Al mismo tiempo que su caza estelar se estrellaba contra el piso del hangar, Obi-Wan encendió su sable láser. Con un movimiento rápido hizo un agujero en el techo de la cabina de mando y saltó hacia afuera. Un segundo después, la castigada nave estalló.
Droides de batalla disparaban contra Obi-Wan cuando este descendía, pero el Maestro Jedi rechazó los rayos láser enviándolos a toda velocidad nuevamente hacia ellos. Sintió, más que ver, que la nave de Anakin se posaba y corría hacia él. Juntos eliminaron a todos los droides de combate que había en el piso del hangar.
Cuando el último droide cayó, Obi-Wan desactivó su espada láser y miró a su antiguo aprendiz. Sabía que debía regañar a Anakin por tomar esos riegos durante la batalla con los droides saboteadores. Había puesto en peligro toda la misión —y la vida del canciller— para satisfacer sus sentimientos personales. Pero si Anakin no se hubiera arriesgado, él, Obi-Wan, muy probablemente estaría muerto. Obi-Wan frunció el entrecejo. «Todavía tiene mucho que aprender —pensó—, pero al fin y al cabo, yo también».
R2-D2 rodó hacia adelante.
—Accede a la computadora de la nave —le dijo Anakin al droide.
R2-D2 respondió con un bip y se dirigió hacia una toma en la pared. Poco después, tenía la ubicación del canciller: la lujosa sección en la parte superior de la aguja de la nave.
Anakin frunció el entrecejo.
—Percibo al conde Dooku.
«Eso no es ninguna sorpresa», pensó Obi-Wan. El renegado jedi los había vencido a ambos en Geonosis. Por su culpa, la mano derecha de Anakin ahora era un esqueleto mecánico en vez de carne y hueso. Sólo la oportuna llegada del Maestro Yoda había salvado sus vidas. ¿a quién otro, si no el conde Dooku, enviarían los separatistas para una misión tan crucial? Y esta vez, el Maestro Yoda estaba ocupado en otro lado.
—Percibo una trampa.
—¿Próximo paso? —preguntó Anakin, mirando a Obi-Wan, que sonrió.
—Accionar la trampa.
Anakin asintió con una sonrisa. Dejaron a R2-D2 en el hangar y se abrieron paso a través de la nave. Varias veces se enfrentaron con droides de batalla, pero estos no eran rivales para los jedis. En poco tiempo llegaron al ascensor que llevaba a la sección del general. Cuando se abrieron las puertas, Obi-Wan observó bien los alrededores, pero no vio rastros de los droides. Sin embargo, algo estaba mal. Había otra presencia…
—Está cerca —le avisó a Anakin.
—¿El canciller?
—El conde Dooku.
Con cautela, los dos jedis descendieron los escalones desde el ascensor hacia la sección del general. La habitación principal era enorme, pero estaba vacía, excepto por una silla en el extremo más lejano. Atado a esta, estaba el canciller supremo Palpatine.
«No parece herido», pensó Obi-Wan mientras caminaban hacia adelante. «Pero no está contento. Bueno, ¿quién lo estaría en estas circunstancias?»
—¿Se encuentra bien? —quiso saber Anakin cuando llegaron hasta el canciller.
—Anakin —dijo en voz baja el canciller—, droides. —Hizo un pequeño gesto con los dedos, que era todo lo que podía hacer al estar sujetado por ataduras de energía.
En simultáneo, Anakin y Obi-Wan se dieron vuelta. Cuatro superdroides de batalla habían entrado detrás de ellos. Anakin sonrió.
—No se preocupe, canciller. Los droides no son un problema.
«No seas engreído, mi joven padawan», casi dijo Obi-Wan, pero no podía regañar a Anakin frente al canciller. Especialmente porque eso probablemente haría que Anakin se tornara incluso más temerario una vez que el enfrentamiento comenzara. Y todavía había…
Antes de que pudiera terminar el pensamiento, Obi-Wan sintió que sus ojos eran atraídos hacia arriba. Alto, elegante y esbelto, el conde Dooku avanzó por el balcón. Su rostro lucía esa sonrisa de satisfacción casi imperceptible que Obi-Wan recordaba muy vívidamente de su último enfrentamiento.
—Esta vez lo haremos juntos —le dijo Obi-Wan en voz baja a Anakin. Esperaba que su antiguo aprendiz le hiciera caso. No podían darse el lujo de perder.
Para su sorpresa, Anakin asintió levemente con la cabeza.
—Estaba a punto de decir lo mismo.
«Quizás haya aprendido más de lo que creía». Obi-Wan cambió de posición, anticipando el siguiente movimiento.
—¡Busquen ayuda! —dijo Palpatine con urgencia, detrás de ellos—. No son rivales para él. Es un Lord Sith.
