CORUSCANT ERA UN MUNDO TAN DENSAMENTE poblado, que a veces la lista de invitados de un evento a puertas cerradas podía medir miles de nombres. La junta interespecie de 150 seres que tenía lugar en el Anfiteatro de Planeación Estratégica, en la cumbre del Centro de Operaciones Militares de la República, le daba un nuevo significado a la palabra «exclusivo». Hace un año estándar, antes del comienzo de la guerra y de la adquisición aún impactante de un Gran Ejército de Clones, la sola idea de tener un Consejo de Asesoría Estratégica habría parecido un ardid para que los miembros del Senado siguieran hinchándose con las arcas de la República. Pero ahora, a la luz de la nueva información sobre el estado de la máquina de guerra separatista, el comité se consideraba (casi a sí mismo, en la opinión de sus asambleístas) crucial para los esfuerzos contra la Confederación de Sistemas Independientes.
El Teniente Comandante Orson Krennic, la persona a cargo de remodelar y expandir el edificio, estaba sentado entre el escenario del anfiteatro y piso tras piso de palcos reservados para miembros selectos del senado, y representantes de los cárteles industriales que se habían mantenido leales a la República: Ingeniería Corellian, Patios Kuat Drive, Rendili StarDrive, por mencionar algunos.
Krennic recién había cumplido los treinta. Era de estatura promedio, con ojos azules brillantes, labios estrechos y cabello castaño ondulado. Lo habían transferido desde el Cuerpo de Ingenieros hasta la Unidad de Armas Especiales de la organización; traía puesta la misma túnica blanca que usaban algunos miembros de los servicios de seguridad e inteligencia.
Los asientos no fueron asignados por rango, especie u orden de importancia. Krennic sabía dónde se sentaba la mano derecha de Palpatine, Mas Amedda, y estaba decidido a acercarse. El hombre estaba al lado del escenario con varios de sus asesores (vestidos como para llamar la atención), frente a una pared curva transparente que daba al sur del Distrito del Senado de Coruscant. En los meses desde que comenzaron los informes semanales, Krennic había logrado avanzar diez filas hacia su meta, y estaba seguro de alcanzarla para el primer aniversario de la Batalla de Geonosis.
El cuarto era una mezcla de uniformes y ropa de civil. A la izquierda de Krennic estaba sentado el jefe de inteligencia naval. A su derecha, el director de la Comisión para la Protección de la República. Alrededor, había militares de alto rango, ingenieros estructurales, diseñadores de naves, y físicos teóricos y experimentales. Muchos eran semi y no humanos; un puñado de la segunda categoría estaba inmerso en tanques de líquido o tenía transpiradores que contenían los gases atmosféricos de sus planetas de origen. Krennic conocía a algunos científicos como asociados de la Junta de Producción de Guerra. A otros los conocía por reputación.
En cuanto hubo silencio en la habitación, Krennic se asomó un poco entre dos pequeñas cabezas cornudas y divisó al científico alienígena de extremidades delgadas que tenía la palabra en la fila de adelante.
—Vicecanciller Amedda, estimados colegas; me complace anunciarles que la fase uno del proyecto está terminada.
El Doctor Gubacher era un parwan especialista en inteligencia artificial con cabeza en forma de domo, que diseñaba droides de espionaje y vigilancia en colaboración íntima con los jedi. Tenía adherido a la laringe un dispositivo que traducía sus ruidos sibilantes a un básico fluido.
—Presten atención al holoproyector, por favor.
La mayoría lo hizo, otros prendieron un dispositivo de transmisión 3D que proyectaba los datos de la unidad enorme del escenario desde el reposabrazos. No se permitían comlinks personales en el anfiteatro y hasta los proyectores estaban en cuarentena de la HoloNet.
Arriba del escenario había un aro reluciente de metal, suspendido frente a un fondo de estrellas. Gubacher se levantó sobre sus tentáculos para mirarlo un segundo, luego volteó hacia la cabina de control del último piso del anfiteatro.
—La vista alternativa, por favor…
Esperó a que el aro se convirtiera en una línea vertical.
