LA POLÍTICA ES MÁS ANTIGUA QUE LA PROPIA HUMANIDAD
Los primates juegan a los mismos juegos de poder que los humanos. Por ejemplo, un chimpancé no puede apoyarse exclusivamente en la dominación y la fuerza para conseguir lo que desea. Al igual que nosotros, emplean multitud de estrategias para obtenerlo. Ello se debe a que en este orden o grupo de especies al que pertenecemos, el ejercicio del poder es algo que se gestiona mediante diversas maniobras políticas, lo que incluye la manipulación, la creación de alianzas, la provocación de conflictos, la reconciliación, el chantaje o hacer intervenir a terceras partes, entre decenas de artimañas políticas más, todas ellas bien conocidas por nuestra especie.
Las investigaciones más recientes demuestran que nuestros parientes más cercanos, chimpancés y bonobos, viven en sociedades complejas y realizan maniobras políticas semejantes a las nuestras para resolver los desafíos que conlleva la vida en grupo.
Para Aristóteles y otros pensadores posteriores, el ser humano se distinguía de otros animales por su naturaleza política, es decir, por su capacidad para organizarse y crear sociedades. Nosotros éramos los únicos animales políticos (zoon politikon) sobre la faz de la tierra. Desde este prejuicio, los politólogos modernos situaron el origen de la política en el periodo Neolítico, cuando los humanos abandonamos la vida nómada para convertirnos en agricultores sedentarios, hace aproximadamente ocho mil años. Lo que Aristóteles desconocía, a pesar de su gran interés por el naturalismo, era todo el conocimiento que ahora poseemos sobre el comportamiento de otros primates. Éste demuestra que los primates no humanos tienen intensas vidas políticas y que no es necesario el desarrollo de asentamientos permanentes para que surjan las conductas dirigidas a la obtención y control del poder. De hecho, como veremos en este capítulo, la mayoría de ellos hunden sus raíces en lo más profundo de la selva.
Para el sociólogo Max Weber, la esencia de la actividad política se encontraba en la distribución de la fuerza que se monopoliza a través del poder. Desde la antropología, Ted Lewellen añadió a la fórmula cómo se logran los objetivos comunes. Los chimpancés y otros primates no humanos también luchan por obtener el poder y aumentar el estatus social, pero de forma simultánea cooperan en causas comunes. Esto implica que, como sucede en nuestros partidos políticos o en las relaciones entre países, los primates no humanos combinan la cooperación y la competición para lograr sus objetivos.
Las relaciones de poder, para bien y para mal, existen en todos los ámbitos humanos. Así, encontramos similitudes entre el comportamiento de los grandes simios en la selva y las reacciones de los políticos y otros grupos de poder. Allá donde se produzca interacción entre dos o más miembros, aparecerá este tipo de dinámicas que podemos calificar de políticas sin entrecomillados ni temores de ninguna clase.
Existe una continuidad entre el comportamiento político humano y el de otros primates. Los indicios llevan a pensar de este modo, porque los patrones de conducta política en las cinco especies de grandes simios que existen en la actualidad son similares, lo que significa que muy probablemente nuestro ancestro común ya se comportaba así hace cuatro o cinco millones de años, mucho antes de que apareciera el primer Homo sapiens en la sabana africana. Como cree el primatólogo que más ha influido en mi carrera, Frans de Waal, «la actividad política parece ser una parte de la herencia evolutiva que compartimos con nuestros parientes más cercanos».
LA AMBICIÓN POR EL PODER PRIMATE
Entre los años setenta y ochenta del siglo pasado, De Waal realizó observaciones en el zoológico holandés de Arnhem. Allí se encuentra una de las muchas colonias de chimpancés repartidas por Europa, en la que conviven varios machos y hembras de diferentes edades. En esa colonia han registrado miles de interacciones entre chimpancés durante casi dos décadas, lo que les ha permitido llegar a la conclusión de que «los chimpancés se toman muy en serio el ejercicio del poder». Las acciones y reacciones a la hora de relacionarse con otros evidencian que las decisiones que toman en el terreno social son conscientes y están premeditadas. Los chimpancés entienden las implicaciones de cada paso que dan. Sabíamos que esta complejidad social era posible porque Jane Goodall había relatado dinámicas por el control y la organización social en los chimpancés en libertad que habitan en las selvas de Gombe (Tanzania), donde ella estuvo estudiándolos varios años.
La conclusión general a la que ambos primatólogos han llegado es que los chimpancés hacen todo lo posible por incrementar el poder. Pero no se trata de una ambición ciega: el estatus tiene consecuencias directas en nuestra supervivencia. Aquellos que ocupan los puestos de poder tienen más fácil acceso a los recursos, ya sea en forma de alimentos o de compañeros con los que aparearse. El rango, por ejemplo, se correlaciona con el número de hijos en la mayoría de los casos.
Pero la ciencia comienza a descubrir otros beneficios del poder que no se han tenido en cuenta hasta ahora. Durante el desastre nuclear de Chernóbil (Ucrania), las personas más humildes, normalmente las menos vinculadas al Partido Comunista, murieron o enfermaron en mayor porcentaje que las mejor conectadas. Algunas familias tuvieron que quedarse y posteriormente tampoco pudieron pasar temporadas fuera de la zona para hacer descender los niveles de radiación en su cuerpo. Éstas desarrollaron un mayor número de tumores y por término medio fallecieron antes. Aunque están alejadas evolutivamente de nosotros, en las aves ocurre exactamente lo mismo. Se ha demostrado que los individuos dominantes habitan los territorios donde hay menos peligros y existe menor presencia de depredadores. Por el contrario, los subordinados deben ocupar las zonas más expuestas: las partes bajas del árbol, el suelo, etc. Para demostrarlo, el biólogo Frank Ekam anilló a todas las palomas de una zona. Tras unas semanas, cuando examinaron los restos de las rapaces que se alimentan de ellas, comprobaron que todas las anillas pertenecían a las subordinadas. Había una correlación directa entre el estatus de las palomas y su esperanza de vida.
En los seres humanos también existe esta conexión. Recordemos otro caso, el de los desastres naturales acontecidos en Nueva Orleans en el año 2006. Las personas con menos recursos vivían en construcciones débiles, que además estaban ubicadas en zonas donde previamente ya se sabía que existía un grave peligro de inundación o derrumbe. Con los terremotos sucede lo mismo: los pobres siempre habitan las zonas más vulnerables. Por lo tanto, la posición en la jerarquía —asociada al poder adquisitivo en los humanos— puede marcar la diferencia entre la vida o la muerte para todos los animales.
