¿Sabe una cosa? Yo soy todo lo que quise ser: ¡un bandido!
PABLO ESCOBAR GAVIRIA
Ante el impresionante éxito que tuvo el negocio de la cocaína en los años setenta, muchos individuos dedicados a otras actividades delincuenciales decidieron involucrarse activamente en alguna de sus ramas. Antiguos personajes del bajo mundo empezaron a trabajar con las diferentes redes de narcotráfico existentes en el momento, como fue el caso del famoso pistolero y asaltante de los años sesenta, “Ramón Cachaco”, un camaján muy famoso que llamaba la atención de los demás delincuentes por su pistola, sus pintas estrafalarias, su actitud desinhibida y su vehículo Nissan Patrol “engallado”, lo cual constituyó un aprendizaje directo para muchos de los jóvenes que incursionaban en la delincuencia antioqueña.
Algunos de los pistoleros al servicio de los capos de la época empezaron a realizar negocios por su propia cuenta y poco a poco desplazaron a sus antiguos jefes en la actividad. Casi todos tuvieron problemas judiciales, aunque por razones distintas a las de la cocaína. A “El Padrino”, por ejemplo, lo encarcelaron, según se dice, por poseer un circuito cerrado de televisión ilegal. Por otra parte, varios de los antiguos capos optaron por retirarse en buenos términos del tráfico de drogas, afirmando, como dice el periodista Alonso Salazar, que “Pablo y esos guerreros se quedarán con el negocio, son imparables”{14}, ejemplo que siguió la mayoría de los viejos narcos, muchos de los cuales pudieron disfrutar con el tiempo las fortunas ganadas en los años setenta e incluso consolidar una gran influencia política y un gran prestigio social a nivel local, regional y nacional.
Solo unos pocos de los antiguos capos de los años setenta, como Santiago Ocampo Zuluaga, permanecieron en el negocio cuando ya se había forjado el cartel, pero luego del asesinato de cinco “traquetos” en La Rinconada, una ostentosa plaza de toros de su propiedad, decidió retirarse al ver que el poder del narcotráfico se concentraba en pocas manos y por medios bastante violentos.
Sin embargo, a pesar del relevo generacional, el tráfico de droga continuó realizándose con pequeños cargamentos en maletas de doble fondo, correo en tarjetas postales y viajes de algunos polizones, y si bien los ingresos eran bastante altos y los contactos con proveedores y distribuidores estaban asegurados, la alta demanda por el producto llevó a pensar en mejores y mayores formas de transporte. Esto llevó a que a finales de los años setenta se empezaran a poner en práctica poderosas rutas de tráfico y gigantescos cargamentos de droga que ya no eran controlados por los viejos capos sino por los jóvenes empresarios que años después serían conocidos como jefes del Cartel de Medellín y que llegarían a exportar más del 80% de la cocaína consumida en Estados Unidos.
Pablo Emilio Escobar Gaviria, conocido en el Cartel de Medellín como “El doctor Echavarría” y llamado comúnmente en Antioquia con el familiar mote de “Pablito”, fue catalogado como el capo de capos, al ser un líder nato y el claro prototipo de una mafia moderna y urbana, con una organización en un principio conocida en el bajo mundo como La Oficina, la cual por cierto tuvo una sede a la que todo el que quisiera ir podía hacerlo (incluyendo a las autoridades).
Escobar, forjado en los bajos fondos delincuenciales de Medellín y famoso ya en los años setenta como secuestrador, asaltante de bancos, ladrón de carros y finalmente como un gran bandido, estableció un corredor que conectaba las zonas productoras de coca de Bolivia y Perú (con contactos como el ecuatoriano Víctor Hugo Reyes y el boliviano Roberto Suárez) con el procesamiento de pasta en laboratorios en Colombia y otros países. Y si bien ya era uno de los narcotraficantes más grandes del país gracias al desarrollo de distintas rutas y mecanismos de distribución, y había recibido, luego de una captura en 1976 con 39 libras de cocaína, el fuerte apoyo del capo Jorge Luis Ochoa para involucrarse de lleno en el negocio (pues Ochoa le facilitó el transporte de cocaína por medio de aviones, lo industrializó con grandes laboratorios y lo patrocinó en algunas de sus acciones violentas), fue su contacto con Carlos Lehder Rivas lo que le permitió consolidar su negocio con la apertura de las grandes rutas.
Uno de los éxitos de Escobar en el negocio fue el aseguramiento de los envíos de droga, pues si un cargamento era confiscado, devolvía la totalidad de la carga en dinero o cocaína, pero si, por el contrario, “coronaba”, el capo recibía un generoso porcentaje de las ganancias, que eran bastantes, pues en esos tiempos se podía vender un kilo entre 25 000 y 45 000 dólares. El sistema fue desarrollado por su primo Gustavo Gaviria, quien manejaba las finanzas de la empresa y tenía dentro de esta una influencia comparable, con lo cual los dos capos llegaron a introducir entre 4000 y 5000 kilos de cocaína por mes a Estados Unidos.
Posteriormente, Pablo Escobar estructuró las llamadas “oficinas” de sicarios, con las cuales vendía “protección” a todo el que la requiriera, generando poco a poco el sometimiento de los demás narcotraficantes a su poder y organizando bajo su mando el negocio del narcotráfico antioqueño pues, “saber que no solo había que rendir cuentas al socio inicial sino también al temido Pablo Escobar, hacía que el deudor moviera cielo y tierra para conseguir el dinero”{15}. La organización de Pablo Escobar tuvo, pues, un carácter fuertemente violento, con una cúpula que involucró en su mayoría a los jefes de las pequeñas “oficinas” y que manejaba a las bandas y los “combos” de sicarios del Valle de Aburrá, los cuales siempre estuvieron listos para defender al capo de las acciones emprendidas por sus enemigos.
Sus grandes recursos financieros, sus habilidades para exportar cocaína con los más variados métodos (se dice que fue el pionero en utilizar submarinos), sus excelentes contactos (en Colombia y con Gobiernos extranjeros desde México hasta los países del Cono Sur), su influencia política en Antioquia, su efectiva red de información (Escobar gastaba grandes sumas de dinero en inteligencia a las Fuerzas Armadas e igualmente les pagaba millonarios sueldos a individuos en diferentes escenarios de las ciudades colombianas, como notificadores de la Corte Suprema de Justicia, periodistas de los más populares medios del país y políticos de diferente tendencia ideológica), el gran apoyo popular con el que contaba (sustentado en la realización de muchas obras sociales, como la construcción de centros deportivos, iluminación de canchas, el desarrollo de un barrio completo, la creación de un espectacular zoológico gratuito en la hacienda Nápoles, entre otras), el control de las bandas armadas, su capacidad violenta, su efectiva red de contrainteligencia (que le permitía interceptar los teléfonos de otros delincuentes, de periodistas, de organismos del Gobierno y de la misma DEA) y su alianza con poderosos señores de la guerra, como Gonzalo Rodríguez Gacha y Fidel Castaño Gil, llevaron a Escobar a estar en capacidad de desestabilizar el Estado colombiano en menos de una década.
El papel de Pablo Escobar —indudablemente la figura más popular de la historia del narcotráfico— fue fundamental para configurar el Cartel de Medellín, pues generó un orden económico y, sobre todo, violento, que estableció jerarquías, e impuso una subordinación que convino —por lo menos en un principio— a los demás narcotraficantes. Sin embargo, la terrible purga efectuada en la cárcel de La Catedral (donde se había recluido bajo sus propias condiciones luego de su guerra contra el Estado), donde eliminó a varios de sus socios más cercanos (los clanes Galeano y Moncada), determinó el comienzo de su caída, pues Escobar ya no se mostró como un protector sino como un terrible extorsionista que secuestraba y asesinaba a cualquiera, lo cual finalmente terminó sacándolo del negocio y generando por ende —y oficialmente— el aparente fin del Cartel de Medellín.
Jorge Luis Ochoa Vásquez y sus hermanos Fabio y Juan David pertenecían a una familia de clase media alta venida a menos que vio en el narcotráfico un buen medio para salir de sus problemas financieros. A comienzos de los años setenta, y siempre bajo la tutela de su padre Fabio Ochoa Restrepo, los Ochoa viajaron a la ciudad de Cali en donde fundaron un restaurante que les dio buenas ganancias, aunque no suficientes para sustentar la devoción del patriarca familiar por los caballos, los toros de lidia y el juego. Ante esta situación, poco tiempo después, el miembro más arrojado de la familia, Jorge Luis Ochoa, regresó a Medellín y se involucró, sin mucho éxito, en diferentes actividades, como la compra y venta de vehículos usados (donde se encontró con sus futuros socios en el narcotráfico), hasta que vio en el negocio de la cocaína una gran alternativa para salir de sus líos económicos.
Cabe recordar que esta familia tenía algunos antecedentes en el negocio del tráfico de drogas, pues un pariente lejano, Fabio
Restrepo Ochoa, irrumpió en la primera generación de capos{16} por medio de algunas transacciones comerciales poco significativas si se comparan con las que logró Jorge Luis Ochoa unos años después.
Así, Ochoa Vásquez emprendió el negocio por su propia cuenta, involucrando en poco tiempo a sus dos hermanos y a su socio Alfonso Cárdenas, con pequeños envíos de cocaína hechos a través de familiares cercanos. De hecho, su hermana terminó arrestada en 1977 en el estado de Florida, en Estados Unidos, luego de que se le encontraran unos cuantos gramos del producto, e igualmente, en ese mismo año, el propio Jorge Luis Ochoa fue capturado con 30 kilos de cocaína (un cargamento considerable para la época) en San Juan de Puerto Rico, lo cual le costó al futuro capo un millonario pago por su libertad.
Poco tiempo después, Ochoa estableció sus propias redes de distribución en Florida a través del narco Rafael Cardona Salazar alias “Rafico”, lo que lo convirtió en dueño de unas de las mejores rutas del cartel, a través de las cuales transportó droga procesada por Pablo Escobar —de quien Ochoa fue mentor en muchos de sus primeros negocios—, y la vendió en diferentes lugares de Estados Unidos.
Esto llevó a que Jorge Luis, Juan David y Fabio Ochoa se convirtieran en los narcotraficantes más poderosos de Antioquia, pues su gran habilidad como negociantes, las excelentes relaciones sociales con las que contaban (con políticos, ganaderos, militares y empresarios), los variados contactos que establecieron en países productores de la materia prima, su papel en la construcción de laboratorios y su gran fortaleza para imponerse como distribuidores al por mayor en las denominadas “guerras de la cocaína” —que se dieron, principalmente, entre redes colombianas que pasaron de matarse en Medellín, Bogotá y Pereira a hacerlo en Miami y Queens, Nueva York— hicieron que formaran parte de la cúpula del Cartel de Medellín.
Los hermanos Ochoa, a pesar de su gran ostentación, no cometieron el error —por lo menos públicamente— de enfrentarse violentamente al Estado colombiano, y si bien tuvieron que apelar a la violencia para imponerse en algunos escenarios (como en las guerras por la distribución de la cocaína en Estados Unidos, como fundadores del grupo MAS (Muerte a Secuestradores) ante el secuestro de su hermana y como financiadores de Los Extraditables), esta no se manifestó —aparentemente— por fuera de la propia mafia, aspecto que los llevó a sobrevivir en ese difícil y violento entorno. No sobra recordar, sin embargo, que, según Jhon Jairo Velásquez Vásquez “Popeye”, “Miguel”, el terrorista de la ETA que fue contratado por el Cartel de Medellín para instruir a los bandidos en la ejecución de múltiples atentados terroristas, fue traído a Colombia y presentado a Pablo Escobar por Jorge Luis Ochoa, luego de haberlo conocido en la cárcel española de Carabanchel, en donde estuvo preso en los años ochenta (aunque hay otros testimonios que afirman que quien trajo a “Miguel” fue “El Negro” Pabón).
Jorge Luis Ochoa siempre tuvo a su disposición un poderoso equipo de asesores legales, que lo ayudó a hacer frente a varios problemas judiciales. Por ejemplo, el 21 de noviembre de 1984, fue capturado en España junto al jefe del Cartel de Cali Gilberto Rodríguez Orejuela (en los tiempos en que no había empezado la guerra entre los carteles de la cocaína), lo que hizo pensar a algunos que el capo sería extraditado a Estados Unidos. Sin embargo, permaneció en prisión hasta que sus abogados en España y Colombia lograron desempolvar un viejo proceso judicial en donde se le acusaba de la importación clandestina a Colombia de 128 toros de lidia, por lo cual fue deportado al país en 1986 y liberado al poco tiempo, con la condición de que se presentara periódicamente al juzgado, cosa que, por supuesto, nunca hizo.
Tiempo después, en noviembre de 1987, Ochoa fue de nuevo capturado en la ciudad de Buga, lo que hizo suponer, una vez más, que sería extraditado a Estados Unidos por vía administrativa, siguiendo la estela de Carlos Lehder. Sin embargo, un habeas corpus interpuesto por abogados de Rodríguez Gacha, quien le prestó gran apoyo a su socio, logró que el 30 de diciembre de 1987 Ochoa volviera a la libertad ante el desagrado manifiesto del Ministro de Justicia Enrique Low Murtra y el descontento del Gobierno estadounidense que, en cabeza del Procurador General de ese país, afirmó que 'Colombia había traicionado a Estados Unidos”. De este modo, el equipo de asesores de Ochoa, y por supuesto, sus dólares, le ayudaron en esas dos ocasiones a no ser extraditado a Estados Unidos, lo cual en aquellos tiempos era el mayor temor que tenían los narcotraficantes colombianos y por el cual emprendieron una ardua batalla.
