GAUDÍ, EL MAESTRO MASÓN INICIADO

Masonería en la obra de Gaudí

Para quien se pregunte sobre la masonería y su origen, remontémonos a sus comienzos en la historia para poder comprenderla.

Por lo general, los albañiles constructores de las grandes catedrales llegaban al emplazamiento de la obra procedentes de diferentes países o de diferentes partes del país. Lo primero que edificaban era la logia, el taller donde iban a vivir durante años. Allí guardaban las herramientas, formaban a sus aprendices y transmitían sus instrucciones y sus técnicas gremiales en un entorno vetado a las personas que no hubieran pasado por una ceremonia de iniciación, en la que debían jurar fidelidad a la logia para que esos conocimientos no fueran más allá del círculo de la construcción.

Las logias eran escuelas profesionales y técnicas donde se enseñaba cálculo, geometría, física, a leer los planos, etcétera, en un tiempo en que la mayoría de la gente era analfabeta.

En ellas, los constructores podían hablar libremente entre hermanos de cofradía gremial, sin reparos, ya que todos pertenecían al mismo gremio. Las grandes obras arquitectónicas, cuya construcción duraba muchos años, requerían una organización precisa y reglamentada que establecía una rígida jerarquía. Debido a ello, los albañiles constituían un gremio perfectamente organizado y muy exclusivo, en el que la experiencia de cada uno determinaba los conocimientos a los que podía aspirar.

Un maestro albañil dirigía la logia, y en cada una de ellas trabajaba una docena de albañiles o masones de diferentes categorías: maestros, compañeros y aprendices.

La admisión en el gremio exigía haber nacido libre y ser de buenas costumbres. En su rito de iniciación, el aprendiz recibía un signo de honor con el que debía marcar todas sus obras: los signos lapidarios. Esto duró hasta el siglo XVI.

Después de la masonería operativa (constructiva) llegaron los masones adoptados. Durante el siglo XVII y principio del XVIII, se dio un período de transición en el que las sociedades masónicas fueron admitiendo miembros honoríficos, los llamados «aceptados», cuyas profesiones eran diferentes de las propias de la construcción.

La decadencia de las técnicas de cantería mediante el ensamblaje de piedras y la generalización de otras técnicas de construcción más sencillas supuso la paulatina desaparición de las logias de cantería. De ese modo, algunas logias fueron aceptando a miembros profanos hasta llegar a tener a todos sus miembros sustituidos por masones desvinculados de la actividad constructiva.

La pertenencia a este tipo de logias tuvo una gran aceptación entre las muchas personas que necesitaban disponer de un lugar de reflexión libre de dogmatismos y restricciones.

Cada vez era mayor el número de estos aceptados, mientras el elemento operativo fue paulatinamente eliminado y, poco a poco, los aspectos meramente técnicos de la masonería operativa se fueron convirtiendo en algo anacrónico.

En 1717 aparece la masonería especulativa; se considera el inicio en esta fecha, ya que fue el 24 de junio de ese año cuando en Londres se creó la Gran Logia de Inglaterra, que unía cuatro logias de miembros exclusivamente profanos. Para dotarse de un cuerpo de derecho, inmediatamente encargaron la redacción de unos estatutos constituyentes a dos pastores protestantes: James Anderson y Teófilo Desaguliers. En 1723 se publicó la primera edición de lo que sería conocido como las Constituciones de Anderson, que se convirtió en la carta magna de la masonería universal hasta nuestros días. Este documento es el eslabón simbólico entre la masonería operativa de los antiguos albañiles y canteros, y la masonería especulativa, que pasaba a ser como talleres de la arquitectura interior de las personas. Las Constituciones de Anderson es el documento más relevante de la masonería, ya que la ordena, organiza, estructura y reglamenta.

Los masones se reconocían como hermanos y defendían la igualdad de todos los miembros. Por la tolerancia, la fraternidad y la libertad intentaron aminorar los desmanes de su época, protagonizada por los fanatismos y las guerras de religión.

¿Hay indicios de un Gaudí masón o cercano a la masonería? Demasiados, diría yo. Toda su obra está plagada de un simbolismo masónico y sus allegados más cercanos también se acercaron a la masonería. Incluso sus obras menores, sus facturas y hasta en su muerte se aprecia ese simbolismo masónico que siempre lo acompañó.

Quien no lo vea es porque, sencillamente, no le apetece verlo. Pero ese simbolismo tan cercano demuestra a las claras que Gaudí sí se topó con la masonería, de una forma u otra, y que nunca tuvo reparo en incluir esa simbología en su obra, quién sabe si incluso como tapadera de algo más profundo.

Cardenal Casañas

Mientras se procedía a la colocación de las figuras volátiles en las peanas de los tres pórticos de la Sagrada Familia, comenzaron a llover los rumores de que los símbolos visibles eran demasiado paganos, como en el caso de las columnas sostenidas por tortugas atlantes, el ojo masónico de las alturas o la cueva iniciática en la que se aprecia a un Gaudí barquero.

Un sector de la ciudadanía consideraba irreverentes estas figuras. Gaudí dijo a la prensa que sus símbolos «representaban la vida, en homenaje a la naturaleza creada por el Sumo Hacedor». Sin embargo, las críticas no remitían y Gaudí fue llamado a las oficinas del obispado para dar todo tipo de explicaciones.

En el propio arzobispado se habló incluso de detener las obras de la Sagrada Familia, si las explicaciones de Gaudí no convencían. Éste tuvo, entonces, que dar a todos sus símbolos la interpretación más religiosa y católica que pudo encontrar. Y al parecer se aclaró todo y se desvanecieron los equívocos.

Una de las últimas frases de aquella entrevista fue la pronunciada por el cardenal Casañas (1834-1908), que acabó preguntando al maestro:

—¿Usted ama el templo de la Sagrada Familia?

—Sí, eminencia —contestó Gaudí al cardenal Casañas con tono vehemente.

—Eso basta, no quiero saber más. Siga usted dirigiendo las obras.

Desde entonces la explicación religiosa «oficial» es la que se sigue dando en los libros turísticos, argumentando algunos que eso fue lo que dijo Gaudí durante la entrevista con el cardenal Casañas. Cualquiera les lleva la contraria.

Alfa y omega

El alfa y el omega, el principio y el fin, es un tema propio de la teosofía iniciática. La primera y la última letra del alfabeto griego. La α se relaciona con el compás en la masonería, y la Ω con la lámpara, el fuego de la destrucción apocalíptica.

Un alfa y omega positivo, apuntando hacia arriba, y uno negativo, apuntando hacia abajo, que significa «lo que es arriba, es abajo» (una de las siete leyes herméticas del Kybalión), fueron realizados por Subirachs y colocados en la fachada de la Pasión de la Sagrada Familia.

Laberinto

El laberinto de los iniciados de la fachada de la Pasión, similar al de Chartres, es propio de cualquier sociedad iniciática. El recorrido por el laberinto (el «perderse para encontrarse») no tiene otro objetivo que el de captar su sentido y significado, y éste sólo se encuentra en el propio centro, en su corazón, donde se halla la clave, la llave, que da acceso a los estados superiores o a otras lecturas más universales de uno mismo. Es una suerte de entrada en el inframundo, del cual solamente se puede salir si se encuentra la clave del camino del laberinto.

El laberinto es una constante en la obra de Subirachs y responde al conocimiento que tiene del mundo clásico: el antiguo mito del palacio de Creta que Dédalo construyó para el Minotauro. Para la masonería, forma parte del ritual de iniciación, en el que hay que perderse para encontrar el verdadero camino.

Laberinto de Subirachs.

Cuadrado mágico

Los cuadrados mágicos son distribuciones de números en celdas que se disponen formando un cuadrado, de tal forma que la suma de cualquiera de las filas, de cualquiera de las columnas y de las dos diagonales principales dé siempre el mismo resultado. Al número resultante se le denomina «constante mágica».

Si el cuadrado mágico tiene tres filas y tres columnas, es decir, nueve casillas y por lo tanto nueve números, se denomina «cuadrado mágico de orden tres».

Si el cuadrado mágico tiene cuatro filas y cuatro columnas, es decir, dieciséis casillas y dieciséis números, se denomina «cuadrado mágico de orden cuatro».

Si el cuadrado mágico tiene cinco filas y cinco columnas, es decir, veinticinco casillas y veinticinco números, se denomina «cuadrado mágico de orden cinco».

En general, si el cuadrado mágico tiene n filas y n columnas, es decir, n2 casillas y n2 números, se denominará «cuadrado mágico de orden n».

No existen cuadrados mágicos de orden dos.

El origen de los cuadrados mágicos es muy antiguo, anterior a la era cristiana. Una leyenda china cuenta que, alrededor del año 2200 a. J.C., el emperador Yu vio a las orillas del río Amarillo un cuadrado mágico grabado en el caparazón de una tortuga. Se le llamó «Lo-Shu» y se le atribuyeron propiedades mágicas y religiosas.

En Occidente, los cuadrados mágicos aparecen por primera vez en el año 130 d.J.C. en los trabajos del astrónomo griego Teón de Esmirna.

En la Edad Media, los cuadrados mágicos se usaron en Europa para predecir el futuro, curar enfermedades y como amuletos para prevenir plagas y maleficios. En algunas cortes europeas se llegó a grabar cuadrados mágicos en los platos para prevenir posibles envenenamientos de los comensales. Cornelio Agrippa (1486-1535), en su obra filosofía oculta, los llamó «tabula in abaco».

