Capítulo 1

Planes y proyectos

Una verdad incontrovertible es que, en tiempo de guerra, el ingenio de los hombres alcanza sus cotas más altas. Con el estímulo de derrotar al enemigo, la imaginación se pone en marcha y logra pergeñar los planes más arriesgados o inverosímiles.

Durante la Segunda Guerra Mundial, proyectos de este tipo abundaron en ambos bandos.

Para las autoridades militares, ningún plan era lo suficientemente descabellado como para desecharlo de entrada. Alguno de ellos llegaría a ponerse en práctica, pero la mayoría quedarían varados en la fase de estudio. Lo que sí tendrían en común sería el secreto que les rodeó, no sólo durante la contienda, sino —lo más difícil de entender— mucho después de que ésta acabase.

La astrología, un arma contra Hitler

Según unos documentos secretos desclasificados por los Archivos Nacionales del Reino Unido en marzo de 2008, el espionaje británico llegó a recurrir a la astrología para adivinar los planes militares de Adolf Hitler. Concretamente, los británicos recurrieron a un astrólogo berlinés, que decía proceder de una familia aristrocrática alemana, aficionado a los cigarros habanos y a disfrazarse de mujer, y con fama de charlatán. Su nombre era Louis de Wohl, pero según los documentos sacados a la luz su verdadero nombre era Lajos Mucsinyi Wohl.

Nacido en Berlín de padre húngaro y madre austríaca el 24 de enero de 1903, De Wohl vivió en Alemania hasta 1935. Como tenía antepasados judíos y era enemigo del nacionalsocialismo, la llegada de Hitler al poder le impulsó a iniciar una nueva vida en Inglaterra. De Wohl tenía un alto concepto de sí mismo, puesto que se decía descendiente del poeta alemán Heine, ostentaba el título de Caballero del Santo Sepulcro y no dudaba en presentarse como el «Nostradamus moderno». Podía mantener un alto nivel de vida gracias a que se dedicaba a confeccionar los horóscopos de la alta sociedad londinense, entre la que tenía mucho éxito.

Al revisar esa documentación por parte de la prensa, se comprobó que el gobierno de Londres fue convencido por De Wohl de sacar partido del hecho de que Hitler, cuyo signo astrológico era Tauro, era muy supersticioso, y que muchas veces actuaba según lo que le decían sus propios astrólogos. Adolf Hitler decía en voz alta que guiarse del consejo de los astros era «una estupidez propia de mentes infantiles», pero en la práctica disponía de los servicios de un astrólogo, Karl Ernst Krafft,1 y hay historiadores que creen que el dictador cronometró el inicio de algunas de sus campañas de manera que los planetas estuvieran convenientemente alineados, aunque la mayoría de expertos cree que la astrología no afectaba sus decisiones.

Pero De Wohl aseguraba entonces que Hitler confiaba mucho en las predicciones de Krafft y sostenía que, más allá de creer o no en lo que decían las estrellas, lo que importaba era tomar en consideración las creencias del Führer. El astrólogo aseguró a los responsables de los servicios de espionaje británicos: «He observado que todas las grandes empresas de Hitler han sido efectuadas bajo buenos auspicios y estoy convencido de que las intuiciones divinas de Hitler no son más que un simple conocimiento de las conjunciones planetarias».

La Dirección de Operaciones Especiales británica (SOE), unidad creada por Churchill durante la guerra para ayudar a la resistencia en los países ocupados y perpetrar actos de sabotaje, fue la encargada de utilizar las supuestas habilidades del astrólogo. Al parecer, los movimientos militares alemanes eran tan desconcertantes que altos funcionarios de la Inteligencia británica decidieron recurrir al húngaro para intentar descifrar lo que las estrellas le recomendaban al Führer, lo que les permitiría conocer los próximos movimientos de los nazis.

El SOE lo reclutó para que trabajara en la sección de propaganda. Se le dio rango de capitán del Ejército británico, lo que al parecer molestó a muchos oficiales, y cuentan que se le veía pasear por las calles de Londres muy orgulloso de llevar su uniforme. Pero esta apuesta por la carta astral como método para vencer a Hitler fue recibida con sorna en los servicios de Inteligencia británicos, que consideraban a los miembros del SOE como adversarios más que como colaboradores. El MI5,2 según los documentos secretos desclasificados, consideró la fe en el astrólogo una «idiotez supina», e intentó minar la imagen del aristócrata como «un hombre afeminado de vanidad desmesurada, un propagandista nato cuya afición a los uniformes nazis sólo es superada por la afición a disfrazarse de travesti».

Los miembros del MI6 se mostraron igualmente horrorizados con la decisión de contratar los servicios del astrólogo húngaro; un comunicado de este organismo, también desclasificado, señalaba: «Uno de nuestros altos funcionarios comenta que no puede creer que alguien quiera emplear a este charlatán peligroso». Otro funcionario subrayaba que ninguna de las predicciones de De Wohl se habían concretado, con excepción de la entrada de Italia en la guerra, que anticipó —según el funcionario— «cuando había quedado clara para todo el mundo con un mínimo conocimiento sobre asuntos internacionales».