Jorge Luis Ochoa pudo sobrevivir a varias de las guerras en las que estuvo inmerso el Cartel de Medellín, en momentos en que la confrontación se recrudeció contra otros sectores de la organización. En plena guerra entre Los Pepes y Pablo Escobar hubo un cruce de cartas entre Ochoa (que ya estaba recluido en prisión al haberse sometido voluntariamente en el marco de la política de sometimiento a la Justicia) y Fidel Castaño, donde el primero afirmó que 'yo le di plata a Pablo cuando ustedes también le daban, todos le dimos, cuando la pelea era contra la extradición”{17}, ante lo cual Castaño respondió acusando a Ochoa de haber estado al tanto de muchos de los crímenes del Cartel de Medellín y de “... regar la pólvora y esperar que cualquiera otro la prenda, mientras ustedes se ubican detrás de la barrera”. Fidel Castaño recordó además las veces en que Ochoa le había propuesto asesinar a algunas personas y lo señaló de pretender lavarse las manos, afirmando que “. de una cosa estamos seguros, Jorge Luis, y es que si continuamos poniendo en conocimiento público todo lo que ustedes y también nosotros hemos hecho, tendremos que reconocer que todos somos bandidos”{18}.
No obstante estos hechos, los hermanos Ochoa se sometieron a la Justicia colombiana entre 1990 y 1991, salieron libres pocos años después y lograron vivir con bastante tranquilidad, a diferencia de otros exintegrantes del Cartel de Medellín que sufrieron varios atentados en su contra —y en gran número cayeron asesinados— luego de salir de la cárcel. Sin embargo, en el 2001, “Fabito” Ochoa, el menor del clan (y quien siempre fue señalado de haber participado en la muerte del extraficante estadounidense e informante de la DEA Barry Seal), fue capturado por las autoridades colombianas en el marco de la Operación Milenio, acusado de seguir enviando cocaína a México y Estados Unidos, y posteriormente extraditado a Estados Unidos y condenado a 30 años de cárcel.
A Carlos Lehder se le llamó el “Henry Ford” de la cocaína pues transformó y amplió el negocio a partir de sus conexiones en Estados Unidos y su posterior ruta por las Bahamas, abaratando costos y, presuntamente, ampliando el consumo de droga en América del Norte. De ahí en adelante el tráfico de cocaína en pequeñas cantidades sería labor de narcotraficantes de bajo nivel, pues la nueva generación, la de los grandes capos, traficaría por toneladas, lo cual se vio reflejado en la cantidad de cocaína que ingresaba a Estados Unidos, que —según cálculos de la DEA— pasó de recibir entre 14 y 19 toneladas en 1976 a 50 toneladas en 1980.
Lehder, hijo de un inmigrante alemán (José Lehder) que llegó a Colombia en 1925 y que optó por quedarse en la ciudad de Armenia para casarse con Patricia Rivas, una exreina de belleza, viajó a los 14 años a la ciudad de Detroit, Michigan, en donde se vinculó con pandillas de delincuentes. En 1973 fue detenido por conducir un vehículo robado y posteriormente por la importación a Miami de 246 libras de marihuana, en conjunto con Burton F. Hodgson. Luego de su salida de la cárcel de Danbury, Connecticut, alrededor del año 1976, Lehder apareció en Medellín asegurando que tenía excelentes contactos para entregar droga en América del Norte en un momento en que los nacientes capos del negocio buscaban por todos los medios nuevas y mejores rutas de distribución.
Lehder organizó pequeñas operaciones de tráfico de cocaína (por medio de pequeños botes y “mulas” que viajaban en la aerolínea Avianca) y empezó a ser bastante conocido en los círculos del naciente Cartel de Medellín, lo que lo llevó a cruzarse con Pablo Escobar. Este le dio 25 kilos para una operación que sumó 50 (con la participación de Jorge Luis Ochoa y Pablo Correa Arroyave), cargamento que distribuyó rápidamente en Los Ángeles el estadounidense George Jung, quien, por medio de un peluquero muy conocido entre la farándula de Los Ángeles, hizo llegar el producto a varios contactos en los estudios cinematográficos de Hollywood. En esa operación Lehder recibió dos millones doscientos mil dólares y logró conectarse con creces con la élite del narcotráfico colombiano.
Esta maniobra no fue nada en comparación con lo que vendría después, pues al poco tiempo Lehder configuró la ruta de las Bahamas., Con Jung y un piloto y abogado llamado Barry Keane, inicialmente cargaron desde Medellín 250 kilos de Escobar y los Ochoa, hicieron escala en Nassau y volaron a Astor Park, en la Florida, desde donde distribuyeron todo el producto.
Luego, en 1978, Lehder compró Cayo Norman, un territorio vedado para cualquier visitante no autorizado y que se volvió la mejor conexión para llevar cocaína a Estados Unidos, donde conformó un poderoso grupo de seguridad privada y una sólida red de comunicaciones que contaron con la anuencia del primer ministro de las Bahamas Lynden Pindling y de su asesor Everette Bannister, quienes recibieron en ese tiempo jugosas comisiones a cambio de no interferir en la actividad del tráfico de drogas. Igualmente, Lehder se relacionó, por medio del transportador de marihuana Luis García “Kojak”, con “El Mexicano”, quien por su lado buscaba también establecer mejores rutas de distribución de cocaína hacia Estados Unidos.
La conexión de Lehder fue tan exitosa que pudo estrechar fuertes vínculos con la cúpula del cartel, ganándose en todas las operaciones el 60% del negocio. Sin embargo, y a pesar de su vital importancia, Lehder solo fue considerado un importante transportador y no un gran capo de la organización. No obstante lo anterior, Lehder fue participe de varias actividades del cartel, como la formación del MAS, los foros públicos contra la extradición de colombianos al exterior y el primer debate sobre “dineros calientes” que se llevó a cabo en el Congreso de la República. No sobra recordar que en ese mismo debate el representante Jairo Ortega (del cual Pablo Escobar era suplente) acusó al ministro de Justicia Rodrigo Lara Bonilla de haber recibido un cheque del narcotraficante Evaristo Porras Ardila. De ese día se recuerda la presencia en las graderías de Lehder, quien, junto a una numerosa comitiva, gritaba pidiendo la renuncia del ministro, por lo cual se le impidió la entrada a la continuación del debate, que se dio unos días después, por lo cual optó por hacer una manifestación en plena plaza de Bolívar junto a quinientos paisanos y una banda de música.
Para esa época —comienzos de los años ochenta— Lehder se había establecido en la ciudad de Armenia en la zona cafetera colombiana, desde donde había empezado a transformar la región repartiendo dinero, construyendo obras de infraestructura y finalmente creando el Movimiento Latino Nacional, con el que pretendía lanzarse a la Cámara de Representantes.
Bajo este movimiento político, Lehder fustigó a la clase política tradicional con incendiarios discursos y unos puntos básicos que se resumían así:
1) Lucha contra la extradición, 2) nacionalización de la banca, 3) central única, que él llama 'palacio sindical”, 4) reconquista del Caquetá mediante la erradicación de la guerrilla, 5) legalización de la dosis personal de marihuanapara cada colombiano, 6) finca sin cuota inicial, 7) respaldo de la política de Betancur de ingreso a los No-Alineados, 8) Creación de un ejército latinoamericano y 9) Combate sin cuartel tanto al imperialismo como al comunismo{19}.
Y si bien Lehder se convirtió en la comidilla de los medios de comunicación y logró un gran apoyo popular, su excéntrico y desmedido comportamiento, su mencionada incursión en la política, sus escandalosas declaraciones a la prensa y, finalmente, el exagerado gusto por su propia mercancía (a diferencia de los grandes capos del cartel, poco dados al consumo de cocaína) derrumbaron su imperio.
Luego de la muerte del ministro Rodrigo Lara Bonilla, Lehder huyó a Panamá y a su regreso a Colombia fue acogido por los capos como un viejo amigo venido a menos. Posteriormente se refugió en la finca Airapúa en los Llanos Orientales, desde donde dio una rueda de prensa en la cual, sintiéndose un gran caudillo, de pelo largo y vestido con atuendos militares y camiseta de manga sisa, anunció la creación de un movimiento rebelde. Tiempo después fue encargado por los capos del cuidado de varios laboratorios para el procesamiento de cocaína ubicados en la selva y fue invitado a las cumbres de la mafia que se organizaban en el Magdalena Medio. Sin embargo, sus recurrentes excesos, como una entrevista a Caracol Radio en la cual reconoció haber utilizado Cayo Norman en actividades de narcotráfico y dijo textualmente que no negaba haber “. participado en la gran bonanza colombiana, como tampoco. que [estuviera] disfrutando hoy día de una amnistía tributaria. que podría haber entrado dineros que. llaman calientes.”{20}, llevaron a que el Gobierno ordenara su captura el primero de septiembre de 1983. Finalmente, el asesinato en una fiesta de “Rollo”, un guardaespaldas de Pablo Escobar (Lehder le mandó a decir “. díganle al general que el coronel mató a un soldado que le estaba faltando al respeto”{21}), lo hizo caer en desgracia, por lo que fue entregado a las autoridades, al parecer, por sus propios socios.
De esta forma, el 4 de febrero de 1987, Lehder fue capturado por la Policía (la cual, al parecer, se encontró sorpresivamente con él) y llevado inmediatamente a Estados Unidos, convirtiéndose así en el primer gran nombre del narcotráfico colombiano extraditado luego de la muerte del ministro de Justicia Rodrigo Lara Bonilla.
“A mí me matan o soy presidente de este país”{22} se dice que afirmó alguna vez Gonzalo Rodríguez Gacha, quien fue conocido como “El Mexicano”, “El Sombrerón”, “El Man”, “El Señor de las Flores” o “Don Andrés”, dependiendo del momento, el lugar o la actividad que estuviera desempeñando. Este hombre, nacido en Veraguas, una vereda del municipio de Pacho, Cundinamarca, territorio de paso para los esmeralderos, pasó por muchas cosas antes de convertirse en uno de los capos más poderosos de la historia del narcotráfico mundial, dueño del aparato armado y terrorista más poderoso que tuvo el Cartel de Medellín y respetado y temido por todos los traficantes del momento.
Según el sociólogo Darío Betancourt, Rodríguez Gacha fue un prototipo de la mafia arcaica colombiana que, rural y con gran apego por la tierra, logró gran legitimidad en las zonas en las cuales tuvo influencia, pues muchos de sus lugartenientes lo consideraron un verdadero “padrino” y benefactor de la comunidad. “El Mexicano”, llamado así por su gran afición a la cultura del país azteca (que lo hizo bautizar sus haciendas con los nombres de Cuernavaca, Chihuahua, Mazatlán, Rancho Hermosillo y La Sonora), se convirtió en el otro capo di tutti capi del Cartel de Medellín, con millonarias inversiones en Colombia y otros lugares del mundo, y grandes entierros en dólares y lingotes de oro, pues no confiaba en los bancos para guardar su dinero.
El origen de “El Mexicano” se puede rastrear en el marco de las diferentes violencias que se manifiestan con fuerza en Colombia, pues, luego de desempeñar oficios varios como mesero en bares de San Victorino en Bogotá, vigilante de carros, vendedor de zapatos, revendedor de vehículos usados, chatarrero en Medellín y contrabandista de productos varios en la frontera con Brasil, fue reclutado en 1970 por el esmeraldero Gilberto Molina en el marco de la segunda “guerra de las esmeraldas”, que enfrentó a su grupo La Pesada con el sucesor de Efraín González, Humberto “El Ganso” Ariza. El desarrollo de “El Mexicano” en el mundo del hampa se dio pues por cuenta de su estrecha relación con los esmeralderos, muchos de los cuales ya habían incursionado en el negocio del narcotráfico.
Luego de ganar la guerra contra Ariza y del descubrimiento de una mina de esmeraldas por parte de Julio Rincón, un conocido miembro de La Pesada que le entregó una buena cantidad de dinero, Rodríguez Gacha compró fincas en los Llanos Orientales y siguió experimentando con varios negocios. En plena bonanza marimbera, realizó pequeñas transacciones de marihuana, se relacionó con marimberos como Yesid Palacios, “Panamérica” y “Lucho Barranquilla” e incluso se salvó de morir en la famosa guerra entre las familias guajiras Cárdenas y Valdeblánquez, pues diez minutos después de despedirse de Alfonso Cárdenas Ducad, con quien se había reunido para comprar un pequeño barco, cayeron asesinados todos los que permanecieron en el lugar.
Posteriormente, y pese a haber obtenido buenas ganancias con el tráfico de marihuana, Rodríguez Gacha se dio cuenta muy pronto de que exportar cocaína a Estados Unidos era, de lejos, un mejor negocio, por lo que en Puerto Asís, Putumayo, alcanzó a comercializar pasta de coca junto a sus viejos amigos del municipio de El Santuario, Antioquia. Esto lo hizo entrar rápidamente en contacto con estadounidenses transportadores de marihuana que a su vez lo relacionaron con Carlos Lehder, quien ya tenía a su disposición Cayo Norman, en las Bahamas, y hacía transacciones con los capos de Medellín, con los cuales “El Mexicano” ya había hecho contactos por su afición al mundo de los caballos de paso fino (que lo llevó a ser dueño del famoso caballo Tupac Amarú).
El mismo Carlos Lehder contactó a Rodríguez Gacha con Ramón Matta Ballesteros, un importante traficante hondureño que ya se había cruzado con él a comienzos de los años setenta en las minas de esmeraldas. Y Matta lo relacionó desde 1980 con los nombres más importantes del narcotráfico mexicano como Miguel Félix Gallardo, Jaime Herrera Nevares y Pablo Acosta, con quienes hizo negocios, impuso sus condiciones (al respecto vale la pena mencionar la muerte de un grupo de narcotraficantes mexicanos en una confusa operación de tráfico de drogas, de la cual Rodríguez Gacha fue responsabilizado) y abrió la importantísima ruta de tráfico por México hacia Los Ángeles, Houston y Texas conocida como “El Rancho”, ruta que el resto de traficantes del cartel utilizó por muchos años, a pesar de que él también manejó otras rutas independientes.