En el Renacimiento, los cuadrados mágicos se estudiaron desde el punto de vista matemático, y varios científicos y artistas los usaron como ilustraciones para sus obras. Durero (1471-1528), en su grabado Melancolía, incluyó un cuadrado mágico de orden cuatro, con una constante mágica de treinta y cuatro. Además, las dos cifras centrales inferiores (15 y 14) forman 1514, el año en que Durero realizó la obra. En el grabado de Durero, cómo no, aparecen esferas y compases, propios de la masonería operativa.

Con el paso del tiempo, científicos y matemáticos fueron estudiando las propiedades matemáticas de estos cuadrados. Benjamin Franklin (1706-1790) dedicó mucho tiempo a estudiarlos y crearlos.

El cuadrado mágico que Subirachs colocó en la fachada de la Pasión de la Sagrada Familia, se encuentra junto al grupo escultórico del Beso de Judas. La constante que se obtiene al sumar las cuatro filas, las cuatro columnas y las dos diagonales de este cuadrado es treinta y tres. Pero también los cuatro números en los vértices del cuadrado suman treinta y tres, al igual que los cuatro números centrales; lo mismo ocurre en un total de trescientas diez de las mil ochocientas veinte posibles combinaciones de cuatro números tomados de entre esos dieciséis.

Subirachs modificó el cuadrado mágico de Durero, restando una unidad en cuatro casillas, una de cada fila y de cada columna. De ese modo consiguió su nuevo cuadrado «casi mágico» de suma treinta y tres. El cuadrado mágico que sumado en horizontal, vertical, cuartos o diagonales siempre nos da el número treinta y tres.

Recordemos que una de las fuentes de la masonería es la cábala, y que treinta y tres son los caminos para llegar hasta el Gran Arquitecto del Universo (de ahí los treinta y tres grados del Rito Escocés Antiguo y Aceptado). Treinta y tres también era, según la tradición cristiana, la edad que tenía Cristo cuando murió crucificado, aunque demostraremos que eso es un error.

Aunque oficialmente muchos opinan que Jesús de Nazaret murió a la edad de treinta y tres años, el dato es erróneo, pues el ajuste del calendario realizado por Dionisio el Exiguo hizo que se perdieran siete años de nuestro calendario universal, lo que obliga a afirmar que Jesús falleció a los cuarenta años.

En el año 525, el papa Juan I (cuyo pontificado duró del 523 al 526) encargó a Dionisio establecer como año primero de la era cristiana el del nacimiento de Jesús. El problema es que Dionisio se equivocó en unos siete años al datar el reinado de Herodes I el Grande, por lo que dedujo que Jesús había nacido en el año 753 a. u. c. (desde la fundación de Roma), cuando debió de suceder hacia el 748 a. u. c. Con el cálculo de Dionisio, Herodes llevaba siete años muerto cuando Jesús nació «oficialmente».

Ab urbe condita (AUC o a. u. c.) es una expresión latina que significa «desde la fundación de la ciudad», es decir, «desde la fundación de Roma», lo que se sitúa tradicionalmente en el año 753 a. J.C. Por lo tanto, el año 1 de la era cristiana equivale al año 754 ab urbe condita. Esta expresión era utilizada por los ciudadanos de Roma para la datación de sus hechos históricos.

Que se sepa, hay dos copias más en toda España de estos famosos cuadrados mágicos. Una en Madrid, en la iglesia parroquial de Nuestra Señora de Europa, inaugurada en 1997 en el paseo del doctor Vallejo-Nájera, esquina con la calle de Arganda. Y otra en una mansión de la zaragozana villa de Uncastillo.

Cuadrado mágico de Subirachs.

Grado 18, Rosacruz o grado del pelícano

En el grado 18 o Rosacruz de la masonería es cuando los masones estudian el símbolo de la caridad: un pelícano con la joya y el mandil distintivo, entre las piernas del compás, rodeado de siete polluelos y en actitud de picotearse el pecho para alimentarlos.

Cómo no, este símbolo también se encuentra en la Sagrada Familia, en el portal de la Caridad de la fachada del Nacimiento, junto la base del ciprés. Se halla sobre una base triangular decorada con el huevo rojo de María Magdalena, inscrito con el JHS o IHS; una especie de pira funeraria, sobre la que el pelícano se alza, cual ave fénix, por encima de sus dos crías.

La inscripción IHS o JHS corresponde a la abreviatura del nombre de Jesús en letras griegas mayúsculas: IHSOUS. La I es la letra griega iota (nuestra i latina, que se escribe igual), la eta, que se escribe en mayúscula como nuestra H (se transcribe y se pronuncia e) y la sigma (nuestra s). La forma JHS se produce simplemente por el cambio de la I a la J. Sin embargo, para la masonería esa abreviatura significa Isis Horus Seth.

El conjunto escultórico del ciprés mencionado, símbolo de la inmortalidad, situado en el centro de la fachada, incluye el pelícano con sus crías (símbolo del grado 18, grado Rosacruz o grado del pelícano) una Tau templaria en lo alto, y dos escaleras de siete peldaños, que ascienden desde la base a la copa.

Se trata de dos ejemplos de la escalera de Jacob, que, para la masonería, es el emblema de las virtudes y las cualidades espirituales del alma.

Esta escalera tiene siete peldaños, que corresponden a los siete planetas, y representan el progreso, o la elevación progresiva, del hombre en sucesivos estados de conciencia, desde lo material a lo divino.

Los siete peldaños o puertas de la escalera se consideran formados, respectivamente, de plomo, cobre, hierro, estaño, amalgamas, plata y oro, en correspondencia con los siete planetas que dominan sobre estos metales y las virtudes de la prudencia, la templanza, la fortaleza, la justicia, la fe, la esperanza y la caridad.

El simbolismo de la barca

El simbolismo de la barca, ya desde el Renacimiento, ha sido asociado a la iniciación en una sociedad secreta. Este símbolo hasta lo usó Leonardo en alguno de sus cuadros. Para la masonería, la barca es el comienzo del viaje.

La cueva, otro de los símbolos iniciáticos, que ya fue usado en su momento por Platón en su República, representa, en su significado esotérico, que el individuo se halla en el interior de la tierra oscura. Se penetra en ella para abandonar la claridad de la vida corriente (de la mente habitual) y adentrarse en lo desconocido de uno mismo (el inconsciente, las emociones latentes o reprimidas, el pensamiento automático, los traumas, las energías internas que generalmente pasamos por alto, los temores, etcétera).

Las iniciaciones antiguas (prehistóricas y/o mitológicas) se realizan en el interior de cuevas, cavernas o antros. Entrar en la cueva equivale simbólicamente a entrar en la parte oscura de uno mismo, o incluso darse cuenta (siguiendo a Platón) que hasta ese momento se ha vivido de una manera bastante caótica en un mundo de sombras.

La fachada del Nacimiento de la Sagrada Familia fue concebida por Gaudí en vida. El que está subido a una barca en el portal de la Esperanza y pasa por detrás de una caverna no es otro que, ni más ni menos, ¡el genial Gaudí!

Signos del Zodíaco

Situados sobre el conjunto escultórico de la fachada de la Encarnación o del Nacimiento, en la Sagrada Familia, encontramos los seis primeros signos del Zodíaco, de Aries a Virgo. Aries, conocido también como el cordero reparador por los mitólogos, es el símbolo de la fuerza, porque al entrar en él, el Sol empieza a ser más fuerte y más caliente. Tauro, símbolo del trabajo, es el sitial que constituye la piedra más nueva en el recinto masónico. El iniciado aprendiz, como la naturaleza aún informe, estéril o muerta, es la piedra bruta que se va a desbastar. Es el hombre ignorante e inculto, en su estado natural de barbarie y superstición. Géminis son dos, materia y espíritu, ése es el significado de los gemelos. En la constelación de Cáncer, el masón recibe más luz de la que obtuvo en los signos inferiores. Es la imagen de la piedra cúbica, de la naturaleza formada, fértil, que produce espigas, trigo, vino. Al pasar por el verano, Leo recibe la plenitud de la luz; el masón se convertirá en un cometa con una cabellera luminosa. Tal como ocurre en la naturaleza, la luz que recibió el iniciado hace que éste dé los frutos anhelados. Virgo, el sitio donde la virgen sostiene en su mano una espiga floreciente, es el símbolo que anuncia el comienzo del tiempo de la cosecha.

Los signos del Zodíaco se encuentran en los techos de la mayoría de las logias masónicas de todo el mundo. Catedrales con connotaciones esotéricas, como las de Amiens, Chartres o Jaca, incluyen los signos del Zodíaco en la simbología de sus fachadas. Y cómo no, la Sagrada Familia de Gaudí no podía ser menos. Se encuentran en el pórtico de Caridad de la fachada del Nacimiento.

Columnas salomónicas

El portal de la Caridad de la Sagrada Familia muestra en su entrada dos columnas: la columna J (con palabra IOSEP escondida a la mitad de su recorrido), también llamada la «columna de los compañeros»; y la columna B (palabra MARIA con una M inicial ladeada y destacada para que se aprecie que en realidad es una B), la llamada «columna de los aprendices». Dicho de una forma clara y concisa, quien atraviesa la entrada entre estas columnas de la Sagrada Familia pasa bajo Jakin y Boaz, las columnas masónicas del Templo de Salomón. J y M, a su vez, son las iniciales del último gran maestre templario, Jacques de Molay.