DESFILES MILITARES EN LA JUNGLA
En el borde de la frontera entre las dos Coreas, las exhibiciones de fuerza son continuas. Por un lado, Estados Unidos tiene desplegados más de veintisiete mil soldados, con los que realiza varios ejercicios militares anuales junto a Corea del Sur. Al otro lado, se calcula que el dictador Kim Jong-un tiene movilizadas a más de un millón de personas, según él, dispuestas a luchar hasta la muerte por la patria. Estas demostraciones de fuerza son una constante en la vida de los primates.
Los primates, especialmente los machos, exhibimos nuestro potencial mediante una serie de rituales. Los chimpancés, ante la presencia de un extraño, o simplemente a modo de recuerdo para aquellos deseosos de poder, inician varias veces al día unas alocadas carreras en las que arrancan la vegetación y golpean todo lo que se encuentre a su paso. A veces usan objetos, como piedras o palos, que lanzan sin gran acierto, ya que los primates no humanos no tienen demasiada puntería. Lo interesante es que estas cargas no están dirigidas a nadie en concreto: se trata de mensajes de poder dirigidos a todos en general, especialmente a aquellos que estén pensando en usurparles el puesto o robarles las hembras.
Con el mismo fin, el de parecer más peligrosos, los gorilas se golpean el pecho y también realizan cargas de un lado para otro. Nikkie, un macho de gorila del Parque de la Naturaleza de Cabárceno sobre el que he realizado alguna investigación, antes de calmarse y estar atento a las pruebas que le proponía, me recibía dando golpes contra los barrotes y las chapas de metal. De esta manera me recordaba quién mandaba allí, día tras día, como si de un ritual se tratase. También era frecuente que lanzara heces a los veterinarios. Las pruebas a las que les someten no dejan un buen recuerdo en sus memorias y el inmenso macho respondía de esta forma escatológica. Pero el cabreo de Nikkie conmigo era aún mayor cuando yo le daba trozos de fruta o cacahuetes a alguna de sus hembras. Estoy seguro de que Nikkie nunca quiso pelearse conmigo, sólo dejarme claro hasta dónde estaba dispuesto a llegar si me pasaba de la raya con alguna de sus «chicas».
Lo normal es que estas demostraciones de fuerza que realizan los primates no acaben en una verdadera pelea, ya que su intención es evitarlas. Debemos tener en cuenta que las peleas son temidas, puesto que todas las partes pueden salir heridas de gravedad. Mediante las exhibiciones de fuerza, los primates y otros animales se dicen unos a otros: «¡Eh, cuidado conmigo! ¡Soy un tipo peligroso!». De este modo, evitan muchos de los enfrentamientos posibles que se les presentan cada día y que acabarían por debilitarles hasta la muerte.
A veces me siento en la terraza de Eneko, un amigo de Santander que vive en un séptimo piso desde el que se ve una gran rotonda por la que circulan miles de vehículos todos los días. Es sabido por los conductores que las rotondas son peligrosas porque pocos usan el intermitente para indicar la dirección que tomarán. Pero también son el lugar perfecto para observar al mono que todos llevamos dentro. Cuando dos machos se ven involucrados en un accidente, en más de dos tercios de las ocasiones se produce una tensión irrefrenable en los primeros segundos. Uno de los conductores acostumbra a salir del interior dando un portazo e incluso algunos dan patadas a las ruedas. También es frecuente lanzar todo tipo de improperios verbales y acusaciones previas, con independencia de quién sea el culpable. Si la persona quiere mostrarse agresiva, también hace un gesto facial que consiste en apretar con fuerza la mandíbula y los dientes, lo que indica una predisposición al combate. A veces, el oponente acepta participar en el ritual teatralizado y se aproxima físicamente al otro con actitud desafiante, como si estuviera dispuesto a la lucha. Por fortuna, sólo en un mínimo porcentaje de las ocasiones se llega a las manos. El ritual consiste precisamente en eso: en mostrar signos de dominancia y sumisión, dependiendo del momento y del contrincante, con el fin de no entablar una verdadera pelea de la que ambos puedan salir dañados.
Los humanos perseguimos los mismos propósitos que el resto de los primates, aunque las formas que usamos para transmitir este tipo de mensajes son más diversas. Nuestra especie posee el repertorio más amplio de la naturaleza. Los humanos dejamos patente nuestro poder mediante, por ejemplo, la forma de hablar o de andar, e incluso en ocasiones golpeamos objetos en presencia de otros para mostrar nuestra fuerza potencial. También a la hora de consumir tratamos de marcar estas diferencias con otros: los jóvenes compran coches deportivos y los tunean con colores y pegatinas de carácter agresivo. Los tatuajes, la ropa de cuero y demás accesorios tribales desempeñan una función adicional de creación de la identidad, pero al mismo tiempo ayudan a intimidar. Luego, a medida que avanzamos en edad, estamos más interesados en transmitir otro tipo de poder. Es la hora de exhibir ropa de marca, casas de lujo o coches de alta gama.
Para los humanos, la actitud en público es fundamental para moldear e influir en lo que los demás piensan de uno. El dictador Franco era una excepción, pero alzar la voz o usar determinadas expresiones autoritarias es una forma de parecer más grande y peligroso. En una investigación diseñada por la Universidad de Ontario se manipularon las voces de Ronald Reagan y Margaret Thatcher. Los resultados demuestran que cuando dos personas interactúan, la dominante utiliza una frecuencia de tono distinta a la que usan los subordinados, aunque no necesariamente tiene que ser gritando. Un tono bajo también es interpretado como señal de dominancia y mayor capacidad para el liderazgo.
De otra manera, los monos aulladores también aprovechan las vocalizaciones para marcar territorio y mostrar su fuerza. Al anochecer y al amanecer, esta especie de tamaño medio que habita en Sudamérica emite unos sonidos que sobrepasan lo que esperamos de un animal de su tamaño. Como viven en selvas frondosas, comprobar sus verdaderas medidas es complicado para otros rivales, que no los ven y pueden sentirse intimidados por semejantes ruidos. Es como si un humano de baja estatura gritara con todas sus fuerzas escondido detrás de un árbol para intimidar a sus enemigos, haciéndoles creer que es más alto y corpulento. En varias batallas de la antigüedad se aprovechó esta estrategia: a distancia y sin contacto visual, los tambores creaban la falsa sensación de que se contaba con más efectivos de los reales.
