Nada hay en nuestro entendimiento que no haya entrado en él por la puerta de los sentidos.
JACOB MOLESCHOTT
La percepción es algo más que la identificación de la resultante de un mundo exterior, es el conocimiento de las respuestas que proporcionan los sentidos a los estímulos que los excitan.
Los elementos que existen en la percepción son: 1) la existencia de un objeto exterior susceptible de ser captado por los órganos de los sentidos; 2) la combinación de una cantidad cierta y organizada de sensaciones que proporcionan una representación ideológica de la realidad; 3) la integración de las sensaciones percibidas con las poseídas en experiencias anteriores; 4) la acumulación de la información recogida en los compartimentos de la memoria después de realizar la selección de las informaciones consideradas como válidas para el proceso de conocimiento. Por tanto, en la percepción es preciso distinguir una recepción sensorial a través de los órganos de los sentidos que son la puerta de acceso que tiene el cerebro respecto del mundo exterior, una estructuración simbólica por la que las sensaciones o informaciones recibidas se representan e interpretan, así como se reagrupan con otras experiencias anteriores, y una relación con factores emocionales que interviene no sólo en la aceptación o rechazo de las sensaciones, sino también en el conocimiento que tenemos de ellas.
Los sentidos son receptores sensoriales conformados por células que se encuentran diseñadas y programadas para captar la información que proviene del exterior y también la información interna que proviene de nuestro cuerpo. Mediante este tipo de células captamos los estímulos, es decir, sentimos o mostramos una sensación a través de la codificación del lenguaje de impulsos nerviosos que se envía al sistema nervioso central para que pueda ser procesado y resulte útil para la supervivencia del cuerpo humano.
Estas células que conforman los sentidos pueden ser: neuronas modificadas, denominadas células sensoriales primarias, o células no nerviosas, llamadas células sensoriales secundarias, que se hallan en comunicación con las neuronas.
Los sentidos se pueden clasificar según la fuente de la que provienen o la información que recogen en: 1) quimiorreceptores, cuya fuente de información son sustancias químicas y que se desarrollan en el ámbito del gusto y el olfato; 2) mecanorreceptores, que proporcionan información mediante estímulos de tipo mecánico, como los que atañen a las texturas —existen mecanorreceptores especializados como los estatorreceptores que nos ofrecen datos sobre el equilibrio, o los fonorreceptores, que avisan de las vibraciones sonoras—; 3) los termorreceptores, que transmiten diferencias de temperatura; 4) los fotorreceptores, que se especializan en percibir la energía electromagnética.
Otra clasificación de los receptores sensoriales puede realizarse atendiendo a la calidad de la información que proporcionan: 1) los interoceptores transmiten sensaciones o reacciones del cuerpo al medio donde se halla, o del cuerpo respecto de los factores que le atañen, como el hambre, la sed o el dolor visceral. Se encuentran situados en los vasos sanguíneos y en la vísceras; 2) los propioceptores recogen los datos que provienen del interior del cuerpo y también transmiten información de la posición que el organismo muestra en relación con el campo gravitatorio y con los elementos morfológicos que lo conforman; 3) los esterorreceptores codifican datos del exterior del organismo, es decir, de todos aquellos factores que conforman lo ajeno a nuestra propia existencia.
Las relaciones existentes entre el organismo del ser vivo y el mundo exterior dependen de dos funciones fundamentales: la receptora y la efectora. En los seres humanos existen tres sistemas especializados en la captación de la realidad, diferenciados por la función que realizan dentro de la jerarquía que establece el sistema nervioso central. De esta manera, se produce una estimulación de los órganos de los sentidos, como la vista y el olfato, mediante la que se inicia la función receptora de la información. En segundo lugar, los órganos receptores, cuando han recibido un estímulo espacial y temporalmente suficiente para producir una activación, convierten la estimulación recibida en impulsos nerviosos; después, a través de los órganos de transmisión, como los canales nerviosos dependientes de un centro regidor de su actividad, tiene lugar una transmisión aferente o centrípeta de información, es decir, interna, a la que sigue otra transmisión eferente o centrífuga de respuesta. Para concluir, los órganos efectores que reciben los datos sentidos por modificaciones de naturaleza bioquímica producen reacciones de naturaleza nerviosa. En resumen, primero hay una excitación, después una reacción, y después una consecuencia en el sistema nervioso que produce la sensación.
