CAPÍTULO 2

LOS SENTIDOS

Comunicarnos con el exterior

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RELACIONARNOS CON EL EXTERIOR

Podemos decir que nuestro organismo está programado para crear información y trasmitirla a los centros encargados de la interpretación para que generen la respuesta adecuada. Por eso es necesario que estemos dotados de un sistema receptor de la información, un sistema que la transporte a los centros de análisis y un sistema de interpretación.

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Normalmente hablamos de cinco sentidos complejos (vista, oído, olfato, gusto y tacto), pero hay muchos más: el equilibrio, la percepción del dolor, la posición que ocupamos… Todos ellos están formados por células altamente especializadas que realizan una función concreta.

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Nuestros sentidos necesitan un estímulo de una cierta intensidad para poder para activar los receptores, que son los que ponen en marcha el mecanismo de respuesta mediante lo que llamamos un «potencial de acción», que es el que dispara todo el proceso. Esto nos permite localizar una determinada sensación en un punto concreto del cuerpo. La intensidad de la sensación varía en función de la frecuencia de estímulos percibidos y según el número de sensores (células específicas) que se estimulan. A medida que aumenta la intensidad del estímulo, se reclutan más y más receptores sensoriales (aunque veremos que esto tiene un límite).

Si la sensación se interpreta como normal y agradable, no se produce el reflejo de «huida», que sí se da cuando la sensación que se percibe es nociva. Entonces tiene lugar una contracción muscular que aparta la zona estimulada del punto que genera el estímulo, una especie de «reflejo de retirada». Las sensaciones trasmitidas al sistema nervioso central (SNC) por los nervios sensitivos, después de su análisis, activan neuronas motoras que producen la respuesta adecuada. El tacto, la presión, la temperatura y el dolor son ejemplos claros de este tipo de funcionamiento.

Aunque toda respuesta sensorial es extremadamente compleja, intentaremos analizar cómo funcionan los cinco sentidos principales: la vista, el oído, el tacto, el olfato y el gusto.

LA VISTA

Los ojos son órganos especialmente especializados, fruto de la adaptación de millones de años de evolución, que difieren enormemente de unos animales a otros y cuya función es formar una imagen en la retina, recibida a través de una lente, para llevarla al cerebro.

Cómo es y cómo funciona

En los humanos, toda la estructura del ojo se encuentra protegida por una gran envoltura en la que se encuentran los elementos necesarios para la visión. Esta envoltura es la esclerótica, fuerte y resistente, que adapta su naturaleza para formar la córnea, que es el primer filtro por el que han de pasar los rayos de luz. La córnea se encuentra revestida por una finísima capa llamada conjuntiva. La esclerótica alberga también, con las modificaciones apropiadas, la estructura encargada del aporte sanguíneo, llamada coroides, y en su parte posterior sirve de fijación a la retina, que es la zona de naturaleza nerviosa que alberga las células específicas sensoriales de las que depende la visión.

El globo ocular, delimitado por la coroides, está lleno de un líquido gelatinoso que llamamos humor vítreo. Por delante se sitúa el cristalino, que separa la cámara interna del ojo, de la externa. Esta cámara está ocupada por el humor acuoso. El cristalino es una auténtica lente transparente y sobre él se encuentra el iris, que tiene una naturaleza muscular y, además de dar color a nuestros ojos, se contrae o se relaja para controlar la cantidad de luz que llega a la retina. Cuando la luz es muy intensa, el iris se contrae, y cuando estamos en oscuridad, se dilata para ­aumentar la superficie de exposición (de forma parecida al objetivo de una cámara fotográfica).

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La retina es una estructura de una enorme complejidad que ocupa los dos tercios posteriores del globo imaginario que llamamos coroides. Su naturaleza es nerviosa y encarna perfectamente la identidad de un área encargada de recibir información. En definitiva, es un receptor de las imágenes y de la luz que percibimos visualmente. Su estructura nerviosa está compuesta de varias capas celulares que se relevan en el trabajo de llevar el estímulo visual hasta el nervio óptico, que será el encargado de que la información llegue al cerebro para que sea interpre­­tada.

Los componentes de la retina (de fuera adentro) son varios tipos de células de naturaleza nerviosa. Los conos y los bastones, situados en la parte más exterior, son los encargados de la visión propiamente dicha. Nos referimos a unas células conectoras que se unen a otro tipo, ya de naturaleza nerviosa que abandonan el ojo formando el nervio óptico, que viaja hasta la parte del cerebro encargada de procesar la información visual y transformarla en imágenes.

El punto de entrada de los vasos sanguíneos que irrigan el ojo coincide con el punto por el que sale el nervio óptico y que se llama papila óptica. Como tantas veces ocurre en nuestro cuerpo, vasos y nervios viajan juntos. Muy cerca de la papila se encuentra la fóvea central, que es el punto en el que convergen los rayos lumínicos estimulantes que forman la imagen. La dinámica ocular normal hace que la imagen converja en ese punto, en el que la agudeza visual es máxima.

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El aparato lacrimal es una protección para mantener limpio y húmedo el ojo. Su secreción —las lágrimas— se drenan en la nariz a través del conducto lacrimal (de ahí que cuando lloramos tengamos más mucosidad nasal).

Nuestros ojos, como estamos viendo, son órganos muy complejos que nos hacen tener una idea de la asombrosa perfección de nuestro organismo. Aunque están diseñados para ver de manera individual, las imágenes percibidas en ambas retinas se unen en el cerebro en una sola imagen y forman lo que llamamos la visión binocular. De una manera similar, nuestros ojos son capaces de ver con detalle aquello que llama nuestra atención principal y, de forma periférica, con menos detalle, el resto del campo visual. Todos los objetos que se hallan en ese espacio son percibidos, pero no podemos afinar sobre ellos mientras no los coloquemos en el centro de nuestra atención. Así pues, no es posible identificar un color o la forma precisa de un objeto que no esté situado en nuestro campo voluntario de visión. La percepción de los objetos puede verse alterada por varios problemas: miopía, hipermetropía, astigmatismo o vista cansada.