—Mucho mejor. Ahora, por favor expanda el campo para que podamos ver la imagen en contexto.
El aro se hizo más pequeño a medida que se alejaba y comenzaron a entrar a cuadro naves de combate, buques de construcción, asteroides y el borde estrellado de un planeta en ruinas.
—Ciento veinte kilómetros de polo a polo. Una hazaña increíble por sí sola. —Gubacher hizo un gesto hacia el aro.
El anfiteatro estalló en aplausos, hasta Mas Amedda esbozó una sonrisa de satisfacción. Sin embargo, Krennic había pasado bastante tiempo en el sitio de construcción y sentía que el holovideo no le hacía justicia a la obra en progreso que se erguía sobre el planeta Geonosis. Pero tendría que ser suficiente con eso, ya que muy pocos miembros del consejo tenían permitido visitar el proyecto. Para negarle la entrada a cualquiera sin acceso autorizado, había varios destructores estelares Venator a la vista como cuñas en el aire, además de los que había repartidos por el sistema geonosiano.
—Lo que vemos es el producto de incontables horas de labor de máquinas, recién diseñadas en su mayoría. Como podrán ver, algunas son controladas por operadores sensibles estacionados en nuestros hábitats de comando orbitales. —Señaló tres puntos brillantes en el holocampo—. Aquí, aquí y aquí. —Volteó hacia la cabina de control y dijo—: El aspecto dos, por favor.
La audiencia estalló en una variedad de murmullos en idiomas distintos cuando el campo desapareció. En su lugar se formó un panorama del cinturón de asteroides del planeta rojo repleto de navíos de construcción de todo tipo: mineros, transportistas, auxiliares y remolques, yendo y viniendo como abejas erigiendo un panal.
—Nuestra cantera, por así decirlo —dijo el parwan—. Nos provee de metales, material orgánico, incluso agua. Hemos remolcado asteroides similares; los trajimos al sitio con un rayo tractor desde el campo y, en algunas instancias, desde campos vecinos de los gigantes de gas del sistema.
El holovideo cambió de nuevo y mostró una imagen de plataformas orbitales enormes, con un tránsito pesado de naves.
—Cuando hayamos terminado de minarlos, serán llevados a fundidoras en sincronía orbital, para que se produzca duracero y otros metales estructurales. Al reutilizar las fábricas de droides de combate que Baktoid Armor construyó en la superficie, pudimos poner en marcha las fundidoras justo a tiempo para el inicio de la extracción. —Una vez más, se dirigió a la cabina de control—. Por favor, el esquema original.
Una esfera con una concavidad gigante en el hemisferio norte apareció sobre el holoproyector.
—Nuestra meta, señoras y señores —dijo Gubacher—: La estación móvil de combate.
Palpatine en persona le había presentado el esquema al Consejo de Asesoría Estratégica durante su segunda sesión. Pero el hecho innegable era que la idea no era resultado de la inteligencia e investigación de la República, sino de los separatistas. Poggle el Menor, el líder geonosiano capturado, sostenía que el Conde Dooku le había dado los planos básicos para su colmena, y que los geonosianos sólo los perfeccionaron. Según Poggle, no sabía que los separatistas tuvieran algún proyecto entre manos, pero la mayoría de los miembros del consejo decidieron no creerle, pues sus servicios de inteligencia estaban seguros de que las huestes de Dooku, con ayuda de compañías aliadas a la Confederación, construían desde hace tiempo una estación de combate en alguna parte secreta de la galaxia y la buscaban por todos lados para localizarla y destruirla. La evidencia le parecía especiosa a Krennic, pero ponerla en duda habría puesto en peligro el patrocinio de la República para el proyecto, a pesar de la autoridad que la Ley de Poderes de Excepción le había conferido a Palpatine. Si la estación de combate era tan potente como los científicos predecían, era de vital importancia que la República tuviera una primero.
Había preguntas al aire acerca de cómo cayeron los esquemas originales en manos de la República, pero la mayoría admitía que habían sido hallados durante o un poco después de la segunda Batalla de Geonosis. No por los jedi, claro está, que no tenían ni representación en el consejo, ni estaban enterados de él. Hasta a Gubacher se le hizo firmar el Acta de Secretos Oficiales, e iba a tener que quedarse calladito cuando lidiara con miembros de la Orden.