Cuando la energía externa o interna estimula a una célula receptora en uno de los órganos especialmente destinados para captar esta estimulación, es preciso incidir en que resulta determinante el umbral sensorial para que la sensación sea lo suficientemente intensa para producir un efecto nervioso; de esta manera, la señal electroquímica adquiere la suficiente fuerza para ser conducida a través de los nervios sensoriales y llegar hasta el cerebro. Se llama umbral absoluto sensorial a la mínima intensidad de energía necesaria para producir una sensación en cualquier persona.
Los umbrales absolutos para los seres humanos son, respecto de los sentidos de los que proviene la información, los siguientes: para el gusto, un gramo de sal diluido en quinientos litros de agua; para el olfato, una gota de perfume respecto de un espacio que comprende tres habitaciones; para el tacto, el ala de una abeja que cae sobre la mejilla desde la altura de un centímetro; para el oído, el tictac de un reloj a seis metros de distancia en condiciones muy silenciosas; y para la visión, la llama de una vela a cincuenta kilómetros de distancia en una noche oscura y despejada. Está claro que estos umbrales absolutos presentan connotaciones subjetivas y siempre es preciso establecer que, cuando presentan una hiperestimulación de los sentidos que en cierto modo contraviene su naturaleza, los órganos receptores se vuelven menos sensibles para evitar sobrecargas y daños a la hora de captar la información.
También tenemos que tomar en consideración el umbral diferencial descubierto en 1830 por Ernest Weber. Este científico recogió el concepto de umbral diferencial en una ley con su mismo apellido, donde se establecía que es el cambio más pequeño de estimulación que puede detectar un ser vivo determinado mediante los órganos de los sentidos.
A la hora de procesar los datos adquiridos es precisa una interpretación con el objeto de dotarlos de sentido y significado, de encuadrarlos en un contexto, de prever unas consecuencias y de posibilitar la consecución del conocimiento que resulte más necesario para el organismo acumulador de estos datos.
Cuando trabajamos con la información recibida para representarnos la realidad captada, influyen tanto factores internos —que pueden ser emocionales, como las tendencias, motivaciones e intereses, las experiencias acumuladas, las necesidades que se presentan o el ambiente cultural y social donde nos hallamos insertos y el grupo social al que pertenecemos y donde ostentamos uno o varios roles— como los factores externos, la intensidad y el tamaño del estímulo, el contraste producido de manera diferencial entre una situación anterior y otra posterior, y la frecuencia o repetición de una información recibida.
Los principales enemigos de una recepción que goce de un grado de certidumbre respecto de la elaboración de la realidad y su interpretación por el cerebro son: 1) los estímulos camuflados, puesto que tergiversan la apreciación de la sensación por la mala recepción que se produce; 2) las percepciones confusas, por la ausencia de un espacio y un tiempo concordantes con la información que recogen y que propician la recepción de informaciones solapadas o incompletas; 3) la brevedad del estímulo, que impide una actuación de sistemas receptores y que permite que se desconozca en su totalidad la información precisa para ser elaborada; 4) las ilusiones, cuando, por ingerencia de factores emocionales, no se produce la captación de la realidad sino su apariencia, o bien se produce un engaño de los sentidos por un deterioro en los sistemas de percepción.
Los psicólogos de la Gestalt descubrieron los principios fundamentales mediante los que se interpreta la información recibida por los sentidos. Establecieron que el cerebro configura su propia experiencia respecto de la información recibida con una coherencia por encima de la simple suma de la información sensorial disponible. Con esta formulación, a la hora de recabar las sensaciones, regulan y hacen más accesibles los conocimientos que proporcionan.
Estos psicólogos prestaron especial atención a las formas mediante las que integramos en nuestro conocimiento los objetos y las figuras, y diseñaron las leyes Prägnanz para atribuir significado e interpretar con una coherencia global los estímulos visuales. En conjunto, se basan en cuatro principios: 1) el principio de la semejanza, por el que si atendemos a un conjunto determinado de estímulos, si no se aplica ninguna de las otras leyes, inmediatamente y mediante un proceso automático agruparemos los estímulos similares; 2) el principio de proximidad —los estímulos cercanos a otros se perciben como parte integrante de un grupo incluso si no son demasiado similares—; 3) el principio de cierre —significa que tendemos a preferir las figuras cerradas sobre las líneas fragmentadas o no conectadas—; 4) el principio de la buena Gestalt o del contexto que manifiesta que preferimos figuras que parezcan redondeadas o simétricas a las que se muestren desordenadas o fragmentadas.