Algunos jefes del MI5 advirtieron que De Wohl era un charlatán y algunos militares con los que se reunió señalaron que se trataba de un bufón y un impostor. Pero el astrólogo supo contrarrestar esas opiniones desfavorables gracias a su innegable poder de persuasión, convenciendo a los que quisieran oírle de que Hitler creía firmemente en la astrología, y que no tomaba ninguna decisión sin antes consultar su horóscopo. Entre sus partidarios se encontraba el director de la Inteligencia naval, John Godffrey, al que convenció de la importancia de adivinar, en función del horóscopo, si Hitler estaba eufórico o pesimista al emprender una determinada ofensiva.

El astrólogo logró incluso residir en un departamento del Gobierno británico en Grosvernor House, un lujoso barrio del oeste de Londres, al que bautizó Oficina de Investigación Psicológica. Allí, pese al carácter oficial del departamento, seguía leyendo la carta astral de muchos clientes de las altas esferas londinenses que pagaban por saber lo que les tenían reservado los astros, tal y como había venido haciendo desde que se instaló en Londres. Siempre según los documentos desclasificados en marzo de 2008, entre los clientes del estrafalario astrólogo se contaban varios oficiales británicos.

Los jefes de la Dirección de Operaciones Especiales estaban tan persuadidos de que tenían en los astros un arma importante para derrotar a los nazis que enviaron a De Wohl a Estados Unidos en 1941 para impulsar la entrada del gobierno de Washington en la guerra. Con ese objetivo pronosticó una invasión de Sudamérica por parte del Tercer Reich. Además, intentó convencer a los estadounidenses de que la obsesión de Hitler con la astrología lo volvía vulnerable.

La gira del astrólogo por Estados Unidos resultó todo un éxito, puesto que sus discursos y entrevistas recibieron una amplia cobertura de los medios estadounidenses, lo que ayudó a obtener el apoyo de la ciudadanía estadounidense a la entrada en la guerra. Por ejemplo, el rotativo New York Sun dedicó páginas enteras a las predicciones de De Wohl, destacando la de que «Hitler estaría derrotado antes de un año». Según revelaron los documentos, incluso el Comité de Inteligencia de las Fuerzas Armadas tomó en cuenta las afirmaciones del astrólogo.

Tras la contienda, De Wohl se dedicaría a escribir novelas, con las que alcanzaría cierto éxito. Sus primeras obras fueron historias de suspense o de aventuras, hasta que decidió poner sus cualidades de escritor al servicio de sus convicciones católicas. Escribió en inglés y sus obras disfrutaron de especial acogida en Estados Unidos; en ellas aparecían personajes históricos como Juana de Arco, Juliano el Apóstata, San Francisco de Asís o Atila. Fueron traducidas a doce idiomas y dieron origen a guiones para películas. La novela Fundada sobre roca surgió por un encargo del papa Pío XII, lo mismo que su libro sobre santo Tomás de Aquino, La luz apacible, fruto de la sugerencia que el mismo Papa le hizo durante una audiencia privada en 1948.

Louis de Wohl falleció el 2 de junio de 1961 en la ciudad suiza de Lucerna, extinguiéndose así la vida de uno de los personajes más estrafalarios, a la vez que enigmáticos, de la Segunda Guerra Mundial.

Chocolatinas explosivas

El 5 de septiembre de 2005 fueron desclasificados en Londres unos documentos secretos que revelaban un curioso plan de sabotaje contra Gran Bretaña, llevado a cabo por los servicios secretos alemanes. Según estos archivos de la Inteligencia británica, chocolates, pastillas para la tos, cadáveres de ratas y latas de lentejas rellenas de explosivos formaban parte de este plan ideado por los espías nazis. Del mismo modo, latas de té, pastillas de jabón, huevos, termos e incluso crucifijos fueron rellenados con explosivos para causar el pánico entre la población civil británica.

Según unas fotografías también dadas a conocer en la misma fecha, los nazis habían disimulado bombas de metal dentro de latas de ciruelas y aceite, baterías, plumas, suelas de zapatos e incluso en carbón. Los artefactos fueron interceptados por funcionarios de Inteligencia británicos en diferentes partes del mundo, entre ellas Turquía, pero no hay evidencia de que dichas bombas hubieran llegado a ser utilizadas alguna vez.

Los documentos incluían el dibujo de una barra de chocolate que en realidad era una bomba de metal recubierta de una capa de chocolate auténtico, diseñada para ser activada al cortar un pedazo de la golosina.

Aunque el objetivo de estas bromas de mal gusto era que el terror se extendiese entre los ingleses, expertos como Howard Davis, de los Archivos Nacionales, consideraron que el propósito de este plan era el «sabotaje industrial o militar». El plan nazi estaba destinado a llevar a Gran Bretaña explosivos para ser utilizados contra la industria, el transporte y las comunicaciones.

Sea como fuere, el plan se reveló un total fracaso, debido a la incompetencia de los expertos nazis en sabotaje. Los documentos revelaron que los servicios de inteligencia británicos estaban al tanto de este plan, y que los agentes nazis enviados para distribuir esas trampas fueron todos arrestados, o se entregaron.

Igualmente, otro plan nazi de propaganda, diseñado para causar miedo y confusión mediante noticias y diarios falsos preparados por Berlín para su distribución en Gran Bretaña, se saldaría también con un nuevo fiasco.

Los archivos divulgados ese día incluían una portada falsa del diario londinense Evening Standard, con fecha del 17 de febrero de 1940, con un artículo donde se «revelaban» las extensas y no declaradas pérdidas de la aviación británica, así como un supuesto plan para que la familia real británica abandonara el país. El plan diseñado por los servicios germanos incluía también una descabellada sección culinaria, escrita por un supuesto gastrónomo francés, Boulestin, donde se sugería que los británicos debían empezar a comer ranas para hacer frente a los problemas de escasez de víveres. «Hay millones de ranas de buen tamaño saltando alegremente en las islas británicas, su vitalidad debe ser frenada», afirmaba el estrafalario artículo.

