24 enero, lunes
Hay panolis que se piensan que esto de escribir para uno es como el hablar a solas, cosa de chalados. Eso son ganas de enredar las cosas, porque uno no siempre dice lo que quiere y hay pensamientos que andan por dentro de uno y uno, por vueltas que les dé, no acierta a expresarlos, o a lo mejor no le da la real gana de hacerlo. Uno es de una manera y como uno es, no lo sabe ni su madre y, sin necesidad de ir a lo zorro, uno nunca se confía del todo a los demás y, si quiere recordarse de algo, no hay como comerlo a palo seco, sin el recelo de que otro venga a cachondearse de lo que dice. Ésta es la fetén y el que diga lo contrario miente.
Cuando murió la madre, sin ir más lejos, si yo me pongo a parlar no hubiera dicho más que boberías y, sin embargo, las ideas que me rondaban dentro no podían ser más serias y respetables. Y equilicual cuando la boda y los amiguetes me salían con que «todavía estaba a tiempo» y yo respondía que me iba a suicidar, como Melecio y como don Basilio y como el cagueta de Serafín, mi cuñado, y como cada quisque, porque, desde que el mundo es mundo, todos tropezamos en la misma piedra y todos somos unos gilís. Pero dentro andaba la procesión y yo me sabía que no era un gilí por eso y que lo mío con la Anita no era un suicidio. Y yo digo que esto de escribir para uno es tal y como mirarse al espejo, con la diferencia de que uno no se ve aquí el semblante, sino los entresijos. Uno, al fin y al cabo, no es un zoquete y algo se pega de andar todo el día de Dios entre gente de libros.
Yo sé que ahora la vida mía va a pegar un quiebro y una cosa así no ocurre todos los días y si no me lo repito por escrito y hasta dos docenas de veces parece como que todo eso de largarme a América y despedirme de todas las cosas no fuese más que una coña. Llevo unos días como aliquebrado dándole vueltas al asunto, y ni la caza me lo quita del pensamiento.
25 enero, martes
Hoy se recibió carta del tío Egidio. El hombre, tan razonable. Manda los pasajes para el vapor Miguel Ángel del día 15 de marzo. El mandria dice textualmente: «Ustedes vienen al tiro y lo de abonarme los pasajes dejémoslo no más. No conozco al señor marido de Anita, mas el marido de la hija de mi hermano no puede menos de ser un caballero y en mi barraca siempre queda hueco para él. En lo que ustedes dicen de la guagua, bien puede nacer aquí, que lo mismo hay parteros y niñas de mano que la saquen luego a pasear».
La carta me ha dejado achucharrado, como yo digo. Uno se maneja en la vida y cree que decide, pero la verdad de la buena es que uno nunca sabe lo que quiere ni quién le empuja. Hace tres años yo hubiera dado una mano porque me tocase el gordo y hacerme una nueva vida allí, pero ahora que está todo liado me da rilis, la verdad. Es mucha responsabilidad y mucha conmoción y mucha historia esto de dejar lo que es de uno y largarse con los ojos cerrados donde no conoce. La chavala, en cambio, como unas castañuelas. Las mujeres ya se sabe. A primera hora anduvo con los mareíllos, pero ahora, con la carta, como si nada. Ella dice, y no le falta razón, que entre vivir aquí mirando la peseta o allí a mesa puesta, no hay duda.
A la mañana, luego de llamar a las clases de once, me llegué a la churrería. Mi señor andaba afanando con la masa y mientras le cortaba la rueda se lo planté. El chalado que qué había determinado y lo que yo le dije, que pedir la excedencia por más de un año y menos de diez, por si las moscas, y luego largarnos.
A las ocho cayó Melecio por casa, le di a leer la carta y nos quedamos una hora de reloj, que se dice pronto, mirándonos a lo bobo sin abrir el pico. Luego Melecio lo echó a barato y le dijo a la Anita que quién la verá a la vuelta de dos meses con un negro para espantarla las moscas. La chavala salió con que ha oído decir que los negros son fieles como pocos. A saber quién la habrá ido con ese cuento.
A don Basilio todavía no le he dicho una palabra. Tardé en dormirme. Sentí el exprés de Galicia.
26 enero, miércoles
Me llegué al Gobierno Civil para lo de los pasaportes. No es que me importe, pero en las fotos me han sacado una jeta de mandria que atufa. La chavala, en cambio, está curiosa y dice Melecio que ciertamente se le da un aire a la Pier Angeli.
El que no traga es don Basilio. El marrajo me puso a caldo por no habérselo anunciado. Sacó el habla de pendoncete, todo para decirme que un ordenanza no se improvisa, o sea, que yo debí poner en su conocimiento mi determinación. Ya le aclaré que hasta ayer ni yo lo supe con fijeza y que tenía en el pensamiento pedir la excedencia por más de un año y menos de diez, por lo que pueda tronar. Luego le advertí que en Murcia tengo un conocido que le cuadra venir, y él, entonces, entró en razón y me dijo que aguardará unos meses a ver en qué para lo mío y, de esta forma, si no me aclimato, puedo volver al Centro, y que no olvide que el señor Moro se jubila este año y que él seguía pensando en mí para lo de la Conserjería. Le di las gracias y que lo tendría en cuenta.
Al subir a comer me preguntó el señor Moro si era cierto que me largo a América y yo le dije que a ver, y el candongo de él que lo sentía de veras. ¡No te giba! Ahora va a resultar que hasta la candaja de la Carmina se va a llevar un berrinche. Crescencio me aguardaba en la terraza y me salió con la misma colación. Luego me dijo que no deje de mandarle sellos. El hombre parecía afectado.
Estuve en el café, pero como si nada. Las cosas no volverán a ser como antes. Uno anda aquí ahora provisional y no puede poner la misma ilusión en la vida, como yo digo. Zacarías dijo que también era mala uva, primero morirse el Pepe y luego largarme yo, y que la cuadrilla se había gibado. Ya le dije que aún eran tres, pero Tochano se cabreó y dijo que si íbamos a pasarnos la tarde en este plan, adiós muy buenas. Candamos la boca y echamos una garrafina, pero todos andábamos en lo otro. Al marchar, Zacarías me dijo en un aparte que un conocido suyo que va por las tardes al Ginebra tiene intereses en el Uruguay y que a lo mejor me petaba echar un párrafo con él. Dice que si voy pregunte por Marcelo, y que el tal Marcelo tiene un coche que le zumba el bolo y en América maneja rebaños de cientos de vacas y para moverse de un sitio a otro ha contratado fijo un aerotaxi. Al cachondo de él según hablaba se le entornaba el ojo de la nube. Tochano propuso para despedirnos de la temporada ir el domingo a lo de Bellver. Bellver queda a una tirada y quedamos en salir el sábado por la tarde en el coche de línea y dormir allí. No quiero pensar en la cara que pondrá la Anita.
28 enero, viernes
Como esperaba tuvimos cuestión. La chavala salió con que los domingos ya era poco e inventaba marcharme los sábados para no parar en casa. Cerré el pico por no armar la de Dios, pero ella porfió que si en América pensaba hacer lo propio, eligiera entre ella o la escopeta, porque las dos no cabían en el barco. Le eché calma al asunto y la dije que no llevaba razón, pero como si no. La cogió modorra con que era su tío y no el mío quien abonaba los pasajes y que, si yo iba allí a pegar la manga, justo es que la guardara un poco de consideración. Se calentó, se subió a la parra y no tuve más remedio que decirle cuántas son cinco. Ya la advertí que ni por soñación se pensase que con un pasaje me iba a quitar los calzones, y que, con todos los respetos, en mi casa mando yo. Pepita en la lengua no tengo. Y a mí, por las buenas lo que se quiera, ya se sabe, pero por las bravas ni hablar del peluquín. No sé si los americanos o qué, pero las mujeres andan ahora más revueltas que otro poco. Antes, uno decía blanco y ellas cerraban los ojos y decían blanco, sin mirar ni tampoco el color. Yo recuerdo mi madre. Ahora de qué. Ahora uno dice blanco y ellas vocean que negro aunque nada más sea por llevar la contraria. Me giba eso de que uno no pueda ya ni dar una orden en su casa, siquiera para demostrar delante de los amigos que los tiene bien puestos. Es lo mismo que con los arreos. Yo recuerdo a la madre que le faltaba tiempo para disponer las botas, la canana, la merienda y el morral. En casa había un sitio para cada cosa y uno no necesitaba sino mentarle la caza para que ella fuera a ojos ciegas donde los trebejos. Hoy son de otra pasta, como yo digo. Es como si con la cocina no tuvieran ya bastante y tuvieran que saber de todo, discutir y fumar lo mismo que los hombres. Así nos crece el pelo. Digo yo si no se aproximará el fin del mundo y estas cosas no serán el Anticristo. ¡Vaya usted a saber!
El tiempo anda de helada y de seguir así el domingo nos divertiremos. Melecio vino a última hora y anduvimos recargando hasta las tantas. Por lo visto la Doly anda empachada, pero cree que para el domingo se le pasará. Ya le dije que tampoco es potra ni nada eso de cerrar aquí la temporada y llegar a América al tiempo de abrirla otra vez. Eso es andar con la chorrina y lo demás son cuentos.
31 enero, lunes
El sábado nos encontramos en el Poniente, junto al coche de San Pedro del Campo. El cipote del cobrador no nos quería dejar subir la perra, pero al fin transigió. Hay fulanos que no viven más que para hacer la cusca al prójimo, ya se sabe. En el camino, a la altura de La Mota, vimos el bando de avutardas. ¡La madre que las echó! Estaban junto a la cuneta y había lo menos veinte. Las tías a verlas venir, tan plantadas, y Zacarías se arrimó al chófer y le dijo que dos barbos si daba marcha atrás, pero el panoli salió con que quería tener la fiesta en paz y dejáramos quietas las escopetas. ¡No te giba! Llegamos ya de noche, pero Severiano, un conocido de Tochano, había reservado alojamiento. Antes quisimos hacer lo del cura, pues Melecio porfiaba que diría una misa de madrugada si se le daba una limosna. ¡Al ojo lo vieras! El hombre que binaba, pero que no podía trinar, y cuando Melecio se dejó caer con lo de la limosna a poco se le escapa la izquierda y le cepilla los morros de una guantada. ¡Fíate y no corras! Para acabar de gibarla, las habitaciones andaban jugando a las cuatro esquinas. Ni aposta se encuentran más separadas, como yo digo. A mí me tocó donde una vieja hocicuda que no hacía más que toser y escupir y me dio la noche. Para desengrasar, me caía en las mismas narices el pitorro de una lavativa, o sea cada vez que movía la chola me topaba con él. También estos tíos de los pueblos son como Dios los ha hecho.