—Ahora que completamos el meridiano principal —dijo el científico alienígena—, podemos proceder con la fabricación de un ecuador temporal, junto con una serie de bandas latitudinales para fortalecerla. Estas bandas se colocarán de polo a ecuador para después añadir el casco y las divisiones de las secciones internas. Estos espacios estarán sellados y presurizados para que pueda haber trabajadores además de droides.
—¿Y de dónde saldrán los trabajadores? —preguntó alguien en la fila de enfrente.
—Estamos explorando nuestras opciones. —Gubacher dio una pirueta en dirección de la voz.
—He visto presupuestos millonarios de mano de obra —dijo la misma persona.
Un alienígena sentado unas cuantas filas adelante de Krennic habló antes de que Gubacher pudiera contestar:
—El subcomité del consejo está considerando darle a los kamineanos la plantilla para que generen mano de obra clónica adaptada para trabajar en el hiperespacio.
Antes de que nadie pudiera opinar, Mas Amedda y sus dos metros se levantaron de la silla. Su báculo tenía una figura en la empuñadura, la asió y golpeó el piso con él para callar a la gente.
—Quiero advertir a todos que no se adelanten. Surgirá un número adecuado de empleados cuando haya necesidad.
Krennic observó al vicecanciller chagriano, ataviado con una túnica espléndida. Tenía entrecerrados los ojos de bordes pálidos y su cabeza grande estaba en un ángulo que hacía que sus dos cuernos apuntaran directo al público.
«Entrelaza los dedos a nivel del pecho cuando duda de lo que está escuchando. Sus alcuernos colgantes tiemblan cuando está interesado. Asoma su lengua bifurcada cuando se equivoca…».
Gubacher mandó proyectar holoimágenes de la nave de la Federación de Comercio junto con las del esquema. Los ingenieros de la República habían sugerido que la estación de combate estaba inspirada en el orbe de control central de transporte Lucrehulk, que llevaba décadas funcionando.
—Imaginen que hay un ecuador en lugar de los brazos gemelos del Lucrehulk, pero el nuestro será una suerte de trinchera, con bahías de hangares y acoplamiento, generadores de rayo tractor, proyectores y torres emisoras, emplazamientos turboláser y plataformas de anclaje para las naves de la flota. Tendrá proyectores de escudos y sistemas de comunicaciones distribuidos por toda la superficie blindada, que funcionarán como colonias. Salvo una capa habitable de varios kilómetros de espesor que tendrá centros de mando, armerías y bloques de mantenimiento, podremos dedicar todo el espacio interior para el reactor de fusión, los motores de hiperimpulsión y subluz, y, por supuesto, el arma.
Krennic miró a Amedda. Se acariciaba la barbilla con las uñas largas de sus dedos mientras caminaba alrededor de las imágenes proyectadas, que le doblaban la altura.
—¿Cuál es el estatus del arma? —preguntó el chagriano.
Gubacher giró hacia alguien en la audiencia y le hizo un gesto con sus bracitos delgados para que se acercara.
—Profesor Sahali, quizás usted pueda contestar esa pregunta.
El hombre que se incorporó para referirse al asunto era el científico en jefe del Grupo de Armas Especiales. Era casi tan ancho como alto, y tenía un sombrero aguado y lentes de seguridad.
—Con respecto al arma… —comenzó a hablar con acento muy marcado del Borde Exterior—, hasta los esquemas son imprecisos. Pero tenemos razones para sospechar que los geonosianos tenían en mente usar el plato de enfoque para albergar un arma capaz de evaporar atmósferas enteras, o quizás hasta quebrantar núcleos planetarios.
—¿Existe un arma así? —preguntó Amedda, y volteó hacia abajo para ver a Sahali—. ¿Fabricar una está dentro de nuestras posibilidades?
—Bueno, desde el origen de la República jamás habíamos tenido la necesidad de investigar esto; mucho menos de invertir dinero. —Aclaró Sahali—. Dicho esto, después de la crisis de hace once años en Naboo, el Grupo de Armas Especiales de la República desarrolló los planos de una luna de combate automatizada.