Uno de los carteles que supuestamente estaban preparados para ser colocados por toda Gran Bretaña tras la proyectada invasión era tan burdo que ha hecho pensar a los expertos que podía ser en realidad una parodia escrita por funcionarios británicos. Con el encabezado de Naziministerium des III Deutsches Reiches, el cartel decía:

«A los hombres de Gran Bretaña e Irlanda. Han demostrado ser una raza de abyectos cobardes sin ningún deseo de dejar las faldas de sus madres y esposas para combatirnos. Piojos, alimañas, engendros de prostitutas.»

También se desclasificó otro ejemplar falso del Evening Standard, con un recuadro de publicidad en el que podía leerse: «Tomen laxante francés: le hará correr», en referencia al rápido colapso del Ejército francés ante el avance de los panzer alemanes. Otros panfletos resultaban un poco más sofisticados, como uno, divulgado antes de la guerra, que decía: «Querido lector inglés, puede sorprenderle recibir una carta desde Alemania. Yo soy un amigo del entendimiento germano-británico».

El hecho de que los artefactos no fueran utilizados, así como la baja calidad de la propaganda nazi, es un ejemplo más del fracaso de sus servicios de Inteligencia durante la guerra. El espionaje y los actos de sabotaje de los alemanes fueron totalmente incompetentes, un elemento que se demostraría clave en el desarrollo de la contienda.

Espías nazis en la Casa Blanca

Las misiones llevadas a cabo por los espías alemanes en Estados Unidos se saldaron todas con sendos fracasos. Muchos de los agentes nazis enviados allí fueron detenidos poco después de poner pie en Norteamérica, pero al principio, antes de que el gobierno de Washington declarase la guerra a Japón tras el ataque a Pearl Harbor, los espías alemanes pudieron actuar con una impensable libertad de movimientos. Dos de estos agentes fueron Karl Mueller y Kurt Frederick Ludwig.

Mueller había nacido en una pequeña aldea austríaca, pero había emigrado a Estados Unidos en 1936, obteniendo la ciudadanía norteamericana. En 1941 regresó a Austria, en donde recibió adiestramiento para espiar en su país de adopción.

Ludwig, por su parte, había venido al mundo en Fremont, Ohio, pero pasó su infancia en Alemania. De aspecto diminuto, tuvo éxito como hombre de negocios en Múnich y conoció a algunos dirigentes nazis, como el jefe de las SS, Heinrich Himmler. Poco después de estallar la guerra, Ludwig se ofreció a Himmler para llevar a cabo labores de espionaje, pues tenía nacionalidad norteamericana. Himmler le envió al otro lado del Atlántico con la misión de informar sobre los secretos militares norteamericanos. Dejando a su mujer y a su hijo en Múnich, Ludwig aprendió las técnicas del espionaje antes de zarpar a Nueva York, adonde llegó en marzo de 1940. Allí, en territorio estadounidense, tenía que crear su propia red de espías, y reclutó a Karl Mueller.

Ludwig compró un coche con dinero proporcionado por los servicios secretos alemanes. Junto a Mueller, recorrió las autopistas recopilando información sobre instalaciones militares. En el interior del vehículo llevaban escondida una emisora de onda corta, con la que podían contactar con estaciones de radio emplazadas en Brasil, o a bordo de submarinos situados en el Atlántico. Ludwig llegaría a utilizar más de setenta nombres falsos durante estos viajes.

Cada uno llevaba su cámara fotográfica. Pese a su acento alemán, podían pasear con libertad por las plantas de producción, puertos o aeropuertos. En su álbum de fotos se encontraron posteriormente imágenes de las instalaciones portuarias del lago Erie en Cleveland o de depósitos de gas en el East River de Nueva York, además de barcos anclados en varios puertos o armamento exhibido en desfiles. Incomprensiblemente, en las zonas militares eran los propios guardias los que les ayudaban a tomar las fotografías. Incluso penetraron en la Academia Naval en Annapolis, Maryland, donde tomaron imágenes de los cadetes ejércitándose o desfilando, así como de los distintos edificios del complejo militar.

Ludwig también viajó con una compañera alemana de 17 años, llamada Lucy Boehmler. La muchacha se había prestado a colaborar con él para conseguir información. Por ejemplo, en una autopista de Pennsylvania alcanzó con su vehículo a un convoy de camiones del Ejército; Ludwig se puso en paralelo con los camiones y bajó la velocidad al mínimo para que Lucy pudiera flirtear con los soldados y averiguar así su destino.

En un viaje a Washington, en esta ocasión acompañado de Mueller, Ludwig logró introducirse en la Casa Blanca, aunque fue en una visita turística guiada. Ludwig disfrutó informando a Berlín de su incursión, remitiendo una detallada descripción del interior.

Pero el FBI iba tras la pista de estos espías. En una carretera del medio oeste, Ludwig se dio cuenta de que un automóvil les seguía. Aunque aceleró a 150 kilómetros por hora en un esfuerzo por perderles de vista, no logró escapar a sus perseguidores. Fue capturado y pasó el resto de la guerra en prisión.