Fuera del orden de los primates también se emplean trucos muy ingeniosos. En diversos mamíferos, los machos tratan de dejar sus marcas lo más alto posible para que, si un intruso penetra en su territorio, éste crea que allí vive un rival más grande que él. Por ejemplo, los perros suben la pata trasera cuando orinan, y los osos se ponen a dos patas y se estiran todo lo que pueden cuando marcan las rocas y los árboles. Casi todos los animales quieren hacerse pasar por más dominantes y peligrosos. Por esta razón, es común tratar de manipular la imagen que los líderes humanos trasladan al grupo. Analizando las fotografías de mandatarios como George Bush, Hugo Chávez o Yaser Arafat, en un primer análisis uno detecta señales claras de intentos de dominancia. Por ejemplo, Yaser Arafat siempre tomaba la iniciativa para estrechar la mano de su homólogo israelí, y Clinton es el primero en abrir los brazos para dar un abrazo. Estos gestos, que pasan desapercibidos para la mayoría de nosotros, son sutiles señales de poder y control de la situación que procesamos de forma inconsciente. Un día contrasté la altura percibida de una serie de personalidades con una página web que recoge el peso y altura de personas famosas de todo el mundo. Uno cae en la cuenta de que la mayoría de las fotografías publicadas en las que estos políticos aparecen con otros líderes están manipuladas para favorecer la percepción de su poder. No es posible que el expresidente mexicano Fox, que mide 1,96 de altura, aparezca equivalente en estatura a Bush, con 1,82. Por fuerza, alguien elige el ángulo correcto previamente o descarta las instantáneas que muestran la cruda realidad.
Los asesores de imagen de los políticos son conscientes del efecto que tienen estas imágenes en el subconsciente de los ciudadanos y las usan a su favor. Estar en una posición más alta es un indicador de poder que no se puede dejar en manos del azar. Por ejemplo, la disposición sin excepción de atriles en las intervenciones públicas de todos los dirigentes, las alzas en los zapatos y taburetes que solían emplear Nicolas Sarkozy y Silvio Berlusconi, junto a las vestimentas militares de Fidel Castro y Hugo Chávez, ayudan a adoptar ante la opinión pública una imagen más dominante.
Parecer más grande es una estrategia muy básica pero aún hoy es eficaz. A muchos animales se les eriza el pelo cuando detectan una amenaza. De este modo, simulan ser más grandes y fieros. A los humanos aún nos quedan algunas reminiscencias de aquella función, porque también se nos eriza en las peleas. Lo que ocurre es que lo hemos ido perdiendo por otras razones y esa estrategia ha perdido su eficacia, pero aún pervive en nosotros la reacción fisiológica que lo permite.
Estas demostraciones de fuerza no son sólo individuales, también implican a las naciones. Los ejercicios y simulaciones que los ejércitos realizan periódicamente, junto a los desfiles militares, se han convertido en las demostraciones de potencial agresivo más utilizadas por los países. Además del ya mencionado caso coreano, el más llamativo se vivió durante los episodios de la guerra fría, cuando se produjo una carrera de armamento a gran escala. Paradójicamente, se trataba de una estrategia violenta para evitar la violencia. Al igual que hacen los chimpancés en sus carreras por la selva, las naciones procuraban disuadir al enemigo. Tras la caída del Muro de Berlín y la desintegración de la URSS, se descubrieron algunos datos interesantes de aquellos interminables desfiles. Los soviéticos, conscientes de que los americanos grababan y analizaban después con detenimiento las fuerzas desplegadas por las calles de Moscú, construían falsos misiles y carros de combate de cartón que hacían desfilar junto al resto. Así parecían tener más material del que en verdad poseían y trasladaban al mundo una imagen de mayor poder.
Si las fortalezas se muestran, las debilidades deben ocultarse en público. Por ejemplo, los intentos por no desvelar los problemas de salud de los gobernantes son una reacción frecuente entre la clase dirigente. La comunicación pública que confirmó la muerte de Hugo Chávez a la sociedad venezolana y al mundo se retrasó durante varios días por miedo a posibles revueltas internas que acabaran con la hegemonía del partido oficialista, pero también era necesario mantener la imagen de continuidad de cara al exterior. Del mismo modo, la enfermedad y muerte de Franco fue aprovechada por los marroquíes en la Marcha Verde para hacerse con el Sahara, entonces español. Otros casos más recientes, como los problemas de salud del rey Juan Carlos I o la enfermedad crónica de Fidel Castro, de la que no se sabe nada, son algunos de los ejemplos más conocidos. ¿Por qué esconden de forma sistemática su deteriorado estado de salud los políticos y gobernantes? En la conducta de los primates hallamos algunas respuestas. De Waal ha observado en varias ocasiones que los machos de primates fingen no tener cojera ante los otros machos dominantes del grupo para no mostrar su vulnerabilidad. También aparentan no estar debilitados tras una pelea e incluso disimulan cuando tropiezan sin querer.
Este tipo de ocultamientos son frecuentes en nuestra especie. Recuerdo que, cuando era adolescente, si te caías en presencia de otros chicos de tu pandilla, hacías como si no hubiera pasado nada. Apretabas los dientes y aparentabas ser de hierro. Si había chicas, la presión para hacerse el duro era mayor. Una de las reacciones que más me desagrada de los padres respecto a sus hijos varones es cuando, tras una pelea o caída, insisten en que llorar «es de niñas». Desafortunadamente, con este tipo de consejos pueden anular la vida emocional de sus hijos. La explicación de por qué molesta tanto a los padres puede estar en la necesidad de no mostrar debilidades.