Por unos o por otros no empezamos hasta casi las once. El cazadero es majo y el día andaba quedo, bien a propósito para la perdiz. Los bacillares y las pajas se dan mano y hay unas vaguadas muy aparentes para sorprenderlas a la asomada. Echando hacia arriba, en un piornal, agarramos un bando de lo menos cien. Se armó la guerra y Tochano, que andaba con la chorrina, bajó cuatro en menos que se tarda en decirlo. Melecio hizo dos, Zacarías una, y yo me senté a comer con lo puesto. Severiano, el de Bellver, andaba de coña y le dijo a Zacarías que a la tarde iba a haber nublado, y Zacarías preguntó que si nublado en enero, y entonces el torda de Severiano dijo que lo decía por lo de la nube del ojo. Zacarías, con razón, se atocinó y le dijo que cuándo habían comido juntos y que por menos que eso había puesto él a alguno la cara como un pan de un lapo bien dado. El Severiano calló la boca y menos mal que Melecio, que andaba al quite, le echó un capote y dijo de seguir cazando. Pero yo no sé si se puso nervioso o qué, que a poco de salir, Severiano le cortó unos calzones de lástima con un sisón que Melecio había visto darse en una junquera. En esto de la caza hay cosas que no se explican. El mandria soltó los dos tiros a tenazón y el Severiano, quieto parado, le dejó hacer y cuando el bicho andaba a una legua le bajó con el izquierdo como quien lava. Me cabreó lo que nadie sabe, porque estos paletos se ríen luego del lucero del alba. La tarde redondeó la percha; cambió la suerte y yo bajé tres perdices, Zacarías dos y Severiano otras dos a más del sisón. Total, quince piezas, que a estas alturas no está mal. De regreso paramos en la tasca a hacer tiempo. Yo empecé con que en América pensaba desquitarme y entonces, sin venir a qué, Tochano pegó con el culo del vaso en la mesa y voceó que no volviera a mentar América porque desde hacía dos semanas sólo de oír mentar América se descomponía. Callé la boca por educación; para cuatro días no es cosa de armar la polca, me parece a mí. De todos modos, el Tochano este va necesitando un guapo que le siente la mano.
En la general, a la altura de El Chozo, se arrancó una liebrota como un perro a la luz de los focos. Yo no sé qué clase de sangre tienen estos chóferes, pero el vaina ni se alteró. Cerca ya de casa, un engañapastor le partió un faro. ¡Entonces sí que había que oírle al condenado! El cipote mentó hasta a su madre. Así son las cosas. La chavala seguía de morros cuando llegué. Ya le dije que dos trabajos tiene, enfadarse y desenfadarse, pero ella ni mus.
1 febrero, lunes
Desde que me levanté no se me quita de las mientes la idea de que un mes más y a esconder. Hoy, febrero; bueno, pues en marzo, a volar. Mentira parece. A ratos pego brincos de la alegría, pero otras veces me achucharro y me doy mismamente compasión. Estas cosas le llevan a uno a pensar en la vida. Aquilino decía que si uno piensa en la vida es que la va a doblar. No sé, no sé... El caso es que yo no quiero pensar en la vida, pero es como si no, porque uno no piensa siempre lo que quiere. Ahora he cogido la pichicharra de que yo he nacido en América y de repente llego aquí y voy y me asomo a la terraza y me emperro en verlo todo con ojos nuevos.
Y me digo: «¡Qué hermosa es esa ladera de vides, y esta torre, cubierta de verdín, y la estación con los trenes que suben y bajan!». Pero si hay algo imposible en la vida es pegársela uno mismo y así, aunque yo me digo esto, por dentro una voz me dice: «Que no, Lorenzo; boberías, tú y tu gente donde habéis nacido es aquí, y esa ladera, y esa torre, y esa estación las conoces talmente como si las hubieses parido. Y donde vas de nuevas es a América, y aunque allí tengas ante las narices una ladera de vides, una torre con verdín y una estación donde los raíles brillen y los trenes suban y bajen, no serán los mismos y tú andarás más despistado que un chivo en un garaje, porque así son las cosas; y si tú, en América, quieres aguantar has de hacerte americano; o sea, para que nos entendamos, sin memoria de nada de lo de aquí». La fetén es que esto me descompone, porque yo quisiera llevarme a América a mis amigos, y mis cazaderos, y mis perdices y todo; claro que, bien mirado, si yo allá voy a disponer de un par de docenas de negros que me ojeen las piezas, y de una Sarasqueta repetidora y un buen bote para ir de un sitio a otro; y si con el tiempo monto un negocio de pieles de liebre que me dé para vivir como un príncipe y para asomarme cada año por aquí a ver a los amiguetes y a tirar cuatro tiros con ellos, en ese caso hay que dejar el sentimiento a un lado y pensar con la de arriba.
A la mañana, José, el de Secretaría, me hizo la instancia para la excedencia por más de un año y menos de diez. Don Basilio la informó y dice que en un par de semanas listo. Del Gobierno ya pidieron a Madrid los certificados de penales. La cosa se va liando. Tardé en dormirme. Sentí el exprés de Galicia.
4 febrero, jueves
Hoy pasó un mal trago la chavala. ¡Hay que ver lo que cuesta un hijo! La dio el telele por la mañana y al mediodía me mandó recado con el chico de Crescencio. La encontré en cama devolviendo. Cuando está así me recuerda a la madre y me llevo un cojijo del demonio. ¡Qué días, órdiga! A la hora de comer ya andaba tan animadilla, como si nada. Es lo bueno de estas cosas, se pasan en un verbo y, aunque vuelvan otro día, uno siempre piensa que ha de ser la última.
Recibí carta del Tino. Este hermano mío las urde como agua. ¡Vaya un prójimo! Ahora me sale con que en América le tenga presente y si encuentro una proporción le ponga cuatro letras porque todavía se siente joven para empezar otra vez. Ni recuerdo qué tiempo tiene el Tino, aunque desde luego no es ya ningún chaval. Le contestaré otro día. De la Veva, ni palabra.
El tiempo ha templado y a última hora se ha puesto a diluviar.
6 febrero, sábado
Mañana se cierra la temporada. Antaño esta fecha era para mí un día de duelo. Hoy, ni lo pienso siquiera. ¡Qué cosas! Dentro de mes y medio a darle otra vez gusto al dedo. Si yo fuera millonario pasaría en Europa hasta marzo y de marzo a septiembre me largaría a América. He quedado con Melecio en subir mañana en las burras a lo del Marqués. Hace tiempo que no lo pateamos y Melecio se emperra en que es el mejor sitio para despedirnos.
Me llegué donde el Ginebra a ver a ese tal Marcelo. El tipo así, al pronto, tiene jeta de acelga, pero luego no resulta mal chaval. Porfía que si me gusta la caza me quedaré en América de por vida; que allí hay pájaros para divertirse. Luego me salió con que el Miguel Ángel es un barco de una vez; no hace todavía el año que lo pusieron en servicio los italianos. Dice que la tercera es mejor que la primera de cualquier barco de postín y que las fiestas de a bordo, con chavalinas de los cinco continentes, un mar de oportunidades. Le aclaré que estaba casado y que voy con la señora y me dijo que así era otra cosa. Por lo visto tocaremos en Dakar, Río Janeiro, Santos, Montevideo y Buenos Aires. ¡Menuda jira! Estuve cascando con la Anita hasta las tantas. Luego no me podía dormir y sentí el exprés de Galicia.
7 febrero, domingo
No sé por qué nos emperramos en subir a lo del Marqués. Es el cazadero más pateado de la provincia. Las perdices se levantan en París y si queda una liebre viva a estas alturas, ésa sabe más que Lepe, Lepijo y su hijo. ¡Qué cosas! Una vi a mediodía y la tiré por calentarme la mano, pero la zorra de ella pegó un respingo y entonces creí que quedaba, pero no. La tía debió de llevarse más de un perdigón en el culo, pero se perdió entre la maleza de la ribera. El sol andaba arriba, pero batía un viento muy fino. Yo todo era decirme: «Aprovecha, Lorenzo, estás cazando en España por última vez; en tu vida volverás a pisar un tomillo español, ni a dar con los caños en un chaparro español, ni a sentir volar una perdiz española, ni...». Y tanto lo pensé que al sentarnos a merendar, a la abrigada, tenía como un bulto en lo alto del pecho que casi ni me dejaba respirar. Y cuando vi a la Doly, el animalito, que me miraba a los ojos como con tristeza, se me iban las lágrimas y le dije a Melecio, echándolo a barato, que sentía capricho por saber si la última perdiz que cobrase aquí sería macho o hembra. Melecio, el hombre, andaba afectado y me confesó que cuando yo me largue colgará la escopeta, sin más. Iba a darle en la espalda, pero pensé que sería peor para los dos y sólo le dije: «No digas disparates». Él dijo que quince años cazando a mi lado, domingo tras domingo, crean un hábito, y que ya no entendería la caza sin tenerme a su vera. La Doly metió el cuezo y nos lamió la cara, primero a él y luego a mí. ¡Qué instinto el de estos bichos! Le recordé a Melecio cómo lloraba el animal cuando enterramos al Mele y él me hizo un gesto para que callase la boca. Entonces abrí el pan y le ofrecí un cacho de tocino y Melecio dijo que no con la cabeza, y yo tampoco podía tragar y me tumbé con las manos en la nuca, y me petaba oír por última vez el viento en los pinos y el agua, abajo, entre los sauces, y el galleo de las picazas entre la fronda. No hicimos sino dar tientos y tientos a la bota hasta que el vino se acabó y entonces nos miramos y dijo Melecio que dar otra vuelta y el sol ya bajaba, pero nos levantamos y tiramos para arriba. Y fue como un milagro, porque al regresar donde las bicicletas sin habernos estrenado, se arrancó de un barbecho una perdiz, grandota como un ganso, y tiramos los dos, pero sólo sonó un tiro y allí quedó la tía patas arriba, con perdigones del uno y del otro. Al acomodar a la perra en el soporte dijo Melecio: «Bueno, se acabó lo que se daba». Y allí delante estaba el monte del común, casi negro, y detrás los pinos, y más detrás los tesos pelados, y más detrás todavía, el resplandor rojo del sol que acababa de ocultarse y, al pie, el camino con las roderas endurecidas, y todo eso era mío, pero yo me esforzaba en no pensarlo porque de otro modo hubiera tenido que decirle que nanay al tío Egidio, y ya era un poco tarde para eso. De regreso parecía aquello un funeral. Melecio pinchó y anduvimos reparando la goma a la luz de la luna. Las luces de la ciudad se veían desde lo alto y era un espectáculo. Me acosté aliquebrado. En toda la noche el viento dejó de sacudir la persiana de la cocina.