Un voluntario para matar a Hitler

El 9 de enero de 2007, el diario británico The Times reveló una información surgida de unos archivos recién desclasificados por el gobierno de Londres. Según esos documentos, el servicio secreto británico MI5 rechazó la propuesta de un espía británico que se ofreció a asesinar a Adolf Hitler en plena Segunda Guerra Mundial.

La oferta de llevar a cabo una misión suicida contra Hitler la formuló Eddie Chapman, un delincuente común que fue entrenado por los nazis como espía y que se convirtió posteriormente en uno de los más importantes agentes dobles británicos, conocido con el nombre en clave de Zig-zag.

Chapman estaba cumpliendo una condena por robo en una prisión de Jersey, una pequeña isla británica situada en el canal de la Mancha, muy cerca de la costa francesa, cuando los nazis la invadieron. El espía fue reclutado por el servicio del contraespionaje alemán e introducido en paracaídas en el Reino Unido en diciembre de 1941. Poco tiempo después, Chapman se pasó al MI5.

Eddie Chapman

Eddie Chapman, el agente Zig-zag, en una ficha policial de 1942. Se ofreció voluntario para asesinar a Hitler.

Al ser interrogado por los servicios secretos británicos, el hombre, que entonces contaba con 27 años, expresó su voluntad de ser enviado de regreso a Alemania como agente doble y asesinar al Führer mediante la explosión de una bomba en el transcurso de algún acto político de masas al que asistiese el dictador.

Entre las 1.800 páginas de que consta el dossier que el MI5 dedicó a este asunto, se puede encontrar una conversación extraordinaria entre Chapman y uno de los oficiales que estaba adscrito a este caso, Ronnie Reed.

Reed destacaba que cualquier intento de asesinar a Hitler sería suicida:

—Tanto si tienes éxito como si no, serías liquidado inmediatamente —indicó el oficial.

—¡Ah, pero qué manera de morir! —respondió Chapman.

Chapman explicó que un oficial del servicio del contraespionaje alemán al que conocía sólo como el doctor Graumann le había prometido llevarle a un acto del partido nazi si completaba con éxito su misión en el Reino Unido y que lo colocaría «en la primera o la segunda fila», cerca del estrado donde estaría Hitler.

Según los documentos desclasificados, Reed estaba convencido de que la oferta de Chapman iba en serio e informó al respecto a sus superiores en el MI5. Reed creía que Chapman estaba motivado también por un intenso patriotismo y un deseo de corregir su pasado delictivo.

El prestigioso rotativo consideraba que la oferta llamó seguramente la atención de Winston Churchill, quien pidió ser informado de la evolución del caso. Sin embargo, por razones que nunca han sido completamente explicadas, y que dan lugar a todo tipo de especulaciones, se desestimó aquella oportunidad inmejorable de asesinar a Hitler. Chapman volvió a Alemania como agente doble, pero se le exigió que «no llevara a cabo ninguna empresa disparatada».

El espía británico logró convencer a los alemanes de que había completado con éxito su misión en el Reino Unido y fue condecorado con la Cruz de Hierro, siendo el único británico que recibió esa medalla.

Las nuevas pruebas indicaban que el doctor Graumann, cuyo nombre real era Stephan von Groning, podría haberse querido servir de Chapman para llevar a cabo sus intenciones contra el Führer. Como muchos otros oficiales del contraespionaje alemán, era en secreto un opositor a Hitler y su oferta de introducirlo en un acto público en el que estuviese prevista la asistencia del dictador indica que conocía lo que Chapman tenía en mente.

Chapman sobrevivió a la guerra, y expresó su deseo de seguir al servicio de su majestad. Pero el gobierno británico, en tiempo de paz, prefería no mancharse utilizando a presidiarios con delirios de grandeza, por lo que, tras serle perdonados oficialmente sus delitos, se le mostró amablemente la puerta de salida.

Tras el paréntesis heroico de la contienda, Chapman pudo aplicar la experiencia adquirida para falsificar moneda, traficar con oro, estafar en la Costa Azul, exhibirse en Rolls Royce por los bajos fondos y comprar con sus ganancias un balneario y un castillo. Chapman se dedicó también a dar consejos para no ser víctimas de robos a los lectores del Sunday Telegraph.

Pero Chapman siempre quiso que se conociesen sus hazañas de la Segunda Guerra Mundial, algo que no pudo hacer en vida —falleció en 1997— debido a la ley de secretos oficiales. Su aportación a los servicios secretos británicos durante la guerra, encuadrado en la red de espionaje denominada Triple Cross, sería bien conocida, pero su insólita propuesta de atentado kamikaze contra Hitler sorprendió a los historiadores especializados en la guerra secreta.3

La máquina secreta Enigma

La clave de todo el sistema de comunicación secreto alemán era un artefacto parecido a una máquina de escribir dentro de una caja de madera. Bajo su inofensivo aspecto se ocultaba un sofisticado ingenio que tenía como misión enviar mensajes mediante un mecanismo que los convertía en indescifrables para el enemigo.

Gracias a este aparato, los submarinos alemanes destinados en el Atlántico podían comunicarse entre ellos y con su país, logrando una coordinación que estaba costando el hundimiento de muchos barcos a los aliados. La existencia de esta máquina era fundamental para la táctica empleada por los submarinos alemanes, conocida como la «jauría de lobos». Consistía en la presencia continua de unos quince submarinos en alta mar, colocados estratégicamente en las rutas que solían seguir los convoyes aliados. Estos submarinos estaban separados entre sí por largas distancias, con lo que conseguían cubrir zonas muy amplias.