Dos tortugas atlantes sostienen esas dos columnas retorcidas (similares a las del pilar del aprendiz de la capilla de Rosslyn). La fuerza sobre la que descansa el cosmos. Una tortuga es palmípeda, de mar, mientras que la otra tiene uñas; es de tierra.

El uso de los «nombres» masones Jakin y Boaz se inicia en el relato bíblico del Templo del rey Salomón. El maestro constructor del Templo de Salomón fue Hiram Abiff, una figura prominente en los rituales masónicos. Los versículos 1 Reyes 6:1-38, 1 Reyes capítulos 7 y 8, detallan las dimensiones, la construcción y la dedicación del Templo bajo Salomón. Un pasaje describe, en concreto, los dos pilares que se erigen en el pórtico del Templo del rey Salomón:

15 Para el enyesado dos pilares de bronce. Tenía cada una dieciocho codos de alto y un hilo de doce codos era el que podía rodear cada una de las columnas.

16 Hizo también dos capiteles de fundición de bronce, para que fuesen puestos sobre las cabezas de los pilares; la altura de un capitel era de cinco codos, y la del otro capitel también de cinco codos.

17 Había trenzas a manera de red, y unos cordones a manera de cadenas, para los capiteles que se habían de poner sobre las cabezas de las columnas; siete para cada capitel.

18 Hizo también dos hileras de granadas alrededor de la red, para cubrir los capiteles que estaban en las cabezas de los pilares con las granadas; y de la misma forma hizo en el otro capitel.

19 Los capiteles que estaban sobre los pilares en el pórtico, tenían forma de lirios, y eran de cuatro codos.

20 Tenían también los capiteles de los dos pilares, doscientas granadas en dos hileras alrededor en cada capitel, encima de su globo, el cual estaba rodeado por la red.

21 Y creó los pilares en el pórtico del templo, y erigió la columna derecha, y llamó su nombre Jakin, y alzando la columna izquierda, llamó su nombre Boaz.

22 Y puso en las cabezas de las columnas tallado en forma de lirios, y así se acabó la obra de las columnas.

1 Reyes, capítulo 7

Por esta razón, Jakin y Boaz tienen un lugar destacado en los edificios, monumentos y documentos masónicos. 

La unión de los dos pilares sirve para generar un tercer pilar, uno en el medio, que esotéricamente representa al hombre y a la humanidad. En las enseñanzas cabalísticas, Jakin y Boaz representan los dos pilares del sefirot, el Árbol de la Vida.

Una de las columnas sostenida por tortugas atlantes.

El delta luminoso de la masonería

El Ojo de la Providencia es un símbolo común en la masonería, aunque cabe señalar que no sólo los masones han usado este símbolo. El Ojo de la Providencia se representa como un ojo que suele estar contenido en un triángulo y, por lo general, con rayos de luz que emanan de él. Para algunos albañiles y para algunas otras personas y grupos, el Ojo de la Providencia es un símbolo de la vigilancia de Dios sobre el mundo y sobre el pueblo de la tierra.

El «ojo que todo lo ve», el que representa al Gran Arquitecto del Universo, se encuentra en el portal de la Fe de la fachada del Nacimiento de la Sagrada Familia.

La imagen resulta tan incómoda para el clero que en los libros turísticos sobre la Sagrada Familia la fotografía de este símbolo no suele incluirse.

El mismo portal de la Fe muestra a un Jesús joven trabajando con el cincel y el martillo, herramientas propias de un masón constructor.

Delta luminoso del Gran Arquitecto del Universo, el llamado Ojo de la Providencia.

Masonería cristiana

¿Masonería cristiana? El término en sí mismo parece un oxímoron. Pero si en el espejismo del desconocimiento semejante término suena a contradictio in terminis, una revisión de las fuentes históricas de la orden puede borrar toda sonrisa irónica. La masonería es cristiana por naturaleza. Siempre lo fue, hasta que la revuelta andersoniana de 1717 deformó la tradición, legándonos una masonería deslavada y llena de referencias foráneas, ajenas a su original espíritu. Como se sabe, la palabra «masón» proviene del francés y hace referencia al albañil, el constructor que erigía muros en la Edad Media. La maestría del arte de la albañilería medieval puede observarse aún hoy en la magnificencia de las catedrales góticas de Europa. Esos hombres que se consagraban a la construcción de templos para la adoración del Dios Uno y Trino no podían ser otra cosa que cristianos, como bien consta en los textos masónicos más antiguos de los que se tiene noticia: el manuscrito Regius, de 1390; el manuscrito Cooke, de 1410; el manuscrito Grand Lodge n.º 1, de 1583; el Iñigo Jones, de 1607 (o 1655, según algunos estudiosos), y el manuscrito Dumfries n.º 4, de 1710. Todos estos escritos fundacionales son muy anteriores a las desviaciones de la llamada «masonería especulativa» y no dejan lugar a dudas de que han sido redactados por puño y letra cristianos, hecho que también queda probado por el contenido de fe explícito en ellos.

La masonería es el arte de erigir templos a la Santísima Trinidad. Pesa en la conciencia de muchos hermanos masones que, en un arrebato libertario, no quisieron ver que en la Iglesia, con todos sus defectos y errores, existe un poder espiritual que la ha sostenido a lo largo de los siglos a pesar de las desviaciones de los hombres que la integran. ¿Y por qué el masón quiere edificar para Dios como Salomón? Porque la Iglesia es el hombre nuevo regenerado en Jesús. Cuando san Pablo dice que «vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo, que mora en vosotros» (1 Corintios 6:19), ¿no está diciendo dónde hallar a Dios? Si el masón busca lo divino y desea erigirle un templo para su justa adoración, ¿dónde sino en sí mismo debe levantarlo? Pero la fuerza para la titánica obra no le viene de su razón ni de su tenue voluntad. Esa fuerza proviene de la fe, de la esperanza y de la caridad, los tres puntos del delta infundidos por Dios en el alma del creyente. 

Cuatro de cada diez masones españoles (el 38 por ciento) se declaran cristianos, según el segundo «barómetro masónico» elaborado por la Gran Logia de España, basado en la metodología del barómetro del Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS). El 14,5 por ciento se dice dentro de la Iglesia romana.

Además, los resultados muestran que el 41,5 por ciento de los masones en España se consideran personas «espirituales sin adscripción a ninguna religión»; un 5 por ciento, hindú; un 2,2 por ciento, budista; un 1,3 por ciento, judío; un 0,6 por ciento, ortodoxo, y un 0,4 por ciento, anglicano. Por otro lado, un 4,1 por ciento se declara no creyente, y el 1,9 por ciento, ateo.

A finales del siglo XIX y comienzos del XX existían muchas logias cristianas esparcidas por Cataluña y el sur de España.

¿Pudo ser Gaudí masón y cristiano al mismo tiempo? Por supuesto; hasta hoy en día, no hay nada que lo contradiga.

Epitafio de la Resurrección en la Sagrada Familia

Muy pocos conocen que el epitafio que aparece en la tumba de Gaudí en la Sagrada Familia no es en realidad el que el propio maestro había concebido para su tumba.

Gaudí había dejado por escrito que en su lápida debía figurar el siguiente epitafio: «Eadem mutata resurgo», que traducido del latín quiere decir: «Aunque cambiado, resurgiré». Además, Gaudí quería que en su epitafio figurara la espiral logarítmica.

Este lema, en realidad, ya lo habían usado otros grandes maestros de la historia, entre ellos otro gran iniciado, Leonardo Da Vinci.

El último deseo de Gaudí no se llegó a cumplir porque las autoridades eclesiásticas consideraron ese lema pagano y hereje, y se acabó cincelando el actual: «… hinc cineres tanti hominis, resurrectionem mortuorum expectant», («… las cenizas del gran hombre, la resurrección de los muertos esperan»), algo más católico y ortodoxo.

Lápida de Gaudí

Gaudí está enterrado en la capilla de Nuestra Señora del Carmen de la cripta de la Sagrada Familia. Isidre Puig, en su libro El temple de la Sagrada Família, presenta las palabras que rezan en la lápida del maestro:

Antonius Gaudí Cornet. Reusensis. Annos natus LXXIV, vitae exemplaris vir, eximiusque artifex, mirabilis operis hujus, templi auctor, pie obiit Barcinone dit X Junii MCMXXVI, hinc cineres tanti hominis, resurrectionem mortuorum expectant. R.I.P.

¿A quién se le ocurriría colocar una virgen sobre una escuadra acabada en una cruz?

Esta imaginería se encuentra sobre una tumba. ¿La de quién? ¿Y qué hace esta escuadra de veinticuatro pulgadas en la tumba de Gaudí?

Apréciese la escuadra por debajo de la figura de la Virgen María. Pretende ser la montaña de la asociación que encargó la obra a Gaudí, pero el significado real está demasiado claro.

Las facturas de Gaudí

Gaudí conformó una factura de Mariano Palós, desde su taller de carpintería, y la presentó al Ayuntamiento de Barcelona por la reforma de las molduras de los arcos del Saló del Consell de Cent, en enero de 1888.

La factura conformada es un título de valor que emite el vendedor en razón de una compraventa a crédito, y se requiere que el comprador preste su conformidad respecto a la recepción de los bienes o mercaderías detalladas en el título. Sería lo más parecido a una factura proforma.

finalmente, los trabajos previstos con motivo de la Exposición Universal de 1888 fueron otorgados a Domènech i Montaner.

En las facturas conformadas de Gaudí tenemos una maravillosa sorpresa en la cabecera, un símbolo fácilmente reconocible: el del compás y la escuadra.