10 febrero, miércoles
Me topé esta mañana con don Rodrigo cuando subía a la Secretaría y me plantó que si a Chile. Le respondí que a ver, y él, que si tuviera mi edad haría otro tanto. Le dije que a qué ton y él que esto es como un tranvía lleno y aquello como un tranvía vacío y que aquí si te subes al tranvía ha de ser a costa de que otro se apee y que en cambio allá todavía hay ocasión no sólo de subir al tranvía, sino de hacer el viaje sentado. Ya me huelo por dónde va. Lo que queda por ver es si uno, por el hecho de ir sentado en un tranvía, ya va a gozarla. Le dije lealmente que agradecía su información y él me salió entonces con que tampoco me pensara que allí paguen por dormir, y que yo debía ir a América con ganas de arrimar el hombro, ya que tropezaría con muchas dificultades antes de triunfar. Se me hizo que lo decía con retintín y le dije lealmente que me olía que él sabía algo de Chile que se guardaba. El hombre se reía las muelas y me contestó que no había tal y que lo único los temblores de tierra. ¡Gibar! Ya es algo. Se lo conté a la chavala a la hora de comer, y lo que es la ignorancia, la gilí como unas pascuas, que eso la divierte y que lo único que no aguanta es un día igual a otro como ocurre aquí.
Por la tarde se presentaron el Aquilino y la Lourdes. El Aquilino con la tripita, la ropa planchada y el correaje reluciente va cogiendo aires de general. ¡Vaya un tipo! A la Lourdes, ya es de antiguo, no la trago. De novios ya me gibaban sus dientes de caballo, pero ahora que la conozco mejor me cabrea que no abra la boca si no es para despellejar al prójimo. Sacó a colación a Serafín, mi cuñado, pero de que vi por dónde iba le pregunté si era cierto que veía mal de un ojo y quería ponerse lentes. La tía pegó un respingo, pero tragó, y me salió con que quién me había ido con el cuento. Lo que yo la dije, que se decía el pecado pero no el pecador, y entonces la candaja se subía por las paredes. ¡Toma del frasco! A última hora se puso a fumar como una marrana, con una pierna sobre la otra y enseñando hasta el ombligo. Hay mujeres que la gozan provocando y si no parece como que no estuvieran a gusto.
13 febrero, sábado
Volvió a llover. Me reí las muelas con Zacarías. Me le topé en la plaza y el baboso que si andaba cojo. Después de quince años todavía no se ha enterado que cuando llueve me gusta remeter las punteras para echar fuera las cascarrias y no manchar la ropa. El rácano es un desaseado y el ir más o menos curioso se la trae floja.
A la tarde me encerré en casa y no salí. Aproveché para contestar al Tino y preguntarle por la Veva. Al acostarme llovía si Dios tenía qué. Dice la Anita, y no la falta razón, que nos vamos a volver ranas.
16 febrero, martes
Sigue diluviando. El desagüe de la azotea no tira y está imposible. Pasé descalzo donde el señor Moro y le dije si podía saberse qué echan allí para que el sumidero se tapone todo el tiempo. La pingo de la Carmina se arrancó como una novilla y me salió con que le preguntara al pasmarote de mi mujer dónde ponía las mondas cada vez que comía una naranja. La dije que más despacio y sin ofender, pero ella que si quieres. Finalmente le dije al señor Moro que la hiciera callar la boca si no quería que la cosiese los hocicos de media guarra. El candongo de él que eso sí sabría, pegar a una mujer, y lo que yo le dije, que si de veras se pensaba que la Carmina lo era. El tío se cabreó, se puso faltón y entonces terció la Anita con que más tonto era yo por tratar con gentes de medio pelo. La Carmina se fue a ella, pero yo la agarré por el brazo, según iba, y la voceé que si me marrotaba el chico yo iría a la cárcel, pero ella se iba al camposanto, como me llamo Lorenzo. La tipa, al pronto, se quedó quieta parada y luego se puso a reír a lo bobo y me voceó que valiente hijo iba a tener ese manojo de huesos, pero la Anita la volvió la espalda y me dijo que lo dejara porque ya sé cómo las gastan las mujeres que se pasan la vida esperando a un hombre sin haber de qué. Salió Crescencio con la escoba y en un verbo desatrancó el desagüe y entonces el señor Moro dijo que yo era un azuzón y que armaba un alboroto por cualquier pendejada. Cerré el pico por no armar la de Dios, pero la tipa esta me las paga antes de marchar. ¡Por éstas!
18 febrero, jueves
Me pasé por el Gobierno Civil. Ya tenemos los pasaportes listos. Dentro de veinte días habrá que ir pensando en liar las maletas. Tengo una cosa dentro que no me lamo. Uno no ve el momento de arrancar. La Anita, que soy un culillo de mal asiento. Bueno, lo seré, pero lo cierto es que a uno empieza a gibarle un sitio cuando se huele que en otro puede andar mejor. Todo lo demás son coplas. La chavala como un geranio. Veremos a ver qué dura. Hace dos días que no veo a Melecio ni vivo ni muerto.
21 febrero, domingo
Después de misa tomamos el vermut en Yago. Luego comimos donde los viejos. El marrajo como un cascabel, pero ella se va a ir en agua. ¡Madre, qué barbaridad! Va para dos meses que no lo deja. Cada vez que asomo la gaita, ya se sabe, a mojar la pestaña. Y lo que yo me digo, que una cosa es sentir la separación y otra convertirse en un lloraduelos. Pero ¿quién es el guapo que le va a la chavala con la embajada? Su casa, el papá, la mamá y el hermanito son sagrados, como yo digo. Todo lo de ellos está bien hecho y si yo pongo reparos, ya se sabe, Lorenzo es tan hidalgo como el gavilán. Me empieza a gibar ya tanto restregarme por las narices al tío Egidio. Después de todo, a quien Dios no da hijos, el diablo le da sobrinos. Ya es cosa vieja y ahora no parece sino que uno lo hubiera inventado para la ocasión. Es lo mismo que decirles a ellos papá y mamá, cuando a mí, lealmente, no me sale. Uno no es un farotón, pero tampoco un lila, ¡qué coño! La Anita porfía que a mí me gusta apearme siempre por la cola, pero no lleva razón. A mí la lengua quieta, eso de siempre, otra cosa es si me meten los dedos en la boca. ¿Pero a qué ton voy a decirle mamá a esta tipa que, con todos los respetos, la he conocido ayer? Mejor me peta no llamarla y digo usted, o señora, o no digo nada, porque el mamá me cabrea a mí, y el madre la giba a ella; total, siempre hay cuestión.
Al terminar de comer salió a relucir lo de la vacuna y mi señor preguntó si no me alcanzaba el seguro. Ya le dije que no, por funcionario; luego dijo que si tenía médico de cabecera y le dije que nanay, que cuando lo de la madre regañé con él y que como ni me recuerdo de la última vez que estuve enfermo, lo había dejado para cuando viejo. El hombre no entiende de bromas y saltó con que mal hecho y que en América lo primero un médico. Ella, en cuanto que oyó América, lo de siempre, empezó a moquitear y se gibó la fiesta. Me largué al café y a la noche la chavala me puso jeta. La dije que qué y ella que un poquito más de consideración, que si de novio todo eran facilidades ahora no había razón para cambiar. Lo que yo me digo: Lorenzo, abre el ojo, que asan carne.
23 febrero, martes
De Madrid, ni pío. Le pregunté a don Basilio, que al fin y al cabo es el director, si no convendría dar otro toque. El vaina que calma, que aún quedan por delante tres semanas. Me pone negro la tranquilidad de esta gente.
Saqué los cuartos del Banco. Dos mil doscientas treinta y tres pelas, que no está mal. Eso si el suegro no se descuelga a última hora con un par de billetes. ¡Qui lo sa!
Me llegué donde mi hermana. Uno se encuentra chicos hasta en los pucheros. ¡La madre que los echó! Y ya dan guerra, ya. Está la Titina esa que es más lista que un conejo. Ahora que voy a largarme me doy cuenta de que estos chaveas no son para mí como los demás. Eso de la voz de la sangre no es un cuento. La chalada de mi hermana que si me pinta allá no la eche en olvido, ya que cada día que pasa está más necesitada. Le pregunté por Serafín y la de siempre, a moquitear. Le pregunté si no cumplía y me salió con que si el Serafín no bebiera no habría mejor hombre que él. Ya la advertí que es ley de vida que hasta el más blanco tenga un lunar. Ella que a ver, pero que cuando viene mamado se pone imposible y que ella ya se lo tiene dicho hasta con el hierro de la cocina, pero como si no. La Modes, greñas aparte, tiene así un pronto que es tal y como ver a la madre. Al acostarnos me salió la Anita con que no le gustaría confiar el niño a una negra. Lo que yo la dije, que primero tenerle, y después buscaremos una blanca, que eso, como todo, es cuestión de billetes.
27 febrero, sábado
Hubo carta del tío Egidio. Dice que su señora tan contenta de nuestra llegada, y que aunque es criolla se entiende con los españoles. Luego dice que los boletos para el transandino los recojamos en una tienda de juguetes de la calle Azcuénaga, de Buenos Aires, no recuerda bien el número, que se llama La Sonrisa. El dueño es amigo suyo y debemos preguntar por don Eusebio. Dice que no le abonemos nada, pues el asunto de la plata está ya arreglado. Ya le dije a la chavala que yo pensaba porfiar un poco lo de los cuartos, pero que tal como se explica me da miedo el ofenderlo.
Estuve donde Melecio. El hombre sigue achucharrado y hacerle abrir la boca cuesta un triunfo. Cuando se le murió el chaval, cuate. Se emperró en no llorar y el sentimiento le recomía por dentro. No digo yo que fuera a llorar por esto, pero, al menos, podía hablar y algo se descongestionaría. De la excedencia, ni palabra. También gibaría que por una pendejada así tuviéramos que retrasar el viaje.