Su gran organización, de la que formaban parte varios de sus familiares (con una rígida jerarquía, sueldos fijos, prestaciones sociales y severas reglas de comportamiento); la gran calidad de su producto (se dice que la marca de “El Mexicano” era la más apetecida en Estados Unidos por su gran calidad); el control absoluto de todas las etapas del negocio, en el cual, a diferencia de otras organizaciones similares no había claramente un segundo al mando; la capacidad de manejo por separado de varias de las actividades de su empresa (el encargado de transporte no tenía nada que ver con el encargado de los grupos armados y este no se relacionaba con el que manejaba la ganadería o el lavado de activos); la impresionante capacidad de infiltrar y penetrar los organismos del Estado; su dominio territorial y sobre todo, su poderoso aparato de violencia sustentado en grupos de paramilitares, sicarios y miembros activos de los aparatos de inteligencia del Ejército, lograron consolidarlo como uno de los capos más poderosos y catalogado por la revista Semana como “el enemigo público número uno del país”{23}.
Dueño y señor de grandes porciones de territorio en Cundinamarca, el Magdalena Medio, Córdoba, Sucre, los Llanos Orientales y la Amazonia, organizó gigantescos laboratorios de procesamiento de droga y siguió, desde 1978, la estela del capo esmeraldero Isauro Murcia en el cultivo de coca a gran escala, con cientos de hectáreas en el sur de Colombia, Trajo al país la variedad de coca boliviana Erythroxylum coca, de mucha mejor calidad para la fabricación de cocaína que la tradicional variedad colombiana.
Por otro lado, Rodríguez Gacha impulsó a los emergentes grupos paramilitares inyectándoles grandes sumas de dinero y trayendo mercenarios de Israel e Inglaterra para entrenarlos, con lo cual las cabezas visibles del paramilitarismo actuaron bajo sus órdenes. Por ello fue acusado de ser el autor intelectual de varias masacres contra la población civil como las de La Mejor Esquina y La Rochela. Asimismo, su organización penetró los organismos de seguridad del Estado, como se pudo probar con el asesinato de los jueces y magistrados que llevaban sus casos, y con el “Informe confidencial a “El Señor de las Flores” encontrado al capitán del Ejército Luis Javier Wanumen, que incluía documentos de inteligencia con información precisa sobre las relaciones entre esmeralderos, el Cartel de Cali y altos funcionarios del Estado para asesinarlo a él y a su socio Pablo Emilio Escobar Gaviria.
De igual manera, es muy recordada la masacre contra varios esmeralderos (e informantes protegidos de la DEA) en el edificio Altos del Portal, en el norte de Bogotá, que dejó 4 muertos, perpetrada por 13 miembros del Grupo de Operaaones Especiales GOES (cinco oficiales y siete suboficiales del Ejército, y uno de la Armada) que inmovilizaron al celador del edificio y ocuparon los apartamentos del piso octavo, a los que entraron disparando. De esta masacre solamente se salvó el esmeraldero —y también narcotraficante— Ángel Custodio Gaitán Mahecha “Catalino”, gracias a que corrió hacia una ventana y pidió a los periodistas que se encontraban en la calle cubriendo el escandaloso hecho (concretamente a Hernando Corral) que le salvaran la vida pues iba a ser asesinado a sangre fría. No sobra recordar que por esos hechos se le impuso una millonaria condena a la Nación{24}.
Gonzalo Rodríguez Gacha se acercó a Pablo Escobar gracias a su poder militar y capacidad empresarial, aunque, a diferencia de otros integrantes del cartel, operaba de forma autónoma y no rendía tributo al gran capo de Medellín (tanto que en ocasiones fue reconocido más bien como el jefe del Cartel de Bogotá). Sin embargo, mantuvo con Escobar mutuo respeto y apoyo, pues a pesar de sus diferentes ideologías y orígenes (Escobar como comerciante “liberal” urbano y “El Mexicano” como hacendado conservador y anticomunista), tenían muchos puntos en común. De hecho, al decir del pistolero Jhon Jairo Velásquez Vásquez “Popeye”, Escobar solamente le cumplía citas a “El Mexicano” en el lugar donde este último decidía, pues a los otros narcotraficantes les imponía reuniones en lugares solamente controlados por él.
“El Mexicano” libró guerras contra distintos actores como las FARC, el Gobierno colombiano, la DEA, el Cartel de Cali y sus viejos aliados los esmeralderos. Fue sindicado de grandes masacres y del asesinato selectivo de gran parte de los integrantes de la Unión Patriótica y de otros grupos políticos de izquierda. A su muerte, parecía que iba ganado todas las guerras que emprendió y su fortuna se calculaba en más de mil millones de dólares, habiendo llegado a ser portada de la revista Fortune con el titular: “Inside the global drug trade”.
Rodríguez Gacha controló a narcotraficantes en diversos lugares del país y tuvo guerras e intereses muy particulares. Sin embargo, a principios de 1989, cuando sus guerras estaban en su apogeo, “El Mexicano” se separó económicamente, aunque no militarmente, del Cartel de Medellín. No sobra dejar en claro que su herencia se encuentra presente en varias de las estructuras criminales que han hecho presencia en el país durante los últimos 25 años.
Del gran capo Pablo Correa Arroyave se sabe muy poco, sobre todo por su temprana desaparición, pero a pesar de esto fue, sin duda alguna, uno de los narcotraficantes más poderosos del país, equiparable a los hermanos Ochoa y dueño del emporio económico ilegal más poderoso de Medellín. Se dice que fue el sucesor en Medellín de “La Madrina” Griselda Blanco y el principal traficante de cocaína en la primera mitad de los años ochenta que participó en las primeras luchas que emprendió el cartel como asociación de empresarios de la cocaína (junto a sus hermanos Rigoberto y Arturo), y, según “Max Mermelstein”, fue el principal encargado del lavado de dólares de la organización.
Muy cercano a Pablo Escobar, formó parte, durante los años setenta, de la banda Los Pablos (conformada además por Pablo Escobar, Gustavo Gaviria, Mario Henao, “El Negro” Pabón y Pablo Medina) y de otras organizaciones delincuenciales en las que el gran capo estuvo involucrado. Asimismo, Correa huyó a Panamá luego de la muerte del ministro de Justicia Rodrigo Lara Bonilla, aunque allí permaneció poco tiempo.
Por medio de los sicarios de Escobar, Correa eliminó a incómodos socios, como el narco Frank Gutiérrez, y también se valió de este para asesinar al dirigente deportivo homónimo (y presunto narcotraficante también) Pablo Correa Ramos, pensando erróneamente que así sus líos judiciales se terminarían al ser borrado de los archivos de la DEA en donde figuraba desde hacía poco tiempo.
Correa se jactaba de tener 100 millones de dólares disponibles para cualquier eventualidad y de ser propietario a su vez de grandes empresas legales, principalmente de construcción y cementos. Sin embargo, quien fuera considerado el gran jeque de la cocaína de los años ochenta cayó muerto en una de las primeras vendettas dentro del Cartel de Medellín, pues al parecer había vuelto a Colombia a exportar cocaína sin avisar a nadie, mientras que los demás capos se refugiaban en Panamá y posteriormente en Nicaragua. Correa fue asesinado porque se negó a formar parte del grupo de Los Extraditables y según Escobar, había exigido “la ‘vuelta’ de Lara [Bonilla] y después no hacía otra cosa que reprocharla”{25}.
Amigo de Pablo Escobar desde sus inicios delincuenciales en el barrio La Paz de Envigado, Jairo Mejía “JM” fue uno de los narcotraficantes más poderosos del Cartel de Medellín, dueño de grandes recursos económicos y patrocinador permanente de la cuenta de Los Extraditables o “fondo de las empanadas” (al cual aportaba 250 000 dólares mensuales), lo que lo convirtió en uno de los más importantes enlaces del cartel en la costa caribe y socio en la guerra contra el Estado y el Cartel de Cali.
“JM” realizó grandes negocios transportando cocaína con variados métodos y aprovechó sus excelentes contactos con miembros de la Armada Nacional para enviar el producto a través de grandes barcos, incluyendo al Buque Escuela Gloria con lo cual muchos otros traficantes se beneficiaron, como Griselda Blanco y los hermanos Ochoa Vásquez. De hecho, la seguridad de “JM” estaba a cargo de un mayor retirado de la Armada Nacional de apellido Ariza, quien controlaba un grupo de 15 guardaespaldas en Cartagena. Se sabe que Pablo Escobar le brindó apoyo a Mejía a través de sus pistoleros, pues el gran capo lo consideraba uno de sus socios más cercanos, así como un importante integrante de la cúpula de su organización.
Mejía creó además un importante emporio financiero sustentado en su empresa Inversiones Mejía que contaba con varias propiedades rurales en Turbaco (Bolívar), La Estrella (Antioquia) y San Jerónimo (Antioquia), así como con la cadena hotelera Real de Colombia, con sedes en Medellín, La Pintada, San Andrés y Tolú. Era dueño de las joyerías Ángel, de una distribuidora de camperos Mitsubishi, de una compraventa de vehículos, de una fábrica de canecas y de varios apartamentos en los sectores más exclusivos de Medellín y Cartagena. Contaba también con dos avionetas para su desplazamiento personal y con una pequeña flotilla de aviones para transportar cocaína, así como con dos Mercedes Benz blindados, tres camionetas Toyota, cinco automóviles deportivos, cinco camperos y un yate.
En reciprocidad con Pablo Escobar, “JM” auxilió a varios de los bandidos más perseguidos por las autoridades, como, por ejemplo, con Dandenys Muñoz Mosquera “La Kika”, a quien refugió en el contexto de la guerra que se libraba contra distintos actores armados.
“JM” también se caracterizó por su fuerte adicción a la cocaína, lo cual lo volvió un hombre perturbado que muchas veces no podía ni siquiera dormir y lo llevó a cometer varios errores con algunos de sus socios y lugartenientes en la costa caribe, con los cuales resultó enfrentado por la repartición de algunas ganancias. Según se dice, su paranoia lo hizo asesinar a su propia esposa luego de un mal viaje de cocaína.
A pesar de su poder e influencia en el mundo del narcotráfico, Mejía cayó asesinado el 12 de octubre de 1991, cuando lideraba una cabalgata en la ciudad de Cartagena, hecho que generó una pequeña crisis financiera en el Cartel de Medellín y un enfrentamiento de algunos narcos paisas contra varios traficantes de la costa, pues estos últimos estuvieron aparentemente involucrados en la muerte del capo en asocio con miembros corruptos de la Armada Nacional e integrantes del Cartel de Cali. La muerte de “JM” produjo un reacomodamiento de la estructura del Cartel de Medellín en la costa caribe, pues significó un duro golpe para el flujo de caja de Los Extraditables, dado que él manejaba embarques y dinero para el pago de pilotos, avionetas y pistas de gran cantidad de narcos menores.
Al respecto, se dice que en represalia por la muerte de “JM”, Carlos Arcila “El Tomate” y “Kiko” Moncada, socios cercanos de Pablo Escobar, emprendieron una fuerte persecución en contra de los traficantes Samuel Alarcón y David Iglesias.
Fidel Castaño ha sido uno de los personajes más enigmáticos del mundo del narcotráfico, pues su personalidad, sus acciones y su posterior desaparición son un completo misterio. Se dice que era implacable y cruel con sus enemigos y se le sindica, entre otras, de las masacres en los municipios de Pueblo Bello, La Mejor Esquina, Segovia, Amalfi, Los Coquitos y El Tomate, y de las fincas Honduras y La Negra, y del asesinato de millares de campesinos, periodistas, políticos, jueces, fiscales, profesores y defensores de derechos humanos, entre los cuales se pueden mencionar a los candidatos presidenciales Bernardo Jaramillo y Carlos Pizarro. Fue un deportista consumado, que corría veinte kilómetros diarios y experto en diferentes artes marciales. Le gustaba dirigir directamente los operativos contra la subversión; de ahí el apodo de “Rambo”. Además, se dice que era un gran conocedor de arte y catador de vinos, con apartamento en París y excelentes relaciones sociales alrededor del mundo.
Pese a sus cercanas relaciones con los miembros del Cartel de Medellín, Castaño siempre pregonó su independencia en varias de sus acciones, pues, según algunos que lo conocieron, “no era segundo de nadie”{26}, y al decir del periodista Alonso Salazar “... tenía intereses distintos a los de Pablo, por eso se miraban con respeto y con recelo, pero lo apoyaba en sus tropeles porque la desestabilización era parte de su negocio y de lograr reconocimiento” {27}.
Debido a los problemas que tuvo con su autoritario padre, Castaño —nacido en 1951 en el municipio de Amalfi, en el nordeste de Antioquia— se trasladó desde muy joven al municipio de Segovia, en donde compró, a finales de los años setenta, el bar El Minero, desde el cual le dio rienda suelta a su afición por las peleas de gallos y los juegos de cartas. Tiempo después probó suerte en varias actividades ilegales como el contrabando de diamantes en Guyana y Brasil, los asaltos a minas de oro, la compra y venta de vehículos robados, el robo de caballos y algunos atracos de mercancía en Medellín con la banda de “El Mono” Trejos. Sin embargo, a finales de los años setenta, Castaño se involucró con el narcotráfico junto a Pablo Escobar, Camilo “El Gago” Zapata y los hermanos Ochoa, convirtiéndose, según testimonios no del todo confirmados, en administrador del complejo de laboratorios Tranquilandia y en un enlace muy importante para la consecución de base de coca en Bolivia, luego de que el cartel resultara con problemas de suministro del producto. De hecho, se afirma que dos de sus hermanos, Manuel y Eufrasio, murieron en el Alto Huallaga en una avioneta que movía pasta de coca entre Bolivia, Perú y Colombia, y que otros dos, Reinaldo y Ramiro, fueron asesinados en sangrientos episodios del bajo mundo antioqueño a comienzos de los años ochenta.
