Alejandro ALCÁZAR

La globalización ha cambiado el mundo en todos los aspectos y el fútbol es una de las áreas sociales de más repercusión. La Europa del Este se parapetaba tras un telón de acero invisible, pero infranqueable para los ciudadanos que lo vivieron, y los futbolistas no eran ajenos a su poder de intimidación. En 1989, dos jugadores rumanos expuestos a la dictadura del temido Nicolae Ceausescu lograron regatear todos los controles tras disputar en agosto de aquel año el triangular Villa de Madrid contra Atlético y Tottenham, a costa de jugarse el tipo. Marcel Sabou y George Viscreanu, centrocampistas del Dinamo de Bucarest, tenían decidido desertar. Abandonaron el hotel de concentración de su equipo estando en Madrid y volaron hasta Frankfurt donde solicitaron asilo político. Las autoridades alemanas se lo denegaron y fueron devueltos al punto de destino, Madrid, donde sí les fue concedido para acabar bajo el auspicio de la Cruz Roja, pero amenazados por aquel terrible régimen que ya había actuado contra otros deportistas como Lucien Oros, un mito del vóley rumano que también había desertado para dirigir a la Selección Española, pero que tuvo que regresar a Rumanía tras ver amenazada la libertad de su familia.
Aquel verano del 89 fue especial para el Rayo Vallecano. Se preparó en Cerler (Benasque) para afrontar su ascenso a Primera División. Su entrenador era un rayista de postín, Félix Barderas Felines, que preparaba a fondo a sus chicos para regresar a la elite con todas las garantías, a pesar de tener unos medios limitados, pero con la ilusión que siempre acompaña a los más modestos. Una mañana de finales de agosto aparecieron en el entrenamiento dos jugadores desconocidos, que resultaron ser Sabou y Viscreanu. Se ejercitaban al margen del grupo, pero poco a poco fueron integrándose en el equipo. Todos sabíamos que sería difícil que pudieran jugar, ya que necesitaban el pase internacional que se les negó ante la complicada y enrevesada situación política existente. Quienes avanzada la pretemporada seguíamos al equipo y acudíamos a los entrenamientos en el Parque Sindical —se alternó con el estadio de Vallecas para preservar el césped—, reparamos en la presencia de dos personajes que no encajaban con aquel paisaje y que se posicionaban en un plano discreto intentando no llamar la atención.
«Buenos días —me dirigí a ellos el segundo día que me percaté de su presencia—. ¿A qué se debe su interés por ver los entrenamientos del Rayo?», les pregunté. Uno de ellos, un armario ropero que tenía difícil disimular su figura por mucho que lo intentase, comentó que eran representantes de la Cruz Roja y que acompañaban a los dos jugadores rumanos como respuesta a una actuación humanitaria. Era lógico, ya que Sabou y Viscreanu fueron acogidos por dicha institución tras la concesión del asilo político. Pero había algo más y forcé un poco la máquina. «Podría hacerles unas fotos con los chicos mientras me explican el proceso del día a día que está siguiendo todo el caso», sugerí. Se miraron no sin cierto nerviosismo y ya barrunté que había gato encerrado. El armario ropero se arrancó y me pidió discreción a cambio de contarme la verdad de su presencia en los entrenamientos. «Somos de la policía secreta. Protegemos a los dos futbolistas rumanos ante la amenaza de un posible secuestro que les obligue a regresar a su país», confesó. A partir de entonces eran habituales y no distorsionaban el panorama hasta que la situación de ambos jugadores se solucionó ante los cambios políticos que meses después se sucedieron en su país y que acabaron con la violenta muerte del dictador.
Personalmente entablé una buena amistad con ambos, pero en especial con el armario ropero que llevaba el fútbol en las venas. Un tipo encantador al que solo delataba su fiero aspecto físico, porque en el trato corto es un tipo amable, delicado, cultivado y futbolísticamente preparado. Tanto que decidió hacer sus pinitos como entrenador y con el tiempo llegó a dirigir a tres equipos de la Tercera División madrileña con distintas suertes. Mi ahora amigo armario ropero no hizo carrera en el fútbol, pero sí en su profesión, en la que ha prosperado convenientemente.