Sangre, sudor y mocos

El cuerpo humano produce casi un litro de moco al día. Bajo esta premisa nunca dejamos de ser unos mocosos, aunque mocoso en puridad hace referencia al niñato malcriado.

El moco no es el único fluido que causa repulsión y es fuente de insultos. La baba, por ejemplo, da mucho de sí. Que se nos caiga la baba por nuestro bebé o por nuestra pareja es tierno, porque es síntoma inequívoco de amor. Tener mala baba, sin embargo, no pinta tan bien: es tener mala leche, actuar con mala intención sin más pretensión que tocar las narices. Pero el baboso más común es aquel que pierde el norte y saliva más de la cuenta al ver una falda corta o un escote pronunciado.

Si la saliva es vulgarmente baba, las heces pasan a la ordinaria condición de mierda cuando se trata de insultar de manera escatológica. Mierda puede ser un insulto en sí («eres un mierda»), formar parte de otro (comemierda, pisamierda…), o incluso ser un complemento de gravedad, ya que cualquier insulto se recrudece si lo enmierdamos: mocoso de mierda, baboso de mierda, tonto de mierda… Aunque en el último caso es más cotidiano el tonto del culo que, al fin y al cabo, andan cerca.

La grasa, en estado de acumulación, también se emplea como arma arrojadiza en la ofensa verbal. Bola de sebo, por ejemplo, puede ser letal para la autoestima.

Casposo, vomitivo, cagao, churretoso, malasangre, legañoso, pedorro, llorica o el molesto grano en el culo, entre otros muchos, completan la lista de los insultos procedentes de fluidos, flatulencias y demás residuos metabólicos del ­organismo, con una característica común: todos son asquerosos.