Cuando Isabel Aymar dejó España para marchar a Nueva York con sus hijos, la vida de Zenobia tomó un nuevo giro, una nueva dirección que la llevó a ser la joven moderna que hoy conocemos. Al salir de España tenía 17 años.
Zenobia había nacido en Malgrat de Mar, en una casa de la que tiene recuerdos recogidos en sus escritos. Esta casa, en la calle Mar, 85, había sido construida por el indiano Mariano Alsina Robert, natural de Malgrat de Mar, entre 1869-1873. La casa era una lujosa mansión de estilo colonial, rectangular, de casi 500m., a la que se accedía por una escalinata de diecinueve escalones de mármol y estaba rodeada por una amplia galería con arcos. Se componía de semisótano –cocina y zona de servicio–, planta baja –vestíbulo, dos salones, comedor y seis habitaciones– y terrado; también disponía de una torre mirador que iluminaba la zona central de la vivienda –comedor–. Se levantaba en el centro de un exuberante jardín: palmeras, pinos, moreras, cedros, sauces llorones, magnolios, rosales, etc. A esta casa la llamaban «La Quinta» y Raimundo Camprubí Escudero, padre de Zenobia, ingeniero de profesión, la alquiló para disfrutar los veranos junto a su familia. En 1897 fue comprada por el notario Juan Campassol Calvell. En los primeros años del siglo XX estuvo ocupada por el colegio de las monjas Ursulinas francesas; de 1926 a 1976, por la familia Campassol; y en 1981 pasó a ser propiedad del Ayuntamiento de Malgrat. Actualmente el jardín de los recuerdos infantiles de Zenobia es el Parc de Can Campassol.1
Zenobia nació en esta casa en 1887 y allí pasó la familia los veranos hasta 1891. Zenobia debió de volver «en busca de su niñez» en el verano de 1910, ya que estuvo en Cataluña de julio a septiembre. Allí se reunió con Epi, su hermano pequeño, que vino con dos amigos de la Universidad de Harvard, uno de ellos era Henry Lee Shattuck.
El segundo de los hermanos de Zenobia, Raimundo, al igual que ella nació en Malgrat de Mar, el 16 de agosto de 1884. Estudió en los jesuitas de Sarriá y, cuando empezó a «descarriarse», su madre lo llevó a estudiar a Alemania –1900–; de 1901 a 1904 estudió en Lausanne, Suiza, primero en el Institut Widget Rorschach y después con el profesor Hahnemann en Villa Concordia. Posteriormente, en la Universidad de Columbia de Nueva York; fue muy mal estudiante. El menor de los hermanos Camprubí, Augusto –Epi–, nació en Barcelona, Paseo de Gracia, 46-2º, el 29 de noviembre de 1890. De salud delicada desde la infancia a causa de la difteria que padeció, fue un niño suave y dócil, sobreprotegido por su familia; por este motivo nunca fue al colegio, estudió en casa. Cuando en 1904 se instaló con su madre y hermanos en EE.UU., su madre lo matriculó por primera vez en un centro oficial. En un principio Epi se mantuvo en el camino correcto de trabajo y responsabilidad pero le duró poco, también fue mal estudiante. Estudió en la Middlesex School de Concord –1907– y en Harvard –1913–, fue ingeniero mecánico, la carrera se la pagó tía Edith La Bau Dyer, ante los graves problemas económicos por los que atravesaba su madre, Isabel Aymar.
A diferencia de Raimundito y Epi, José, el mayor –Yoyó, Jo–, nacido en Ponce, Puerto Rico, el 28 de noviembre de 1879, fue estudioso, trabajador y responsable. Era el hermano preferido de Zenobia; tenían personalidades parecidas. Había estudiado en los Jesuitas de Barcelona, en la calle Caspe, donde fue compañero de Luis de Zulueta. En 1896 su madre lo llevó a Norteamérica para que realizase sus estudios en Stone’s School, Lakeville, Conneticut, donde estuvo hasta terminar el curso escolar; de septiembre de 1896 a junio de 1897 estudió en la Hotchkiss School, Lakeville, Conneticut, después pasó a la Universidad de Harvard donde realizaría sus estudios de ingeniería. Tuvo distintos empleos durante su vida laboral hasta que en 1918 compró el periódico neoyorkino La Prensa, importante periódico en español, y se dedicó exclusivamente a él, sin perder el nexo con España (Cortés Ibáñez, 2013).
Zenobia, la única niña de la familia se educó en casa con profesores particulares, seguida muy de cerca por su madre, siempre preocupada por la educación de todos sus hijos. Entre las clases que recibía destacaban historia, literatura y música –Zenobia tocaba el piano–. Desde niña fue guiada en la lengua inglesa y en la lectura por su abuela materna y su madre.
En julio de 1904, una serie de diferencias en el matrimonio de Raimundo Camprubí e Isabel llevó a esta a abandonar el domicilio conyugal en Valencia y a su marido y a reencontrarse con el mundo de su juventud, con Nueva York. Isabel salió de Valencia acompañada por sus dos hijos menores, Zenobia y Epi, además de por su criada negra Bobita. En realidad Bobita no era criada, era una integrante más de la familia, fue el regalo que Isabel recibió al mes de su nacimiento en Puerto Rico, un regalo de su tío abuelo Santos; Bobita, apelativo cariñoso de Honorina, era la niña cuarterona, hija de un tendero catalán, que nunca se ocupó de ella, y de una esclava del tío Santos –Dominga–, medio negra, medio india y con sangre española en las venas. Durante toda su vida, Bobita fue la compañera fiel e inseparable de Isabel que la siguió allá donde fuese y que la ayudó hasta más allá de sus fuerzas. Fue la compañía constante para los niños de Isabel y el nexo entre el presente y el pasado de esta; cuando en febrero de 1907 muere Bobita en Flushing –Queens, Nueva York–, los lazos de Isabel con su pasado, con sus orígenes boricuas quedarán sueltos para siempre.