El primatólogo Joseph Manson ha demostrado que los machos de macaco que tienen los dientes en mal estado abren menos veces la boca que los que tienen una dentadura sana. De Waal cree que es probable que ésta sea la razón por la que los hombres apenas nos quejamos y vamos menos al médico, cuando está comprobado que nuestro umbral del dolor es bajo y lo soportamos peor que las mujeres. Algunos autores han sugerido que se trata de un mecanismo inconsciente para no mostrar un estado de salud deteriorado, una debilidad que puede ser aprovechada por otros machos. Esto es debido a que siempre hay otros grupos o individuos dispuestos a asaltar el poder el día que no puedas defenderte. En el caso de los gobernantes, las consecuencias negativas para sus intereses pueden ser múltiples, tanto dentro de las fronteras del grupo como fuera de ellas: golpes de Estado, convocatoria de nuevas elecciones, invasiones de naciones enemigas, etc.
LA PRIMERA OTAN SURGIÓ EN LA SELVA
Hay aspectos del poder que no podemos controlar sin la ayuda de otros. La unión de fuerzas para la consecución de un objetivo común es una constante en la naturaleza. Mantenemos relaciones preferentes con algunos miembros y colaboramos con ellos porque todos salimos beneficiados. Si dos o más miembros se unen a lo largo del tiempo para conseguir algo, forman una alianza y colaboran para lograrlo. Ésta es una de las formas principales que puede adoptar la cooperación política en las distintas especies de primates.
A nivel internacional, la alianza entre humanos más importante en vigor es la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), surgida en el año 1949, tras la segunda guerra mundial, con la intención de frenar el poder emergente de la Unión Soviética. Fue entonces cuando los soviéticos reaccionaron creando su propia coalición de países, con el nombre de Pacto de Varsovia. Mediante estos tratados, los países integrantes se comprometieron a defender a sus aliados en caso de agresión por parte de terceros. También algunos de los partidos políticos nacionales e internacionales más importantes han surgido de alianzas de otros partidos previos más pequeños. En otros casos, debido a coyunturas especiales se produce un acercamiento de diversos sectores que hasta entonces eran enemigos. Dentro de la «tribu ibérica peninsular», éste fue el caso de la UCD (Unión del Centro Democrático), la agrupación de ideas divergentes en pro de un objetivo común más relevante de la historia reciente de España. Cuando trabajamos juntos, el resultado es mayor que la suma de todos por separado.
No es de extrañar, por tanto, que una de las conclusiones más importantes a las que ha llegado la primatología sea la de que ningún chimpancé o babuino puede lograr el poder por sí solo. Los primates, por ejemplo, mantienen distintos tipos de relaciones dentro del grupo. Algunas están marcadas por la dominancia y la agresividad, pero en otras reina la cooperación y la ayuda. De hecho, conseguir el apoyo de otros miembros es uno de los logros más importantes para la supervivencia de un primate. La red de relaciones que cada miembro posee marca la diferencia entre el éxito y el fracaso. La razón es que en las cuestiones relativas al poder siempre están involucrados muchos individuos a la vez e intervienen varias partes interesadas. Las habilidades que uno tiene, por extraordinarias que sean, no sirven de nada sin la ayuda de aliados.
Los chimpancés, babuinos y macacos son grandes expertos a la hora de crear amistades duraderas. También es frecuente que se generen coaliciones que unen a diversos individuos. Se ha demostrado que estas alianzas dependen del historial de intercambios y del objetivo que persigan. Esto quiere decir que son dinámicas y pueden cambiar: tu aliado de ayer puede ser el enemigo de hoy.
El sexo también influye en el tipo de objetivo de estas alianzas. Las de los machos casi siempre tienen como objetivo monopolizar el poder porque ello asegura el acceso a las hembras y los alimentos; también son utilizadas en actividades que implican colaboración, como la defensa ante los depredadores, la vigilancia de carreteras cuando las cruzan en grupo o las patrullas por los límites del territorio. Curiosamente, las asociaciones que forman las hembras son para proteger a amigos y familiares.
Las alianzas y coaliciones también cumplen otras funciones políticas internas, como la destitución del líder o la expulsión de individuos considerados peligrosos. Cuando De Waal llegó por primera vez a trabajar en el zoo holandés de Arnhem, Yeroen, un macho viejo, era el líder de la colonia. Yeroen siempre se mostraba agresivo con otros miembros y no dudaba en amenazar y pegar a cualquiera que se interpusiera en su camino. En vez de resolver disputas internas, generaba aún más. Nikkie y Luit, otros dos machos más jóvenes, decidieron un buen día establecer una alianza que a la larga acabara con el reinado de Yeroen. Luit había apoyado durante mucho tiempo a Yeroen, pero su estilo agresivo de gobernar le hartó y unió al resto del grupo en su contra. Tras meses de intimidaciones, retos al líder para socavar su poder y un sinfín de estratagemas más, Nikkie accedió finalmente al liderazgo, apoyado en la fuerza que le proporcionaba la colaboración con su aliado Luit y la pasividad del grupo, que optó por una posición de neutralidad a la suiza y dejó que los acontecimientos siguieran su curso. En otras palabras, los chimpancés entendían lo que significa compartir el poder o dejar hacer a otros y mirar para otro lado cuando los acontecimientos coinciden con sus intereses. La alianza que mantuvieron Luit y Nikkie durante meses fue la clave del éxito, pero la pasividad del grupo también resultó fundamental. Esto quiere decir que los chimpancés comprendían los beneficios que otorgan la oposición y la resistencia, por un lado, y la cooperación y el trabajo en equipo, por otro. Combinaban una u otra estrategia según los objetivos, el contexto y los amigos o enemigos con los que contaban.
Pero las maniobras políticas de Arnhem no acabaron ahí. Una vez establecido el nuevo líder, el resto del grupo comenzó a reorganizarse, dando lugar a otro proceso de formación de alianzas que contrarrestara el nuevo poder. Como en los humanos, la vida política es un proceso sin fin en el que, una vez logrado el equilibrio, los jugadores continúan luchando por sus intereses.