1 marzo, lunes
Esto está dando las boqueadas. Ha vuelto a diluviar y ando como aliquebrado. No me petaría largarme sin despedirme del monte de Villalba, de la linde de lo de Muro, de la ladera de la Sinoba, ni de nada, pero a la fuerza ahorcan y no quiero pensar en que no volveré a ver esos campos porque se me encoge el ombligo. Uno quisiera llevarse todo esto en un bolsillo y en el otro al Melecio, al Zacarías, al Crescencio, a la Modes, a la Doly, a don Rodrigo y a todos. Entonces no me importaría América, ni me importaría nada. Pero no, dice Tochano, y no le falta razón, que la vida es un fandango y el que no lo baila es tonto. Yo no sé si seré un gilí, pero a mí la vida me duele y, a ratos, pienso que si yo voy a cazar es para olvidarme del dolor de la vida, pues cazando parece como si uno espabilase ese dolor y se lo metiese, con los perdigones, a las liebres y las perdices por el culo. Esta tarde cada vez que sonaba el pito de un tren me escocía en lo vivo. Y cuando Melecio, a cosa de las diez, se presentó en casa y me dijo que para el sábado han liado los amigos una cena de despedida en lo de Polo, se me empezó a inflar el corazón y bien creí que me estallaba. Uno no tiene entrañas para dejar todo a sangre fría; uno será un mandria, o lo que sea, pero si piensa que allá olvidará, malo; si piensa que no va a olvidar, peor.
Dice José que de lo mío nada. Estoy negro. Sentí el exprés de Galicia.
3 marzo, miércoles
La excedencia sin aparecer. Don Basilio habló con Madrid y parece que le dieron buenas palabras. Veremos. Vinieron dos a ver la burra, que la había anunciado en la prensa, pero la gente de esta tierra quiere momios, como yo digo. Una bici que está nueva, las ruedas con el dibujo, su timbre y su dínamo, bueno, pues uno pide seiscientas y ellos que la mitad. ¡Vaya usted a paseo! El otro me vino con que era un pobre. Ya le dije que si por casualidad tenía yo cara de ir a veranear a la Costa Azul. ¡No te amuela! Ya le he dicho a la chavala que si no la pagan como se debe, antes la regalo; todo menos hacer el primo. Don Basilio me ofreció una trastera del Centro para los muebles. La chavala quería fundirlos sin más. Yo le dije que calma. Con estas cosas nunca se sabe lo que puede pasar.
4 marzo, jueves
Uno de Villaherrero se quedó con la burra en cuatro billetes. Anduvimos tres horas porfiando, que si subo, que si bajo, y ya me dio lacha y se la di en dos reales para que callase la boca. Cuando la sacaba tuve que mirar para la pared. Uno termina cobrándole ley a las cosas; cuando más a este trasto. ¡Anda y que tampoco les habré dado yo vueltas a esos pedales, ni nada!
5 marzo, viernes
¡Lo que faltaba para el duro, vamos! De regreso del café me encontré a la Anita hecha una dolorosa. Le pregunté que qué, pensando en la candaja de la Carmina, que es la fija, pero ella que no, que era por las Mimis. Le dije que qué de las Mimis y ella me salió con que se habían hecho de cruces de que ella fuese a tener un crío con unas caderas tan escurridas. ¡No te giba! Me puse negro y la voceé que qué pintaban las pingos esas en mi casa y ella que habían estado de despedida. Le dije lealmente que peor era no tener vergüenza y que a la Mimi tiempo la sobró de hacerse de cruces cuando el vivo del fogonero la sacó anticipada. ¡Toma del frasco! Bueno, pues la chavala aún tuvo que salir por ellas, con que si un desliz lo tiene cualquiera, y lo que yo le dije, que a nadie se le caen los pantalones por un descuido. Acabé dando cuatro voces. Para esta mujer lo que digan las Mimis es el evangelio. ¡La madre que la parió! A mí las Mimis, la alta y la baja, las dos, me la traen floja, pero uno viene quemado con lo de la excedencia y malo es que llueva sobre mojado.
6 marzo, sábado
¡La Virgen! La verdad es que nunca me pensé que darían a lo de la despedida tantos vuelos. Nos juntamos en lo de Polo también más de dos docenas de personas. Allí andaban mi hermana con Serafín, Tochano y la Paula, Tomasito y la parienta, Melecio y la Amparo, Zacarías, Crescencio y dos de las chicas, las Mimis y Lucio, el fogonero, Asterio y su chavala, don Rodrigo y qué sé yo cuántos más. Al final, el mismo Polo se sentó con nosotros a echarnos una mano para despachar el lechazo. La cosa empezó un poco así, pero de que nos echamos dos vasos al cinto cambió la decoración. Se emperraron en que cantara «Un estudiante a una chica...» y ahí empezamos a liarla. Luego se puso a hablar Asterio, el sastre, y se quedó solo a elogiarme. ¡Anda y que tampoco me dio jabón ni nada el lila de él! Menos mal que tenía cuatro copas y ya nada me asustaba. Don Rodrigo, el hombre, anduvo haciendo el zángano como uno más y luego se puso a imitar al alcalde, y a don Basilio, y al final todos decían que era un tío majo y que de dónde lo había sacado. Ya les dije que era un profesor y los cipotes se quedaron de una pieza. Les aclaré que en eso, como en todo, había clases. Lucio, el marido de la Mimi, se entonó a escape; a medio comer se levantó diciendo que el cuerpo le pedía juerga, agarró a don Rodrigo y se lo echó al hombro. Todos se liaron a aplaudir y don Rodrigo, entonces, soltó un discurso desde lo alto y acabó con que hacía votos porque a la vuelta de tres años «nos reuniéramos otra vez todos en lo de Polo con un Lorenzo que apaleara los billetes». Al decir esto, Lucio empezó a bailarle y bien creí que lo estampaba. La Amparo, la de Melecio, andaba desatada y al servir la tarta se subió a la mesa y se marcó un zapateado y el vino se derramaba por los manteles y todos voceaban alegría, alegría, y Melecio tiró de armónica y se metió con El emigrante y yo no sabía si reír o llorar, pero notaba una cosa así, sobre la parte, que casi no me dejaba respirar. A última hora, mi cuñado Serafín a poco la giba, venga de darme abrazos y de llorar y de decir que perdía un hermano, y gracias a que Tochano metió el cuezo, lo agarró de las solapas, empezó a zamarrearlo y le voceó que si aguaba la fiesta le iba a dar más palos que a una estera. Entonces Tomasito se arrancó por lo bajines y Lucio quiso hacer un número de circo entre dos sillas, pero agarró una liebre y se lastimó un hombro. El panoli del Zacarías se partía el pecho a reír. Luego hicimos el coro la cuadrilla, o sea, Melecio, Zacarías, Tochano y yo, y cantamos La comida que he comido ayer y La mujer del Churrimandungui. La Mimi alta saltó con que todo eso era una guarrada de tomo y lomo, pero las chicas de Crescencio, que resultaron muy majas metidas en juerga, a pesar de que uno las ve así, en frío, y se le hacen un poco estreñidas, se meaban de risa. Terminamos en el parque burreando a nuestro antojo. Anduvimos haciendo estatuas hasta que se puso a llover. Entonces, don Rodrigo recordó que yo no había hablado y Lucio me agarró, me subió al hombro y tuve que decirles que por mucho que me diera América nunca podría darme una noche como ésta, y pensaba decir más, pero Tochano me miraba sin dejarlo y me dijo: «Ché, ojo con el pico», y entonces paré quieta la lengua y todos se liaron a aplaudirme y lo dejamos. Luego no acertaba con la cerradura y la chavala me tuvo que echar una mano. En la cama le decía: «Aprieta los ojos y es tal y como si fuéramos navegando». Pero ella, ni pío. A poco la sentí que devolvía, pero no tuve fuerzas ni para moverme.
9 marzo, martes
Le dije a don Basilio que si los papeles no llegan tendré que largarme a Madrid. El vaina, que si mañana no hay noticias pedirá otra conferencia, que ya le choca un retraso así. El caso es amargarle a uno los últimos días. Al salir de la Dirección me topé con don Rodrigo y me preguntó que qué tal desde la otra noche. Ya le dije que agarré una juma regular y que aún andaba con la resaca. Él se puso a reír y me salió con que ayer se topó con Lucio en la plaza y el cipote llevaba un brazo en cabestrillo. ¡Los habrá bestias!
Por la noche ya cantan los ruiseñores en el parque. Tenemos una primavera temprana. Esto no sería malo si no anunciase nublados para julio, y si es así las nidadas de perdiz se las va a llevar la trampa. Claro que, por lo que a mí respecta, ahí me las den todas. Le dije a la Anita que cuándo empezamos las despedidas; me pone negro dejarlo todo para lo último. Son tantas cosas en la cabeza que uno vive estos días a lo loco, sin tiempo para reflexionar, ni nada.
10 marzo, viernes
De Madrid, ni mus. ¡Los hay que se los pisan, vamos! Don Basilio habló con el Ministerio y porfían que ya está resuelto, pero la verdad es que yo no me puedo largar así, fiado de unas palabras. Con unas cosas y otras hoy ha sido no parar. Por la mañana me llegué a la Renfe por los billetes. Tuve que echarle paciencia al asunto, pues había una cola de órdago a la grande. Luego anduvimos en el Instituto de Higiene a vacunarnos. Comí donde los viejos y con el bocado en la boca me acerqué al cementerio. A uno, por más que diga, le cuesta arrancar y, aunque de vivo ande de la Ceca a la Meca, a la postre no desea otra cosa sino descansar en esta tierra, junto a los suyos, que para algo tiene uno la chamba de no ser un inclusero. El camposanto estaba tranquilo y sentí lástima de los que no están enterrados por lo sagrado. Mentira parece que algunos lleven sus convicciones hasta ese extremo. Pasé por la tumba del Pepe y le dije un padrenuestro. Aún me parecía oírle vocear, siempre en plan protesta. Allí, en América, ni muertos ni conocidos va a tener uno, como yo digo. De regreso me llegué al Ginebra y pregunté por Marcelo, el uruguayo. Le dije que quería llevar dinero americano o italiano para el viaje por si las moscas y me salió con que a bordo tengo un Banco para hacer los cambios que me urjan. Creí que se cachondeaba, pero no; me dio su palabra de que era cierto. Estos extranjeros son la oca. Hasta plaza de toros van a tener los barcos con el tiempo. ¡Qué cosas!
A la noche, el Melecio pasó por casa. Marché con él a despedirme de la Amparo y los chaveas. La Amparo, la mujer, que más que por ella lo sentía por Melecio, que se iba a quedar como sin sombra. Le dije que es la vida, y ella que a ver. Sentí llorar a la Doly en el corral y pasé a verla. El animal se la sabe entera, esto no hay quien me lo saque de la cabeza. Metió el hocico entre mis piernas y no hubo quien la hiciera menearse hasta que me largué. Melecio se vino conmigo. ¡Qué murrio está este hombre! Al despedirnos me dijo que si no molesta sacará billete para acompañarnos a Barcelona. Ya le dije que él manda, por más que luego el verse solo en una ciudad tan grande y desconocida le va a dar que sentir.
