1. EL AMOR ES DOLOROSO

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Oh pobre Gaviota, tan ruda y dura, se enamora del estudiante de universidad extranjera y apenas le da su flor, el infame se va y la deja embarazada, ultrajada e infeliz. La pobre sufre como una versión de Penélope en manos de la Yakuza. Pobre.

Oh pobre María la del Barrio enamorada de Luis Fernando De La Vega, que también está loquito por ella. Pero la malvada Soraya se enfrenta en su camino y con una prueba de embarazo falsa lo hace casarse con ella. El amor no es para María.

Y oh pobre Bridget, tiene al mejor partido de Reino Unido, pero la monotonía y sus inseguridades lo alejan a él y la condenan a pasar una vida gorda y sola. El amor, al parecer, tampoco es para Bridget.

Y si seguimos esta premisa, el amor tampoco es para nosotras. O si es, tiene que doler. Si Yoda lo dijera, “doler el amor para ustedes debe”. Porque desde muy temprano aprendimos que para que nuestra vida romántica sea interesante o digna, tiene que parecer un guión de telenovela mexicana: con arcos dramáticos, antagonistas, lágrimas, sufrimiento y muchos gritos. Si hay amnesia y bastardos, mejor.

Si no nos creen, pregúntenle a algunas mujeres-cliché su estado civil. Una que otra responderá, “yo estoy tranquila, soltera”. Porque equiparamos soltería con tranquilidad y relaciones con drama, lágrimas, truhanes y todo eso que nos enseñaron las telenovelas. Y al parecer aprendimos bien.

Entonces vamos por la vida buscando el drama, porque supuestamente el drama es bueno. Si él no nos cela, no nos quiere. Y si nosotras no les montamos un numerito como el de “Maldita Lisiada” cuando el tipo va a salir a una comida, tampoco lo queremos. No ser unas leonas en celo dispuestas a luchar con tal de defender lo que queremos, morir o matar{1}, nos hace pusilánimes. Si él no nos pide perdón con serenata, flores, o un acto heroico, no nos aprecia lo suficiente. Y siempre, siempre, debe haber un/una antagonista que se oponga a nuestro amor, y por ello empoderamos a la ex novia —muchas veces sin que ella lo sepa— o queremos creer que nuestra suegra nos odia, o, peor, empoderamos a nuestro ex novio para que sea nuestro galán el que trine de celos. Porque, de nuevo, si nos cela, nos quiere.

El amor tiene que doler, de lo contrario no dedicaríamos tantas bellas melodías de amor desgarrado. Yo, Susana, chulié un punto en mi lista de cosas por hacer cuando pude cantar, de “a de veras”, Hacer el amor con otro, y pude decirle metafóricamente a mi remedo de one de aquel entonces, “quise olvidarte con él, quise vengar todas tus infidelidades. Pero salió tan mal, que hasta me cuesta respirar su mismo aire”. Susana 1 - Amor fácil y descomplicado 0.

La victoria fue aún mayor cuando le pude cantar a otro “...no, I don't want to fallin love withyou (...) what a wicked thing to do, to let me dream of you/ what a wicked thing to say, you never felt this way...”{2}, aunque un mes antes el desgraciado infeliz me había sugerido de mil formas que él me haría compartir destino romántico con Emma Bovary, pero yo como Chris y un tren bala: sin reversa. Porque es que además creemos que es posible rehabilitar gamines (ver premisa número 3).

En cambio yo, Elvira, tuve que aprender a trancazos que el amor no tiene por qué doler, a pesar de tener mil referencias románticas sacadas de las más viles rancheras, de juramentos de amor, cuando finalmente le paré bolas a lo que llevaba diciendo Meatloaf desde 1994, “I would do anything for love, but I won't do that”{3}. Meatloaf, un ser sensato, me enseñó que uno puede hacer muchas pendejadas por amor, pero siempre hay una excepción, un límite. Y ese límite está en ese that: si me duele, no le jalo. ¿Para qué?

LA FICCIÓN ES MÁS COOL QUE LA REALIDAD

Una mezcla entre romanticismo, realidad, morbo y empatía es la que hace que nos abalancemos hacia los finales infelices, los saltos del Tequendama, y hacia las Virginia Woolfs y las George Eliots del mundo. Porque hay cierta profundidad y atractivo en el dolor, mientras que la felicidad suele parecer plana y superficial. En una batalla de carisma entre Cruela de Vil y Ariel La Sirenita, creemos que la primera gana.

La noticia es cuando un perro muerde a un hombre, no cuando en un acto de cotidianidad un perro muerde al vecino. Así que sentimos más placer con historias de dolor desgarrado que de personas felices que se casan y tienen diez hijitos sanos y nadie le pone los cachos a nadie. ¿O The Notebook hubiera sido tal hit si los guionistas hubieran saltado directo a la parte en la que ella se decide por Noah, se casan y son felices? Las historias truculentas, las de desamor y las de mucho dolor son bien populares.

Pero aquí va una de las tantas contradicciones: la popularidad de la novela romántica radica, así mismo, en que los finales felices son la regla. Es una de las características del género. Gaviota se quedó con su Sebastián Vallejo y tuvieron muchos hijitos. María la del Barrio se convirtió en la refinada señora De La Vega y Bridget, por lo menos hasta la película número dos de la franquicia, había consolidado el amor de Mark Darcy.

La ventaja de la ficción sobre la realidad es que la ficción es escrita por alguien responsable y letrado, que además respetará el ritmo del género y que obedecerá a su productor/editor y le dará un final coherente con los costos y expectativas del mercado. En cambio en la vida real es la hora en que no nos hemos podido poner de acuerdo en quién toma las decisiones editoriales a la hora de fijar el final de las historias de amor y desamor. ¿Dios, Marx, un Oompa Loompa manipulador y loco? No es competencia nuestra darle una solución al debate que tantas cruzadas y sufrimiento ha causado; sin embargo, en nuestro limitado conocimiento este personaje es más un titiritero loco que un escritor coherente. Por eso en la realidad nunca sabemos qué esperar, ni cuándo es el final. Bien equivocada está la frase de imán de nevera que dice “todo estará bien al final, si no está bien, no es el final”. ¿El final es el “vivieron felices para siempre” de los cuentos de hadas? ¿El final es cuando la pareja manda los hijos a la universidad? ¿Cuándo uno de los dos se muere en un accidente de tránsito? ¿Cuándo la esposa, cansada de la aburrida vida sexual provista por el esposo se mete con un leñador de 1.80 y brazo peludo grueso tipo Hugh Jackman? La realidad es menos confiable que la ficción, y su arco dramático es menos una Campana de Gauss y más la gráfica de fluctuación diaria del dólar en 2008. O una canción de Darío Gómez.

img11.png Hollywood, TV Azteca y las rancheras nos enseñaron que el amor tiene que doler para que sea amor, y por eso nos encargamos de llenar de drama nuestra vida romántica. Pero a ello nosotras le decimos ¡popó de toro!

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EL AMOR, SUS MITOS Y LAS ENSEÑANZAS DE LA SABIDURÍA POPULAR

» NO ME DOY POR VENCIDO / I WON’T GIVE UP

img13.pngEl amor ha sido tan mundanizado que muchos lo comparan con una carrera de relevos, los Juegos Olímpicos, el GRE, ser admitido a Harvard o trabajar en The New York Times. En fin, cualquier cosa que implique competencia y trabajo duro. Los seguidores de esta corriente de pensamiento —que por lo que hemos visto son muchos— creen que con esfuerzo lo conseguirán, que hay que tratar, pedalear, sufrir y trabajar con disciplina y ahínco para lograr que el ser anhelado le pare bolas. Otra vez —y subimos un poco el nivel de indagación— ¡popó de toro castrado!

El amor no es un trabajo en la bolsa o la panza de Halle Berry. Para una relación romántica se necesitan dos personas igualmente involucradas y dispuestas a comenzar algo. Así que toda esa parafernalia musical, llena de letras tipo “I won’t give up” (en la versión Jason Mraz) o “No me doy por vencido” (en la versión Luis Fonsi), sirve solo para llenar de argumentos a las locas y locos del mundo. O vean no más a Amélie, que buscó, persiguió, y hasta se rumbió a su supuesta media naranja sin que él supiera quién era ella. El pobre estaba muy asustado. Pero el amor dizque triunfó y lo último que vemos en la película es cuando ella lo apercolla en la moto, al parecer felices. Pero nunca vimos si Amélie lo montó a la moto amenazado, o quién sabe si tuvieron un divorcio que dejó a sus dos hijos traumatizados luego de que ella subiera apenas un escalón en su nivel de locura y comenzara a perseguirlo al trabajo o a chuzarle el teléfono.

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» AMOR DE LEJOS, FELICES LOS CUATRO

Esto se lo inventó un neandertal casquiflojo que vivía lejos de su chica oficial.

Querer es poder, reza el dicho, y cuando uno quiere ser fiel puede serlo, no importa si el hermano gemelo de Michael Fassbender se me empelota y me ruega hacerlo mío.

Habiendo dicho esto, nosotras, bien curtidas en el tema, pocas veces recomendamos tal necedad. Las relaciones a distancia son como saltar y echarse gotas en los ojos a la vez: porque el que mucho abarca poco aprieta. Es como la historia de Pepito y Camila:

Pepito se fue a hacer un MBA de dos años a Boston y Camila, su novia por año y medio, se quedó en Bogotá chupando humo de bus. Ambos tenían veinticinco años. Pepito regresó entonces a un mundo estudiantil y, peor, de estudiante internacional en el que la soledad y la fiesta conviven como novios buenos y funcionales.

Como si tuviéramos una bola de cristal, les decimos a los tórtolos: Pepito, no pierdas el tiempo sufriendo porque no puedes conectarte a Skype o, Camila, no sufras porque seguro Annalena tiene sus piernas de 120 centímetros alrededor de la cintura de tu macho, déjalo ir como Coyote a Correcaminos. Porque, finalmente:

Al principio Pepito, víctima de la soledad, se aferró a Skype y a Camila. Pero luego empezaron las clases y la biblioteca se convirtió en su segundo hogar. Y en las bibliotecas no se habla. Un par de semanas después Pepito conoció a otra persona, un estudiante local, que le mostró el folclor, el alcohol y las chicas del lugar. Ya no tenía tiempo para Camila. El pobre estaba llevado. Y mientras tanto Camila siguió en su misma vida, con sus mismos amigos y su mismo trabajo, esperando a que Pepito se conectara y le contara sobre su roommate sueca de mente abierta. Hoy se sabe que esa historia no floreció y que Pepito perrió como estudiante internacional de veinticinco años y que Camila hoy está casada con Joaquín. Y esa es otra historia que les iremos contando.

Las relaciones a distancia a cierta edad no son posibles. Pero si ya se metieron en esa vaca loca y juraron fidelidad ¡cumplan! El triángulo Annalena, Pepito y Camila se puede evitar. No es como el gato que se come la carne porque la dejaron en la ventana del que hablamos en el mito número 7 de esta primera parte, “el sexo es pecaminoso”.

» LOS POLOS OPUESTOS SE ATRAEN

Esto tal vez creía Juan Luis Guerra cuando escribió “Me enamoro de ella”. Aunque esta canción claramente no fue basada en su vida, pues es bien poco probable que un tipo que comiera en comedores sociales y viviera en una pensión sin ducha hubiera estudiado en Berkeley.

El caso es que, aunque en física es cierto que los polos opuestos se atraen, entre humanos la cosa es diferente. Si esto fuera así, esas citas desastrosas que uno termina aceptando para hacerle el favor a la compañera de oficina, no serían desastrosas en absoluto. No creemos en la homogeneidad, y que uno solo debe salir con pares, porque puede terminar en una endogamia aburridorsísima. Pero esa recreación telenovelesca sobre los polos opuestos enamorados y dispuestos a sobrellevar las diferencias es eso, la recreación de una ficción pensada con el deseo.

Una cosa es que al tipo le encante el fútbol y que su novia lo deteste. Toda relación interpersonal es una negociación, y estas son el tipo de cosas que uno puede negociar. Déjelo ser feliz con su fútbol, su Fórmula Uno o su adicción a Game of Thrones. Nadie dice que usted debe hacer estas cosas al lado de él si le parecen un bodrio. Pero, si una pareja no coincide en los aspectos básicos de la vida está destinada al fracaso. Tienen que tener temas de conversación, tener planes que les guste hacer a los dos, comidas que les gusten a ambos. Tener una vida al lado de alguien con quien toque pedir doble domicilio porque nunca concuerdan en lo que quieren comer tiene que ser muy triste. Y caro. Y desgastante.

» ENTRE NOSOTROS NO HAY SECRETOS

El  hecho de estar comprometido con alguien no quiere decir que los dos deban ser el confesionario católico del otro. Claro, uno querrá saber que el tipo con el que anda no es un pederasta, o si tiene tres familias, o que en efecto trabaja donde dice que trabaja y se llama como dice llamarse. Hay que ser sincero con el otro, tratar de ser lo más transparente posible, pero también saber que hay cosas que el otro no tiene por qué saber. Hay cosas que son de uno, y sólo de uno.

Los secretos son necesarios, no sólo en una relación de pareja sino en cualquier tipo de relación. ¿Acaso vale la pena que su one sepa que cuando usted tenía 16 años tenía fantasías de tríos con enanos? ¿O hay necesidad de que el otro sepa que usted le decía “mi cucurrumín” a su ex? ¿Vale la pena contarle que su papá estuvo en la cárcel cuando tenía diecinueve años por fumarse un porro al frente de un policía? ¿Para qué? Si ni le quita ni le pone, mejor guárdeselo. Si uno se dedicara a leer con lupa las etiquetas de los alimentos y hacer investigaciones sobre su procedencia y tratamientos, lo más probable es que uno terminaría alimentándose de... ¡Nada!

» EL AMOR LO PUEDE TODO

EL AMOR PUEDE
CON MUCHAS
COSAS, PERO NO
CON TODO
El amor puede con muchas cosas, pero no con todo. Lo que puede con todo es saber que no puede con todo y tener la sabiduría de decir “que gracias, pero a esto no le jalo y mejor me abro”. Uno puede querer mucho a una persona y estar enceguecido con la idea de hacer funcionar lo imposible. Pero —newsflash— hay cosas que no tienen, ni deben necesariamente tener solución, simplemente porque no valen la pena a largo plazo y es mayor el desgaste que la posibilidad de mejora.

img15.pngDecir que “el amor lo puede todo” es una forma de librarse de muchas responsabilidades y tomas de decisiones, como cuando se justifica algo horrible porque “es la voluntad de Dios”. Y ya. Punto. Si una mujer es golpeada por su marido, no le cabe un cacho más en esa cornamenta que le ha montado y es infinitamente infeliz, pero su marido “la ama” más que a nada en el mundo, ¿esta mujer está obligada a seguir en ese infierno porque “el amor lo puede todo”? ¡Popó de toro castrado! El amor lo podrá todo, pero solo en el mundo angelical y celestial ochentero de Jonathan Smith{4}.

» TU Y YO SOMOS UNO MISMO

Las parejitas que parecen chicles podrán creerse esta grandísima mentira, pero en algún momento tendrán que aterrizar y caer en cuenta de que esto no aplica ni debe aplicar por ningún motivo en la vida real. No hay nada que enfurezca más que, por ejemplo, en un paseo lleguen estas parejitas que se creen el cuento de Timbiriche y deciden que la cuota de la vaca por persona corresponde a uno en vez de dos, como si fueran a dividir en dos las raciones de comida u ocuparan un solo puesto en el carro.

Los de Timbiriche estaban categóricamente errados cuando les dio por decir en los ochenta “tú y yo somos uno mismo, uoooo”. No. Tú eres tú y yo soy yo. Si quisiéramos tener una relación con nosotros mismos, el estado ideal de cualquier ser humano sería un espejo gigante, un Rodolfo con pilas infinitas y un tubo de ensayo. O, si la naturaleza fuera sabia en realidad, el universo nos hubiera hecho hermafroditas con la capacidad de autoreproducirnos. Y si esto fuera así, ¿para qué la humanidad se ha pasado la historia entera buscando el amor?

Qué pereza estar con un espejo, las conversaciones terminarían siendo un monólogo en vez de un diálogo, una revolcada sería una masturbación y una arrunchadita feliz sería con la almohada. Para que exista una relación se necesitan dos individuos. Diferentes aunque complementarios. Cada uno con su espacio. Así de simple.

» LO MÍO ES TUYO Y LO TUYO ES MÍO

Este punto viene atado al anterior. Si yo soy yo y tú eres tú, pues lo tuyo es tuyo, lo mío es mío y lo nuestro es nuestro. Pero por ningún motivo lo mío es tuyo ni lo tuyo es mío.

Respetar las cosas del otro es como respetar los espacios del otro. Nadie quiere un chicle pegado 24/7 que no lo deje respirar, ni ganarse una Anna Nicole Smith que se case con uno en su lecho de muerte para quedarse con lo que no es ni debe ser suyo. Para eso, cuando dos se juntan se supone que empiezan a trabajar en un proyecto común, que es como una empresa en que cada una de las partes es un socio igualitario. Pero si cualquiera de los socios tiene otra empresa, al nuevo socio no le corresponden acciones de la otra empresa por el simple hecho de tener una empresa en común. Así que, respetémonos nuestros ranchos.