El enigma del metro

En el año 1790, la Academia de las Ciencias de París encomendó la definición de una nueva medida de longitud universal a un comité que incluía a masones como Cassini, Borda y Condorcet y a los astrónomos Pierre Méchain y Jean-Baptiste Delambre. Méchain y Delambre tomaron como referencia el meridiano cero, que desde los tiempos de Ptolomeo atravesaba París, y se prolongaba desde Dunkerque hasta Barcelona.

Para los cálculos del metro se necesitaban triangulaciones. El nombre de metro proviene del griego metron, que significa «medida». Para esta medida se necesitaba saber la longitud total del meridiano (teniendo en cuenta el achatamiento por los polos, pues la tierra es un elipsoide de revolución), para después definir el metro como la diez mil millonésima parte del cuadrante de un meridiano terrestre.

En España, el metro se implantó el 15 de abril de 1848. A este país le siguieron Chile (1848), Argentina (1863) y México (1857).

Méchain y Delambre tuvieron que enfrentarse a multitud de problemas. En primer lugar, los de carácter no científico: problemas derivados de la Revolución francesa, la guerra franco-española, y las intrigas y envidias de otros científicos que se oponían a su plan. En segundo lugar, los problemas surgidos de la complejidad del trabajo a realizar. El método elegido para medir la porción entre Dunkerque y Barcelona del meridiano que pasa por París es el de la triangulación, que ya se utilizaba desde el Renacimiento.

En lugar de medir miles de kilómetros, midieron los ángulos de una sucesión de triángulos adyacentes, y por operaciones geométricas elementales calcularon los lados de los triángulos para determinar así la longitud del meridiano. Utilizaron triángulos de treinta kilómetros de longitud y emplearon noventa de estos triángulos para medir el meridiano. Sin embargo, estas triangulaciones sólo alcanzaban los cuarenta grados, y siempre se debían realizar a nivel del mar, pues es el punto más bajo del arco meridiano.

Más tarde, los ajustes del metro de Méchain y Delambre fueron retomados por Jean François Arago, del Observatorio de París, que prolongó el meridiano hasta la isla de Formentera, en el paralelo 45. Desde entonces hay un tramo de meridiano marcado en el suelo de París, que se denomina «línea rosa», con una serie de discos de latón que indican la dirección norte-sur y que llevan grabado el nombre de Arago.

Pierre Méchain llegó a España en 1792, durante el reinado de Carlos IV, en plena Revolución francesa. Después de que guillotinaran a Luis XVI, en 1793, Méchain tiene que buscar apoyo en España y acude a la Academia Científica y Literaria de Barcelona, ubicada en las Ramblas. Allí conoce al doctor Francisco Salvà i Campillo, médico del hospital de la Santa Creu. Será Salvà quien lleve a Méchain hasta la localidad de Sant Andreu del Palomar (actualmente, el barrio de Sant Andreu), donde tiene su finca, ofreciéndole su hospitalidad. Méchain descubre que sobre Sant Andreu pasa la línea del meridiano que atraviesa Barcelona de norte a sur. La misma línea que cruza la Ciudad Condal por el extremo este del Ensanche, donde otro masón, Cerdà, colocará después una plaza elíptica, la plaza de las Glorias. Esa línea pasa por el parque de la Ciutadella y desemboca en el Muelle de los Pescadores, en concreto en la llamada Torre del Reloj.

Méchain, para corroborar sus mediciones se sube al tejado de la pensión La Fontana de Oro, en la calle Escudellers. Usa el llamado «círculo de oro» para comprobar ópticamente sus cálculos con el castillo de Montjuïc. Sube luego a la ciudadela militar con un permiso y coteja sus cálculos en sentido contrario, enlazando con la Torre del Reloj del Muelle de los Pescadores. Ya tiene el último triángulo de la cadena geodésica. El metro acaba de nacer.

La Torre del Reloj fue erigida en 1772 para hacer de faro. Dejó de ser útil, aunque luego, en 1911, se le colocó un reloj encima para conmemorar el nacimiento del metro de Méchain.

Gaudí, conocedor de esta magnífica historia, diseñó un mosaico en la iglesia de Sant Andreu del Palomar, es decir, en la iglesia de Sant Pacià, de estilo neogótico y construida entre los años 1876 y 1881. Gaudí diseñó un mosaico donde se aprecia el alfa y el omega. La Disertatio de Arte Combinatoria del científico Leibniz, alquimista, utilizaba la llamada «rosa alquímica». Gaudí usa este símbolo en la iglesia de Sant Pacià, en el lugar exacto por el que pasa la línea rosa del meridiano que se extiende desde París hasta la Torre del Reloj del muelle de Barcelona.

Cascada del parque de la Ciutadella

En enero de 1875 se iniciaron los trabajos de la gran cascada del Parc de la Ciutadella de Barcelona, obra de Josep Fontserè, maestro de obras, profesor en la Universidad de Barcelona y vicepresidente de la liga masónica de la Paz y los Pueblos.

Según los planos, tendría veinticuatro metros de altura, setenta de base, siete saltos y un lago semicircular de sesenta metros de largo.

Estaba directamente inspirada en el Château d’Eau de Henri Espérandieu, en el parque Longchamps de Marsella (1869), del que Gaudí conservaba algunas fotos. Pero, a diferencia de la de Marsella, una gruta realizada por Gaudí detrás del tercer salto de agua permitiría contemplar el agua cayendo, como pasa en Sant Miquel del Fai.

Además de esta gruta, hay otros elementos netamente gaudinianos: los templetes, los relieves de salamandras en los muros del acuario y los escalones partidos de la parte alta.

Junto a la entrada del Aquarium del parque de la Ciutadella de Barcelona, en la parte superior del monumento, se hallan dos medallones con una salamandra en relieve, diseñados por Gaudí, autor del proyecto hidráulico del conjunto. El diseño de los animales es bastante naturalista, y recuerda las figuras del ábside de la Sagrada Familia que el arquitecto modernista realizaría años después.

Ciertamente, la colaboración de Gaudí en la construcción de varios elementos del parque de la Ciutadella fue mínima y siempre a las órdenes de los hermanos Fontserè, maestros de obras con los que trabajó al concluir sus estudios de arquitectura. Los Fontserè pertenecían a la Asamblea de Logias de Barcelona y eran, como buena parte de los amigos de Gaudí en esa época, masones.

Pues bien, si nos fijamos en los plafones con las salamandras acabaremos observando un detalle que pasa fácilmente desapercibido: las salamandras ocultan en realidad el número tres. Y sí, están especuladas, de tal manera que una parece reflejar a la otra. Ahora bien, pese al reflejo en forma de espejo, la de la izquierda sigue siendo un tres.

Treinta y tres, sí, una vez más, treinta y tres, el número de la masonería.

Un tres inverso en el cuerpo de la salamandra gaudiniana.

El Park Güell

Al actual Park Güell se entra por la calle Olot. Construido entre 1900 y 1914, se basa en una urbanización para masones (ciudad jardín que aúna urbanismo, arquitectura y naturaleza). En 1903 se construyeron los pabellones de la entrada de la calle Olot, la escalinata principal, el refugio de caballos y los viaductos.

En 1906 se acabó la Casa Trias (obra de Juli Batllevell) y el chalé piloto (obra de Francesc Berenguer), hoy museo Gaudí. De 1907-1908 son el templario cerámico, los plafones cerámicos (obra de Josep M.ª Jujol) y la cisterna. De este período también es el Calvario de las Tres Cruces. De 1913-1914 son el banco ondulado y las reformas de la masía (la casa Larrard de Can Muntaner), donde se instaló la familia Güell a partir de 1914.

A partir de 1918, cuando fallece Eusebi Güell, el lugar se transformó en un parque público, adquirido por el Ayuntamiento de Barcelona, ya que no tuvo el éxito esperado para convertirse en una urbanización. El fallo fue que Güell y Gaudí no querían que el transporte público y el tranvía llegaran allí, para aislarse de la ciudad. Además, la urbanización del Tibidabo, de Salvador Andreu, el doctor que se hizo famoso con las pastillas para la tos, sí tuvo éxito y le hizo la competencia, ya que tanto el tranvía como el funicular llegaban hasta ella.

Declarado Patrimonio de la Humanidad por la Unesco en 1984, el conjunto del parque tiene siete puertas y siete lados iniciales (aunque sólo se habían completado tres cuando se inauguró), como la antigua Tebas. Su extensión es de más de quince hectáreas con sesenta parcelas completamente triangulares. Se preveía que la urbanización la ocuparan cuatrocientas personas.

El Criptograma ALABA POR

La producción teatral de Picó i Campamar, el que fuera secretario de Eusebi Güell, es más bien escasa. Sabemos que en 1874 se representó el drama histórico Corazón de roble, y sabemos de la existencia de otro drama histórico, La hija del segador, publicado sin fecha, pero que según el Diccionario Biográfico Albertí, data de 1914.

Entre estas dos obras se escribió Garraf, que aparece como obra insólita en el panorama literario del poeta Picó. Fue escrita como obra de apoyo y de alabanza hacia la gestión de Eusebi Güell i Bacigalupi, señor de Garraf y conde de Güell, el cual había hecho iniciar trabajos de investigación del río soterrado de agua dulce.

En esta obra, Picó ensalzaba la labor de la logia Labor, y la leyó de viva voz el día 4 de agosto de 1892, delante de un numeroso grupo de artistas y amigos, entre los que se encontraba el nuncio del papa León XIII, monseñor Cretoni, que no daba crédito a sus oídos.

