Presentación

Muchos me preguntan ¿para qué un segundo libro sobre mi papá? ¿Acaso no conté ya todas sus historias en Pablo Escobar, mi padre? Mi respuesta es cruda y simple: este nuevo libro es revelador y contiene relatos muy delicados, jamás contados, que dejan al descubierto verdades sobre numerosos hechos en los cuales él tuvo una directa participación que hasta ahora permanecía en la sombra.

La juiciosa investigación que emprendí durante seis meses por diversos rincones de Colombia para este nuevo libro en compañía de mi editor, me condujo al encuentro de una buena cantidad de personas e historias que me permitieron atrapar in fraganti a mi padre.

Este libro revela dónde estaba y con quien, el día que sus sicarios asesinaron al ministro de Justicia, Rodrigo Lara Bonilla; tampoco se conocen intimidades en relación con el grupo rebelde M-19 y su participación en el secuestro de la hermana de uno de sus mejores amigos; nada se ha dicho sobre su estrecha relación con Barry Seal, piloto de la CIA e informante de la DEA, y poco se sabía —hasta este libro— de la forma y los medios que empleó para hacerse inmensamente rico; también son impactantes el relato del jefe paramilitar que le ganó la guerra a mi padre y las reflexiones de uno de los hijos de sus mayores archienemigos. Igualmente, terminé por descubrir sus macabras alianzas con la corrupción internacional que no solamente me dejaron sorprendido sino —confieso— con temor de hacerlas públicas.

Este libro hace parte de un ejercicio muy personal, profundo y sincero que lo único que pretende es contar una historia para que nadie la repita; quiero compartir mis experiencias de vida al lado de mi padre, Pablo Escobar, y las profundas heridas por las cuales decidí no convertirme en él. También es un ejercicio que evidencia que la paz y la reconciliación no son utopías. Espero sinceramente que puedan aprender de mi historia, de mis errores y los de mi padre. Así que ofrezco estas páginas como mi contribución a la verdad y a la reparación simbólica de quienes resultaron afectados por los crímenes cometidos por Pablo Escobar.

No tengo agenda, no busco revanchas ni desquites, no quiero incomodar a las víctimas de mi padre ni amenazar a quienes todavía delinquen agazapados entre el poder. Solo quiero contar historias y contribuir de algún modo a esclarecer la verdad de una época que marcó para siempre no solo al país, sino a un continente entero.

El 2 de diciembre de 1993 a las 3:30 de la tarde amenacé a Colombia entera: “yo solo los voy a matar a esos hijueputas”. Estaba lleno de dolor. Mi padre había muerto y yo era apenas un adolescente que no sabía lo que decía. Me encontré entonces frente a la más grande encrucijada de mi vida: o seguía los rastros del rencor y sangre que habían guiado a mi papá, o salía a retractarme y a comprometerme a que nunca se tendría queja de mí. Aunque vivía en medio del fuego me decidí por la paz. Y hace 23 años que cumplo ininterrumpida y cotidianamente mi promesa de bien. Hoy puedo decir que el derecho a una segunda oportunidad es una realidad que se acerca paulatinamente, porque soy depositario de una historia de la que no me siento orgulloso pero que es de carácter universal y eso me ha llevado hasta los confines del mundo para generar conciencia al respecto e invitar a no repetirla. Las historias de mi padre deben ser contadas con un serio sentido de la responsabilidad.

Yo soy arquitecto. Con la profesión aprendí a soñar, a diseñar, a reconstruir y a reinventarme como un hombre de sólidos principios. Eso quiero enseñarle a mi hijo pues aunque tuvimos que empezar a construir una vida desde las ruinas, la intención de salir adelante y de vivir era lo suficientemente poderosa como para no lograrlo. Y aquí estamos, asumiendo una obligación que la vida misma se ha encargado de imponerme como hijo, como padre y hombre que soy.

Agradezco a los enemigos de mi padre, a quienes no les guardo rencor porque solo me dejaron en los bolsillos la necesidad absoluta de ganarme la vida legalmente. Hoy soy inmensamente rico porque puedo mirar a mi hijo, jugar con él y contarle historias. Estoy vivo, soy libre y sigo rodeado de una familia amorosa que permanece unida sin importar los momentos de alegría o adversidad. Esa es mi fortuna.

¿Para qué una mansión si no hay nadie que te esté esperando? ¿Qué sentido tiene haber construido semejante imperio si al final todo quedaría destruido, incluida la familia? ¿De qué servía tener tanto dinero en una caleta si no podíamos salir a comprar ni siquiera una libra de arroz para calmar el hambre? ¿De qué servía someter al país al terror si con ello también empujaba a su familia al precipicio? Mi papá nunca lo vio de esa manera. Se acabó su vida y con ella su fortuna, pues esta nunca se usó si quiera para reparar a las víctimas.

Crecí en un hogar donde sobraba el amor. Aunque mi padre era un bandido duro e insensible, para nosotros era un papá amoroso que le cantaba a su niña y gozaba jugando conmigo. A pesar de ello se perdió los momentos de felicidad más importantes de su vida al lado de la familia que tanto protegía. Se perdió ver crecer a sus hijos, conocer a sus nietos y se perdió envejecer con mi madre.

JUAN PABLO ESCOBAR