Las coaliciones pueden ser muy estables, pero algunas son oportunistas porque se hacen y deshacen según la coyuntura. Al igual que les ocurre a los chimpancés, a lo largo de la vida los humanos ganamos y perdemos amistades. Conservamos algunas para siempre, aunque nunca podemos estar seguros de cuáles de ellas estarán hasta el día final. En la política internacional pasa exactamente lo mismo. La extinta Unión Soviética y Estados Unidos no siempre fueron enemigos. Ambas formaron alianzas en las dos guerras mundiales. De hecho, en la segunda guerra mundial, países de ideologías diferentes se unieron en contra del enemigo común que supusieron los nazis. Hasta su destrucción, y por un tiempo, los consideraron más peligrosos para su supervivencia que a otros miembros aliados. Cuando la meta común fue alcanzada y ganaron la guerra, la ambición de los aliados por ampliar sus respectivos territorios, además de los conflictos de intereses, acabaron con la división de Alemania en cuatro partes, y más adelante en las dos ya conocidas por todos: la parte oriental, dominada por los soviéticos, y la occidental, aliada preferente de Estados Unidos. La lucha por la dominación mundial volvió a reorganizarse, como sucedió en el zoo de Arnhem. Por lo tanto, en las batallas por el poder, tanto en la selva como en las disputas humanas, se trata de alcanzar equilibrios que se crean y destruyen continuamente. Un ejemplo actual nos los proporcionan los hermanos y líderes del Partido Laborista inglés, David y Ed Miliband. Ambos son los miembros del partido con más probabilidades de optar a las elecciones a primer ministro británico en el año 2014. Hasta que llegaron a esa posición tan favorable, ambos hermanos colaboraron de forma estrecha, pero ahora que están en la recta final hacia la presidencia ha surgido el inevitable conflicto de intereses y se han convertido en feroces rivales.
EL ABRAZO DEL OSO
Para conmemorar los cien años de la independencia de Estados Unidos, Francia regaló a la nueva nación una enorme estatua con la forma de la diosa griega Libertas, en señal de la alianza entre los dos países. Las personas utilizamos los obsequios, el lenguaje y el contacto físico para cuidar o reparar los lazos que nos unen. Las cestas de Navidad, las llamadas telefónicas, los abrazos y apretones de manos, además de un sinfín de acciones más, son todos ellos gestos con un mismo propósito: crear, recordar o actualizar una relación que deseamos que esté marcada por la cooperación.
¿Y los primates? Las alianzas que forman los primates se cuidan por medio de comportamientos recíprocos, entre los que destacan compartir comida, regalar frutas, prestar ayuda ante la agresión de terceros o dedicar un tiempo al acicalamiento. Se puede devolver con la misma «moneda», pero también con otras, puesto que existe algo así como un «mercado» regido por la oferta y demanda en la selva. A cambio de carne es posible ofrecer acicalamiento o sexo, por ejemplo. El acicalamiento es la actividad mediante la cual un primate acaricia, peina y hunde sus dedos en el pelo de otros primates en busca de parásitos. Debido a la cantidad de tiempo que le dedican a estas sesiones, entre el 4 y el 23 por ciento del día según el primatólogo Toshisada Nishida, y a su relación con otras actividades que implican cooperación, se descubrió que cumplen otras funciones sociales. A veces llegan a congregarse quince miembros acicalándose a la vez, lo que el primatólogo Michio Nakamura ha interpretado como que «ahorran tiempo en un grooming simultáneo, porque tienen muchos compromisos, como la familia, la sexualidad, política, amistad, etc.». El acicalamiento, o grooming en inglés, tiene un efecto calmante y de adhesión sobre los involucrados que facilita el establecimiento de relaciones sociales. En momentos de ansiedad, el ritmo cardiaco desciende gracias a esta conducta. Entre los chimpancés, y junto a los abrazos, es usado en momentos de consuelo y para conseguir comida a cambio, algo que de modo irremediable nos recuerda a nuestra manera de afrontar dichas situaciones.
Aunque existen diferencias entre el tiempo empleado por cada miembro en acicalar a otros, es común observar que lo llevan a cabo por turnos. Para indicar al compañero o compañera que es la hora de recibir, los primates se dan la vuelta y presentan la espalda al candidato. Entonces éste puede aceptar o no, dependiendo de la amistad y/o causa que los una. Si un chimpancé es rechazado, le están diciendo que no quieren relacionarse con él. Es como decir: «¡Paso de ti!» o «¡No quiero juntarme contigo!». Este comportamiento tan característico de los primates es algo así como un pegamento social, y también un tipo de «moneda» con la que gestionar las relaciones sociales.
Por lo tanto, la reciprocidad, el altruismo y el intercambio de productos y servicios, además del parentesco, condicionan la intensidad de las relaciones entre los primates. No podemos saber qué nivel de conciencia tienen los chimpancés cuando realizan estos «trueques», pero lo cierto es que «actúan como si supieran lo que esperan del aliado o aliados con los que cuentan», afirma De Waal. En los análisis estadísticos, se ha detectado una correlación positiva entre estas variables, es decir, podemos predecir la calidad de una relación entre dos chimpancés por el tiempo que se dedican a acicalarse o hacerse grooming.
Aunque el repertorio de productos y servicios disponibles sea mayor, en humanos ocurre exactamente igual. Las personas afines y aquellos con quienes colaboramos nos hacemos regalos, compartimos comida y mesa juntos, pasamos tiempo hablando o también nos abrazamos. Del mismo modo, en entornos más íntimos, intercambiamos caricias y nos acicalamos, como hacen los primates no humanos.
La diferencia entre primates humanos y no humanos está en el uso del lenguaje para crear y fortalecer estas alianzas. Según varios estudios con personas, el tiempo que nos dedicamos unos a otros está correlacionado directamente con la calidad de la relación. En realidad es muy sencillo, cualquiera puede hacer el cálculo: cuanto más tiempo juntos, salvo contadas excepciones, más unidas nos sentimos las partes. No es de extrañar que mucha gente haga sus amistades e incluso encuentre pareja en los entornos laborales, ya que casi un tercio de nuestras vidas lo pasamos rodeados de compañeros y compañeras de trabajo. Además, gracias al lenguaje y los medios de comunicación, los humanos podemos crear alianzas con muchas personas a la vez de manera simultánea. En los mítines o discursos televisados, los líderes políticos tratan de generar una alianza con los ciudadanos; si son efectivos se traducen en votos, símbolo de unión y adhesión a una causa. El poder del lenguaje es tal que estas alianzas humanas pueden llegar a unir a millones de personas que nunca se han visto y apenas se conocen. Los primates no humanos están más limitados en este sentido.