» EL ONE ES UNO, ÚNICO E IRREPETIBLE

Tal vez nosotras seamos en parte culpables de la confusión, así que aquí vamos a tratar de enmendar un poco el error cometido.

El one es el indicado, no es uno, ni es único. Como ya hemos comprobado con los amigos, con los trabajos, hasta con las modas, cada momento trae su prioridad y necesidad: a los dieciséis me sirve un desocupado malo que me muestre el mundo y sus porquerías; a los veinticinco un prospecto de “yupi” que me apoye en mi ascenso profesional; a los treinta alguien que no le huya al compromiso; y así. Los ones son transitorios. Porque además pensar que en un mundo de más de siete mil millones de personas a mí solo me corresponde uno que pudo haber nacido en Kazajistán es un poco descorazonador y pesimista. El one, entonces, no es único, pero sí es el indicado. Esa persona con la que todo fluye, con la que el amor es fácil, con la que se comparte la alineación de chacras y prioridades en ese momento. Y puede durar por siempre o puede tener fecha de caducidad. No lo sabemos, porque ya hemos aprendido que en la vida no hay definitivos, y que como dice Darío Gómez, “nadie es eterno en el mundo”.

“La leyenda del hilo rojo del destino”, popular en China y Japón, señala que los dioses amarran un hilo rojo alrededor del tobillo o de los dedos meñiques de las almas gemelas. En ese caso, el hilo rojo les permitirá unirse y no habrá chance de que las vicisitudes o sus vidas disímiles los separen. Bella historia. Pero es una historia. En la vida real el amor implica trabajo, salir a la calle, estar en el mercado. Nadie va a venir a tocar mi puerta. Y, sobre todo, para saber qué quiero tengo saber qué no quiero. Y eso solo se logra con prueba y error. Ojo, prueba y error no es drama y dolor, pero sí es arriesgarse, exponerse y conocer sus límites.

La idea de “este me corresponde a mí porque el Divino Niño lo quiso así” nos puede hacer seres perezosos, portarnos como verdaderos truhanes y no trabajar por mantener la relación a flote, porque, finalmente, ¿para qué esforzarme y serle fiel a su Joaquín si ya es mío? No, no y no. Una relación necesita trabajo (no sufrimiento ni perseverancia) para ser feliz y que el otro también lo sea. Nada está dado por el titiritero.

Y un dato extra, esta vez en forma de trabalenguas: para encontrar al one necesitamos primero encontrar al verdadero one, que es, oh sorpresa, uno (traducción directa del inglés). Es que si no encontramos, cuidamos y amamos a ese primer one (que en últimas es el que de verdad va a durar toda la vida), pues no podremos encontrar al otro one, que a la larga es el complemento del one. ¿Entendiste Chapulin?

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PERO ENTONCES, ¿QUÉ ES EL AMOR?

¿El sentimiento más grande y puro de un ser humano? ¿El regalo máximo que se le puede dar a otro? ¿La atracción emocional y sexual que se tiene por otro y que lleva a compartir una vida? ¿Una afición apasionada? ¿Un acto altruista con el que no se debe esperar recibir nada a cambio? ¿Asfixia? ¿Ceguera? ¿Irracionalidad? ¿Estupidez? ¿Estar debajo del agua y tratar de respirar? ¿Lo opuesto al odio?

“Cuando me veo al espejo”, dijo el narciso. “Dolor”, respondió la Madre Teresa de Calcuta.

Algunas investigaciones han encontrado, por ejemplo, que las personas enamoradas son similares a las que sufren desórdenes obsesivos-compulsivos —no solamente por sus razonamientos obsesivo-compulsivos, sino por los niveles bajos de serotonina en su sangre, por lo que en cierto sentido el amor sería una especie de adicción— pero el objeto de la obsesión aquí no sería una ruleta rusa o heroína, sino otro ser humano{5}.

No podemos definir el amor. Si no han podido Platón, Sartre, ni Celine Dion, ¿por qué podríamos nosotras? Pero sí tenemos una pequeña y vaga idea de qué no es el amor: el amor no es obsesión, no es aguante, no es estar ciego, no es irracionalidad, no es pasar por encima de uno mismo. El amor no es sexo y el sexo no es necesariamente amor. Por ello nos unimos a Kant, Shlenger, Hegel, Shelly y Byron en su corriente optimista del amor, “basada en el amor como felicidad y consumación natural con tendencia a la perfección entre hombres y mujeres”{6}.

Tal vez la valientísima Lou Andreas-Salomé, quien vivió una de las historias de amor más asombrosas de la historia al lado del poeta Rilke a finales del siglo XIX, nos ayude a entender el amor desde otro punto de vista. A pesar de que vivió en una época en los que la mujer no podía valerse por sí misma sin el respaldo de un hombre, muy acertadamente dijo:

Por más desarrollados y refinados que sean dos seres humanos, más desastrosas van a ser las consecuencias de injertarse el uno a costa del otro, en lugar de desarrollar cada uno raíces fuertes y profundas en su propia tierra, para así convertirse en mundo para el otro. (...) Amar es una razón sublime para el individuo, para madurar, convertirse en algo, algo que le elige entre otros y le llama a algo amplio{7}.

No queremos, ni nos atrevemos, ni vemos la necesidad de definir “amor”. Lo único que sabemos es que el amor se siente rico, que es un bello sentimiento, pero que también es un concepto demasiado cargado, a veces sobre utilizado, a veces mal interpretado, a veces confuso, pero sin duda alguna, necesario.

» LAS FASES DEL AMOR 

» LA MUNDANIZACIÓN DEL AMOR

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En Maid of Honor Patrick Dempsey (Tom), que como siempre se interpreta a sí mismo, es un cándido soltero codiciado que no se ha dejado cazar (ni casar) por ninguna mujer{9}. La única mujer en su vida con la que puede ser él mismo y no el player como se muestra al mundo, es su mejor amiga Hannah. Bien podría Tom haber crecido con nosotras, Susana y Elvira, pues sufre de un mismo mal que se nos ha achacado: el terror al “Te amo”, fin del hipervínculo. Porque Tom nunca había sido capaz de decirle a ninguna mujer “te amo”, pero no tenía problema alguno en decirle eso mismo a los perros que le batían la cola: “Te amo, te amu, ti amu” (así, con voz chiquita y ridícula).

Nosotras crecimos con la idea de que un “te amo” no se iba repartiendo así como así, como tamales en campaña política. Para nosotras un “te amo” es cosa seria, porque uno puede querer a mucha gente pero amar a poquísimas. “Te amo” no es lo mismo que “te quiero”. Vaya y explíquele eso a un gringo.

Nosotras sentimos un gran respeto por la frase “te amo” porque es lo más más más que uno puede decirle a una persona, es la verbalización máxima del amor hacia otro. Por eso, casi podríamos contar con los dedos de una mano las veces que nosotras —Susana y Elvira— le hemos dicho esas palabras a alguien.

Pero algo ha pasado. El “te amo” se ha mundanizado y ha perdido toda su carga poética y dramática. Por ejemplo, miren a los adolescentes ahora. Muchos —por no decir que casi todos— “aman” a todo el mundo. Porque ellos ya no quieren, aman. ¡Todo y a todos! Dicen “te amo” con la misma frecuencia y naturalidad con la que se pide un vaso de agua. Se aman entre amigos, entre compañeros de clases extracurriculares, entre recién conocidos. Y se lo dicen, como cuando uno le dice al que va sentado al lado en el bus “qué calor, ¿no?”

Pero entonces, cuando estos adolescentes aman, aman a alguien, entendiendo ese verbo como en los ochenta y noventa, ¿qué se dicen? ¿Te amo mucho? ¿Como “muy delicioso”?

Por mucho que nosotras dos —Susana y Elvira— nos queramos y respetemos, nunca pero nunca nos hemos dicho: “Oiga, Susi, la amo”. Porque nosotras nos podemos querer mucho pero no nos amamos, y la diferencia es bien grande. Como unas ancianas retrógradas, “eso en mis tiempos no se acostumbraba”.

Proponemos crear una clase obligatoria en todos los colegios —públicos y privados— que se llame “Construcción semiótica del ‘te amo’, la hegemonía del amor y la evasión de la lascivia del lenguaje aplicado”. Y así ponerle fin a la tiranía de la libre expresión del amor sin carga dramática. Nos ofrecemos para diseñar el curso y hasta los wireframes de la app.

2. LAS MUJERES USAN ROSADO, LOS HOMBRES AZUL

(Y LAS MUÑECAS SON PARA LAS NIÑAS Y LOS CARRITOS PARA LOS NIÑOS)

Gloria, la recepcionista del doctor Meléndez hace seguir a Camila y Joaquín al consultorio. Camila acaba de completar las veinte semanas de embarazo y en esta cita sabrán si esperan un niño o una niña. El doctor Meléndez le pide a Camila que se acomode en la camilla, le destapa la barriga, la embadurna con un líquido gelatinoso helado y empieza a mover una especie de pistola en círculos. En una pantalla Camila y Joaquín tratan de descifrar las sombras negras que ven, pero no entienden nada. El doctor Meléndez los va llevando en un tour: “Acá está la manito, la cabecita y… Sí. Es niña”. Camila y Joaquín sonríen y hasta lloran un poco de la emoción.

Salen del consultorio y Camila llama a su mamá a contarle la noticia: “Es una niña”. María Elena llama a Pamela, su hija menor, a Juanita, su hija mayor y les cuenta. También llama a sus hermanos y amigas, y en menos de veinte minutos, toda la familia de Camila ha recibido la noticia.

En una semana, el cuarto vacío destinado para la pequeña Gabriela se ha llenado de cosas: pañalera, calentador de pañitos húmedos, muñequitos antialérgicos y una serie de CDs para estimular intelectual y musicalmente al bebé. Empiezan a llegar los regalos de la familia y las donaciones de las primas mayores. Joaquín mandó a pintar las paredes de rosado pálido y a poner una cenefa de castillos de princesas y flores.

Es claro para ellos y para el mundo que “tenemos una niña” y así lo demuestra el cuarto de Gabriela que aún no ha nacido y su clóset que ya está lleno de ropa que le servirá hasta que cumpla dos años.

Veinte semanas y un poquitín más tarde nace Gabriela. Tan pronto ve la luz de este mundo, lo primero que hace Camila es contarle los dedos: diez en las manos, diez en los pies. La niña es normal, bendito sea mi dios. Orgullosos salen de la clínica y esperan tres semanas para sacar a Gabrielita para que vea la luz del sol. Se van para un parque, preparados como si fueran a enfrentar el Agamenón, y una señora se queda mirando al pequeño bebé. “Tan lindo el niño”. Camila y Joaquín arden en furia. “No es un niño, es una niña”. Camila, después de contestarle a la señora, se voltea y le dice a Joaquín “¿Viste? Me debiste dejar ponerle la balaca rosada con la margarita blanca que nos regaló mi tía Cristina”.

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Desde el momento en que somos concebidos somos encasillados y etiquetados. Gracias a los avances de la tecnología, al cuarto mes de embarazo se puede conocer el sexo del nonato y los papás tienen de cuatro a cinco meses para organizar todo para su llegada: cómo será el cuarto, de qué color se pintarán las paredes, la forma de la cuna, el color y los patrones de las sábanas, la ropa que usará. Antes de que existieran las ecografías, se utilizaban otros métodos no particularmente confiables para especular sobre el sexo del bebé, como la intuición o la forma de la panza.

Llegamos al mundo con una notable diferencia física: con un pene o una vagina. Nos visten diferente para que el mundo sepa lo que somos. No hay nada que enfurezca más a una mamá que alguien se acerque a su niñita de tres meses y diga “tan lindo el niño”, como la señora del parque. O, peor, si al niño lo confunden con una niña y el papá comienza a temer lo peor frente al futuro sexo-afectivo-dominante de su varón. Por eso se empeñan por hacer la diferencia física algo evidente: vestiditos o pantaloncitos, balaquitas o gorritos, moñitos o camisetas con balones de fútbol. A las niñas las visten de rosado, a los niños de azul. Somos encasillados a ser lo uno o lo otro. A las niñas les regalan cocinas y muñecas, a los niños carritos y Legos; las niñas ayudan a sus mamás, los niños a sus papás; las niñas son dóciles y tiernas, los niños son rudos y hacen deporte; los buenos modales y la refinación son para las niñas, y está bien si los niños son unos hampones. “Las niñas para la casa y los niños para la calle”, decían las abuelas.

El psicoanalista Robert Stroller escribió alguna vez que las niñas aprenden a ser niñas a través de sus padres, y de las referencias que ellos hacen a su feminidad{10}: “Pórtate así, toma tu cocinita, tú usas rosado. Juanita, debes ser femenina, no juegues fútbol, juega con Barbies”. La tesis ha sido debatida por otros psicoanalistas que la señalan de reduccionista{11} y en contraposición argumentan que es la identificación con la madre la que crea esa “feminidad”. Independientemente de las razones, se esperan unas cosas de los niños y otras de las niñas. Y así será por siempre.

ROSADO V

Vivimos en un mundo obsesionado por clasificar para diferenciar. Los nazis hicieron cuidadosos manuales para identificar, según los rasgos y mediciones de las facciones faciales, quiénes eran arios puros y quiénes no, y así justificar su obsesión por la “pureza de raza” y las barbaridades que hicieron. Hoy seguimos siendo víctimas de los colores en ese afán de diferenciación: hemos crecido pensando —como si fuera casi una verdad absoluta, lógica y para nada una jugada mercantilista— que lo femenino debe venir en colores de toda la gama del rosa: rosadito pálido, fucsia y ese nefasto rosado que hemos denominado “rosado V”. Anticonceptivos, toallas higiénicas, “cuidado íntimo”{12}, campañas en contra del cáncer de seno, el shampoo para un brillo deslumbrante, el desodorante que te garantiza más de un levante en una noche de fiesta, el jabón para hacerte sentir como una reina, hasta las infames sudaderas de terciopelito con inscripciones con brillantes en el culo, típicas de las mujeres que se acaban de hacer cualquier tipo de cirugía plástica. Y para los hombres, una gama más “masculina”: grises, negros y claro, azul, pero azul oscuro para los hombres, azul eléctrico para los adolescentes, azul cielo para los niños.

Así como hay verde limón, azul cielo, blanco nieve y amarillo pollito, hay rosado V, con V de vagina.

LOS COLORES LOS DEFINE EL MERCADO

img19.pngSe supone que la diferenciación de los géneros está fuertemente asociada a los colores. O al menos eso nos han hecho creer. Pero debemos decirles ahora mismo que eso no es más que un enorme y apestoso popó de toro. Con moscos.

Acá va un poco de la historia: a finales de 1800 era común ver varones con vestidos blancos y pelo largo, pues los niños usaban vestidos hasta los seis o siete años, el momento en que tenían su primer corte de pelo. La vestimenta de los infantes en ese entonces se consideraba gender neutral y se usaba blanco para niños y niñas por cuestiones prácticas: el algodón blanco permitía el uso del blanqueador para desmanchar{13}. A mediados del siglo XIX se empezaron a utilizar colores pastel, entre ellos, el rosado y el azul, los cuales fueron promovidos como significantes de género sólo hasta justo antes de la Primera Guerra Mundial. En ese entonces se decidió que el azul era más propicio para las niñas porque era “más delicado y exquisito, por lo tanto más lindo para las niñas”{14}. Por su parte, el rosado era un “color más fuerte y decidido, más adecuado para los niños”{15}.

En los años cuarenta, como parte de una decisión de mercadeo sin mayor fundamento, los fabricantes acordaron que el rosado sería para las niñas y el azul para los niños. Y fue así como creció la generación de los baby boomers (los nacidos entre el cuarenta y tres y el sesenta y cuatro, o sea, gran parte de los padres de los que nos han clasificado como “la generación X”, y “la generación Y”): con unas “ideas bien claras” sobre cómo debe verse un hombre y cómo debe verse una mujer.

En la década de los sesenta cuando surgió el movimiento feminista, el uso de los colores para calificar los sexos también se empezó a subvertir como una forma de protesta. En la búsqueda de la igualdad con los hombres, las niñas empezaron a utilizar vestimentas más masculinas, alejándose de los patrones femeninos, tratando de regresar a un mundo más gender neutral. Ya a mediados de los ochenta, con el desarrollo de los exámenes que permitían conocer el género del bebé antes de nacer, los comerciantes tuvieron una gran idea con la que agrandarían sus arcas: “dado que ahora los papás tendrán más tiempo para preparar ajuares y cuartos, separemos lo que las niñas y los niños puedan usar, así estos borregos tienen que que comprar todo nuevo para cada nuevo futuro consumidor. Muajajaja”. Como diría Marx, puro “fetichismo de la mercancía”. Sí, nuestros primeros roles y gustos fueron establecidos a partir de fines comerciales y sin sentido alguno, ignorando cualquier antecedente o teoría del color.