La chavala que por qué no encargué los billetes a Lucio, que me hubiera ahorrado la espera. ¡También es verdad! Y es que uno, en fuerza de dar vueltas a las cosas, acaba como tolondro. Esta historia de los papeles me está haciendo la santísima.
11 marzo, sábado
¡Al fin! Llegó todo el papeleo, solté cuatro firmas, y como los ángeles. Ahora a aguardar. Bueno es saber que uno, por mal dadas que vengan, tiene cubierta la retirada. Pongo por caso que aquel clima no me pinta o, sencillamente, que no me adapto, que todo puede suceder. Zacarías dice que hay quien vive diez años en un sitio y no se adapta. A ver, el hombre y los animales Morlés de Morlés, como yo digo; y hay animales que no aguantan un clima y otros que sí. Con esto sucede como con todas las cosas; cada hombre es como es y nadie puede decir aquí me va a pintar y allí no me va a pintar. Uno tiene que probar antes de decir sí o no. La perdiz, pongo por caso, no se aclimata en el norte. Y como esto, a cientos.
Tino no tuvo tiempo de venir a darme un abrazo. ¡Faltaría más! Mi hermano, es cosa sabida, donde no saque sustancia, nada. Eso sí, en la carta, erre que erre, que si encuentro una proporción no deje de ponerle cuatro letras. Tino, desde que tengo uso de razón, es un gilí que siempre anduvo a la sopa. Todavía tengo clavado cómo se hizo el roncero cuando lo de la madre. Que diga que yo soy así, un tipo sin hiel, si no de qué le vuelvo a mirar a la cara. La vida de Madrid, ya se sabe.
Anduve de despedidas en el Centro. Don Basilio me pasó a la sala de profesores, con toda la consideración, y que en cualquier circunstancia ya se dónde queda un amigo, y que lo de la Conserjería ahí está mientras yo no determine. Ya le dije qué difícil veo que regrese, pero él, que su experiencia le aconseja obrar así y que un primo suyo que se largó a Venezuela, con intención de no volver, se presentó en casa a los dos meses, porque el asunto corazón puede más que otras razones. Bien mirado, todos estuvieron como caballeros menos el de Francés, el tío estirado, que me dio la mano como si fuera un nombramiento de director general. ¡Le daba así, al cipote este! Pero ¿quién se habrá creído que es?
Sentí todos los trenes hasta las tres. De dos semanas a esta parte ando como una pila.
13 marzo, lunes
Pensaba hacer muchas cosas y luego, lo que pasa, no hice ninguna. Empecé con la Anita las despedidas, pero ahora resulta que todos irán a la estación, eso que el Shanghai no puede salir a peor hora. El suegro soltó trescientas; creo que no vamos mal. Intenté cenar, pero no pude pasar bocado. Me he tirado dos horas de reloj, que se dice pronto, en la azotea mirando las luces y escuchando los ruidos de la ciudad. Mañana no podré hacerlo y si lo pienso me reconcomo. La chavala, con los nervios del viaje, como si no tuviera barriga.
14 marzo, martes
Esto se mueve a base de bien y no hay cristiano que haga una letra derecha. Entre tantas impresiones parece como si uno fuera otro. En la estación se juntaron tres docenas de amiguetes de los fetén. La vieja me hizo una escena que para qué. Bien creí que le daba el telele. Cuando pitó el tren se abrazó a la Anita lo mismo que si la llevaran a la horca. ¡Qué cosas! Lo que yo me digo, que estos extremos no conducen a nada. Menos mal que los otros anduvieron al quite y se pusieron a cantar Por ser tan buenos muchachos y me echaron un capote, que si no... Al arrancar, Zacarías se colgó del estribo voceando y el mandria, cuando se soltó, cayó en el andén de mala manera. Vamos, que a poco tenemos algo que lamentar; porque, lo que yo digo, no son pocos los que se han desgraciado por una pamplina así. Los otros, venga a mover los pañuelos, y la chavala no hacía más que moquitear en la ventanilla y a mí se me puso así un bulto como una nuez en el pecho que no iba para arriba ni para abajo. Al doblar el recodo, junto a la fábrica de jabones, les perdimos de vista y Melecio dijo: «Bueno, se acabó». Luego se quedó achucharrado, sin decir palabra. Ni sé para qué se le ha ocurrido escoltarnos. No hago más que pensar en el regreso de este hombre mañana. La Anita, de que se echó la noche, a dormir como una bendita. Las mujeres ya se sabe, ni sienten ni padecen. Al pasar por Zaragoza, le hice jurar a Melecio por la Virgen que no colgaría la escopeta. Ya tiene uno encima bastantes penas para que vayamos a aumentarlas así, a lo bobo.
Dice el revisor que hasta las nueve no llegaremos a Barcelona. Creo yo que Italmar ya tendrá abierto para esa hora. Es lo único que me queda por hacer.
15 marzo, miércoles
Ni tiempo he tenido de echar una ojeada a la ciudad y eso que es mucha capital Barcelona. La gente anda a lo suyo y afana como el que más. Esta ciudad no tiene cuento y si es grande y si es importante, a pulso se lo ha ganado. En Italmar me despacharon los pasajes sin más que tirar de resguardo; luego merendamos en un bar del Barrio Chino, y a las seis, al muelle. Me giba echarle sentimentalismos al asunto, pero según miraba al Melecio, se me ponía una cosa así, sobre la parte, que ni podía hablar ni nada. Pero en cuanto que le eché la vista al barco, me olvidé de él, que lo mismo que digo una cosa digo la otra. ¡La madre que lo parió! Esto es como una ciudad y, bien mirado, así de abajo arriba, parece talmente la fila de casas de la Audiencia, todas juntas. Había mucho público en el muelle y a codazo limpio llegamos a la pasarela donde decía tercera, pero entonces nos dijo un panoli de uniforme, con una jeta así muy particular, que debíamos dejar las maletas delante. Nos fuimos allá y Melecio andaba renqueando, arrastrando las suelas de los zapatos. Pusimos las maletas junto a las otras, pero allí no había nadie al quite y le dije a Melecio si le importaba mirar por ellas. Yo sabía que había llegado el momento y, aparte los bultos, lo que yo quería era entretener al Melecio para quitarle la idea de la cabeza. Quedamos en asomar la gaita junto al bote del cuarto piso, donde decía III, y que él no se moviera de donde estaba. Según subíamos, la chavala no hacía más que reírse y apretarme el brazo y ya le dije que, ojo, no resbalara en la escalera y fuera a desgraciar al crío. Arriba entregamos los pasajes y era aquello una olla de grillos de gente que subía y bajaba, y pasillos, y tiendas con escaparates y toda la pesca, y bocinazos por el altavoz en todas las lenguas, pero la Anita y yo sólo nos parábamos a escuchar cuando hablaban en español. Luego empezamos a bajar y subir escaleras y al fin dimos con un mozo y le enseñamos los boletos y nos llevó a los camarotes, pero ahora resulta que la chavala tiene uno y yo otro, y ella va con tres mujeres y yo con tres hombres. Nos han hecho la santísima. Se lo dije al mozo, pero no entendía y no hacía más que reír a lo mandria. Me expliqué por señas y él dijo que «eso costar mucha plata». Ya iba a soltarle cuatro frescas, pero la Anita me dijo que lo dejara y que al fin y al cabo nuestros camarotes eran vecinos. No quise empezar armando una polca. Las cabinas son pequeñas, pero el resto del barco parece cosa de cine, vamos.
Había público por todas partes y entonces pensé en Melecio y pregunté a uno de uniforme si no podría subir un amiguete, y él, que sin tarjeta, nanay. Luego nos pusimos a buscar el bote donde decía III, pero que si quieres. Nos asomamos por la cubierta de segunda clase y allá abajo andaba el Melecio, medio apelelado, con las manos en los bolsillos, mirando para el bote. Por más que le hice señas no hubo manera. Había un ruido del demonio y a pesar de que le voceé, nada. Entonces empezaron a meter maletas con una grúa y yo me bajé donde los camarotes y cuando llegó el mozo con lo mío le largué un pavo, pero el candongo de él me salió con que qué era eso. Le dije lealmente que la propina, y el farotón, que menos bromas. Me gibó la salida, porque yo creo, vamos, que ya está bien embolsarse un pavo por cargar cien metros con tres maletas terciadas, y como lo pensé se lo solté, y le dije, además, que si hacía treinta servicios por día, ganaba más que un catedrático. Acabé dándole tres pavos por no dar el espectáculo.
Cuando subí, Melecio seguía medio apelelado, allá abajo, en los adoquines, mirando todo el tiempo para el bote. Le dije a la Anita que deberíamos buscar la salida a donde el bote, y cuando andábamos en ello, los altavoces empezaron a decir que los que no fueran pasajeros se largaran, que íbamos a marchar. Me puse como el rabo de una lagartija y cuando quisimos dar con el bote los remolcadores ya tiraban de nosotros hacia fuera. Entonces nos vio Melecio y empezó a mover la gorra, y la chavala y yo tiramos de pañuelo, y había mucho gentío abajo meneando también los suyos y era todo tal y como en las películas. Se iba echando la noche y Melecio ya no era más que un punto en el muelle, pero el hombre seguía moviendo la gorra de un lado a otro, y, de repente, los altavoces dijeron en todos los tonos que la comida para los de tercera estaba lista. Según bajaba empecé a notar el balanceo y, qué sé yo por qué, me recordé de cuando de chavea me montaba la madre en la burra de la señora Felipa, la basurera. El barco se movía como una burra grande y yo sentía los movimientos talmente como podrían sentirlos las pulgas de la burra de la señora Felipa. Nos sentamos a una mesa redonda con un gicho así con trazas de cachondo. Yo no sabía si traerían de todo lo de la minuta, pero me fijé que el de la cara de cachondo pedía tres cosas y yo le di a la Anita con el pie, y ella fue y pidió tres cosas y cuando el gilí del camarero se me acercó, con su poquito de zumba, yo le dije que ídem y asunto concluido. Andábamos un poco moscas, pero, al fin, el de la cara de cachondo preguntó que si españoles y yo le dije que a ver, y que él qué, y él que italiano, de Génova, y que si la siñora también española, y yo que sí, y él salió con que la siñorina parecía napolitana, y entonces la Anita le dijo que si era italiano conocería a la Pier Angeli, pero el cipote ni la había oído mentar.