Cuando uno de ellos avistaba una presa, ya fuera un convoy o un barco aislado, comunicaban a su base la ruta que estaba siguiendo. Desde allí se avisaba a todos los submarinos disponibles para que convergieran sobre el objetivo en un punto del océano, normalmente por la noche. Cuando llegaba el momento, todos los submarinos reunidos para la ocasión comenzaban a disparar sus torpedos. Si no se conseguía hundir el barco enemigo, lo seguían a una distancia prudencial y cuando llegaba la noche volvían a lanzar sus torpedos, hasta que lograban su hundimiento.

Esta táctica era tremendamente eficaz. Con esos pocos efectivos distribuidos por el inmenso océano se mantenía en jaque a toda la flota aliada, que se veía incapaz para proteger a todos los barcos que cruzaban el Atlántico. Para que esa técnica de «jauría de lobos» pudiese llevarse a cabo era necesario contar con el factor sorpresa.

Los aliados necesitaban contar con un sistema que pudiera localizar la posición de los submarinos nazis y conocer de antemano el lugar de reunión. En ese caso, los «lobos» caerían en una trampa mortal y se acabaría la amenaza. Ése era el objetivo, pero ¿cómo conseguirlo? Sólo había una respuesta: descubrir el significado de los mensajes enviados a través de la Enigma.

Era vital conseguir descifrar esos mensajes. De este trabajo se encargaría la Escuela de Códigos del Gobierno, radicada en una mansión victoriana llamada Bletchley Park, situada a 70 kilómetros de Londres y a 100 kilómetros de la playa de invasión más próxima, para que pudiera seguir operando aunque los alemanes hubieran desembarcado ya en las islas británicas. En unos barracones construidos al lado de la casa principal se encontraba un grupo de expertos cuya única misión era lograr la clave de funcionamiento de aquella misteriosa máquina. El heterogéneo equipo estaba formado por matemáticos, lingüistas, maestros de ajedrez e incluso expertos en crucigramas de las universidades de Oxford y Cambridge. Trabajaron durante meses, pero la Enigma seguía haciendo honor a su nombre; era virtualmente imposible descubrir la clave.

El origen de esa máquina hay que buscarlo en 1926, cuando unos ingenieros alemanes inventaron un artilugio que enviaba mensajes cifrados. Su utilización era muy sencilla, pero no tanto su funcionamiento. Aunque no es posible explicar con detalle cómo se codificaban los mensajes, es suficiente indicar que se trataba de un artefacto similar a una máquina de escribir, en la que al pulsar una letra se accionaban tres ruedas internas con 26 contactos, las cuales, combinándose entre sí, acababan emitiendo una letra distinta a la que se había tecleado en un principio.

Este mecanismo aparentemente simple produce en realidad una cantidad astronómica de combinaciones —el número 403 seguido por 24 ceros—, que incluso se podían multiplicar aún más si se intercambiaban de posición las ruedas. Para alguien que interceptase el mensaje, las letras resultantes no tendrían ningún sentido, ya que mostrarían una apariencia totalmente aleatoria. Para descifrarlo era imprescindible estar en posesión del libro de claves.

Pero recordemos que estamos en los años veinte, antes de que Hitler llegase al poder en Alemania. Por lo tanto la utilidad de esta máquina diabólica era simplemente comercial y se vendía como un producto más. Una de estas unidades la compró el servicio secreto polaco. Según otras versiones, los espías polacos la robaron en una oficina de correos alemana. Unos años más tarde, tras la invasión de su país, los polacos entregaron esta primera versión de la Enigma a los Aliados para que la estudiasen. Así pues, los expertos reunidos en Inglaterra para descubrir su funcionamiento dispondrían al menos de ese prototipo.

A lo largo de la década de los treinta, los expertos alemanes perfeccionaron la máquina. Además de las tres ruedas antes referidas, añadieron cinco suplementarias, con lo que las seis posiciones iniciales de las ruedas —que ya producían aquel número astronómico de combinaciones— pasaron a ser 336. La versión definitiva de la Enigma no se contentaba con ese número de posibles posiciones y lo volvió a multiplicar mediante la incorporación de diez clavijas similares a las utilizadas en las antiguas centralitas de teléfonos. El resultado final fue que la endiablada máquina era capaz de ofrecer 150 trillones de combinaciones, una cantidad imposible de abarcar por la imaginación humana.

Cuando empezó la Segunda Guerra Mundial se proporcionó una Enigma a todos los barcos y submarinos, ya que al navegar en alta mar y por el tipo de combate que llevaban a cabo era vital estar siempre en comunicación. Después se fue extendiendo su uso por el continente europeo, asignando unidades de la Enigma a las fuerzas terrestres y aéreas, así como a los servicios de información.

Las conversaciones que mantenían los alemanes mediante esa máquina eran interceptadas sin problemas por los servicios de Inteligencia aliados. Pero esas comunicaciones formadas por letras sin ningún orden sacaban de quicio a los agentes encargados de explorar las ondas. Era imposible descifrar aquellos mensajes, más aún cuando las claves eran modificadas cada veinticuatro horas y además cada fuerza militar germana tenía su propia combinación en la posición de las ruedas de la Enigma. En la marina alemana, incluso, cada tipo de unidad tenía la suya propia.

