Podría abordarse el estudio del proceso de la inmigración judía en Uruguay por más de un camino. Un enfoque posible sería considerarla en el marco de la inmigración en su totalidad, para lo cual las fuentes son abundantes, de especialistas uruguayos y extranjeros. No obstante, por una lógica razón cuantitativa, su esfuerzo está orientado hacia las colectividades española e italiana, componentes sustanciales de nuestra ascendencia e identidad. El Uruguay es en esencia un país de inmigrantes.
En tanto, las comunidades minoritarias en términos de inmigración han sido objeto de análisis más profundos por parte de sus propios integrantes. Entre ellas consideramos que sin dudas sobresale la colectividad judía. Si bien las obras al respecto no son muy numerosas, sí son exhaustivas. Contienen detalles de datos, nombres, instituciones y costumbres que resultan indispensables a la hora de encarar un trabajo como el presente. Nos hemos inclinado pues por esta vía.
Aunque en dichos textos por lo general se anuncia su doble destino, hacia afuera y hacia adentro de la colectividad, resulta obvio que han tenido una repercusión mucho mayor entre los propios judíos, siendo menos conocidas para el común de los uruguayos.
Entre los autores consultados —una buena parte a sugerencia de varios miembros de la colectividad— sin perjuicio de alguna cita puntual, se han seleccionado como fuentes recurrentes de consulta Israel Nemirovsky en su Albores del judaísmo en el Uruguay (edición de autor, 1987) y Teresa Porzecanski en su estudio introductorio de Historias de vida de inmigrantes judíos al Uruguay (1986). Estas referencias resultan de gran valor no solo en el aporte preciso de fechas, lugares, procedencias y personajes de su historia sino en la descripción de actos de la vida cotidiana familiar y de las instituciones —tradicionales, religiosas y de todo orden— que ayudan a comprender los comportamientos de la colectividad judía de hoy en su interacción con la sociedad uruguaya.
Procedencia y asentamiento
Fueron múltiples y variadas las condiciones de tiempo y lugar asi como las motivaciones que determinaron las sucesivas emigraciones de judíos hacia América, Uruguay incluido. Del mismo modo, la llegada de los diversos grupos de hebreos.
En grandes rasgos —y a riesgo de simplificar— entre los primeros ingresos de judíos, según las fuentes citadas por Teresa Porzecanski, están los sefaradíes1 que habrían llegado al Uruguay en 1904-1905 hasta 1914, procedentes de Turquía en su mayoría, a raíz de la intolerancia religiosa y antisemitismo surgidos a partir de la otomanización del imperio. Las exiguas condiciones de vida y la obligatoriedad del servicio militar llevaron a los judíos sefaradíes del Cercano Oriente a emigrar también de Siria, Egipto, Chipre, Malta y Rodas, completando asi el espectro inmigratorio que se prolongó hasta 1920. Puede afirmarse entonces que en las dos primeras décadas del siglo XX se produjo el ingreso del primer componente inmigratorio sefaradí, asi llamado por provenir de la cuenca del Mediterráneo Oriental.
Al mismo tiempo, el deterioro de las condiciones de vida para los judíos en Europa Oriental en términos de restricciones de trabajo, educación y religión, producto de un antisemitismo estatal, provocaron a fines del siglo XIX y principios del XX una enorme emigración de los llamados ashkenazíes, provenientes de Rusia, Polonia, Estonia, Letonia y Lituania, asi como de Rumania y Checoeslovaquia, llegaron a América y a Uruguay, también en las dos primeras décadas del siglo pasado.
Durante los años veinte continuó la corriente inmigratoria judía con momentos pico entre 1925 y 1928, tanto en cuanto a ashkenazíes como a sefaradíes. El límite de esta primera ola migratoria, como podríamos llamarla, se ubica en el estudio de Porzecanski en el año 1932 como consecuencia directa de las restricciones inmigratorias dictadas por el gobierno uruguayo de la época. Durante esas primeras tres décadas del siglo es que se produjo el grueso de la inmigración judía a Uruguay.
A pesar de las restricciones mencionadas, entre 1932 y 1942 se abrió excepcionalmente una nueva puerta para los judíos, en este caso procedentes de Europa Central y Occidental —Alemania, Austria y Hungría—, producto de la intervención de algunos organismos internacionales y del cuerpo consular uruguayo, contemplando las necesidades de emigración de judíos en esos países a consecuencia del antisemitismo del nacional socialismo gobernante. Esta segunda ola estaba conformada por judíos de un mayor promedio de edad y de un nivel cultural superior a los anteriores, pertenecientes a la clase media.
Finalizada la segunda guerra mundial —entre 1945 y 1954— llegaron los sobrevivientes del holocausto, en general como resultado de la búsqueda de familiares que hubieran emigrado a Uruguay. Esta tercera oleada es descrita por Teresa Porzecanski en forma bien ilustrativa:
Este contingente migratorio llegaba al país totalmente divorciado de lo que había sido su vida antes de la guerra, [...] por la experiencia límite de aniquilamiento a que había estado sometido. Eran ashkenazíes y sefaradíes de Europa Occidental y Oriental asi como de la cuenca del Mediterráneo mezclados [...] por el ordenamiento arbitrario de la deportación de las zonas ocupadas por el nazi-fascismo. [...] Estos refugiados eran en su gran mayoría jóvenes de entre dieciséis y veintiséis años, huérfanos, solteros o recientemente casados durante la liberación.
Muchos de ellos eran sobrevivientes de los trabajos forzados en los campos de concentración.