Se trata de una alegoría del trabajo, donde queda patente de lo que se trata al pronunciar debidamente la palabra «fraternidad», que es el segundo elemento masónico.

En la entrada principal del Park Güell, Gaudí colocó un plafón en el que se lee ALABA POR, fragmento de la frase habitual: «Alabado sea el señor por la gracia de Dios».

ALABA se encuentra escrito en la parte superior del plafón. Por, abajo.

Junto a este plafón se observa lo que parecen vitolas de cigarro puro en cuyo interior siempre hay una estrella de cinco puntas invertida, con dos puntas de la estrella orientadas hacia arriba y una hacia abajo. Estas estrellas siempre se encuentran dentro de la letra P, y por supuesto hay una debajo del texto ALABA POR, en una columna bien delimitada, para que no quepa ninguna duda de la unión de la estrella de cinco puntas con el texto mencionado.

Si suprimimos dos letras de la palabra ALABA, las de los extremos, pues dos son las puntas de la estrella, nos queda LAB.

Si eliminamos una letra de la palabra Por, en el sentido de la lectura habitual de izquierda a derecha, pues sólo hay una punta de la estrella hacia abajo, nos queda OR.

Todo junto forma la palabra LABOR, si hacemos caso a la estrella de cinco puntas de Gaudí, que es el modo que tuvo éste de mostrar cómo resolver el criptograma.

El discípulo de Gaudí, Jujol, colocó el texto Labor en alguna de sus obras de forma menos disimulada.

Criptograma que esconde el nombre de una logia masónica, que todavía hoy en día tiene sede en Tarragona.

Cadena simbólica

La cadena simbólica de la masonería tiene lugar en las sesiones o tenidas masónicas, al final del rito, para simbolizar la unión sobre la cual radica la solidaridad fraternal que cimienta la unidad indivisible de la hermandad. Invita a los hermanos a formar entre sí ese nexo poderoso que valoriza la fuerza de la materia y el sustancial empuje del espíritu, a fin de que, mancomunados, estructuren la inmensa cadena universal, formada por el entrelazamiento de cada masón y capacitada para rodear, con su potencia, la circunvalación del mundo, sin importarle el sentido radical de los hombres, ni la majestad de las altas montañas, ni el horizonte inmenso de los océanos, ni la separación geográfica de los continentes.

Es por eso que la cadena fraternal que se realiza al final de cada rito sirve para pedir por el bien de la humanidad, o por los fallecidos.

Gaudí, que concibió, a petición de Güell, una urbanización pensada para la burguesía, de la que algunos de sus miembros pertenecían a la masonería, no dudó en colocar espacios abiertos a la naturaleza donde se pudieran realizar estas reuniones, lejos de las viviendas.

En la zona del Calvario del Park Güell, algunas pequeñas plazoletas aisladas muestran la cadena de confraternización masónica, como signo evidente de lo que se pretendía en estos lugares solitarios.

Cadena simbólica de masones, en una pequeña plaza junto al Calvario del Park Güell.

Columnas de la Sala Hipóstila

La columnata dórica del Park Güell conforma un sistema de drenaje por el que se filtra el agua por el interior de las columnas, que son huecas hasta una cisterna que se encuentra debajo. Esta instalación es de 1906. A la cisterna se accede por una escalerilla empinada escondida bajo una trampilla. La plaza superior es de tierra, para filtrar el agua de la lluvia, que caía directamente a la cisterna inferior (actualmente cerrada al público) para dedicarla al regadío. El sistema está convenientemente explicado en la maqueta transparente que filtra agua por las columnas de metacrilato, que se exhibe en el Centro de Interpretación de Reus, dedicado a Gaudí.

Por cierto, en la plaza Apolo puede apreciarse un curioso efecto óptico por el que, desde cierta distancia, el banco ondulante parece ser la orilla de una playa, con el suelo de tierra representando la arena. Y de ahí que Gaudí empleara un total de cuatro escalinatas con las que obtener la altura adecuada para lograr este efecto. Recordemos que hay once escalones en cada tramo de escalera hasta llegar a la cola de serpiente, lo que suma un total de treinta y tres escalones. Y a partir de ahí los cuatro escalones restantes son los que dan ese efecto de playa desde el techo del templo de Apolo.

Cabe añadir que la cola de serpiente, que recuerda a una pirámide de tres lados u horno atanor, tiene dos columnas escondidas en su trencadís, en cuyos capiteles se observan granadas. Estas columnas, como no podía ser de otra manera, son las columnas Jakin y Boaz de cualquier logia masónica.

El templo contiene columnas dóricas que se inclinan hacia el interior para sostener el enorme peso de la plaza superior. El espacio podría estar ocupado por noventa columnas: tres delante, cinco en la segunda fila, siete en la tercera, nueve en la cuarta y once en cada una de las seis filas del fondo. Sin embargo, de las noventa columnas faltan cuatro: una en la cuarta fila, una en la quinta y dos en la sexta; de modo que, en realidad, hay ochenta y seis columnas (cabalísticamente 8 + 6 = 14, y 14 es 4 + 1 = 5). Casualmente, la plaza tiene ochenta y seis metros de largo. Contiene catorce lunas. Resulta curioso que al sumar cabalísticamente ese número también se obtenga el cinco. Al final hay cinco filas de once columnas (el 55, dos veces 5). Y hay treinta y tres gárgolas con forma de león, que desaguan el agua de la lluvia, alrededor del techo. Treinta y siete si sumamos las que quedan fuera del borde del banco.

Gaudí traza un juego numérico en este templo que nunca se acaba.

Al fondo de este templo había una fuente que ya no está, y que Güell usaba para comercializar su marca de agua magnesiana embotellada: Sarva, cuyo logotipo tenía dos letras en sánscrito. De acuerdo con el Adi Parva (primer capítulo) del Majábharata, el rey Bharatá era hijo del rey Dushianta y de Shakuntalá, y por lo tanto descendía de la dinastía lunar de la casta chatría (guerreros). Originalmente se llamaba Sarva Damana («dominador de todos»). El Majábharata recuenta los sucesos de su vida, por los que luego fue llamado Bharatá («el mantenido»).

Lejos de la explicación oficial, el nombre de Sarva tiene otra explicación, si comprobamos el Viejo Testamento: «También Jeroboam, siervo de Salomón, se alzó contra el rey. Era hijo de Nabat, efrateo, de Sereda, siervo de Salomón, y tenía por madre a una viuda llamada Sarva» (1 Reyes 11:26).

A los masones se les denomina «hijos de la viuda», en alusión, primordialmente, a Hiram Abiff, también llamado Jeroboam, el arquitecto del Templo del rey Salomón.

La marca de agua magnesiana embotellada Sarva, cuyo logotipo tenía dos letras en sánscrito es, en realidad, el nombre de la madre viuda de todos los masones. Una intencionalidad más del propio Eusebi Güell para mostrar su condición de masón ante quien supiera de este particular.

En los plafones grandes se representa un sol de veinte brazos, con correspondencia a las cuatro estaciones: verano, invierno, otoño y primavera. Cada plafón tiene la forma ondulante de la misma salamandra que Gaudí coloca en el Aquarium del parque de la Ciutadella. Los guías turísticos oficiales venden estos plafones como si Gaudí se hubiera inspirado en el Snoopy de la prensa diaria.

Hay catorce plafones pequeños, que representan los ciclos de la luna. Como se ve, este templo simboliza el Sol y la Luna, los símbolos de cualquier templo masónico.

La plaza sobre las columnas tiene formas ondulantes de serpiente, y es obra de Josep Maria Jujol (que era Virgo). Hay pintados en los trencadís las formas de los signos del Zodíaco (aunque no están todos por culpa de las diversas obras de reconstrucción; sólo quedan Aries, Libra, Cáncer, Escorpión, Sagitario y Piscis). Hay más representaciones de cangrejos en su extensión, porque Gaudí era del signo de Cáncer, nacido el 25 de junio, solsticio de verano, de 1852. Tiene ciento once metros de largo y aparenta una serpiente toda su barandilla.

Turó de las Menas

El Turó de las Menas en el Park Güell, o montaña del Calvario, es el lugar donde se descubrió una caverna con fósiles de rinocerontes. Aquí Gaudí colocó tres cruces, que al unirse entre sí parecen formar una única cruz de cinco brazos. Todo ello está situado sobre un talayot balear, el santuario más primitivo de la historia.

Observando detenidamente las cruces del calvario, vemos que la primera es cristiana, pero con un obelisco en la parte superior. Está orientada hacia la montaña de Montjuïc. La de la izquierda, la del buen ladrón, también tiene un obelisco en la punta. La de la derecha culmina en una flecha apuntando a un lugar de momento desconocido. La flecha apunta al cielo.

Sin embargo, la disposición de estas cruces no siempre fue así. La cruz de la izquierda fue orientada de nuevo durante la dictadura española, pues anteriormente Gaudí la había orientado hacia Nuestra Señora del Coll. Y la cruz con forma de flecha fue concebida por Gaudí como un triángulo masónico, pero, también durante la dictadura de Franco, se decidió darle otro aspecto menos evidente.

La masona del Park Güell

Uno de los pórticos del Park Güell (el mal llamado de la Apertura de las Aguas de Moisés) recuerda a una ola de mar formando un tubo similar a los que se encuentran los surfistas, sostenido por columnas de diferente diseño colocadas con un ángulo de inclinación de treinta y tres grados. En una de esas columnas hay una figura en la que algunos creen ver una lavandera (que actualmente da nombre al pórtico). Una imagen similar, diseñada por Gaudí en 1903, se encuentra también en los Jardines Artigas de Pobla de Lillet, pero ésta no porta un cesto de ropa sobre la cabeza, sino una cesta llena de frutos.

