¿Por qué gritamos, soltamos palabrotas o insultamos? El psicólogo Sebastián Mera ha creado para nosotros esta clasificación, con un acrónimo de la palabra I.N.S.U.L.T.O. (Intimidar, Negar, Salvaguardar, Ultrajar, Lacerar, Territorializar, Ocluir) que explica las funciones que puede cumplir este recurso en nuestros procesos de comunicación:
Intimidar. Insulto instrumental. El agresor verbal introduce un componente emocional en la discusión con el fin de amedrentar al contrario mediante el insulto, y su entusiasmo aumenta de forma directamente proporcional al debilitamiento del receptor. Se recurre a la vulneración psicológica, arremetiendo contra el físico, la condición social o cualquier otra circunstancia que pueda socavar el ánimo o la seguridad del interlocutor.
Negar. Insulto omitido. El ofensor decide cortar la discusión e insultar con el desprecio de no esperar siquiera una contraargumentación a sus ideas, pues niega e ignora a la otra parte mediante la exclusión. Esto, además de una ofensa, es una evidente descortesía, que ejemplificamos en el capítulo Ofender con el silencio.
Salvaguardar. Insulto protector. El insulto de salvaguarda cumple una función defensiva, porque es la respuesta a un ataque previo en el cual el agresor verbal se sintió ofendido y, ahora, responde con un insulto vengativo con el que persigue, por encima de todo, recuperar su posición.
Ultrajar. Insulto manipulador. Es una de las funciones más abusivas. El ofensor busca que el ofendido se sienta mermado, disminuido, inferior, y emplea el insulto para despreciarlo y menoscabar su autoestima: «Nos has decepcionado a todos».
Lacerar. Insulto gratuito: herir por herir. No hay motivo, ni razón, ni compasión. Se trata de una función opresiva, que busca lastimar al contrario y recrearse en su mal. Es el propósito sin propósito de aquel que carece de empatía: «¡Eh, tú, retrasado!».
Territorializar. Insulto demarcador. Una de las razones más frecuentes para insultar: marcar un territorio, perfilar las lindes, las líneas imaginarias de una jurisdicción que se quiere mantener a salvo. Y ya se sabe que la mejor defensa es un buen ataque.
Ocluir. Insulto liquidador. No es impulsivo, no responde a un agravio o a una burla, ni tiene el menor componente racional, porque su único fin y objetivo es cerrar el canal de comunicación. Es el insulto Terminator: «¡Vete a tomar por culo, mamonazo!».
Como aconseja Mera, antes de insultar deberíamos valorar cómo va a afectar al otro nuestra forma de hablar. Un insulto, una afrenta, un desprecio tienen efectos que perduran en el tiempo. Si, además, se acompañan de gritos y tacos, son una buena e inmediata fórmula para perder la razón. En palabras del psicólogo: «Hay que intentar controlar y minimizar las reacciones puramente emocionales, porque la inmoderación puede desencadenar una escalada de sinrazón que acabe como el episodio de Puerto Urraco, quizás el mejor ejemplo de las terribles consecuencias del rencor y del odio desmedidos».