—Me parece que también hay planos para una plataforma de asedio torpedo —dijo alguien. Sahali admitió la observación asintiendo.
—Sobra mencionar que los proyectos se quedaron en el diseño, vicecanciller.
—Supongo que son… juguetes, al lado de esto —Amedda señaló vagamente hacia los esquemas de la estación de combate.
—Supone bien —dijo Sahali.
—El arma será el reto más difícil —dijo Gubacher—. El reactor de hipermateria, todas las unidades, todo lo demás, es sólo el armamento que nuestras más dedicadas compañías de ingeniería le han diseñado a destructores estelares y otras naves. Pero el arma… El arma no va a ser sólo una versión ampliada del turboláser, no… Será algo digno de ver.
—¿Cuánto tiempo tardarán en desarrollar este «hito» de la tecnología? Necesito una fecha —dijo Amedda.
La cabeza de domo de Gubacher se inclinó con incertidumbre.
—No es fácil de calcular, señor. Varias de las mejores mentes de la República están trabajando en ello. Sin embargo, el arma requiere algo verdaderamente innovador en el campo de manejo de energía. Tendría que ser un descubrimiento de proporciones galácticas.
Krennic se reclinó en su silla, confiado en que el destino le había regalado los medios para avanzar a primera fila.
—No hace falta estar de pie, teniente comandante —dijo Mas Amedda, dándole la bienvenida a Krennic a su amplia oficina en el Domo del Senado—. Por favor, tome asiento.
Krennic evaluó la habitación y tomó el mejor asiento.
—Gracias, vicecanciller.
—Una disculpa por no haber podido recibirlo antes.
—Nada que disculpar, sé que ha estado ocupado con la guerra y todo… —Krennic contestó con un vago gesto despectivo.
«Ahí va, a entrelazar los dedos…».
Amedda entrelazó los dedos frente a su pecho y analizó a Krennic desde el otro lado de su escritorio de metal.
—Mis asistentes me informan que su visita tiene algo que ver con el proyecto.
—Tiene todo que ver con el proyecto. —Krennic sonrió de oreja a oreja.
—¿Qué parte del proyecto, exactamente?
—El arma.
Los alcuernos bulbosos del chagriano hicieron justo lo que se esperaba que hicieran: temblaron levemente; Amedda prestaba atención.
—Bien, en ese caso, la disculpa por no haberlo visto antes es doble.
Krennic nunca había convivido personalmente con el vicecanciller. Habían estado en la misma habitación juntos y lo había observado aquí y allá, en la ópera antes de la guerra, en el edificio del Senado, en varios lugares, varias veces. La invitación que recibió Krennic (mejor dicho, la orden) para unirse al Consejo de Asesoría Estratégica salió de Amedda, aunque Krennic dudaba que el chagriano se acordara (o supiera) que lo había hecho.
La vida de Krennic cambió desde que lo transfirieron del Cuerpo de Ingenieros y le pidieron que tomara innumerables juramentos. De entrada asumió que su comlink personal estaba intervenido; que habían entrevistado a todos sus amigos más cercanos, amantes del pasado y familiares vivos, y que controlaban todo lo que veía en la HoloNet. Aunque usaba la túnica blanca, en público seguía siendo miembro del Cuerpo de Ingenieros. Sólo sus socios dentro del grupo sabían de sus obligaciones como coordinador de Armas Especiales. Esta nueva tarea también requería que volviera a la escuela: debía tomar cursos intensivos sobre las armas que Rothana, Kuat y otros le habían dado a los kaminoanos para equipar su gran ejército, y sobre las que Baktoid, Hoersch-Kessel Drive y otros les diseñaban y producían a los separatistas. Al graduarse, supervisó un grupo de expertos de investigación, que seguían órdenes directas del grado superior del Ejército de la República. Como vicecanciller, Mas Amedda no tenía autoridad sobre él, pero Krennic creyó que sería útil fingir que estaba bajo su mando, por lo menos para establecer en dónde estaban parados.