Andaba más molido que otro poco y al terminar le dije a la Anita que qué tal si nos largáramos. La dejé en su cabina y, ya en la mía, tropecé con un gilí y me dio lacha quedarme en cueros vivos delante de él y me fui a quitar la ropa donde las duchas. Cuando volví, el tipo se lavaba los dientes y hacía unos ruidos que parecía talmente que fuera a volvérsele el estómago del revés. Al acabar me dijo que era alemán, pero que tenía su hacienda en la Argentina. No quise darle carrete por precaución. Zacarías me dijo que en el extranjero hay mucho cipote de la serie B. En realidad, este candongo parece un macho muy macho, pero vaya usted a saber. Tochano decía que ésos, cuando lo son, son los peores.
Tardé en dormirme. Eché en falta el exprés de Galicia. El hombre, te pones a ver, y no es más que un animal de costumbres.
16 marzo, jueves
La Anita y yo pasamos la mañana recorriendo el barco. Mentira parece que la técnica llegue a estas cosas, como yo digo. Uno oye que el mundo progresa, pero no se percata de ello mientras no lo guipa con estos ojos que se ha de comer la tierra. ¡Qué cosas! Uno tiene aquí todo lo que se pueda soñar y más: gimnasio, salas de juego, biblioteca, cine, pistas de baile, bar, iglesia, tiendas y, tal como me dijo Marcelo, un Banco para cambiar las pesetas en la moneda que a uno le pete. Esto es vivir y lo demás son coplas. Uno paga el servicio, es cierto, pero luego tiene un ciento de tipos que sólo se preocupan de que uno vaya a gusto. Y esto en la tercera. Luego el altavoz dando instrucciones en cuatro lenguas y que uno lo oye, quieras que no, aunque se encierre en el váter. De cine, vamos.
Al ir a comer nos ganó por la mano Giusseppe, el gilí de la cara de cachondo, y luego vinieron uno y una. Él, de que nos oyó hablar, saltó que unos de ida y otros de vuelta, no más, y yo dije que a ver, y le pregunté de dónde era, y él, que chileno, y yo le dije que allá íbamos, y en éstas terció ella, que es una tipa así, tan grandota, que lo mismo parece la voluntad del Señor, y preguntó que si al norte o al sur, y yo callé la boca, y ella que el sur es cosa linda y que ella era del sur. Hicimos migas con la pareja y nos fuimos al cine juntos. La película era en italiano y yo sudé por cada pelo una gota para entenderla y cuando quise preguntarle al chileno qué había dicho un gilí al que parecía que todas las cosas se le torcían, el tío frito. Luego tuvimos té-baile con una orquesta muy apañada, y la chavala y yo nos marcamos un bugui que fue la sensación. Ya veo yo que fuera de España no se baila. Se mueven de acá para allá, pero no hay gracia, ni ritmo, ni nada, ésta es la fetén. En la cena le pregunté al chileno si era cierto que en Chile había campo, y él me salió con que en ninguna parte pagan por dormir. A la noche jugamos unas liras a los caballitos. Anduve con la chorrina y embolsé quinientas, que no está mal. La Anita se volvía loca a aplaudir. Me giba lo que nadie sabe esto de tener las cabinas separadas. Me dice la chavala, y con razón, que a ella le gustaría comentar hasta las tantas. Cuando me acosté, el alemán roncaba con unas ganas como si nunca lo hubiera hecho. ¡Menudo fuelle se gasta el condenado! Tardé en dormirme. Uno lleva tantas cosas en la cabeza que no sabe a qué carta quedarse.
17 marzo, viernes
Esto es un guirigay de aúpa. En la litera de debajo del alemán hay un griego de gafas que puede tener mi tiempo y que así, al pronto, tiene jeta de pasmado, pero te pones a ver y el tipo se la sabe entera. Esta tarde, emperrado en enredarme con dos brasileñas que, según él, son dos churros. Ya le dije que venía con mi señora y él salió entonces con que de lo dicho no había nada. Luego le vi bailando con una gachí medio enana y, de que me veía tumbarme a reír, el gilí se ponía bizco con una gracia que para qué. El fulano se agarraba bien.
Vimos una película en norteamericano y el chileno, así que apagaron, se quedó roque. La Anita porfía que la ha entendido. No sé a santo de qué, pero será verdad cuando ella lo dice. A uno le giba ya esta pichicharra de poner las películas en extranjero cuando nueve de cada diez cascamos en español.
El tiempo anda calmo y anoche cruzamos el estrecho de Gibraltar. Ahora, frente al África, va pegando el calor. Dice el chileno que ya veré cuando pasemos la zona tórrida. Echamos una lotería antes de acostarnos y me costó palmar.
18 marzo, sábado
De madrugada llegamos a Dakar. Los negros salían en barcas a esperarnos más allá de la barra y era un espectáculo. Luego, en las calles, uno no ve un blanco ni con recomendación. ¡Madre, qué fachas! Los gilís estos son negros como la pez y más largos que una peseta de tripas. Luego se colocan unos manteos que para qué. A la Anita, cada vez que se arrimaba uno a ofrecernos algo, la entraba el canguelo. ¡Anda y que también saben ponerse pelmas los mandrias estos! Uno nos siguió hasta el centro y me pedía mil francos por un peinecito que no valía dos reales y ya, cansado, le pregunté si tenía yo, por un casual, cara de memo. Él dijo que no entender y entonces yo me eché a reír en sus barbas, pero el cipote pegó un tirón y me lastimó un dedo. No le solté un sopapo por no armar un trepe. ¡No te giba, el betún este!
Pegaba en forma manolo y nos sentamos en un café con los chilenos y, a cada rato, se nos arrimaba una negra con una cesta a la cabeza, se escupía la mano y un puño de cacahuetes al velador. Le pregunté al chileno si era un obsequio, pero él dijo que mejor nos iría comprándole una medida, no nos fuesen a descrestar por una pichanguita así. Te pones a ver y los edificios aquí son cosa seria. Luego vendrán los del cine a decirnos que el África, en punto a civilización, cero. Ya, ya... Esto es como Europa y el color de la piel no hace al caso. Antes de regresar al barco dimos un garbeo por los suburbios, y allí sí: los cipotes andan como salvajes y orinan y hacen de vientre en mitad de la calle. Pero lo que yo le digo a la chavala, a edificios no le echan la pata a Dakar muchas capitales que presumen.
A la anochecida me dio por recordarme de lo de allá. Bien mirado el Melecio, con su rutina y sus cosas, no me da envidia. Habrá que verle volver de Barcelona, al torda de él. ¡Se pensará el gilí que sólo por eso ya ha visto medio mundo! Así es la vida; para uno no cuenta más que lo que ve. La fetén es que nada enseña tanto como el viajar; uno guipa otras gentes y otras costumbres, y no es aquello de encogerse en un rincón sin saber de la vida, ni conocer de la misa la media.
A los viejos les enviamos una postal con unos negros debajo de una palmera. Daría dinero por ver la cara que ponen al recibirla.
19 marzo, domingo. San José
Hubo misa en el salón de primera. ¡Vaya postín! Apuesto a que ni en el hotel de más campanillas de París hay un lujo como éste. Tocó la orquestina, y el páter, por no perder la costumbre, habló en italiano. ¡Que le echen un galgo! Según la chavala, dentro de unos años viajaremos en una primera de éstas, como señores; yo ya le digo que por capacidad y por ansia de trabajar no ha de quedar. Con esto y con que el tío eche una mano... En la misa había poco público, y aunque hubo otra de mañana en la capilla, va a tener razón Marcelo, el uruguayo, cuando decía que fuera de España la gente es menos carcundia.
Alquilé una tumbona para que la Anita tome el aire en la cubierta. ¡Cuatro mil liras, que no está mal! Los extras aquí le comen a uno por un pie, órdiga. Ayer invité al griego a tomar el vermut y quinientas del ala. Claro que esto de las liras parece una coña; uno suelta cientos de ellas como quien lava. La verdad es que, quitando el tabaco, lo que no va incluido en los servicios anda por las nubes. Aquí una de rubio viene a salir por cuatro o cinco calas. De lo demás, más vale no hablar.
A última hora se puso el barco a bailar y yo en la mesa veía la jeta de Giusseppe que subía y bajaba y, a poco, noté que se me revolvía el cuerpo y dije que disculpasen y me largué a ventilarme a la cubierta. Detrás subió la chavala con la copla de que la señora de Iquito, la chilena, tenía unas píldoras muy buenas para el mareo. Bajé, me tomé dos píldoras y, al cuarto de hora, como un geranio. La señora de Iquito dice, y no le falta razón, que no hay cosa peor que el mal de mar, particularmente si uno quiere devolver y no hay de qué. El chileno salió entonces con que una vez, estando en el Caribe, fue el único que se presentó en el comedor. Luego la gozaba y dijo que así y todo tuvo que ayunar porque también los garsones andaban curaditos. Le pregunté si habían viajado mucho y el candongo de él, como quien no dice nada, que se ha dado dos veces la vuelta al mundo. ¡Toma del frasco! Pegamos la hebra hasta las tantas porque los caballitos andaban desanimados.
El personal ha empezado a bañarse en la piscina. El griego, que si no me determino. Otra cosa bueno, pero la fetén es que yo no corro por el agua.
20 marzo, lunes
He pasado el rato con el mapa de cubierta, viendo las banderitas. Bien mirado hemos recorrido ya tres o cuatro veces el largo de España. Sólo de verla tan chica, se le encoge a uno el ombligo, coño. Uno, en su pueblo, se cree alguien, pero de que se asoma al mundo se percata de que es menos que una mosca y que por el hecho de vivir en una ciudad no deja de ser un pardillo. Hay mucho que aprender, como yo digo, aun cuando uno se crea que se la sabe entera. Anoche precisamente le decía a la Anita que me gustaría ver la cara que pondría el Zacarías, o las Mimis, o el señor Moro, si nos vieran ahora aquí, en medio de este mar que no se acaba nunca. La Anita salió con que, para eso, mejor en la tumbona, con las piernas arrebujadas en la manta. Le dije que la cosa tenía fácil arreglo, llamé al fotógrafo y la tiró una placa. Luego hicimos un grupo con los chilenos, el alemán, el griego y el italiano. Mañana las recogeré y desde Brasil podemos mandarlas. Te pones a ver y aquí cada uno es de un país distinto. Mentira parece. Es como el asunto de las monedas. ¡Una colección, vamos! Y no es aquello de que sea un capricho. Si uno quiere desenvolverse en el mundo y no quedar como un panoli necesita echar mano cada día de una moneda distinta. La vida está organizada de esa manera y uno tiene que achantar la mui y bailar al son que le tocan. Que juega a un caballito y gana, bien: uno puede elegir la estampita que más le guste. Que pierde: uno paga con las estampitas que más rabia tenga. ¡Ya me petaría disponer de cinco minutos para contar allá, en la peña, todas estas cosas!