Así que no nos sorprendería que gracias al overol de rayas rojas con blancas que usó el Príncipe Jorge de Cambridge para el Día del Padre de 2014 (claro, porque con tan sólo nueve meses de edad ya es capaz de tomar decisiones de índole fashionistas), de repente se deje de hablar del azul para los niños y el rosado para las niñas. Si seguimos la premisa de que vivimos en un mundo en el que por primera vez en la historia el mercado dicta las tendencias de las conductas de la sociedad, pronto el rojo se convertirá en un color marcadamente masculino.

PODEMOS SER LO QUE DECIDAMOS, PERO QUÉ ENREDO

Basta con partir del hecho de que somos biológicamente diferentes y que las culturas en que crecemos nos diferencian, pero necesitamos entender que vivimos en el mismo mundo. Somos un colegio mixto, no colegios de niños y niñas dirigidos por grupos de curas y monjas.

Nosotras crecimos en un país patriarcal y machista por definición, pero en el que los Cabbage Patch Kids, Barbies, cocinitas, GI Joe’s y camiones de Tonka convivían sin atisbos de guerras civiles. Podíamos inventarnos juegos en los que las Barbies se iban en misiones con Los Magníficos y en los que Ken era William Adams de Shogun, que era encerrado en un hueco por los malvados japoneses que le tiraban pescados crudos por una rejilla para mantenerlo con vida. Para ciertas cosas esta libertad creativa que nos ofrecieron los ochenta fue una suerte, pero para otras, la causal de una enorme confusión. Porque a ratos podíamos decidir ser el Coronel John Hannibal Smith o Mario Baracus, de repente Jem, otras veces Moonra, después She-Ra, y también Lucho Herrera. Aunque le metíamos mucha imaginación a nuestros juegos, llegaba Navidad o el cumpleaños y nos llenaban el cuarto de Barbies, Mi pequeño pony, Fresita y sus amigas. Todo rosadito y tierno. Tal vez nos regalaban una bicicleta, pero rosada y llena de flecos y pompones, y con una canastica blanca con flores. Nunca una bicicleta de montaña o un par de guayos.

Crecimos entonces enredadas en una dualidad que nos hacía tener los pies en aceras opuestas, saltando de un lado a otro: Barbie podría luchar a la par con los Transformers en la guerra del Golfo o ser un ama de casa que le cocinaba a su esposo Ken, cuando en el juego decidíamos que eran marido y mujer. Nosotras crecimos como niñas que usaban rosado cuando querían, pero lo podíamos combinar con azul si se nos daba la gana. Aunque debíamos esforzarnos para cruzar esa línea, echándole mano a lo que teníamos en el cuarto y los juguetes que a veces nos prestaban nuestros hermanos.

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Pero este mundo consumista insiste en que los objetos para niños y niñas sean evidentemente diferentes y que los dos nos diferenciemos por colores que están llenos de significados que encierran los supuestos valores de cada uno de los géneros y le ponen un cierto orden a las cosas. ¿Cuándo se ha visto un shampoo para prevenir la caída del pelo en los hombres que venga en un tarro rosado? ¿O un jabón íntimo para mujeres en tarro negro?

Existe aún un tabú frente a los niños que prefieren jugar con las muñecas de sus hermanas o las niñas con los carritos de sus hermanos. Porque si un niño juega a la casita y le cambia el pañal al muñeco Nenuco, alguna tuerca debe tener floja por ahí. “Este va a marica que se las pela”. O si la niña prefiere montar en bicicleta, jugar fútbol o armar Legos, “es como marimacha la niñita”.

Tal vez nadie haya puesto mejor en evidencia lo absurdo de este hecho como Charlotte Benjamin, una niña de siete años que le escribió una carta a la compañía Lego expresando su profunda frustración por sus líneas de juguetes para niños y para niñas, con los que claramente no les ofrecían las mismas oportunidades a las niñas que a los niños: “Tengo siete años y me encantan los legos pero no me gusta que haya más muñecos niños de Lego y casi ninguna muñeca Lego niña. Hoy fui a una tienda y vi que había legos en dos secciones, las niñas rosado y los niños azul. Todo lo que hacían las niñas era sentarse en la casa, ir a la playa y comprar y no tenían trabajos, pero los niños iban de aventuras, trabajaban, salvaban gente, y tenían trabajos, incluso nadaban con tiburones. Quiero que hagan más niñas de Lego y que las dejen ir a tener aventuras y divertirse, ¿ok?”{16}.

» COLORÉELO DEL COLOR QUE PREFIERA

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Los roles apestan. Charlotte lo sabe. Y ya es hora de empezar a considerar a los hombres y las mujeres como individuos, y dejar de encasillarnos en grupos estereotipados, como bien lo dijo Anne Anastasi en 1958{17}.

OTROS MITOS RELACIONADOS CON LOS ROLES

» LAS MUJERES SOMOS PÉSIMAS EN LAS MATEMÁTICAS

Según el estereotipo, los niños son mejores que las niñas en matemáticas, y las niñas son mejores que los niños en lenguaje. Un estudio publicado en Psychological Science demostró que las niñas decían sentirse más ansiosas frente a las matemáticas, no porque en realidad estuvieran más ansiosas, sino porque esa era la forma en la que creían que debían sentirse. También señalaban que no eran muy buenas en la materia, aunque los resultados de su desempeño fueran los mismos que los de sus compañeros{18}.

Aun así, la idea del bajo rendimiento de las niñas en matemáticas ha sido soportada históricamente por los resultados de exámenes. En las pruebas PISA, por ejemplo, los niños superan a las niñas en un promedio de once puntos en matemáticas; mientras que las niñas superan en treinta y ocho puntos a los niños en las pruebas de lectura{19}. Los investigadores de la OCDE, los mismos que organizan las pruebas PISA, señalan que la brecha entre niños y niñas es más amplia en países como Colombia donde el estereotipo está vivo, que en países como China donde esta idea no existe.

Así como en algún momento nos dijeron que apestamos en matemáticas, en otro se dijo que las mujeres no podíamos hacer los mismos trabajos que los hombres por nuestra falta de fuerza y de destreza motriz. Pero faltó una guerra, un aumento bárbaro en la mortalidad masculina y la falta de sustento para las mujeres y sus familias, para que a las mujeres les abrieran las puertas del mundo del trabajo en las fábricas y manufacturas{20}. De repente, por cuenta de la necesidad, dejaron de recurrir a argumentos falaces.

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» LOS HOMBRES SON DE MARTE Y LAS MUJERES DE VENUS

A John Gray, el archimillonario autor de Los hombres son de Marte y las mujeres de Venus, se le ocurrió la maravillosa idea de justificar las diferencias entre hombres y mujeres diciendo que venimos de planetas diferentes y que nos sentimos tan cómodos en nuestro propio mundo que nos cuesta trabajo ponernos en el lugar del otro. Entonces escribió que, por ejemplo, mientras los hombres marcianos son tan pragmáticos que viven y respiran por encontrarle solución a los problemas, a nosotras nos priva hablar de los problemas, y nos estancamos en peroratas eternas y sin solución. También dice que mientras que a los hombres les importa sentirse necesitados, a las mujeres nos importa sentirnos apreciadas —así, excluyente y exclusivamente—; que los hombres necesitan tiempo para estar solos y así lidiar con el estrés, mientras que nosotras lo aliviamos hablando como cotorras. Gray se basó en estereotipos para vender más de cincuenta millones de libros, y siguió alimentándolos al punto que hoy tal tontería hace parte de la sabiduría popular.

Pensar que venimos de planetas diferentes es facilista y un poco cliché. Cualquier intento de etiquetarnos, homogenizarnos como miembros de un mismo género, y de separarnos como seres humanos con necesidades y prioridades individuales, es mezquino y no puede sino resultar en generalizaciones e incomprensiones de unos frente a otros. Además nos quita responsabilidades sobre nuestras acciones.

“Pajarito rosado con vientre blanco, si no te dejo dormir es porque, ay, entiende, soy mujer y me gusta hablar mucho, mucho, mucho. Pero tú nunca me prestas atención, bujuju”, dice Sabrina a Leo. Y Leo responde: “Ay mujer, si no te presto atención, nunca, nunca, nunca, es porque estaba en mi planeta pensando en tetas y culos, ya sabes, estoy estresado”.

El mundo de Gray es muy justo y sensato.

» LAS MUJERES SOMOS DÉBILES

“Mujer” pareciera ser sinónimo de débil o boba. Si no lo creen, vean no más las definiciones de la RAE. ¡La RAE!:

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“HOMBRE. Ser animado racional, varón o mujer. / Individuo que tiene las cualidades consideradas varoniles por excelencia, como el valor y la firmeza. / El que tiene entereza y serenidad.

MUJER. Persona del sexo femenino. Que tiene cualidades consideradas femeninas por excelencia.

FEMENINO. Débil, endeble.

MASCULINO. Varonil, enérgico.

PADRE. Varón o macho que ha engendrado. Cabeza de una descendencia, familia o pueblo. Padre de familia: jefe de una familia aunque no tenga hijos.

MADRE. Hembra que ha parido. Madre de familia: mujer casada o viuda, cabeza de su casa”{21}.

¿Pero débiles para qué o según quién? Pues por ejemplo para Platón, quien escribió en el Libro V de La República, alrededor del año 380 A.C., que las mujeres debían entrar al sistema educativo y competir en igualdad de condiciones con los hombres para generar un sistema equivalente a lo que hoy conocemos como “la meritocracia”. Aún así, según él, las mujeres somos más débiles que los hombres. Y no nos sorprende. Este señor vivió en una época en la que existía algo llamado “el modelo ateniense de fuerza y excelencia física”, de donde salió la tradición occidental de los Juegos Olímpicos{22}. En ese entonces, además, sólo los hombres mejor dotados serían los merecedores del honor de proteger a la comunidad de invasiones y pueblos enemigos, como queda claro en la parte 2 de este libro.

Lo que no nos cabe en la cabeza es cómo nuestra sociedad se pudo ajustar a todos los cambios que trajo Internet, a la idea de que ya no tengamos que ir a lavar ropa al río, que existan organismos multilaterales que nos salven de conflictos internacionales y haya drones que maten niños a control remoto; y no pudimos sacarnos la idea de la debilidad de las mujeres de la cabeza. Porque, newsflash, ya no son necesarios hoy la fuerza física, ni el poder levantar arcos y flechas pesados —como todas esas pruebas que tuvo que pasar el pobre Tom para demostrar su hombría frente a Colin y toda su familia escocesa en Maid of Honor—, ni todas esas cosas que los hombres con mucha testosterona hacen “mejor”.

3. ES POSIBLE REHABILITAR GAMINES

Los gamines —o neandertales como los hemos clasificado desde hace mucho tiempo— son esos tipos que pululan pero deberíamos evitar a toda costa. No creemos que estemos generalizando si decimos que todas hemos tenido por lo menos uno de estos en nuestras vidas. Y claro, nos han hecho ver un chispero. Porque suelen ser aquellos que cuando salen de nuestras vidas nos hacen entrar en modo “pues ahora sí me voy a volver una perra”. Como la premisa de “el acusado es inocente hasta que se demuestre lo contrario”, es apenas humano saber que todos nacemos buenos hasta que llega un gamín —o una guaricha despiadada— a corrompernos, y nos hace querer sacar el Darth Vader que hay en nosotros.

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CLASIFICACIÓN DE TIPO DE GAMINES

» EL JAMES DEAN - EL MALANDRO

El gamín malandro es bien básico: se emborracha cada vez que tiene la oportunidad, se da en la jeta, es celoso enfermizo, le gustan las motos y los carros, sabe de mecánica, y es un gran manipulador (ver descripción del macho alfa en la parte 2 de este libro). Tiene bien claro que el punto débil de cualquier mujer son las otras mujeres, pues él sabe —y se esfuerza por dejárselo bien clarito— que hay muchas viejas en el mundo y que él puede levantarse a la que se le de la gana. Usted NO es única, ni mucho menos irremplazable para este gamín. Es como un jefe maldito que le hace saber que su puesto siempre está en una cuerda floja, porque si usted no hace su trabajo con los resultados que él espera, hay cientos allá afuera dispuestos a hacer lo mismo, “por mucho menos”.

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» EL DANIEL CLEAVER{23} - EL NARCISO

Es el convencido absoluto. Problemas con su aspecto físico no tiene, es el poseedor de la verdad absoluta y cree que nunca la caga. El mundo se equivoca, él nunca. Es el tipo de neandertal que pronuncia frases tipo “yo me puedo levantar a la que se me de la gana”, para que su presa no se vaya a buscar lo que no se le ha perdido, sepa que él es todo un catch y por ende se sienta la mujer más afortunada del planeta Tierra. El Daniel Cleaver está enamorado de sí mismo y esa relación de yo-con-yo es tan perfecta que enamorarse de alguien más es una redundancia.

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» EL TRIPP{24} - EL “AYÚDAME A AMARRARME LOS ZAPATOS”

El Tripp utiliza la estrategia de hacerse pasar por bobo y débil. Porque eso sí, esa estrategia no es exclusiva de las mujeres. Los “Tripps” son un problema, porque saben bien por dónde es la vuelta. Lo hacen sabiendo que vamos a caer fácilmente en la trampa porque tocan nuestras fibras maternales. Como por ejemplo esos que tienen cara de “ayúdame a amarrarme el zapato”. Esos son un peligro, con sus ojitos del gato con botas y ese halo de desprotección. Saben cómo jodernos. Saben que nos encanta sentirnos necesitadas.

» EL TROY DYER{25} - EL MELANCÓLICO

Qué le hacemos. Un man triste puede ser bien sexy. O sino, no más vean a Robert Downey Jr. en el video de Elton John “I want love”. El Troy Dyer ataca a su presa con su melancolía, con su sensibilidad, con toda esa parafernalia que monta para mostrarse como un “artista”. Es como una clase de boa constrictor en cuya melancolía radica la fuerza con la que estruja y asfixia a su presa. El tipo no le tiene miedo a llorar, porque el llanto para él es una estrategia exitosísima con las mujeres. “Lloremos juntos” o “límpiame los mocos”. El Troy Dyer es por excelencia el neandertal sensible y al dicho que reza “en cojera de perro y en lágrimas de mujer no hay que creer” debería añadírsele “ni en llanto melancólico de neandertal sensible”.

» EL TONY STARK{26} - EL DE PROBLEMAS DE INTIMIDAD

Es incapaz de comprometerse y le cuesta sangre mostrarse vulnerable ante otra persona. La palabra “intimidad” le produce ponzoña. Por eso se inventa una armadura que es un arma mortal para que nadie nadie nadie en el mundo sea capaz de permear ese duro caparazón. Porque el Tony Stark se pasa la vida evadiendo, y como tal, para algunas mujeres, este tipo de gamines se convierten en un reto: “Este conmigo cambia porque cambia. Ya verán”.

» EL BARNEY STINSON{27} - EL PERRO

Se sabe todas las técnicas y tácticas de levante para cualquier perfil de fémina. Ha estudiado cuidadosamente el comportamiento femenino y sobre todo, las inseguridades de cada tipo de mujer. Y es por ahí por donde ataca con un éxito casi siempre asegurado. Porque sabe cómo parecer interesado en su presa, por lo que llevársela a echársela a la muela es mucho más fácil. El Barney Stinson sabe quedar siempre como un rey, cómo evitar cualquier tipo de compromiso y mantener un saludable y variado menú semanal.

LOS GAMINES SON INFIELES

Patricia se despertó ese sábado por la mañana por el sonido de un mensaje entrante del celular de Boris, que estaba tan profundo que ni el ruidito de 3CPO que le había puesto el día anterior al celular lo despertó. A ella en cambio la despertó como si la hubiera levantado una papa bomba de una protesta de La Pedagógica. Patricia echó un vistazo rápido al mensaje y le pareció un poco rara la corta línea de “Pérez”: “Bo, ¿por qué no apareciste ayer?” Patricia se volvió a acostar pero no logró conciliar de nuevo el sueño.

Más tarde, cuando estaban desayunando, Patricia le preguntó a Boris, “¿quién es Pérez?”, pregunta que evadió Boris ágilmente pero con algo de nerviosismo. “Ah, ¿por qué?”, respondió. Patricia insistió, “¿quién es?”. “La practicante, ¿por qué? ¿Ya estás de loca haciéndote ideas en la cabeza?”. Patricia decidió dejar la cosa de ese tamaño y seguir con su desayuno como si nada.

Pero la vocecita de vieja loca no dejaba en paz a Patricia que tenía “una espinita” que no lograba sacarse. ¿Por qué la tal “Pérez” le manda un mensaje a Boris un sábado por la mañana? ¿Qué hace la practicante preguntándole por qué no apareció? ¿A qué? ¿A una reunión? ¿”Bo”?

Pasaron los días y Boris cada vez hablaba menos y más se pegaba a ese celular que bloqueaba cada vez que Patricia se le acercaba. La “espinita” de Patricia seguía ahí, enterrándose y enterrándose, pero no sabía cómo enfrentar a Boris. Ya le había preguntado una vez por “Pérez”, si lo hacía nuevamente sacándole una hipótesis de que esa no era simplemente una “practicante” la respuesta que recibiría casi con seguridad sería algo así como: “Pati, de qué hablas. Estás como loca”.