A su salida de Valencia, Isabel y acompañantes hicieron un recorrido un tanto extraño, ante su obsesión de que eran perseguidos: Valencia, Barcelona, Lyon, París y Nueva York, adonde llegaron el 25 de agosto de 1904. Se alojaron en el Westminster Hotel, Irving Place y 16th St. N.Y., hotel en el que se quedaba Charles Dickens durante sus estancias en Nueva York. En él tomó Isabel un apartamento pequeño para los cuatro y allí recibió a su hermano, José Aymar; después los visitaría tía Bessie –quien dijo que toda esta historia del viaje parecía una novela italiana– que los llevó a su casa en Newburgh. Tía Bessie, apelativo cariñoso de Elizabeth Van Buren White, prima hermana de Isabel, estaba casada con el doctor Thomas H. White. La relación entre ambas familias siempre fue muy estrecha.
Antes de salir de España, Isabel telegrafió al segundo de sus hijos, Raimundito, que estaba estudiando en Suiza, para que se dirigiese a Nueva York. El mayor, Jo, que vivía en Norteamérica desde 1896 y trabajaba en ese momento en Terre Haute, Indiana, también se reunió con el resto de la familia. A su llegada a Nueva York Zenobia conoció a sus primas, las hermanas Cornelia y Hannah Crooke; así lo cuenta Zenobia, muchos años después, en carta, 10-2-1954, a Mr. Amram: «Cuando estuve en los EE.UU. durante unos años, a la edad de 16 –1904–, conocí a mis primas Crooke y me quedé la noche con ellas en su apartamento de New York City, por el West 40»; los Crooke vivían en 61 East 56th St. Y en este momento, en 1904, comenzó una amistad intensa, estrecha, entre Hannah y Zenobia que solo rompería la muerte de la primera el 7 de abril de 1953. En realidad, Hannah Crooke era prima hermana de Isabel, el padre de Isabel –Augusto Aymar– y la madre de Hannah –Elizabeth Aymar– eran hermanos, pero Zenobia siempre la trató como prima. Hannah era diez años mayor que Zenobia y a ambas las unió su temperamento activo, independiente y emprendedor.
Desde su llegada a Norteamérica Jo se había sentido perfectamente integrado en la vida y en la sociedad del país, contaba con muchos amigos que también lo fueron de su madre y hermanos cuando estos llegaron. Así ocurre con su íntimo amigo Henry Lee Shattuck, el eterno pretendiente de Zenobia desde 1904. Los Camprubí mantuvieron una relación estrechísima con la familia Wheelwright, quienes disfrutaban de una excelente situación económica, eran propietarios de fábricas de papel en el pueblo de Wheelwright y el padre fue embajador norteamericano en Londres. A uno de los hijos, Page, compañero de cuarto de Jo en la Universidad de Harvard, lo encontramos en Cataluña –en 1903–, en Newburgh y en Boston con la familia Camprubí, y Zenobia y Juan Ramón visitan a los Wheelwright durante su viaje de novios. Page será propietario de la Editorial Doubleday, Page & Co.
El Dr. Thomas Morgan Rotch y su esposa Helen, de Boston, padres de otro de los amigos de Jo, también fueron buenos amigos de Zenobia y de su madre, sobre todo Helen. Además de todos estos amigos «heredados» Zenobia hizo amigos propios, por ejemplo los Lagercrantz, familia formada por Herman de Lagercrantz –miembro de la legación sueca en Washington de 1907 a 1910– y su esposa Hervig Croneborg. Dos de sus hijas, Mary y Eva, eran amigas de Zenobia sobre todo la primera, con ella Zenobia mantuvo correspondencia cuando regresó a España; incluso se conserva una carta de Zenobia, después de casada y de varios años sin saber la una de la otra, en la que le cuenta cómo se ha desarrollado su vida y le da una visión del poeta (Camprubí: [en prensa]). A estos amigos hay que añadir muchos más.
La estancia de Zenobia en Norteamérica, de julio de 1904 a marzo de 1909, fue decisiva en su vida. Venía de una vida –digamos gris– en Valencia, de: «Paseos de una hora diaria, rígidos, aburridos, por hacer ejercicio, con papá. Los domingos a misa con Bobita. No conocía a una sola niña de mi edad. Una vida hacia adentro […]. ¡Parecía que la vida se había secado!» (Camprubí, 1991: 325); de esta vida valenciana, triste y reducida, llega a la brillante y divertida vida canadiense de Pointe au Pic, Québec, lugar de vacaciones donde pasa unos días, nada más llegar a Norteamérica, en casa de su tío materno José Aymar y su esposa Lillian. Aquí, Zenobia descubre otra manera de vivir:
La casa es una preciosidad, la sala es toda verde y violeta; mi cuarto, azul; el de R[aimundito], rosa; el de Helen, verde; toda la casa sencilla, limpia, ordenadísima y artística. Llena de plantas y de ventanas, estilo primitivo en apariencia pero con el comfort de la civilización yankee. No hay electricidad ni gas pero los numerosos quinqués dan luz vivísima (Camprubí: [en prensa]).
Se encuentra con jóvenes de su edad y no le convencen:
En mi vida he visto un corro de idiotas como los jóvenes y señoritas que vi. Yo supongo que ellos dirían que yo lo era pero más vale no decir una palabra que tantos disparates. No me gusta nada la gente aquí arriba [Canadá], son inmensamente frívolos todos (Camprubí: [en prensa]).
