Elec y yo nunca mencionamos aquel beso, aunque yo no podía quitármelo de la cabeza. Estaba segura de que para él no significaba nada, que solo lo había hecho para llamar la atención. Y, aun así, lo que yo sentí no habría sido distinto si el beso hubiera sido fruto de la pasión. El recuerdo de sus labios sobre los míos y su sabor era algo que no podría olvidar fácilmente. Y ansiaba volver a sentirlo. Hacía que la batalla entre mi cuerpo y mi mente fuera más dura que antes.
Era una tortura estar colgada de alguien con quien tenías que vivir, sobre todo si ese alguien se traía a casa a sus ligues del insti.
Una tarde, cuando nuestros padres no estaban en casa, se trajo a Leila y estuvieron metiéndose mano en su cuarto. Otra tarde fue Amy. Una semana después, se trajo a otra Amy distinta.
Y yo me encerraba en mi cuarto y me tapaba los oídos para no tener que oír el chirrido del somier o las risitas de sus amiguitas. El día que vino la Amy número dos, en cuanto salió de su cuarto para irse a su casa, le mandé un mensaje de texto.
Jo. ¿Dos Amies distintas? ¿Y mañana qué, viene Amy #3? ¡Pero tú en qué estás pensando!
Elec: Estoy pensando que ahora mismo te gustaría que tu nombre fuera Amy… «hermanita».
Greta: Astra. Hermanastra.
Elec: Si cambias las letras de orden tienes santa. Nastra = santa.
Greta: Sobra una r. Y eres un imbécil.
Elec: Y tú eres una plaga.
Me levanté de la cama hecha una furia y entré en su cuarto sin llamar. Elec estaba jugando con un videojuego y ni siquiera se molestó en mirarme.
—De verdad, tengo que ganar como sea a esta cosa.
El corazón me latía a toda velocidad.
—¿Por qué tienes que ser tan desagradable?
—Yo también me alegro de verte, hermanita. —Dio unas palmaditas en la cama, junto al sitio donde él estaba sentado, con la vista aún clavada en el videojuego—. Si no te vas, ya que estás, puedes sentarte.
—No tengo ningunas ganas de sentarme en tu cama cochambrosa.
—¿Es porque prefieres sentarte en mi cara cochambrosa?
Casi se me para el corazón.
Su boca se curvó en una sonrisa perversa, pero siguió con su videojuego. Me había dejado sin habla. De hecho, yo misma me había dejado sin habla, porque en el momento en que dijo lo de «sentarte en mi cara cochambrosa», sentí el impulso de cruzar las piernas para controlar la excitación. Mi vagina había enloquecido sin remedio. Cuanto más bruto era conmigo, mayor era la atracción.
En vez de contestar a su pregunta, miré a mi alrededor, me fui derecha a la cajonera y empecé a revolverlo todo.
—¿Dónde están mis bragas?
—Ya te lo dije, no están ahí.
—No te creo.
Yo seguí buscando, hasta que topé con algo que me llamó la atención. Era una carpeta, con un buen fajo de hojas dentro. Fuera ponía «Lucky y el chico, de Elec O’Rourke».
—¿Qué es esto?
Por primera vez, Elec se olvidó de su juego y prácticamente se levantó de un salto.
—No toques eso.
Yo pasé las hojas con rapidez antes de que me lo quitara de las manos. Había diálogos, y algunas líneas estaban tachadas y corregidas en rojo. Abrí los ojos como platos.
—¿Has escrito un libro?
Elec tragó aparatosamente y, por primera vez desde que le conocía, pareció incómodo.
—No es asunto tuyo.
—A ver si al final vas a ser menos superficial de lo que pareces —comenté bromeando.
Mis ojos se fueron al bíceps de su brazo derecho, donde llevaba tatuada la palabra «Lucky», y los engranajes empezaron a girar en mi cabeza. Al parecer el tatuaje tenía alguna relación con el libro que estaba escribiendo.
Elec me dedicó una última mirada asesina y entonces se fue hasta su armario y dejó la carpeta en el estante más alto. Volvió a sentarse en la cama y siguió con el videojuego.
Y yo, que estaba desesperada por conectar con él de algún modo, me senté a su lado y me puse a mirar cómo destruía a su enemigo virtual en combate.
—¿Pueden jugar dos?
Él se quedó parado un momento y suspiró con exasperación, y entonces me pasó un mando. Cambió la configuración para dos jugadores y empezamos a luchar.