Y volvió a pasar. Días más tarde, mientras Boris se bañaba, un nuevo mensaje de “Pérez” llegó: “¿Hoy sí?” Patricia entonces se armó de valor y decidió metérsele al baño a Boris y sorprenderlo con un grito que hizo que se pegara contra la puerta de vidrio de la ducha. “¡De qué hablas! ¡Y qué haces revisando mi celular!”.

Cierto. ¿Qué hacía Patricia revisándole el celular? Pero es que el diablo es puerco y empuja. Después de muchos intentos fallidos para tratar de conversar sobre el hecho, la verdad salió a flote y Boris finalmente le aceptó a Patricia que “se habían dado besos en la fiesta de fin de año”. Una respuesta incompleta pero suficientemente clara y contundente para Patricia. Ahora ella tendría que tomar una decisión: acabar todo, o hacerse la boba, o tratar de recomponer el vínculo roto.

La primera “virtud” que se le atribuye al gamín o neandertal es su imposibilidad de tener los calzones arriba, o de dejar de coquetear con cuanta garra con falda se le cruza en el camino. “Dime con cuántas te acuestas y te diré qué tan macho eres”, reza el adagio.

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Según la consultora GFK, que en 2012 publicó un estudio sobre infidelidad en América Latina, el 37% de los hombres ha sido infiel, comparado con el 22% de las mujeres{28}. Colombia está en primer lugar en número de infieles, seguido por México. Para los neandertales esta cifra debería ir en el mismo PowerPoint viral con fotos cursis de atardeceres llaneros en las que destacan que “Colombia es el segundo país en biodiversidad”, “Colombia es el país más feliz del mundo”, “tenemos el segundo himno más hermoso del mundo”, y todas esas babosadas que nos hacen olvidar nuestro lugar en el desplazamiento forzado y en las violaciones a los derechos de los trabajadores. Pero ese es otro tema. Fin del hipervínculo.

El caso es que nuestra sociedad latina premia la infidelidad, en los hombres. De malas que no nacieron mormones, ni jeques saudíes, sino en uno de los continentes más católicos del planeta. Motivaciones tan estúpidas como “sea macho”, “eso es normal”, “no nacimos para ser monógamos”, “nadie se va a dar cuenta” y “vea cómo está de rica” son algunos de los argumentos de los infieles. Y no lo decimos solo nosotras:

Al hombre “fiel”, lo presionan cargas sociales que lo coaccionan hacia conductas polígamas, quiera o no (“una oportunidad no se rechaza”), quien lo hace debe soportar el peso de la coacción ejercida hacia la idea de masculinidad (“es un marica”). Con esto no quiere decir que los hombres resultan ser víctimas, mejor son parte de construcciones sociales que crean formas de ver y actuar en el mundo, que facilitan o imponen ciertas conductas como la infidelidad. -Carlos Laverde, sociólogo y economista.

Pero no sólo los hombres son infieles. Las mujeres también.

En algunos casos la infidelidad es una ficha que se juegan los infieles para demostrarle al otro que hay algo terriblemente mal o estamos sintiendo una grandísima frustración e insatisfacción. En otros casos, para demostrarse a ellos que sí pueden jugar con candela y que en efecto, están lo suficientemente vivos para sentir que eso quema. O que todavía pueden levantar en la calle. En algunos casos, los infieles son como los asesinos en serie: actúan, dejan pistas y consciente o inconscientemente esperan ser descubiertos. Porque poner los cachos es mandar un mensaje: “Mire de lo que soy capaz” o “páreme bolas que estamos en crisis”. Así que por más cuidadoso que el “ponedor de cachos” sea, dejará migajas que lleven a la víctima a la casa de la bruja. Como Hansel y Gretel. Mensajes de texto, emails, registros de llamadas que esperan ser descubiertos para que el otro se percate de la llamada de atención, que puede ser un grito de auxilio o una declaración de guerra.

Cada quien hace lo que se le da la gana. Pero lo que está mal con la infidelidad es el escarnio al que se somete al engañado. “Pobrecita Patricia, tiene unos cachos de aquí al piso 17”, “si tan solo supiera”, “y ella que siempre alardea de su relación perfecta, tan boba”. Esa última fue pronunciada por una arpía chismosa y envidiosa de esas que se sienten mejores porque conocen la información que otra no, o porque a otra mujer, cree, le va peor que a ella.

En algunos casos para ser premiado socialmente por los otros machos, un macho infiel debe pregonar la infidelidad. Entonces ahí es donde la persona engañada sufre y es maltratada. Es un círculo: “¿Qué saco comiéndomelas a todas si nadie se va a enterar?”. Y si el comité de aplausos de los machos se entera, es bien posible que comiencen a hablar a las espaldas de la persona engañada.

No tenemos nada en contra de las relaciones abiertas, cuando las dos partes saben a qué atenerse y cuáles son las reglas del juego. Pero no, querido neandertal, una relación no es abierta cuando la otra parte lo ignora, esos son simplemente cachos. Ramplones y mundanos.

La píldora y los otros métodos anticonceptivos le dieron a la infidelidad la igualdad de género que necesitaba. Antes, si una mujer era infiel, corría el riesgo de llevar al hogar hijos de otros, de engañar con lo más primitivo, haciendo que el macho del hogar tuviera que alimentar hijos que no eran de él. Pero ya no. Ya podemos engañar en igualdad de condiciones. Aun así, en algunos casos la infidelidad de las mujeres sigue siendo condenada y la de los hombres casi alabada.

No creo que el asunto de la infidelidad dependa del sexo y/o del género, más bien depende de las variables educativas, sociales y culturales que condicionan la fidelidad y la infidelidad en ambos sexos. Es evidente que nuestra sociedad e idiosincrasia ha permitido y validado la infidelidad masculina hasta el punto de normalizarla y naturalizarla en ellos, no siendo así para las mujeres. Las mujeres, por su parte, han desarrollado estrategias más refinadas, secretas y complejas para ser infieles. -Alejandra Quintero, psicóloga y asesora sexual.

La monogamia puede apestar. Pensar en que una vez uno se case —o comprometa en una relación estable— va a tirar con una y sólo una persona, que el 99,999% de los hombres del mundo estarán vetados y que lo que ya no hizo no lo hará, es descorazonador. Pero hay que elegir las batallas. Si la falta de diversidad es más poderosa que la certeza que da la monogamia, pues no se meta en una relación, haga la Hugh Grant. Pero escoja. No se puede pretender tener los dos. O naranja o banano, pero no los dos, eso lo sabemos bien los que tenemos colon irritable. Y los gastroenterólogos.

» ¿POR QUÉ SON INFIELES ?

LOS GAMINES CONSIGUEN TODO A PUNTA DE CARISMA

Leo creció evadiendo responsabilidades, pasando todo raspando, de milagro se graduó del colegio porque logró cautivar a sus profesores con su carisma. Porque cuando Leo debía estar estudiando y preparándose para entrar a una universidad, decidió que más bien invertiría su tiempo jugando billar con sus amigos. Y la verdad sea dicha, Leo es un putas para el billar. Si se hubiera interesado en conocer algo de teoría que explica sus habilidades detrás del taco, el tipo hubiera sido un ingeniero mecánico brillante, o algo así. Pero no, Leo decidió dedicarse a la vida fácil y aplicar con toda “la ley del menor esfuerzo”. Un gran mediocre lleno de carisma.

Después de pasar por varias carreras universitarias, empezando y saliéndose a los tres semestres porque “eso no es lo mío”, ya un poco viejo para el rango de edad de sus compañeros, Leo obtuvo un diploma cualquiera con el que podría entrar formalmente al mundo laboral profesional. Así que consiguió un trabajo con un sueldo “a penitas”, pero él muy contento decidió seguir ahí sin hacer mayor cosa para mejorar su situación profesional y económica. Finalmente tenía un trabajo que le quedaba fácil de hacer, que demandaba poco de él y un sueldo suficiente como para poder irse de rumba con sus amigos Vitto, Boris y Mendoza.

En una de esas rumbas, Leo conoció a Sabrina. Cuando se conocieron, Sabrina quedó matada: era churro, gracioso, inteligente, simpático y un poco tierno. Empezaron a salir y a los seis meses decidieron irse a vivir juntos. Sabrina y Leo se arrejuntaron enamorados, casi como lo dicta la ley de Disney, pero sin el matrimonio. Los meses empezaron a pasar, Sabrina cambió de trabajo, Leo seguía en lo mismo, haciendo lo mismo, sin chistar. Sabrina empezó a hacer planes a futuro y Leo asentía siguiéndole la cuerda. Sabrina quería comprar un apartamento con Leo, tener hijos tal vez, viajar. Pero como todo en su relación, todo se quedaba en planes.

Sabrina tenía montado en un pedestal a su Leo. Estaba convencida de que era un hombre lleno de potencial, capaz de comerse al mundo, y que si no lo había hecho era por falta de suerte, y que lo que necesitaba para hacerlo era un pequeño empujoncito de su parte. Como cuando a un recién nacido lo tiran al agua: el chino sí o sí se las ingenia para sacar su cabeza del agua. Así que Sabrina, sin una conciencia absoluta del hecho, empezó a poner en marcha el PHL: “Plan Rehabilitación Leo”.

Sabrina empezó entonces a llevarlo a los almacenes para que comprar ropa nueva guiándose por su gusto e idea de cómo Leo debería verse; le buscó cursos presenciales, online, pagos y gratuitos. Leo empezó algunos pero no terminó ninguno. Se empezó a inventar paseos con sus amigos y familia para alejarlo un poco de sus amigotes, quienes para ella, eran una partida de buenos para nada, contrario a lo que era su Leo.

Y todo lo hizo por el gran amor que sentía por él, siempre con “la mejor intención”. Pero sus intentos siempre resultaban fallidos, porque por mucho “amor” con el que Sabrina hiciera las cosas, lo que sentía Leo era un profundo sentimiento de rechazo a todos los intentos de su novia. Leo la rechazaba porque sentía que Sabrina insistía en todo esto precisamente porque ella lo rechazaba como era.

Y entonces la relación de Sabrina y Leo rápidamente empezó a irse por el despeñadero. Cada día se soportaban menos. A Sabrina se le cayó Leo al piso y empezó a verlo como un mediocre conformista, un bueno para nada, que probablemente no merecía su ayuda. ¿Para qué si la recibía tan mal?

En medio de su frustración, Sabrina decidió hablar con su amiga Patricia y contarle la situación en la que se encontraba. Patricia le dio un libro Los hombres son de Marte, las mujeres de Venus y le recomendó leérselo. Sabrina, entre incrédula y frustrada decidió una noche leerlo y subrayó una frase que encontró: “... la verdad es que él se resiste a cambiar porque cree que no es lo suficientemente amado. Cuando un hombre siente que recibe confianza, aceptación, aprecio, y demás, comienza a cambiar, a crecer y a mejorar en forma automática”.

Sabrina cerró el libro con rabia. “Pues de malas. Que cambie solito si se le da la gana. Yo me abro”.

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CREEMOS QUE ES NUESTRO DEBER RESCATAR A LOS GAMINES

Abby Ritcher lo tenía todo hasta que se le apareció el nefasto Mike Chadway{31} con su carisma y don para conquistar mujeres con baja autoestima. Abby lo intentó todo para evitar al neandertal, hasta que cayó en sus garras cuando Chadway le mostró su lado sensible que no era más que una máscara detrás de la cual escondía todas sus inseguridades. Abby la sudó, salió con un tipo perfecto y de verdad intentó zafarse del guapo Mike, pero le fue sencillamente imposible quitarse del medio al neandertal sensible. Chadway también puso de su parte, aunque más bien fue que se vio forzado por Abby a cambiar. Era la única manera de llevarse el premio gordo a la cama. Abby merece una estatua. Porque fue capaz de rehabilitar a semejante gamín y hacerlo “un man de bien”.

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La historia de La cruda realidad parece sacada de un molde: mujer buena, en el camino al éxito, pero con algunas inseguridades, se cruza en el camino a un neandertal de voz gruesa, barba poblada y mucho músculo. Después de mil dramas coherentes con el género, la damisela en apuros rescata al neandertal de su hoyo insensible y mujeriego y juntos viven romántica y sensiblemente por siempre. Tan bonito.

img28.pngPero, de nuevo, las chick flicks nos cagaron la vida porque nos dijeron que era posible rehabilitar gamín. Que no importaba cuán malo y ajetreado el neandertal fuera, siempre tiene un príncipe azul de metileno por dentro, dispuesto a salir al menor esfuerzo de su amada. ¡Popó de toro! Es bien probable que el neandertal sea neandertal hasta el final de sus días.

UN GAMÍN NO TIENE REHABILITACIÓN

Todas tenemos dentro, en algún grado, a una madre Teresa de Calcuta, una Lady Di, una Angelina Jolie o incluso una Madonna, que cree que una de sus tantas misiones en la vida es salvar a la humanidad. O por lo menos salvar a un bueno para nada con potencial. Ayudemos a los pobres, a los niños y a ese mancito al otro lado de la barra del bar que tiene cara de estar súper triste.

Dentro de los matices de los gamines, hablemos nuevamente del man triste. Son esos tipos de hombres utilizan su rudeza y debilidad para ser irresistiblemente sexies. Pero es que ese sex appeal no se traduce necesariamente en deseo carnal y animal. No. Se traduce, para nosotras, en un reto. En el reto de cambiar a un perro en un gato con personalidad de caballo. Y nosotras nos unimos al cántico de la campaña de Mockus: “¡Sí se puede. Sí se puede!”. Solo vean tantos casos en Consejos viscerales para casos reales en los que una damisela salvadora creía que cambiaría a su hombre y solo vio estrellas{32}.

Si los hombres escalan montañas, se tiran de paracaídas, se aficionan a los carros o a las motos para sentirse hombres y viriles, muchas se embarcan en el reto de cambiar a un hombre. Porque tanto hombres como mujeres nos medimos por nuestras conquistas.

No, él no es que sea gay. Es que no me ha conocido para que sepa que de verdad le gustan las mujeres.

No, él no tiene problemas con el compromiso. Es que no me ha conocido para que sepa lo que es estar con una buena mujer que lo va a cuidar y adorar por toda la vida.

Tratamos de convencernos de que tenemos el poder de la transformación como por mandato divino, que Jesús no era el único capaz de transformar el agua en vino, que cualquier gamín siempre tiene potencial y que nosotras somos capaces de sacárselo.

Pero ya sabemos que Bridget no pudo cambiar a Cleaver y éste siguió siendo el mismo sobradito, convencido y narciso que conoció en la primera parte de la película. Carrie tampoco la logró con Mr. Big. Y peor aún, terminó sucumbiendo después de muchas columnas y conversaciones con sus amigas, se patrasió y decidió que de repente se dejaría salvar por un hombre. Y es así como segui mos sintiéndonos atraídas a hombres distantes, problemáticos, irritables y rechazamos a los hombres “buenos” por considerarlos aburridos.

Es un hecho. No es posible rehabilitar gamines. Lo hemos intentado y hemos fracasado tan categóricamente como cuando a los gringos les dio por invadir la bahía de Cochinos{33} o cuando echaron a los franceses del norte de Vietnam{34}.

Entonces, si el gamín no cambia por voluntad propia, ¿cómo vamos a pretender cambiarlo nosotras? ¿A punta de qué? ¿Cariño, comprensión, atención y polvos constantes? Si ya sabemos que rehabilitar gamín es una batalla perdida, ¿por qué nos obsesionamos con esto, en vez de abrir el panorama y mirar hacia donde de verdad el pasto es más verde? ¿Problemas de autoestima? ¿Inseguridad? ¿Daddy issues? ¿Por qué nos negamos la posibilidad de pararle bolas al tipo que de verdad es “un man de bien”? Ese que está al lado suyo almorzando, ese que no ha tenido veinte novias “oficiales”, ni tiene el celular lleno de teléfonos de viejas con nombres sin apellidos.

img29.pngNo... negra, no dejes que se acabe esto.

Yo... voy a cambiar esto, te lo prometo.

Voy a cambiar por ti.

Porque te quiero, porque te quiero{35}.

¡Cacca di toro castrato!

4. MUJER QUE NO JODE ES HOMBRE

—No me gusta que llegues borracho todos los viernes— le dijo Amalia a su esposo. —Ya estás jodiéndome, ¿qué tiene de malo que salga a divertirme con mis amigos? —respondió él, envalentonado.

—Pero es que el sábado te levantas muy tarde y no nos alcanza el día para nada, y después de toda la semana trabajando, deberíamos pasar el fin de semana juntos, ¿no?

—Ya estás jodiendo, mujer.

—Por favor, recoge tus medias, hay como cuatro pares enrollados debajo de la cama —le pidió Antonia a su novio, con el que vive hace un año.

—Luego —respondió él.

—¿Pero cuándo es luego? Pásamelas ya porque voy a echar ropa a la lavadora.

—Tú sí jodes, si tienes tanto afán recógelas tú.

—¿Para qué te llama Paola un viernes en la noche? —le reclamó Diana a su novio.

—A nada especial.

—¿Ella sabe que estás conmigo?