Al marrajo del chileno me lo voy calando. De entrada me salió con que si me parecía podíamos pagar el vino a medias. Ya es una pendejada esto de no incluir el vino en los billetes, pero a uno le pilló de nuevas y bien. Pero ahora resulta que el ansioso se bebe una botella por comida, y con eso de que la chavala ni lo cata, yo me levanto todos los días mamado de la mesa porque tampoco es cosa de pagar doble, vamos, me parece a mí.
Esta noche hubo fiesta de gala, pero no pusieron pegas para entrar de paisano. La Anita dice que en cuanto nos acomodemos, lo primero unos trajes de etiqueta. No es de ahora que yo tenga capricho por la ropa, de forma que le dije que bien. Anduvimos bailando como peonzas hasta las tantas. En el barco ya tenemos fama; sobre todo por el tango. Si siento que la chavala se abulte, está esto entre otras razones. Yo me pirro por el baile, ésta es la fetén.
Antes de acostarme subí a ventilar la cabeza. Por arriba y por abajo uno no ve una luz ni por cuanto hay. Esto del mar es un mundo, vamos.
21 marzo, martes
Hoy hubo bureo con los preparativos de la fiesta del Ecuador. Giusseppe me preguntó si yo lo había pasado más veces y le dije lealmente que nones. Conmigo hay otros seis. El cachondo de él que había que bautizarnos y los demás se reían las muelas, pero yo le dije que de acuerdo. Luego me preguntó si la Anita estaba encinta y le dije que sí, y él dijo que de la siñorina había entonces que prescindir. Me empieza a oler mal la tostada. Por la tarde nos repartieron el programa. A las 8:00, Passaggio del’ Equatore; 7:00-8:00, Santa Messa in Capella; 7:30-10:00, prima colazione; 10:30, battesimo dei neofiti (esto debe de ser lo mío); 12-13, seconda colazione; 14:30, spettacolo cinematografico; 16:30, giochi sul ponte; 16:30, Santo Rosario e benedizioni in capella; 17:15, té-concerto nella sala feste; 19:00-20:15, pranzo ecuatoriale; 22:00, gran ballo; 24:00, sandwichs e pasticceria. Total, que mañana jarana de la mañana a la noche. Giusseppe anduvo todo el día de Dios armando corrillos por todas partes. Ni sé la que tramará el cachondo de él. Al anochecer hicimos un ensayo de naufragio, y empezaron a darle a las sirenas, y venga bocinazos por el altavoz, y el público corriendo de acá para allá, poniéndose el salvavidas, y ¡gibar! era todo tan a lo vivo que se le ahogaba a uno con un pelo. La Anita, la mujer, todo era decir que si no había peligro era una pendejada meternos a lo bobo el resuello en el cuerpo.
Dicen que a partir de Río subirá el tabaco y me compré un cartón de Chester. Por la tarde, el griego me estuvo enseñando a jugar al ping-pong. Luego me preguntó si sabía dónde se apeaba el alemán. Le dije que creía que en Buenos Aires y él, que ya era mala suerte. Le pregunté la razón y el cipote se puso bizco y me salió con que una de las brasileiras no le haría ascos a partir con él el camarote. Ya le dije que aún estaba yo, pero el candongo se echó a reír y dijo que yo tenía mi señora y para eso estaban los turnos. La verdad es que no está mal pensado y, puestos a mirar, con esto de la separación de las cabinas me han hecho la santísima. Uno no será un abusón, pero tiene sus necesidades como cada quisque.
Recogí las fotos. ¡Gibar con el artista! ¡Seiscientas cincuenta liras por dos tamaño postal! A pique estuve de decirle que a robar a Sierra Morena, pero callé por educación. Luego la gozaba con la chavala, porque lo cierto es que ha salido de película.
Hace un bochornazo que le zumba el bolo y la camisa se pega al cuerpo. En cambio, dentro del barco, lo mismo que cuando salimos de Barcelona. Dicen que es por eso del aire acondicionado.
22 marzo, martes
La fiesta no terminó a sopapos de puro milagro. El cipote de Giusseppe se confundió de pieza y a poco la giba. Ya le dije que de mí no se cachondeaba ni mi madre, que gloria haya. El gilí que no sé aguantar una broma. ¡Coño, lo que no sé es nadar! Cuando me tiznó la cara bien callé la boca. Pero, órdiga, hay bromas y bromas, como yo digo. Bueno, pues el cipote todavía porfiaba que no sabía encajar una broma y que si tal, y que venía haciendo de Neptuno desde que nació y nunca le ocurrió una cosa así. Tentado estuve de darle en la cara, pero la gente no hacía más que reír a lo bobo de verme todo empapado y pensé que mejor sería cerrar el pico y dejarlo. ¡Gibar, me voy a recordar del Ecuador así viva mil años! Y lo grande del caso es que todo había ido bien, con el cipote de Giusseppe lleno de barbas, y un tenedor, y rodeado de sirenas, y soltando el discurso a voces. Pero luego me empujaron y perdí la cabeza. Por un momento bien creí que la palmaba, pero uno, no sé cómo, me dio un envite y salí arriba, y Giusseppe y las sirenas me agarraron desde el borde y todos venga de felicitarme, y de gozarla, y Giusseppe fue y me besó y me dijo que ya era un neófito y fue entonces cuando le solté lo de que de mí no se cachondeaba ni mi madre. Aún no sé quién me empujó en el agua, pero tengo un moratón en una cadera que para qué. Luego la Anita cogió la perra con que dónde andaba el Ecuador, porque ella no lo había visto vivo ni muerto y me dio el día. Ya le dije que estas cosas no están, que son como pendejadas que se inventan para hablar de algo y armar folclores. Ella porfió que eso eran pamplinas y que, si habíamos pasado el Ecuador, en alguna parte andaría. Traté de hacerle ver que, bien mirado, el Ecuador venía a ser como la zona tórrida, que tampoco se la veía, pero ella saltó con que la zona tórrida no se la ve, pero se la siente. Callé la boca por no decirle que hija de un churrero tenía que ser.
A las doce retrasaron los relojes treinta minutos. Antes de llegar a Buenos Aires hemos de rebajar cuatro horas. Esto quiere decir que cuando yo abra el ojo Melecio ya saldrá de la sierra para comer. ¡Toma del frasco! Ya le digo a la chavala que tampoco le voy a hacer ascos a eso de amanecer a mediodía, pero ella porfía, y con razón, que también me amolará acostarme a las cuatro de la madrugada.
23 marzo, miércoles
La Anita es muy asquerosa para comer. Del lechazo, el momio, y pare usted de contar. Ahora me sale con que está harta de la comida de a bordo y que los treinta platos de la minuta son los mismos perros con distintos collares y que te pones a mirar y no comemos de fresco desde que arrancamos de Barcelona. Le eché calma al asunto porque cuando las mujeres la cogen con la cocina ajena es bobería discutir. De todos modos me pone en cuidado que la panoli casi no coma. La fetén es que se está quedando en la espina de Santa Lucía.
Esto de las mujeres también tiene su guasa, como yo digo. Cuando yo era chico la mujer que se casaba, ya se sabía, al año, un tonel. Bueno, ahora, yo no sé qué pasa, que la mujer que se casa se queda espiritada y hasta pierde las formas y el color. Y no lo digo por la Anita, que nunca tuvo demasiado; lo digo por lo común.
El griego andaba hoy en el té-concierto con otra chavala. Le pregunté y que una argentinita de Mendoza. Le dije lealmente que estaba mejor que la brasileña y él me salió con que con la otra no había de qué. Bien mirado, el tío es un canijo, pero las mujeres se le dan como agua.
Mañana a la noche, fiesta de disfraces. Giusseppe me dijo en la mesa que tiene una idea. El tío, desde lo del bautismo, anda con ganas de congraciarse. Le dije que hablara, pero saltó con que hasta mañana no. La chavala, por lo pronto, que no contemos con ella para hacer el payaso.
Retrasamos los relojes otra media hora. En la cubierta hace un bochorno de aúpa. Ni sé cómo la gente de aquí puede pegar el ojo por las noches. En los caballitos perdí esta noche seiscientas liras. Menos mal que la chavala andaba en el salón con la señora de Iquito.
24 marzo, jueves
Estuve mirando las banderitas. ¡Anda y que tampoco hemos hecho kilómetros ni nada! Si no me equivoco, Río está al caer. Tantos días de mar cansan. Uno no ve el momento de pisar tierra firme. Digo yo si será la costumbre, pero el señor Iquito y el griego porfían que no; que por mucho que se navegue, uno nunca se enseña. En cambio, el alemán viviría siempre de esta manera. El gilí dice que llegar a tierra y empezar las complicaciones es todo uno. Y no es aquello de que se pegue a bordo la vida padre, no. El gicho sigue con sus costumbres y se administra. Giusseppe le propuso hoy hacer panda con nosotros para lo de los disfraces y que no, que a esas horas nada como la cama. Así es que nos juntamos Giusseppe, el señor Iquito, el griego y yo. Con los preparativos nos reímos las muelas, pues el señor Iquito está tan fuerte que es tal y como si tuviera tetas, y a pesar de que su señora es un ejemplar le venía el sostén que ni pintado. Los demás tuvimos que meternos trapos y papeles y sólo de ver las pantorras del griego, tan blanquitas, me meaba de risa. Giusseppe dice que esto del grupo de hawaianas lo hizo ya una vez y fue el despiporre. Nos pintamos los ojos y los labios y el señor Iquito parecía talmente una tía, con esos pechazos y esa barriga y el peluquín. La salida fue el disloque, porque la orquestina tocaba el Siboney y nosotros levantábamos primero una pierna y luego la otra, y después nos pusimos en fila y empezamos a cantar afinando la voz, de forma que todos se tumbaban a reír. A última hora nos gibaron y le dieron el premio a una que se puso de húngara y que no hay quien me saque de la cabeza que traía la ropa de propósito. Y esto no debía de ser, porque lo que cuenta en estas cosas es la gracia de la improvisación, como yo digo, y a eso me juego el pescuezo que no había quien nos echara la pata.