A pesar del poderoso lenguaje con el que contamos los humanos, el contacto físico no ha perdido un ápice de importancia en los últimos millones de años de evolución. En 1959, meses después de la entrada de los castristas en La Habana, el mandatario cubano Fidel Castro viajó a Moscú con la intención de firmar un pacto con la Unión Soviética, una alianza cuyas consecuencias son bien conocidas por todos. Para retratar aquel momento, Castro y Nikita Kruschev se abrazaron alegremente en señal de la amistad entre ambas naciones. Aquel abrazo histórico fue denominado por los periodistas «el abrazo del oso». El abrazo es un símbolo de unión tanto para primates humanos como no humanos. En los mítines políticos, los candidatos y militantes del mismo partido se abrazan. Los integrantes de un equipo de fútbol se dan palmadas de ánimo y chocan sus manos antes del inicio del partido. De esta manera, unos y otros se recuerdan que forman parte del mismo equipo y comparten un objetivo.
Los abrazos son un símbolo poderoso para todos los primates. En los momentos previos a una actividad que implica la cooperación de dos o más partes, como por ejemplo un ataque, algunas especies de primates se recuerdan mediante abrazos los vínculos que los unen. Las primeras prácticas que realicé en mi vida fueron con papiones de Guinea en el Parque de la Naturaleza de Cabárceno, en Cantabria. Mi trabajo consistió en identificar a los diferentes integrantes del grupo y determinar su jerarquía. Los papiones son unos animales muy agresivos, y yo, ignorante del peligro que corría, decidí entrar en la instalación por mi cuenta y riesgo. Estaba interesado en conocer cómo se agrupaban detrás de una colina de grandes dimensiones que contiene la instalación. Al principio no parecían amenazados con mi presencia, pero a medida que avanzaba varios machos se aproximaron unos a otros. En cuanto vi que se abrazaban comprendí que algo se estaba cociendo. De repente comenzaron a correr hacia mí y sentí una inyección de adrenalina que me hizo salir disparado en dirección a la salida. Por suerte, no estaba lejos de la puerta y pude cerrarla tras de mí. Desde entonces no he vuelto a meterme donde no me llaman y he comprendido la importancia de los abrazos para los primates a la hora de recordarse objetivos comunes y alianzas.
MATRIMONIOS DE CONVENIENCIA ENTRE MACACOS
Isabel de Castilla y Fernando de Aragón contrajeron matrimonio en la catedral de Valladolid en 1469. Con este enlace se unían ambos reinos y cesaban los enfrentamientos que habían debilitado a las dos coronas en los siglos anteriores. Desde ese momento, los Reyes Católicos establecieron una política exterior basada en casar a sus hijos con gobernantes europeos para asegurar la hegemonía en el poder de sus descendientes. Por ejemplo, Catalina de Aragón fue casada con el heredero de la corona de Inglaterra, Arturo Tudor, entroncando así a las monarquías española e inglesa. Para el antropólogo francés Claude Lévi-Strauss, la función principal de los matrimonios ha sido la de crear alianzas entre familias. Se trata de una estrategia para obtener la colaboración de otro linaje o clan; ésta puede traer una mayor riqueza o estatus social para una de las partes o simplemente asegurar la que ya se posee.
En algunas especies de primates, como es el caso de los macacos o los capuchinos, las hembras siempre se quedan en el grupo natal y los machos deben emigrar a otros. En la práctica, esto se traduce en la formación de matrilíneas, es decir, las hembras de un mismo nivel social están emparentadas entre sí. Abuelas, madres y hermanas viven juntas toda la vida y se apoyan las unas a las otras. En otras palabras, el estatus es asunto de hembras porque se hereda por vía materna. Los machos van y vienen según consigan consorte y otros machos residentes se lo permitan.
Una investigación sobre los patrones de apareamiento de los macacos detectó políticas muy similares a los matrimonios de conveniencia de las monarquías y sociedades preindustriales. En esta especie, la organización social está jerarquizada en niveles muy bien delimitados. Debido a que las hembras se quedan a vivir en el grupo natal, existe algo similar a una «aristocracia»: familias enteras ocupan posiciones sociales elevadas por el solo hecho de haber nacido en un grupo determinado. Lo interesante es que las madres que ocupan los lugares más bajos tienen una estrategia muy peculiar para hacer ascender socialmente a su familia: tratan de que sus pequeños se relacionen con crías de estratos más altos. Para conseguirlo, las madres abrazan a ambos con fuerza varias veces durante la infancia. Los resultados demostraron que hay más probabilidades de que los macacos que comparten dichos abrazos forzados tengan descendencia común que otras parejas posibles. Un dato adicional interesante es que las «suegras» candidatas tratan de impedirlo siempre que pueden, interponiéndose entre ambos para evitar el contacto físico.
Los matrimonios afectan a nuestra cuota de poder e influyen en la parte del pastel que nos tocará en la vida. Aunque en la actualidad las normas que afectan al matrimonio se han relajado, aún continúan vivas en el inconsciente de la mayoría. Los estudios antropológicos contemporáneos demuestran que los humanos seguimos usando el matrimonio como una estrategia para ascender socialmente. En general, y salvo contadas excepciones, los estudios prueban que tratamos de casarnos con personas de nuestro mismo estatus o superior porque ello incrementa nuestras posibilidades de supervivencia y éxito. Poco hemos cambiado en este sentido desde que bajamos del árbol.
En la sociedad española, la primera dama es un personaje poco relevante, aunque su importancia pública está en auge. En otros países, como en Estados Unidos, estas hembras alfa son agentes clave del éxito en la elección presidencial de sus maridos. Una vez elegidas, pueden ascender socialmente o acceder a puestos de poder. Hillary Clinton ya era una abogada de prestigio cuando Bill Clinton fue por primera vez gobernador de Arkansas. Aun así, fue la presidencia de su marido lo que le dio el empujón definitivo en la política, cuando se presentó como candidata a las elecciones primarias contra Obama. Este último, consciente de lo que representaba Hillary Clinton, se alió con ella y la incorporó a su gabinete como jefa de la diplomacia estadounidense. En el caso español, el ejemplo más fácilmente identificable es la esposa del expresidente José María Aznar, Ana Botella, quien nunca se había dedicado a la política antes de acceder a la alcaldía de Madrid. Esto no quiere decir que ellas se casaran por razones políticas o de conveniencia, pero sus matrimonios, a la larga, sí que han acabado siendo beneficiosos en forma de un aumento de poder para ambas mujeres. En otros casos, la finalidad instrumental es previa al matrimonio.