Y necesita la ayuda de su madre a la que está muy unida: «¿Qué propina debo dar cuando me vaya?»
A su llegada, después de una corta estancia en el Westminster Hotel, pasan unos días en Newburgh con tía Bessie y buscan casa donde instalar su hogar. Fijan su residencia en Newburgh, condado de Orange donde se encuentra gran parte del patrimonio de los Aymar. El hecho de que algunas de las cartas dirigidas a Zenobia e Isabel, en 1904 y 1905, lleven la dirección de «Misses Mackie’s, 160 Grand Street, Newburgh» nos ha llevado a intentar conocer la identidad de las mismas y el porqué de los envíos a esa dirección. Así hemos sabido que Eleanor J. Mackie (1833-1909) y sus cinco hermanas –dos de ellas habían trabajado en el Hampton Institute y otra en Vassar College– crearon su propio internado en 1865, The Misses Mackie’s School, que ocupo diferentes emplazamientos hasta que en 1884 lo situaron en el 160 Grand Street, Newburgh. La enseñanza que ofrecían tenía una duración de siete años y preparaban a las alumnas que querían entrar en Vassar College. Misses Mackie’s ofrecían una educación moderna basada en «the 3 R’s», las tres R: Reading, wRiting and aRithmetic, lectura, escritura y aritmética, además de enseñar etiqueta y protocolo. La escuela cerró en 1906 y entonces el edificio cambió de dueño y fue «The Inn» –Hotel–. Zenobia y su madre debieron de alojarse aquí por un tiempo, mientras encontraban la casa donde situar su hogar, tal y como lo demuestra la correspondencia; posiblemente también asistió a alguna de sus clases.
Zenobia comienza a escribir su Diario el 25 de septiembre de 1905 y, en esta primera entrada nos aclara las razones de su escritura:
Este diario no es un registro de mis pensamientos y sentimientos, no es para ordenar lo que hay en sus páginas. Podría seguir los estadios de evolución que ha habido desde mi infancia hasta mi etapa de mujer, que se han mantenido conforme a los deseos de mi madre. Recientemente me ha pedido que haga una entrada diaria en este libro para registrar mis acciones durante el día. Puedo usar un lenguaje telegráfico si lo prefiero porque el objeto de este libro simplemente es hacer que me dé cuenta de las pocas cosas útiles que hago durante el día. Mi único deseo es que mi madre me dé una referencia de qué cosas útiles contar de mi vida.
Lo primero que nos llama la atención del texto es que, durante su infancia y adolescencia, Zenobia ha sido una niña obediente a los dictados de su madre: «conforme a los deseos de mi madre». En segundo lugar, ella no inicia este Diario motu proprio sino porque: «me ha pedido que hiciese una entrada diaria». Y en tercer lugar, nos muestra el objetivo didáctico del mismo: «hacer que me dé cuenta de las pocas cosas útiles que hago durante el día». Este Diario será para Zenobia una recopilación de actividades, de idas y venidas, de amistades y actos sociales; es un buen fresco social norteamericano. Pero no hay nada de la necesidad de compañía, de desahogo o de apartamiento del alma de Zenobia; tiene el tiempo muy ocupado y es feliz: «Estoy tan encantada y tan entusiasmada con todo, que no creo que haya ni una persona que disfrute la vida más que yo» (Diario, 29-3-1909). Simplemente escribe porque mantiene los dictados de su madre. Durante toda su vida fue una hija cariñosa y obediente que se mantuvo estrechamente unida a su progenitora. La unión fue recíproca. Cuando Zenobia era niña, su madre mantenía respecto a ella una entrega generosa y, a medida que pasaron los años e Isabel fue envejeciendo, se mostró dependiente de su hija. Isabel, como madre, fue responsable y cariñosa; Zenobia se queja de que le da demasiados mimos –llevarle el desayuno a la cama, etc.– y el 10 de octubre de 1907 le escribe:
[...] si tú me quieres lo que debes hacer es sobreponerte a tu generosidad que es opio puro para mí y, por amor a mí, procurar que no me vuelva a enviciar con la decadencia de la voluntad. Tú comprende que no soy arisca, ni fría sino que, muy por lo contrario, tengo miedo de sucumbir ante tus indulgencias. [...]. Yo te suplico que le des la importancia debida a lo que te digo pues estoy justamente en la edad crítica en que se forman las costumbres y el carácter y, si no hago un último esfuerzo ahora, será terrible para mí en el porvenir. No puedo perder confianza en mí misma otra vez porque, si la pierdo, no acabaré de hacerme una mujer. Figúrate lo hermoso que es el ser una gran mujer y cuánta felicidad puede crear y cuánta desgracia puede causar una que se acostumbra a ser dejada en todo» (Cortés Ibáñez, 2006b).
Estos Diarios de juventud son inéditos hasta el momento de esta publicación. De Zenobia conocemos los tres volúmenes de sus diarios del exilio y el Diario de 1916 que, unidos a estos de juventud, completan la línea vital de su autora.
