Capítulo 1

 

 

 

 

Las Vegas, 11 de junio de 2000

 

Un divertido grupo de jóvenes amigos, todos españoles, entraron en el hall del impresionante hotel Caesars Palace de Las Vegas. Sus caras al ver la majestuosidad de todo cuanto los rodeaba hablaban por sí solas.

—Uoo, tío, ¡esto es la leche! —gritó Raúl, más conocido como el Pirulas, el más alocado del grupo.

Todos asintieron boquiabiertos. La recepción de aquel lugar era alucinante. El mármol color marfil y las esculturas romanas eran tan increíbles que parecían estar en la Antigua Roma. Emilio, Raúl, Carlos y Juan, que habían viajado desde Madrid para celebrar la despedida de soltero más sonada de todos los tiempos, sonrieron divertidos. Habían planeado minuciosamente aquel viaje y allí estaban, dispuestos a disfrutarlo.

Carlos se casaba el 1 de julio y sus colegas de toda la vida habían decidido darle aquella sorpresa. ¡Las Vegas! Un lugar del que habían hablado mucho durante su adolescencia y al que habían prometido ir juntos alguna vez. La ocasión se presentó, y allí estaban.

—Tío..., tío, ¿has visto a ésa? Por favor, ¡qué pechugas! —soltó Emilio, conocido en su pueblo como el Rúcula.

Sin perder un segundo, todos miraron en dirección a una muchacha impresionante. Era una rubia escultural que iba vestida de Cleopatra. Ésta, al pasar junto a ellos, les guiñó un ojo y se marchó con dos tipos que la esperaban ataviados de romanos.

El futuro marido y Juan, los más sensatos, al ver a aquella mujer alejarse, sonrieron mientras los otros dos silbaban como descosidos.

—Recuerda lo que hablamos —murmuró Carlos a Juan—. No me dejes hacer ninguna tontería, que, como se entere mi churri, cuando llegue a Sigüenza, ¡me mata!

Juan sonrió y fue a contestar a su mejor amigo cuando el Pirulas, que también lo había oído, dijo colgándose de su cuello:

—Aprovecha tus últimos días de solteroooooooo y no me seas aburrido. Tío, que estamos en LAS VEGASSSSSSSSS. Nos rodean nenas preciosas y sexis, y hemos prometido que lo que pase aquí, aquí se quedará.

El Pirulas era el típico amigo divertido pero problemático. En un principio pensaron viajar sin él, pero, por su amistad desde niños y por el cariño que le tenían, al final había conseguido que no lo dejaran de lado. Sin embargo, todos sabían que había que andarse con cuidado. A Raúl le gustaba demasiado la juerga, la bebida y las drogas, y era un especialista en liarla en cualquier momento.

—¡Joder! —gritó el Rúcula—. ¿Habéis visto qué culo tiene ese pibonazo?

Juan sonrió. Sus amigos eran un caso aparte, pero los quería. Nada tenían que ver con él, ni con su manera de ser, pero para él eran los mejores del mundo, aunque también fueran los más escandalosos del universo. Por ello, y consciente de que los cinco días que iban a estar allí iban a ser gloriosos, cogió su bolsa de deporte y dijo antes de que alguno comenzara a gritar burradas:

—Venga, vamos a buscar la llave de nuestra habitación para dejar el equipaje.

El Pirulas, cogiendo su mochila, lo siguió e indicó:

—Ostras, tío. Tu amiguita de la agencia de viajes nos ha buscado un hotelazo tremendo. Recuérdame que le lleve un suvenir de agradecimiento.

—Pilar es muy maja —asintió Juan divertido.

—Y está muy buena —apostilló el Rúcula—. ¿Sales con ella?

—¡Ja! Ya quisiera ella —se mofó Carlos, que conocía a fondo la vida de su amigo.

—¿No estás liado con el monumento de la agencia? ¡Pero si está tremenda! —exclamó el Pirulas sacando una botellita de whisky que había comprado al taxista.

—No..., no estoy liado con ella —respondió Juan dejando sobre el mostrador su pasaporte—. Estoy liado con las pruebas para entrar en la Policía Nacional. ¿Lo recuerdas?

—Sinceramente, creo que te falta un tornillo —se mofó el Rúcula—. Y no lo digo porque quieras ser policía, sino por no estar enrollado con ese pibonazo.

Tras soltar una carcajada, Juan miró a sus amigos y exclamó:

—¿Queréis dejar de marujear y sacar vuestros pasaportes?

Si la entrada del hotel, el hall y la recepción les pareció alucinante, cuando llegaron a su habitación, se asomaron al balcón y vieron las enormes piscinas, fue el no va más. Aquella tarde la dedicaron a jugar en las máquinas del hotel, y cuando se enteraron de que en la sala de espectáculos actuaba la cantante Gloria Estefan, no lo pensaron dos veces y fueron allí a cenar.

La actuación fue impresionante. Gloria estuvo magnífica, y ellos se divirtieron a rabiar, y más cuando descubrieron en la mesa de al lado a un grupo de chicas dispuestas a pasarlo tan bien como ellos.

Como era de esperar, el Pirulas, que iba más bebido que ninguno, se levantó y se dirigió a la mesa de ellas. Dos segundos después, regresó con las cuatro.

—Colegas, os presento a Crista, Mariana, Noelia y Sheila. ¡Son universitarias californianas!

—¡Uoooo! —exclamaron sus colegas al oír su efusión.

Las muchachas los saludaron y, pocos segundos después, estaban sentadas con ellos. Una vez acabó el espectáculo de Gloria Estefan, unos músicos comenzaron a tocar y, al poco, las chicas los invitaron a bailar. Raúl y Emilio aceptaron. Carlos y Juan se limitaron a ver bailar a sus dos amigos con las cuatro muchachas, que parecían muy animadas.