Ahora bien, en 1900 las logias de segundo y tercer grado mostraban en sus libros figuras femeninas de cabellos recogidos, cintas en el pecho, mangas arremangadas, delantal y paleta: la llamada «masonería de adopción» o de Damas.

En Cataluña se crearon las primeras logias durante el Sexenio Democrático. La primera iniciación que se conoce se llevó a cabo en la logia Moralidad, en octubre de 1872, bajo el auspicio del G.O.d.E. (Grande Oriente de España), seguida de tres iniciaciones en la logia masculina Silencio, del G.O.E. (Grande Oriente Español) en fechas similares. La primera cámara de adopción será la de la logia Lealtad, de Barcelona, que en 1879 inició a Aurea Rosa Clavé de Ferrer, la hija de Anselm Clavé; poco a poco irán iniciándose otras mujeres, como Clotilde Cerdà i Bosch, hija de Ildefons Cerdà (otro masón), o la conocida como Esmeraldina o Esmeralda Cervantes, arpista, que se inició en 1881.

Gaudí colocó un pórtico con luminarias que llegan hasta ciento once metros, probablemente para que ése fuera el lugar, marcado con la escultura dedicada a la masona, donde la masonería de adopción, la de mujeres, se iniciara al aire libre.

El llamado pórtico de la Lavandera nos remite a la vestimenta de las mujeres masonas de siglo XIX.

Entrada al Park Güell

En los muros de la entrada del Park Güell (junto a unas antiguas acacias), nos espera una estrella de cinco puntas colocada del revés. Gaudí nos está marcando que el número cinco es clave en el parque. De hecho, hay catorce plafones en la entrada principal, lo que, por reducción cabalística (1 + 4), nos da de nuevo el 5.

El número cinco, o quinario, designa a la quinta esencia universal, a la esencia vital, al espíritu vivificado, al eterno movimiento genealógico y la fuerza intelectual humana.

Antes de subir la escalinata, la fuente de la entrada esconde compases y círculos, que dan la bienvenida a este mundo pitagórico.

La escalinata que lleva a la salamandra tiene tres tramos de once escalones, treinta y tres en total. Hay un horno atanor alquimista en la escalinata (para algunos, la piedra filosofal) y un compás de madera en la primera fuente. En esta misma fuente hay un círculo a la derecha, que representa al universo. Con el compás se traza el universo, del que el Gran Arquitecto del Universo es su artífice. De ambos parten tramos de cinco ramas; de nuevo el cinco.

Antiguamente en este primer tramo de la escalinata se leía en una losa «Reus 1898», que según dicen, es el año en el que Gaudí se inició en la masonería.

En el segundo tramo de la escalinata se aprecia una serpiente con los colores catalanistas. La serpiente forma parte del báculo de Moisés.

Arriba de la escalinata se observa el horno atanor, mezcla de trípode y ónfalo de piedra de Delfos (ombligo del mundo), el oráculo; y que hace de cola final de una serpiente; también por sus colores, el dragón simboliza el fuego. La salamandra tenía dientes y garras cuando se construyó. En la actualidad la salamandra está completamente mellada (sin dientes) y sus garras han desaparecido.

En la mitología griega, Pitón era una gran serpiente, hija de Gea, la madre Tierra, nacida del barro que quedó en la tierra después del gran diluvio. El monstruo vivía en una gruta cerca de Delfos, sobre el monte Parnaso, y allí custodiaba el oráculo. El dios Apolo mató a la Pitón, exigió el oráculo para sí y desde entonces fue conocido como Apolo Pitio. Se dice que el dios estableció los Juegos Píticos para celebrar su victoria. Para muchos, la serpiente de esta escalinata no es otra que la serpiente Pitón.

En el interior de la cola de la serpiente o atanor se encuentra la piedra bruta, la misma en tamaño y aspecto que aparece a los pies del venerable maestro de una logia masónica actual. Y justo a la derecha de la piedra bruta de la escalinata, las cerámicas de color muestran el dibujo de una columna con granadas en su parte superior, o lo que es lo mismo, la columna B, Boaz de la masonería, que descansa sobre granadas, sostenedora de la esfera terrestre.

El camino hasta el ombligo, en tres partes, es el camino hacia la sabiduría (la gnosis). Y en el último tramo, cuando comienza la cuarta parte de la escalinata, con sus doce escalones, se divide en dos caminos. Tú decides por cuál quieres ir.

Ante el trípode hay un banco con forma de boca abierta de tortuga, donde durante el invierno da el sol y durante el verano se refugia a la sombra. De hecho, se trata de una tortuga cuyo caparazón sostiene la sala hipóstila con sus ochenta y seis columnas (8 + 6= 14, 1 + 4 = 5), que su vez sostiene el templo de Apolo. Es decir, estamos ante una de las tortugas atlantes. Y en el interior del Templo de Salomón, junto a los atlantes, aparecía un mar de columnas, en las que descansaban granadas y lirios.

Fuente principal, junto a la escalinata de 33 peldaños hasta el tercer tramo, en la que se ven perfectamente compases, escuadras y círculos disimulados como ramas.

La cripta de la Colonia Güell

Candelabro de la Cripta Güell

En uno de los candelabros que presiden el altar de la Cripta Güell, realizados por alguno de los colaboradores de Gaudí, bajo las indicaciones del propio Gaudí, se encuentra otro símbolo masónico. Se trata del símbolo coronado del águila bicéfala, indicativo del Rito Escocés Antiguo y Aceptado, al que parece pertenecer todo el entorno de Gaudí, incluido él mismo.

Orientación de la Cripta Güell

Por regla general, todas las catedrales cumplen una regla con respecto a su orientación. Desde la celebración del primer concilio de Nicea (año 325), la orientación de los edificios religiosos cristianos cambió ciento ochenta grados; se estableció que la cabecera estuviera orientada al Este en vez de al Oeste, como lo estaban los templos egipcios y romanos hasta entonces. Este cambio los hacía más acordes con las creencias y los simbolismos de la religión católica. Al amanecer, un rayo de luz penetra por los ventanales del ábside, iluminando así la entrada, que es la parte más oscura en ese momento; esta luz es la que guía a los fieles, en un recorrido iniciático, desde la entrada a la cabecera de la iglesia. Este simbolismo se acentúa más en el gótico, ya que la mayoría de los ventanales están cubiertos de vitrales.

Desde el cristianismo primitivo, la oración litúrgica se practicó mirando hacia el Este (fuera o no esa la dirección de Tierra Santa), y la orientación arquitectónica de las iglesias se hace con la cabecera hacia el Este de modo que la luz de la mañana ilumina el altar mayor en cualquier parte del mundo. Tal costumbre puede entenderse como herencia de determinadas prácticas de la religión romana (Ex Oriente Lux, «del Este viene la Luz»), e incluso un Padre de la Iglesia como Tertuliano recoge esta posibilidad de interpretación (una continuidad sincrética de los cultos solares), aunque sea para negarla. También puede entenderse como herencia de la religión judía (la orientación de la oración y las sinagogas hacia el Este [mizrah]).

Según reza el principio hermético del Kybalión: como es arriba, es abajo; así, los templos edificados en honor del dios-sol, se orientaban según el ciclo solar. La Sagrada Familia no es una excepción, y la disposición de las tres fachadas sigue perfectamente este patrón: la del Nacimiento (nordeste), la de la Gloria (sudeste) y la de la Pasión (sudoeste). Aunque es preciso indicar que cuando Gaudí se hizo cargo de la obra, la orientación ya estaba determinada por la cripta construida por Francesc de Paula del Villar, su antecesor.

El proceso de orientación solar, resumido, sería así:

1. Se sitúa un gnomon en el centro del solar donde se va a construir y a su alrededor se dibuja un gran círculo.

2. El espacio de máxima separación entre la sombra proyectada por el sol del amanecer y el de la tarde nos indica el eje este-oeste.

3. Se trazan dos círculos centrados en los puntos cardinales marcados sobre el primero; los cuatro puntos de intersección señalan los vértices del cuadrado que corresponderá a la base del templo.

De este modo, en un templo católico, durante la celebración de las eucaristías, a las doce del mediodía, el Sol caerá sobre la zona sur, la de la iluminación. Si el ábside está colocado en este lugar, dada la teatralización del ritual católico, en ese momento será cuando más iluminado esté el ábside o altar, y por consiguiente, el sacerdote que ejerce la misa. De esta guisa, los feligreses quedan perplejos ante la explosión de luz durante la consagración de la píxide.

Sin embargo, Gaudí no sigue el estricto canon de la orientación de las iglesias católicas. Gaudí abre sus puertas hacia el Oriente, hacia la zona de Jerusalén (Tierra Santa), como lo hicieron antes los templarios y posteriormente la masonería constructiva. Gaudí no coloca los altares o ábsides al sur, hacia el mediodía, sino al norte, hacia la oscuridad.

Los arquitectos que analizaron la orientación de la actual Cripta Güell, dedujeron que la orientación de la puerta hacia el sur se debe a que Gaudí enclaustró la iglesia en una montaña, acomodando el espacio a la propia naturaleza.

