Francesc AGUILAR

Hristo Stoichkov fichó por el FC Barcelona en el verano de 1990. Pero lo cierto es que un año antes, en Palma de Mallorca, Johan Cruyff en persona se había entrevistado con él y su mánager, Josep Maria Minguella. Habían sellado un acuerdo firme. Esa misma temporada el Barça había jugado la semifinal de la Recopa ante el CSKA de Sofía y Cruyff había quedado prendado ante la calidad y carácter de Stoichkov. Yo logré enterarme de esa reunión y me la jugué. Entonces trabajaba en El Periódico de Catalunya. Tras hablar con mi jefe, el añorado Quim Regàs, viajé a Bulgaria para hablar con el propio futbolista, que entonces militaba en el Sredets de Sofía, que es como el gobierno había rebautizado al CSKA tras unos graves incidentes con el Levski, al que también cambiaron la denominación y pasaron a llamar Vitosha. Uno era el equipo del Ejército; el otro, del Ministerio del Interior y la Policía.
Eran otros tiempos, desde luego. La cosa ya empezó torcida en el aeropuerto de Sofía, adonde llegué sin visado porque ni en la agencia de viajes ni en la línea área me dijeron que lo necesitaba. Aunque cueste creerlo, entré en territorio búlgaro gracias a un banderín del Barça y 50 dólares que entregué al policía de aduanas en el control de pasaportes. Llenó un formulario en mi nombre y… adentro. Todavía hoy me cuesta creerlo.
El caso es que al salir al hall me encontré con un taxista que me ofreció sus servicios. De salida, ya me sorprendió que en aquellos días hablara italiano y francés, y que se defendiera más que bien en inglés. Me llevó al hotel. Pero es que cada vez que iba a trasladarme a cualquier sitio, allí estaba, al que llamaremos Viktor, esperándome en el hall o en la puerta.
Pensé que debía de ser que mi buen amigo Josep Maria Minguella, al que le había confesado mi viaje secreto a Bulgaria, se habría puesto en contacto con alguien allí. El entonces agente y posterior mánager de Hristo tenía muchos contactos en Bulgaria.
La cosa se complicó porque el CSKA, que era el equipo del Ejército, creyó que yo era un dirigente del Barça que quería fichar a su estrella. No me dejaron entrevistar a Hristo Stoichkov en el partido de la máxima rivalidad que jugaron CSKA y Levski. Me impidieron el acceso a la ciudad deportiva.
Gracias a las negociaciones del entonces corresponsal de La Gazzetta dello Sport en Bulgaria, el malogrado Stefan Petrov, solo pude acceder a entrevistarme con el presidente del club, el coronel Boris Stankov. El caso es que el hombre gritaba y gritaba (no le entendía, pero me lo traducían) que Hristo Stoichkov era «¡intransferible!», que por más dinero que tuviera el Barça no lo iban a traspasar. Llegó un momento en que puso una pistola, que extrajo de la cartuchera que llevaba en la cintura de su uniforme, sobre la mesa. Hasta concentraron al equipo para aislar a Hristo.
Me empecé a desesperar, a pensar que había viajado a Bulgaria para nada. Menuda frustración que tenía. Iba en el taxi dándole vueltas al tema, cuando en una avenida de Sofía nos chocamos con un coche de la Milicja (Policía). ¡Lo que faltaba!, pensé. Viktor salió hecho un basilisco, gritando, porque nos podíamos haber matado por el impacto. Y me quedé boquiabierto. Los dos policías se cuadraron ante él. Mientras seguían discutiendo, me fui a pie al hotel porque ya estábamos cerca.
El caso es que al día siguiente, las autoridades búlgaras me comunicaron que debía abandonar Bulgaria, que no tenía visado y que como no podía ver a Hristo Stoichkov, tampoco tenía mucho sentido que siguiera en Sofía. Mientras, habían llamado del consulado búlgaro en Barcelona a El Periódico, preguntando si, efectivamente, era periodista y trabajaba para ellos. Seguían creyendo que era un directivo del Barça.
La sorpresa final fue cuando vino a recogerme Viktor para trasladarme al aeropuerto. Primero porque no lo hizo en el viejo utilitario que usaba como taxi, sino en un automóvil alemán, no recuerdo bien si un BMW o un Mercedes; segundo porque me confesó que no era taxista, sino amigo personal de Hristo Stoichkov y… «¡miembro del Servicio Secreto de Bulgaria!», uno de los más poderosos del mundo en aquel entonces. Hristo le había pedido, sabedor de mi viaje, que me protegiera literalmente durante mi estancia. Con razón los policías se cuadraron en el incidente de tráfico.
Y, de propina, cuando pensábamos que íbamos hacia el aeropuerto, hicimos un desvío para trasladarnos al domicilio particular de Hristo Stoichkov, donde, en presencia de su esposa Mariana, hice una de las mejores entrevistas de mi vida. Casi se me escapan las lágrimas de alegría y emoción. También estaba presente y me hizo de intérprete el corresponsal de Mundo Deportivo en Bulgaria, Stoichko Dukov, que estaba casado con una catalana de Sabadell. Hristo me dejó claro que ya estaba de acuerdo con el Barça, que solo faltaba la negociación final entre CSKA y el club azulgrana. Me pidió que guardara secreto y así lo hice. En cierta forma, sí, el coronel Boris Stankov tenía razón. Yo fiché a mi hermano Hristo Stoichkov para el Barça. Cómo se reía el puñetero cuando escribí su biografía junto a mi gran amigo Xavi Torres al recordar aquellas peripecias.