Hacia mediados de la década de 1950 puede señalarse que cesó la inmigración judía a Uruguay. El crecimiento de la colectividad quedó entonces supeditado al crecimiento vegetativo familiar. Las características particulares de la inmigración judía en ese primer medio siglo hacian prever que no hubiera un retorno a los lugares de origen en tanto no cambiara radicalmente la situación política y socioeconómica, ya que para su fuero íntimo estaban en carácter de cuasi refugiados. Es decir, prevalecía la convicción de que se trataba de una inmigración para siempre, bien diferente de la realidad de otras colectividades procedentes de naciones cuya motivación para emigrar era hacer fortuna, en procura de volver a sus terruños como triunfadores: hacer la América.2
Distribución y ocupación
Los primeros inmigrantes judíos se afincaron principalmente en dos zonas de Montevideo: la Ciudad Vieja, en su mayoría sefaradíes, y el barrio Reus (luego Villa Muñoz), Goes y La Comercial, en mayor medida ashkenazíes. Hasta tanto pudieron mejorar la situación económica se alojaron en casas de inquilinato.
En términos generales sus ocupaciones laborales se desarrollaron en la artesanía (sastres, peleteros, zapateros, carpinteros) y el comercio, comenzando en buena parte con la venta ambulante puerta por puerta de variados artículos, en particular de tienda y mercería.
Amparados en las facilidades del Estado laico uruguayo, a partir de la segunda generación los inmigrantes judíos pudieron estudiar y seguir carreras profesionales, con lo que mejoraron sensiblemente su situación socioeconómica. Al mismo tiempo, la concentración de sus integrantes se fue trasladando a la zona costera, en particular al barrio de Pocitos.
El interior del país fue receptor en menor medida de la inmigración judía, en especial asentada en 19 de Abril (1914), Mercedes (1924) y Tres Árboles (1938).
El tamaño de la comunidad
La falta de estadísticas confiables sobre todo en las primeras décadas del siglo hace dificultosa la estimación de datos en términos cuantitativos, por lo que las referencias surgen de testimonios personales.
En este sentido, se coincide en apreciar que a mediados de la década de 1910 (1916-1917) había unas 80 familias ashkenazíes y otras tantas sefaradíes, y que pudieron alcanzar las 200 hacia 1920. Otros datos señalan que por esa fecha había en el país 1700 judíos. En cuanto a proporciones de los orígenes mencionados en la conformación general de la comunidad judía inmigrada, parecería haber consenso en aceptar que la mayor parte corresponde a los ashkenazíes, o sea oriundos de Europa oriental, aproximadamente 70%. Luego, el 15% correspondería a los venidos de Europa occidental (Alemania, Austria), 12% a los sefaradíes y 3% a los húngaros.
Entre los años de 1960 y de 1970 la comunidad judía alcanzó alrededor de 50 mil integrantes. Hoy, a falta de estudios que den cifras ciertas de la cantidad de judíos en el Uruguay, los dirigentes comunitarios manejan cifran que van desde 13 mil hasta 20 mil judíos en nuestro país. Esta notoria disminución se explica en buena medida en el nuevo factor determinante que fue la creación del Estado de Israel (1948) y la posibilidad, ya devenida en tradición, de ir a vivir allí de por vida. Se calcula que unos 15 mil judíos uruguayos —descendientes de aquellos inmigrantes— se han afincado en Israel, por lo que la corriente migratoria de la que hablamos parece haber tomado sentido contrario, en la medida en que Israel —en la voz del sionismo— se promueve como la alternativa de vida para los judíos en el mundo ante las situaciones adversas (ver capítulos «Las preocupaciones actuales» y «Sionismo y no sionismo»).
Las primeras inquietudes
Lo que corresponde a las instituciones constituidas en el seno de la comunidad hebrea se trata en detalle más adelante en este trabajo (capítulo «Una telaraña increíble»). No obstante, cabe señalar aquí los principales aglutinantes para los primeros inmigrantes judíos: la muerte (entierros y cementerios); la religión (servicios religiosos); ayuda a otros judíos (instituciones de beneficencia); crédito y finanzas (creación de bancos); educación (escuelas de tradición) y grandes instituciones comunitarias.
Es esclarecedor el relato de Israel Nemirovsky acerca de las primeras inquietudes de los inmigrantes judíos. Una de las primeras acciones emprendidas por su padre, Najman Itzjak Nemirovsky, se enfocó en contar con un cementerio judío. En su carácter de primer dirigente religioso judío en Uruguay, convocó a los más destacados residentes en ese momento en Montevideo, para el tratamiento de este tema. El 18 de julio de 1916 se llevó a cabo la asamblea en la que se decidió fundar una institución, la Chevra Kedusha Ashkenazit, que luego sería la Comunidad Israelita del Uruguay. Tras nombrar sus autoridades, se declaró que el objetivo principal de la institución consistía en ocuparse del entierro de los judíos, de acuerdo con las leyes y tradiciones de la religión. En un relativamente breve lapso se dieron los pasos para la adquisición de un terreno en el cementerio de La Paz, donde el 28 de noviembre de 1917 fue inaugurado el Cementerio Israelita de La Paz.

Asamblea de la Comunidad Israelita del Uruguay (Kehilá) en los años de 1940.
Gentileza Bernardo Olesker

Obreros judíos dispuestos a asistir al acto en conmemoración del día de los trabajadores.
Se concentraban en los barrios típicamente judíos y de allí marchaban hasta el acto.
Como se ve en la foto, hay proclamas reivindicativas en español y en idish.
Gentileza Asociación Cultural Israelita Dr. Jaime Zhitlovsky