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El espectro lumínico se desdobla en siete colores que van desde el rojo hasta el violeta en función de su longitud de onda. Pero también están los rayos infrarrojos y ultravioleta, que no son percibidos por el ojo humano. Todos los colores son resultado de una mezcla, en distintas proporciones, de tres colores que denominamos primarios: el rojo, el verde y el azul. La mezcla de todo el espectro de colores nos da el blanco como color resultante.

Las propiedades de los colores responden a tres características o atributos: la intensidad, el matiz y la saturación. La mezcla de dos colores complementarios produce el blanco. Asimismo, se suele decir que el color negro es la ausencia de luz, pero los ciegos nos han demostrado que ellos no ven negro, simplemente no ven nada.

En la percepción de los colores se pueden producir diversas alteraciones. Por lo general, las personas poseen un sistema de conos con capacidad para diferenciar tres colores y todos sus atributos (tricrómatas). Pero hay quienes solo poseen dos (dicrómatras) o incluso uno (monocrómatas). Así pues, la alteración de la percepción de los colores puede implicar que una persona no perciba los matices de un determinado color, como en el caso del daltonismo (enfermedad de carácter hereditario), o incluso no percibir ninguno.

Problemas frecuentes

Conjuntivitis

Es una inflamación, con o sin infección, de la conjuntiva, que, como dijimos, es la membrana fina que protege la parte anterior del ojo y recubre los párpados por dentro. La conjuntiva está expuesta a bacterias, virus y sustancias irritantes. Las lágrimas la mantienen húmeda y limpia de sustancias extrañas o gérmenes. Cuando se padece conjuntivitis, la membrana conjuntiva se enrojece y se inflama debido a que algún elemento externo ha llegado hasta ella.

Las causas pueden ser diversas, pero los virus son la más frecuente. Producen lo que se denomina el «ojo rojo», bastante frecuente en los niños y muy contagioso. También puede producirse conjuntivitis por alergias, bacterias, exposición a ciertas sustancias químicas, hongos, el uso de lentes de contacto (sobre todo las de uso prolongado) y, en algunas ocasiones, parásitos.

Los síntomas son visión borrosa, aparición de legañas por la mañana, dolor o sensación de arenilla en el ojo, lagrimeo, picor, enrojecimiento o hipersensibilidad a la luz.

El tratamiento varía según el origen. Las conjuntivitis alérgicas pueden tratarse evitando al agente causante de la alergia y poniendo compresas frías sobre los ojos. También pueden administrarse antialérgicos en colirio o pomada. Para las conjuntivitis bacterianas se recomiendan los colirios de antibiótico, y en el caso de las virales, aunque a veces se curan solas, puede ser necesario administrar un colirio antibacteriano para evitar que se asocie una infección bacteriana oportunista.

En la mayoría de los casos el pronóstico es bueno, y en cuanto a las medidas de prevención, lo mejor es mantener una higiene adecuada: ­lavarse las manos a menudo, cambiar frecuentemente la cubierta de la almohada y no compartir toallas, pañuelos o productos de maquillaje.

Cataratas

Una catarata es la opacificación o pérdida de transparencia del cristalino, que, como vimos anteriormente, es la lente que posee el ojo y que sirve para enfocar los objetos en la retina. La catarata puede darse en uno o en ambos ojos.

La aparición de las cataratas tiene una relación directa con la edad. De hecho, en nuestro país, más de la mitad de las personas mayores de 80 años o bien tienen cataratas o han sido operadas para eliminarlas. Pero, además de la edad, algunas enfermedades (diabetes) y ciertos hábitos (tabaco y alcohol) pueden provocar cataratas, así como una exposición excesiva a las radiaciones ultravioletas de la luz solar, por lo que se recomienda usar gafas de sol.

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Los principales síntomas son la visión borrosa o nebulosa, la aparición de un halo alrededor de cualquier punto que en el que nos fijemos y la doble visión (o múltiple). El diagnóstico es sencillo y se realiza mediante un examen de agudeza visual parecido al que se realiza para graduarnos la vista.

Si el uso de gafas o lupas no ayudan a mejorar la visión, la cirugía es la siguiente opción. Se trata de una intervención bastante frecuente y con un alto nivel de éxito (el 90 por ciento de las personas que pasan por una operación de cataratas mejora su visión sustancialmente). La operación consiste en la extracción del cristalino, ya sea completo por medio de una incisión, o mediante succión tras haberlo fragmentado con el uso de microondas. Posteriormente se coloca una lente dentro del ojo que ayudará a enfocar correctamente. Debe tenerse en cuenta que, en caso de tener cataratas en los dos ojos, estos no se pueden operar simultáneamente (deben transcurrir unos dos meses entre la primera y la segunda intervención).

Glaucoma

Consiste en el aumento de la presión en el interior del globo ocular, que puede lesionar el nervio óptico y producir una pérdida parcial de visón o incluso ceguera total. Los antecedentes familiares de glaucoma y la edad (personas mayores de 60-65 años) son los factores de riesgo más importantes. En la mayoría de los casos el motivo suele ser un mal drenaje del líquido que hay en las diferentes cámaras del ojo.

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En sus inicios, el glaucoma no tiene síntomas concretos, pero, según avanza, la visión periférica se va limitando más y más, como si viéramos a través de un túnel. Con el paso del tiempo también se irá perdiendo visión directa, llegando a producir ceguera completa si no se comienza el tratamiento, que incluye medicación (colirios o pastillas para reducir la presión del ojo y mejorar el drenaje del líquido intraocular) y/o cirugía con láser, con la que se amplía el desagüe y, por tanto, el drenaje. Aun así, lo más probable es que siga siendo necesario el uso de medicación para controlar la presión del ojo.

Cómo mantener nuestra visión en forma

Revisar los ojos con frecuencia. A partir de los 60 años se deben hacer revisiones anuales que permitirán detectar si hay inicio de cataratas, de glaucoma u otros tipos de alteraciones de la visión.

Tabaco. Es fundamental dejar este hábito que tantos daños produce en el organismo en general.

Gafas de sol. Los rayos ultravioleta pueden contribuir al desarrollo de cataratas, por lo que es aconsejable usar gafas que boqueen específicamente la radiación ultravioleta B (UVB) cuando se esté al aire libre.

