¿Quién saluda a Richy?

 

 

 

 

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Esta exageración humorística se ha usado siempre para destacar, en un fotomontaje, a un individuo anónimo frente a una celebridad universal. Gracias al Photoshop se logra a través de un truco cumplir un sueño o divertir a los amigos. No es éste el caso, señores, la foto es real: Richy Castellanos fue recibido en audiencia privada por el papa Juan Pablo II en el mismísimo Vaticano. Pero ¿por qué? ¿Quién es Richy Castellanos? ¿Qué méritos tiene? ¿Es un abnegado misionero? ¿La versión masculina de Teresa de Calcuta? ¿Un reputado teólogo? ¿Un premio Nobel de la Paz? ¿Una estrella de cine comprometida con la Iglesia católica? ¿Un príncipe consorte? ¿Un asesor de la realeza? ¡Nada de eso! Es un creyente de base profundamente convencido, pero que sólo va a misa si es él quien organiza el evento. Entonces, ¿cómo consiguió estar tan cerca del Santo Padre? Sigan leyendo y lo irán descubriendo en este libro de charlas, anécdotas y apuntes biográficos que delimitan, dibujan y descubren a un hombre que, de niño, soñaba con ser titular en el Real Madrid —empezó en los infantiles de ese equipo y más tarde continuó en el fútbol profesional— y que, igualito que Julio Iglesias, vio truncada su carrera deportiva por varias lesiones que lo apartaron definitivamente del fútbol.

Con el paso de los años sus ilusiones de niño se iban desvaneciendo: soñaba con ser Camarón, pero le falta su alma; soñaba con ser Paco de Lucía, pero sólo araña la guitarra; soñaba con ser Manzanares, aunque a él los toros le gusta verlos desde la barrera; pero, sobre todas las cosas humanas o divinas, soñaba con ser Maradona, algo que no pudo ser porque unas desafortunadas lesiones se lo impidieron. De modo que no le quedó más remedio que aceptar que nunca podría llegar a ser como sus grandes mitos y, como no estaba por la labor de ponerse a cantar Gwendoline o La vida sigue igual, decidió dedicarse a ellos en cuerpo y alma.

Y así, de manera instintiva, dejándose llevar por los acontecimientos, casi sin darse cuenta, Richy se fue convirtiendo en el más peculiar, intuitivo, comercial, sencillo, práctico, entrañable, abnegado, eficaz e imprescindible relaciones públicas y «convocador de medios y famosos» de los últimos tiempos.

 

 

Este libro tiene varios prólogos, que irán apareciendo en pequeñas dosis, escritos por Paco de Lucía, Luis Cobos, Santiago Segura, José Luis Coll, Alberto Vázquez-Figueroa, Pedro Ruiz, Ana Obregón... Esta última, la bióloga, presentadora, actriz, guionista y hacedora de paellas, escribió lo siguiente sobre Richy Castellanos:

 

Había una vez, hace muchos años, un chico que vivía en el piso de debajo de mi casa. Se llamaba Richy y estaba en todas partes: tan pronto te lo encontrabas en el parking, en el ascensor o en las escaleras como llamando a la puerta de tu casa. Tenía los mismos ojos, el mismo corazón y la misma capacidad de enrollarse, seducir y convencer que ahora. En aquella época los dos soñábamos: Richy quería ser «Richy» a secas; y yo, convertirme en una gran actriz. Con el tiempo, aprendí que ser «Richy» no era fácil. Consiste en saber estar y ser discreto, en ser profesional y a la vez amigo. Todos sabemos que la amistad y la discreción son como una misión imposible cuando hablamos de las personas más importantes de este país. Si alguna vez Richy apareciera en la portada de una revista con el presidente de Estados Unidos no me sorprendería, y si alguien me preguntara: «¿Quién es ese que está con Richy?», me sorprendería mucho menos. Tu secreto, Richy, es tu generosidad. Tu éxito, haber llegado a ser «Richy», y el nuestro, el del resto de los mortales, contarnos entre tus amigos.