De esta manera, cuando el cerebro trabaja con los estímulos percibidos atiende a principios ordenados y jerarquizados mediante patrones de actuación que le permiten integrar de forma armónica una representación de la realidad.
En resumen, tenemos que decir que para elaborar la realidad de los estímulos captados se siguen los siguientes principios:
1) El de agrupación, mediante el cual resulta habitual que cuando recibimos varios estímulos tendamos a agruparlos con arreglo a una estructura determinada. En esta labor de recolección de datos seguimos diferentes criterios, como el de proximidad, por el que las diferentes frecuencias de unos estímulos con respecto a otros influyen de manera directa en que se perciban como unidades aisladas o constituyendo un todo; el criterio de simetría, según el cual se muestra una tendencia agrupar la información proveniente de los estímulos mediante la construcción de entidades simétricas en cuanto a formas, fondos y contenidos; el criterio de semejanza, que hace que en el momento en que se produce una identidad en los perfiles de los datos codificados se estructuran habitualmente configurando una única entidad; y el criterio de continuidad, por el cual los elementos que se delimitan por líneas rectas o curvas de forma continuada tienden a ser percibidos formando una unidad.
2) El principio de que la percepción de una figura y el conocimiento de su entidad se relacionan intrínsecamente respecto del fondo o del medio donde se encuentra configurada. Este principio se halla sustancialmente trabado con el anterior, y de su formulación se puede extraer la tendencia a organizar los estímulos compilándolos dimensionalmente en formas que construyan determinadas figuras destacándolas sobre un fondo. Mediante este principio se sostiene que la figura manifiesta el valor del objeto mientras que el contexto o espacio exterior muestra el valor de soporte sobre el que descansa la configuración de la figura.
3) El principio de cierre, mediante el que las entidades presentadas como entes inacabados, estructuras incompletas o líneas interrumpidas son estructuradas tendiendo a completar las figuras que muestran.
4) El principio de constancia. Atendiendo a este principio, la experiencia de las cosas conocidas es preponderante respecto de las nuevas adquisiciones de información. Por ello, existe una predisposición para percibir las cosas en relación a los parámetros en que estamos acostumbrados a notar su presencia y no a aquellos que configuran la realidad como se nos muestra. De esta manera, tendemos a ver el cielo azul aunque sea de otro color, por ejemplo, en una expresión plástica surrealista.
5) El principio del movimiento aparente. De esta manera, la tendencia sensorial se circunscribe a unificar cadencias e intervalos tendiendo a un equilibrio ficticio o a una cadena armónica que no siempre se produce. Por ello es frecuente unificar la intensidad intermitente de un piloto luminoso como si ésta presentara una constancia.
Para López Ibor, la sensación es un hecho psíquico que tiene lugar en la esfera de lo afectivo sensible. De esta manera, se produce una transformación de lo percibido mediante una adaptación a la psique humana. Con Pieron podemos convenir en que la sensación se produce cuando la excitación o estimulación recibida por los órganos receptores se transmite mediante fibras nerviosas en forma de mensaje hasta los centros neurológicos que rigen la conducta global del ser viviente y que registran la experiencia, de manera que aseguran la adaptación de esta conducta no sólo actual, sino también anterior. Lo que somos, lo interno y su elaboración mediante lo que sabemos, se enriquece por la transformación que realizamos de la información recibida y ajena al sistema rector inicial.
Sin embargo, los estímulos susceptibles de generar una excitación de los órganos sensoriales pertenecen a todas las formas existentes de energía fisicoquímica, aunque existen algunas formas de energía que no provocan la excitación de los receptores, y éstos, en algunas ocasiones de manera relativa y, en otras, de forma absoluta, establecen escalas de comprobación y jerarquía atendiendo a los diferentes tipos de energía que puedan interactuar con ellos. Por ello, las posibilidades con las que contamos para captar la totalidad de los fenómenos sensibles son limitadas, y según la intensidad y frecuencia de la excitación, así como del lugar donde se produzca y del entorno donde intervenga, un mismo estímulo puede ser captado por distintos receptores y, por tanto, puede producir sensaciones diversas.