—Claro —respondió él malhumorado.

—¿Pero entonces no crees que es un poco irrespetuoso que te haga llamadas a las once de la noche?

—¿Cuál es tu problema? ¿Estás regluda? Avísame si te vas a volver una loca celosa, porque conmigo eso no funciona.

“Loca”, “cansona” y “regluda” son tres de los adjetivos más comúnmente usados por los neandertales en contra de las mujeres. De hecho, “las mujeres son locas y cansonas” ha sido uno de los mitos mejor posicionados por los hombres para controlar a las que todavía se atreven a quejarse o a reclamar algo.

Parte de los resultados de esta efectiva campaña de mercadeo es que algunas prefieren “no molestar” para tener a sus machos felices. Si el esposo llega borracho todos los fines de semana, pues es su forma de liberar tensión; si no mueve un dedo en la casa, se corta las uñas en la cama y no levanta la tapa del inodoro, pues acostumbrémonos porque no va a cambiar y mejor no molestarlo; y si una loba lo llama en la noche, pues al menos yo soy la oficial.

Algunas nos hemos pasado la vida esforzándonos por ser cool en todos los sentidos de nuestra vida: voy a estudiar una carrera “diferente”, voy a viajar “diferente”, me niego a celebrar los quince o hacer un matrimonio de esos que salen reseñados en las revistas de farándula. Este esquema también lo hemos aplicado a las relaciones: yo no muestro el hambre, yo no soy intensa, yo le doy su espacio, yo no jodo, yo no me “envideo”. Celos nunca, antes muerta que celosa. Él allá y yo acá. En algún momento nos encontraremos, pero siempre, siempre, con mucho tacto, cuidado y cautela. Nada de dramas. Todo eso está bien, hasta cuando caemos en cuenta de que por dárnoslas de cool terminamos siendo unas coolas incapaces de pedir y de exigir.

No es cierto que mujer que no jode es hombre. Todos tenemos derecho a quejarnos y decir qué no nos gusta, y lo que menos esperamos de nuestro interlocutor es que le preste atención a nuestras demandas e invierta al menos unos minutos tratando de entender si tienen sentido o no.

5. PERO SI ESTÁ EN LA BIBLIA…

No lo decimos nosotras, lo dijo Kant:

El sacerdote [dice]: ¡No razones, ten fe!

(...) la minoría de edad en cuestiones religiosas es, entre todas, la más perjudicial y humillante{36}.

Para Kant la minoría de edad es ese estado del que no se sale por pereza y cobardía, por pensar lo que otros le dicen al menor de edad que piense y que crea. Y aquí estamos nosotros, recurriendo —ignorantemente algunos, inteligentemente otros— a lo que dice un libro escrito hace muchos años, y cuyos capítulos (o libros) fueron escogidos cuidadosamente por Constantino y su gente, para decirnos qué creer y qué pensar.

Eso sí, antes de que nos acusen de ateas, nos digan que nos vamos a quemar en el infierno, y nos insulten por nuestras redes sociales, recuerden que la religión fue creada por hombres, que la Biblia fue escrita por hombres y que quienes decidieron en qué creíamos fueron hombres. Religión no es lo mismo que Dios. Religión es lo que hemos hecho de éste, con abusos, verdades acomodadas y los intereses de hombres de por medio. De hombres masculinos. Por ello la Biblia y la religión son la casa del machismo, en la que habitan ideas como éstas, que no pocas veces son citadas por los retardatarios:

EVA SALIÓ DE UNA COSTILLA

Este es el primer cuento machista de la historia. ¿De qué otra forma se explicaría que mientras Adán fue creado a partir de algo tan bello y profundo como un soplo, nosotros salimos de una costilla? Eso tuvo que habérselo inventado alguien que odiaba a la mamá. ¿Si el todopoderoso es tan poderoso, no pudo haberse echado otro soplo? ¿Por qué tenía que ser tan mezquino de hacernos salir de una parte anatómica del hombre? ¿No podíamos, acaso, tener vida propia? La metáfora de la costilla fue tan poderosa que nos jodió de por vida.

“Entonces, Adán exclamó: ‘Esto sí es hueso de mis huesos, carne de mi carne! Será llamada ‘mujer’ porque del varón fue tomada”{37}. ¡Pequeño narciso! ¿Y si Eva hubiera sido hija de doña Yolanda, la de la cigarrería, hubiera sido muy poca cosa para el ególatra de Adán y tal vez él nunca hubiera querido reproducirse? ¿Es que tenía que venir de él para ser digna?

Por cierto, ¿alguien se ha preguntado cómo aprendió Adán a copular si nunca vio películas porno cuando era adolescente? No nos comemos el cuento que uno es como un perrito y sabe cómo es la vuelta del acto desde su primera arrechera. La historia tiene muchos vacíos.

Y para cerrar el círculo de atrocidades, Eva fue la que pecó y la que hizo pecar al mojigato de Adán. “La mujer que me diste por compañera me dio del árbol, y comí”{38}, dijo Adán. ¡Pobre pelotudo! Porque ojo, según la Biblia las mujeres somos malas y manipuladoras. Una suerte de Sorayas, la villana de María la del Barrio, en tiempos de la hoja de parra. Si no, vean a Dalila. Pobre Sansón, bujuju.

DIOS PROVEERÁ

¿Quién provee? El hombre o Dios. La mujer nunca. Si la mujer no tiene marido y es atea, pues según esto, está joche, porque ni el macho de carne y hueso, ni el macho invisible van a darle una mano si la necesita. Si nos remontásemos a tiempos prehistóricos, la vuelta sería algo así:

Al hombre le tocó “ser la cabeza del hogar y el macho proveedor” porque cuando éramos cavernícolas se le otorgó la fuerza bruta al género masculino que era lo que se necesitaba para derribar un mamut y llevarlo a la cueva, para que luego las mujeres se encargaran de descuartizarlo para alimentar a la manada. Porque mientras los hombres salían de cacería solos, como lobos esteparios, pues las mujeres se quedaban chismeando en grupo esperando a que les trajeran la comida.

Y si el clan se quedaba por alguna razón sin hombres, pues sería esperar a que otro hombre, uno que nadie ha visto nunca, se manifestara para proveer al clan porque las mujeres no estaban en capacidad de coger una lanza y matar el mamut de la semana, o del mes. Por mucho, las mujeres podrían ir a recoger bayas para sobrevivir, mientras esperaban los aportes del hombre invisible. Eso sí, reconocemos, la señora cavernícola necesitaba del macho cavernícola para reproducirse. Pero, tal vez, los inseguros hombres siempre han magnificado su papel clave en la procreación y por eso la cacareada fidelidad que se nos exige a nosotras las mujeres. Fin del hipervínculo.

JESÚS ES VERBO NO SUSTANTIVO

Primero que todo, ¿por qué el Mesías, el salvador de la humanidad, tenía que ser hombre? Pues bueno, dado que el elegido es uno (1) —de lo contrario serían “los elegidos” y ya suena a novela de canal nacional— pues el líder supremo, el titiritero o como prefieran llamarlo, tenía que escoger entre un hombre y una mujer. Y obvio, el hombre ganó porque no salió de una costilla sino de un soplo divino. Pero ¿por qué tenía que estar rodeado de hombres y sólo una mujer, que no estaba a la par de todos, sino que —para subirle un nivel a la carga dramática de la historia— tenía que ser prostituta?

Jesús es verbo; María Magdalena, sustantivo. Ricardo, ahí te botamos un nuevo verso para la segunda parte de tu canción.

Para terminar: la Biblia es el libro más leído de la historia. ¿Lo venderán en las secciones de ficción o de no-ficción? ¿Quién recibe las regalías? Como en About a Boy, ¿habrá descendientes de Lucas, Mateo, Juan, Daniel y co-autores, que no han tenido que mover un dedo porque sus tatara-tatara-tatara-choznos se cranearon un gran libro lleno de arcos dramáticos, traición, amor, venganza, esperanza y clímax?

6. EL AMOR ES UN JUEGO DE ESTRATEGIA

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Alguna vez un gladiador dijo que conoció a una gladiatrix muy libre y decidida que sin más ni más se lo llevó a su tienda y se lo echó como si no hubiera un mañana. Los amigos gladiadores, muy fuertes y sudorosos, se burlaron de la hombría del lujurioso héroe al que acusaron de haberle fallado al principio de luchar a muerte por sus triunfos. Al pobre gladiador, que no se parecía ni en las orejas a Russell Crowe, lo mandaron al espoliario y nunca más se supo de él.

Desde aquel entonces, padres y juglares cuentan la historia para que los hombres del futuro no sigan los pasos del héroe caído en desgracia. Su nombre ya nadie lo recuerda.

De la gladiatrix, cuya existencia quedó atestiguada únicamente por evidencias arqueológicas y un bochornoso rótulo de “mujer fácil”, poco se volvió a saber. Solo que las mujeres del futuro crecen con el miedo visceral de ganarse la misma fama que las acompañará como una suerte de letra escarlata. Porque ellas también crecieron con el retumbe arjoniano de “nunca lo fácil me duró tan poco”.

Lo que nunca nadie le dijo al gladiador era que tal vez la gladiatrix no era “fácil”, sino simplemente una mujer decidida y poderosa que podía decidir cuándo y a quién se echaba, y que él fue el afortunado poseedor del encanto viril.

A pesar de los intentos de esconder cualquier vestigio de la existencia de la gladiatrix y cualquier tipo de mujer que se le semejara a través de los siglos, poco a poco empezaron a salir a la luz mujeres como ella. “Aquí estamos y no hay nada de malo con nosotras”. Como Sabrina, que descubrió que era una gladiatrix moderna después de pegarle tres patadas por el culo a Leo, su bueno para nada.

Pero con los siglos, miedos y prevenciones se han convertido en un juego entramado de estrategias que tanto hombres como mujeres aplican para nunca decir ni hacer nada de más, por miedo a ser mandados al espoliario.

Como el que no conoce la historia está condenado a repetirla, ponemos en palco de honor las estrategias aplicadas por siglos, para ver si de una vez por todas nos dejamos de pendejadas.

MÁS FÁCIL QUE LA TABLA DEL UNO

Comenzamos con las ya mencionadas “mujeres fáciles”, esas que se lo dan a un tipo la primera noche, las que dicen de frente lo que quieren y buscan, las que toman la iniciativa, las que guardan un condón en su cartera. Ellas no se van por las ramas y no juegan el juego de “no lo llamo si él no llama”. Tienen su propia estrategia. Son frenteras, seguras y tienen una autoestima de roble. Ellas juegan a riesgo sabiendo que pueden estar clavándose en una piscina sin agua. A veces ganan y a veces pierden, pero tienen claro que no tienen por qué cederle las riendas a los hombres.

NI TANTO QUE ALUMBRE AL SANTO...

Es aberrante creer que en una relación uno siempre debe ser el que quiera menos. Según esto, a uno lo deben querer, amar, idolatrar, convertirlo en el ser más magistral del universo que-no-tiene-comparación-con-ningún-ser-humano-que-haya-nacido-jamás. Y uno debe querer al otro de a poquitos, sin soltarle todo de una, maniobrando siempre con cautela y medición. Esto no es otra cosa que una maquiavélica necesidad de control sobre el otro. Y asumirlo como una verdad es casi tan estúpido como creer que no se puede confiar en un pelirrojo. Porque por cierto, si yo debo ser la que quiere menos, ¿qué pasa si mi one juega el juego también? O sea, él también quiere ser el que quiere menos. El amor, entonces, se convertiría en un juego inmamable de tire y afloje eterno. Como cuando a uno le enseñan que para ganar en triqui uno debe arrancar por el centro opor las esquinas. A mí—Susana— me lo enseñó mipapá. Y él también se lo enseñó a mi hermano. Y nunca, nunca más pude volver a jugar con él. El juego estaba arruinado de por vida con mi contrincante favorito del juego de tablero. Fin del hipervínculo.

Esta estrategia es tan tonta que debería considerarse ilegal. Un perro (el animal de cuatro patas), por ejemplo, no va a querer menos a su amo por miedo a que éste lo abandone. No. El perro lo querrá con todas sus células, sin límites. Y siempre sin falta, lo saludará y le batirá la cola con tanta emoción como si fuera la primera y última vez que lo vea en la vida. ¿Por qué nosotros no podemos ser así? ¿Por qué debemos dosificar el amor para que duela menos, todo por el temor a ser abandonados? ¿Por qué debemos retraernos para poder abandonar sin que nos duela tanto? ¿Por qué ser el que quiere menos sabiendo que en cualquier momento el amor se puede acabar?

En últimas, la realidad del asunto es que somos una partida de cobardes que se escudan detrás de la idea de que la guerra se gana con la cabeza y no con el corazón. Y eso, queridos moscorrofios, no es lo que William Wallace nos enseñó. aunque al final le cortan la cabeza.

EL QUE MUESTRA EL HAMBRE NO COME

img31.pngOtra de esas estrategias tontas que nos han metido en la cabeza es la de que “el que muestra el hambre no come”. ¡Popó de toro! Sí, tal vez haya actos desesperados en que el hambre nos haga comer gusanos y sopa de piedras como participante de reality de supervivencia. Pero, ¿qué tiene de malo tener hambre? ¿Acaso uno va a ser menos valioso, valiente, amoroso, comprometido, inteligente, bondadoso, capaz o incluso buen parche, si muestra el hambre? ¿Acaso si uno muestra el hambre está condenado a comer gusanos, algas y arena? ¿Y sólo si se priva puede comer langosta? ¿Y qué pasa si por privarse esperando a que le sirvan la langosta, termina uno muriendo de inanición?

Tener hambre es un síntoma que nos recuerda que estamos vivos. Pero es importante tener en mente que el secreto siempre está en mantener el equilibrio y conocer nuestros límites, porque también debemos aceptar que el buen juicio se embolata con facilidad. Como un tweet que alguna vez publicamos, “herrar es de umanos”{39}.

Jugar y ponerse máscaras en la vida real solo cansa y crea ruidos. Hace que una simple cita se parezca más a una entrevista de trabajo —con prueba psicotécnica incluida— y que cualquier relación se parezca más a un juego de póquer lleno de bluffs y alcohol para soportar la presión, que a un tranquilo paseo en canoa.

Qué cansancio. ¿Por qué no pensar y vivir bajo el credo de que las cosas pueden simplemente fluir, sin estar calculando cada uno de los movimientos como si uno fuera Kasparov luchando por defender su título de mejor ajedrecista de todos los tiempos? Es que realmente tanta pensadera, tanta estrategia, agota.

Esta idea de que “el amor es un juego de estrategia” es en parte responsable de que no vivamos en un mundo hippie tolerante que se mueve con fluidez, sino que vivamos, en uno que parece más una partida de Risk que una caída libre de una montaña rusa. O en la Nueva York que pintan Michael Bay y todos esos directores que hacen explotar edificios, y muestran un futuro miserable por el que ya pasaron los jinetes del Apocalipsis.

Es que las estrategias en el amor debieron haberse quedado con los miserables amigos del gladiador, quienes vivieron su vida aplicando fórmulas matemáticas para echarse a las amigas de la gladiatrix, cuando ellas sólo los estaban “marraneando”.

7. EL SEXO ES PECAMINOSO

EL CUERPO COMO PECADO

Alguna vez oímos a alguien comparar a una mujer en minifalda con un pedazo de carne en una ventana. Si dejamos a la mujer/carne allí, al alcance, es inevitable que los hombres/gatos se la coman. Para unas cosas los hombres son animales sin mayores atributos, y para otras son los reyes del universo con inteligencia más avanzada que la de cualquier mujer. Muy conveniente.

Desde siempre hemos oído que el cuerpo femenino es impuro y solo trae lascivia y pecado. Si no pregúntenle a un wahabi que obliga a las mujeres a cubrirse de pies a cabeza para que no le den ganas de violarlas. O a un católico clásico de esos que ignoran —voluntaria o involuntariamente— que su santísimo Papa Juan Pablo II derrumbó el mito sobre el pecado del cuerpo en los ochenta. Dado que las normas sociales y/o religiosas eran (y son, en su mayoría) hechas por hombres, prefirieron hacer que las mujeres se taparan y encerraran para no generar los malos pensamientos de hombres incapaces de controlarse a sí mismos.

No hemos avanzado lo suficiente, pues persisten ideas tan locas y retardatarias como que nosotras somos las culpables de que nos violen por usar ropa “atrevida”. La provocación es un asunto subjetivo, y usualmente los violadores, o violadores en potencia, tienen un estándar bien bajo para determinar cuando una mujer es provocadora. Caminar en la calle a veces es suficiente.

En una sociedad decente nosotras deberíamos poder ir a hacer mercado en bikini y nadie podría decirnos una sola palabra, ni mirarnos, ni tocarnos, ni violarnos. Pero aquí preferimos “matar al mensajero”{40} o “vender el sofá”{41}, que enseñarles a los hombres que no son animalitos y que tienen la capacidad de controlarse a sí mismos y sus impulsos. ¿O qué tal la estupidez de crear buses exclusivos para las mujeres, luego de que un hombre se masturbara al frente de una mujer en Transmilenio? Señores que hacen las reglas: ¿en qué mundo es más fácil crear rutas y destinar buses solo para las mujeres que hacer una campaña para decirle a los hombres que deben aprender a vivir en sociedad, que solo pueden tocarse en su casa, y que el abuso está mal y que
por ello es un delito?