Cuidar la salud en general. Ya dijimos que algunos problemas médicos, como la diabetes mal controlada, aumentan el riesgo de padecer cataratas u otras alteraciones oculares más graves (hemorragias retinianas). Asimismo es importante mantener el peso adecuado y llevar una dieta saludable basada en frutas y verduras, que contienen multitud de nutrientes y antioxidantes que favorecen una buena visión.

Protegerse los ojos con gafas siempre que se vaya a realizar alguna actividad en la que puedan saltar virutas de madera o de metal, o se esté expuesto a polvo, gases tóxicos o a temperaturas extremas.

El OÍDO

El oído es otro de los llamados «sentidos principales», responsable no solo de percibir sonidos, sino también del equilibrio. Junto al ojo forma un entramado sensorial complementario, que nos aporta información vital.

Cómo es y cómo funciona

Como ocurre con los ojos, el oído es un órgano doble con un radio de acción que abarca 360 grados. Su parte más externa, el pabellón auditivo, posee forma de receptáculo —como las antenas de televisión— que capta las señales sonoras que hay a nuestro alrededor.

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Hay tres partes bien diferenciadas en el sistema auditivo. La primera es el oído externo, compuesto por el pabellón auricular o auditivo, que desde el orificio externo se extiende hasta la membrana timpánica. Sirve como receptor de la señal sonora, que se trasmite por el orificio del oído hasta el tímpano. La segunda es el oído medio, que recibe la onda sonora que hace vibrar la membrana timpánica (en este punto comienza el fenómeno de la audición propiamente dicho). Esta acción vibratoria está mediada por una musculatura específica que, al contraerse, trasmite la vibración a una cadena de huesecillos (martillo, yunque, lenticular y estribo) cuya misión es modular y atenuar la vibración antes de llegar a la ventana oval, que es la que comunica con el oído interno.

El oído medio se comunica con el oído exterior mediante una válvula denominada trompa de Eustaquio, que permite igualar la presión interna del oído medio con la del oído exterior. Normalmente está cerrada, pero algunas acciones —tragar, masticar o bostezar— la abren para igualar las presiones.

Por último, el oído interno es un complejísimo sistema de conductos y cavidades que, en su parte más externa, se comunica con la base del estribo a través de la ventana oval, mientras que en su parte más interna conecta, mediante las células ciliadas, con el nervio auditivo. En este hay dos partes diferenciadas: la primera es el laberinto, formado por unos conductos semicirculares óseos (laberinto óseo) que se unen al hueso temporal. Estos conductos no tienen comunicación entre ellos. Este intrincado sistema de estructuras envía sus estímulos al órgano de Corti, donde se encuentran las células receptoras auditivas que formarán el nervio estatoacústico: un auténtico ovillo sobre las neuronas encargadas de llevar el estímulo a las áreas temporales del cerebro a través de otras células aún más especializadas.

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El órgano del oído está adaptado para funcionar y captar una escala muy variada de sonidos, desde el silencio total al ruido extremo. La energía mecánica es trasformada en pequeños ­impulsos eléctricos que son enviados a nuestro cerebro, donde son analizados.

El oído también es muy sensible al paso de los años, y a partir de una determinada edad la elasticidad de sus estructuras se pierde, así como el funcionamiento adecuado de las células ciliadas del oído interno. Esto conduce a la pérdida auditiva, que, mayor o menor, suele ser habitual a partir de los 70 años.

Como vemos en el siguiente gráfico, los sonidos se diferencian por su distinta longitud de onda (que se expresa en hercios), siendo más larga la de los graves y más corta la de los agudos. El número de vibraciones por segundo de cada sonido marca su tono. Otras cualidades del sonido son la intensidad (que nos permite distinguir entre sonidos fuertes y débiles), el timbre (que nos permite distinguir la procedencia del sonido) y la duración.

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Sin embargo, cuando hablamos de sonidos solemos recurrir al término decibelio (dB), que es la unidad física que mide la intensidad del sonido y que nos permite distinguir entre sonidos fuertes o débiles. Así pues, aplicamos 0 decibelios a la situación de silencio, entendido este como el mínimo estímulo auditivo un poco especial que somos capaces de percibir. A partir de aquí se conforma una escala un poco especial que mide todos los sonidos que se puedan producir. En el gráfico anterior aparece la intensidad auditiva de muchos de los sonidos que pueden producirse en nuestra vida más o menos cotidiana.

Los ruidos situados por encima de los 85 decibelios pueden llegar a provocar pérdida auditiva. De ahí que en muchos trabajos sea obligatorio proteger los oídos con unos auriculares especiales.

Hay pérdidas auditivas benignas y fácilmente solucionables, como en las otitis leves o las provocadas por suciedad o agua acumuladas en el conducto auditivo. Otra alteración relativamente frecuente es la sensación de pitido constante, denominado tinnitus, provocado por un desorden de las células ciliadas en su transmisión del estímulo eléctrico al cerebro (veremos estos trastornos con más detalle un poco más adelante).

Las alteraciones auditivas se exploran por medio de una audiometría, que consiste en enviar sonidos de distinta intensidad, frecuencia y tono para medir así de forma objetiva la limitación auditiva.

Problemas frecuentes

Tapones

El conducto auditivo externo está revestido por unos folículos pilosos y unas glándulas que producen un aceite denominado cerumen, o cera, que protege el oído atrapando e impidiendo que el polvo, las bacterias y otros microorganismos penetren y lo dañen. Asimismo protege la delicada piel del conducto auditivo externo y evita que este se irrite cuando le entra agua.

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Por lo general, el cerumen se abre paso hasta la abertura del oído, desde donde cae o se elimina mediante el lavado. Pero puede acumularse y bloquear el conducto auditivo externo, produciendo un tapón, que es una de las causas más frecuentes de pérdida de audición. Hay personas cuyas glándulas auditivas producen más cera de la que pueden eliminar, por lo que se produce un exceso que se endurece en el conducto auditivo externo y lo bloquea. En esos casos hay que tener cuidado con el uso de bastoncillos limpiadores, porque, en lugar de eliminar el cerumen, se le puede empujar hacia el interior del oído y bloquear aún más el conducto auditivo.

Los principales síntomas de un tapón son el dolor de oídos y la sensación de pérdida de audición. Se puede tratar en casa ablandando la cera mediante aceite para bebés, glicerina, vaselina líquida o agua.

