Diego Gustavo ARVILLY

Jamás imaginé todo lo que iba a vivir a partir del 13 de agosto de 2014. San Lorenzo había conseguido el objetivo más deseado en toda su historia: ganar la Copa Libertadores de América.
En enero de 2012 comencé a cubrir a mi San Lorenzo querido para Radio América de Buenos Aires y en diciembre del año siguiente, con Juan Antonio Pizzi como entrenador, salimos campeones del fútbol local. Dentro del vestuario, lo festejé junto al plantel y ahí mismo me crucé con Walter Kannemann, el aguerrido defensor que surgió de las divisiones inferiores. El pibe estaba sentado, y más allá de mi labor de periodista, al mirarlo, lo noté mal y le pregunté si se sentía bien. Me respondió:
—No, me bajó la presión.
Así fue que busqué una botella de agua, otra con una bebida isotónica y volví junto a él. Mientras se hidrataba yo le tiraba agua fría en la cabeza para que superarse el mal momento.
En enero de 2014, y tras la sorpresiva renuncia de Pizzi, San Lorenzo contrató a Edgardo Bauza para intentar ganar la Copa. Así fue que la radio me mandó de viaje junto al plantel y estuve en Brasil, en el estadio Maracaná, en Porto Alegre y Belo Horizonte; en Chile; en el Atahualpa de Quito de Ecuador. En el estadio Hernando Siles de la ciudad boliviana de La Paz festejé dentro del campo de juego junto a los jugadores el pase a la tan soñada final. Entonces me mandaron a cubrir el encuentro de ida, en Asunción, ante Nacional de Paraguay.
La final en el Nuevo Gasómetro la vi en el techo de la platea norte. La cancha estaba desbordada de gente y color. Estaba con mi hermano, mi papá de 77 años y mi amigo de la peña de Israel que viajó especialmente. Los cuatro lloramos con el gol de penal de Néstor Ortigoza. El árbitro pitó el final del partido y nos unimos en un abrazo del alma. Nuestro amado San Lorenzo de Almagro se consagró como campeón de América y se había clasificado para el Mundial de clubes de Marruecos.
Por los problemas económicos de la radio, mi viaje a Marruecos para cubrir el evento más maravilloso en la historia del club se transformaba en una utopía. Hasta que una mañana el Tano Gentili, coordinador de la emisora, me llamó y dijo:
—Vos tenés que viajar a cubrir el Mundial. Si te consigo un pasaje a Madrid ida y vuelta, ¿te arreglás?
—¡Más vale!
Le contesté sin dudar y sin medir costos de lo que se vendría. Se trataba de mi amado club, no había mucho más para pensar. Mi corazón iba a mil. Horas más tarde, el Tano me confirmó que viajaba a Madrid a la medianoche. Preparé mi bolso como pude y empecé a pensar en que debía pagar de ¡mi! bolsillo los demás pasajes y estadías en aquel lejano país africano, ubicado a más de 9.422 kilómetros de mi casa. Así comenzó mi travesía para llegar a Marrakech a cubrir EL evento para una radio que me debía cinco meses de sueldo, que no me daba viáticos, que no me había acreditado… y horas antes de la final me cortaron el servicio de telefonía móvil.
Camino al aeropuerto de Ezeiza (Buenos Aires) llamé al exarquero de San Lorenzo, Cristian Álvarez, que atajaba en el Rayo Vallecano. Le conté que llegaba a Madrid, pero que no tenía dónde dormir y necesitaba su ayuda. Él no dudó en decirme:
—¡Venite a mi casa!
Cristian me recibió en su departamento luego de jugar contra el Valencia. Acomodé mis cosas y nos fuimos de tapas. Dormí en una habitación que me preparó especialmente.
A Marrakech llegué comprando un pasaje de bajo costo, agostando todas mis tarjetas de crédito. Las noches las pasé en un hotel donde paraban mis fieles amigos de Israel. Dormí en un colchón tirado en el piso y en una habitación donde no me tenían registrado. No importaba. Jugaba San Lorenzo.
Ya dije que yo no estaba acreditado por FIFA para cubrir los entrenamientos, ni mucho menos los partidos. Pero eso no resultó un impedimento para mí. Con la credencial de prensa oficial de San Lorenzo fui superando controles del estadio al grito de «I’m a journalist», e ingresé a ver las semifinales en las que el Real Madrid goleó 4- 0 al Cruz Azul y San Lorenzo derrotó 2-1 al Auckland City.
También me metí en la conferencia de Carlo Ancelotti, a quien hasta le hice una pregunta; y, como si esto fuera poco, conseguí una respuesta de Cristiano Ronaldo en su paso fugaz por la zona mixta. Todo esto ¡en vivo! para la radio.
A pesar de estos logros profesionales fui a la oficina de prensa de FIFA y pedí, rogué, insistí y supliqué para que me acreditaran legalmente, pero era imposible. La página FIFA para acreditaciones estaba cerrada.
En el entrenamiento previo a la final los encargados de seguridad me rodearon para echarme del lugar por no tener mi credencial. Justo cuando me estaban sacando, el presidente de San Lorenzo, Matías Lammens, y el entrenador, Edgardo Bauza, intercedieron y lograron que me quedara para seguir trabajando.
«Persevera y triunfarás», dice el dicho, y así lo hice. Seguí visitando a mis amigos de prensa de FIFA. A tan solo veinticuatro horas de la gran final me llamaron por teléfono y en un complejo inglés me explicaron que la página de acreditaciones de FIFA estaba abierta solo por treinta minutos para que Diego Gustavo Arvilly —o sea, ¡yo!— pudiera completar los datos y ¡¡ACREDITARME!!
Fue una sensación increíble. Realmente me emocioné por este logro con tanto sacrificio. Me sentía realmente un afortunado. Abracé a los tres miembros de prensa y así pude entrar acreditado a ver la final del Mundial de clubes entre San Lorenzo y el poderoso Real Madrid.
El resultado fue 2-0 a favor de los merengues. Sentía una mezcla de alegría y tristeza. Habíamos estado a 90 minutos del título máximo a nivel clubes y no se pudo, sabiendo que perdimos contra el mejor del mundo en esa temporada.
Ya en zona mixta, analizábamos con algunos colegas todo lo vivido durante todos esos días en Marruecos. Los jugadores salían del vestuario. Frente a mí se paró Walter Kannemann, aquel joven a quien ayudé el día que se descompuso luego del campeonato de 2013. Hablamos del partido. Antes de irse, metió su mano derecha en una bolsa, sacó el pantalón corto que usó en el partido contra el Real Madrid y me dijo:
—Esto es para vos, por lo que hiciste por mí en aquella ocasión.
Lo abracé, agradecí y guardé ese obsequio en mi mochila. Esa prenda es uno de los objetos más valiosos de mi vida. El día de mañana les contaré a mis hijos que tengo el pantalón corto que usó un jugador de San Lorenzo cuando jugamos la final del Mundo.
Ya en el avión que me llevó a mi casa, miré el pantalón de Walter y mi acreditación. Todo, pero todo, valió la pena.