«¿Y dónde piensa que podríamos pedir ayuda, canciller?». Obi-Wan le sonrió a Palpatine para tranquilizarlo.
—Los lores Sith son nuestra especialidad, canciller.
Al mismo tiempo que Obi-Wan y Anakin encendían sus sables láser, el conde Dooku saltó desde el balcón. Cayó con comodidad, y Obi-Wan sintió el lado oscuro de la Fuerza concentrándose alrededor de él.
—Sus espadas, por favor, Maestros Jedis. Comportémonos frente al canciller.
Obi-Wan y Anakin lo ignoraron. Con los sables láser listos se acercaron a él. Cuando Dooku fue por su propia espada láser, lo embistieron. Dooku los recibió con una sonrisa burlona.
—No crean que porque son dos tienen ventaja —dijo.
El conde Dooku tenía bien ganada su reputación como maestro del antiguo estilo de esgrima con sable láser. Incluso con Anakin y Obi-Wan asediándolo juntos, él parecía relajado. Los jedis usaron todos los trucos que sabían, arremetiendo y atacando desde lugares inesperados. Dooku bloqueó todo. «Al menos no tiene más suerte que nosotros cuando intenta golpearnos», pensó Obi-Wan. «Eso es una mejora importante desde la última vez».
Anakin parecía estar pensando algo similar. En un respiro entre intercambios brutales, dijo con una sonrisa amenazante:
—Mis poderes se han duplicado desde la última vez que nos vimos, conde.
«No, Anakin —pensó Obi-Wan—, no lo provoques. La ira alimenta el lado oscuro». Si algo no necesitaban era que el poder de Dooku fuese incluso más fuerte de lo que ya era.
—Bien —dijo el conde con calma—. Doble la soberbia, doble la fuerza de la caída. He esperado esto con ansias, Skywalker.
A pesar de la confianza del conde, los dos jedis lentamente lo forzaron a retroceder. Cuando los superdroides se cruzaban en su camino, los eliminaban de un sablazo. Finalmente, llegaron al primer conjunto de escalones que llevaban al balcón. Cuando el conde comenzó a subir, Obi-Wan se retiró y corrió hacia el segundo conjunto de escalones para atacarlo desde atrás. Mientras subía las escaleras, eliminó a dos de los superdroides de combate.
«No puede pelear en dos direcciones al mismo tiempo», pensó Obi-Wan cuando se acercaba por detrás del conde. «Si podemos…».
El conde Dooku giró un poco y levantó una mano. Una ráfaga de poder oscuro elevó a Obi-Wan y lo asfixió. Quiso recurrir a la Fuerza para contrarrestar a Dooku, pero el ataque había sido demasiado repentino. Vio a Dooku darse vuelta y patear a Anakin con todo su peso. Anakin cayó hacia atrás, y Dooku arrojó a Obi-Wan por el borde del balcón.
Obi-Wan cayó al piso de abajo y quedó tirado ahí semiinconsciente. A la distancia, sintió una perturbación en el lado oscuro y entonces un trozo grande del balcón se precipitó hacia él. Su último pensamiento antes de quedar inconsciente fue: «ahora todo depende de Anakin».
Al mismo tiempo que el balcón colapsaba sobre Obi-Wan, Anakin se abalanzó sobre el conde y lo tiró de una patada por el borde, luego lo siguió. Quería ir corriendo a la pila de escombros que enterraban a Obi-Wan, pero sabía que no podía. «Ahora todo depende de mí. No le puedo dar a Dooku ni la más mínima oportunidad». Trató de concentrarse en Dooku, pero su miedo por la vida de Obi-Wan lo perturbaba.
Dooku sonrió y respondió a los pensamientos de Anakin.
—Percibo mucho temor en ti, Skywalker. —Negó con la cabeza, como si Anakin fuera un estudiante particularmente lento—. Tienes poder, tienes ira… pero no los usas.
«Y no lo haré», se dijo a sí mismo Anakin. «Ese es el camino hacia el lado oscuro». Haciendo su miedo a un lado, intentó olvidar el balcón que aplastaba a Obi-Wan y la expresión tensa del canciller mientras miraba la batalla que podía decidir su suerte. Anakin se obligó a enfocarse en la pelea, únicamente en la pelea.
Todos los superdroides de batalla habían sido eliminados; sólo quedaban Anakin y Dooku. Pelearon por toda la extensión de la habitación, sin que ninguno de los dos pudiera lograr una ventaja. «Es viejo», pensó Anakin. «Quizá simplemente, yo pueda durar más que él». Pero el poder del lado oscuro fluía alrededor de Dooku, impidiendo esa posibilidad. El lado oscuro mantendría activo a Dooku por todo el tiempo que él necesitara. «¿Qué voy a hacer? Debo vencerlo, de lo contrario Obi-Wan y el canciller estarán muertos. Y también lo estaré yo…».