Empero, los intereses de Castaño se transformaron por completo cuando en 1981 su padre Jesús Castaño fue secuestrado por el IV frente de las FARC y murió en cautiverio por razones no muy claras. (Hay testimonios que afirman que fue por un infarto y otros que murió ejecutado por los guerrilleros.) Ante la muerte de su padre, Castaño juró aniquilar a los miembros de la guerrilla, y empezó a cumplir su promesa desde que ejecutó en 1982, en la finca Los Lagartos, a más de 30 campesinos, a quienes acusó de ser auxiliadores de los insurgentes. Posteriormente conformó la tenebrosa organización Los Tangueros, en la cual participaron individuos conocidos con los alias de “Salvador”, “Aníbal”, “Trato”, “Estopín”, “Rastrillo”, “Toronja”, “Bracho”, “Pitufo”, Carlos Mauricio García “Doble Cero” (o “Rodrigo Franco”); Jesús Emiro Pereira “Huevoepisca”; Lorenzo Córdoba “Barbas”; John Henao “H2”; “Monoleche” y Manuel Arturo Salón “JL”, con lo que convirtió a sus haciendas Misiway, Paraguay y Las Tangas, en Córdoba en importantes centros de adiestramiento paramilitar.
Igualmente, Castaño estrechó fuertes relaciones sociales con el Ejército, el DAS y sectores de la oligarquía colombiana, poniendo a su disposición un pequeño pero poderoso aparato de violencia que ejecutó varios crímenes, muchos de ellos planeados desde su inmensa mansión Montecasino, de 30 000 metros cuadrados, en el barrio El Poblado de Medellín.
Según su hermano Carlos, “Pablo Escobar se acercó cada vez más a Fidel y se hicieron muy buenos amigos” {28}, dada la eficacia de las acciones armadas que este llevaba a cabo y a su control territorial en Córdoba, Sucre y el Urabá antioqueño. De hecho, se sabe que Castaño decidió hacerse dueño de grandes porciones de territorio en Córdoba teniendo en cuenta las características estratégicas de ese departamento, como sus 129 kilómetros sobre el mar Caribe, su cercanía con Panamá (centro empresarial y financiero pero también de lavado de activos, mercado negro de armas y contrabando de cocaína) y la existencia de grandes aeropuertos, lo cual fue de gran utilidad para los grandes capos después de su exilio tras la muerte de Lara Bonilla.
De la misma forma, al ser muy amigo de la cúpula del Cartel de Medellín, Castaño recibió financiación de “El Mexicano” y “El Negro” Galeano para consolidar sus grupos armados —enfrentados a la guerrilla del EPL en Córdoba— y participó en muchas de las cumbres de la mafia. Así, Castaño fue, hasta comienzos de los años noventa, fiel y leal a Pablo Escobar, quien “invitaba a Fidel a las reuniones donde iba a tomar decisiones trascendentales”, por lo que en más de una ocasión se valió de su poder armado para la ejecución de atentados terroristas y asesinatos.
Por su parte, el hermano menor de Fidel, Carlos, fue desde muy joven un integrante del aparato armado del cartel y muy cercano a varios de sus sicarios, en donde lo conocían con el sobrenombre de “El Pelao”, pues además de haber sido entrenado por miembros de la inteligencia militar (y de haber, según él, tomado un curso de adiestramiento en lucha urbana en Israel), se preciaba de “manejar al DAS”, con lo cual las acciones violentas se facilitaban totalmente.
En ese contexto, los Castaño ejecutaron varias de las acciones violentas de Los Extraditables: realizaron ataques dinamiteros (se ha dicho que fueron parte fundamental del atentado al avión de Avianca ocurrido en 1989), infiltraron el DAS para facilitar los atentados emprendidos en contra de ese organismo y llevaron a cabo una implacable persecución contra sindicalistas, miembros de organizaciones sociales y militantes de los partidos políticos de izquierda. De igual forma, los Castaño entraron en contacto con un sector civil de la ultraderecha colombiana conocido como el Grupo de los Seis (o, según otros testimonios, como el Grupo de los Ocho), que les recomendaba ejecutar diferentes asesinatos en todo el país. Por estas razones, algunos reportes del Departamento de Estado estadounidense afirmaron que Castaño era mucho más peligroso que Pablo Escobar pues poseía, además de una gran capacidad militar, unas excelentes relaciones en el Ejército y la Policía.
Fidel Castaño se retiró —aparentemente— del tráfico directo de cocaína a finales de los años ochenta, y se dedicó a otras actividades económicas como la ganadería y la compra y venta de arte, pero siguió siendo muy cercano a Pablo Escobar: controlaba a narcotraficantes que operaban en sus territorios (y que financiaban con altos rubros varias de sus actividades), manejaba pistas de aterrizaje que se utilizaban para sacar cocaína (pues en sus dominios había unas 30 pistas) y sometía a algunos grupos guerrilleros, principalmente del EPL (aunque varios guerrilleros de este grupo terminaron militando en los escuadrones dirigidos por él), con los que hizo un parcial cese al fuego en 1991 y una cuestionada entrega de tierras a la población, por medio de su fundación Funpazcor. Igualmente, varios de sus hombres —entre ellos su hermano Carlos— fueron entrenados en los cursos de adiestramiento organizados por “El Mexicano”, con lo cual consolidó “la profesionalización” de sus escuadrones de la muerte.
Pero su idilio con el Cartel de Medellín empezó a resquebrajarse, pues todo parece indicar que Fidel Castaño se empezó a distanciar de Pablo Escobar por unas armas que presuntamente este último le había traído al ELN, así como por los contactos que el capo había tenido con sectores de la izquierda democrática (se dice que alertó al jefe de la UP Bernardo Jaramillo Ossa de los atentados que se preparaban en su contra). Castaño solamente se decidió a enfrentar a Escobar luego del asesinato de los hermanos Galeano y Moncada en la cárcel de La Catedral, y se convirtió en el líder del grupo Perseguidos por Pablo Escobar, Los Pepes. No sobra recordar que, aparentemente, su hermano Carlos había decidido emprender una guerra fría en contra de Escobar (dando información a las autoridades con los alias de “Alekos” y “El Fantasma”), por lo que éste, con bastante sigilo, le había ordenado a sus bandidos que mataran a los dos hermanos Castaño, pero solamente si los veían juntos.
Castaño fue pues fundamental, con su liderazgo, capacidad militar y sólidas relaciones con diferentes poderes armados —legales e ilegales—, para destruir la organización de su antiguo socio y amigo, Pablo Escobar Gaviria, proceso que culminó con la muerte de este en diciembre de 1993. No obstante, un mes después de la derrota de Escobar, Fidel Castaño fue asesinado, según su hermano Carlos, en un retén del EPL. Esta versión ha sido puesta en duda muchas veces y aún se discute si realmente Fidel Castaño está muerto. Hay quienes afirman que se encuentra viviendo cómodamente en Israel. Hay otros testimonios que aseguran que Fidel fue asesinado por su propio hermano Carlos, interesado en tomar el mando que tenía el temible “Rambo” en el bajo mundo (o por un “lío de faldas”). De todas maneras, la extraña desaparición de Fidel ha dado lugar a un sinnúmero de especulaciones, complementadas con la desaparición posterior de sus hermanos Carlos y Vicente, todo lo cual alimenta muchas especulaciones al respecto.
“Gustavo Gaviria era más peligroso con una calculadora que con una metra”, afirmó Jhon Jairo Velásquez Vásquez “Popeye” al recordar a Gustavo de Jesús Gaviria Riveros, conocido dentro del Cartel de Medellín como “El León”. Gaviria fue el primo, socio y amigo más cercano que tuvo Pablo Escobar, y si bien no contó con la misma publicidad que tuvo el gran capo, ocupó en el Cartel de Medellín el mismo nivel en importancia, pues fue el cerebro de varias de las rutas de tráfico de drogas más importantes y manejó meticulosamente las finanzas de la empresa.
Gustavo Gaviria, nacido en Pereira en 1947, fue mucho más reservado que su primo y tuvo siempre un bajo perfil, pues mientras Escobar se enfrascó públicamente en diferentes luchas políticas y armadas, él puso en marcha todo el andamiaje económico de la organización, ideando nuevas rutas, formas de transporte del producto y tipos de distribución, y garantizando la inversión de distintas sumas de dinero en empresas discretas y aparentemente lícitas. Por esta razón es famosa la frase con la cual Gaviria recibía a los visitantes de la oficina que tenía junto con su primo: “¿Usted viene por negocios o para violencia? Si es para violencia hable con Pablo Sangre y si es para negocios hable conmigo.”{29}.
Este importante capo fue socio de Pablo Escobar desde el comienzo de su vida delincuencial, pues incluso el mito de que Escobar vendía en su juventud lápidas robadas proviene del hecho de que el padre de Gustavo tenía una fábrica de lápidas de aluminio. Este individuo fue considerado una especie de alma gemela de Escobar, a tal punto que en los bajos fondos empezaron a ser conocidos como Los Pablos.
Se dice que entre los dos capos había una competencia por la cual todo lo que tenía uno lo tenía que tener el otro y “. si uno hacía una finca, el otro la hacía igual o mejor, si Pablo compraba algo para su habitación, lo mismo compraba Gustavo, le llegó el helicóptero a Pablo y llegó el otro para Gustavo, el avión a Pablo y otro igual a Gustavo. A eso jugaban”{30}. Los Pablos, junto a sus amigos Mario Henao y Jorge “El Negro” Pabón, empezaron a ganar fama en los bajos fondos antioqueños por su efectividad para la ejecución de delitos como secuestros a gente adinerada, robos a camiones de mercancías, hurtos de automóviles, asaltos a teatros y almacenes, robos a bancos y la puesta en marcha de varios asesinatos desde la moto Lambretta que tenían, lo cual los convirtió en los gatilleros más famosos de Medellín.
La muerte de Gustavo Gaviria, el 11 de agosto de 1990, en un operativo del Cuerpo Élite de la Policía, significó un golpe muy duro para la denominada “Oficina”. Hay versiones de que fue acribillado en estado de indefensión luego de que saliera con las manos en alto y se arrodillara suplicando que no lo mataran. Con su muerte, Escobar perdió, además de su mejor amigo, a su mano derecha en el manejo de las finanzas, pues Gaviria fue quien, por muchos años, garantizó el flujo permanente de efectivo, asignó responsabilidades en el manejo de las redes de tráfico de droga, repartió cuotas y señaló las utilidades que le correspondían a cada quien dentro de la organización, ya que Escobar siempre fue muy descuidado con la administración del dinero.
Los reyes ocultos del narcotráfico
De los clanes Galeano, Moncada y de Albeiro Areiza “El Campeón” poco se supo hasta la desaparición de los dos primeros a manos de Pablo Escobar en la purga de la cárcel de La Catedral. Sin embargo, la influencia de estos personajes en el mundo del narcotráfico fue notable, pues llegaron a controlar territorios extensos como Itagüí y parte de Medellín, así como varias de las rutas más importantes de la época, y manejaron grandes sumas de dinero en el marco de la guerra de Los Extraditables contra el Estado colombiano.
Estos poderosos grupos de narcotraficantes, antes deportistas aficionados, crecieron de la mano de Pablo Escobar Gaviria, quien, ante la persecución de las autoridades hacia su propia organización, optó por crear grupos “satélites” para que pudieran manejar el negocio del tráfico de cocaína de una manera “invisible”.
Como varias de las empresas narcotraficantes, el clan Galeano, oriundo del municipio de Itagüí, se estructuró alrededor de un grupo de hermanos encabezado por Fernando Galeano Berrío “El Negro”, y su hermano Mario (al parecer Rafael, otro de los hermanos Galeano, no participó en la actividad). El clan se inició en el negocio desde mediados de los años setenta por medio de un hermano mayor, quien presentó a los demás a Pablo Escobar, a José “Pelusa” Ocampo, a Jorge Luis Ochoa y al resto de los nacientes capos de la época. Ya en los años ochenta, cuando Escobar pasó a la clandestinidad, Fernando “El Negro” Galeano manejó el tráfico de cocaína en ciudades como Miami, Dallas y Los Ángeles, verificando embarques y conexiones.
Esto garantizó el vertiginoso ascenso en el mundo del narcotráfico y el paramilitarismo de “El Negro”, un hombre que se autodenominaba de ultraderecha, y que incluso llegó a financiar las acciones violentas de los grupos paramilitares de Fidel Castaño (que se recrudecieron luego de que algunos grupos de la guerrilla secuestraran por pocos meses, en 1987 y 1988 respectivamente, a su hermana Mireya y a su padre Rafael). En agosto de 1989 el capo cayó preso luego del asesinato de unos concejales en Córdoba pero fue liberado al poco tiempo y se encumbró como uno de los narcotraficantes más poderosos de Antioquia y llegó a manejar las más importantes rutas del Cartel de Medellín: “El Rancho”, por México (creada por Rodríguez Gacha) y “La Fany”, por Puerto Rico (creada por Gustavo Gaviria). Con estas responsabilidades, “El Negro” Galeano controló también los contactos con varios narcotraficantes extranjeros (muchos de los cuales eran subordinados al cartel) a través de las rutas y conexiones bajo su mando.
Hay que señalar que el poder que tuvieron los Galeano fue tan fuerte que la guerra que libró Escobar en contra de la Policía a comienzos de los años noventa no se llevó a cabo en el municipio de Itagüí por solicitud de “El Negro”, oriundo de ese municipio.