Es decir, no sólo captamos o tenemos una sensación determinada de una parte de la realidad física, sino también de aquellos componentes de su entidad para los que poseemos órganos sensoriales y donde poseemos un umbral de excitación apto para recibir esa información o para deducirla en comparación con otras y respecto al espacio emocional donde la integraremos. Esta hipotética limitación es una ventaja, puesto que impide una sobreestimulación de impresiones que perjudicarían la satisfacción de las propias necesidades de supervivencia del ser vivo e interferiría de manera inadecuada en la relación que la persona mantiene con el mundo exterior y con el conocimiento que extrae de él.
La impresión es el primer contacto que los órganos de los sentidos tienen con algunos rasgos de la realidad que pretenden captar, mientras que la sensación es el trabajo mantenido en la esfera de la estimulación de los órganos de los sentidos con el propósito definido de transmitir una información que posteriormente resultará manipulada por el cerebro.
La definición más exacta de la sensación se podría establecer como una actividad primaria y cognoscitiva original que capta determinada información a través de los rasgos concretos que se manifiestan en la realidad captada, y también una actividad psíquica mediante la que elaboramos la información recibida y producida por la estimulación de un órgano sensorial con el objeto de enriquecer el conocimiento que tenemos y de propiciar una evolución más saludable de nuestra forma de vida.
En la naturaleza de las sensaciones resulta preciso apuntar los siguientes rasgos: 1) una operación psíquica dinámica de transformación e integración de un proceso biológico de captación de la realidad; 2) un conocimiento objetivo y legítimo que goza de un principio de certidumbre concordante con la esencia de los rasgos de la realidad captada; 3) la interrelación de unos datos objetivos y subjetivos según unas normas previamente prefijadas y donde no se puede obviar un factor genético y otro experimental; 4) un conocimiento intuitivo, es decir, primero tomamos contacto con el objeto susceptible de identificación sensorial y posteriormente lo enjuiciamos; 5) una forma de saber que se realiza mediante una operación directa respecto de la forma de acercamiento y contacto, y que incide en una entidad sensible y susceptible de ser captada por los órganos de los sentidos; 6) unos rasgos o patrones de actuación diferenciadores de lo puramente afectivo o donde lo emocional viene condicionado por la importancia que le confiere la actividad rectora del cerebro; 7) una realidad susceptible de resultar capturada mediante la actividad que realizan los órganos sensoriales. El estímulo que produce esta tarea debe ser entendido tanto en su vertiente fisiológica, atendiendo a su morfología, como en su faceta psicológica, atendiendo a la influencia ontológica que produce en el órgano receptor; 8) un órgano sensorial o estructura especializada donde se produzca, mediante la labor de las células receptoras o terminaciones nerviosas en contacto con éstas, la función de captación del estímulo; 9) una relación sensorial compatible con la naturaleza del órgano receptor y la realidad percibida y que posea las características de aceptación anteriormente comentadas y según los patrones que establece el órgano receptor del cerebro.
La sensación no implica con relación de causa efecto que la persona se dé cuenta de lo que le estimula sensorialmente, sino del resultado que capta de esta estimulación. Se transforma en percepción interna cuando tiene algún significado para el individuo y propicia un aprendizaje acumulativo en el tiempo que se estructura como capital de las experiencias vividas y como referente de las que nos quedan por vivir.
La sensibilidad se puede entender de dos maneras: 1) en cuanto a su versión fisiológica, es la reacción de aceptación o rechazo que provoca en nuestra escala de aceptación de los estímulos una energía recibida atendiendo a su naturaleza, intensidad, continuidad, interacción con otras energías, adecuación en el medio donde transcurre, idoneidad de los elementos mediante los que se transmite, proporcionalidad con la información que contiene… De esta manera, cada sujeto receptor es sensible a un estímulo determinado y específico, atendiendo a las características fenomenológicas de éste, a los sistemas de recepción que posee de ese estímulo, al aprendizaje genético y experimental que conlleva una continuada recepción de información y al grado de abstracción del que resulta competente para integrar la sensación y codificarla por el sistema nervioso central; 2) en cuanto a su faceta psicológica, se configura como la impronta que deja en nuestras emociones la percepción y elaboración de un estímulo recibido, codificado e interpretado, así como la importancia que nuestra psique le confiere a la información recibida según las experiencias poseídas, la educación recibida, los factores genéticos que predeterminan una visión más o menos completa de los rasgos externos que conforman la realidad…
En el mecanismo de la sensibilidad intervienen los siguientes elementos:
1) Una realidad susceptible de ser elaborada por un sistema sensitivo, bien mediante la apreciación de los rasgos externos que la conforman, bien mediante los rasgos internos que definen su naturaleza. Esta realidad tiene que poseer unas características atrayentes para los sentidos tanto en el nivel físico como en el plano psíquico.