Tal como se indicaba al principio, los británicos necesitaban desentrañar los misterios de aquel artilugio. Pero el equipo de expertos que habían logrado reunir se mostraba impotente para resolver el misterio. Al final se llegó a una conclusión: el modo más rápido de romper ese nudo gordiano era conseguir a toda costa una Enigma y su correspondiente libro de claves.

En efecto, ésa era la solución más fácil, pero ¿cómo se podía arrebatar una de aquellas máquinas a los alemanes? El modo que parecía más factible era conseguir alguna Enigma de las que viajaban a bordo de los barcos de guerra alemanes. Había que aprovechar los ataques de la armada británica a alguno de esos buques para penetrar rápidamente y apoderarse de ella, antes de que la tripulación la destruyese.

Los resultados de esa táctica no fueron muy espectaculares, al menos al principio. En febrero de 1940 se logró capturar un submarino alemán y se pudieron conseguir algunas piezas de la Enigma, concretamente tres de sus ruedas. En otros abordajes, en esta ocasión a barcos alemanes camuflados como inocentes buques pesqueros, los ingleses pudieron hacerse con otras piezas, pero la anhelada captura de la máquina completa seguía resistiéndose.

Sería el 9 de mayo de 1940 cuando se produjo el hecho que abriría las puertas a la comprensión del funcionamiento de aquella máquina que quitaba el sueño a todos los expertos que intentaban desentrañar su interior.

Un submarino alemán, el U-110, se hallaba en las frías aguas del Atlántico Norte patrullando en busca de algún convoy aliado para atacarlo. Al avistar un grupo de barcos lanzó sus torpedos, impactando en dos buques mercantes. En lugar de marcharse tras el ataque, el submarino se quedó para ver el efecto que habían producido sus torpedos. Esto lo aprovechó una corbeta británica para ir en busca del U-110 y atacarle con cargas de profundidad, algunas de las cuales afectaron al submarino.

El comandante del U-Boot,4 Fritz Julius Lemp, decidió descender hasta el fondo y esperar a que sus perseguidores se marchasen, pero los daños recibidos le obligaron a salir a la superficie. Al aparecer a plena luz del día, varios barcos británicos se dirigieron hacia él y dispararon sus ametralladoras contra los tripulantes del sumergible, que intentaban salir por la torreta.

Un destructor británico aceleró su marcha para embestir al submarino, pero casi en el último momento recordó la consigna de intentar hacerse con una Enigma. El destructor evitó la colisión y envió una lancha hacia el U-110, con un grupo de marineros dispuestos a irrumpir en el U-Boot para arrebatarles la valiosa máquina. Mientras tanto, los alemanes habían colocado cargas explosivas en el interior de su nave, precisamente para evitar que todos sus secretos cayesen en manos de sus enemigos, y habían saltado al agua.

En este punto de la historia es en donde aparecen dos versiones diferentes sobre la suerte que corrió el comandante alemán del submarino. Según los ingleses, el oficial levantó sus brazos mientras estaba en el agua y se suicidó ahogándose. Según otros testigos, se asegura que el alemán regresó nadando al sumergible al comprobar que las cargas no habían explotado, para volver a activarlas; cuando estaba trepando al casco del submarino recibió un balazo procedente de la lancha británica.

Sea como fuere, la verdad es que los marinos ingleses consiguieron entrar en el interior del U-110. Allí encontraron un ejemplar intacto de la Enigma, además de un libro de claves con una validez de tres meses. Durante cuatro horas se estuvo trasladando material y documentación secreta al destructor.5

Unos días más tarde, el precioso cargamento llegó a la base escocesa de Scapa Flow, en donde los expertos, en un primer vistazo, confirmaron la trascendental importancia del hallazgo. No obstante, existía un peligro que podía dar al traste con buena parte del éxito cosechado. Este riesgo no era otro que el que los alemanes supieran que los Aliados ya contaban con una de aquellas máquinas.

Si la captura de la Enigma del U-110 llegaba a oídos germanos, no pasarían ni veinticuatro horas antes de que los alemanes variasen todos los códigos e incluso modificasen el funcionamiento interno de la Enigma. Así que la misión que se le encomendó a la armada británica fue conseguir que los aproximadamente cuatrocientos hombres que habían sido testigos de aquella operación permaneciesen en silencio sobre todo lo que habían visto u oído.

Evidentemente, muchos de ellos desconocían la importancia de aquel artefacto, pero aun así se logró que no trascendiese nada sobre lo que había ocurrido ese día en mitad del Atlántico. El éxito de esta consigna de silencio fue total, ya que ni uno solo de esos cuatrocientos marineros dijo nunca nada sobre el asunto mientras duró la guerra. Incluso un número importante de ellos se negaba a ofrecer cualquier tipo de información muchos años después de finalizado el conflicto.

Una vez lograda la posesión de la máquina, las comunicaciones de la flota alemana dejaron de tener secretos para los Aliados. Las pérdidas por ataques de submarinos cayeron en picado, ante el asombro de los alemanes, que no entendían el porqué de esa repentina falta de efectividad. Por éste o por otros motivos, a partir de febrero de 1942 cambiaron todos los códigos empleados en la utilización de la Enigma. No fue hasta finales de ese año cuando los criptógrafos reunidos en Bletchley Park consiguieron desentrañar el misterio de los nuevos códigos empleados en la máquina, aunque nunca se ha revelado exactamente cómo lo consiguieron. Aun así, algo tendría que ver la construcción por parte del servicio de inteligencia británico de uno de los primeros ordenadores del mundo, bautizado con el nombre de Colossus, para facilitar los trabajos del grupo de expertos.