Sin embargo, la entrega de Pablo Escobar en la cárcel de La Catedral, luego de una sangrienta guerra contra el Estado colombiano, le permitió a Galeano actuar con mayor libertad y tomarse ciertas licencias en cuanto a la entrega de dinero al fondo de Los Extraditables. Fue así como se presentó un suceso que cambiaría por completo el orden interno del cartel. Pese a que el clan había facilitado a Escobar millones de dólares cuanto este los necesitó, en un momento dado Galeano dijo que no contaba con la liquidez suficiente y envió a La Catedral una caja con 50 millones de pesos, la cual Escobar, con bastante molestia, devolvió inmediatamente. Todo cambió aun más cuando John Jairo Posada Valencia “Tití”, un pistolero de la organización de “El Chopo” (el más violento jefe de sicarios de Escobar), descubrió una caleta de “El Negro” Galeano con 23,7 millones de dólares —que, entre otras cosas, se estaban pudriendo—, ante lo cual su jefe lo autorizó a robarla. En los operativos que hizo al verse robado, en los cuales torturó y asesinó a numerosos sospechosos, descubrió que todo había sido autorizado por el mismo Pablo Escobar. Galeano subió a “La Catedral” para reclamar airadamente la devolución de los dólares, y pronto se dio cuenta de que Escobar, azuzado por sus bandidos, había decidido asesinarlo.
La poderosa estructura de los Galeano fue destruida por el capo de capos en la llamada purga de La Catedral, mediante una sangrienta operación que duró poco más de tres días. En esta operación, Fernando “El Negro” Galeano fue torturado y asesinado en plena cárcel, y su hermano Mario secuestrado en las calles de Medellín y asesinado poco tiempo después, luego de que los bandidos de “El Chopo” “alzaran”{31} a su escolta Luis Fernando Giraldo “Bocadillo”, quien les entregó la ubicación de su jefe. En esas acciones también cayeron muertos empleados y contratistas de todos lo niveles de la organización, lo cual llevó a que pocos sobrevivientes de la misma, como el futuro líder de las AUC, Diego Fernando Murillo “Don Berna” —miembro en ese entonces de su equipo de seguridad— decidieran enfrentar a Escobar, y por ende, emprender una sangrienta confrontación entre los narcotraficantes más poderosos de Medellín.
Gerardo y William Moncada se involucraron, desde muy jóvenes, y de la mano de Pablo Escobar, en la delincuencia en Medellín, pues “Kiko”, oriundo del barrio Antioquia, era el mecánico que construía las caletas de los automóviles con los que Escobar empezó a traer pasta de coca desde Ecuador. Años después, los Moncada se constituirían en la élite secreta del Cartel de Medellín, con una estructura que fue desconocida por más de una década pero que fue parte activa del manejo económico, armado y político de la organización, pues le servía a Escobar de red invisible mientras el grupo del capo era atacado por las autoridades. Al ser los “reyes ocultos” del tráfico de drogas, muchos narcotraficantes surgieron y se consolidaron con su auspicio, lo cual les confirió, sin ningún tipo de duda, respeto y obediencia en el mundo del hampa antioqueña.
Los Moncada contaron además con una poderosa estructura de empresas fachada, contadores, abogados, flotas de aviones y distribuidores que los convirtieron en incondicionales de Pablo Escobar, a tal punto que, junto con los hermanos Galeano, llegaron a manejar poderosas rutas como “La Fany” y formaron parte de las grandes decisiones tomadas dentro de la organización.
Asimismo, los Moncada apoyaron la lucha que Escobar libró contra la extradición manejando, en muchas ocasiones, los recursos disponibles para los atentados por medio del famoso fondo de Los Extraditables o “fondo de las empanadas” como se le llamaba, y se sirvieron de poderosos bandidos (“Arete”, “Popeye” y “El Chopo”, entre otros) para sacar del camino a algunos de sus enemigos.
Sus laboratorios de procesamiento de droga, ubicados en una franja conocida como “Parcelas California”, colindaban con los de Escobar y los controlaban valiéndose de los paramilitares de Rodríguez Gacha. Además, colaboraban con Escobar cuando este se encontraba corto de liquidez, y le entregaban millones de dólares, sin mayores condiciones, para las diferentes acciones que el capo emprendía.
Sin embargo, la destrucción de su organización desde La Catedral ocurrió porque aparentemente “Kiko” Moncada dio unos datos erróneos acerca de la caída de un cargamento en la ruta de “La Fany”, además de que —se dijo— había alertado a José Santacruz Londoño —uno de los grandes capos de Cali— de una operación que Brances Muñoz Mosquera “Tyson” efectuaría para asesinarlo en la finca La Novillera, en Buenaventura. Esto se supo porque Escobar le había dado a “Kiko” una información falsa sobre el operativo, afirmándole que uno de sus infiltrados tenía una fábrica de cajas fuertes (pues efectivamente había un negocio de esos en la ciudad), y de inmediato el propietario del negocio fue atrapado por hombres armados. Ante esta situación, el equipo de inteligencia de Escobar averiguó que “Kiko” tuvo una reunión con los jefes del Cartel de Cali y que planeaba —supuestamente— entregar el capo a sus enemigos en un momento en que todas las operaciones contra los narcos de Cali estaban resultando fallidas por lo que —se sospechaba— había un infiltrado en la organización.
La tortura y el asesinato de Gerardo “Kiko” Moncada y de su hermano William (y la destrucción de toda su organización) por parte de los bandidos de Escobar en la cárcel de La Catedral y en una finca del municipio de Sabaneta respectivamente —en donde los obligaron a firmar papeles en blanco y a traspasar todas sus propiedades— causaron gran estupor en el mundo del narcotráfico, pues hasta ese momento eran de los capos más cercanos a Pablo Escobar. Algunos de los pocos sobrevivientes de este clan se alinearon entonces con los enemigos que tenía Escobar, enfrentándolo por la vía armada y entregando abundante información a las autoridades correspondientes, lo cual dio inicio a una nueva, brutal y cruenta guerra.
Albeiro Areiza “El Campeón” fue conocido como “el quinto jinete de la mafia antioqueña”, pues, a pesar de ser desconocido para la opinión pública, participó activamente en gran parte de las acciones violentas ejecutadas por el grupo de Los Extraditables y fue parte del sanedrín de Pablo Escobar Gaviria. Asociado con Gerardo “Kiko” Moncada (quien lo impulsó a entrar en el negocio), se encargaba de despachar los vuelos de su organización y de manejar la infraestructura de proveedores en Bolivia y Perú, así como las “cocinas” en el Magdalena Medio, Córdoba y Caucasia. Por estas razones, “Kiko” Moncada siempre “apuntó” en sus viajes a sus entrañables amigos Pablo Escobar y “El Campeón”, quienes en muchas ocasiones actuaban como si fueran una sola persona.
“El Campeón”, hijo del dueño de los famosos quesos Arrow de Medellín, entregó grandes sumas de dinero a Los Extraditables y libró sus propias guerras, acabando, por ejemplo, con el legendario pistolero del cartel Jorge González “El Mico” y posteriormente con la red de narcotráfico de unos famosos bandidos, “Betto” y Elkin Cano, quienes le habían robado una caleta luego de trabajar para él (habían fingido el robo matando a varios de sus hombres de confianza) y habían intentado asesinarlo. Para estas acciones se sirvió de los pistoleros de Pablo Escobar, quien sin ningún inconveniente puso a disposición de “El Campeón” a todo su aparato armado. Así, por ejemplo, para acabar con la red de los hermanos Cano, “El Campeón” utilizó a “Arete”, “Pinina” y “Popeye”, quienes asesinaron a allegados, empleados, contadores y varios brujos y pitonisos de esta red de traficantes (los Cano eran fanáticos de la magia negra) e hicieron capturar, por medio del teniente Pedro Chunza Plaza, a “Betto” Cano en la ciudad de Cali para que empleados suyos lo ejecutaran en prisión.
Albeiro Areiza “El Campeón” murió poco antes de la masacre de La Catedral en el contexto de la guerra contra el Cartel de Cali, pues fue delatado al parecer por el antiguo narco del Cartel de Medellín Rodolfo Ospina Baraya “Chapulín”, y fue encontrado con signos de tortura en el baúl de un carro, junto a sus lugartenientes Camilo Rister y “El Tuso”, en un paraje del municipio de La Pintada.
Rafael Cardona Salazar fue un antiguo bandido del barrio Belén de Medellín que se formó en el bajo mundo paisa y que a mediados de los años setenta incursionó en el mundo del narcotráfico de la mano del capo Jorge Luis Ochoa Vásquez.
Era un hombre delgado y de baja estatura (1,61 metros), y al parecer en algún momento se aficionó al consumo de cocaína y basuco, aunque esto no interfirió con su eficiencia en los negocios, pues Cardona manejó inicialmente para la organización de los hermanos Ochoa y posteriormente para todo el Cartel de Medellín la red de distribución mayorista de cocaína en el suroriente de Estados Unidos que después se expandiría a otros lugares. Para llevar a cabo estas actividades, se radicó, desde finales de los años setenta, en Fort Lauderdale, Florida, intentando satisfacer la creciente demanda de cocaína y organizando el almacenamiento de los cargamentos en el sureste de Miami, en el área de Kendall. De hecho, los pedidos por el producto eran tan grandes que en un principio hubo dificultades en Medellín para satisfacer la demanda, lo cual llevó a que Cardona hiciera también negocios con algunos traficantes del naciente Cartel de Cali. De la misma forma, “Rafico” hizo contactos para llevar cocaína a California, Texas, Illinois y Europa, lo cual le representó grandes beneficios económicos.
En ese contexto, Cardona Salazar fue jefe del narco estadounidense “Max Mermelstein”, a quien involucró en el negocio y conectó, desde 1978, con los grandes capos del Cartel de Medellín, desarrollando rutas de tráfico, redes de distribución, formas de envío de dinero a Colombia, ampliación de mercados y métodos para guardar la mercancía por medio de diferentes equipos de trabajo que se reconfiguraban después de cada operación.
Cardona Salazar se caracterizó también por ser un individuo bastante violento, protagonista de primer orden de las denominadas “guerras de la cocaína” en Estados Unidos, en donde asesinó a varias personas por problemas en la repartición de algunas ganancias. Esto lo ejemplifica “Mermelstein” al describir el asesinato del narcotraficante Antonio Arles Vargas “El Chino”, quien les había robado tres kilos de cocaína a los hermanos Ochoa, llevado a cabo por Cardona el 25 de diciembre de 1978 en la casa de Martha Libia Cardona (otra famosa “reina de la cocaína” sin parentesco con él).
Cardona fue quien averiguó, por medio de sobornos a funcionarios de la Policía, la Fiscalía y la Oficina de Protección de Testigos de Estados Unidos, el lugar en donde se encontraba Adier Barriman Seal, más conocido como “Barry” Seal, antiguo transportador del cartel y en ese momento soplón de la DEA, quien fue asesinado poco tiempo después en Batton Rouge, Louisiana, por órdenes de Cardona, Pablo Escobar, Fabio Ochoa y Guillermo Zuluaga “Cuchilla”.
Cardona iba frecuentemente a Colombia, donde se rodeaba de 12 guardaespaldas, los cuales incluso trasladó a Estados Unidos tras el enfrentamiento con la famosa “Madrina”, Griselda Blanco, de quien había sido gran amigo, pero quien cruzó los límites de la tolerancia de algunos de sus socios al asesinar a Marta Ochoa Saldarriaga, prima de los hermanos Ochoa y, de paso, amante de “Rafico”.
El espectacular éxito de “Rafico” al servicio del Cartel de Medellín hizo que en 1984 fuera promovido y convertido en parte de la cúpula de la organización, contando con el apoyo de otros poderosos capos que sabían que Cardona había sido muy importante para la obtención de millonarias ganancias. El ascenso de Cardona a la cúpula del cartel se ratificó en la famosa discoteca Kevin’s del narco José “Pelusa” Ocampo, luego del bautizo de su hijo Rafael Cardona Jr., de quien Jorge Luis Ochoa fue padrino. Con posterioridad a esta celebración, y ya con el estatus de capo en la organización, Cardona se radicó en Colombia y dejó en manos de “Mermelstein” sus antiguas actividades en Estados Unidos.
Cardona Salazar asistió a las más importantes cumbres de la mafia colombiana y empezó a colaborar permanentemente con el fondo de Los Extraditables, quienes ya se encontraban en guerra contra el Estado colombiano. A pesar de la ostentación de la que hacía gala con lujosos vehículos, numerosos guardaespaldas y la compra permanente de bienes suntuarios, no fue muy conocido por la prensa del país, la cual le daba atención primordial a otros narcos.
Cardona, precedido de su fama de hombre violento, intentó varias veces imponer sus ideas a los otros traficantes de Medellín, incluyendo a Pablo Escobar, con quien en más de una ocasión se trenzó en agresivas discusiones, aunque llegando posteriormente a acuerdos fundamentales en la forma de llevar a cabo las acciones del cartel. Por ello mismo, “Rafico” también empezó a granjearse varios enemigos en el hampa paisa, pues algunos bandidos veían con desconfianza su vertiginoso ascenso en el mundo del narcotráfico. Cardona se empezó a enfrentar entonces a varios de los poderes emergentes que se consolidaban en el cartel, como sucedió con el gran jefe de sicarios de Pablo Escobar, John Jairo Arias Tascón “Pinina”, quien intentó infructuosamente ponerle a Rafico un carrobomba.
El 4 de diciembre de 1987, los múltiples enemigos que Rafico tenía le cobraron finalmente sus acciones pendencieras: con un grupo de bandidos y unos hombres que portaban uniformes del F2, el veterano pistolero del cartel Jorge González “El Mico” acabó con la vida del poderoso narco al acribillarlo en su oficina de la avenida Las Vegas en Medellín.
Al respecto se llegó a decir que Cardona fue asesinado porque Jorge Luis Ochoa se había involucrado con su mujer o porque había intentado matar al capo de Cali Gilberto Rodríguez Orejuela y este se había dado cuenta. Sin embargo, al parecer la verdadera razón de su muerte fue que intentó acabar con la vida del legendario pistolero y narco Jorge González “El Mico”, ante lo cual este organizó (con pleno conocimiento de Pablo Escobar, según se supo tiempo después) el operativo que culminó en su sangrienta muerte.