Sin embargo, no tienen en cuenta que el genial arquitecto ya hizo lo propio en la Sagrada Familia, siendo un esquema que se repite en la obra de Gaudí. Es decir, no es arbitrario, sino realizado expresamente. No olvido que Francisco de Paula del Villar ya realizó en su momento la disposición de la planta de cruz latina de la cripta de la Sagrada Familia, pero Gaudí cambió la disposición de los elementos, y aunque mantuvo el ábside hacia el sur en la cripta de la Sagrada Familia, según dispuso Del Villar, orientó el templo al estilo gaudiniano, con el altar hacia el norte, al igual que en la Cripta Güell, y tipificó la puerta sur como principal, muy del estilo de templarios y masones.

¿Por qué los arquitectos no han dado con este detalle? Se olvidan los arquitectos de que Gaudí no es sólo ingeniería, sino también simbología. Sólo cuando se aúna la arquitectura con la simbología es cuando apreciamos a Gaudí en su conjunto y lo comprendemos. Mientras la obra de Gaudí se contemple como un mero ejercicio arquitectónico, los científicos serán incapaces de comprender el significado de lo que el genial maestro quiso transmitirnos.

Eusebi Güell y su colonia

Otra de las grandes sorpresas de la Colonia Güell, algo que parece haber pasado desapercibido a todos esos que dicen ser estudiosos y grandes investigadores de la obra de Gaudí.

La estatua de Eusebi Güell, instalada delante del ateneo de la Colonia Güell, en cuyos trazos ya se advierte algo (mandil que cubre las piernas, casco de Hermes Trismegisto con serpientes que se enrollan en un báculo y posición de la mano denotando el simbolismo oculto bajo el libro), cuenta con una firma: M. y L. Oslé.

¿Quiénes son? Pues ni más ni menos que Miquel y Llucià Oslé, los autores de algunas de las esculturas de la plaza Catalunya, de Barcelona, como la Sabiduría, una alegoría a la labor, y la diosa Minerva.

Pero sigamos tirando del cordel. Dado que no existe apenas documentación personal sobre ellos, como dice el refrán, «por sus obras los conoceréis».

La fuente de la plaza de España es un monumento escultórico situado en el distrito de Sants-Montjuïc de Barcelona. Fue creada en 1929 para la Exposición Internacional, con un diseño del arquitecto Josep Maria Jujol y una decoración escultórica de Miguel Blay, Frederic Llobet y los hermanos Miquel y Llucià Oslé.

Es decir, los hermanos Oslé trabajaron con Jujol, el mismo ayudante de Gaudí que nos dejó su firma templaria y su referencia a los míticos caballeros en el altar de la Cripta Güell, entre otras singularidades.

Pero adivinemos cuánto mide de altura la fuente de la plaza España. ¡33 metros! Sí, exactamente eso, 33 metros. ¿Casualidad? Todo ello coronado, como no podía ser de otra manera, con un pebetero en llamas, cual espada flamígera.

El monumento a Güell de los hermanos Oslé muestra la figura del mecenas de Gaudí con un mandil en su regazo, dos dedos escondidos en un libro y el báculo de Hermes.

Altar de la Cripta Güell

El altar de la Cripta Güell, dedicado a la Sagrada Familia, tiene su truco. Fue concebido por Josep Maria Jujol en 1945.

De entrada, es el único templo en que el baldaquino, la representación del Espíritu Santo no está colocado en el altar central, sobre el párroco, sino en una esquina, a la izquierda del edificio, justo antes de subir a la sacristía. ¿Qué quiere eso decir? Sencillo: el cura no se merece contar con el Espíritu Santo sobre su cabeza.

Además, Jujol firma de una forma muy curiosa: con una J espigada, como se hace en los lugares sanjuanistas, mientras que su cruz es la del Temple.

Y ahora viene lo mejor: en la base, junto a un cepillo de carpintero y una rosa dibujada (apréciese a la derecha), leemos lo siguiente:

TEMPLAR OPIFIRIM ORA PRO NOBIS

Si desempolvamos nuestro latín, comprobaremos que «templar» no hace referencia al templo sino a los «templarios», ya que el sustantivo que se utiliza para templo es templum. De modo que podríamos traducirlo (más o menos) como:

TEMPLARIO AUXILIADOR RUEGA POR NOSOTROS

Recordemos la segunda declinación, singular y plural del latín:

Nom. templum, templa

Voc. templum, templa

Acu. templum, templa

Gen. templi, templorum

Dat. templo, templis

Abl. templo, templis

No hay ninguna forma templar. Y es que templarorium es como se refiere el papa Clemente V a los templarios en la bula medieval Vox in excelso cuando se trata del plural; mientras que usa el singular templar para referirse a un único templario.

Josep Maria Jujol i Gibert (Tarragona, 16 de septiembre de 1879-Barcelona, 1 de mayo de 1949) fue un arquitecto, dibujante, diseñador y pintor modernista catalán. Se dedicó a la docencia tanto en la Escola d'Arquitectura como en la Escola del Treball, en Barcelona. Fue arquitecto municipal de Sant Joan Despí, donde están buena parte de las viviendas que construyó.

Fue un excelente acuarelista y dibujante, que captaba y creaba todo tipo de objetos y elementos complementarios, como muebles, lámparas, ascensores. Esta vertiente, junto con su dominio del uso de los colores, hace singular su obra, que a menudo encontramos complementando a la de otros arquitectos. Sus colaboraciones más conocidas las realizó en las obras de Gaudí, que le permitían una gran libertad en el uso de las formas y los colores.

En azul tenemos la firma habitual de Josep Maria Jujol. La otra firma es la que aparece en el altar que diseñó para la Cripta Güell. Apreciamos algo muy interesante: su firma ha cambiado. La de la Cripta parece la cruz paté de los templarios, aprobada por el papa Eugenio III el 24 de abril de 1147. Además, está curvada, por lo que recuerda la J de Jujol, pero al mismo tiempo representa la J de Juan. Recordemos que los templarios solían introducir una J en la pica del estandarte del Agnus Dei, cuando de una forma sutil querían indicar que se trataba de un lugar sanjuanista.

La justicia en la puerta de entrada de la Cripta Güell

Dos son los colores del iluminismo masónico: el rojo y el azul.

La escuadra nos habla de la rectitud masónica. La plomada nos habla de nuevo de la rectitud, de los juicios de un buen masón y de la equidad. Quién sabe si es por este motivo por el que a este símbolo de la foto, que preside la entrada de la Cripta Güell, se le conoce como el «medallón de la justicia».

En cierta manera, así es, la escuadra y la plomada son la razón y la justicia. Lo curioso es que, sin proponérselo, quienes han bautizado a este medallón como el de la justicia, están admitiendo implícitamente que se trata de un símbolo masónico utilizado en la obra de Gaudí.

Otros símbolos curiosos de la Cripta Güell

La letra H. La letra H, según el ocultismo, se corresponde con el hermafroditismo, con Hermes y con Hiram, el maestro constructor del Templo de Salomón (no olvidemos que el origen de los templarios se encuentra en el Templo de Salomón). Es, por tanto, una letra muy representativa en el mundo iniciático.

En estas dos fotos, una corresponde al canecillo en H de la ermita templaria de San Bartolomé, en pleno cañón del río Lobos. La otra foto corresponde a la extraña H que se encuentra en uno de los vitrales de la Cripta Güell.

Para los alquimistas, la tortuga era un signo representativo de la materia informe, producto de la unión de elementos esenciales, tales como el agua y la tierra. Como la tortuga es un animal que vive muchos años, su simbolismo está asociado a la duración y la permanencia.

Casi nadie parece prestar atención a un curioso detalle de la Cripta Güell: lo que parecen crismones sobre los ventanales, son en realidad ¡tortugas!

Además, la Cripta Güell tiene unas medidas sorprendentes. Dos columnas de color negro, el emblema del color masculino, presiden la entrada. Una columna de color blanco, el emblema del color femenino, radica en medio.

Y sí, las columnas de color negro tienen una inclinación de treinta y tres grados, el número de la masonería.

Casa de los Canónigos

El conjunto residencial de la Casa de los Canónigos de Barcelona data del siglo XVI, cuando los canónigos de la sede abandonaron la clausura y se instalaron en esa manzana. En un principio, se trataba de casas de dos o tres pisos situadas alrededor de un patio abierto, de donde partía la escalera que llevaba a la planta noble del edificio. En la planta baja solía haber arcadas, donde se instalaban talleres y tiendas.

El paso del tiempo modificó ostensiblemente los edificios góticos, hasta que en los años 1921-1929 el arquitecto Joan Rubió i Bellver, discípulo de Gaudí, llevó a cabo una reforma radical, que fue continuada por Jeroni Martorell. Esta obra de reconstrucción borró la estructura tipológica de las antiguas casas, un hecho muy polémico en su momento.

En 1921 se reconstruyó el edificio de la esquina de las calles del Bisbe y la Pietat, al que se añadió una fachada esgrafiada de aire barroquizante, con damas campesinas, jarrones y ornamentos arquitectónicos. Entre 1923 y 1928 se construyó el puente neogótico flamígero de la calle del Bisbe, que une estos edificios con el Palau de la Generalitat.

Curiosamente, en la parte inferior de este puente se aprecian dos de los elementos de la cámara de reflexión de cualquier logia masónica: la calavera y el puñal, que representan el apuñalamiento de Salomé a la cabeza de san Juan el Bautista, patrono de templarios y masones.

Toda la iniciación masónica comienza en la cámara de reflexión, es una parte de los ritos iniciáticos practicados en todos los tiempos y en todos los lugares. En efecto, el aislamiento del neófito en una choza o una cueva se ha practicado desde tiempos inmemoriales. Pues bien, como no podía ser de otra manera, Joan Rubió, discípulo de Gaudí, incluye elementos masónicos en esta obra de la calle del Bisbe.

