de los culpables de que me impactara tanto el fútbol sudamericano. El portero del Cobreloa era el mítico Óscar Wirth, a quien años después entrenaría mi querido Xabier Azkargorta en el Real Valladolid.
En Peñarol, además del gran Fernando Morena, ex del Valencia, estaban el defensa Nelson Gutiérrez, que pasaría por el Logroñés; los centrocampistas Miguel Bossio, que también jugaría en el Valencia, y Mario Saralegui, que estuvo años después en el Elche; y el fenomenal lateral derecho Víctor Hugo Diogo, cuyo golazo ante Brasil con Uruguay en la final de la Copa América de 1983 —aquella cabalgada por el carril del ocho y la locura final— forma parte de la historia del fútbol celeste. Otro partido que vi gracias a Laffitte, claro. Y grande Venancio Ramos. Hábil, rápido; jugador de potrero, de los que daba gusto ver. Campeón un año antes del Mundialito jugado en Montevideo con la celeste de Roque Máspoli, se entendía de maravilla en aquel equipo con Rubén Paz, uno de esos jugadores que iba descubriendo en aquella época mientras me frotaba los ojos.
El técnico era Hugo Bagnulo. Un clásico de equipos modestos en Uruguay, como Huracán Buceo, Liverpool o Central Español, que había dirigido a la selección uruguaya, con la que se proclamó campeón de América en 1957, y también a Nacional. Pero fue en Peñarol donde alcanzó la cima en 1982, con el título uruguayo, la Copa Libertadores y la Intercontinental en otro partido legendario ante el Aston Villa en Tokio. Técnico educador, cómplice, paternalista, cercano. Un ganador que falleció en 2008 dejando atrás un gran legado para el fútbol de su país. Sí, reconozco que desde aquel día me hice un poco de Peñarol. Luego conocí a Carlos Castellanos y no hubo remedio. Y por eso salté cuando, en 1986, Aguirre le marcó a América de Cali el gol que le dio otra Libertadores. De nuevo en el último suspiro y también en Santiago de Chile. Pero algo había cambiado: el partido se televisó en directo en España, con José Ángel de la Casa. Y con Fernando Morena en los comentarios. No era lo habitual, pero se avanzaba. Aquel VHS se lo perdoné a Laffitte.
Laffitte me enviaba programas de la televisión uruguaya, incluso partidos de la liguilla pre-Libertadores: todo. Y los primeros Sudamericanos Sub-17 y Sub-20 que pude ver. Gracias a él, asistí a la gran campaña del aquel Danubio de Dorta y el Pompa Borges en la Libertadores. Uno de esos equipos que demuestran que en fútbol todo es posible. Aquel Danubio de 1988 mostró que se puede ganar jugando un fútbol espectacular y sin grandes estrellas. Lo entrenaba Ildo Maneiro, campeón como jugador de la Intercontinental de 1971 con Independiente. Elegante, capaz de interpretar un fútbol similar como técnico, aquel Danubio era un espectáculo. Y supuso un soplo de aire nuevo en un fútbol uruguayo tradicionalmente dominado por Nacional y Peñarol. Eran otros tiempos; hoy las cosas han cambiado mucho. Recuerdo que, nada más proclamarse campeón, el técnico de la selección, Tabárez, le prometió a Maneiro que la celeste seguiría sus pasos: su esquema, su estilo, su forma de interpretar el juego. Con ello Uruguay se clasificaría poco después para el Mundial de Italia 90. Rubén Polillita Da Silva, Eber Moas, Fernando Kanapkis, Nelson Cabrera. Y el portero Javier Zeoli o el joven Rubén Pereira. Y, por supuesto, el Pompa Borges. A Edison Suárez se lo comparaba con el gran Rubén Sosa, también de la cantera de Danubio. En el barrio de Maroñas jugó un equipo magnífico, y hoy esos VHS de Laffitte valen su peso en oro. Esos partidos de la liguilla pre-Libertadores en 1989: el 4-1 a Peñarol, con tres goles de Rubén Pereira; la eliminación de Nacional; las cincuenta mil personas que abarrotaron el Centenario en el partido de octavos ante Cobreloa; y la histórica semifinal ante el Nacional de Medellín. La derrota 6-0, los cuatro goles de Usuriaga, el sueño frustrado al final. El despertar. Esos partidos tienen espacio reservado en mi videoteca.