Detrás de él, escuchó al canciller Palpatine que decía algo en voz alta, tratando de que lo escucharan por sobre el choque y el zumbido de los sables láser.
—¡Usa tus sentimientos agresivos, Anakin! llama a tu ira. Enfócala, ¡o no tendrás ninguna chance contra él!
Anakin dudó. El canciller no era jedi; no podía saber sobre los peligros del lado oscuro. Sólo le importaba salir vivo de ahí. «Sólo estoy yo para hacerlo». Sin duda podía arriesgarse a usar el lado oscuro sólo por esa vez, para salvar al canciller y a Obi-Wan. Miró a Dooku y se permitió sentir las emociones que había estado manteniendo bajo estricto control.
La ira fluyó a través de él. Este era el hombre que lo había menospreciado, que había secuestrado a Palpatine y casi matado a Obi-Wan, quien había amputado su mano y tratado de que ejecutaran a Padmé. Anakin usó su furia como normalmente usaba la Fuerza, dejando que guiara su sable láser. Se movió cada vez más y más rápido y luego su espada láser descendió y cercenó las manos de Dooku.
Inclinándose hacia adelante, Anakin atrapó en el aire el sable láser del conde. La ira todavía fluía por sus venas. Apoyó las dos espadas contra el cuello de Dooku, agitado por el esfuerzo de mantenerse bajo control.
—Muy bien, Anakin, muy bien —dijo Palpatine, que sonreía con alivio—. Sabía que podías hacerlo. —Anakin sintió que comenzaba a relajarse, al oír el sonido de esa voz amable y familiar. Luego Palpatine dijo—: Mátalo. ¡Mátalo ahora!
Anakin miró fijo al canciller, anonadado. Dooku parecía igual de estupefacto.
—Acaba con él, Anakin —repitió Palpatine.
Anakin tragó con fuerza, peleando contra la ira que todavía ardía en su interior.
—No debo…
—Hazlo —le ordenó el canciller.
Dooku intentó hablar, pero las manos de Anakin ya se estaban moviendo. Los sables láser atravesaron el cuello del conde con facilidad. Perturbado, Anakin fijó la mirada en el cuerpo decapitado. «No pude detenerme. No pude…». Desactivó los sables láser preguntándose qué había querido decir Dooku.
—Hiciste bien, Anakin —dijo Palpatine—. Era demasiado peligroso para que siguiera con vida.
—Era un prisionero desarmado —dijo con amargura Anakin. Miró a Palpatine con reproche y se dio cuenta de que el canciller todavía estaba atado a la silla del general. Utilizó la Fuerza y desactivó los amarres de energía. «Por supuesto que el canciller no entiende», se dijo a sí mismo. Palpatine no era un jedi. Además, había estado atrapado y debió parecerle que la única forma de ser liberado era que Anakin matara a Dooku. Aun así, Anakin trató de explicarle—. No debería haber hecho eso, canciller. Va en contra de las enseñanzas jedi.
Palpatine se puso de pie mientras se frotaba las muñecas.
—Pero es algo natural. Él te amputó el brazo y tú querías venganza. No es la primera vez, Anakin.
Anakin negó con la cabeza. Sabía lo que quería decir Palpatine. Cuando los moradores de las arenas habían matado a su madre, él los había masacrado a todos: hombres, mujeres y niños. De tanto en tanto, soñaba con los niños. Palpatine y Padmé eran los únicos que sabían sobre la venganza que había llevado a cabo. Padmé se había horrorizado tanto por el dolor de Anakin como por lo que había hecho; Palpatine había calificado las muertes como «lamentables». Ninguno podía realmente entender cómo se sentía un jedi por ello. Y él no podía contarle a otro jedi, ni siquiera a Obi-Wan. Sobre todo menos que menos a Obi-Wan.
El canciller asintió con la cabeza, como si entendiera lo que Anakin estaba pensando, pero todo lo que dijo fue:
—Ahora debemos irnos.
Y como para remarcar las palabras del canciller, el piso comenzó a inclinarse debido a un cambio en los generadores de gravedad. Anakin corrió hacia los escombros del balcón donde estaba enterrado Obi-Wan. Usando la Fuerza, levantó la maraña de restos y la corrió a un costado, luego se arrodilló para revisar a su amigo. «No hay huesos rotos, su respiración es normal». Anakin suspiró con alivio.
—¡No hay tiempo! —exclamó Palpatine con urgencia, mientras escalaba los escalones hacia el ascensor—. Déjalo o nunca lograremos salir.
—Su destino es el nuestro —respondió Anakin en voz baja. Nunca más volvería a perder a alguien que amaba, como había perdido a su madre. Se agachó y colocó el cuerpo inconsciente de Obi-Wan sobre sus hombros. Tambaleó por el peso, luego recuperó el equilibrio y se dirigió con determinación hacia los ascensores.