Las dificultades no acabaron aquí. En marzo de 1943, un convoy de barcos aliados zarpó de Nueva York con destino a Gran Bretaña. Casi a la vez, los alemanes introdujeron un nuevo modelo de máquina, la Enigma M4. La diferencia fundamental con la anterior era que contaba con cuatro ruedas internas en lugar de tres, lo que elevaba el número de combinaciones a 2 por 10 elevado a 145. La imposibilidad de descifrar los mensajes confeccionados con este modelo evolucionado provocó que los submarinos pudieran volver a reunirse con facilidad para atacar a los convoyes que surcaban el Atlántico.

Los Aliados asistían impotentes al trágico espectáculo de sus barcos hundidos por los torpedos alemanes. Había que actuar con rapidez para descubrir el nuevo sistema de códigos, pero hay que recordar que los secretos del anterior modelo no habían sido resueltos hasta casi un año después de estar en posesión de la máquina. Los expertos de Bletchley Park trabajaron día y noche y, ayudados por los conocimientos adquiridos en la resolución del reto anterior, necesitaron tan sólo dos semanas para descubrir cómo funcionaba la nueva versión de la máquina.

A partir de ese momento, los mensajes más sencillos comenzaron a poder ser descifrados. Esto fue suficiente para que los submarinos nazis fueran ya prácticamente incapaces de hundir un solo barco, mientras los Aliados no cejaban en su presión para localizarlos y destruirlos, fueran donde fuesen. Para los alemanes, el mes de mayo de 1943 sería conocido como «el mes de los submarinos perdidos».

Además del Colossus, los científicos crearon otra computadora, la máquina The Bombe, para ayudar descodificar los comunicados de la Enigma M4. La Bomba poseía más de 2.400 válvulas, trabajaba a 5.000 hertzios de velocidad, y comenzó a funcionar un día antes del desembarco en Normandía.

Todo lo que hace referencia a la Enigma permanecería en secreto hasta los años sesenta, cuando el gobierno británico permitió que se consultasen algunos documentos, aunque tuvieron que pasar casi treinta años para que se conociera la mayor parte de la historia.

Aunque cada vez se disponga de mayor información y se vayan conociendo más detalles sobre la ya famosa Enigma, esa máquina seguirá manteniendo su misterio y despertando la imaginación de los interesados en la Segunda Guerra Mundial.

A ello ayudó también la extraña historia que rodeó al ejemplar de la máquina que podía contemplarse en la mansión de Bletchley Park, el lugar en donde trabajaban los expertos criptógrafos. Esta casa, convertida en museo, podía visitarse dos sábados al mes sin necesidad de pagar entrada y no contaba con especiales medidas de seguridad.

Esta circunstancia fue aprovechada en abril del año 2000 por un ladrón que consiguió apoderarse de la preciada máquina, que ni tan siquiera estaba asegurada. La verdad es que aquel amigo de lo ajeno no tuvo que hacer un gran esfuerzo para llevársela; la Enigma se encontraba dentro de una sencilla vitrina y para acceder a la máquina únicamente era necesario levantar el cristal que la protegía. Parece ser que el robo se cometió a plena luz del día y que el ladrón, camuflado entre el centenar de visitantes que recibe el museo, se limitó a introducir el artefacto dentro de una bolsa y salir tranquilamente a la calle.

El nuevo propietario de la Enigma exigió una cantidad equivalente a unos 7.000 euros por su devolución, cantidad muy moderada si se tiene en cuenta que estaba valorada en unos 150.000, aunque se considera que su valor histórico trasciende el valor monetario.

Pero una serie de circunstancias llevaban a pensar que existía alguna historia turbia en todo el asunto. En el mensaje en el que el ladrón pedía el dinero se refería despectivamente a la directora de Bletchley Park como «esa mujer», sin aludir a su cargo. Ese detalle hizo pensar a los investigadores que el ladrón la conocía personalmente. A esto hay que añadir que la directora fue nombrada rodeada de una fuerte polémica interna, ya que hasta ese momento la institución venía siendo regida por un grupo de voluntarios, algunos de ellos ex agentes secretos, defensores de la tradición y de mantener las antiguas costumbres.

En cambio, la nueva directora, de perfil netamente empresarial, llegaba con aires renovadores que no encajaban con el espíritu que hasta ese momento había reinado en la institución. La lucha por el poder llegó a tal punto que consiguieron que la directora fuera despedida, pero poco después no pudieron impedir que esa decisión fuera revocada.

Este tenso ambiente, aderezado también con anónimas amenazas de muerte a la directora, fue el escenario en el que se produjo el robo de la Enigma. Aunque se estaban haciendo esfuerzos para identificar al delincuente, la dirección del centro estaba dispuesta a entrar en negociaciones con el ladrón, debido a la gran importancia del objeto y al bajo precio del rescate exigido.

Como si el carácter de la máquina impregnase misteriosamente todo lo que la rodea, el 18 de octubre del 2000, el periodista de la BBC Jeremy Paxman recibió un extraño paquete por correo. En su interior, sorprendentemente, se encontraba la Enigma robada en Bletchley Park. Pero el misterio no quedaba resuelto; la identidad del ladrón seguía sin conocerse y, lo que es más grave, en la máquina faltaban las tres ruedas internas.