—Creo que voy a recordar este viaje toda mi vida —sonrió Juan al ver a Raúl con una peluca a lo Elvis Presley bailando con las chicas.

Sin embargo, su mirada se detenía una y otra vez en la rubita llamada Noelia. Sus ojillos llenos de vida y esa sonrisa descarada lo atraían... y mucho.

Carlos, que conocía bien a su amigo, al ver cómo aquél miraba a la joven, se acercó a él y le susurró:

—¿Es sólo cosa mía o la del vestido rojo te gusta?

Juan sonrió. Bebió de su cerveza y, por su gesto, su amigo lo entendió.

—La verdad es que tiene unos ojazos azules impresionantes — asintió Carlos.

Una hora después, los ocho salieron del Caesars Palace dispuestos a vivir la noche de Las Vegas. Primero pasaron por uno de los cientos de casinos, donde tomaron unas copas y jugaron unas partidas al blackjack. Allí, de nuevo, Juan volvió a fijarse en Noelia y comprobó cómo controlaba y ganaba en aquel juego. Con las ganancias, se dirigieron a una sala de fiestas donde un grupo de salsa tocaba mientras la gente bailaba. En esta ocasión, y con unas copillas encima, todos saltaron a la pista, incluido Juan, quien demostró ser un magnífico bailarín, y a quien se le resecó la boca en exceso cuando la chica de los impresionantes ojos azules se le acercó y se contoneó bailando delante de él mientras lo cogía de la mano. La siguió como pudo y comprobó lo fácil que era bailar con ella. Media hora después, sudorosos y sedientos, los dos se dirigieron a la barra para pedir unas copas.

—Noelia, tu acento no es tan marcado como el de tus amigas, ¿por qué? —preguntó Juan.

—Mi padre es norteamericano, pero mi madre es puertorriqueña —cuchicheó ella—. Físicamente he salido a la familia de mi padre.

Juan sonrió y volvió a preguntar:

—¿Dónde vives?

—En Los Ángeles y, por cierto, mi abuela, la madre de mi madre, es española.

—¿Española? ¿De dónde? —dijo él sorprendido.

—De Asturias. Un lugar que lleva clavadito en el corazón. Siempre me habla de aquella tierra como algo maravilloso y difícil de olvidar.

—Y ¿cómo terminó una asturiana en Puerto Rico?

Retirándose con coquetería el pelo de la cara, mientras llamaba al camarero para pedirle otras dos copas, la joven murmuró:

—El amor. Conoció a mi abuelo, se enamoraron y, cuando éste tuvo que regresar a su país, se casaron y mi abuela se marchó con él.

—Y ¿tu abuela ha vuelto alguna vez a Asturias?

—Sí..., sí. Ella ha viajado algunas veces allá, y yo espero acompañarla algún día. Aunque ahora, con los estudios y tal, lo tengo difícil —respondió Noelia clavándole sus azulados ojos.

—Sé que te estoy acribillando a preguntas, pero ¿qué estudias?

La joven, tras ver que el camarero preparaba sus bebidas, miró a Juan y respondió con seguridad:

—Publicidad. Me gusta mucho ese mundillo. —Y, dando un giro a la conversación, preguntó—: Y ¿tú de qué lugar de España eres?

—Vivo en Madrid. Pero mi familia es de un pueblecito de Guadalajara llamado Sigüenza, donde, por cierto, hay un maravilloso castillo que es una auténtica preciosidad.

—¿Un castillo? Adoro los castillos —sonrió ella encantada—. En uno de los viajes que tengo planeado hacer a Europa quiero conocer muchos de ellos.

—España está lleno.

—Lo sé. Mi abuela siempre me habla de España, de sus castillos y de su historia.

El gesto aniñado de Noelia, sus ojazos azules y sus bonitos labios enamoraban a Juan, y pasándole la mano por el fino óvalo de su cara, le susurró:

—Si alguna vez vienes a España, yo mismo te los enseñaré, ¿de acuerdo, canija?

—¡¿Canija?! —rio la joven con las pulsaciones a mil—. Así me llama mi abuela.

Ambos rieron y se miraron a los ojos deseosos de intimidad. Sin embargo, los dos sabían que sería una locura. Por ello, para romper ese momento mágico, Noelia preguntó:

—¿Estudias o trabajas?

Juan sonrió. Ahora era ella la que preguntaba.

—Me estoy preparando para ser policía en mi país. Bueno, en realidad, Carlos y yo nos estamos preparando para ser policías.

Sorprendida por su contestación, ella asintió y, sin darle tiempo, volvió a preguntar:

—Y ¿qué hacen unos futuros policías españoles en Las Vegas?

Juan se acercó un poco más a ella y, decidido a dejar de imaginar para pasar a la acción, le respondió con voz ronca:

—Divertirse. ¿Y vosotras?

Noelia, al sentir su cercanía, olvidó sus precauciones y, acercando sus labios a los de él, susurró cautivada:

—Divertirnos.

Juan dejó su cerveza sobre la barra y se aproximó más a la muchacha para tomar con avidez aquellos labios tentadores. Ella era dulce, suave, y olía a sensualidad, una sensualidad que a Juan lo volvió loco. Tras ese cálido beso llegaron muchos otros, regados con alcohol y diversión. La noche enloqueció, llena de colores, música, risas, bebida y descontrol. Por primera vez en su vida, Juan, el muchacho que siempre mesuraba sus actos, bebió tanto que llegó un momento en que perdió la razón y la noción del tiempo.