NO HAY NADA DE
DESHONROSO EN
SALIR DE LA CASA
DE UN GALÁN
A LA MAÑANA
SIGUIENTE DESPUÉS DE UNA
NOCHE DE PASIÓN.
¿Y qué tal eso del walk of shame (la caminata de la vergüenza)? No hay nada de deshonroso
en salir de la casa de un galán a la mañana siguiente después de una noche de pasión. ¡Que se avergüencen los que no tienen sexo!

En lo que sí estamos bien como sociedad, creemos, es en la aproximación valiente que hemos hecho a las pastillas anticonceptivas. Tenemos amigas del trabajo en la primera mitad de sus veinte que sacan la pastilla y se la toman al final del almuerzo como gritándole al mundo: “Sí, tengo que tomar pastillas porque tengo toneladas de sexo, in your faces, losers!”.

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LA ESTUPIDEZ DE LA REGLA

Triunfo de la naturaleza: tener un intestino delgado que conecte con el grueso y que entre ambos escojan qué de lo que comemos es nutriente y qué desecho.

Fracaso de la naturaleza: la regla

De unos 400 procesos ovulatorios que tiene una mujer colombiana promedio a lo largo de su vida, estos se convierten en apenas 2.1 hijos{42}. El resto, en molestas, dolorosas e inútiles menstruaciones. Es estúpido.

Nosotras sufra que sufra cada mes con óvulos infecundos. Harto cólico, harta bolsa de agua caliente, harto ibuprofeno, mes a mes. En cambio los hombres, que también tienen un montón de desechos que podrían traducirse en vidas humanas, para ellos esas pérdidas son placenteras. Vida pa' perra. Fin del hipervínculo.

Y más estúpidos son los mitos que la han rodeado. En la Edad Media la dirigencia católica le prohibió a las mujeres ir a la iglesia cuando estuvieran menstruando. Y aún hoy se dice que luego de la menarquia una niña se convierte en mujer, pues ya puede concebir. Como si no estuviéramos fregados porque, en 2012, 6.545 niñas en Colombia{43} se comieron el cuento y fueron mamás, en lugar de estar —simplemente— enamoradas perdidamente de un imposible, pero sin perder la esperanza de que algún día podrían llegar a ser correspondidas por Harry Styles —si, como “estilos”— o Justin Bieber. Como nosotras en los noventa cuando suspirábamos y nos montábamos películas al frente de los afiches de Dylan McKay o Brandon Walsh. La menarquia no hace candidata a madre a nadie; la responsabilidad y el juicio sí, y eso no viene con la primera regla.

DARLO POR UN CALADO

Reprimir las ganas de hacer y decir lo que se nos viene en gana es una idiotez. Tirar o no tirar debería ser un asunto de simple voluntad, y no un análisis físico-químico-cuántico-social de “¿qué dirá?”, “¿cómo me tomará?”, “¿qué pensará?”, “¿qué les dirá a los amigos?,” “¿después de cuántas citas?”

La mejor forma que encontraron las mentes superiores de controlar a las masas fue la religión, y con ésta la represión sexual. Decirnos cómo y cuándo tirar fue una de las formas más efectivas de decirnos “somos los dueños de tu cuerpo y de tu mente”. Ya luego la sociedad se encargaría de empoderar a mujeres chismosas y envidiosas para frenar a las mujeres dueñas de su cuerpo con etiquetas tan despreciables como “perra”.

Yo, Susana, en algún momento de mi vida quise darlo por un calado. Pero fueron los mismos prejuicios los que sirvieron más que cualquier cinturón de castidad. Hoy no me arrepiento, pues porque aún así, luego de mi adolescencia pude hacer lo que se me vino en gana, esta vez de una manera más informada y autosuficiente, lo que tal vez me ahorró pesares y preocupaciones. Pero hoy me gustaría que la historia fuera otra y que el autocontrol no haya sido por la represión impuesta por mi entorno, sino por mi propia voluntad.

LA VIRGINIDAD

La vida de las vírgenes es bella como la vida de los ángeles; es la inocencia primitiva y la ignorancia del pecado; la vida de las vírgenes es sublime como la vida de Dios, es la carne que se rebaja y el espíritu que se glorifica; la vida de las vírgenes es deseable como puede ser deseable Dios mismo, es el abandono de la tierra y el comienzo del cielo. -Jean-Ennemond Dufieux.

Seguro la fascinación sobre la virginidad tiene algo que ver con el cuentazo que nos metieron sobre la virginidad de María. ¿O la historia de su embarazo por cuenta de la obra y gracia del Espíritu Santo fue producto de una ya existente fijación sobre la virginidad en tiempos de María? El caso es que la “pureza de la carne” de las jóvenes incautas ha permanecido en el imaginario de los religiosos y no religiosos del mundo. Échense una pasada por YouPorn y busquen videos centrados en “defloraciones” y cosas por el estilo. O no más lean la historia de Ángela Vicario, a la que devolvieron en su noche de bodas por haberle dado su flor a Santiago Nasar. El gustico le costó la muerte al pobre Santiago en Crónica de una muerte anunciada, pues quitarle el honor a Ángela la condenó porque ¿qué hombre la querría sin flor?

Afortunadamente la época en la que devolvían mujeres sin flor ya pasó —por lo menos en este lado del mundo— y hoy la virginidad tiene el lugar que se merece, al estar relegada a una esfera personal, en la que cada mujer decide cuándo tira y cuándo no. Ni el más neandertal tendría eco si dice que solo quiere estar con vírgenes, o que la mujer con la que se va a casar tiene que ser virgen, aunque él no lo sea.

Pero el mito de la virginidad tenía que estar aquí, porque un capítulo sobre el pecado de la carne no estaría completo sin “punticas” o “pruebitas de amor”.

EL SEXO ES ENTRE IGUALES

Todavía tratamos al sexo con estándares diferentes para hombres y para mujeres. Mientras que para los hombres el sexo es inherente, y es absolutamente natural que sea éste el que guíe muchas de sus acciones, nosotras todavía debemos separarlo de nuestro ser social. Todavía nos debatimos entre ser mujer-madre y mujer-puta; además de ser mujer-hija, mujer-profesional, mujer-amiga. Además, a las mujeres que nos gusta el sexo y somos lo suficientemente valientes para decirlo en público nos sucede que cruzamos de inmediato la línea hacia un lugar lleno de etiquetas y adjetivos deshonrosos.

Veamos no más a Monica Lewinsky. Mientras Bill Clinton terminó su mandato y hoy sigue siendo uno de los hombres más influyentes del mundo con serias posibilidades de convertirse en el “primer caballero” de Estados Unidos, Monica Lewinsky sufrió la inclemencia de una horda furiosa con antorchas que quiso quemarla viva. Ella fue la que tuvo que asumir las consecuencias del escándalo ¿por haberse metido con un hombre casado?, ¿por haberlo hecho público?, ¿por poner a hablar a una sociedad mojigata sobre infidelidad y sexo con tabacos?, ¿por ser mujer? No lo sabemos.

El caso es que a los veinticuatro años Lewinsky era una practicante en la Casa Blanca y después de eso pudo haber tenido una importante carrera{44}. Pero ¡oh por Dios, le practicó sexo oral al presidente de los Estados Unidos! ¡Shame on her! De lo que ya no se habla es que él aceptó —o que lo incitó— y aparentemente estuvo feliz esos dieciocho meses que duró la relación. Pero fue Lewinsky la que cargó con la etiqueta y la historia{45}. Maureen Dowd, columnista estadounidense, ganó un Pulitzer por una columna en el New York Times en la que la señalaba de “agresiva” (en el sentido angloparlante de la palabra, en la que se refiere a alguien que no se da por vencido, va por su cometido) e “implacable”, pues, entre otras cosas, “logró evadir las numerosas capas que la separaban del presidente” para meterse en el despacho oval y hacer lo que hizo. Al final, Monica Lewinsky, mujer de veinticuatro años y soltera, fue culpable de haber sostenido una relación con el presidente casado de los Estados Unidos, que para la fecha tenía todo el poder del mundo y cincuenta y dos años, veintiocho más que ella.

8. EL SEXO ES NUESTRO MEJOR RECURSO

Roy F. Baumeister, del departamento de Psicología de la Universidad de Florida y Kathleen D. Vohs, del departamento de Comercio y Mercadeo de la Universidad de British Columbia escribieron en 2004 un paper titulado “Economía sexual: el sexo como un recurso femenino para el intercambio social en las interacciones heterosexuales”, en el que se apoya en la “teoría del intercambio social” (que señala que cada parte en una interacción da algo y obtiene algo a cambio) para explicar cómo se dan las relaciones sexuales entre hombres y mujeres. Los autores aseguran que (lo citamos textualmente, en una traducción nuestra, porque no queremos perder detalle de esta perla):

El sexo es un recurso de las mujeres. Puesto de otra forma, los sistemas culturales suelen dotar de valor a la sexualidad femenina, mientras que la sexualidad masculina carece de valor. Como resultado, las relaciones sexuales por sí mismas no son un intercambio equitativo, sino un momento en el que el hombre obtiene algo valioso de la mujer. Para hacer el intercambio equitativo, el hombre debe dar algo en contraprestación —pero su participación en el acto sexual no tiene un valor similar para constituirse como contraprestación—. Lo que le dé en términos de recursos no sexuales dependerá del precio (por decirlo de alguna forma) fijado por la cultura local y por el valor de sus características sexuales. Es por ello que el sexo ocurre en un contexto en el cual el hombre le da a la mujer regalos, consideración y respeto, y el compromiso que ella espera, u otros bienes{46}.

El paper fue publicado en 2004 y ha recibido muchas críticas,  como era de esperarse. Es que parece escrito en el siglo XVI por un sacerdote con rezagos oscurantistas, en el que el sexo para las mujeres es como una flor, como el arca perdida que solo Indiana Jones puede poseer después de una gran travesía —y que como el contenido del Arca, le dará poder absoluto—. O como una botella de vino que uno lleva a una comida a la que ha sido invitado. El sexo, según esta lectura, es una ofrenda. ¿Recuerdan la historia de Abraham e Isaac? Algo así, pero sin sacrificios de por medio.

¿Qué pasa entonces cuando el sexo para las mujeres es simplemente diversión? ¿Cómo funciona la ecuación cuando hay equilibrio en el valor que ambas partes le dan al sexo? ¿Qué pasa cuando la mujer está buscando, simplemente, “parcharla” y no matrimonio? Los autores reconocieron esas variables, además de las del deseo sexual masculino contra el femenino, la subyugación de la mujer y las diferencias en los contextos culturales. Aún así, pensar que el sexo es lo único que tenemos para intercambiar por matrimonio es estúpido. Aunque muchas se comporten así.

Pero volviendo al sexo, creemos que fue diseñado por un misógino: es el hombre el que entra en la mujer, “la posee” y no siempre sutilmente; la mujer es la que debe afrontar las consecuencias eventuales del sexo (Freud, quien decía que las mujeres somos hombres sin pene, decía que para los hombres el polvo termina en el orgasmo, mientras que a nosotras nos puede durar toda la vida si quedamos embarazadas). Este misógino también se encargó de desprestigiar a las mujeres que les gusta tirar tanto como a los hombres.

El reloj biológico fue creado por un loco psicópata peor. Porque parte de los argumentos de Baumeister y Vohs para sustentar su teoría del intercambio, es que hay variables que pueden aplicarse en las mujeres en el mercado y que bien podrían ser comparables con las características de un carro último modelo: entre más vieja la mujer, menor es el valor que obtiene a cambio de sexo porque entre otras razones tendrá más afán de casarse si se acerca a los treinta y sus chances de ser mamá se ven reducidos. Los hombres, en cambio, pueden ser papás hasta más allá de los sesenta, por lo que ese afán no hace parte de sus variables. El valor de las mujeres también se ve reducido si es fea o promiscua, dicen los autores.

Por lo dicho, esta teoría parece sacada de un tratado misógino escrito por un maniático. Pero igual ahondamos en ella porque de una forma u otra es un sustento académico a lo que pasa en la realidad y la forma arcaica como el sexo sigue siendo percibido por nosotras mismas.

MALOS NEGOCIOS

¿Recuerdan el anuncio en Craigslist de una joven que buscaba marido rico, por lo que proponía un negocio en el que intercambiaría su belleza y juventud por una estabilidad económica provista por un hombre?

Este es el resumen: la joven, que firmaba como Mrs. Pretty, escribió en un anuncio en el sitio de clasificados:

Soy una chica bonita (espectacularmente bonita) de 25 años. Me expreso bien y tengo clase. No soy de Nueva York. Estoy buscando casarme con un hombre que gane al menos medio millón de dólares al año. Yo sé cómo suena, pero tengan en mente que un millón al año es clase media en Nueva York, por lo que creo que no estoy siendo demasiado ambiciosa.

Ella recibió una respuesta sobre su propuesta por parte de un banquero de JP Morgan que le decía que desde el punto de vista de un inversor, su propuesta era pésima, porque aunque proponía un intercambio aparentemente “justo” entre belleza y plata, esta relación era completamente inequitativa, ergo, su propuesta era algo así como un paquete chileno.

El problema lo resumió el banquero de una manera muy didáctica. Parafraseamos:

Si usted, señorita linda, me está ofreciendo su belleza a cambio de mi dinero, vamos en contravía. Porque usted se va a envejecer, así que su belleza se irá y será un bien en depreciación, pero lo más probable es que mis ingresos se incrementen anualmente. Usted no va a ser más bonita con el paso del tiempo, pero yo sí seré más rico. Siendo así, su ofrecimiento no puede ser una “compra” sino que debería ser más bien un “alquiler”. En conclusión, deje de buscar cómo encontrar un marido rico que la mantenga, y más bien trabaje para que usted logre tener ingresos más altos y así sus chances de encontrar un tonto rico incrementen.

A esta situación podemos llamarla “la falacia de la mujer que tasa su valor en su belleza y el sexo”. O “el tiro por la culata”. Por más bonita que sea una mujer, no podrá mantener su belleza y juventud a punta de cirugías plásticas y botox. Recuerden el caso —que al parecer fue un hoax de Internet— del chino que demandó a su esposa por engaño después de que el tipo casi se infartara al ver que su primogénito era más feo que un codo. Porque el tipo no podía entender cómo pudo haber nacido semejante engendro de una mujer tan bella como su esposa y de él, que seguramente era más bien promedio. Es que el tipo nunca supo que su bella esposa se había hecho un montón de cirugías plásticas para pasar de la Fiona Shrek a la Fiona princesa. La justicia —real o imaginaria— falló a favor del engañado esposo.

¿Moraleja? Si alguien por ahí está buscando conseguir un marido rico, que además sea inteligente, propóngale un negocio atractivo que no se base en un simple intercambio de belleza y sexo por bienes materiales y comodidades. La belleza se deprecia fácilmente, mientras que la inteligencia y la gracia crecen y crecen como la cuenta bancaria de Tony Stark en la guerra del Golfo. El sexo no es un recurso, es un valor agregado.

LA MANIFESTACIÓN DE LOS CALZONES ARRIBA

Champions League. Real Madrid vs. Bayern de Munich. Gana Real Madrid, Vitto se va de celebración con su manada, porque lo de ellos es el fútbol “de verdad”, el europeo. Nada de celebrar los triunfos del Junior o de La Equidad. Vitto, Leo, Boris y Mendoza se meten una rumba sobrenatural, cada uno se baja —por lo menos— una botella y media de guaro y 37 cajetillas de Marlboro rojo. De milagro no quedan ciegos y logran llegar a sus casas muy a las cuatro de la mañana.

Mendoza se cae tres veces antes de llegar al cuarto donde Pamela se hace la dormida, aunque está ardiendo en furia porque se percata del estado de borrachera en el que llega Mendoza. Ella sabe que cualquier reclamo que haga en ese momento será una batalla perdida. Por la tarde tienen el cumpleaños de su sobrino y Pamela sabe que Mendoza va a terminar no yendo y ella tendrá que inventarse mil cosas para excusar su ausencia frente a su familia. “No, es que amaneció maluco”. “No, es que le tocó trabajar hoy”. “No, es que el papá le pidió un favor enorme de última hora”.

Pamela regresa del almuerzo de su sobrino y ve a Mendoza tirado en la cama como un desecho humano. Cortinas abajo, puerta cerrada, cajas de domicilio, hedor insoportable. Pamela abre las ventanas para airear ese cuarto que huele a muerto y le lanza una mirada fulminante a Mendoza haciéndole entender que se metió en la grande. Y que se vaya olvidando de la final de la Champions.

Pasan los días y Pamela es más fría que Elsa la de Frozen. Mendoza hace varios intentos para que Pamela se conmueva, lo perdone y se echen una revolcadita. Nada que un buen polvo no pueda solucionar, o eso cree. Pero todos sus intentos son fallidos. Las puertas de la muralla están cerradas indefinidamente. Le pide perdón mil veces y le jura y recontrajura que eso nunca más se repetirá. Que la final la verá en la casa, solo.