En primates, Susan Perry nos ofrece una muestra del uso de la pareja para lograr el ascenso social a través de los monos capuchinos de las selvas de Costa Rica. Tattle era una hembra que estaba en lo más bajo del escalón social de este grupo y pasaba mucho tiempo sola. Esta actitud le trajo problemas porque la colocó en una posición vulnerable ante los depredadores. De hecho, dos de sus crías le fueron arrebatadas por serpientes. Tattle solía meter mucho la pata en el terreno social. A veces estaba acicalando a la cría de otra hembra de mayor rango cuando de repente comenzaba a pegarle sin una razón aparente. Este tipo de errores suelen provocar un mayor enfrentamiento con las hembras familiares. «La agresividad con una cría de estatus superior es muy arriesgada para un mono de esta especie y no parece tener sentido si no se sabe lo que ocurrió a continuación», dice Perry. Un día dos machos inmigrantes con ganas de poder llegaron al grupo. Tattle comenzó a intercambiar sesiones de acicalamiento con ambos. Los nuevos machos retaron a los antiguos y lograron expulsarles. Entonces Tattle emergió como una hembra alfa del macho alfa, con lo que en un solo movimiento se colocó en lo más alto de la jerarquía como nueva «primera dama». Desde ese momento se convirtió en la hembra de capuchino más poderosa de la selva.
MONOS XENÓFOBOS
La primera guerra humana de la historia de la que poseemos testimonios escritos sucedió hace cuatro mil quinientos años en Sumeria y enfrentó a las ciudades estado de Lagash y Umma. Más atrás en el tiempo, miles de años antes, ya existían enfrentamientos entre bandas vecinas. En varios yacimientos arqueológicos datados del Paleolítico se han encontrado restos óseos que pertenecen a víctimas de la violencia de guerreros. Muchas heridas fueron provocadas por armas. Esto significa que la guerra y la agresividad hacia miembros de tu misma especie es un fenómeno que ha caracterizado a los humanos desde sus orígenes, aunque parece hundir sus raíces en el tiempo más allá de lo que habíamos pensado.
«Si los chimpancés tuvieran armas de fuego y supieran cómo utilizarlas, les darían el mismo uso mortal que los seres humanos», suele responder la primatóloga Jane Goodall cuando le preguntan sobre la existencia de conductas violentas en estos primates, cuyo comportamiento en libertad ha estudiado durante décadas. Goodall pensaba que los chimpancés no eran capaces de matar sin razón alguna hasta que presenció por sí misma el asesinato de un chimpancé a manos de un rival vecino. Aquel descubrimiento cambió su visión del hombre y de la naturaleza para siempre.
Este contraste entre el altruismo y la cooperación detectados en el seno de los grupos frente a la hostilidad mostrada con los de fuera es común en nuestra especie. Los humanos no tratamos igual a la gente de nuestra tribu que a los de otras. Los países se blindan con fronteras, realizan maniobras militares en las zonas limítrofes, exigen pasaportes y visados a los inmigrantes y aplican leyes diferentes para los extranjeros.
Jane Goodall, además de descubrir el potencial agresivo del que son capaces los chimpancés, averiguó que temen lo que es diferente o desconocido. En 1966, una epidemia de polio afectó a varios individuos de la selva de Gombe. A consecuencia de la enfermedad, a tres miembros se les paralizó alguna de sus extremidades, lo que les impedía andar con corrección. La extraña manera de moverse de los enfermos aterrorizó al grupo, el cual respondió primero con miedo y después agresividad.
Desafortunadamente, otros animales, humanos incluidos, mostramos por lo general tendencias xenofóbicas. Un ejemplo me lo proporcionó Lupo, un perro callejero con el que comparto piso desde hace años. Lupo solía avergonzarme cuando paseábamos juntos por la calle. Tenía la mala costumbre de fijarse en una persona y comenzar a ladrarle sin parar. Al principio no supe la respuesta a por qué lo hacía sólo con determinadas personas. Cuando tuve una muestra de reacciones suficiente como para analizarla, caí en la cuenta de que todas las «víctimas» tenían algo en común: eran diferentes respecto a lo que él estaba acostumbrado. Lupo ladraba a personas que andaban con muletas o silla de ruedas, cojeaban o simplemente eran negros de piel. Para mi desgracia, mi perro era xenófobo y racista. Cuando pasó un tiempo y los paisajes humanos de la ciudad se hicieron familiares para él, dejó de hacerlo.
Este tipo de constataciones no debe de ningún modo servir para justificar los comportamientos xenófobos de las personas. Para poner remedio necesitamos saber primero cuáles son las tendencias innatas que los primates poseemos. De esta manera, a través de la educación y la cultura, podemos diseñar políticas y programas educativos que las transformen y minimicen sus consecuencias negativas. Desde la negación de su existencia o la calificación de «patológico», sólo estamos escondiendo debajo de la alfombra una verdad ancestral que puede convertirse en una bomba de relojería de un día para otro sin previo aviso.
Uno de los casos más extremos de odio hacia lo diferente lo están protagonizando desde hace décadas los pueblos palestino e israelí. Desde su inicio, en el siglo XX, este conflicto ha provocado la muerte de decenas de miles de personas. El lanzamiento de misiles a ambos lados de la frontera, los ataques suicidas, las brutales incursiones del ejército israelí en territorio palestino, los asesinatos selectivos y un largo etcétera son sólo algunos de los ejemplos más recientes de esta guerra o conflicto armado.
El primatólogo Toshisada Nishida ha estudiado a varias comunidades de chimpancés que habitan en Mahale (Tanzania) cuyos territorios delimitan unos con otros. Nishida ha contado que una comunidad de las que estudió fue eliminada por otra vecina durante un proceso que duró varios años, tras los cuales los vencedores ocuparon el territorio de los vencidos y se quedaron con algunas de las hembras supervivientes. Las agresiones incluían mordiscos, arrastrar medio muertas por la selva a las víctimas e incluso el canibalismo.
La violencia dentro de los grupos se controla por varios medios, como por ejemplo el uso de normas y castigos. Pero fuera de ellos, cuando tratamos con desconocidos o personas de otros países, las cosas cambian. En las guerras se produce lo que se denomina deshumanización del enemigo, recuerda De Waal. Ello consiste en mirar a los rivales como si fueran de otra especie, lo que provoca que no empaticemos con las víctimas.