 

Meses después vi a Santiago Segura y le conté mis dificultades para encontrar un título para el libro que diera con el tono que quería imprimirle a la obra. Buscaba algo que revelara la idea general a simple vista: presentar a un personaje desconocido para el gran público, pero muy famoso entre los famosos. Y Santiago, que en privado tiene menos de Torrente que yo de adolescente, me miró con la generosidad de los que triunfan y me dijo:

—Amiguete, en la portada debe ir la foto que Richy tiene con el Papa, y el título ha de ser: ¿Quién es ese que está con Richy?

Mis dudas fueron desapareciendo en la medida en que comprendía que, si dos seres con percepciones aparentemente tan distintas como Ana Obregón y Santiago Segura habían coincidido en una idea, era motivo suficiente para tenerla en cuenta. Santiago o dice cosas interesantes o no para de escuchar, y Ana no deja de hablar hasta que se le ocurre algo interesante. Gracias, Ana; gracias, Santiago, sabios del éxito, por haberme señalado el camino del título. Y permitiéndome aportar mi granito de «arena» y aprovechando la misma foto, lo titulé: ¿Quién saluda a Richy?

Sin embargo, a los pocos días cambié de opinión. El título y la foto eran muy impactantes, sin embargo, tan sólo señalaban una de las características de nuestro protagonista, nuestro ídolo, nuestro héroe: no hay famoso que se le resista. Pero en realidad eso es lo de menos, lo importante es que Richy sabe que no todos los famosos pertenecen a la misma tribu, sino que hay varias. Está la tribu de los flamencos, la tribu de los políticos, la de los empresarios, la de los cantantes y los músicos, la de los actores, la de los escritores, la de los directores de cine, la de los toreros, la de las estrellas de la televisión... Richy conoce las reglas de cada una, sabe cuándo tiene que juntarlas y cuándo sería un desastre hacerlo, o bien ejerce de embajador, de diplomático o estratega cuando alguien de una tribu quiere conocer a un miembro de otra.

Richy ha conseguido la total confianza de todas las tribus de famosos, tribus dispersas, disociadas, antagónicas a las que une, calma, entusiasma, ofrece, presta y da. Y si Richy los llama, acuden; es imposible resistirse a la labia de Richy Castellanos... el hombre que susurra a los famosos.

 

 

No conoce a todos los famosos, pero todos los famosos conocen a Richy

 

Richy, sin proponérselo, ha roto el biotipo de los grandes relaciones públicas de este país. Tiene estilo, pero no clase. No tiene estudios, es listo como el hambre, y aprende rápido. Carece de glamour, pero posee el sorprendente encanto de la autenticidad, y esa característica le ha llevado al exclusivo cielo de los famosos haciendo que sea adoptado con gusto por todos ellos.

De origen humilde, con la única formación que le proporciona su percepción inmediata de las cosas y su enorme empatía, Richy Castellanos es como un pícaro moderno, un Lazarillo de nuestros días, alguien que se mueve como pez en el agua por mil ambientes sin resbalar ni desentonar en ninguno. Gracias a esto ha creado una agenda de contactos vip y medios de comunicación tan amplia y diversa que le otorga una gran influencia en el campo de la promoción: Rafa Nadal, Javier Bardem, Antonio Banderas, Jean-Claude Van Damme, Luis Cobos, Robert De Niro, Iker Casillas, José Mota, Julio Iglesias, Penélope Cruz, Maribel Verdú, Bruce Willis, Santiago Segura, Amaia Salamanca, el Kun Agüero, Bruce Springsteen, Ronaldo Nazário, Naomi Campbell, Joaquín Sabina, Roger Federer, Ana Obregón, Diego el Cigala, Plácido Domingo, Concha Velasco, Isabel Pantoja, Paz Vega, Pedro Ruiz... y tres mil contactos más.

 

¿Vale más la agenda de Richy o los documentos clasificados del CESID?

 

SANTIAGO SEGURA

 

¿Quién es Richy Castellanos? ¿Por qué me cae bien? ¿Por qué tiene ese poder de convocatoria casi sobrenatural? ¿Por qué es hoy en día el mejor relaciones públicas de España? Y, sobre todo, ¿qué es un relaciones públicas y qué hace exactamente? ¿Es eso una profesión?, ¿cotiza en Hacienda?