2) Un sujeto susceptible de captar esa realidad y dotado de la capacidad de trabajar con las sensaciones que le produce, de forma que generen en su experiencia un aprendizaje que modifique su concepción original o la información que posee en un momento determinado sobre una realidad específica.
3) Una emoción producida dentro de una construcción de la personalidad y que precisa ser incorporada o rechazada de manera estable.
Las personas hiperestésicas son aquellas a las que les impactan de manera sustancial los rasgos internos o externos de la realidad que perciben, puesto que poseen un umbral de excitación más bajo que los de otras personas que no posean esta característica mental. Un equilibrio emocional precisa que la sensibilidad no provoque desajustes en el aprendizaje de los estímulos, que no produzca alteraciones sustanciales en la forma de conocer que determinen la realidad fuera de los límites que la conforman y que no genere un resquebrajamiento de la propia personalidad.
No es más sensible el que se encuentra más afectado por la recepción de un estímulo externo, sino aquel cuyas emociones provocadas por la recepción e interpretación de la información le conmueven el yo interno de una manera determinada y le mueven a apreciar de manera más completa rasgos de la realidad como los hiperacúsicos, que son aquellas personas cuyo nivel de audición se encuentra más agudizado y poseen, por lo general, lo que se denomina el oído de músico o el talento para realizar pericias musicales, o a recordar su pasado como la vuelta a la infancia de Proust a través del olor de unas magdalenas, o a contemplar la realidad atendiendo a sus rasgos estéticos o de belleza con un refinamiento exacerbado, como sucede en toda la obra literaria de un insigne hiperestésico, Juan Ramón Jiménez.
Tampoco es siempre más adecuada una especial sensibilidad para recibir estímulos del mundo externo o interno, sino en la medida y en la proporción en que no perturba un adecuado equilibrio psicológico respecto de la capacidad de elaboración de la propia realidad que posee cada persona y de la adecuación a un entorno social.
Si mediante los sentidos accedemos a la realidad, la transformamos y elaboramos el conocimiento que precisamos para sobrevivir, está claro que, cuanto más afinados se encuentren nuestros sentidos, mayores serán sus competencias y mejores sus prestaciones a la hora de recibir estímulos y de diferenciar y clasificar datos, así como más eficaces para realizar estas operaciones en la menor unidad de tiempo, con el menor desgaste y con el mejor rendimiento.
Antes de que el bebé reciba cualquier enseñanza que le capacite para elaborar el pensamiento racional es precisa una educación de los sentidos mediante una estimulación armónica de sus inteligencias para que sepa ejercitar de manera equilibrada sus receptores sensoriales. Si aprende a mirar y no sólo a ver, apreciará de manera más significativa su entorno y, con ello, trabajará con sus recuerdos con menores miedos, y conceptos como medidas, proporciones y distancias se integrarán antes en su evolución. Si aprende a escuchar y no sólo a oír, presentará mayor facilidad para el lenguaje en su desarrollo, por poner un ejemplo. Si aprende a oler, se desenvolverá en unos parámetros estéticos que le proporcionarán un mejor desarrollo de su personalidad, entre otros factores. Si desarrolla el sentido del tacto, no sólo aprenderá a acariciar, y con ello perfilará de manera más conveniente sus emociones, sino que también aprenderá pronto de qué están hechas las cosas o para qué sirven. Si desarrolla el sentido del gusto, su alimentación será más equilibrada porque presentará una mayor tolerancia a comidas más novedosas o elaboradas.
Piaget distinguió seis fases que sirven de referencia en la educación de los sentidos para describir el desarrollo perceptivo y cognitivo de un niño. En la primera, que transcurre desde el nacimiento hasta el mes de vida, establece que realiza las primeras funciones espontáneas. En aras de favorecer una estimulación sensorial se podría incidir en los estímulos que tienen su razón de ser en la vista, el oído, el tacto y el olfato de forma que se creara un conjunto de experiencias individualizadas que generaran una predisposición para comprender el entorno.