Terminé el día molido y a la una me di un clareo con la Anita por la cubierta. Bien sabe Dios que no llevaba segundas, pero subimos y la noche andaba tan clara, y la luna arriba, y la música suave, como colada, y luego las lucecitas de la costa, que nos amartelamos en la toldilla y beso va, beso viene, terminamos perdiendo la cabeza. La chavala me regañó luego, pero ya la aclaré que a nadie necesitaba pedir permiso. Ella me salió, y con razón, que no era lugar, pero la verdad es que no hay otro y estas cosas de los viajes habrá que arreglarlas de forma que cada oveja vaya con su pareja. Porque lo que yo digo, no es cosa esto de andar bien bebido, bien comido y viviendo como un rajá y, luego, de lo otro, nada. Por donde quiera que se le mire, esto no guarda proporción.
Atrasamos los relojes otra media hora. Por lo que dicen, esta noche entraremos en Río. Me apunté en una excursión para visitar lo más señalado.
25 marzo, viernes
Esto de Río es un espectáculo. Uno se impla los ojos y aún no queda conforme. La Anita dice que es como una película en tecnicolor y ésa es la fetén. ¡Madre, qué plantas! ¡Y qué pájaros y qué rascacielos! Y luego anda el mar ese tan azul que talmente parece hecho de encargo; y las montañas, y el sube y baja, y el tráfico. Vamos, como para perder la cabeza. Y es lo que yo le digo a la chavala, esto no se aprende en los libros. Uno se amona en su rincón y se muere sin saber de la misa la media. Ve ahí Tochano, un cipote que se cree el amo del mundo y luego va uno a mirar y no sabe más que colocar en fila las fichas de dominó, meterse en los cotos como un furtivo y dar cuatro voces cuando lo que uno dice le revienta. ¿Y qué? Bueno, pues lo que yo le digo a la Anita, por voces que dé no deja de ser un mermado. Uno tiene que asomar la gaita al mundo, que el mundo es muy ancho y caben en él muchas cosas, como yo digo, y las cosas de uno no tienen por qué ir delante de las de los demás. No sé si me explico, pero esto de viajar ilustra y el mismo gilí de Francés, con todo su golpe de profesor y de veraneo en San Sebastián, no deja por eso de ser un paleto.
En Río anduvimos toda la santa mañana en autobús de acá para allá, en el Corcovado, el Pan de Azúcar y Copacabana, donde salen los millonarios del cine pegándose la gran vida. ¡Vaya una playa, me cago en sandiez! Ya le digo a la chavala que, así nos hiciéramos ricos todos los del mundo, cabíamos en ella. Y por detrás vengan rascacielos y una avenida que no se la salta un torero. ¡Qué botes, la madre que los echó! Luego anduvimos por las afueras y todo es la selva. Las plantas le tragan a uno con autobús y todo. Yo me reía pensando en lo nuestro, pues los maíces y las patatas de España, en comparación con esto, cosa de broma. Lo gracioso es que los coches van aprisa, pero la cachaza de los negros es cosa de verse, vamos. En los tranvías, los chalados van como dormidos y aunque están abiertos por los lados no se cae uno ni por cuanto hay. Regresamos al barco más molidos que otro poco.
Cuando nos largábamos entró el Loire y la gente iba amontonada como los negros en las películas de la trata. Andábamos todos en la borda y el señor Iquito dijo que vale más una tercera del Miguel Ángel que una primera en cualquiera de estos vapores. Te pones a ver y el tío Egidio se ha tirado un detalle, pues lo mismo pudo pagar un pasaje en un trasto de éstos y, sin embargo, nos trae en un transatlántico a modo, como señores. Dice la chavala que para que luego diga, y ya le dije que yo no digo ni dejo de decir y que ya sabe que, si es menester, yo le abonaré los pasajes con mi trabajo. Por curiosidad le pregunté al señor Iquito qué puede costar una tercera en el Miguel Ángel y él que del orden de los siete mil pesos argentinos, que hablando en plata vienen a ser once o doce mil pelas, que no está mal. En cambio, en esos otros de barullo todavía puede irse a América por la mitad y aun por la tercera parte. Total que, llegado el caso, malo sería que yo no pudiese ahorrar seis mil beatas para el regreso. Más vale no pensarlo.
Esta noche en Santos, dentro de dos en Montevideo, al otro en Buenos Aires y, pasados otros dos, en Santiago. Ya tengo ganas de asentarme allí y empezar la nueva vida.
26 marzo, sábado
Nos repartieron en taxis cada dos parejas para recorrer la ciudad de Santos. La Anita y yo fuimos con los Iquito. Esto de Brasil es más grande que la voluntad del Señor. Nos llevaron a ver una playa que se pierde de vista. Al taxista no le entendía ni jota, pero le dije que la tal playa era más larga que un día sin pan y el cipote se reía las muelas. Luego nos llevó a ver un parque y un zoo. La Anita empezó con que se la revolvía el cuerpo de ver aquellos animales y a un gicho que sacaba el veneno a las culebras como si nada, pero ya me cabreé y la dije que aguantase un poco porque nos iba a hacer a todos la santísima. Luego subimos al Morro de Santa Therezina y la ciudad desde allí parecía talmente una tarjeta postal, con el mar tan azul y luego lo verde del campo. El taxista caminaba muy agudo y le dije que ojo, y él, que en Brasil, el que no va aprisa no llega, y yo que otros, por correr, van más despacio y que más de uno por ganar dos minutos acabó con sus huesos en el camposanto. El cipote era medio negro, como todos los de por aquí, y se reía todo el tiempo y enseñaba unos dientes más blancos que los de un perro. ¡Madre, qué boca!
Regresamos a comer a bordo y la Anita que no podía pasar bocado. Tuve que bajar a toda prisa y la merqué un melón en el muelle. Invitamos a los Iquito y él que nones, que le caía mal. Ya le dije que mi padre decía, y con razón, que al melón para que no repita hay que ponerle sal, pero el tío ni por ésas. La chavala se pegó una tripada de órdago, pero a la tarde ni se quejó. El tiempo está calmo y anduvimos en la toldilla, charlando hasta las tantas. La chavala dice que siquiera en el barco ha aprendido a vivir y que si la peta llegar a Chile es para demostrar que sabe ser una señora, y que para cuatro días que va a vivir una, buena gana de pasar privaciones.
Antes de acostarnos anduvimos en los caballitos. Gané mil liras en un verbo. No vienen pizca de mal porque andaba casi a pre. Retrasamos los relojes media hora. Esto está en las últimas; dentro de tres días si te he visto no me acuerdo.
27 marzo, domingo
Oímos misa a primera hora en la capilla. Luego desayunar. Empezamos con el tiro al plato y me dijo el gili que atiende los concursos que son ciento cincuenta liras cada plato y que sólo lleva premio el primero. No le dije nada a la chavala, pero me apunté. Tengo unas ganas de dar gusto al dedo que no me lamo. Yo nunca tiré a esto, pero bien mirado no parece que tenga mucho chiste. El plato es negro y liviano y sale recio, pero sereno. La gente anduvo un rato entrenándose y a mí me lo ofrecieron, pero nanay. Me iba a salir más caro que un hijo tonto. El caso es que luego empezamos ya en serio y no sé si los nervios o qué, que no me reportaba y rompía los platos del segundo, cuando ya caían al mar. Cogí fama de doblador y de zurdo y todos decían: «Ahora el zurdo, pim-pam». Y era la fetén, porque yo soltaba los dos, quieras que no. Claro que esto para matar el rato no está mal, pero no es la caza, como yo digo. Uno pega al blanco y la goza, es cierto, pero no es aquello de salir ahumando al ver pegarse el pelotazo a la perdiz y agarrarla todavía caliente o, si es pelo, poner la pieza a orinar antes de colgarla.
Cenamos langostinos. La chavala salió con que le habían sabido a orines y empezó por arriba y por abajo, que no había forma de cortarlo. Tuvimos que avisar al médico y dijo que no eran los langostinos, sino el embarazo. La barriga de la Anita nos va a dar que sentir. Y si no, al tiempo.
Retrasamos otra media hora los relojes. Lo que yo le digo al señor Iquito, a este paso pronto me veo otra vez de calzones cortos.
28 marzo, lunes
Seguimos con el tiro sobre las diez. La Anita, que ya anda tan terne, me preguntó quién pagaba los cartuchos y la dije, echándole cara, que iban incluidos. Llegué a la final, con el italiano, y no sé qué coños pasó, si es que el barco pegó un bandazo o qué, lo cierto es que el último plato se me fue a criar y me quedé a verlas venir. Lo dije así, pero el cipote se sonrió como diciendo que todos los cojos echan la culpa al empedrado. ¡No te amuela! El caso es que el tío no me dio otra oportunidad y cuando la gente le aplaudía yo le choqué los cinco porque no dijeran. Total que he fundido trescientas latas que, bien mirado, no me sobraban.
A la hora del café armamos una tertulia regular. Yo no sé a cuento de qué salió la conversación de las guerras y el griego porfió que las guerras eran cosa de la cultura y que su país hizo más guerras cuando dicen que tenía más cultura. Ya le dije que por eso no, que los generalitos americanos armaban un trepe por un quítame allá esas pajas y eso que dicen que Europa en punto a cultura es la fetén. Terció el señor Iquito y dijo que las suyas eran guerritas de tres al cuarto y que se armaban de ordinario en el trópico, y que no era a causa de la cultura, sino del calor, y que los generalitos de Centroamérica en cuanto llevaban una semana pegando tiros se aburrían y lo dejaban. El alemán metió el cuezo y dijo que ciertamente el señor Iquito llevaba razón y que en Europa somos más tesoneros y cuando la liamos no sabemos dejarla. Total, que el griego terminó por confesar que hacía diez años que se fue de su tierra huyendo de la quema y que no estaba arrepentido. El alemán que cuate, pero que las guerras no eran a causa de la cultura, ni del calor, sino del aburrimiento. A última hora andaba medio barco metido en la porfía y no había Dios que se pusiera de acuerdo.
A la noche entregaron los premios en una fiesta a todo trapo. El gilí del griego se llevó el de pingpong y Giusseppe el de braza de espalda. Le pregunté con qué se comía eso y el cachondo de él que braza de espalda es lo que yo hice el día que pasamos el Ecuador. ¡Mírale qué ocurrente! Tentado estuve de decirle que nadar, efectivamente, no sabía, pero puesto a repartir guantadas era capaz de poner a media docena de italianinis, uno detrás de otro, la cara como un pan. Pero, en fin, faltan un par de días y no es cosa de armar un cisco por una pendejada así.