Aunque, tal vez, la pregunta más importante de todas sea: ¿Por qué se peina así Richy Castellanos?

Ya puestos: ¿cómo puede ligar tanto? ¿Vale más la agenda de Richy, los documentos clasificados del CESID o el cuaderno de Bárcenas?

Y ¿por qué se le coge cariño a Richy? ¿Hay vida después de la vida? ¿Reveló algún misterio Su Santidad a Richy cuando le dio audiencia?, ¿tal vez uno de los secretos de Fátima?... Probablemente usted, avezado lector, no encuentre las respuestas a estas cuestiones en este libro, o no a todas. Pero a veces es mejor no conocer todas las respuestas.

 

 

Amaba el fútbol, pero el fútbol amaba más a otros...

 

Se empeñaba en ser futbolista, pero su destino tenía otros planes. Tras varias lesiones desafortunadas (o afortunadas, nunca se sabe), Richy perdió la esperanza de emular a su gran ídolo, Diego Armando Maradona, con el que mantiene una gran amistad, y abandonó el fútbol profesional. Me alegro: habría llegado a ser un diminuto Maradona en lugar de ser un gran Richy.

Tras asumir que su Destino tenía muy mal perder, decidió colaborar con él, pero éste, rencoroso, lo dejó en mitad de la nada sin dinero, sin sueños y sin proyectos. Tenía que reinventarse.

 

 

Si está Richy, hay famosos

 

Así comienza la imparable ascensión de un desconocido Richy Castellanos que, sin contactos previos, llegó a convertirse en la llave que abre el hermético universo de los famosos y el complejo mundo de los medios de comunicación. Rueda de prensa de Tim Burton, conciertos de Alejandro Sanz, presentación del doble platino de Miguel Bosé, biografía de Joaquín Sabina, premios MTV, premios de la Música, estrenos de teatro, de cine, Robert De Niro, Rolling Stones... Pero ¿cómo lo ha conseguido?

Richy se recuperaba de su última lesión en un gimnasio muy conocido en la capital, el Holiday Gym, y «más pronto que tarde», que diría él, se hizo con las simpatías de directivos y clientes, a los que entretenía con sus historias y habilidades mientras entrenaba. El director del gimnasio, Luis Guerra, hombre avezado donde los haya visto, descubrió en él a un tipo capaz de captar la atención y el interés de los demás y le ofreció el puesto de relaciones públicas del gimnasio, su labor consistiría en atraer clientes, atenderlos, cuidarlos... Ante aquella oferta que no podía rechazar, Richy dijo sí, y ese nuevo empleo le permitió alquilar un pequeño apartamento en un edificio del centro de Madrid donde —y aquí está la clave de que el Destino estaba haciendo con él lo que le daba la gana—, en otra vivienda mucho más grande y lujosa que la suya, qué duda cabe, vivía Ana Obregón.

Richy es mitómano, y Ana era el mito —porque Ana es un mito, eso es indiscutible, y a Ana y los siete y al Equipo A me remito— que había tenido más cerca jamás. ¡Era una estrella! Y por eso Richy, empedernido astrónomo de lo terrenal, le sonreía cuando ella pasaba, la saludaba aunque no obtuviera ninguna respuesta, se brindaba para lo que hiciera falta y le ofrecía, cómo no, el gimnasio para entrenarse. Ana no le hacía ningún caso, pero le caía simpático y le resultaba peculiar. Richy se sentía orgulloso de compartir edificio con una estrella y, cuando le preguntaban dónde vivía, siempre respondía: «¡Donde la Obregón!» Después empezó a reparar en que la casa de Ana, tan sociable como sólo ella sabe ser, se llenaba de famosos día sí y día también. Richy procedía de un ambiente flamenco y nunca había tenido relación con ese tipo de gente tan despampanante: cantantes, políticos, estrellas de la televisión y del cine... El primer día que se topó con alguno de ellos Richy se limitó a contemplarlos y admirarlos en la distancia; al siguiente se atrevió a acercarse y sonreírles; al tercero se metía en el ascensor con ellos aunque en realidad ellos subieran y él acabara de bajar, les daba la brasa, les hacía reír y, cuando ellos salían en la planta de Ana llevaban una tarjeta en la mano donde podía leerse: «Richy Castellanos, relaciones públicas de Holiday Gym.» Si Ana les preguntaba qué era aquello, sus amigos le decían con toda naturalidad: «¡Me la ha dado tu vecino!»

