Cada loco con su tema

Se dice que de poetas, tontos y locos, todos tenemos un poco… Así que, por la parte que nos toca, no osaremos decir quién está más pallá que pacá, si el considerado cuerdo y normal por una mayoría o aquel al que le falta un tornillo. Al fin y al cabo, como decía Samuel Beckett, «todos nacemos locos».

La enajenación, desde un punto de vista romántico, puede verse como un estado de dulce ausencia donde la realidad no tiene ni mucho ni poco que hacer. Sin embargo, perder la razón, perder el juicio, volvernos locatis nos asusta sobremanera. Quizá por eso lo utilizamos como arma arrojadiza, y loco es uno de los insultos con más sinónimos: demente, chiflado, ido, grillado, colgado, majara, chaveta, zumbado, orate, pirado, chalado; o el colifato y el piantado argentinos; o el ñame panameño; o el locato venezolano. O el insano (del latín insānus), de uso generalizado en Latinoamérica, posiblemente por similitud y adaptación del término inglés insane (demente, loco).

También uno puede guillarse de amor. O ser un perturbado menor, como los lunáticos, que solo desvarían a intervalos; o los tarambanas, más alocados que trastornados; o los maniáticos —quién no tiene un par de incontrolables manías—; o los atarantados, inquietos, bulliciosos, que no dan paz ni sosiego. Cualquier cosa menos dar con un vesánico de furiosos y violentos delirios; o con un alienado, que está dentro de la categoría de loco peligroso. Si nos cruzamos con ellos, mejor hacerse el loco.

Aquellos a los que Torcuato Luca de Tena llamó «los renglones torcidos de Dios»: neurasténicos, esquizofrénicos, maníacos, bipolares, paranoicos, psicópatas y otros enfermos mentales son congéneres imposibles que han perdido la razón, inconscientes, irreflexivos, imprudentes y que, en algunos casos, no pueden valerse socialmente. Sin embargo, no siendo nuestra intención trivializar la locura, parece evidente que el lenguaje coloquial ha podido con el clínico y todo lo que tiene que ver con esta condición ha tomado un sesgo amable. ¿Acaso pretendemos insultar a Woody Allen cuando constatamos que es un perfecto neurótico? ¿O cuando le decimos a nuestro mejor amigo, que es un cabeza loca, que se le ha ido la pinza o le patina la neurona?…

De la multitud de expresiones que utilizamos habitualmente para indicar que alguien está un poco rayado, nuestra preferida, por imperecedera, es estar como las maracas de Machín; pero no nos resistimos a añadir otras: se le corrió una teja, se descarruchó, está como un cencerro, como una chota, como una regadera, para que lo encierren, de atar, de chaleco, de frenopático o está que coge carretera, por esa antigua costumbre que tenían algunos locos de ir a pie desde el manicomio al pueblo más cercano sin importarles la distancia, las condiciones meteorológicas ni el resto de la humanidad.