Después de vivir un corto periodo en Newburgh, cerca de tía Bessie, fijaron su residencia en Flushing. Aquí viven Zenobia e Isabel y aquí acuden los tres hijos, los fines de semana, en muchas ocasiones acompañados por sus amigos. El mayor, Jo, ya es ingeniero, ahora trabaja en la construcción de los túneles del río Hudson, un trabajo que le afecta físicamente, a él que, al igual que a su padre, le gusta la vida sana y al aire libre. No podemos evitar recordar todas las recomendaciones que da a Zenobia y a su madre sobre paseos y vida al aire libre –su padre también lo hace en numerosas ocasiones–. Los otros dos hijos también siguen sus estudios pero, como ya hemos indicado, son malos estudiantes y ello será una fuente de disgustos para la familia. Zenobia, al principio, estudia en casa; sus profesoras son Miss Emma Wygant, muy popular, que pertenece a la escuela de Misses Mackie’s, y Miss Beatrice Weaver, de Bryn Mawr, prestigiosa universidad privada.
La vida en Norteamérica hizo que Zenobia se relacionase con jóvenes de su edad –algo que había echado tanto de menos en Valencia–, de ambos sexos. Resultó ser muy popular entre sus amistades, con las que salía constantemente, viajaba sola o acompañada, asistía a espectáculos, conferencias, fiestas, bailes, practicaba deportes, etc. Todo ello aumentó su sentido de independencia que chocó frontalmente con las actitudes de las jóvenes de su edad cuando regresaron a España en 1909. Estos años lejos de España fueron de formación para Zenobia, asistió a las clases del programa de Extensión del Teacher’s College de la Universidad de Columbia en Nueva York –ejercicios de redacción para sus clases quedan incluidos en el presente volumen– que, pasado el tiempo, se nos revelan como base, preparación o anticipo de la futura actividad docente de Zenobia.
Norteamérica fue despertando a Zenobia a su vida de adulta, lo que la llevó a mostrar inquietudes sociales que la acompañarían durante toda su vida: el trabajo con la infancia y con los necesitados. Trabajó en una guardería de Flushing, lo recoge en sus Diarios: «pasé dos horas en la guardería» –6 de mayo, 1907–, «Fui a la guardería a ver a los niños» –7 de mayo, 1907–, «Corté muñecas de papel para la guardería» –8 de mayo, 1907–, etc. y, además, colaboró con el Annisquam Sewing Circle, institución equivalente a los roperos españoles, en los que se mostrará tan activa cuando se instale en Madrid en otoño de 1910.2
Desde la infancia, Zenobia fue una empedernida lectora (Cortés Ibáñez: [en prensa b]), su abuela materna y su madre supieron encauzarla muy bien en este camino que nunca abandonó. Creemos no equivocarnos al afirmar que las primeras lecturas de Zenobita y sus hermanos fueron las de los cuentos e historias de la revista neoyorquina Saint Nicholas, a la que estaban suscritos, y ello llevó a la niña a hacer sus primeros borradores literarios. Es significativo que la primera carta de Zenobia, de la que tenemos constancia, de 1895, cuando tiene 8 años, esté dirigida a la revista Saint Nicholas y, además, recoja: «mi hermano mayor colecciona vuestra maravillosa revista desde hace diez años» (Camprubí: [en prensa]). Por lo tanto, no deben extrañarnos sus «veleidades literarias», como ella llamará en el futuro a su afición a escribir. Como una aproximación a su hábito lector, incluimos algunos títulos recogidos de su Diario de juventud –recordemos que Zenobia habla inglés, francés, español, también se defiende en italiano y, además, estudia alemán–; siempre ofrece los títulos en la lengua en la que los está leyendo. Algunos de ellos son: Napoléon, Kenilworth, The Merchant of Venice, La vida es sueño, la Biblia, The Fair God, Otelo, Zanoni, Departmental Ditties, Rise of Dutch Republic, Vanity Fair, Makers of Florence, La Tulipe Noire, The Last Days of Pompeii, Les Desenchantées, The Wild Duck, Pelléas and Etarre, The Quest for the Holy Grail, La Mort d’Arthur, Le Maitre de Forges, Le Rayon, The Haunted Hotel, Poner una pica en Flandes, La flor de la vida, Conversion of an Anarchist, etc.
En 1902, cuando tiene 14 años, se publica el primero de sus artículos –que tengamos constancia–, «A Narrow Scape», en la revista Saint Nicholas, revista que también publicará «The Garret I Have Known» en 1903. Pero será a partir de fijar su residencia de Nueva York cuando la capacidad creadora de Zenobia se verá incrementada, y publica: «A Dog Hero», 1904; «When Grandmother Went to School», 1904; y «A Letter from Palos», 1910, todas en Saint Nicholas. En este mismo año, en otra gran revista neoyorquina, The Craftsman, aparece «Valencia, the City of the Dust, Where Sorolla Lives and Works». Dos años más tarde, en 1912, Vogue, incluye otro artículo de Zenobia: «Spain’s Welcome to the Spring». Y como auténtica primicia –ya que no teníamos constancia hasta ahora–, en 1916, Saint Nicholas publica el artículo: «Murillo and the Usurer of Seville», que lo incluye en el mes de febrero, justo antes de que Zenobia y Juan Ramón se casen. Como vemos por los títulos, todas estas publicaciones son en inglés.
Estos artículos son solo una pequeña muestra de todo lo que escribió Zenobia, actividad de la que ha dejado constancia en sus cartas: «Prometheus», 1904; «A Masterpiece» y «A Boy’s Letter», 1905; «The Catalans and Ferrer», 1911, «Spain’s Welcome to the Spring», 1912; «The Fair and American College in Madrid»; «Pleasant Sports in Madrid», 1915, etc. –desgraciadamente solo conocemos los títulos–. Zenobia, escritora inagotable, intentaba la publicación de sus artículos en revistas norteamericanas y, antes de su regreso a España en 1909, escribe a Harper’s Magazine ofertándoles artículos de viaje; a la Editorial le parece una idea estupenda pero, antes de todo, necesitan saber que el material se ajusta a la revista.