Si bien hubo narcotraficantes que se llevaron la mayor parte de la publicidad por encima de algunos que pasaron desapercibidos, hubo otros personajes que fueron participes directos de muchas acciones relacionadas con el Cartel de Medellín y conformaron un capital equiparable al de los grandes capos transformando radicalmente las regiones en las cuales tuvieron una gran influencia. Ese fue el caso de Leonidas Vargas, conocido popularmente como “El Viejo”, quien fue un ejemplo claro del estereotipo que se tiene de los grandes narcotraficantes de los años ochenta: ostentoso, exhibicionista y extravagante.
Vargas tuvo lujosas propiedades en diferentes ciudades del país, así como vastas extensiones de tierra en toda Colombia, numerosos caballos de paso fino, y discotecas de gran lujo en la mitad de la selva. Patrocinó modelos y reinas de belleza, fue dueño de pistolas de oro, tuvo gran fascinación por la compra de joyas y obras de arte y se movilizaba en lujosas camionetas con numerosos guardaespaldas. De hecho, la ostentación de Vargas era tan grande que en la hacienda Las Piedras, de su propiedad, en las afueras de Bogotá, construyó una piscina con la forma del Caquetá, departamento del suroriente del país en donde el capo nació el 13 de mayo de 1949 en la población selvática de Belén de los Andaquíes. De igual forma, Vargas apoyó fiestas populares, ferias ganaderas y equinas, y reinados de belleza, y edificó ostentosas construcciones, como la pequeña réplica de la plaza de toros de Las Ventas de Madrid que construyó en la ciudad de Florencia, Caquetá.
La ostentación de la cual Vargas hacía gala se puso de manifiesto con las numerosas inversiones que el capo hizo en su departamento, lo cual lo llevó a ser considerado el Rey del Caquetá, pues cambió las expectativas de vida de muchos de los habitantes de su región al desarrollar una poderosa economía ilegal que convirtió ese espacio en un importante centro de procesamiento y tráfico de cocaína, así como en un dinámico espacio comercial que recibía todos los días gran cantidad de insumos y mercancías. Esta nueva realidad que Vargas, entre otros, impulsó, desarrolló con fuerza el transporte (terrestre, aéreo y fluvial) y fomentó el incremento de la población del departamento (y de otros lugares cercanos como el Putumayo) a pasos agigantados.
Así fue como “El Viejo”, que apenas pudo estudiar hasta tercero de primaria y hasta bien entrada su edad adulta se desempeñó como un humilde carnicero en su región de origen, se vio convertido súbitamente en un poderoso ganadero y en el dueño de miles de hectáreas de tierras anteriormente colonizadas por humildes campesinos de todo el país. Todo como resultado de su sociedad con el poderoso capo Gonzalo Rodríguez Gacha “El Mexicano”, a quien conoció en una feria ganadera y equina en el municipio cundinamarqués de Girardot y quien lo involucró en el lucrativo negocio del tráfico de cocaína en un momento en que el Cartel de Medellín ya estaba plenamente consolidado con grandes laboratorios que procesaban en las selvas colombianas la pasta de coca enviada desde Bolivia y Perú.
Vargas fue entonces uno de los socios más importantes que tuvo Rodríguez Gacha y facilitó la apertura de una gran cantidad de espacios en los Llanos Orientales y las selvas del suroriente del país, lo cual lo llevó a ser considerado su mano derecha y un narco mucho más importante dentro de la jerarquía del cartel de lo que fueron Camilo Zapata (enviado por Escobar a Bogotá para secundar a “El Mexicano”), Gildardo de Jesús Hurtado “Yuca Rica”, Alfonso Caballero, Pedro Ortegón Ortegón, Jesús “Chucho” Cortés, Ángel Custodio Gaitán Mahecha y otros individuos que estuvieron asociados a la organización de “El Mexicano”.
“El Viejo” también hizo importantes negocios con Pablo Escobar y colaboró con el grupo de Los Extraditables, entregando dinero y participando en varias de las cumbres de la mafia en las cuales se planearon atentados, secuestros y asesinatos. Y si bien fue capturado varias veces por las autoridades colombianas (en 1983 por corrupción de menores, en 1987 por porte ilegal de armas y en 1989 por homicidio y narcotráfico), recuperaba su libertad en poco tiempo.
Vargas participó en algunas de las acciones violentas que encabezó Gonzalo Rodríguez Gacha, teniendo en cuenta que varios de los laboratorios de procesamiento de cocaína fueron ubicados en lugares en donde las FARC eran muy influyentes. De hecho, en los tiempos en que aún había una alianza táctica entre los narcotraficantes y las FARC para que los primeros, a cambio de un impuesto, pudieran montar laboratorios en las zonas de influencia de los segundos (las selvas del suroriente de Colombia), Vargas fue plagiado por el frente XIII de las FARC, ante lo cual pagó por su rescate varios millones y se comprometió a entregar a la guerrilla radios de comunicación de alta frecuencia. Tiempo después, en 1986, el grupo guerrillero M-19 secuestró a Vargas en Bogotá y lo liberó en cuestión de un mes tras recibir un millonario pago. Por esa misma época, Vargas le pagó a las FARC 2000 millones de pesos para que le devolvieran 6.500 kilos de pasta de coca que le habían robado, lo cual lo obligó, de común acuerdo con “El Mexicano”, a trasladar sus laboratorios del Caquetá al Putumayo.
Estos hechos llevaron a reforzar la afinidad ideológica de Vargas y “El Mexicano”, quien poco tiempo antes había entrado en una guerra contra las FARC, y de paso, contra toda la izquierda en Colombia, cometiendo atentados permanentes y desarrollando poderosos grupos antiguerrilleros en diferentes lugares del país. De hecho, es bien sabido que, en varias de las ganaderías que estableció en toda Colombia, “El Viejo” creó grupos de sicarios al servicio del Cartel de Medellín, aunque no es del todo claro si fueron utilizados para reforzar la guerra que libraba Pablo Escobar contra el Estado colombiano o la de Rodríguez Gacha contra todo lo que le oliera a comunismo.
Posteriormente, cuando Gonzalo Rodríguez Gacha “El Mexicano” fue abatido por la Policía, Leonidas Vargas heredó muchos de los negocios de su socio, aunque nunca su poder militar. De hecho, Vargas se ocultó de las autoridades colombianas y logró pasar desapercibido en varias de las guerras que Pablo Escobar libró contra el Estado colombiano y otros peligrosos enemigos. Juan Pablo, el hijo mayor de Escobar, se refugió en un lujoso apartamento de Vargas en el sector de El Poblado en Medellín para protegerse de los enemigos del capo.
No obstante su intento por pasar desapercibido, el 6 de enero de 1993 Vargas fue capturado por agentes de la Dijín en un casino de Cartagena, luego de un sigiloso operativo. Reconoció ser el jefe del Cartel del Caquetá, lo que lo llevó a ser condenado, el 14 de noviembre de 1995, a 26 años de prisión. Si bien varios de los viejos socios de Vargas fueron capturados o muertos, este continuó al frente de muchas de sus actividades, librando numerosos enfrentamientos que con el tiempo saldrían a la luz pública. Desde la cárcel La Picota de Bogotá, por ejemplo, enfrentó, junto al narco Jairo Correa Alzate, al capo del Cartel del Norte del Valle Iván Urdinola Grajales, quien intentó envenenarlo y posteriormente asesinarlo por medio de una bomba que estalló cerca de la celda del capo del Caquetá. Este hecho motivó el traslado de “El Viejo” a la cárcel de Itagüí.
Vargas acusó al poderoso esmeraldero Víctor Carranza (que en algún momento se había enfrentado a muerte con Rodríguez Gacha) de haber secuestrado, torturado y asesinado en julio de 1990 a su hija Erleny y a su yerno Fernando Ortiz, algo que el denominado “zar de las esmeraldas” negó tajantemente. Nueve años después de los hechos en cuestión, las acusaciones de Vargas condujeron al estallido de una guerra que causó varios muertos y un sinnúmero de atentados a las diferentes propiedades de cada bando, lo cual hizo que el poderoso comandante de las AUC Carlos Castaño Gil optara por mediar en el conflicto, logrando que Vargas y Carranza (y Ángel Gaitán Mahecha “Catalino”, amigo de Carranza, entre otros) se comprometieran a poner fin a las hostilidades, luego de año y medio de lucha sin cuartel.
No obstante lo anterior, los conflictos de Vargas con varios de sus antiguos socios no se terminaron, pues se enfrentó a poderosos delincuentes que intentaban imponer su poder en las cárceles y entró en guerra con el antiguo “rey de la estafa”, el narco asentado en Bogotá, gran financista del cartel, aficionado a la magia negra (pues se dice que no actuaba sin consultar a sus brujos de cabecera) y antiguo socio (y amigo de juventud) de Pablo Escobar y “El Mexicano”, Camilo “El Gago” Zapata, quien cayó abatido por las autoridades colombianas en noviembre de 1993.
Leonidas Vargas “El Viejo” salió de la cárcel de Itagüí el 12 de octubre del 2001 por vencimiento de términos y buena conducta (presentó certificados de estudio y trabajo e incluso grabó un disco de corridos que narraban sus experiencias y en donde cantaba versos como “... la justicia es muy dura en esta administración, la comparten con los gringos pidiendo la extradición, yo le digo al presidente; no se deje convencer, y recuerde que su gente fue la que le dio el poder”{32}), pero en el 2004 se le acusó nuevamente de narcotráfico al incautarse en Honduras una avioneta Cessna bimotor, presuntamente de su propiedad, con 391 kilos de cocaína.
Ante estas revelaciones, Vargas huyó, pero fue capturado en España. El 12 de octubre del 2009, fue asesinado por sicarios al servicio de sectores emergentes del narcotráfico colombiano, que le dispararon al capo en un cuarto de hospital en donde se encontraba luego de haber sufrido algunos problemas cardiovasculares.
Gonzalo Rodríguez Gacha afirmó en una entrevista que “nosotros estamos unidos. Los únicos que no están unidos a nosotros son cuatro de Cali (...) Del resto, todos los carteles están con nosotros”{33}, lo cual deja entrever las ramificaciones que alcanzó el Cartel de Medellín, así como su dominio del narcotráfico en el país. A pesar de la existencia de ruedas sueltas y pequeños exportadores, muchos traficantes de distintas regiones del país surgieron o se alinearon bajo el control de los poderosos capos del cartel. Sin embargo, los volúmenes que manejaban, los ingresos que generaban y el control que ejercían en diversos territorios (económico, armado, político, social y cultural) les daban a estos narcotraficantes, en muchos casos subordinados a la cúpula del cartel, el carácter de grandes capos, que por sus propias características serían dignos de una mención mucho más extensa.
Algunos formaron parte de la élite del narcotráfico antioqueño, otros surgieron de la mano de “El Mexicano”, y otros, con orígenes específicos, fueron llamados cabecillas de otros “carteles” (de la Costa, de Pereira, del Caquetá, de Leticia, del Amazonas, de Bogotá). Varios de estos narcotraficantes fueron integrantes, de una u otra forma, del Cartel de Medellín, pues tributaban y participaban de muchos de los beneficios de la organización, lo cual los llevó a obtener gran poder en sus propias plazas.
Así, mientras que algunos de estos individuos fueron parte de la misma empresa de los capos, otros fueron empresarios independientes que seguían instrucciones precisas, y de vez en cuando tenían libertad de acción pero pagando sus respectivos tributos a la denominada cúpula. De esta forma, varios de estos narcotraficantes participaron, durante muchos años, en el negocio, siendo bastante conocidos en sus áreas de influencia, apareciendo en artículos de prensa y, sobre todo y en gran cantidad de casos, colaborando activamente con el grupo de Los Extraditables. Se trató de narcos muy poderosos en sus propias plazas, que aún son recordados allí como unos verdaderos e influyentes “patrones” y, en muchos casos, sus herederos aún hacen presencia como verdaderos factores de poder.
Hubo importantes narcotraficantes extranjeros que no estuvieron subordinados al Cartel de Medellín pero que trabajaron conjuntamente con los capos colombianos para abrir rutas, establecer contactos con traficantes de otros lugares y fortalecer las formas de distribución. El más conocido de todos fue el hondureño Ramón Matta Ballesteros, uno de los más significativos enlaces que tuvieron los traficantes colombianos para abrir rutas por Honduras, México y España, y quien cumplió un papel similar al que tuvieron Carlos Lehder en las Bahamas y el español Manuel Abajó Abajó (este a un menor nivel) en la Península Ibérica.
Matta Ballesteros se relacionó en México, hacia 1975, con el exportador de marihuana y cocaína Alberto Sicilia Falcon, quien lo conectó con narcos colombianos y peruanos de la familia Paredes. Posteriormente trabajó con el mexicano Miguel Ángel Félix Gallardo y lo presentó a Gonzalo Rodríguez Gacha. Matta, con gran conocimiento de Colombia, donde contaba con distintas propiedades y grandes extensiones de tierra (era dueño de las mejores tierras del alto Sinú) —además de que su mujer era colombiana—, asoció redes y trabajó para los oligopolistas de Medellín y Cali, consolidándose como uno de los narcotraficantes más poderosos del mundo, a tal punto que, después de ser capturado en 1986, escapó de la cárcel Modelo de Bogotá sin mayores inconvenientes, luego de salir por la puerta principal. (Al respecto dijo: “Bueno, las puertas se van abriendo y uno va pasando”{34}).
Después de la fuga de la prisión, Matta Ballesteros continuó negociando con los narcotraficantes del Cartel de Medellín. Sin embargo, el 30 de abril de 1990 fue capturado en Tegucigalpa y llevado (bajo procedimientos bastante irregulares) en un vuelo especial hacia Estados Unidos, en donde fue condenado a 145 años de cárcel.