Otitis

Las infecciones de oídos son la causa más común de consulta médica, sobre todo en los más pequeños (tres de cada cuatro niños padecerán, al menos, una infección de oídos durante el primer año de vida). Por lo general, la infección afecta al oído medio, y consiste en que los conductos del interior de los oídos se taponan con líquido y moco, afectando a la audición. Si el niño aún no habla, se debe estar muy atento a ciertos signos y gestos, como tocarse los oídos más de lo normal, llanto continuado, secreción del oído, problemas de equilibrio o dificultad para dormir.

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El diagnóstico es bastante sencillo y se realiza mediante la inspección del oído con un aparato llamado otoscopio. Con frecuencia, las infecciones de oído desaparecen sin tratamiento o con analgésicos. Las infecciones más graves, así como las que se dan en bebés, pueden ­requerir antibióticos o cirugía de drenaje que extraigan el líquido acumulado.

Tinnitus

Así se llama cuando se «escuchan» ruidos en los oídos sin que haya una fuente sonora externa que los provoque. Esos sonidos pueden ser de intensidad o naturaleza muy variable. Desde leves pitidos a zumbidos intensos o chirridos altamente desagradables. No es extraño que se perciban ruidos musicales, viento o torrentes de agua.

El tinnitus es bastante común, y en algún momento todos hemos experimentado alguna forma leve de tinnitus, aunque su duración no suele pasar de unos pocos segundos o, a veces, minutos. Sin embargo, cuando el sonido es constante puede provocar un malestar general que impide el descanso o la concentración.

El origen no está claro, aunque sí se sabe que puede ser un síntoma de cualquier otro problema auditivo, como tapones, vértigo o infección. El consumo de alcohol, de cafeína y de ciertos antibióticos puede provocar tinnitus. En otras ocasiones puede ser una señal de presión arterial alta, alergia, anemia o de problemas más graves, como tumores o aneurismas, aunque esto no es lo habitual.

Cuando el ruido en los oídos es constante, se ha producido por un traumatismo craneal y se acompaña de otros síntomas como mareos, náuseas, vómitos, debe consultarse al médico. Determinar la causa y eliminar el problema (extraer un tapón, por ejemplo) pueden hacer que los síntomas desaparezcan. Se aconsejan diversos medicamentos para aliviar el tinnitus, aunque no todos los fármacos funcionan por igual en cada persona.

Sordera o hipoacusia

La pérdida de audición, o hipoacusia, es la disminución gradual o repentina de la capacidad de percibir los sonidos. Es un problema frecuente en las personas mayores y, de hecho, la mitad de ellas lo sufren. Existen dos tipos de hipoacusia: la conductiva y la neurosensorial. La primera está provocada por un problema mecánico en el oído externo o en el oído medio. Puede deberse a la acumulación excesiva de cerumen en el conducto auditivo externo o de líquido después de haber sufrido una otitis, a un objeto extraño alojado en el conducto auditivo, a un agujero o una herida en el tímpano, o a algún daño en la cadena de huese­­­cillos.

La hipoacusia neurosensorial ocurre por lesión o degeneración de las células pilosas (terminales nerviosas) que transmiten el sonido a través del oído. Este tipo de hipoacusia a menudo no tiene cura y puede derivarse de ciertas enfermedades, como un neuroma acústico, meningitis, paperas, escarlatina, enfermedad de Ménière, etc. Las diferencias de presión entre la parte interna y la externa del oído —como ocurre en el buceo— también pueden provocarla, así como las fracturas de cráneo, o las situaciones de estrés auditivo muy intenso y mantenido.

La audiometría, la timpanometría, el TAC o la RNM suelen ser las ­exploraciones más habituales a las que recurre el otorrinolaringólogo para conocer la causa.

Si la hipoacusia es prolongada, pueden ser recomendables los dispositivos para la pérdida auditiva. Se trata de instrumentos electrónicos que se colocan dentro o detrás de la oreja y que permiten que los sonidos se perciban con mayor intensidad. Asimismo, en el caso de sordera profunda, pueden aconsejarse Implantes cocleares, unos pequeños dispositivos que se colocan en el oído interno mediante cirugía y que permiten la recepción de ciertos sonidos.

Mareo y otros trastornos del equilibrio

Dijimos al principio que el oído tiene una estrecha relación con el equilibrio, cuyo «centro de operaciones» se halla en el laberinto, que posee tres canales, con diferentes direcciones. Las percepciones recibidas por los movimientos rectilíneos o giratorios, así como los cambios posturales o visuales que alteren la percepción del horizonte, producen estímulos equívocos en las células ciliadas. Esta tormenta de estímulos puede provocar mareos e incluso la pérdida total del equilibrio, pues se altera la percepción de nuestra posición debido a una falsa interpretación del cerebelo, que es el órgano especializado en el mantenimiento del equilibrio.

La estimulación excesiva de las estructuras ligadas al equilibrio puede causar un cuadro clínico con mareos, palidez, caída de la presión arterial, nauseas o vómitos.

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Los trastornos del equilibrio pueden tener causas muy diversas, desde ciertos fármacos hasta problemas en el oído interno o en el cerebro. Los síntomas más habituales son el vértigo, la sensación de caída, visión borrosa, confusión y desorientación. Pero también puede haber náuseas, vómitos, cambios en la presión arterial y el pulso, diarrea, ansiedad e incluso pánico.

Una de las alteraciones más frecuentes del equilibrio es el denominado Vértigo Posicional Benigno (VPB), que es una sensación breve e intensa que surge a raíz de un cambio específico en la postura de la cabeza. Se tiene la sensación de estar dando vueltas al agacharse, al mirar hacia arriba o al girarse. Puede aparecer con la edad, aunque en los casos más graves puede deberse a un traumatismo craneal.

Otra alteración habitual relacionada con el equilibrio es la laberintitis, que consiste en una inflamación o infección del oído interno que aparece habitualmente tras un catarro fuerte o una gripe. También es bastante común el llamado «mareo del viajero», que suelen padecer algunas personas cuando viajan en coche, tren, avión y, sobre todo, en barco. El cerebro percibe un movimiento, a través de los sensores del oído interno, las articulaciones y los músculos, que no se corresponde con lo que se percibe desde una cabina cerrada. De ahí que se produzca el mareo, acompañado de sudoración fría, náuseas y vómitos. Y por último, la enfermedad de Ménière, cuyas causas se desconocen, que consiste en episodios de vértigo, pérdida de audición y tinnitus.