Desesperado, Mendoza le lleva flores, chocolates, serenata y le escribe cartas de amor. El pobre Mendoza ya no sabe qué más hacer ante la indiferencia de Pamela. Está flaco, ojeroso y no le contesta las llamadas ni los mensajes a Vitto. Lleva semanas bajo el yugo de la opresión y la helada ley del “no sexo”. Pamela lo ve abatido, rendido a sus pies y sabe que le puede pedir lo que sea y éste se lo dará tan pronto las puertas de la muralla se abran nuevamente. Pamela gana. El control es suyo.

Muchas mujeres han utilizado la privación del sexo como una herramienta de poder, control y protesta. Por ejemplo, en 2011, un grupo de 280 mujeres nariñenses decidieron cruzar las piernas para exigir la pavimentación de una carretera. Después de tres meses de “cortarle el chorro” a sus maridos, las mujeres triunfaron y el Ministerio de Transporte aprobó el proyecto. Hombres arrechos 0 - Mujeres cansadas de la ineficiencia estatal 1.

Y en Grecia Antigua Lisístrata convenció a un grupo de mujeres para que dejaran de dárselo a sus maridos para así poner fin a la Guerra del Peloponeso; en Liberia, Leymah Gbowee lideró una protesta pacífica que incluía una huelga sexual que llevó a conseguir la paz en ese país; en Kenia, las esposas del presidente y del primer ministro utilizaron la estrategia de “no sexo” para forzar a los rivales políticos a llegar a acuerdos. Incluso le pagaron a prostitutas para que le cerraran “el chuzo” a los políticos.

Ejemplos como estos hay muchos: en México, Turquía, Bélgica, Filipinas, Togo... La política del “no te lo voy a dar” ha dado resultados para acciones políticas y sociales. Y mucho le ha servido a mujeres que no tienen intenciones políticas como la pavimentación de una carretera o la formación de nuevos gobiernos, sino que buscan demostrar su inconformidad a niveles mucho más íntimos: “Estoy brava con Pepito. Se lo voy a dejar de dar”. La técnica funciona, en el cuarto y en el Congreso. Porque, supuestamente, las mujeres podemos llegar a ser camellos que podemos vivir sin sexo, pero los hombres no.

Pero las cosas no deberían ser así. El sexo no es, ni debe ser nuestro mejor recurso. Si vamos a limitar nuestro poder a una zona anatómica de nuestro cuerpo, ¿por qué dejárselo exclusivamente a esa zona media en vez de atribuírsela a lo que está más arriba? ¿A nuestra cabeza, tal vez? ¿Acaso no tenemos otro mecanismo de coerción?

Puede ser cierto que cuando uno está furioso lo que menos quiere hacer es tirar, y que sería estúpido no buscar la debilidad del enemigo para vencerlo. Cero estratégico. Pero con la estrategia de los calzones arriba ayudamos a la objetivización del sexo. Y si queremos una batalla justa, busquemos agarrarnos por donde tengamos igualdad de condiciones.

Porque si usamos al sexo como un bien que tiene un precio en el mercado, no es extraño que nosotras mismas nos hayamos convertido en objetos de intercambio: “mi cuerpo/mi sexo por algo que quiero”.

9. ESTÁ BIEN SER UN OBJETO SEXUAL

Quiero ser Representante a la Cámara… voy a mostrar las tetas.

Quiero que mi libro se venda… voy a mostrar las tetas.

Quiero ser presentadora de televisión… voy a mostrar las tetas.

Quiero casarme con un rico… voy a mostrar las tetas.

Quiero parecer un espíritu libre... voy a mostrar las tetas.

Quiero llamar la atención... voy a mostrar las tetas.

(No, no es un reggaetón)

Aún a pesar de la revolución feminista con la que hemos logrado —casi— las mismas condiciones laborales que los hombres, y acceso libre a la educación, no hemos podido entender que somos más que dos tetas, un culo, una vagina y un par de piernas que sostienen todo eso.

A pesar de lo normales que son las tetas, hay tetas por doquier. Pezones de todos los tamaños y colores adornan televisores, páginas de revistas y vitrinas de droguerías de barrio. De hecho las tetas, sobre todo, son un negocio tan lucrativo que canales de televisión, sitios web y revistas mensuales solo para hombres empelotan a cuanta vieja se deja empelotar, y publican una que otra crónica de periodismo de inmersión para darle “profundidad”. Y está Hugh Hefner, que es un género per se.

Muchas veces nos hemos preguntado si los hombres no se cansan de ver tetas. Y la respuesta es siempre “no, de lo contrario no habría pezones en cada revista y paja masculina”, e inmediatamente nos sentimos como unas mojigatas de colegio de monjas haciendo preguntas obvias con un sesgo moralista.

Porque si hay  inundación de  tetas  es por  hombres y  mujeres consumidores, y por mujeres dispuestas a ser objetos del deseo. No se trata de hombres malos que vuelven a las mujeres objetos de placer y deseo. No es que ay, pobre Pamela Anderson, tan explotada y millonaria; o pobre Amparo Grisales, que ha tenido que mostrar sus tetas con silicona y su escultural cuerpo para el placer de tantos cavernícolas. No. En cada mercado hay un proveedor, un comprador y muchos intermediarios. Y el principio aplica en el mercado de las tetas y las vaginas.

Qué vaina que la palabra “vagina” se haya vuelto tan fea. Qué vaina que para que suene menos peor haya que meterle un par de asteriscos para que esa va*ina se transforme en una vaina más verbalizable. Y qué vaina que sus sinónimos sean igual de inmundos: chocha, chocho, concha, panocha, gallo... La construcción fonética de la palabra vagina (y sus sinónimos) llaman a gestos y énfasis de quien la pronuncia, quien usualmente es el mismo que dice “solo la puntica, mamita”, o “muévase más hacia abajo, relájese para que no duela y el espéculo entre fácil”. Pero estamos comprometidas con respetar el lenguaje y vituperarlo lo menos posible, por lo que ¡vagina será! Además, porque no podemos seguirle el juego a quien peyorativiza términos importantes para quitarles su poder, como el senador costeño bien decente y progresista que dijo en un debate hace no muchos años “las vaginas del Senado se llenaron de malos pensamientos”, seguramente para ridiculizar la pelea de sus dos colegas. Además porque al demonizar la palabra también demonizamos el órgano. Ahora resulta que nos avergüenza tener una vagina. Fin del hipervínculo.

No podemos condenar mostrar las tetas por el simple hecho de mostrar las tetas, pues uno muestra lo que es suyo y porque ajá, es liberador. Yo, Susana, he tenido sueños en los que ando desnuda en supermercados y me siento absolutamente libre y feliz —you're welcome Mr. Freud—. Lo que manda mensajes equivocados es la razón que me lleva a hacerlo. Está mal si mi cuerpo o la provocación se convierte en mercancía de intercambio, para lograr atención, un lugar en la Cámara de Representantes, que mis compañeros de trabajo ahora me quieran hacer favores o trabajen por mí, y lo que es peor, amor. Pero, insistimos, eso está en cada quien, porque ahora un fan de Amparo Grisales vendrá a decirnos que qué pasa si es el trabajo de ella, que no podemos juzgar el arte y el derecho al trabajo honrado. Y nosotros le diremos “usted tiene toda la razón”. No somos el Juez Demetrio{47} para estar impartiendo juicios. Entonces, ¡vamos a empelotarnos en un supermercado para protestar porque no importan un tofu suficientemente firme!

Sabemos que las sociedades que respetan la desnudez están algunos años más adelante en tolerancia y respeto al otro que las que no. Lo que no compartimos es que, como en la guerra, usemos el cuerpo como instrumento, esta vez para llamar la atención o para hacer statements vacíos. Porque en el fondo, lo que se hace es seguir convirtiendo al cuerpo femenino en un objeto de morbo y de noticia.

“¿PARA QUIÉN TE PUSISTE TAN BONITA?”

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“Ponerse bonita” es absolutamente subjetivo. Para algunas mujeres es un proceso complicadísimo e incluso doloroso que puede incluir fajas, tacones de diez centímetros, push-ups, jeans levantacola, capas de base, delineador, pestañina, sombras moradas y cirugías plásticas. Para otras, tatuajes, kilos de maquillaje, horas de plancha y tratamientos de queratina, pantalones de cuero o vestidos hipercortos y tal vez cirugías plásticas. Para otras, collares de perlas, aretes de oro, caras lavadas, la moda más reciente que dictan las pasarelas de Milán, Nueva York, Sao Paulo, Londres y París y días y días de hambre. Es que es bien cierto eso que dijo Margaret Wolfe Hungerford en el siglo XIX: “Beauty is in the eye of the beholder”{48}.

Casi siempre esto de “ponerse bonito” se concentra en la necesidad de agradar al otro. Porque en teoría uno se pone bonito para alguien, pocas veces para uno mismo. O eso creemos, porque nadie nos enseña lo contrario. Sólo lo aprendemos cuando después de una crisis nos da por visitar al psiquiatra, psicoanalista, la terapista de ángeles, al cura o al que sea que nos sirva para meternos en un proceso de introspección curativo.

Para nada es un secreto el impacto que la apariencia física tiene —sobre todo— en las mujeres. Por eso existen tantas disociaciones morfológicas que hacen que el cerebro se frite cuando para algunos la idea que tienen de su apariencia en la cabeza no cuadra con lo que ven en el espejo.

Hace poco un estudio publicado en el Quaterly Journal of Experimental Psychology reveló que aunque las mujeres dicen maquillarse para los hombres, estos últimos creen que las mujeres se maquillan de más. Es decir, nos arreglamos para ellos, pero ellos al final del engalle no nos ven más lindas, sino que les evocamos al archienemigo de Batman. Tal vez porque nos comimos el cuento de decenas de años de comerciales de maquillaje en el que nos dicen que la combinación sombra morada, delineador azul, pestañina verde, cachete rosado y colorete rojo se ve bien; y no nos detenemos a pensar que son los payasos los que hacen millonaria a la industria del maquillaje.

Nosotras, Susana y Elvira, creemos que, primero, la sombra morada va en contra de la naturaleza, pues no hay parte del cuerpo de ese color; segundo, que el maquillaje debe usarse para acentuar rasgos y esconder imperfecciones: pestañina del color de las pestañas, colorete del color de los labios y a veces en una gama ligeramente más alta, blush para acentuar los pómulos, pero nada, nada que nos haga pensar en Halloween al salir de la casa; tercero, que uno no se debe arreglar para alguien más, porque arrancó perdiendo: si uno se arregla es para uno verse mejor y por ende llenarse la cabeza de esa seguridad que nos hace más interesantes y asertivas, ya lo demás vendrá por asociación; y cuarto, que el mejor engalle es el que parece que llegó sin esfuerzo, aunque haya tomado horas.

Por muy romántico, idealista y tonto que pueda sonar para algunos, nosotras también creemos que existen hombres que piensan que el mejor momento del día para una mujer es cuando está recién levantada. Verdad para algunos, “vade retro” para otros.

10. SOMOS LO QUE “EL OTRO” NOS HACE

HEROÍNAS O VILLANAS. UNA DE LAS DOS

El rol de las mujeres ha sido definido por discursos patriarcales y abyectos que giran en torno a su virginidad, sus emociones y su rol de madre; en contraste con la virilidad, independencia, inteligencia y poder del hombre.

Las mujeres, entonces, somos víctimas de nuestras emociones, capaces de —incluso— asesinar al ser abandonadas por nuestros hombres, como Medea. Las mujeres perfectas son solo fruto de una idealización, como la de Don Quijote a Dulcinea; y si dentro de la historia han sido reales, es probable que hayan sido creadas por una mujer, como Elizabeth Bennet y que tengan uno que otro defecto. Y aún hoy se mantienen los estereotipos según los cuales las mujeres nos enceguecemos cuando anteponemos las emociones —lo cual supuestamente pasa el 90% de los casos—, odiamos fácil, lo hacemos todo por conseguir que alguien nos quiera. Mientras que los hombres protegen y buscan el éxito, las mujeres lloramos y buscamos el amor. Y lloramos más.

MEDIOS Y ROLE MODELS

Se dice que la historia ha sido escrita por los hombres. Y los medios están controlados por ellos también. Así las cosas, la historia continúa siendo —parcialmente— escrita por ellos.

La oferta de contenido en los medios es cada mayor y hay de todo: bueno, malo, pésimo, regular. Y se juega con la creación de estereotipos que apelen a esas audiencias para lograr identificación, gusto y consumo. Como bien lo dijo el presidente de la Academia de la Televisión de Estados Unidos, Bruce Rosenblum, en la entrega de los Emmy 2014, cuando paró a Sofía Vergara en una plataforma giratoria porque, claro, “sabemos qué le gusta a la gente”.

Ya conocemos a las Marías las del Barrio, las Topacios y las Maricruces. Mujeres que lloran y sufren y al final encuentran a su galán que las saca de pobres y las hace felices por el resto de sus días. Pero si nos actualizamos un poco y dejamos atrás estas estrellas de la ficción ochentera, ¿con qué estereotipos femeninos están reemplazando a nuestras Topacios? Uno de ellos es, sin duda, con el de la latina buenota y escandalosa. No vamos a decir mentiras, hemos avanzado un montón. De Carrie Bradshaw en los noventa ya vamos en Hannah Horvarth, aunque falta alguien que se pare en la mitad, como lo decimos más adelante.

LA JAULA DE LAS LOCAS

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Piensen en los personajes que meten en los realities. No se sabe cuál es más loco, más vil y más culebrero que el otro. Es una fórmula: muestran carne y hacen escándalo. Mientras más pornomiseria se muestre, más vende. En teoría. Los realities son expertos en editar todo de manera que se muestre la humanidad más baja de los personajes que encierran en una casa o deciden perseguir con cámaras durante meses.

The Real Housewives, Next Top Model, Protagonistas de Nuestra Tele, The Bachelor, Tila Tequila, Jersey Shore, Hermanas Gitanas... Todos estos formatos han demostrado ser exitosos, de lo contrario no habrían sacado temporadas y temporadas, cambiando de personajes y de escenarios. Si un extraterrestre llegara en este instante y lo sentaran a ver por unas horas algunos de estos shows, probablemente saldría corriendo espantado a buscar nuevas galaxias y formas de vida. Porque este planeta, claramente, no necesita intervención externa para acabarlo.

Uno de los estereotipos que reina en estos formatos es el de la loca. La loca interesada, retrechera, traicionera, problemática, peleona, gritona, mostrona, guarichonga y completamente desequilibrada. No sabemos quién fue el genio maquiavélico detrás de esta lógica, que para pesar de la humanidad dio resultado: “¡Juntemos a un par de estas locas y tendremos horas y horas de entretenimiento! Juntemos a tres o más y esto es una bomba de diversión sin límites. Pero eso sí, que siempre tengan escote y tacones. Y estén bueeeeenas”.

Vean no más un capítulo de Jersey Shore a ver cuántas rascas se meten, cuántas veces acaban en el piso y terminan con el vestido en el cuello por la borrachera, cuántos gritos se meten y cuántas mechoneadas hay que terminan con las extensiones arrancadas. O vean un capítulo de uno de esos realities que cogen un ex famoso venido a menos y lo encierran con veinte guarichas para que encuentre el amor de su vida. Porque no, en el mundo de los realities es inconcebible que dos mujeres puedan ser amigas y amables entre ellas y con el resto del mundo. En el mundo de los realities las mujeres somos enemigos naturales y muchas cosas más: histéricas, andamos con calor por lo que tenemos que andar ligeras de ropas, todas somos villanas, no hay buenos modales, ni valores inculcados por madres pudorosas.

HOLLYWOOD

Ahora vámonos a Hollywood, la meca de la mentira. Hollywood es un experto en meternos por los ojos ideales de mujeres, de cómo se deben ver y cómo deben actuar. Nos ha vendido la idea de que las mujeres deben ser divertidas, ingeniosas, inteligentes, exitosas, simpáticas, no pueden pesar más de cincuenta kilos, no pueden tener los dientes chuecos, ni celulitis, ni papada, ni tener frizz y deben ser capaces de perseguir corriendo a cualquiera en tacones puntilla de veinte centímetros de alto y atraparlo. Y para que la historia de una mujer tenga sentido y haga plata, debe involucrar sí o sí un enredo amoroso con un hombre. Las protagonistas, además, deben ser objetos sexuales que produzcan deseo en la audiencia masculina, y empatía y un poquito de envidia en la femenina. La audiencia femenina debe, al final, querer ser como la protagonista, pues solo así saldrán a comprar las cremas y líneas de ropas que promueven.

