El insultante sexismo

El notorio sexismo que predomina en el lenguaje no conoce límites en el terreno de los insultos y las ofensas. Para empezar, mientras que los genitales masculinos tienen connotaciones positivas («esto es cojonudo», «esto es acojonante», «esto es la polla»…), los femeninos pueden parecer negativos («esto es un coñazo»). Aunque quizá no sea así, ya que es muy probable que coñazo proceda del término latino conātus, que es propensión, tendencia, propósito, empeño y esfuerzo en la ejecución de algo. También si algo resulta divertido o estupendo, en México se usa la expresión «está padre», pero en España se cambia por un «de puta madre». Y mientras que un gallo es un hombre fuerte y valiente, un gallina es un pusilánime cobarde.

Seguimos con más curiosos y concluyentes ejemplos en los que la misma palabra, cuando de insultar se trata, muestra una injusta polaridad semántica siempre a favor del género masculino.

Siendo un zorro un hombre astuto, una zorra es una prostituta. Y, por supuesto, nada tiene que ver un respetable hombre público con una mujer pública, una prostituta. Es que, además, un fulano es alguien sin identificar, mientras que una fulana es una prostituta; un golfo es un pillo, un juerguista, mientras que una golfa es una prostituta; un cualquiera es un pobre don nadie, mientras que una cualquiera es una prostituta; y aquel que no tiene un destino determinado y está perdido nos produce cierta aflicción, mientras que una perdida es una prostituta. Y no teniendo lobo atisbo de menosprecio, una loba puede ser desde una femme fatale, devoradora de hombres, hasta —¡cómo no!— una prostituta… ¡Qué obsesiones continúan adheridas a nuestra cultura para que tantas palabras de uso común, en femenino, designen invariablemente a una prostituta!

Y para rematar, cuando se quiere acentuar que algo no solo es malo, sino pésimo, pues ya se sabe: «esto es una puta mierda» o «esto está de puta pena».

Pero… cuidado con los excesos; a todos se nos atragantan los insultos cromañones, aunque no lleguemos a los desvaríos de las más acérrimas defensoras del lenguaje de género, que alcanzan a ver una clara cosificación discriminatoria entre el impresor (persona que imprime) y la impresora (máquina que imprime).