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El diagnóstico de los trastornos del equilibrio es bastante complejo. La visita al otorrinolaringólogo es el primer paso, y lo más probable es que ordene una analítica, una audiometría y un test para explorar la movilidad de los ojos y de la musculatura. Si el resultado de estas pruebas es normal, habrá que descartar otras enfermedades, no relacionadas directamente con el oído, que hayan podido alterar el equilibrio.

Cómo mantener nuestros oídos en forma

El tabaco y el alcohol. Se debe evitar fumar cerca de los niños, pues el tabaquismo indirecto es una causa importante de infecciones auditivas. Asimismo se recomienda no beber alcohol y reducir al máximo el consumo de cafeína y de otros estimulantes.

Alergias y agua en los oídos. Deben tomarse medidas para controlar las alergias. Debemos tener en cuenta que los aerosoles nasales con esteroides pueden ayudar a reducir las infecciones del oído, lo contrario de los antihistamínicos y los descongestionantes de venta libre, que incluso pueden causarlas. Es importante secarse bien los oídos después de bañarse o nadar.

Dormir con la cabeza en una posición elevada. Esto disminuye la congestión y los ruidos, y en el caso del tinnitus, el zumbido que se escucha puede volverse menos insistente.

Lugares y sonidos estridentes. Se deben evitar o usar tapones si es necesario. Si se sufre hipoacusia, hay que huir del ruido excesivo.

LA PIEL (EL TACTO)

Aunque son muchas las funciones que desempeña la piel en nuestro organismo, nos vamos a centrar en su capacidad sensorial. La piel cubre nuestro cuerpo y nos aísla del exterior, protegiéndonos de todos los peligros que vienen de fuera. Actúa como un inmenso órgano sensorial y participa muy activamente en la regulación de la temperatura corporal. Los receptores de la piel están capacitados para darnos información exterior de las cosas que tocamos o del medio en el que nos encontremos y sus características, como la temperatura, el tacto, la presión, la humedad, el viento… Estos receptores forman lo que llamamos sentidos cutáneos.

Muchas de nuestras reacciones reflejas están causadas por los es­tímulos que se envían al cerebro desde la piel. Así, una sensación dolorosa, como un pellizco, un pinchazo o una quemadura, desencadena una respuesta motora refleja de retirada. Del mismo modo, las terminaciones nerviosas cutáneas nos dan información de las cosas agradables y nos invitan a permanecer expuestos a ellas y a repetirlas, como la suavidad de una caricia, el estímulo de un beso o la sensación agradable de un masaje.

Cómo es y cómo funciona el sentido del tacto

La médula espinal, que recorre el interior del canal medular de nuestra columna vertebral es la gran autopista que comunica los receptores periféricos cutáneos con el cerebro y con las neuronas motoras especializadas en producir una respuesta refleja ante determinados estímulos. Cada una de las zonas corporales se corresponde con un área de la corteza de nuestro cerebro que se encarga de procesar esta información. En medicina, a esta distribución «geográfica» se la denomina «ho­múnculo sensorial».

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Debemos tener en cuenta que nuestra piel está llena de receptores capaces de procesar nuestras sensaciones sin que estén distribuidos de una manera homogénea. Es decir, hay zonas más sensibles que otras y cada receptor es capaz de captar diversas sensaciones. Los estímulos pueden ser de distinto grado y tener una exposición más o menos prolongada en el tiempo, lo que nos da una idea de la enorme complejidad de este sistema sensorial que llamamos tacto.

En cuanto a las estructuras que forman la piel, podemos diferenciar tres: una externa, en contacto directo con el exterior, llamada epidermis; otra justo por debajo, a la que denominamos dermis, y una tercera más profunda, llamada hipodermis, que es por donde discurren los vasos sanguíneos.

La piel detecta la temperatura exterior —mediante células especializadas— cuando esta es superior (sensores de calor) o inferior (sensores para el frío) a la temperatura corporal. En este punto conviene recordar que lo que llamamos «frío», desde un punto de vista sensorial, físico y biológico no existe. En realidad, es un nivel de calor menor que generalmente identificamos como desagradable. En la distribución cutánea, los sensores de las temperaturas bajas son más numerosos que los que responden al calor. La franja de actividad de estos receptores está entre los 10 y los 20 grados para la sensación de frío, o entre los 25 y los 45 grados para la de calor. Por encima o por debajo de los límites máximos y mínimos se activan los receptores del dolor ante un estímulo térmico (por debajo de los 10 grados en el caso del frío y por encima de los 45 grados en el caso del calor). Si se sobrepasan esos límites, los sensores se saturan y, o bien dejan de ser efectivos, o bien generan otro tipo de estímulos asociados. De hecho, en casos de temperaturas muy altas y muy bajas la sensación suele ser muy parecida.

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Un estímulo compañero del tacto es el dolor, que tiene dos formas de llegar al cerebro: la primera vía es rápida, y consiste en una sensación brusca, aguda e intensa, que por lo general es seguida de la segunda, más atenuada y sorda, y que queda como un reflejo de la primera.

Todos los estímulos dolorosos suelen generar respuestas de evitación, aunque en ocasiones pueden acompañarse de elementos sensoriales y emocionales que lo identifican con situaciones agradables. Las distintas vías en su progresión al cerebro, así como el manejo por parte de este del estímulo, hacen que las respuestas consideradas normales precisen del funcionamiento correcto desde el cerebro hasta el análisis y la respuesta motora.

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Los receptores del dolor son específicos, aunque a veces pueden activarse cuando otros han quedado saturados. Ahora bien, en ningún caso lo hacen por estímulos que no sean dolorosos. Estos responden a muchos tipos de energía como la mecánica, la eléctrica, la química o la térmica. Podemos afirmar que el dolor es una de las sensaciones más complejas, ya que también va asociado a ciertos componentes psí­quicos.

