CAPÍTULO 5

Trenca, barba y melenas

Urbanización Puerta de Hierro. Hora del desayuno en el comedor de diario de la residencia del Chato Puertas. La chacha de confianza, Beni, pone en la mesa una fuente de picatostes y otra de mantecados navideños. Paquito López Corral, el hijo menor del Chato Puertas, comparece con su ajada chaqueta de pana, su barbaza indómita y su melena que le tapa las orejas.

El Chato Puertas lo observa con disgusto.

—¡A ver si te quitas esos pelos, que los barberos también tienen que comer! —le riñe—. ¡Qué equivocados estuvimos al bautizarte con el nombre del Caudillo! Teníamos que haberte puesto... ¿Cómo se llama ese que inventó el comunismo?

—Groucho, padre. Groucho Marx —ironiza Paquito mientras moja un picatoste en la taza.

—Pues eso: Groucho. Eso teníamos que haberte puesto en la pila: Groucho.

—Tengamos la fiesta en paz —aboga la madre—. La melena y las barbas están de moda, Fonso. Otros la llevan más larga.

—¡Unos pelanas, unos quinquis!

—Pues Jesucristo también llevaba melena y barba —sale Asun, la menor, en defensa de su hermano.

—¡Y acabaron crucificándolo! —replica el Chato Puertas mientras desguaza un picatoste de una dentellada que de buena gana le hubiera propinado al hijo díscolo en la nuez.

—¡Fonso, tengamos la fiesta en paz! —lo calma la esposa en tono conciliador—. ¡Con los santos no vamos a meternos, y menos delante de los niños!

La familia termina de desayunar en tenso silencio.

El padre y la madre llevan razón a medias. Paquito, de veintidós años, estudiante de segundo de derecho, no hace más que seguir la moda de muchos chicos de su edad: melena, barba contestataria, botas de piel vuelta y trenca con botones de hueso y capucha.34

—Después de una vida de sacrificios para darle un porvenir, nos sale rojillo —se lamenta el Chato Puertas cuando por la tarde, tras el trabajo, se relaja un poco junto a Puri.

—Ten paciencia, Ildefonso. Ya se le pasará.

—¡Lo mismo dice mi mujer! —señala el Chato Puertas con fastidio—. ¡Lo único que me faltaba es tener que aguantar a dos mujeres!

Puri, que sólo es la querida, baja la mirada. Ya está acostumbrada a estos cortes. Don Ildefonso no es mala persona, pero le falta algo de pulimiento.

El atribulado padre lo ha intentado todo para atraerse al hijo descarriado. Incluso le ha ofrecido comprarle un coche deportivo para que se luzca en la calle Serrano, entre los pijos de su clase social. Nada. El niño va a la facultad en metro y frecuenta los garitos y las tabernuchas de Atocha y Vallecas. Conserva su cuarto en casa, dotado de todas las comodidades, hasta televisor, para que pueda hacer vida aparte, si quiere, pero se siente más cómodo en una buhardilla compartida de la calle Libertad, «la leonera», como la llama su madre, que a veces lo visita sin que el padre lo sepa para llevarle fiambreras de comida. También le manda a la criada de vez en cuando para que limpie y ordene aquello y cambie las sábanas.

—¡Ay, hijo!, ¿cómo puedes vivir así? ¿Por qué no me dejas que te ponga unos muebles decentes?

—Me gustan éstos, madre.

Le gustan éstos, dice: una hornilla de butano para hacerse café o sopas de sobre, un mugriento sofá de cretona, una mesa de tresillo de mimbre con tapa de cristal y una estantería de chapa rescatada de la basura y repintada de rojo (como la bandera de la Internacional, le indicó al droguero Pepón Ramírez, el otro inquilino, cuando compraron la pintura). En la estantería tienen un par de docenas de libros: las obras escogidas de Bakunin, en una edición mexicana anotadísima por el anterior propietario; los tres volúmenes de La interpretación de los sueños de Freud, publicados por Alianza, y Estructura económica de España de Ramón Tamames. También El Capital de Marx, muchas veces empezado, repetidamente picoteado, pero nunca terminado ni entendido, y Rayuela, de Cortázar, que tampoco han conseguido terminar. En el estante superior tienen un pickup con una docena de discos escogidos: la banda sonora de la película Sacco y Vanzetti, un disco de Joan Baez; Andaluces de Jaén de Paco Ibáñez, el obrero poeta —exiliado— que tiene un taller de ebanistería en París; algo de Brassens, algo de Serrat,35 el álbum Dame la mano de Víctor Manuel,36 Societat de consum, de Raimon, cantado en catalán; algo de Rosa León, otro poco de Mocedades y, lo más precioso, un disco de Pink Floyd que les ha prestado un camarada que fue friegaplatos en Londres.