En este año de 1909 Jo Camprubí se casó con la norteamericana Ethel Leaycraft en Essex Fells, New Jersey, el 18 de febrero. Ethel, un año menor que Jo, era nieta de Jeremiah Leaycraft que fundó la firma Leaycraft & Co., comerciantes de las Indias Occidentales y navieros. Ethel se educó en la elitista Spence School de Nueva York y en Europa. La boda de la pareja tuvo lugar en la iglesia de Saint Peter’s y se anunció en The Evening Telegram de Nueva York, diario que cubría todas las noticias de la ciudad. El ramo de novia le fue regalado por su primo, el presidente Teodoro Roosevelt; inmediatamente después de la ceremonia hubo una recepción en Birkendene. Obviamente, el padre del novio, Raimundo Camprubí, no asistió a la boda; tampoco asistirá a la de Zenobia en 1916, ni a la de Epi, su hijo menor, en 1929 –los tres hijos se casaron en Nueva York–. Sin embargo, con motivo de este enlace, Raimundo escribe a su mujer, Isabel, desde Huelva –donde estaba destinado–, en marzo de 1909:
Ya supongo celebrado el himeneo de nuestro hijo José, al que deseo, como a mi nueva hija, todo género de dicha que, por otra parte, tiene derecho a esperar porque su carácter se acomoda bien a los goces del hogar. Como débil manifestación de lo que me gustaría poder hacer te mando 100 dollars, como ofrecí, para que los inviertas como mejor te parezca en beneficio suyo […].
La pareja de Zenobia en esta boda fue George Cheever Shattuck –profesor de Medicina Tropical en Harvard–, hermano mellizo de Henry Lee Shattuck. Poco después de la boda de Jo, el 8 de marzo, Zenobia sufre una operación de apendicitis y el 23 embarcan de regreso a España. Isabel consideró que era tiempo de que su hija y ella volviesen al lado del cabeza de familia. Su estancia en el hospital será motivo de algunos de sus escritos: «¿Este cielo o aquel?», «Water», «The Portuguese in the Surgical Ward», etc.
Una vez en España, Zenobia escribirá con fruición. La familia, con Hannah incluida, se instala en La Rábida, y Andalucía será el tema principal de sus escritos (Cortés Ibáñez, 2011a). Zenobia no conocía esta parte de España y resulta ser su gran descubrimiento; viajan y conocen sus ciudades y folclore, su arte, visitan al pintor Francis Luis Mora… y este descubrimiento lo plasma en las cuartillas: «[Huelva]», «Impressions of Cadiz», «Ronda», «Impressions of Cordoba», «Legends of Seville», «How La Rabida Celebrates the Discovery of the New World», «The Sephard of La Rabida», etc. A toda esta temática se une la actividad que Zenobia desarrolló en La Rábida al montar una escuela para los hijos de los trabajadores; es un periodo que Zenobia siempre recordará con enorme cariño.
Pensamos que el grueso de todos sus escritos corresponde a la etapa de juventud, a sus años norteamericanos, a su estancia en La Rábida y a sus primeros años madrileños, hasta 1915 aproximadamente, porque ya sabemos que, cuando conoció a Juan Ramón, comenzó su activa labor de traductora. Cuando terminó esta etapa, regresó a sus escritos en prosa.
La mayor parte de los relatos aquí incluidos se caracteriza por no tener fecha; quienes conocemos a Zenobia sabemos que este detalle es habitual en ella y también sabemos que nos provoca no pocas complicaciones a la hora de datarlos. Ante la imposibilidad de fijar la fecha de todos los escritos, los hemos ordenado partiendo de su contenido y, así, van en primer lugar los que hacen referencia a sus orígenes familiares, aunque no hay duda alguna –por su caligrafía, estilo, etc.– que los escribió en su etapa adulta. Zenobia pone en orden sus recuerdos familiares, sus cariños de la infancia y el puesto número uno se lo lleva su abuela puertorriqueña Zenobia Lucca, a la que admira y quiere profundamente. La abuela quedó viuda en 1891 y se instaló en el Paseo de Gracia de Barcelona, al lado de su hija Isabel. La relación abuela-nieta fue estrechísima, como deducimos por todos los escritos de Zenobia en los que se refiere a ella, y duró hasta 1895 año en que murió la abuela.
Ya sabíamos de la producción en prosa de Zenobia, no así de su producción en verso. Conocíamos sus poemas publicados: «Voy deprisa por el mundo», «El centinela muerto», «Con los pies desnudos» y «Aquella voz» (Jiménez y Camprubí, 1986: 113-116). Pero la presente investigación nos arroja una veintena de poemas en inglés completamente desconocidos; salvo los tres últimos, el resto fue escrito en Norteamérica –1904-1909–. Los hemos traducido y de ellos nos ha preocupado más su contenido que su estética, porque nos muestran la personalidad de Zenobia. Al igual que ocurre con su producción en prosa, la poesía que nos ha llegado de Zenobia es solo una muestra de todo lo que escribió, lo vemos en su correspondencia; sirva de ejemplo la carta que le escribe Saint Nicholas, el 20 de mayo de 1912, a Madrid, en la que acusa recibo de «todos los poemas» que Zenobia ha enviado, y lamentan que no se ajusten a las necesidades de la revista.