La calavera de san Juan siendo apuñalada por Salomé, símbolo de la cámara de reflexión de la masonería.

Real Santuario de San José de la Montaña

El Real Santuario de San José de la Montaña (en catalán, Reial Santuari de Sant Josep de la Muntanya) está situado en el barrio de La Salud, en el distrito de Gracia de Barcelona. Es un edificio neorrománico con elementos modernistas que consta de iglesia, convento y capilla adyacente. Es obra de Francesc Berenguer, colaborador habitual de Antoni Gaudí, aunque como aquél no poseía el título oficial de arquitecto, lleva la firma de Miquel Pasqual Tintorer, arquitecto municipal de Gracia. Berenguer también se encargó de la decoración interior, los altares, los púlpitos, los confesionarios, etcétera. El maestro de obras fue Antonio Barba.

Discípulo y colaborador de Antoni Gaudí, Berenguer estudió arquitectura entre 1882 y 1888, pero no terminó la carrera. Ejerció, pues, de arquitecto sin tener el título, ya que desde 1887 hasta su muerte trabajó casi en exclusiva para Gaudí. Al no ser un arquitecto con título, todos sus planos fueron firmados por otros arquitectos, en muchos casos por el mismo Gaudí; por eso, muchas de sus atribuciones son discutidas.

Por ejemplo, la actual Casa Museo de Gaudí en el Park Güell es obra de Francesc Berenguer.

Pero ahora viene lo curioso. El símbolo de la masonería se encuentra en uno de los portalones del Real Santuario de San José de la Montaña. Y, por supuesto, es obra de Francesc Berenguer. Algunos de estos símbolos masónicos también aparecen en la base de las esculturas que presiden la entrada.

Símbolos masónicos en la Torre Bellesguard

La Torre Bellesguard de Gaudí, en la zona de Sant Gervasi, también cuenta con algunos símbolos iniciáticos.

El número treinta y tres en la masonería representa las treinta y tres vértebras de nuestra columna, o los treinta y tres caminos para llegar hasta la divinidad suprema en el árbol cabalístico. Treinta y tres son, además, los grados del Rito Escocés, Antiguo y Aceptado.

Según los historiadores, Herodes el Grande murió en el año 4 antes de nuestra era. Como él mandó matar a los niños de Belén menores de dos años, podemos suponer que Jesús nació dos años antes, es decir, en el 6 antes de nuestra era. Si sumamos a los treinta y tres supuestos años a los que murió Jesús, esto nos daría que, en realidad, Jesús habría muerto con treinta y nueve o cuarenta años.

Pues bien, el pináculo coronado con la cruz gaudiniana de cinco brazos (cuatro para algunos) mide exactamente treinta y tres metros de altura.

Entre las curiosidades tenemos un banco, creado a partir de la técnica del trencadís, justo frente a la entrada de la casa, en los jardines. Este banco está compuesto de dos partes, con forma de dos pestañas enfrentadas entre sí. Y en medio de ambas se halla una fuente circular. Pues bien, al llegar a la azotea y mirar hacia abajo, este banco se transforma en el ojo luminoso de la masonería, en mitad de un delta triangular. La curiosidad de este banco es que, si una persona se coloca al principio y otra al final del mismo banco, y entre ellos hablan con un tono normal, se podrán oír como si estuvieran uno enfrente del otro, gracias al eco que crea la arquitectura del propio banco. Una foto realizada con un dron, en su momento, mostró desde el aire el aspecto del banco gaudiniano de Torre Bellesguard. Y sí, la geometría recuerda al ojo del Gran Arquitecto del Universo.

Y para rematar, en el interior de la casa se puede contemplar, en una de las ventanas, el dibujo del grial, el mismo que Martín I el Humano entregó a la catedral de Valencia, donde todavía se exhibe. Recordemos que la Torre Bellesguard está construida sobre los restos del antiguo castillo de Martín I el Humano.

En la calle Bellesguard, junto a la Torre Bellesguard, proyectada por Gaudí en 1900, podemos contemplar diez arcadas visibles (que en realidad son once, pues hay una escondida), que nos recuerdan a los viaductos del Park Güell.

Fueron construidas por Gaudí, están realizadas en piedra, y la inclinación de estas columnas es la misma que las existentes en el famoso parque.

Mi sorpresa fue cuando al realizar mediciones con un inclinómetro láser de Bosch, modelo GLM-80, apareció lo que sospechaba: las columnas tienen una inclinación exacta de un treinta y tres por ciento. No pude colocarlo del todo exacto, por las impurezas de la piedra, de ahí los decimales de pantalla. Pero, en cualquier caso, el dato es exacto: treinta y tres por ciento de inclinación.

En la Torre Bellesguard, curiosamente, hay una sala inacabada, de ladrillo visto, que nadie sabe para qué debió servir y se elucubra que pudiera tratarse de una sala de música o una lavandería. Las medidas de la sala son de 13 × 13 metros. Mientras que la pirámide que preside la azotea (sí, hay una pirámide que algunos insisten en llamar «dragón») tiene una inclinación de treinta y tres grados, ni más ni menos.

El Grial de Martín I el Humano, escondido en los vitrales del primer piso de la Torre Bellesguard.

La sala de los pasos perdidos y algunas aves del Palau Güell

En las logias masónicas, antes de acceder al templo, se halla la sala de los pasos perdidos. Allí se reúnen los masones antes de las tenidas; allí se visten, y también reciben y saludan al visitante.

Asimismo, en las antiguas casas coloniales era muy común tener un cuarto sin utilidad aparente, pero el que, debido al diseño arquitectónico, todos debían obligatoriamente cruzar para llegar a otros puntos de la casa. A eso se lo conocía como «salón de los pasos perdidos», porque era un lugar de tránsito.

De una forma u otra, el Palau Güell cuenta con su sala de los pasos perdidos.

La parte baja de esta casa está cerrada por una reja de barrote retorcido a la que se adhieren ramas y flores de hibisco, cuyo frondoso follaje trepa hasta la base del escudo de Cataluña, concebido como una semicolumna en la que se alternan franjas de plancha de hierro opaca y rejas de latón brillante. Allí, un ave fénix con las alas extendidas y apoyada en un casco, que habitualmente se confunde con un águila, corona el escudo.

El ave fénix es un símbolo de las órdenes secretas del mundo antiguo, y de los iniciados en éstas, ya que era habitual referirse a quien había sido aceptado como novicio en los templos como alguien que había «nacido dos veces», o que había «renacido», o «nacido de nuevo». La sabiduría confiere una nueva vida, y todos los verdaderamente sabios nacen de nuevo.

La mayoría de los ritos de iniciación se parecen a las ceremonias fúnebres. Lo que en verdad se está ritualizando es la muerte de la ilusoria personalidad profana, lo cual conlleva un «sacrificio» por parte del aspirante, o sea, un «acto sagrado», para luego volver a «nacer».

Esas cenizas del ave fénix son el material profano del cual nacerá el masón, quien, al igual que Hiram Abiff, constructor del Templo de Salomón, debe pasar por el fuego las escorias de su naturaleza inferior para renacer de nuevo, purificado.

Entre los masones se ha adoptado el símbolo del águila bicéfala como emblema de los grados más altos, específicamente en el grado treinta, en el cual se autodenominan Caballeros Kadosh o del Águila blanca y negra, llamada también Águila de Lagash (antigua ciudad Sumeria). Curiosamente, el Palau Güell muestra una chimenea, junto al dormitorio de Güell, con el águila bicéfala, obra de Gaudí.

La beatificación de Gaudí

La Asociación Pro Beatificación de Antoni Gaudí confía en que el genial arquitecto pueda ser beatificado el 10 de junio de 2016, coincidiendo con el noventa aniversario de su muerte. Este proceso de beatificación dependerá de la Congregación para las Causas de los Santos y de la devoción que suscite el arquitecto, ya que se precisan milagros.

Uno de los fundadores de la asociación, Josep Maria Tarragona, afirma que ya existe un milagro. El curioso milagro hace referencia a la curación inexplicable de una enfermedad en la retina testimoniada por Montserrat Barenys, de la ciudad de Reus, en la que Gaudí fue bautizado un día después de su nacimiento. Se supone que esta señora, después de una visita al médico, fue invocando a Gaudí de camino a su casa, y al llegar había recuperado su visión. La señora no tenía santos suficientes en el santoral católico, que, mira por dónde, tuvo que pedirle ayuda a Gaudí.

Esta presunta curación milagrosa se remitió al arzobispado de Tarragona, al que pertenece Reus. La asociación también destacó el testimonio de Ramón Amargant, que asegura haber sido curado milagrosamente de una úlcera en la cadera por intersección de Gaudí.

La Asociación Pro Beatificación de Antoni Gaudí nació en el año 1992, con un presupuesto inicial de unas 50.000 pesetas, gracias al entusiasmo de cinco laicos convencidos de la santidad del artista. Para tal fin, se entregó, a principios del 2012, una biografía de Gaudí de entre 1200 y 1444 páginas. El autor de esta biografía es Josep Maria Tarragona.

¿Qué busca la archidiócesis de Barcelona con esta beatificación? Fácil: la obtención de la marca Gaudí, lo que le generaría unos enormes beneficios anuales, al ser ellos los herederos de la marca universal Gaudí. Podemos deducir que a la Iglesia católica le importa un bledo la posible implicación de Gaudí en la masonería, mientras logre sus beneficios económicos.