
Todo el mundo conoce el cuento de Hansel y Gretel, el de los dos hermanos pobres que se perdieron en el bosque y llegaron a una casita de chocolate de una vieja muy simpática que les dio de cenar y los dejó quedarse a dormir. Cuando los chicos despertaron, la vieja simpática se había transformado en una bruja malvada que se los quería comer. Pero al final lograron escapar arrojando a la bruja dentro de una olla de agua hirviendo.
Todo el mundo conoce este cuento, pero a mí siempre me lo han explicado de otra manera y me gusta tanto que os lo voy a contar. Ahí va.
Dice el cuento que me explicaron que un día Hansel y Gretel se perdieron en el bosque mientras recogían leña y llegaron a una casita muy bonita. La dueña de la casa era una viejecita muy simpática que los invitó a entrar y les preparó unos platos riquísimos. Y los dos niños comieron tanto y estaban tan cansados que se durmieron en la cama de la anciana.

Pero a la mañana siguiente se encontraron encerrados en una jaula. La casita ya no era tan bonita y la viejecita ya no parecía tan simpática. Daba miedo, mucho miedo.
–¡Qué ganas tenía yo de comerme un buen plato de niño con verduras! –les gritó, enseñando los cuatro dientes que le quedaban–. Empezaré por ti, chiquillo –añadió, señalando al pobre Hansel–, y tú, niñata, ¡sal de la jaula y empieza a limpiar la casa!
La vieja iba preparando platos para que los niños se los comieran y engordaran un poco: macarrones con tomate, sopa de lentejas, pollo con patatas, albóndigas, merluza empanada, croquetas... Cuanto más gorditos estuvieran, más sabroso sería el guiso con las verduras que se estaban cociendo en una olla enorme. Mientras Hansel comía y comía, Gretel barría, fregaba, quitaba el polvo y lavaba los platos y cacerolas que usaba la anciana para cocinar.
A pesar de que estaba muy asustado, Hansel se iba zampando todos los platos que aquella vieja le preparaba, pues cocinaba muy bien. ¡Qué lástima que se los quisiera comer...! Si encontraran el modo de convencerla para que no lo hiciera, pensaba Gretel al oler aquellos guisos tan buenos.

Cuando las verduras ya casi estaban en su punto, la vieja sacó a Hansel de la jaula para meterlo en el guiso. Pero la pobre anciana, que era corta de vista, resbaló con una piel de patata y cayó dentro de la olla.
Gretel, que tenía un corazón tan grande como una casa, decidió salvar a la anciana. Apagó el fuego y con la ayuda de su hermano sacaron a la mujer de la olla. Cuando vio lo que habían hecho por ella, la pobre vieja se puso a llorar y pidió perdón a los dos muchachos.
–Lo siento mucho, niños, no lo volveré a hacer nunca más –les dijo entre sollozos–. Es que llevo mucho tiempo sola en el bosque y me debo de haber vuelto mala.
–Pues véngase con nosotros –le contestó Gretel, abrazándola–. Ayúdenos a salir del bosque y si quiere se puede quedar a vivir con nuestra familia.
–¡Qué buena idea, Gretel! –gritó Hansel sumándose al abrazo–. ¡Con lo bien que cocina, hasta podríamos abrir un restaurante!
La vieja se secó las lágrimas, aceptó la propuesta de los niños y se fueron todos juntos a casa de Hansel y Gretel. Y cuando la familia se reunió otra vez, Gretel les propuso a sus padres que abrieran un restaurante. La anciana, Hansel y Gretel cocinarían y sus padres harían de camareros. Todos estuvieron de acuerdo en que era una idea magnífica y abrieron un restaurante que se hizo famoso en el mundo entero.
Yo no sé qué cuento preferís, si el de los hermanos que se salvan y vuelven a casa solos o el de los hermanos que vuelven acompañados de la vieja que cocina tan bien. Lo único que sé es que a mí este cuento me lo cuentan muchas veces mi abuelo Hansel y mi tía abuela Gretel mientras cenamos un guiso de verduras riquísimo que cocina una viejecita muy simpática en el restaurante La casita de chocolate. Y si me lo cuentan ellos debe de ser verdad, ¿no?