En junio de 1910 la familia Camprubí se instala en Madrid y en octubre de 1911 Zenobia volverá a Nueva York con motivo del nacimiento de la primera de sus sobrinas, estará allí hasta febrero de 1912. Durante este viaje se decide a montar un pequeño negocio de exportación de artesanía española a EE.UU., en colaboración con su hermano Jo. Por este motivo, después de su regreso de Norteamérica, va a Lisboa en el mes de marzo y a Segovia en agosto, en busca de material. En Segovia visita a Daniel Zuloaga Boneta, pintor y ceramista, un gran renovador de este arte que había recuperado antiguas técnicas de reflejo metálico, tuvo talleres en Madrid y Segovia. Zenobia lo visita en el taller de Segovia que comparte con su sobrino el pintor Ignacio Zuloaga. Este taller-estudio está enclavado en la iglesia de San Juan de los Caballeros, el templo románico más antiguo de Segovia y provincia y que actualmente es la sede del Museo Zuloaga. Esta visita la recuerda en su escrito «Segovia». Unos meses después, en 1912, Zenobia se asocia con Inés Muñoz, una norteamericana de origen cubano, con la que mantendrá una estrecha relación laboral y de amistad, hasta el final de su vida.
Y en 1916 se casa con Juan Ramón. Son años de gran actividad para Zenobia. Colabora con la Junta para la Ampliación de Estudios, es miembro de su Comité para la concesión de Becas (Cortés Ibáñez, 2010a). En 1928, abrirá con Inés una tienda de antigüedades y artesanía que terminará su actividad laboral con la llegada de la guerra civil. En 1931 se encarga de la decoración de la Casa de las Españas en la Universidad de Columbia, Nueva York; en 1932 Federico de Onís la nombra representante oficial en España del Instituto de las Españas y le pide se encargase del control de las publicaciones del Instituto que se hacían en nuestro país, así como de las liquidaciones de ejemplares vendidos por su agente Espasa-Calpe (Cortés Ibáñez, 2010b). Al lado de Zenobia asistimos a la creación del Lyceum Club, su correspondencia nos hace testigos de excepción, vemos cómo se reúnen en la Residencia de Señoritas. El 1 de mayo de 1926 Zenobia escribe a María de Maeztu:
Nos reunimos el lunes a las 5.30 en Fortuny, 53, si no nos echa usted a la calle, para redactar el acta resumiendo los acuerdos de las asambleas anteriores, para enviar los datos necesarios a la Dirección de Seguridad. […]. Lo esencial es que los estatutos estén aprobados y la casa tomada. Escribí al Lyceum en el momento de irse ustedes de casa, pidiéndoles que tramitaran a la mayor brevedad posible nuestro ingreso en su asociación Internacional (Camprubí [en prensa]).
Esta carta es una prueba de la gestación del Lyceum Club femenino, al igual que lo es la correspondencia entre María Martos y María de Maeztu; Martos escribe a Maeztu:
De Usted en cambio esperamos mucho. No un trabajo grande que le entorpezca sus obligaciones pero sí colaboración espiritual, consejos prácticos, su poderosa influencia... Así si usted pudiera dedicarnos unos minutos el viernes se lo agradeceríamos con toda el alma. He avisado solamente a las que imagino nos serán útiles de momento –Amelia Salaverría, Trudi Araquistáin, Carmen de Mesa, Zenobia... Olga Bauer, Pilar Zubiaurre, Ella Palencia, María D’Ors y alguien más (Melián, 2001: 382-83).
Otra faceta importante de Zenobia es la de traductora. No nos detenemos aquí en las traducciones de la obra de Tagore, que Zenobia y Juan Ramón realizaron en colaboración, porque ya han sido estudiadas con anterioridad (Cortés Ibáñez, 2011b: 264-287; [en prensa a]; y [en prensa b]), así como las realizadas de otros autores de lengua inglesa (González Ródenas, 2005; y Jiménez, 2006). El interés de Zenobia por traducir cuentos publicados en Saint Nicholas la llevó a solicitar los permisos pertinentes, punto en el que fue ayudada por su hermano Jo. Traducía para la casa Calleja y es interesante una autorización a esta casa editorial para publicar sin derechos de traducción los cuentos siguientes de la Casa Doubleday, Page & Co.: «Los tres osos», «El rey del río de Oro», «La estufa de Nuremberg» y «La princesa ligera»; de hecho, Zenobia, en las entradas de los meses de julio y agosto, en su Diario de 1916 (Camprubí y Jiménez, 2012), nos dice que está escribiendo estos cuentos y, en ocasiones, que los ha acabado. En el mes de enero de 1917 recibe permiso para la publicación de: «The Pumpkin Dwarf», de Frank M. Bicknell; «The King of the Golden Woods», de Everett McNeil; «The Discontented StoneCutter», de H. P. McIntosh; «Yamoud», de H. Willard French; y «Bayard», de James Baldwin. Posteriormente, el 27 de febrero de 1917, Doubleday escribió a Zenobia y le comunicó que con anterioridad le había enviado una carta de Houghton, Mifflin & Co. en la que le daban permiso para la reedición de «The Great Stone Face», de Nathaniel Hawthorne. En una nota del archivo de Zenobia se encuentra permiso de publicación de la revista Saint Nicholas para «La bolsa del extranjero» y «La justicia del Cadí» de Charles Love Benjamin.
Algunas de estas traducciones se han publicado con posterioridad: «La turquesa mágica», «El gnomo de la calabaza» y «El muchacho y el brujo», que también quedan recogidas en el presente trabajo. El borrador de la traducción del cuento de Dickens, «El sueño de un niño con una estrella» –incluido en este volumen– nos muestra de manera clara el sistema de trabajo de Zenobia y Juan Ramón; cuando termina la traducción mecanografiada del texto, Zenobia, en hoja aparte y manuscrito escribe: «(Los párrafos están completamente locos. Si los pudiera meter en cintura…). Le agradeceré muchísimo todas las correcciones […]. Zenobita». Zenobia no da el nombre del destinatario de estas líneas pero sin duda es el poeta y, por el tratamiento que le da, debe de ser anterior a julio de 1915.