Problemas frecuentes

La piel puede padecer diversos procesos inflamatorios y/o irritativos, de origen muy variado, que se designan con el término genérico de dermatitis. A continuación se resumen los más frecuentes:

Dermatitis atópica

Es una enfermedad crónica de la piel que consiste en erupciones pruriginosas (que pican) y descamativas (en las que la piel se descama). La dermatitis atópica se debe a una reacción similar a la alergia en la piel, que produce hinchazón y enrojecimiento. Las personas que la padecen pueden ser más sensibles debido a que su piel carece de ciertas proteínas, y por ello es más común en bebés (con el paso del tiempo tiende a desaparecer).

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Los principales síntomas son el picor intenso y la aparición de un sarpullido tras el rascado. Pueden empeorar con el polen, el moho, los ácaros del polvo, el contacto con ciertos animales, los resfriados, el aire seco en invierno, el contacto con materiales irritantes y químicos, o bien con materiales ásperos como la lana. El estrés emocional y algunos perfumes, tintes, jabones y lociones también afectan de forma negativa.

La dermatitis atópica puede producir desde ampollas que supuran y forman costras hasta protuberancias en la piel, en la zona anterior de los brazos y en los muslos, pasando por cambios en el color de la piel, enrojecimiento o inflamación de la piel y piel seca. Aunque, como decimos, es una afección crónica, se puede controlar con tratamiento, evitando los irritantes y manteniendo la piel bien humectada. El médico realizará un examen físico y observará la piel. En ocasiones se puede necesitar una biopsia de piel para confirmar el diagnóstico y descartar otras ­causas.

Dermatitis de contacto

Es una afección que produce dolor y enrojecimiento de la piel tras el contacto directo con una sustancia. Hay dos tipos, la irritante y la alérgica. La primera es la más común: la reacción cutánea suele parecerse a una quemadura y se produce por el contacto con ácidos, materiales alcalinos, como jabones y detergentes, tintes, plaguicidas, champúes, suavizantes de tejidos u otras sustancias químicas. En el caso de la dermatitis de contacto alérgica, las sustancias más comunes (que causan la alergia) son los adhesivos, algunos antibióticos, ciertos cosméticos y algunos metales, como el níquel.

Los síntomas varían dependiendo de la causa y del tipo de dermatitis. Como decimos, el picor es el síntoma más común, seguido de dolor y ardor, y si se trata de dermatitis alérgica, el picor puede ser verdaderamente intenso, llegando con frecuencia a provocar un sarpullido rojo, veteado o en parches, ampollas húmedas y costras. La reacción alérgica no suele ser inmediata (aparece de 24 a 48 horas después de producirse el contacto con el alérgeno).

Es fundamental identificar el agente causante antes de iniciar el tratamiento, que consiste en un lavado intenso con mucha agua para retirar cualquier rastro de irritante que pueda haber quedado en la piel y, por supuesto, evitar el contacto con los irritantes o alérgenos identificados. Los emolientes o humectantes son muy aconsejables, pues impiden que la piel se inflame de nuevo. Las cremas o ungüentos para la piel con corticoides pueden reducir la inflamación, aunque hay que tener cuidado y seguir al detalle las instrucciones.

La dermatitis de contacto suele desaparecer sin complicaciones al cabo de dos o tres semanas, pero puede reaparecer si no se ha logrado identificar la sustancia o el material que la provocó.

Quemaduras

Una quemadura es un tipo de lesión en la piel causada por el contacto con llamas, líquidos y superficies calientes (también con el contacto con elementos a temperaturas extremadamente bajas). También las hay químicas y eléctricas, así como quemaduras de las vías respiratorias al ­inhalar humo, vapor de agua, aire sobrecalentado o vapores tóxicos en espacios poco ventilados.

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Según sea la profundidad de la zona dañada, las quemaduras pueden ser de primer grado (afectan solo la capa exterior de la piel y causan dolor, enrojecimiento e inflamación), de segundo grado (afectan tanto a la capa externa como a la capa subyacente, y provocan dolor, enrojecimiento, inflamación y ampollas) o de tercer grado o de espesor completo (afectan a las capas profundas de la piel y pueden causar coloración blanquecina, oscura o carbonizada, llegando a quedar la piel insensible). El principal síntoma es el dolor, aunque la intensidad de este no está relacionado con la gravedad de la quemadura (las más graves suelen ser indoloras). La gravedad de una quemadura también depende de su extensión. Esto se calcula por una sencilla regla llamada regla de los 9. En los adultos la cabeza corresponde a un 9% de la superficie total del cuerpo, cada brazo a un 18% (9 × 2), el tronco y el dorso a otro 18% cada uno y cada pierna a un 18%.

Antes de administrar los primeros auxilios, es importante determinar qué tipo de quemadura se ha producido. Si no se está seguro, lo mejor es tratarla como una quemadura mayor. Las quemaduras graves necesitan atención médica inmediata y su cuidado debe llevarse en unidades especializadas para quemados.

Erupción cutánea (sarpullido)

Las erupciones cutáneas implican cambios en el color o textura de la piel, y por lo general, las causas pueden determinarse a partir de sus características visibles.

El tipo más común de erupción cutánea es la dermatitis seborreica, que produce enrojecimiento y descamación alrededor de las cejas, los párpados, la boca o la nariz, el tronco y detrás de las orejas. Si se presenta en el cuero cabelludo, se denomina caspa (en los adultos) o costra láctea (en los bebés). La edad, el estrés, la fatiga, las temperaturas extremas, la piel grasa y el uso de lociones con demasiado alcohol agravan esta afección, que es inofensiva, pero bastante molesta.

Otras causas habituales de erupción cutánea pueden ser la psoriasis, que se presenta como parches rojos y descamativos sobre las articulaciones y en el cuero cabelludo (a veces también afecta a las uñas); el impétigo, muy común en los niños, que es una infección por bacterias que viven en las capas superiores de la piel y que produce úlceras que se vuelven ampollas y supuran, y el herpes zóster, que es una afección cutánea dolorosa (con ampollas), causada por el virus de la varicela, que puede permanecer latente en el cuerpo durante años y emerger de pronto en los adultos como herpes zóster o «culebrilla». Enfermedades de la infancia, como la varicela, el sarampión, la rubéola o la escarlatina, medicamentos y picaduras o mordeduras de insectos, y algunas afecciones médicas de origen diverso también pueden producir erupciones cutáneas. La mayor parte mejorarán con el cuidado suave de la piel y evitando el contacto con las substancias irritantes. No se deben aplicar lociones o ungüentos cosméticos directamente sobre la erupción, ni tampoco agua caliente para limipiarla. Lo mejor es dejar el área afectada al aire todo el tiempo que sea posible.