Me llevó un rato aclararme con aquello. Después de que me ganara varias veces, finalmente mi personaje mató al suyo, y él se volvió hacia mí con cara divertida y me atrevería a decir que de… admiración. Me dedicó una sonrisa desganada pero sincera, y sentí que el corazón se me iba a derretir. Un gesto tan simple y ya estaba perdida. ¿Qué habría hecho si de verdad estuviera siendo amable conmigo, ponerme a masturbarme contra su pierna como un perro? Y con este pensamiento en la cabeza, decidí que ya era hora de volver a mi cuarto.
Me pasé el resto de la noche tratando de entender su comportamiento y llegué a la conclusión de que había más en mi queridísimo hermanastro de lo que parecía a simple vista.
Pasaron varias semanas antes de que aceptara salir con Bentley. Finalmente había acabado por entender que a): por el momento no había ninguna alternativa mejor, y b): que poder distraerme de mi obsesión malsana por mi hermanastro me vendría muy bien.
Mi atracción por Elec estaba en su punto álgido. Casi cada noche, después de la cena, me iba a su cuarto y jugábamos a aquel videojuego. Era una manera inofensiva de descargar toda la frustración que los dos sentíamos sin que nadie saliera herido. Lo curioso es que ahora parecía que era él quien lo buscaba. La única noche que decidí quedarme a leer en mi cuarto, me mandó un mensaje de texto.
¿Vienes a jugar o qué?
Greta: Hoy no pensaba ir.
Elec: Tráete un poco de helado y pon doble de caramelo.
Para alguien que no supiera de qué iba el tema, el mensaje habría parecido muy raro. En cambio a mí me hizo sentirme por las nubes.
Esa noche compartimos otro cuenco de helado y estuvimos jugando hasta que casi no puede mantener los ojos abiertos. Hasta conseguí matar a Elec en dos de las diecisiete partidas que jugamos. Y aunque en realidad no se había abierto para nada conmigo, aquellas sesiones de juego parecían su forma particular de decirme que mi compañía ya no le parecía tan insufrible y que puede que incluso le gustara.
Pero como era habitual en Elec, justo cuando parecía que empezábamos a conectar, tuvo que echarlo todo a perder.
Fue un par de días antes de mi cita del viernes con Bentley. Victoria y yo estábamos en la cocina cuando Elec entró y siguió su rutina habitual de ir hasta la nevera y beber la leche directamente del cartón.
Los ojos de Victoria siguieron la camiseta de Elec cuando levantó el cartón de leche para beber. Los dos tréboles que llevaba tatuados en sus abdominales duros como piedras quedaron al descubierto.
A Victoria casi se le cae la baba.
—Hola, Elec.
Elec gruñó a modo de respuesta sin dejar de beber y cuando terminó volvió a dejar el cartón en la nevera. Se puso a rebuscar en el armario donde guardábamos el picoteo.
Victoria mojó una galleta en la nutella y se puso a hablar con la boca llena.
—¿Ya has decidido qué peli vas a ver con Bentley el viernes?
—No, aún no lo hemos hablado.
Aunque estaba al otro lado de la cocina, me di cuenta de que Elec había dejado de buscar por un momento y se había quedado parado. Como si estuviera tratando de oír lo que decíamos. Me miró con expresión preocupada.
—Pues yo creo que tendrías que llevarle a ver esa nueva comedia romántica de Drew Barrymore. Que se tenga que tragar una peli de mujeres. ¿Tú qué dices, Elec?
—¿Qué digo de qué?
—¿Qué peli tendría que ver Greta cuando salga con Bentley?
Elec no le hizo caso y me miró.
—Ese tío es un imbécil.
Y se fue hacia la puerta para irse, pero Victoria volvió a hablar.
—Eh, Elec…
Él se volvió.
—¿Quieres venir? Podemos ir juntos. Será divertido. Como una cita doble.
Él se rió por lo bajo y se la quedó mirando con una cara que decía a gritos: «Ni de coña».
Meneé la cabeza.
—No creo que sea buena idea.
Elec se volvió hacia mí con expresión maliciosa.
—¿Por qué no?
¿Por qué no?
—Porque es mi cita. No quiero tener que llevar a nadie de paquete.
—¿Y te molestaría mucho si voy?
—En realidad, sí.
Elec miró a Victoria.
—Pues en ese caso, iré encantado.
Me puse mala al ver la cara de satisfacción que se le ponía a Victoria. La muy burra pensó que sería su gran oportunidad para acercarse a Elec. Cuando en realidad él había dejado muy claro que solo lo hacía para fastidiarme.
—Nos vemos el viernes por la noche —dijo antes de desaparecer.
Victoria abrió la boca y se puso a hacer como que gritaba mientras golpeaba el suelo con los pies entusiasmada. Me daban ganas de vomitar. Ahora tendría que prepararme para lo que seguramente sería una de las peores citas de mi vida. Pero nada podía haberme preparado para lo que pasó de verdad esa noche.