Veamos algunos de los personajes femeninos que nos presenta Hollywood: tenemos por ejemplo a la protagonista de la chick flick, a la jefe mandona, a la policía y la heroína de película de acción. La de las chick flick, tiene muchos enredos personales pero eventualmente será salvada por un hombre y por el amor verdadero. La jefe mandona es una mujer hiperexitosa pero la única manera como ha logrado el tan anhelado éxito profesional es sacrificando su vida personal y convirtiéndose en una perra desalmada totalmente dedicada a su carrera. La policía sí o sí va a resolver un crimen, pero tendrá momentos de intimidad con el delincuente —que resulta siendo inocente— que la confundirán, pero eventualmente le ayudarán a resolver el crimen y a mandar a la cárcel al malhechor. Y la última, la heroína, o mejor, la fighting fuck toy{49} es la que pelea en botas de látex de tacón puntilla de veinte centímetros, le da en la jeta a todos, es una solitaria incomprendida por la sociedad, pero su lucha realmente es una lucha interna. Pero eso sí, no podría ser una heroína de su género si estuviera en sudadera, porque apenas por lógica (nótese el sarcasmo) un personaje así debe andar de pelea con el mundo en bikini, o en leotardos de cuero o látex, o en hotpants con botas.

En la ficción, los personajes femeninos encajan en tres categorías, como las divide Marilyn French: “1) una protagonista debe ser adorable; 2) no debe tener un poder mundano; y 3) debe vivir feliz por siempre, a menos que, como Anna Karenina, muera por amor”{50}.

Vamos como mal.

PERIODISTA O MESERA DE HOOTERS{51}

Ahora vámonos al gran mundo de los noticieros. Ser una presentadora de noticiero debe ser insoportable, solo por pensar que para presentar la emisión de las siete de la mañana tiene que haber llegado al set por lo menos dos horas antes, exponerse a una larga y tediosa sesión de maquillaje matutino para que no haya medio chance de mostrar las ojeras que serían naturales a esa hora de la mañana, y al final quedar como un mimo. Además, saber que el tipo que presenta deportes al lado suyo llegó media hora antes de iniciar la emisión, alcanzó a desayunar en la casa, llegó a que le pusieran un poquito de base para que no salga brillando, una peinadita, y sale. ¡A conquistar el mundo con tus noticias del variado mundo del fútbol, campeón!

Es que el mundo de los presentadores de noticias es muy cruel con las mujeres. ¿Dónde está el equilibrio cuando vemos que a la presentadora la cambian cada cinco años, pero el presentador lleva veinte? Claro, pero esos veinte años se justifican porque el tipo es “un duro”. En cambio a la última presentadora la cambiaron porque “sí, era buena, pero se engordó y ya registra vieja”. Además, las mujeres mientras más suben en la escalera del poder periodístico, deben procurar mostrar harta pierna así estén entrevistando al mismísimo Obama. ¿Faldas cortas y voces con registros bajos hacen a una “periodista seria”?

Y claro, no pueden faltar las presentadoras de farándula. Para hablar de JLo, Paris Hilton o de los One Direction no se necesita seriedad, ni tampoco de un hombre que pierda su tiempo hablando de esas bobadas{52}. Solo una vieja churra, que tenga el diente blanco, harto pelo (o que le peguen bien las extensiones) y que no sea miope para que alcance a leer el teleprompter. Si pusieran al periodista que lleva veinte años a hablar del último escándalo de Britney Spears, el rating se iría por el retrete. Emoticón de carita confundida.

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LA FERIA DEL GANADO

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“Lo único que tiene que hacer es pararse ahí y verse bonita”. Esa frase tan despectiva siempre se ha utilizado para atacar a las mujeres que hacen de su imagen una carrera profesional. Lo que no es cierto es que la vuelta sea tan fácil, por lo que no hay mucha justicia en los ataques que reciben estas mujeres. Porque no, no es más difícil ni más digno ser una ejecutiva de cuenta que ser la Reina del Bambuco. ¿O es que es muy fácil aguantar hambre todos los días de la vida, ir al gimnasio con la disciplina de un atleta y someterse al escarnio público en la calle, en las revistas y en los programas de chismes?

Para un carpintero o el arpista de un grupo de joropo sus manos los son casi todo. Su éxito radica en su talento artístico y en su habilidad motriz. Para un futbolista, sus piernas, su capacidad de hacer cálculos físicos sin darse ni cuenta y su talento en general. Para una modelo o una reina sus herramientas de trabajo son su talento, su carisma, su aguante, su disciplina, su cara y su cuerpo. Es fácil atacar la objetivación de las mujeres con las reinas y las modelos y decir que son ellas mismas las que la promueven. Pero es apenas obvio que, al igual que el futbolista y el carpintero, ellas trabajan con su imagen, la explotan y de eso viven. Así como el financiero explota lo que aprendió en el MBA para llegar a un cargo gerencial. Ellas son objetivadas por terceros, sí, pero siguen las modas y los dictámenes que estos terceros imponen para tener más trabajo y aumentar sus ingresos. Como el carpintero, que tiene que seguir las modas en diseño de muebles porque si siguiera haciendo sillas Luis XV ya se hubiera quedado sin trabajo.

Pero eso sí, no podemos caer en la trampa de creer que la belleza puede y merece todo. Ni que la falta de talento se puede contrarrestar con un buen par de tetas y unas piernas perfectas. Porque además hay demasiadas cosas que hacer en esta vida como para pasarla callado y viéndose lindo.

El documental de 2013 Chasing Beauty{53} abre con dos frases realmente impactantes: “El 25% de jóvenes americanas preferirían ganar “America’s Next Top Model” que el Premio Nobel de la paz; y el 23% preferiría no poder leer más, que perder sus figuras”. Estas afirmaciones no dejan más que preocupación al pensar hacia dónde nos estamos encaminando, en qué nos estamos convirtiendo, cuáles son nuestras verdaderas prioridades. Tal vez en una sociedad inequitativa, loca y obsesionada por la belleza, en la que unos pocos ganan miles de dólares por pararse un par de horas al frente de una cámara, mientras que millones de otros no pueden ni considerar ganar una suma de dinero similar utilizando muchos más recursos que los puramente físicos.

“Nada envejece peor que el ego de una mujer hermosa”, dijo en 2010 la supermodelo Paulina Porizkova{54}. “La vejez es la venganza de los feos”, dice un proverbio francés que según Porizkova era frecuente escucharlo tras bastidores en un show  de moda. Es común escuchar a agentes y defensores de la industria de la moda decir que cuando buscan una “cara fresca” no sólo se enfocan en la belleza. Porque ésta no viene sola y no sirve de nada si no hay algo especial detrás de, o sin las toneladas de confianza que se supone que los modelos exudan cuando caminan por la pasarela. Pero debería ser claro que esa confianza no es la que puede confundirse con narcisismo. Sino es el tipo de confianza que debe venir con la edad, la que se desarrolla cuando se depende del ingenio y de la inteligencia y no exclusivamente en la belleza que viene con fecha de caducidad.

Para algunos la belleza es un regalo. Para otros es un castigo. Para otros es un trabajo. Ser lindo tiene sus dificultades, requiere de trabajo y de mucho tiempo y plata. Pero ser un feo con gracia también requiere de ciertos sacrificios y habilidades.

Este mundo no es de los lindos, ni de los vivos, ni de los ricos. ¿O sí?

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TELEVISIÓN PARA MUJERES

¿Quién dijo que lo que nosotras queremos ver son programas de cocina, de manualidades, de transformaciones de estilo, vestidos de novias, telenovelas y cuanta reversión de Cristina Saralegui existe en el planeta tierra? ¿Quién dijo que nos harían un favor si nos cuentan el secreto de cómo combinar shorts de cuero con tacones? ¿No es acaso muy triste poner uno de esos canales “solo para mujeres” para embrutecerse a punta de consejos de cómo hacer pollo al horno, conocer la forma del escote que le favorece a cada tipo de pecho y cómo hacerse un “tocado” con veinte trenzas en tan solo diez minutos? ¿Si en otros canales “no para mujeres” pueden poner Los Simpson, seguidos de 24 y rematar con Vikingos, por qué en los de mujeres es impensable combinar el programa de Narda López con X-Men, Downton Abbey  y El Doctor Mata?

CONSUMIDORAS

Hubo un tiempo que en que las mujeres estaban confinadas al hogar, fuera del dominio público; cuando las calles eran de los hombres y los hogares de las mujeres. Comprar era una actividad en la que las mujeres podían tener el control, tomar decisiones e ir más allá de su rol único de amas de casa: “Comprar le dio a las mujeres una buena excusa para salirse, a veces a una soledad dichosa, más allá de las garras de la familia. Fue la primera forma de la liberación femenina, proporcionando una actividad que se prestaba para socializar con otros adultos, empleados, propietarios de tiendas, y otros compradores”{55}.

Comprar era una forma en la que las mujeres podían participar del mundo exterior. Pero cuando las mujeres empezaron a entrar al mundo laboral, también empezaron a participar en el mundo exterior del cual habían sido excluidas. Por eso, el acto de salir a comprar pasó de ser una tarea más del hogar, a una experiencia placentera y una actividad social. Más allá de suplir necesidades, para muchas mujeres irse de compras no es simplemente salir a gastar plata, es una terapia.

Las mujeres somos consumidoras. Ya hemos visto cómo hemos lucrado las arcas de industrias que nos embuten cosas innecesarias, metiéndonos en la cabeza que en efecto las necesitamos. Pero no. Ni las fajas, ni las sombras moradas son una necesidad. Ni todos esos productos de la industria romántica que pasan por los menjurjes del Indio Amazónico que promete retener al hombre esquivo.

Todo responde a tendencias. Hace veinte años una gran masa de 92 vello púbico era lo acostumbrado —o pregúntele a Madonna y sus  fotos subastadas en Christie’s—. Hoy, en cambio, es un sacrilegio, por lo que las casas de depilación del mundo están haciendo una fortuna a punta de cera y dolor. Porque hoy la tendencia es tener mucho menos pelo allí. Una investigación de Christine Hope titulada “Caucasian Female Body Hair and American Culture” (algo como “el pelo en el cuerpo femenino caucásico y la cultura americana”) reveló que entre los siglos XVI y XIX la mayoría de las mujeres en Norteamérica y Europa no se depilaban. Luego, muestra la investigación, las industrias de la moda y de la publicidad comenzaron a crear expectativas y comportamientos para impulsar productos de consumo femenino, como cremas depiladoras y máquinas de afeitar.

Lo mismo pasó con los tratamientos para tinturar el pelo, con anuncios tipo “si solo tengo una vida para vivir, la quiero vivir rubia”{56}, bronceadores, cremas aclarantes para la piel para la población afroamericana y asiática, esmaltes y pestañinas, entre muchos otros. De repente, las mujeres no eran suficientemente blancas, o no estaban suficientemente bronceadas, o no eran mujeres si no se arreglaban las uñas, o iban a ser dejadas por sus esposos si parecían un oso. Estas ideas prevalecen, hasta el punto que aún oímos historias como la de Lupita Nyong’o, quien todas las mañanas corría al espejo para ver si se le había cumplido el deseo de amanecer “un poco menos negra”, o vemos a mujeres asiáticas lindísimas operarse los ojos para lograr tener ojos más “redondos occidentales”. El libre albedrío es una de las grandes victorias recientes, así que cada quien puede hacer lo que quiera, el problema es cuando no lo hacen por ellas mismas, sino para cumplir unos estándares sociales que quién sabe qué loco creó, y lo que es peor, para ser más atractivas para los hombres.

Gloria Steinem dijo: “Brasieres, calzones, vestidos de baño y otras vestimentas estereotipadas, son recordatorios visuales de una imagen femenina comercial e idealizada a la que nuestros cuerpos femeninos reales y diversos no pueden caber. Sin estas referencias visuales, cada cuerpo femenino individual pide ser aceptado bajo sus propios términos. Dejamos de ser comparaciones. Empezamos a ser únicas”{57}.

Las revistas, blogs y shows de moda son los órganos de propaganda de estos ideales, que cada año le dan a las distintas industrias vinculadas a estos sueños y modelos miles de millones de dólares. Sí, mantienen la economía activa, en parte, pero también distorsionan la imagen que las mujeres tenemos de nosotras mismas, y distorsionan nuestra forma de aproximarnos al mundo.

Para citar solo dos ejemplos, el tipo de mujeres que Cosmo o Fuscia promueven son consumidoras de cremas, zapatos y ropa que, por separado, cuestan en promedio dos salarios mínimos colombianos. Estos medios han sido eficientes a la hora de atar el consumo de estos productos a valores, virtudes y adjetivos con los que las mujeres quieren ser definidas: elegancia, clase, estilo, belleza y éxito entre muchos otros. ¿Qué pasa entonces con las mujeres que con ese salario mínimo deben, en lugar de comprar zapatos, pagar un arriendo y alimentar a sus tres hijos? ¿Qué rol juega entonces esta mujer dentro del género?, ¿qué pasa si esta mujer no puede adquirir los bienes que le otorgan la elegancia, clase, estilo, belleza y éxito que define a las mujeres? Tal vez en el censo haya que crear un nuevo género, “la casi mujer a la que solo le faltan zapatos, carteras, relojes y cremas carísimas para tener elegancia, clase, estilo, belleza y éxito para ser mujer”. Porque hoy una mujer es una consumidora. Es uno de los rasgos que la definen.

CLASIFIQUEMOS, CLASIFIQUEMOS Y CLASIFIQUEMOS

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NINFÓMANAS, PERRAS, ZUNGAS E HISTÉRICAS

Vamos a hacer esta parte como si fuéramos un par de periodistas bien pachucos e irresponsables de un medio bien pachuco e irresponsable siguiendo las órdenes de un editor bien pachuco y mediocre. Lo primero que debemos hacer es ponerle un título bien amarillista y “vendedor” para asegurar la lecturabilidad de la pieza.

Algo así como

“Si tu pareja quiere tener sexo varias veces a la semana, ¡cuidado! Puedes estar al frente de un caso de ninfomanía”.

Y seguiría algo como:

¿Pero qué es la ninfomanía? La ninfomanía es un trastorno que sufren las mujeres que tienen un deseo sexual intenso e insaciable. Viene de las palabras griegas: ninfey manía. “Ninfe” viene de “ninfa” que eran las deidades grecorromanas pero también se refiere a los labios pequeños de la vulva y así mismo significa “novia recién casada”. Y “manía”, locura. La ninfomanía puede ser el resultado del consumo de sustancias químicas que pueden afectar el comportamiento de una persona.

 Y después incluiríamos un test para eso de la “interacción con el usuario”

¿Cómo sé si mi pareja es una ninfómana?

1.  ¿A su pareja le gusta tener sexo?

SÍ ____________       NO ____________

2. ¿Su pareja toma la iniciativa para comenzar las relaciones sexuales?

SÍ ____________       NO ____________

3. ¿Cuando tiene relaciones con su pareja, lo hacen desnudos?

SÍ ____________       NO ____________

4. ¿Tiene relaciones sexuales tres o más veces a la semana con su pareja?

SÍ ____________       NO ____________

5. ¿Su pareja ha tenido más de dos parejas sexuales en su vida?

SÍ ____________       NO ____________ 

Si contesta SÍ a 2 de estas 5 preguntas, su novia/esposa/pareja es una ninfómana. Llévela al médico para que la seden y la encierren porque su excesivo deseo sexual acabará con usted. Porque no es sólo una ninfómana. Es una perra, zunga, casquifloja.

Le recomendamos enfrentarla con el apoyo de un profesional, pues su reacción puede ser tan adversa que probablemente terminará en gritos, pataletas e insultos por parte de ella. No se preocupe, es un episodio de histeria. Es normal. Todas las mujeres, perdón, ninfómanas son histéricas.

Y ahora, un chiste parrapapunchischis:

Un hombre se sube a un avión en el aeropuerto de Ciudad de México con destino a Nueva York y, al sentarse, descubre a una mujer guapísima que está entrando en el avión. Se da cuenta de que se dirige hacia su asiento y... ¡¡bingo!! Se acomoda justo a su lado.

—Hola, ¿viaje de negocios o de vacaciones?

Ella lo mira y le responde de manera encantadora:

—De trabajo. Voy a la Convención Anual de Ninfómanas en los Estados Unidos.

El tipo traga saliva. Está junto a una de las mujeres más hermosas que ha visto en su vida y... ¡¡Va a una convención de ninfómanas!!

Luchando por mantener una actitud correcta, le pregunta de forma calmada:

—¿Y qué hace usted exactamente en esa convención?

—Soy conferencista. Hablo desde mi experiencia, para desmitificar muchos mitos sobre la sexualidad.

—¿De veras? —sonríe— ¿Y qué mitos son esos?

—Bueno, uno muy popular es que los afroamericanos son los hombres mejor dotados físicamente, cuando en realidad son los indios “navajos” los que poseen esta cualidad. Otro mito muy popular es que los franceses son los mejores amantes, cuando en realidad son los de ascendencia griega. Y también hemos comprobado que en cuanto a potencia, los mejores amantes en todas las categorías son de origen almeriense.

De pronto la mujer se incomoda y se sonroja. Y le dice:

—Perdón, en realidad no debería estar hablando de todo esto con usted, cuando ni siquiera sé su nombre.

—Pluma Blanca —le responde— Pluma Blanca Papadopoulos, pero mis amigos me llaman “er pollica de Almería”{58}.

Y mañana, más cuentachistes.

ANEXO I: ÁRBOL “GENEALÓGICO"

Vea quién es quién en este libro y cómo se relacionan entre sí.

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