La crema de hidrocortisona (al 1%) se puede conseguir sin receta y con ella se puede lograr el alivio de muchas erupciones cutáneas. En caso de eccema, se debe aplicar un humectante sobre la piel. Hay varios productos diseñados para realizar baños, disponibles en farmacias, que alivian los síntomas de eccema, psoriasis o herpes zóster.

Dependiendo de las causas, los tratamientos se pueden hacer con cremas o lociones medicadas, medicamentos orales o, en ocasiones, cirugía de piel.

Picaduras o mordeduras de insectos

Las mordeduras y picaduras de insectos pueden provocar una reacción cutánea inmediata, en ocasiones acompañada de dolor (como en el caso de las mordeduras de las hormigas rojas y las picaduras de abejas, avispas). Es más probable que las picaduras de mosquitos, pulgas y ácaros provoquen solo picor, pero debemos tener en cuenta que las picaduras de insectos y arañas, en determinados lugares, causan más muertes por intoxicación que las mordeduras de serpientes.

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Los síntomas dependen del tipo de picadura o mordedura y, como hemos dicho, los síntomas principales son el picor, el dolor, el enrojecimiento, la hinchazón y el calor en la zona, cierto entumecimiento y un molesto hormigueo. Algunas personas tienen un reacción grave, lo que se denomina shock anafiláctico, que puede ocurrir súbitamente y causar la muerte si no se trata de manera oportuna. Los síntomas son hinchazón de la boca, dolor en el pecho y dificultad para respirar.

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Las medidas generales para la mayoría de mordeduras y picaduras pasan, en primer lugar, por retirar el aguijón del insecto con una tarjeta de crédito u otro objeto de borde recto. Después habrá que lavar bien el área afectada con agua y jabón y aplicar hielo (envuelto en un trozo de tela) en el lugar de la picadura durante diez minutos. En ocasiones puede ser necesario tomar un antihistamínico o aplicar una crema que reduzcan el picor. Otros tipos de tratamiento solo deben ser utilizados por un médico.

Si una persona padece una alergia seria a picaduras o mordeduras de insectos, debe llevar siempre consigo un botiquín de emergencias y un estuche de adrenalina para evitar un shock anafiláctico.

Cáncer de piel

El el tipo de cáncer más común, siendo los más habituales el cáncer de células basales y el de células escamosas. Por lo general, se forman en la cara, el cuello, las manos y los brazos.

El melanoma es un tercer tipo de cáncer de piel, más peligroso, pero mucho menos frecuente. Quienes más lo padecen son las personas que pasan mucho tiempo bajo el sol o que sufrieron quemaduras solares durante la infancia. Deben tener especial cuidado las que tienen piel, cabellos y ojos claros, antecedentes familiares de cáncer de piel y superan los 50 años.

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La cirugía es el primer tratamiento indicado para los diferentes estadios del melanoma. También están la quimioterapia y la radiación, así como la terapia biológica y localizada, que aumenta la capacidad del cuerpo para combatir el cáncer por medio de ciertas sustancias que atacan a las células cancerígenas sin dañar a las sanas.

Cómo mantener la piel en forma

Exposición al sol. La mejor manera de mantener la piel sana es evitar la exposición al sol. No se debe tomar el sol en las horas centrales del día (de diez de la mañana a cuatro de la tarde), pues en esos momentos los rayos son especialmente fuertes. No hay que confiarse cuando se está en el agua, porque los rayos pueden traspasarla. Deben usarse cremas con filtro solar (15 o más) resistente al agua, y aplicarse cada dos horas.

Ropa protectora. Un sombrero con ala ancha proporciona sombra en el cuello, orejas, ojos y cabeza, y unas buenas gafas de sol pueden bloquear casi el cien por cien de los rayos del sol. Si no se puede evitar la exposición al sol, se deben usar camisas sueltas y livianas de manga larga y pantalones y faldas largas.

Lámparas solares y cremas de bronceado.No se deben usar lámparas solares ni camas de bronceado. Las píldoras para broncearse no están aprobadas y puede que no sean seguras.

Piel hidratada. Mantener siempre la piel húmeda e hidratada es clave para tenerla sana. La piel es un «envoltorio» sumamente delicado, por lo que si se percibe en ella algún cambio o molestia permanente, se recomienda visitar al médico de cabecera o al especialista.

EL GUSTO Y EL OLFATO

Aunque son diferentes, estos dos sentidos guardan una estrecha relación y suelen describirse de forma conjunta, pues las percepciones gustativas tienen mucho que ver con los aromas y olores que recibimos.

Cómo es y cómo funciona el sentido del olfato

El olfato es un sentido «a distancia» mediado por telerreceptores, que se encuentran en la mucosa nasal olfatoria. Esta se extiende como una superficie cubierta de una membrana sensorial, que está más desarrollada en las especies que más dependen del olfato para sobrevivir, como el perro. Los humanos apenas disponemos de cuatro centímetros cuadrados de membrana olfatoria en el techo de las fosas nasales.

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Las células olfatorias son muy numerosas (alrededor de quince millones) y están bañadas en una sustancia mucoide. Estas células especializadas poseen vellosidades o prolongaciones que se llaman bastones olfatorios que, en definitiva, son prolongaciones de las neuronas especializadas en la percepción de los olores que se encuentran en la pituitaria.

El olfato constituye el sistema de comunicación del sistema nervioso más periférico respecto al exterior del organismo. La acción de la secreción mucosa de las células de soporte tiene la misión de retener las sustancias que penetran por el aire y estimulan los receptores olfativos, que poseen una sensibilidad distinta para cada una de las sustancias. Esta acción se ve potenciada cuando queremos oler algo, momento en que se agrandan las fosas nasales en su base y el aire se aspira con más fuerza para que llegue más arriba. Una vez realizada esta acción, las células olfatorias emiten un impulso nervioso que viaja por los axones de las neuronas del nervio olfativo para converger en los bulbos olfatorios, que se encuentran en la base del cerebro.