De muchos más de los miles de partidos que me mandó José Pedro Laffitte ya os contaré más adelante, pero me apetecía este homenaje a Danubio.
Fernando Beade supuso para mí algo similar en Argentina. Un primer contacto y todo listo. Cajas de VHS sobrevolaban el charco para traerme fútbol argentino, ya a mediados de los noventa. Liga, Copa Libertadores, más torneos juveniles. Hoy podría ver cualquier estrella con su selección Sub-20 o Sub-17. Ahí conseguí partidos narrados por el gran Marcelo Araujo. Lo descubrí. Sus bromas al portero de River, Javier Sodero, al Cucurucho Silvani, a los principales ídolos de Boca. Beade me mandó todas las ediciones de la Libertadores de mediados de los noventa. Envíos a través de la distribución de prensa sudamericana que cada semana hacía Pablo Maldonado (ningún parentesco), y que yo esperaba con impaciencia. Ahí vi al gran River de mitad de los noventa, para mí el mejor equipo argentino de los últimos años. Muchos partidos. Uno contra Cerro de Uruguay, en el que el pelado Almeyda marca su primer tanto en River; la famosa goleada al Sporting Cristal peruano, con un gol inolvidable de chilena de Hernán Crespo; la semifinal contra la Universidad de Chile de Marcelo Salas, quien más tarde se convertiría en ídolo de River. Y, sobre todo, la final ante el América de Cali. Una final muy especial. Años antes y también ante el América de Cali, River había ganado su primera Libertadores. Era 1986, y un fútbol más lento, más pesado, más difícil de digerir. Sí, otro fútbol muy distinto. River había ganado aquella final con un gol del Búfalo Funes, quien fallecería seis años después de aquello tras una enfermedad.
Y ahí estaban los dos, River y América. Otra final. El mismo clima. La misma locura. Otro de los vídeos que guardo con más cariño. Muchos me lo discutirán, pero yo no he visto a un equipo más poderoso que aquel River. De la máquina de los años cuarenta hay testimonios; poco más. Y creo que superó al Boca de 1981 de Maradona, Brindisi, Perotti o Escudero.
Ramón Díaz dirigía un conjunto que la rompía. Francescoli por detrás de Crespo, con Almeyda, Escudero, Cedrés y Ortega en el medio. Un magnífico gusto por el balón, en el que empezaba a aparecer el Muñeco Gallardo. Los dos goles de Crespo no sólo forman parte de la historia de River; coronaron un partido inigualable, irrepetible. El segundo, con el error de Óscar Córdoba, el regalo a Escudero, el pase a Crespo, el cabezazo cómodo a la red. Y los homenajes a Funes tras el triunfo. Y el reportaje de El Gráfico un día más tarde, con su mujer Ivana y su hijo Juampi.
Ramón Díaz ganó aquel título, y lo hizo sin el curso de director técnico, sin experiencia, pero con equipo. Su sentencia:
Hace más de veinte años que vivo en el fútbol y estoy convencido de que nadie tiene la verdad. Porque de otro modo no hubiéramos podido ganar la Copa. Acá sirve la experiencia que uno obtuvo afuera, que surge de tanto ver fútbol. Todos vivimos el fútbol de diferente manera, no todos lo vivimos igual. Yo lo veo de una forma. Bilardo de otra, Menotti de otra, Passarella de otra...
Entrevista de Diego Borinski en El Gráfico,
2 de julio de 1996
El magnífico fútbol inglés. La mítica five-minute final y el famoso gol de Alan Sunderland. Y aquel Arsenal de Wenger
Un fútbol muy especial, el inglés. Un partido único, la final de Copa. Un contacto de los que hice por carta y guardo más cariño: un chico llamado Sam McCosh.