El caso de Matta Ballesteros permite observar que muchos narcotraficantes de diferentes nacionalidades trabajaron para el Cartel de Medellín, en muchos casos como enlaces y en otros como subordinados de la empresa. La extensa cadena que conformaba —y conforma— el negocio del tráfico de alcaloides hizo que en cada espacio donde pasaba una determinada ruta surgieran o se asociaran narcotraficantes extranjeros de diferente nivel con los poderosos capos de Medellín.
Siempre hubo, desde antes del auge del Cartel de Medellín, traficantes estadounidenses de gran importancia, que contribuyeron al desarrollo de complejas redes de transporte y distribución que se configuraron para la obtención de colosales ganancias en el negocio de la cocaína. De hecho, y como ya había pasado con la marihuana, se sabe de algunos “turistas” estadounidenses e integrantes de los Cuerpos de Paz que compraban cocaína para enviarla a Estados Unidos por medio de “mulas” y azafatas de distintas aerolíneas. Varios de estos estadounidenses, aprovechando sus facilidades de movilidad por el continente, compraban la pasta en el Ecuador y la procesaban en Colombia en “cocinas” donde empacaban el producto y lo exportaban, obteniendo en poco tiempo grandes ganancias, lo cual condujo a que rápidamente los colombianos, aprovechando sus conexiones con rutas internacionales dedicadas al contrabando, pasaran a controlar ese negocio.
No obstante, muchos estadounidenses continuaron participando activamente del tráfico de cocaína y su papel en el negocio fue fundamental para el proceso de consolidación del mismo Cartel de Medellín. Un ejemplo de ello fue el de George Jung, un exitoso traficante de marihuana que, al conocer a Carlos Lehder en una prisión estadounidense, se convirtió en uno de los enlaces más importantes que tuvo el Cartel de Medellín para la distribución de cocaína, abriendo rutas y canales de distribución para los emergentes capos colombianos. Otro narco gringo fue el financista Robert Vesco, un enlace clave que tuvo Lehder para consolidar sus operaciones de narcotráfico y lavado de dólares desde Cayo Norman en las Bahamas.
Otro caso fue el de Adier Barriman “Barry” Seal, conocido en el cartel como “Ellis Mackenzie”, quien, según Pablo Escobar, introdujo más de 10 000 kilos de cocaína a Estados Unidos, y que se convirtió en informante de la DEA (específicamente de la South Florida Task Force, dirigida personalmente por el entonces vicepresidente y exdirector de la CIA George H. W Bush) luego de ser capturado. Como bien se sabe, al descubrirse la labor de Seal como informante de la DEA (y de paso de la CIA y otros traficantes), en donde se preparaba una operación para capturar a Escobar, Ochoa, Lehder y Rodríguez Gacha, varios sicarios del cartel (Luis Carlos Quintero, Bernardo Antonio Vásquez y José Rentería), enviados presuntamente por Fabio Ochoa, Rafael Cardona Salazar, Pablo Escobar y Guillermo Zuluaga “Cuchilla”, y comandados por el famoso Miguel Vélez “Cumbamba”, lo asesinaron el 19 de febrero de 1986 en Batton Rouge, Louisiana.
Otro ejemplo de narco gringo fue Rik Lutyes, quien se convirtió en uno de los más importantes distribuidores del cartel en Estados Unidos (principalmente al servicio de los Ochoa y de Pablo Correa). Por su eficacia recibía mejores pagos que otros transportadores e incluso —según se dijo en alguno de estos testimonios— gozaba de créditos que los capos le otorgaban sin intereses, pues como bien se decía “Colombians loved Rik”.
También se encuentra en esta lista el narcotraficante conocido con el seudónimo de “Max Mermelstein” (cuyo nombre verdadero era presuntamente Keith Goldsworthy), quien, desde 1978 y por intermedio de su esposa colombiana, entró en contacto con el más importante distribuidor de cocaína de los hermanos Ochoa, Rafael Cardona Salazar “Rafico”, y bien pronto trabajó con todo el cartel introduciendo cocaína principalmente a Florida y Los Ángeles, junto a otros transportadores como George Bergin, Michael “Micky” Munday, Jimmy Cooley, Harold Jones, Ed Savage y Rusell Hodges. “Mermelstein” se convirtió en un narco muy importante, pues además de organizar flotas de pilotos, rutas de transporte y redes de distribución, ideó nuevas formas de empacar la cocaína y garantizó novedosos métodos de tráfico del producto.
Otro poderoso narco gringo fue Michael Kalish, quien a comienzos de los años ochenta aprovechó las grandes facilidades que se daban para el tráfico de narcóticos y lavado de dólares por Panamá para transportar marihuana y cocaína colombianas hacia los Estados Unidos. Y no se puede olvidar a Mike Tsalikis, creador de la “Isla de los micos” en Leticia, quien posando como un gran empresario turístico se hizo dueño de una gran porción de territorio en la selva amazónica, de la cual exportaba, sin mayores controles por parte de las autoridades, miles de animales en peligro de extinción. Tsalikis cayó capturado cuando se descubrió que traficaba cocaína dentro de unos postes de madera.
Muchos fueron (y siguen siendo) los estadounidenses que cumplieron labores fundamentales en la introducción de miles de toneladas de cocaína a Estados Unidos, y a pesar de que esos narcos tuvieron a su disposición organizaciones muy poderosas, solamente las estructuras colombianas (o de otras nacionalidades por fuera de Estados Unidos) fueron calificadas —por supuesto por estadounidenses— como poderosos carteles o peligrosas mafias. Igualmente, para referirse a las organizaciones de narcos estadounidenses, los medios de comunicación de Estados Unidos se enfocaron, casi con exclusividad, en algunos expendedores de crack afroamericanos, como Félix Mitchell y Ricky Ross, mientras que las organizaciones extranjeras fueron mostradas como estructuras colosales, tanto en su tamaño como en su peligrosidad.
Sin embargo, no se puede negar que distintas organizaciones delincuenciales estadounidenses han transportado, recibido, distribuido y manejado el negocio de las drogas ilícitas, pues si bien en su momento los carteles colombianos primaron en lo concerniente a la distribución mayorista, es claro que las estructuras delincuenciales estadounidenses controlaron de una forma dispersa —y siguen haciéndolo— la distribución al por menor en su propio país, cuestión que representó los mayores ingresos en el negocio del narcotráfico a nivel mundial, sin contar con las colosales ganancias producto de la venta de cocaína que banqueros estadounidenses han ayudado a lavar en el mercado financiero mundial.
Tampoco sobra recordar que las múltiples acusaciones que se le han hecho a las agencias gubernamentales estadounidenses de constituirse en traficantes de droga se eluden si existen intereses más urgentes e importantes en un momento determinado. Es bien sabido que el Gobierno estadounidense tuvo estrechas relaciones durante la Segunda Guerra Mundial con el mafioso y narcotraficante Charles “Lucky” Luciano, buscando, en un principio, tener un mayor control de los puertos de la costa este que dicho individuo controlaba y, posteriormente, hacerle frente a Benito Mussolini y ayudar a la invasión aliada en Sicilia, Italia, para lo cual Luciano contactó a bandas de mafiosi que se organizaron para actuar como guías y agentes secretos de los ejércitos aliados.
Igualmente, a comienzos de los años sesenta, en plena Guerra Fría, se organizó en el sudeste de Asia, y a instancias de la CIA, una intrincada red que, al mando del general Ngo Dinh Diem, transportaba por medio de aviones (llamados popularmente Air Opium) diferentes armas para los grupos que luchaban contra las guerrillas comunistas en Laos y Camboya, y de regreso llevaba opio para financiar las guerras en ese territorio. Tiempo después el sucesor de Diem, el líder budista Nguyen Van Thieu, se involucró también en el negocio, haciendo tratos con traficantes de Hong Kong y transformando el producto en heroína de alta pureza. No obstante esta situación, los funcionarios estadounidenses no persiguieron dicha actividad, pues de acuerdo con su punto de vista, era inconveniente enfrentar a quienes ayudaran en la cruzada anticomunista.
En ese contexto, se recuerda que varios soldados estadounidenses se volvieron adictos a la heroína y llegaron incluso a atacar a la población civil bajo el efecto de esa sustancia. A su vez, algunos integrantes de los organismos secretos estadounidenses establecieron fuertes vínculos con narcotraficantes locales, vendiendo heroína en grandes cantidades y exportándola a Estados Unidos, lo cual se descubrió luego de que bolsas y ataúdes en los que eran repatriados los cadáveres de los soldados estadounidenses fueran encontrados con heroína. Tiempo después se supo que este negocio era manejado, entre otros, por el gangster y rey de la mafia negra de Harlem, Frank Lucas{35}. Luego de la penosa salida de los estadounidenses de Vietnam, el mercado del opio, el hachís y la heroína quedó completamente fortalecido en el sudeste asiático, con poderosas mafias que llegaron a controlar varios Gobiernos, con sólidas rutas de distribución hacia Estados Unidos, cuestión sobre la cual la CIA tiene una alta cuota de responsabilidad.
Asimismo, existen casos comprobados en los que funcionarios de la CIA y miembros activos del Ejército estadounidense permitieron el tráfico de cocaína a espaldas del Congreso, como sucedió con la operación Irán-Contras en la cual se le facilitó al Cartel de Medellín la introducción de varias toneladas de droga a Estados Unidos buscando obtener dinero para los contras nicaragüenses. Y cabe mencionar que, a pesar del escándalo que esta operación causó, se terminó por perdonar —años después— a la mayoría de los implicados.
De igual forma, hubo casos de grupos de cubanos anticastristas que financiaron sus diversas actividades por medio de la distribución de cocaína, lo cual fue visto con “ojos ciegos” por sectores del Gobierno estadounidense, pues estos, queriendo apoyar al anticastrismo en plena Guerra Fría, se mostraron en ocasiones complacientes con ciertas redes de cubanos dedicadas al narcotráfico. Por otro lado, algunas autoridades estadounidenses pretendieron acusar al Gobierno de Fidel Castro de introducir droga a Estados Unidos, afirmando que este buscaba “obtener dólares estadounidenses y (...) minar la moralidad en ese país”{36}.
Tampoco hay que olvidar la extraña relación que mantuvo el general Manuel Antonio Noriega con la CIA en Panamá, pues a pesar de que desde comienzos de los años ochenta se sabía de los vínculos del panameño con el narcotráfico, el Gobierno estadounidense, en cabeza del exdirector de la CIA George H. W Bush, ignoró por varios años esa situación hasta que finalmente optó por capturar, extraditar y encarcelar a Noriega, luego de la ilegal y sangrienta invasión estadounidense a ese país en 1989.
Por otro lado, se ha dicho que la DEA ha sido una organización que, en algunas ocasiones, ha participado activamente del tráfico de drogas, llegando presuntamente a establecer entregas vigiladas del producto, a liberar capos capturados a cambio de información y a mantener estrechos vínculos con varios de los eslabones del proceso, ganando grandes cantidades de dinero pero imponiendo a los Gobiernos, en cuyo territorio se trafica, sus políticas coercitivas. Un ejemplo de lo anterior fue el misterioso asesinato del jefe de la DEA en Bogotá, el cubano nacionalizado estadounidense Octavio González, quien fue asesinado el 15 de diciembre de 1976 en el edificio de la misma agencia por el informante de la DEA y excombatiente de Vietnam Thomas Charles Cole, luego de que la red de seguridad del funcionario lo dejara ingresar a la oficina de González sin mayores cuestionamientos. Luego Cole fue asesinado misteriosamente y nadie hizo mayores preguntas al respecto.
Si bien aquí no se puede sustentar esta afirmación (ni se pretende hacerlo), es bien sabido que una gran cantidad de agentes de la DEA han resultado involucrados en el tráfico de drogas, a pesar de que se ha afirmado que son solamente “manzanas podridas” dentro de una gigantesca agencia gubernamental. Del mismo modo, hay quienes han llegado a afirmar que la DEA es la organización de tráfico de drogas más grande y poderosa del mundo, lo cual para muchos es un absurdo, pero para otros es una aseveración que si bien no se pude comprobar, está bastante cercana a la realidad.
Así, en varias ocasiones ha sido claro que si hay un objetivo más importante de por medio (como la lucha contra el comunismo, los fascismos de Europa o el denominado terrorismo), algunas agencias estadounidenses se han involucrado con el narcotráfico y han apoyado acciones como 'los golpes de Estado en países del Tercer Mundo, los asesinatos de presidentes, la dotación de grupos rebeldes, el tráfico de heroína para financiar guerras, el secuestro, la tortura y la violación de toda clase de derechos civiles” {37}, lo cual les ha permitido cumplir, sin mayores inconvenientes, la máxima de que “el fin justifica los medios”.
Si bien el negocio del narcotráfico fue manejado principalmente por hombres, de vez en cuando surgieron mujeres que controlaron férreamente algunas organizaciones involucradas en este tipo de actividades, varias de las cuales estuvieron fuertemente inclinadas al ejercicio de la violencia. Esto llevó a que en diferentes medios de comunicación se le empezara a denominar a estas mujeres “reinas de la cocaína”, y a pesar de que en muchos casos esa fue una apreciación bastante exagerada, acorde con el sensacionalismo de ciertos espacios periodísticos, en otros sí pudo ser una expresión muy cercana a la imagen que se tenía de ellas dentro las organizaciones delincuenciales, destacándose los nombres de Leonela Arias, Martha Libia Cardona, Martha Upegui de Uribe y principalmente de Griselda Blanco y Verónica Rivera de Vargas.
La leyenda de Griselda Blanco se fue forjando en los bajos fondos paisas donde comenzó como prostituta y carterista. Nacida en Cartagena el 15 de febrero de 1943 pero radicada en Medellín desde los tres años, muy joven se casó con Carlos Trujillo, delincuente callejero y falsificador de documentos de inmigración que enviaba personas a Estados Unidos con documentos falsos, con quien tuvo tres hijos, y a quien, dice la leyenda, mandó a asesinar por problemas de negocios de droga (aunque parece que Trujillo realmente murió por una hepatitis en 1970).