Como vemos en la tabla de la página anterior, la sensibilidad olfativa es distinta para cada una de las sustancias que percibimos por medio del olfato. Esto explica que haya algunas que presentan olores muy intensos, como el amoniaco, y otras que nos parecen mucho más suaves. El ser humano distingue por medio del olfato unas tres mil o cuatro mil sustancias distintas.

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Los estímulos odoríferos tienen una estrecha relación con las funciones sexuales, y parece que el olfato está algo más desarrollado en la mujer, volviéndose aún más agudo durante la ovulación y el embarazo (algunas sustancias estimulantes, como las feromonas, ni siquiera se perciben de forma consciente).

Un sistema defensivo, sobre todo ante los malos olores, es el encargado de acomodar los receptores olfativos hasta la saturación, de manera que se produce un proceso de acomodación que nos hace insensibles al cabo de cierto tiempo. Por desgracia, esto también ocurre con los buenos olores.

Alteraciones en el sentido del olfato

Los principales trastornos del olfato van desde la pérdida o reducción en la capacidad de oler (hiposmia y anosmia) hasta cambios en la percepción de los olores. Así, algunas personas notan que los olores familiares se distorsionan o que un olor que, por lo general, es agradable, pasa a ser todo lo contrario, e incluso algunas perciben olores que no existen.

Las alteraciones del olfato son de origen múltiple y en muchas ­ocasiones con causas aún desconocidas. Ciertas enfermedades o lesiones recientes son los más directos, como las infecciones de las vías respiratorias superiores y los traumatismos craneales. Los pólipos en las fosas nasales, las infecciones de los senos paranasales (sinusitis), los trastornos hormonales y los problemas dentales pueden estar detrás de ­muchos de los trastornos del olfato, así como la exposición a ciertos productos químicos, como insecticidas y disolventes, y algunos medicamentos. Las personas que tienen cáncer en la cabeza y cuello y que reciben tratamiento con radioterapia también pueden tener problemas en su sentido del olfato.

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Las pruebas médicas existentes están diseñadas para medir la cantidad mínima de olor que los pacientes pueden percibir, así como la exactitud para identificar diferentes olores. Así, una prueba que puede realizarse fácilmente es el «raspar y oler», donde la persona raspa una muestras de papel que liberan diferentes aromas que deberá identificar entre varias posibilidades.

En personas que presentan obstrucciones nasales, como los pólipos, la cirugía puede servir para restaurar el flujo de aire, logrando así una recuperación espontánea del sentido del olfato, puesto que las neuronas olfativas se regeneran de inmediato.

Son muchos los científicos que considerar que el olfato sirve de modelo para otros sistemas sensoriales del cuerpo. El paso del tiempo y el envejecimiento hacen que la capacidad olfativa del ser humano disminuya (sobre todo a partir de los 60 años), y el tabaquismo la perjudica considerablemente.

Existen medicamentos que trastornan nuestros sentidos, principalmente el gusto y el olfato, pero hay otros, sobre todo los que se recetan para tratar las alergias, que producen cierta mejoría en nuestra capacidad olfativa. Las de olfato (junto con las del sabor) son las únicas células sensoriales que regularmente se van reemplazando a lo largo de la vida.

Cómo es y cómo funciona el sentido del gusto

En el caso del gusto necesitamos poner en contacto la sustancia estimulante con la célula receptora, por lo que su funcionamiento y su fisiología parecen más simples. Todo empieza por los llamados «botones» gustativos, formados por dos tipos de células —unas de soporte y otras receptoras— que se disponen como gajos de naranja, abiertas, en la superficie de la lengua. El «botón» posee un poro gustativo por el que pe­netra la sustancia. En su lado opuesto, dentro de la lengua, se reúnen las células receptoras en fibras nerviosas, de manera que reciben el estímulo de varios botones gustativos. Estas fibras transportan el estímulo hasta el cerebro a través de los axones neuronales.

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Los botones gustativos forman parte de unas estructuras especializadas llamadas papilas gustativas que se extienden por toda la lengua. Cada zona de la lengua es sensible a uno de los sabores primarios: el dulce, el salado, el ácido y el amargo, cuya disposición vemos en el gráfico de ­arriba.

Dos nervios son los encargados de recoger las fibras nerviosas provenientes de los «botones», el nervio facial y el nervio glosofaríngeo, que acaban formando un haz nervioso que alcanza el área gustativa de la corteza cerebral.

Los receptores gustativos son quimiorreceptores que reaccionan con las sustancias disueltas en los líquidos de la boca, produciendo una corriente nerviosa (el potencial de acción), que es lo que se envía a la zona especializada del cerebro. Como ocurre con el olfato, el hombre percibe de manera muy grosera los sabores, y la presencia de determinadas sustancias y grupos químicos son los responsables de los distintos sabores y de que seamos capaces de detectar diferencias.

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Alteraciones en el sentido del gusto

La queja más común sobre el gusto tiene que ver con las «percepciones gustativas fantasma» y con la hipogeusia, que es la reducción en la capacidad de percibir sabores dulces, ácidos, amargos y salados. La ageusia se produce cuando no se detecta ningún sabor en absoluto, una dolencia poco común que está directamente conectada con la pérdida del olfato (ambas suelen confundirse). En cualquier caso, estas alteraciones suelen aparecer como resultado de ciertas lesiones o enfermedades, como una infección en las vías respiratorias o una lesión en la cabeza. Asimismo, ciertas intervenciones quirúrgicas (la extracción del tercer molar o una operación del oído medio) pueden causar trastornos en el gusto o quimiosensoriales.

Se han desarrollado pruebas gustativas para determinar el grado de percepción gustativa de una persona. Una de las más sencillas es la de «tomar, salivar y enjuagar», así como la aplicación directa de ciertos productos químicos sobre áreas concretas de la lengua.

Como ocurre con el resto de los sentidos, el gusto es un sistema que nos ayuda a detectar algunos peligros, como alimentos y bebidas en mal estado e incluso sustancias a las que podemos ser alérgicos. La pérdida del sentido del gusto tiene múltiples consecuencias en la vida de cualquier persona, llegando a causar depresión y una disminución en el deseo de comer.

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