Y esta labor de traductora le permitió obtener unas ganancias cuando, en 1951, la pareja se instala de manera definitiva en Puerto Rico, con sus reservas económicas completamente mermadas por los ingresos hospitalarios de Juan Ramón. Hemos recogido títulos, de estas traducciones en Puerto Rico, tan poco atractivos como: «La vecina más cercana de la tierra», «Fuera del sistema solar», «Cuida bien tu salud», «¿En qué te pareces a una locomotora?» y «Materia y moléculas». Es obvio que Zenobia no los tradujo por el placer de la traducción sino porque estaban remunerados.
Sabido es que el 20 de agosto de 1936 Zenobia y Juan Ramón salieron de España en dirección a París, donde pasaron tres días para conseguir pasajes –Jo Camprubí les prestó el dinero para comprarlos–. De París fueron a Cherburgo y embarcaron hacia Nueva York el 26 de agosto, adonde llegaron el 31 de agosto, «5 inmensos días grises», en palabras del poeta; el viaje queda recogido por Zenobia (Camprubí, 2006). Salieron de España con un visado de la Embajada Americana y con un salvoconducto de libre circulación, extendido por el Ministerio de Instrucción Pública, fecha 19 de agosto de 1936, con el nombramiento de Juan Ramón como agregado cultural honorario a la Embajada de España en Washington. Al mes siguiente, el 29 de septiembre marchan a Puerto Rico y Zenobia da la conferencia «La mujer española en la vida de su país». La dictó el 29 de octubre ante el Club de Mujeres de la Facultad de la Universidad de Puerto Rico y es un testimonio social de los años anteriores a la guerra civil; Zenobia se detiene en puntos tan importantes como: la JAE, Residencia de Señoritas, Comité femenino de Higiene Popular, Lyceum Club, el voto de la mujer, Arte popular español y la Junta para la Protección de la Infancia. Zenobia, de talante crítico, incluye puntos negativos de algunas de las asociaciones:
Después de trabajar algún tiempo en varias asociaciones caritativas llegué a convencerme de que en Madrid, y debido a la falta de coordinación o centralización de las muchas organizaciones benéficas, había llegado a formarse un grandísimo elemento parasitario que, a cambio de adulaciones hipócritas a las señoras que le visitaban o favorecían en alguna forma, conseguía vivir gratuitamente con mucho menos esfuerzo que una familia normal trabajadora.
El pobre profesional conseguía que le pagaran la casa, las medicinas, los alimentos, las ropas, etc. y a veces hasta negociaba con los objetos suministrados.
[…] me fui retirando de todas aquellas en que había tomado parte y dedicando mi atención a aquellas dedicadas especialmente a mejorar la higiene general que estaba muy necesitada de esta mejora («La mujer española en la vida de su país», Puerto Rico, 1936).
El 7 de octubre Juan Ramón también leyó su conferencia «El trabajo gustoso»3 en el paraninfo de la Universidad de Puerto Rico; el 14 de noviembre la lee en Ponce y unos días después, el 20 de este mismo mes, en Salinas, Puerto Rico. Zenobia tradujo esta conferencia de Juan Ramón4 y queda aquí incorporada.
El 24 de noviembre embarcan para Cuba y vivirán en La Habana hasta enero de 1939. Allí Zenobia se implicó en el Lyceum Club y se relacionó con María Muñoz de Quevedo, española, compositora, pedagoga y encargada del coro del Lyceum, que puso música a textos de Juan Ramón, de Tagore y de Dulce María Loynaz cuya familia, tan hospitalaria, prestó a los Jiménez una «espléndida radio» que les traía las «últimas noticias palpitantes».
El periodo vivido en Miami, de febrero de 1939 a noviembre de 1942, es tiempo de estudio para Zenobia, que asiste a la Universidad. En 1942 se instalan en Washington de manera definitiva y Zenobia comienza su actividad docente, da clases en el Pentágono y en la Universidad de Maryland. El 18 de septiembre de 1947 fijan su residencia en Riverdale, donde permanecieron hasta el 14 de marzo de 1951 en que se instalan en San Juan de Puerto Rico.
En 1948 Zenobia y Juan Ramón estuvieron en Buenos Aires, desde principios de agosto hasta finales de noviembre. Vivieron en el Hotel Alvear, esquina Avenida Alvear y calle Ayacucho, en el barrio de la Recoleta. Fue una estancia muy feliz para el matrimonio; conocieron a las hermanas Olga y Leticia Cossettini, maestras y pedagogas muy innovadoras. Leticia5 se encargaba del Coro de Niños Pájaros, del Teatro de Niños y del Teatro de Títeres y de la danza. Precisamente Zenobia y Juan Ramón escucharon a los Niños Pájaros durante su visita y la muy positiva opinión del poeta queda recogida en la carta del 9-9-1948, que escribió a Fernando Chao, director del periódico La Capital de Rosario:
[...] quiero hacer más público y más permanente mi testimonio de aquel bellísimo ejemplo de trabajo gustoso. Comenzó el acto con el concierto de la orquesta de ‘pájaros niños’, dirigidos por Leticia, con su concentrado espíritu en cada mensaje de mirada y gesto. Aquello fue un delicioso gracear de vida. La ponderación, el valor, la riqueza de los sonidos, componían una música como de un Debussy, un Ravel, un Prokofieff, un Alban Berg, que hubieran andado allí entre nubes sonrientes. Vino después el teatro de los títeres, manejados por las muchachas y muchachos... Entonces siguieron tres estampas mágicas de mi ‘Platero’, escenificaciones extraordinarias de un juego, una nochebuena y un carnaval. Qué maravillosa armonía de color, sonido y ritmo, sobre qué fondos de primorosa estilización y luces!... Y cómo exaltaré si no es mostrándolos a todos también, el primor de las figurinas hechas con hojas y barbas de maíz (esta fabulosa muchacha de las mieses que hoy poseo para mi alegría) hechas con aire y fuego por las manos de Leticia!... Me voy de Rosario, fascinado. J.R.J.