Richy actuaba de la mejor forma que podía hacerlo: guiado por su instinto, y era éste el que le advertía que si abordaba a los famosos sin previo aviso ellos huirían o lo rechazarían. Concluyó que debían verlo como algo cotidiano, que su cara formara parte del decorado de la entrada del edificio para que así se fueran acostumbrando a ella poco a poco, hasta que Richy intuyera que podía establecer un contacto fructífero. Aprendió de su instinto y siguió esa estrategia durante muchos años con éxito. En el gimnasio las cosas le iban bien, y el dueño le propuso ganar más dinero a cambio de llevar a famosos a su negocio. Y ahí empezó todo. El primer famoso le presentó al segundo, y éste al tercero, y así hasta más de tres mil números de teléfono: actores, futbolistas, músicos, presentadores, políticos, escritores, celebrities, cantantes, toreros... Pero tener los números no es lo más importante; lo importante de verdad es que todos se ponen al teléfono cuando Richy los llama.

Parece fácil, sí, pero no lo es, se necesita la irresistible capacidad de persuasión del relaciones públicas de raza y su inagotable voluntad. Unos dicen que es muy tenaz, otros lo califican de obstinado y algunos de muy pesado, pero no es cierto: lo que tiene Richy es una infinita paciencia para hacer que los demás cambien de opinión. Si Richy te dice: «Ven» y tú le dices: «No», él te contestará: «Vale, pero no tardes.»

 

Una cita de Richy no se puede olvidar, porque él te llama doce veces diarias un mes antes, veinte veces cuando falta una semana y quinientas la propia víspera.

 

JOSÉ LUIS COLL

 

Richy invitó a cenar a su amigo José Luis Coll, el pequeño gran hombre del humor, y al gran Paco Umbral, que no había ido a hablar de su libro, sino a compartir mesa y mantel con Coll, pues éste quería que conociera a Richy, al que consideraba un personaje literario. Mientras Coll, al cual ya no le sorprendía nada de Richy, esperaba a que éste terminara su monólogo, Francisco Umbral miraba al relaciones públicas con el asombro, la curiosidad y la estupefacción de los grandes, sorprendido ante la facilidad de Richy para expresarlo todo con su vocabulario habitual, de no más de mil palabras. El gran articulista le preguntó cuál era el secreto de su éxito con los famosos, y Richy respondió:

—El secreto es darle al famoso de lo bueno lo mejor, con lo que ellos ven que yo lo que quiero es que se sientan a gusto. Los llevo siempre a cerocomacero a los mejores sitios y saben que hago humildemente lo que ellos me pidan; mi lema es: «Al famoso, lo que pida», y si a mí un famoso me dice, como Victoria Abril a Rupert: «Richy, te necesito y tiro porque me toca», ahí estoy yo para darle lo que necesita, porque lo mío es dar y no pedir.

Y después de esta explicación, sonrió.

Ésa es su arma secreta: la sonrisa. La primera vez que lo conoces en persona, tienes que asumirlo: no es un rostro fácil. Podría ser un gladiador íbero, un guerrero espartano o el machaca de un mafioso dispuesto a romperte las piernas sin inmutarse... Pero cuando sonríe acaba con el prejuicio y empiezas a adorarlo.