Sam McCosh. Ballymena, Co. Antrim, Northern Ireland. Una carta tras otra. Un paquete tras otro. Lo recuerdo como si fuera ayer. Sam me abrió de par en par las puertas del fútbol inglés. Aquellos programas del «Match of the Day» con la música tan reconocible y pegadiza, los resúmenes nocturnos de la selección, algo de Escocia. Pero, sobre todo, mis primeras finales de Copa inglesa de los años setenta. Nunca le pregunté cómo las conseguía en los primeros noventa. No parecía que hubiera forma. Pero sí. Fueron varias. El famoso Sunderland-Leeds de Jim Montgomery en 1973, o la goleada del Liverpool a un Newcastle con McDermott en 1974. La de 1981, con la jugada memorable de Ricardo Villa en un Tottenham-Manchester City fabuloso; la final del centenario en 1972 entre Leeds y Arsenal; o la de 1974 entre el Liverpool y el Newcastle, la del esguince de tobillo. Aquel Liverpool de los setenta me impresionó especialmente, y por eso lo recordamos a menudo en «Fiebre Maldini». Pero una final por encima de todas: Arsenal-Manchester United, en 1979.
Primer detalle: el Arsenal no siempre fue el equipo de toque y combinación de los últimos años con Arsène Wenger. No digo toda la etapa de Wenger, porque en la primera era un equipo especialista en el repliegue y en las salidas con espacios. En aquel Arsenal se hincharon especialmente Larsson y, sobre todo, el mejor Henry. Luego el conjunto cambiaría. Pero estamos en 1979, en la final de las finales. Y sí, el Arsenal fue durante muchos años un equipo que jugaba con el estilo más clásico de las islas. Un juego muy directo, con balones rápidos a la banda y muchos centros al área. Tenía seis jugadores de Irlanda del Norte en su once inicial, y varios de ellos estuvieron en el Mundial de España 82, con el gran portero Pat Jennings a la cabeza. La final tenía mil detalles. Sólo siete ingleses; el resto venía del resto de los países limítrofes, con el dublinés Liam Brady a la cabeza: armador, cerebro, rara avis en el fútbol irlandés de la época, y cuando digo «irlandés» me refiero a la República de Irlanda; los norirlandeses sí tenían un gran equipo entonces, con Sammy McIlroy a la cabeza. Brian Talbot era uno de esos siete ingleses. Había sido campeón el año anterior con el Ipswich, y repetiría. Más veterano era el Manchester United, con McQueen, Buchan, Albiston, Joe Jordan o Macari. Pero capaz de remontar un 0-2 en los últimos cinco minutos antes de que Alan Sunderland hiciese uno de los goles para la historia. Llegó a rematar en el segundo palo un centro desde la banda izquierda tirándose al suelo. El comentarista inglés lo cantó así: «Alan Sunderland scored the winning goal and Arsenal now can celebrate.»
Momento mítico del fútbol inglés, de las finales de Copa inglesa. Pat Rice levantó el trofeo y yo supe que había vivido un partido histórico. De vez en cuando es saludable repasar esos cinco últimos minutos de leyenda.
Os hablaré de otros dos coleccionistas que me abrieron más aún las puertas al fútbol. Uno, Ed Schauerte, un médico estadounidense que venía grabando todo lo que se jugaba desde mediados de los setenta. Gracias a él pude ver a Paraguay campeón de América en 1979, o realizar mis primeros acercamientos a la desaparecida MLS. Ya sabéis: el emergente Cosmos de la época y todo aquello.
Otro, el brasileño Rodrigo Alonso, fiel amante del fútbol y con una inmensa videoteca, en especial de fútbol sudamericano. Ahí pude ver al gran Doctor Sócrates en el Corinthians, antes de llegar al Mundial de España, o los grandes clásicos entre el Flamengo y el Fluminense. Y hace poco me consiguió horas y horas de imágenes de fútbol brasileño de todas las épocas. Finales paulistas con el Santos en los sesenta; partidos de Brasil para la clasificación del Mundial 70; e incluso entrenamientos y entrevistas con personajes de cualquier período. Rodrigo es un tipo muy especial. Hemos charlado por Messenger viendo partidos en directo de todo tipo, desde Champions League africana hasta Liga turca. Para todo tiene respuesta. Un fenómeno auténtico.