La segunda fase llegaría hasta los cuatro meses y medio. Es entonces cuando el bebé adquiere hábitos y reflejos circulares o realiza repetición de acciones sensomotoras que proporcionan nuevos resultados para reforzarlas. Aquí es preciso incidir en factores temporales y espaciales en la estimulación de los sentidos.
En el tercer estadio, que abarca hasta los ocho o nueve meses, es cuando se produce una mayor coordinación entre lo externo y lo interno y una diferenciación más acusada de lo propio y lo ajeno. Hay que trabajar en el desarrollo de los sentidos orientado a una clasificación de la realidad por dicotomías: distinguir lo claro de lo oscuro, lo estridente de lo armónico, el silencio de un sonido grave, etc.
En la cuarta fase, que se extiende hasta que el infante cumple el primer año de vida, se desarrolla una mayor movilidad del niño y se completan los patrones de coordinación anteriormente descritos con el objeto de una captación de rasgos de la realidad de manera simultánea más autónoma. La estimulación sensorial debe perfilar sus matices incidiendo en unos patrones de identificación no sólo nominativos de la realidad, sino también atendiendo a sus connotaciones y a una diversidad más rica de sus rasgos.
En el quinto estadio, que se extiende hasta los dieciocho meses, predominan en el niño una curiosidad y un deseo acuciantes de explorar el medio que le rodea, que deben ser explotados para generar medios de acción donde la estimulación de los sentidos se realice de manera que no se produzca una sobreestimulación o que la excesiva presencia de estímulos visuales y auditivos no ocasione un desarrollo inarmónico de inteligencias como consecuencia de no aprender a elaborar la información proveniente por el resto de canales sensitivos.
La sexta fase del desarrollo del niño comprende hasta los dos años de vida, que es cuando finaliza la articulación del sistema sensomotor y se produce la construcción de procesos de raciocinio con una transformación de lo abstracto a lo concreto y de los conceptos a la denominación que éstos adquieren mediante el lenguaje. En esta fase de aprendizaje es preciso que el pequeño integre una forma de acercamiento a la realidad a través de los sentidos que le permita que el proceso intelectivo del razonamiento se produzca de manera fluida y sin interferencias que retarden su crecimiento armónico.
A partir de esta edad no debe detenerse la educación de los sentidos, porque su refinamiento posibilita mejores tácticas para recoger y transformar la información que se encuentra a nuestro alcance, pero esta educación de los sistemas receptores debe cobrar, dentro del sistema educativo, la misma trascendencia que el aprendizaje de conocimiento, puesto que la base de la ciencia no es otra que la observación de la realidad a través de los sentidos con el fin de conocer sus características y así poder identificarla o transformarla.
La educación de los sentidos no puede dejarse al azar de una maduración que sólo posibilita un retraso en facultades de conocer o una distorsión en capacidades o habilidades que inciden en el saber. También se precisa la concurrencia de un profesional que establezca pautas, delimite objetivos y estimule inteligencias de forma que se produzca un desarrollo armónico a la hora de captar, asimilar, procesar, recordar, integrar y comunicar la información recibida.
Tan inadecuado se muestra no educar nuestros sentidos como instruirlos de manera inapropiada y sin el conocimiento de las reglas que rigen su correcto desenvolvimiento. Para que se produzca una enseñanza saludable en esta área son precisos los siguientes factores: 1) la presencia de un experto en inteligencias, una persona física que aprecie los progresos del alumno, los evalúe según una técnica reconocida y proponga retos acordes con el desarrollo físico y mental de éste; 2) el alumno, cualquiera que sea su edad y siempre que desarrolle los ejercicios propuestos por el profesor en los tiempos y formas pautados por la técnica que desarrolla; 3) una técnica de apreciación, manipulación e integración de la realidad que posibilite un aprendizaje que no suponga una dificultad insalvable ni una dependencia respecto del instructor, ni la utilización de medios de cualquier género que resulten gravosos para el alumno.
Nunca es tarde para una correcta educación de los sentidos, y quizá sea ésta la primera que debemos desarrollar para, más tarde, poder abordar con expectativas de éxito un aprendizaje ulterior de los conceptos que construimos de la propia realidad y a los que accedemos mediante la información que recogemos a través de nuestros sentidos.