—De milagro no me lo confiscaron en la aduana. A mi prima Julia, que ha estado de chacha en París, le quitaron todas las revistas que traía para las amigas.

La decoración de la buhardilla es sucinta: sobre el sofá, una reproducción del Guernica de Picasso adustamente enmarcada entre cuatro listones, sin cristal, algo abarquillada por la humedad. En el cabecero de la cama turca, cogido con chinchetas a la pared, un fatigado póster del Che Guevara. Detrás de la puerta, una gran lámina de corcho con recortes de periódicos relativos a Cuba y Chile, fotos familiares y anotaciones, entre ellas, en bella caligrafía, una profunda cita de Mao Tse-tung: «Destruir el mundo viejo, para construir uno nuevo.»

El hijo del Chato Puertas y su amigo Pepón Ramírez militan en el todavía clandestino Partido Comunista de España, el PCE. En las facultades españolas está ocurriendo un fenómeno notable: los hijos de los que ganaron la guerra se pasan al enemigo con armas y bagajes,37 aunque tampoco faltan los que se oponen a ellos y siguen fieles a los ideales del Movimiento Nacional,38 los que siguen creyendo que España es una «unidad de destino en lo universal» sin advertir que José Antonio tomó esas palabras de Ortega y Gasset, quien, a su vez, las había tomado del ateo Renán.

Paquito y Pepón han terminado su sesión de trabajo semanal con la «vietnamita».39 Ocultan la multicopiadora y los botes de tinta sobre una repisa disimulada tras una cortina, en el cuchitril del retrete, y releen complacidos la octavilla de la que han impreso quinientos ejemplares que repartirán al día siguiente en la universidad:

Los Estados poderosos sólo pueden sostenerse por el crimen. Ninguna legislación tuvo otro fin que consolidar un sistema de despojo del pueblo trabajador por medio de la clase dominante. Libertad sin socialismo es privilegio e injusticia. ¡Estudiantes! ¡Basta de intromisión policiaca en la universidad! ¡Basta de represión contra los obreros! ¡Por una universidad libre: a la huelga!

Los revolucionarios ocultan el material subversivo en una bolsa de gimnasio y asambleariamente deciden tomar un bocadillo de calamares que bien se lo han ganado, en el bar de la esquina.

Bajando la escalera le pregunta Paquito a su amigo:

—Oye, ¿tú distingues bien a Trotski de Lenin?

—Sí: uno tiene mucho pelo y perilla y el otro es calvo, ¡no te jode! —ironiza Pepón—. Como sigas con esas pamplinas poco vas a progresar en el partido. ¡La lucha obrera es acción, no reflexión!

Paquito lo acata. Pepón lleva más tiempo en el PCE. En cierto modo es su mentor. Él sabe quién es quién y se maneja en las altas esferas. Incluso en una ocasión saludó al camarada Carrillo, que circula por España con gran audacia, disfrazado con una peluca.

—¿Y cómo es Carrillo?

—Lo mismo que en las fotos. Un tío trabajado, obrero, un luchador. Lo que pasa es que la peluca le da un aire un poco..., un aire como...

Paquito lo mira. Aguarda la revelación.

—... como de más joven —termina Pepón delicadamente en lugar de decir «como de maricón»—. Por cierto, ¿has firmado el manifiesto contra la Sagrada Familia?40 Pídeselo a Ramón, que hay que enviarlo a Barcelona antes del jueves.

Ya ante el bocadillo de calamares y el vaso de tinto obrero, Paquito se interesa por la marcha del proceso 1.001, un grupo de activistas del sindicato ilegal Comisiones Obreras (CC. OO.) juzgados por asociación ilícita y mala conducta social.

—¡Mal! Con la muerte del Cejas los jueces se han puesto en plan hijoputa y por lo visto les van a echar un montón de años de cárcel.41

—¿Es verdad que los detuvieron en un convento?

—Sí, en el de los oblatos de Pozuelo de Alarcón. Además, uno de los procesados, el camarada Francisco García Salve, es cura.

—¡Coño, con la Iglesia!42

—Te queda mucho que aprender, Paco. La Iglesia, antes, era de derechas, siempre del lado del capital explotador del obrero, pero ahora va habiendo muchos curas jóvenes que son de izquierdas. Si no fuera por esa parte de la Iglesia, no sé yo si hubiéramos podido sacar adelante Comisiones Obreras.43

Los inculpados del 1.001 en un cartel belga.