Y es que su aspecto forma parte de él y de su carácter y se ha convertido también en una seña de identidad. Lo cierto es que podría lucir melena por donde le crece pelo y dejarse la cabeza despejada por donde no le crece, como ya hizo su ídolo y amigo Paco de Lucía, genio de la guitarra, o lucir abiertamente y con orgullo nulidad capilar tal y como decidió su pupilo en el gimnasio, Bruce Willis; pero no, Richy prefirió fijarse en Berlusconi y presume de cabellos compactos, densos y agrupados en una sola dirección que le otorgan una apariencia de comandante de nave extraplanetaria. Quiero decir que Richy, de entrada, choca. Pero, amigo, si te lo encuentras no te dejes vencer por esa primera impresión, porque lo que dicen de él es cierto: «Algo tendrá, aunque tú no sepas qué.»

 

Richy es más emperador que Nerón (y no sólo por el peinado); en vez de Roma, la noche, y en vez de quemarla, la aviva.

 

PACO DE LUCÍA

 

Para Richy, Paco de Lucía es un mito. Para mí también. Conoció al genial guitarrista en un festival taurino en Chinchón. Se le acercó y le dijo: «Yo sé tu número de teléfono y también sé dónde vives.» Al principio el músico pensó que se trataba de un fan que quería pedirle un autógrafo, pero tras oír aquella frase que más bien parecía una amenaza de psicópata total, se le quedó mirando en completo estado de inquietud.

—Yo no lo conocía de nada —me confesaría Paco después—, pero se dirigió a mí con tanta familiaridad que pensé que sí lo conocía y se me había olvidado su cara, aunque, claro, enseguida me di cuenta de que una cara así no se olvida nunca y que, por lo tanto, era cierto que no lo conocía de nada.

—Debe de ser chocante que un tío totalmente desconocido se te acerque y te diga que sabe dónde vives y que tiene tu número de teléfono sin más —señalé.

—Lo que no podía imaginar era que esa aparente amenaza no constituía sino un ofrecimiento de amistad desinteresada.

—Al principio cuesta creerlo.

—Máxime cuanto te hablan así. Aunque a los famosos nos salen garrapatas por todas las esquinas.

—Y el exceso de generosidad siempre resulta sospechoso.

—Sí, pero Richy es un caso distinto.

—¿En qué sentido?

—Le pone cariño a todo lo que hace y, de repente, los famosos nos convertimos en cachorrillos que él adiestra y, por qué no decirlo, alimenta: nos regala teléfonos móviles, billetes de avión, zapatillas... Todo a cambio de que de vez en cuando hagamos el «insoportable» esfuerzo de acudir a una fiesta o a un «terrible» partido de fútbol.

Paco siguió hablándome de Richy mezclando la ironía con la ternura que le provocaba. Me contó que después de aquella primera impresión volvió a verlo poco después, en su propia casa, y pudo experimentar un peculiar regreso al pasado. El guitarrista escribió a Richy, para este libro, esta carta donde con humor lo explica:

 

En mi pueblo, Algeciras, había un personaje popular muy jartible, de esos a los que ves y te escondes o sales huyendo, pues no paraba de hablar y de contar cosas y te volvía más loco que el levante... Le llamábamos Pollavieja, imagínate si era pesado... Bueno, pues el día que te conocí yo estaba a gustito en la butaca de mi salón, con ese a gustito de después de comer, pensando que más tarde te espera un partido del Madrid... Ese momento grandioso en que el cuerpo se te queda flojo, como entre algodones, y la mente también, en que piensas que tienes que dejar de fumar, pero ninguna decisión es obligatoria. Justo entonces apareció mi hija Lucía, tu amiga, que me anunció que venía con Richy, un amigo que quería conocerme. Primero te quedaste inmóvil, con los ojos muy abiertos y la cara con dos rosetones muy rojos. Pero eso duró poco. Te tomaste un café, te pusiste a hablar y ya no hubo quien te frenara. Se acabó mi estado de plenitud. Ahora Pollavieja se había reencarnado en ti, ¡de Algeciras a mi salón!

Ha pasado el tiempo y el tiempo carga con hechos en sus hombros. Tú siempre has sido honesto conmigo y con los míos, una hoja lagrimeando por el ventanal. Es decir, buena gente. Richy Cerocomacero... ¡Qué buena gente eres, Pollavieja!