Amedda continuó hablando.
—Si se trata del arma, debió mencionarlo en la junta.
—Sí, debí hacerlo. Pero sentí que era más prudente discutirlo en privado.
Los alcuernos de Amedda se sacudieron con un ligero tremor.
—Bien. Henos aquí.
Krennic fue directo al grano.
—El Doctor Gubacher tenía razón, las mentes más brillantes de la República están desarrollando el arma de la estación de combate. Todas menos una.
El temblor en las carnosidades colgantes de Amedda se incrementó.
—Su nombre es Galen Erso.
—Erso… ¿Debería sonarme el nombre? —Amedda juntó sus garras.
—No tiene por qué conocer a todo mundo, vicecanciller.
—Bueno, me muevo dentro de la política, no la ciencia y la tecnología.
Para ser precisos, se movía entre dinero ilícito de la República y su función era aplacar a Palpatine. Krennic lo sabía. Pero si el chagriano quería jugar, jugarían.
—Galen Erso es uno de los eruditos más reconocidos del Núcleo. Es teórico, matemático, ingeniero y físico experimental. Hoy en día, es la autoridad eminente en cristales y su uso en fuentes de energía mejorada.
—¿Cristales? —Amedda le lanzó una mirada en blanco.
—Sí. Lleva diez años experimentando con varios tipos, pero recientemente se ha enfocado en cristales kyber.
La expresión de Amedda no cambió.
—Los conozco de nombre. Por lo que sé, son extremadamente escasos.
—Lo son, sobre todo los más grandes. —Krennic suspiró enfáticamente—. Si tan sólo se pudiera persuadir a los jedi de compartirnos información, todo sería muy distinto.
«Sacará la punta de la lengua».
Amedda se mojó los labios con la punta de la lengua.
—Estos… cristales, ¿son importantes para los jedi?
—Son la fuente de energía de sus sables, entre otras cosas.
—Con razón. Tanta exclusividad debe frustrar al Doctor Erso en demasía.
—Por eso intenta sintetizarlos.
Los ojos azules de Amedda se abrieron más.
—Parece una empresa osada. He escuchado que el cristal es «viviente».
—Yo escuché lo mismo.
—¿Qué le hace pensar que la investigación del Doctor Erso tiene algo que ver con el arma de la estación?
—Le confesaré que no estoy familiarizado con el estado de su investigación actual. Pero Armas Especiales analizó su investigación anterior, y todo indica que las teorías de Erso podrían descubrir un nuevo modo de enriquecimiento energético. Estamos estudiando formas de adaptar su investigación…
—«Adaptarla» significa hacerla arma, supongo.
—Exactamente. Sin embargo, necesitamos comprender cabalmente su trabajo, sin mencionar que requerimos acceso a su actual investigación sobre síntesis.
Amedda se tomó un momento para desglosar la información.
—¿De dónde conoce a Erso, teniente comandante?
—Nos hicimos amigos en Brentaal, fuimos compañeros en el Programa de Promesas.
—¿Usted estuvo en el programa para superdotados? —El tono de Amedda reveló su escepticismo. Krennic lo dejó pasar.
—Sí, una temporada, antes de que me ofrecieran un puesto en el regimiento de diseño del Cuerpo de Ingenieros.
—Ah, sí —dijo Amedda, y se hundió en su silla tamaño trono—. Si mal no recuerdo, su equipo es responsable de varios cuarteles militares en Coruscant. —Estuvo en silencio un momento, y dijo—: Dígame, ¿usted cree que los separatistas estén haciendo una estación de combate?
Krennic movió la cabeza de lado a lado mientras pensaba.
—Dooku ha dejado evidencia, sí, cantidades masivas de ciertos recursos escasos, asaltos informáticos para adquirir datos científicos…, y entre esos datos está la investigación publicada de Galen Erso.
—¿Por qué no se invitó al Doctor Erso a unirse al Consejo cuando inició?
—En ese momento ya estaba bajo contrato con Industrias Zerpen.
—Ah, muy neutrales, pero enriqueciéndose con ambos lados del conflicto. —Amedda frunció el ceño y decidió—: No tenemos opción más que inducirlo a romper su contrato.