Muchos políticos conocen estos instintos tribales que de manera inconsciente gobiernan nuestra mente. Éste es el caso de Jean Monnet, uno de los fundadores de la Unión Europea, quien recurrió a la estrategia de recuperar el instinto tribal de los europeos para centrar sus sentimientos de «nosotros frente a ellos» en los no europeos, en lugar de hacerlo en las tradicionales rivalidades continentales.
Estados Unidos también creó las prisiones de Guantánamo y Abu Ghraib siguiendo esta tendencia innata y de doble moral que los primates mostramos en las relaciones con los extranjeros. Prácticas que un país jamás se atrevería a llevar a cabo en territorio nacional o con sus súbditos son empleadas sin remordimiento en territorios lejanos con extraños. Entre los chimpancés, las peleas que se producen en el seno de la comunidad rara vez llegan a provocar heridas; pero en las que están involucrados grupos vecinos, sí que llegan a ser muy graves y pueden provocar la muerte. Sólo los bonobos, una especie de gran simio tan cercana genéticamente a los humanos como lo están los chimpancés, reaccionan de forma opuesta. Bonobos aparte, la agresividad es bastante común en la naturaleza cuando se trata de interaccionar con grupos vecinos. Los chimpancés cooperan y son altruistas con sus compañeros de grupo en numerosas ocasiones, pero desconfían de extraños o directamente desean eliminar a rivales que habitan en territorios limítrofes.
Los humanos replicamos este patrón, esta dualidad, en todos los entornos donde vivimos. Las relaciones que mantenemos con los compañeros de «tribu», ya sean éstas en forma de nación, ciudad o equipo de fútbol, están caracterizadas por la cooperación, frente a las que establecemos con miembros de otras «tribus» que son vistas como amenazas, donde prima la competición. La llegada a España de inmigrantes de múltiples nacionalidades en la década pasada produjo efectos similares hasta que dio comienzo la crisis económica. Los cientos de miles de marroquíes, rumanos, polacos y sudamericanos que llenaron nuestras ciudades fueron recibidos con una mirada desconfiada donde predominaba el miedo. Años después, podemos comprobar que el peligro era una fantasía producto de una cierta imaginación.
LAS FRONTERAS Y LOS PRISIONEROS DE LOS CHIMPANCÉS
La patrulla fronteriza es un grupo especial de la policía estadounidense creado hace un siglo y dedicado a vigilar los miles de kilómetros de frontera que Estados Unidos comparte con México y Canadá. Entre otras funciones, trata de detectar la entrada ilegal de extranjeros para devolverlos a sus países. Mediante la creación de este cuerpo especializado, además del ejército y otras fuerzas de seguridad, los norteamericanos protegen su territorio de amenazas externas.
Para los chimpancés, la defensa del territorio también es importante porque necesitan que tenga el tamaño adecuado para albergar y alimentar a todos los adultos y crías del grupo. Como ocurre con muchas naciones humanas, las fronteras en ocasiones coinciden con accidentes geográficos, como por ejemplo ríos o montañas, con lo que ambos territorios quedan bien delimitados, pero entre los chimpancés las zonas de unos y otros casi siempre se solapan.
Con el fin de proteger sus respectivos territorios, según el primatólogo Christophe Boesch, los machos, cada noche, recorren en patrullas los límites para asegurarse de que no hay intrusos. Estas acciones pueden llegar a durar horas si escuchan algún ruido sospechoso o detectan alguna presencia extraña. Todo comienza cuando el líder llama a los otros machos golpeando los árboles como tambores, y entonces se mueven de forma compacta como si fueran un comando de élite. Se esperan los unos a los otros para no romper la línea y dejan que el líder encabece la operación. A veces se paran en seco para escuchar los sonidos y se mantienen callados durante horas. También evitan los caminos con hojas caídas porque delatan su posición.
Cuando visualizan al enemigo, los chimpancés calculan las fuerzas con las que cuenta cada bando, ya que su respuesta depende de las diferencias en el número de efectivos. El primatólogo Richard Wrangham cree que uno de los predictores más fiables de la aparición de violencia entre dos grupos de primates es «la ausencia de equilibrio entre las partes». Si el grupo invasor posee menos efectivos que los enemigos, se retirará y esperará a otra ocasión futura. Si las fuerzas están equilibradas, los ataques son de corta intensidad y se organiza una guerra de guerrillas cuyo propósito es el desgaste. Si los superan, entonces dará comienzo una verdadera guerra.
Las guerras también están repletas de historias de prisioneros. Los soldados enemigos son retenidos en barracas, rodeados de cerca de espinos y vigilados por guardianes disciplinados. En algunas coyunturas históricas, los políticos también han sido secuestrados por motivos políticos. La lista de los últimos cien años es interminable: Aldo Moro, Miguel Ángel Blanco... El 23 de febrero de 2002, en la zona denominada de distensión, la entonces candidata a las elecciones parlamentarias de Colombia, Íngrid Betancourt, fue secuestrada por la guerrilla de las FARC (Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia). Casi siete años después, fue liberada gracias a una operación digna de las películas de Hollywood en la que unos miembros del ejército colombiano se hicieron pasar por guerrilleros revolucionarios y devolvieron la libertad a la política y a otros secuestrados.
La retención de individuos como estrategia tampoco es nueva en la naturaleza. Christophe Boesch cuenta el caso del rescate de una «prisionera de guerra» que presenció en los años ochenta en la selva de Taï (Costa de Marfil). El grupo que estaba observando oyó sonidos de comunidades vecinas de chimpancés a varios cientos de metros; entonces comenzaron a moverse silenciosamente hacia el lugar de donde provenían. Ya en territorio enemigo, los machos pudieron acorralar a una hembra con su cría en un árbol. Consiguieron aislarla tras morderla varias veces en el pie y la tripa; cada vez que intentaba tocar el suelo, la mordían de nuevo para evitar que escapara. Según Boesch, la intención no era acabar con ella, sino retenerla. Sea cual fuera lo que tenían en mente estos chimpancés guerreros, habían capturado a dos prisioneros. El desenlace se produjo después, cuando, de repente, aparecieron cuatro machos de detrás de un arbusto amenazando a los secuestradores. En pocos minutos rescataron a las víctimas y desaparecieron juntos entre la frondosidad de la selva.