Otro de los apartados aquí presentados, que resulta ser una primicia, son los borradores de la traducción, que Zenobia realizó, de la obra de Juan Ramón. Hemos tenido acceso a doce capítulos de Platero y yo, además de otros nueve poemas; todos incluidos en este volumen.
En vida de Zenobia no apareció nada de lo que escribió en su madurez, salvo «Juan Ramón y yo», en la revista Américas, 1954. De los relatos publicados después de su muerte: «Malgrat», «[Mis dormitorios]» y «Marga», sobre todo el primero y el tercero, los escribió con el deseo de dejar constancia; no hay duda de ello cuando leemos:
Marga, quiero contar tu historia, porque tarde o temprano la contarán los que no te conocieron o no te entendieron. Quiero decir las cosas como fueron, sin añadirle ni quitarle en lo más mínimo a la verdad, para que los que lean las falsedades puedan referirse a lo mío y separar lo falso de lo cierto de modo que figures como eras: apasionada y sana, insegura y heroica.
En «Juan Ramón y yo», Zenobia repasa su vida junto al poeta, sus momentos tristes, como la salida de España en 1936, y sus momentos vibrantes: el viaje a Argentina y Uruguay. Y aquí tenemos la respuesta a la pregunta que muchos hacen: ¿Por qué Zenobia se dedicó a la obra de Juan Ramón en lugar de crear la suya propia? ¿Se vio obligada a ello? Ella nos contesta:
[…] como no me casé hasta los veintisiete años, había tenido tiempo suficiente para averiguar que los frutos de mis veleidades literarias no garantizaban ninguna vocación seria. Al casarme con quien, desde los catorce, había encontrado la rica vena de su tesoro individual, me di cuenta, en el acto, de que el verdadero motivo de mi vida había de ser dedicarme a facilitar lo que era ya un hecho y no volví a perder el tiempo en fomentar espejismos (Camprubí y Jiménez, 1971: 6-7).
Zenobia es así: clara, directa y práctica. Es de esperar que la pregunta haya quedado despejada. Completa su visión del poeta con «Cómo es Juan Ramón», también incluido en este volumen.
Como un complemento a todo lo aquí recogido, incorporamos el Apéndice «Un soñado viaje a España», preparado por Francisco Hernández-Pinzón a partir de fragmentos de cartas de Zenobia Camprubí. Lo incluimos porque su lectura nos ayuda a conocer mejor la dimensión humana de Zenobia Camprubí.
El material que conforma el presente volumen pertenece a la Sala Zenobia-Juan Ramón Jiménez de la Universidad de Puerto Rico, Recinto Río Piedras. En nota correspondiente a cada uno de los escritos incluidos se indica su localización. Algunos de los textos pertenecen al fondo depositado en el Archivo Histórico Nacional de Madrid cuya referencia también queda recogida; el fondo de la Fundación Zenobia-Juan Ramón Jiménez nos ha ayudado a reconstruir y comprender situaciones y momentos de la vida de Zenobia.
Como ya se ha indicado, la mayor parte de los textos aquí presentados son manuscritos en inglés, lo que supone dificultades añadidas. Las tachaduras de Zenobia son abundantes, la letra es complicada en numerosas ocasiones, sin olvidar que varios de los textos están incompletos, faltan hojas o, a veces, palabras. En todas las traducciones de los textos nos ha interesado más ser fieles a lo escrito por Zenobia que dotarlas de valor estético. De las traducciones de todos los textos incluidos es responsable la editora de este volumen, salvo aquellas que han sido publicadas con anterioridad y que quedan aquí incluidas; de todo ello se da cumplida información en la nota correspondiente.
Hemos respetado al máximo los textos, como no puede ser de otra manera, incluyendo el empleo de «j» en lugar de «g», en los casos en que así lo hace Zenobia. Hemos completado los signos de puntuación con el fin de facilitar al máximo la lectura y compresión de los mismos; cuando Zenobia subraya las palabras, nosotros las mostramos en cursiva, al igual que los títulos que ella pone entrecomillados. En muchas ocasiones Zenobia no pone título a su escrito, que nosotros hemos añadido entre [ ]. Es muy habitual que Zenobia tenga varios escritos sobre el mismo tema: abuela Zenobia, su operación, La Rábida, su escuela, Marga, etc., todos quedan recogidos.
No puedo terminar sin mostrar mi sincero agradecimiento a Carmen Hernández-Pinzón, ayuda imprescindible en el acceso a los textos y, en muchas ocasiones, a su comprensión. A la Fundación Zenobia-Juan Ramón Jiménez, a su director, Antonio Ramírez Almanza, y muy especialmente a Rocío Bejarano y a Teresa Rodríguez, siempre ayudando y facilitando el camino. Y a Tim, el alma inglesa que tanto me ha ayudado a entender a la Zenobia norteamericana. De todos ellos hay parte en este volumen. Gracias también a Antonio Campoamor, su trabajo facilita el nuestro. Y gracias a la Fundación José Manuel Lara y al Centro de Estudios Andaluces por allanar el acceso al rico mundo de Zenobia.