Posteriormente se casó con el delincuente y pistolero Alberto Bravo, con quien realizó algunas operaciones de tráfico de cocaína, convirtiendo a su organización en una de las más grandes y poderosas redes del mundo del narcotráfico al lavar dólares para los pioneros del negocio Jaime Cardona Vargas y Alfredo Gómez López “El Padrino”. Blanco fue entonces parte de la primera generación de grandes narcotraficantes de Antioquia y recibió de ellos gran respeto y reconocimiento. Los capos (y sus lugartenientes, los futuros dueños del negocio) iban permanentemente a visitarla al barrio Antioquia, donde Blanco controlaba a personas vinculadas a las actividades del hampa paisa (carteristas, prostitutas, ladrones de bancos y tahúres).
A comienzos de los años setenta, Blanco y su esposo decidieron viajar a Estados Unidos para manejar directamente sus negocios. Por medio de una amplia red de distribución de cocaína en el distrito neoyorquino de Queens, conquistó a toda la Gran Manzana, aprovechando sus contactos directos con fabricantes del producto en Colombia, lo que la llevó a imponerse en poco tiempo a los traficantes tradicionales, quienes habían estado muy ligados a las cinco familias de la mafia italoamericana. Sus métodos de transporte, que empezaron con “mulas” que llevaban la cocaína en su equipaje, pasaron velozmente a la utilización de otros medios como barcos (incluso se dice que, como lo hicieron otros narcos, envió varios kilos por medio del Buque Escuela Gloria) y avionetas, lo cual le reportó grandes ganancias y excelentes conexiones dentro del negocio, en el cual empezó a ser conocida como “La Madrina”.
Sin embargo, su rápido éxito, su exagerada ostentación y su famosa clientela (estrellas de cine, deportistas y famosos músicos) llevaron a que la DEA emprendiera, en abril de 1975, la famosa Operación Banshee, gracias a la cual se le acusó de la introducción de cientos de toneladas de cocaína a Estados Unidos. Blanco, al verse acorralada, huyó a Colombia en donde, por cierto, se vio inmiscuida en una sangrienta confrontación en contra de otras redes narcotraficantes (entre quienes se encontraba Jorge González “El Mico”) asesinando a varios narcotraficantes pero sufriendo la muerte en Bogotá de su propio esposo Alberto Bravo, quien fue ejecutado por un grupo que utilizó uniformes de la Policía. Sin embargo, algunos dijeron (y así lo sostiene el documental Cocaine Cowboys) que Bravo fue asesinado por la misma Griselda en una reunión en un parqueadero en Bogotá, luego de algunos desacuerdos que los dos esposos habían tenido en sus negocios, pues gran parte del dinero ganado con las drogas se había esfumado en pésimas inversiones.
Al poco tiempo, y ante la implacable persecución de los capos emergentes, Blanco decidió regresar a Estados Unidos y radicarse en el sur de la Florida, en donde rápidamente derrotó, con altas dosis de violencia, a otras redes colombianas de distribuidores, convirtiéndose en uno de los más importantes enlaces del naciente Cartel de Medellín en Estados Unidos (sobre todo de redes al servicio de Jorge Luis Ochoa y Rafael Cardona Salazar), en una época en que Miami se convirtió en el escenario de diferentes guerras entre distintas organizaciones criminales ligadas al tráfico de cocaína.
Muy pronto la influencia de la organización de Blanco abarcó gran parte de las ciudades estadounidenses, con una estructura que funcionaba como una especie de “hermandad” de bandas independientes que compartían los riesgos y recursos bajo su control. Sin embargo, en distintas ocasiones, varios de los grupos ligados a Blanco se declararon la guerra, lo cual hizo que las calles de Miami se convirtieran en el epicentro de sangrientas confrontaciones (contexto que fue retratado en películas como Scarface y series de televisión como Miami Vice), siendo famosas las dos guerras de la cocaína en Estados Unidos, la primera en 1975 y la segunda en 1978, en donde “La Madrina” salió victoriosa.
Esta mujer fue responsable de varias de las matanzas y asesinatos ocurridos en la Florida desde 1975 hasta 1982, y se le llegan a atribuir más de 200 muertos, como resultado de la caída de varios cargamentos o de deudas sin pagar. Un ejemplo fue la masacre de Dadeland en donde Blanco, al mejor estilo de Al Capone en la llamada “masacre de San Valentín”, mandó a ejecutar a varios de sus enemigos (entre los cuales estaba el traficante colombiano Germán Jiménez Panesso) en un centro comercial por medio de sus pistoleros Miguel “Paco” Sepúlveda y Miguel Vélez “Cumbamba”.
Su organización, de la cual formaban parte varios de sus hijos, se servía de violentos pistoleros colombianos (destacándose, entre otros, el famoso Jorge “Riii” o “Riverito” Ayala, Miguel Pére%j Miguel Vélez “Cumbamba”) y de algunos delincuentes cubanos que llegaron a Estados Unidos luego del éxodo de Mariel en Cuba, los cuales no tenían ningún reparo en cumplir cualquier orden que “La Madrina” profiriera. Cabe anotar que estos peligrosos pistoleros no solo cometían asesinatos para Griselda, sino que también eran encargados por esta para realizar sus diligencias personales, con lo cual garantizaba un férreo control en toda su estructura delincuencial.
La crueldad con la cual ejercía sus acciones la llevó a ser temida por socios y competidores, a tal punto que el distribuidor del cartel “Max Mermelstein” dijo que Blanco era “la persona más malvada que [había] conocido en [su] vida”{38}. “Mermelstein” también afirmó que sin Blanco no habría habido guerras de la cocaína, lo cual no deja de ser más que una exageración, pues la red de “La Madrina” no fue la única organización que intentó colonizar y controlar violentamente la distribución de droga en Estados Unidos.
Posteriormente, Blanco, quien se volvió también adicta al consumo de base de coca, se casó con el narco Darío Sepúlveda, con quien tuvo un hijo a quien bautizó Michael Corleone Sepúlveda Blanco, dejando clara la fascinación de su círculo social por el mundo de la mafia y sus representaciones cinematográficas. Poco tiempo después, Sepúlveda fue muerto en Colombia por la Policía, en momentos en que peleaba con Griselda la custodia de su hijo, y no faltó quien la señalara igualmente de haber orquestado esa muerte. Varios de esos hechos acrecentaron la leyenda sobre su vida, haciéndose además famosa la idea de que la muerte violenta de sus esposos y amantes fue producto de sus órdenes directas, de ahí que también fuera conocida como “La Viuda Negra”.
En el marco de todas las guerras en las que estuvo involucrada, Griselda Blanco resultó también enfrentada a antiguos pistoleros de Alberto Bravo (como su sobrino Jaime), a sicarios de Darío Sepúlveda (como Miguel Vélez “Cumbamba”, quien había trabajado para ella), a herederos del narcotraficante y jefe de pistoleros Jesús “Chucho” Castro (un examante de Griselda a quien ella misma asesinó) y finalmente al distribuidor de los hermanos Ochoa, Rafael Cardona Salazar “Rafico”, quien había resultado enemistado con Blanco por aspectos como la muerte de Sepúlveda, las deudas que “La Madrina” no le había pagado y, finalmente, el asesinato de Marta Ochoa Saldarriaga, prima de los Ochoa y amante ocasional de Cardona Salazar, a quien “La Madrina” debía 1 800 000 dólares.
Es claro que la excesiva violencia de la que Blanco hizo gala, sus confrontaciones con diferentes grupos de distribución de cocaína, sus peleas con poderosos pistoleros (como los sanguinarios Jaime Bravo y Miguel Vélez “Cumbamba”) y, finalmente, su enfrentamiento con Rafael Cardona Salazar y los hermanos Ochoa (y por ende con Pablo Escobar), hicieron que su organización se derrumbara. Fue capturada por la DEA en el suburbio de Irvine, California, a donde había huido a comienzos de 1985. Cabe mencionar que, luego de la captura de “La Madrina”, muchas de esas redes independientes empezaron a trabajar directamente para el Cartel de Medellín, el cual de esta forma garantizó mayor seguridad y control sobre todas sus operaciones de distribución de cocaína en Estados Unidos.
Griselda Blanco, quien es frecuentemente comparada con Kate “Ma” Barker (una gángster de la época de la Gran Depresión en Estados Unidos), es recordada como un personaje legendario dentro del mundo del narcotráfico, pues dicen que a pesar de su imagen como una mujer despiadada, de la misma forma podía convertirse en un personaje encantador, capaz de engañar a cualquiera para convertirlo en su compinche de tal manera que “hubiera podido convencer al Papa de ser su amigo”{39}. Esto se corrobora con los testimonios que afirman que, en muchas ocasiones, luego de ordenar el asesinato de varios de sus socios o competidores, Blanco asistía al sepelio como la más dolida de los mortales.
Su leyenda fue tan grande que, según se dice, una escultura en bronce de su imagen que había mandado a fundir en sus tiempos de gloria y que tenía en una de sus mansiones en Miami se volvió un objeto de peregrinación, pues los otros narcos la tocaban para tener buena suerte en los negocios.
Por otro lado, Blanco cuenta con gran reconocimiento en Estados Unidos, sobre todo por el documental Cocaine Cowboys, de Billy Corben y Alfred Spellman, y por su continuación Cocaine Cowboys — Hustlin’ With the Godmother, en donde se cuenta parte de su historia en América del Norte. En ese documental se afirma que incluso (aunque esto parece ser una gran exageración con miras a acrecentar su leyenda), luego de que su pistolero Jorge “Rivi” Ayala anunciara testificar en su contra, Blanco decidió secuestrar, para presionar a las autoridades estadounidenses, a John John, hijo del asesinado presidente estadounidense John F. Kennedy, lo cual supuestamente se frustró porque una patrulla de la Policía pasó justo al lado de los secuestradores en el momento en que iban a efectuar la operación. En dicho documental se afirma también que Blanco apeló a la violencia desde la cárcel luego del asesinato de su hijo Oswaldo en la ciudad de Medellín (quien llegó a la ciudad y empezó a extorsionar al capo Jorge Luis Ochoa por lo que fue asesinado en la discoteca Baviera por sicarios de Pablo Escobar), buscando vengar a los autores de ese crimen.
Griselda Blanco, la famosa “Madrina” de la mafia colombiana cumplió su condena y fue deportada a Colombia en el 2004.
Verónica Rivera de Vargas formó parte de las organizaciones de traficantes de drogas que se desarrollaron en Bogotá y sus alrededores durante los años setenta, y que, en un principio de la mano de José Ignacio Aguirre Ardila “El Coronel”, mantuvieron fuertes vínculos con negociantes de esmeraldas y contrabandistas asentados en los famosos “sanandresitos”. De hecho, “La Reina de la Coca”, como se le reconocía abiertamente, empezó trabajando, junto a sus hermanos, en un puesto de venta de electrodomésticos, donde se le recordaba como una “mujer de armas tomar” y desarrolló excelentes relaciones con las personas de ese entorno semilegal. En este contexto, las evidentes conexiones entre el contrabando y el tráfico de drogas fueron el camino ideal para que Rivera incursionara en el narcotráfico, consiguiera rápidamente un gran poder y consolidara a su organización como una de las más fuertes del centro del país. Cabe anotar que a pesar de pasarse a la actividad del narcotráfico, “La Reina de la Coca” nunca perdió sus contactos en los “sanandresitos”, los cuales utilizó posteriormente para el lavado de activos.
Rivera fue propietaria de varios laboratorios de procesamiento de cocaína en varias partes del país y su influencia alcanzó el sur y el oriente de Colombia, pues en lugares como Leticia tuvo fuertes vínculos con los hermanos Camilo y Wilson Rivera, quienes eran aparentemente familiares suyos. Asimismo, “La Reina de la Coca” contó con gran poder en los Llanos Orientales al ser dueña de pistas de aterrizaje, aviones, bodegas de cocaína, lujosos carros y modernos galpones.
La empresa de Rivera, como generalmente pasa con las organizaciones de narcotraficantes, estuvo manejada por varios de sus familiares cercanos, como su hermana Esther, su primer esposo Julio César Vargas Torres, y posteriormente su segundo esposo José Antonio Gutiérrez Baquero. Sin embargo, la dirección de la organización siempre fue ejercida por ella misma, quien, con excelentes contactos con sectores de las Fuerzas Militares y relaciones con contrabandistas y esmeralderos, pudo encumbrarse en el escenario del posteriormente llamado Cartel de Bogotá. De hecho, hay testimonios que afirman que Gonzalo Rodríguez Gacha “El Mexicano”, se inició en el negocio de la cocaína gracias a “La Reina de la Coca”, quien ya había establecido contactos con poderosos narcos de otras regiones como el mismo Pablo Escobar Gaviria, de quien fue una buena amiga.
Rivera se vio envuelta en varias disputas, muchas de las cuales se saldaron violentamente. Este fue el caso de la denominada “guerra del 78”, en la cual, por desacuerdos en el reparto de beneficios en un cargamento de cocaína, fueron asesinados varios traficantes de distinto nivel en Bogotá y sus alrededores, varios de los cuales, según el periodista Fabio Castillo, fueron ejecutados por el esposo de Verónica, Julio César Vargas Torres, quien finalmente también cayó asesinado.
Pero estos hechos de violencia, además de la gran ostentación de la que hacía gala, pues “La Reina de la Coca” se movilizaba en lujosos carros acompañada de numerosos guardaespaldas armados (casi siempre oriundos de los Llanos Orientales), la hicieron muy visible a las autoridades nacionales, por lo que fue capturada en 1983, aunque fue liberada poco tiempo después.
A pesar del poder que indudablemente tenía en el mundo del narcotráfico, Verónica Rivera fue asesinada en 1989 en el marco de las guerras que “El Mexicano” —su antiguo pupilo— libraba en contra de varios sectores, aparentemente por la cercanía que ella tenía con los esmeralderos Víctor Carranza y Gilberto Molina.