—Por desgracia, nos enteramos de que se encuentra atrapado en una prisión de Vallt.
—¿Qué demonios hace en Vallt? —Amedda se molestó de nuevo—. Vallt le pertenece a los separatistas, ¿sabe?
—Lo sé, pero Vallt era miembro de la República cuando el Doctor Erso aceptó supervisar las operaciones de Zerpen ahí. Hicieron un trato con los antiguos líderes de Vallt para poder minar y construir, a cambio de un paquete de ayuda bastante generoso.
—Una mala decisión por donde se vea. ¿Por qué fue arrestado?
—Le inventaron cargos de espionaje.
—¿Para persuadirlo de cambiar bandos?
—Eso creemos.
—Vallt tuvo una década entera de inestabilidad social… Cuando fui presidente del Senado, serví en un comité con los representantes de Vallt, e incluso ellos estaban descontentos. Se quejaban de que la República los ignoraba y, ahora, los militares dieron un golpe y se afiliaron con los separatistas. —Consideró la situación un momento y preguntó—: ¿Cómo reaccionó Zerpen al arresto del doctor?
—La inteligencia de la República ha estado vigilando a Zerpen, por supuesto. Hace varias semanas estándar se interceptó una transmisión ráfaga. Al parecer, la envió una hipercomunicación desde una nave de Zerpen en Vallt hacia las oficinas de la compañía en el sistema Salient. Ya están enterados de la toma de las instalaciones y del arresto.
—¿Y bien? ¿Cuál fue la respuesta?
—Querían tomar medidas, pero les pedimos que se abstuvieran de hacer entradas espectaculares.
—¿Quién más está incluido en este «pedimos»?
—En este caso, sólo fui yo, vicecanciller —Krennic sonrió ligeramente.
Amedda entrelazó los dedos y se inclinó hacia adelante con sus cuernos.
—¿Con qué propósito, teniente comandante?
Krennic no se sintió amenazado por la postura de Amedda; en lugar de eso, siguió explicando.
—Creo que, si lo rescatamos nosotros, podríamos persuadirlo de compartir su investigación con el Grupo de Armas Especiales.
Amedda retrocedió un poco.
—¿Por qué necesita persuasión? Usted mismo dijo que estuvo en el Programa de Promesas de la República, ¿no es así? Seguramente está más que dispuesto a cumplir y a cooperar.
—Excepto que el hombre es pacifista. Un objetor de conciencia, si gusta llamarlo así.
—Si eso es cierto, entonces no tenemos que preocuparnos por su relación con los separatistas. Que se pudra en prisión. —Amedda exhaló con desdén. Su cambio de tono le advirtió a Krennic que estaba a punto de perderlo, así que cambió su acercamiento.
—Bajo circunstancias normales, estaría de acuerdo. Sin embargo, la mujer del Doctor Erso está embarazada y, a menos que algo extraordinario haya sucedido, está a punto de dar a luz.
Amedda se tomó un momento para contestar. Sus alcuernos temblaron levemente.
—¿Me está diciendo que quien sea que esté a cargo de Vallt puede usar a su familia para convencerlo?
—En la guerra y en el amor, vicecanciller… Y si los separatistas tienen una estación de combate, haga usted las cuentas.
—Veo su punto. Pero aun así, es posible que lo deje pasar, o permitir que Zerpen se adelante y lo libere antes.
—De nuevo, estoy de acuerdo. Pero tengo una idea para que Zerpen haga justo eso, y nosotros hagamos lo nuestro también.
Los alcuernos de Amedda se estremecieron; miró a Krennic intensamente.
—Esperaba que la tuviera, pero no quiero detalles, teniente comandante. E insisto en que tome las medidas adecuadas para distanciarse y asegurarse de poder negarlo todo.
—Naturalmente.
—Permítame decirle que si la investigación de Erso nos acerca a tener un arma para la estación, tendrá mi gratitud y la del Canciller Supremo Palpatine, sin mencionar a la República entera.
Krennic contuvo una sonrisa de emoción.
—Sólo cumplo con mi deber, vicecanciller.