El caso volvió a la primera página de los periódicos un mes después. El 19 de noviembre del 2000, el Sunday Times aseguraba en su portada que dos de sus periodistas habían resuelto el caso del robo de la máquina. En esa información se aseguraba que, a finales de octubre, los redactores habían recibido una misteriosa carta sin remitente que contenía una palabra en clave, de la que sólo se dio a conocer que tenía ocho letras y que empezaba por «i». El autor de la misiva afirmaba que conocía el paradero de los tres rodillos desaparecidos.

Los periodistas, intrigados, decidieron publicar un anuncio por palabras en el Times con el siguiente texto: «(La palabra clave), encantado de recibir su comunicación, por favor, contacte con Nick». Estas palabras fueron insertadas en el diario durante tres días, hasta que el anónimo comunicante se puso de nuevo en contacto con los periodistas. En este caso, accedió a encontrarse con ellos; el lugar de la cita era un cementerio.

Los reporteros respondieron a esta propuesta afirmativamente, utilizando también la sección de anuncios por palabras del Times. Pero el 8 de noviembre recibieron una nueva carta en la que el autor expresaba su temor a ser acusado del robo de la Enigma y, por tanto, detenido por la policía en el caso de seguir adelante con el contacto previsto, así que el encuentro debía suspenderse.

Lo que ocurrió tras esa reunión frustrada es un misterio. El rotativo no explicó con exactitud lo que ocurrió después. Sin entrar en detalles, afirmaba que la policía fue puesta al corriente de todo el caso. Es posible que al autor de las cartas se le tendiese una trampa. Lo único cierto es que el sábado 18 de noviembre, un hombre de 57 años fue detenido. El periódico anunció que las ruedas de la Enigma serían recuperadas, si bien desde entonces no se ha tenido ninguna noticia del paradero de esas históricas piezas.

En febrero de 2006, la Enigma volvió a centrar la atención del público, cuando se dio a conocer que un grupo de criptológos ingleses había descifrado uno de los tres mensajes alemanes interceptados que, debido a su complejidad, no habían podido ser todavía descodificados.

Los mensajes descifrados por estos expertos fueron codificados mediante la Enigma de cuatro rotores, la M4. Para lograrlo, se recurrió a una aplicación de software de código abierto; desde la página web del proyecto, los internautas ayudaron a descifrarlo aprovechando los tiempos muertos del ordenador para realizar los cálculos.

En 1995 una revista criptográfica publicó tres mensajes codificados alemanes que nunca se habían podido descifrar hasta que Stefan Krah, un violinista aficionado a los criptogramas y a las nuevas tecnologías ideó ese programa freeware que permitía, uniendo varios ordenadores mediante internet, descodificar los mensajes secretos nazis.

El 20 de febrero del 2006 quedó descodificado el primero de los tres mensajes. El comunicado cifrado era como sigue:

«nczwvusxpnyminhzxmqxsfwxwlkjahshnmcoccakuqpmkcsmhkseinjusblkiosxckubhmllxcsjusrrdvkohulxwccbgvliyxeoahxrhkkfvdrewezlxobafgyujqukgrtvukameurbveksuhhvoyhabcjwmaklfklmyfvnrizrvvrtkofdanjmolbgffleoprgtflvrhowopbekvwmuqfmpwparmfhagkxiibg».

Gracias el trabajo de Krah y sus colaboradores, aquella información oculta durante más de seis décadas vio finalmente la luz:

«Obligado a sumergirme durante el ataque. Cargas de profundidad. Última posición enemiga 0830 en punto, AJ 9863. Curso 220 grados, 8 nudos. Impacto después. 14 mb cae. NNO visibilidad 10. Looks.»

El 7 de marzo de 2006, poco después de que el primer mensaje fuera desvelado, se logró la traducción del segundo, cuyo formato original era éste:

«tmkfnwzxffiiyxutihwmdhxifzeqvkdvmqswbqndyozftiwmjhxhyrpaczugrremvpanwxgtkthnrlvhkzpgmnmvsecvckhoin plhhpvpxkmbhokccpdpevxvvhozzqbiyieouseznhjkwhydagtxd jdjkjpkcsdsuztqcxjdvlpamgqkkshphvksvpcbuwzfizpfuup».

La traducción de esta combinación de letras es:

«No se ha encontrado nada en el rastro del convoy 55.o, moviendo a la cuadrícula ordenada. Posición naval AJ3995, SO 4, mar 3, 10/10 nublado, 28 mb subiendo, niebla. Visibilidad 1 sm. Schroeder.»

El tercer mensaje, al ser más complejo, se esperaba entonces que fuera descifrado en un plazo de unos tres años.

Como vemos, la Enigma seguirá siempre unida al misterio que la rodeó antes, durante y después de la Segunda Guerra Mundial. En los próximos años seguro que asistiremos a próximos capítulos de su apasionante historia.

El doble de Stalin

El 27 de noviembre de 1943 era la víspera de la celebración de la Conferencia de Teherán. En esa ciudad se iban a reunir al día siguiente los máximos mandatarios de las tres principales potencias aliadas: Gran Bretaña, Estados Unidos y la Unión Soviética. Sus respectivos líderes —Winston Churchill, Franklin D. Roosevelt y Josif Stalin— acudieron a la capital persa para establecer la estrategia destinada a derrotar al Tercer Reich.

Ese día, Stalin abandonó su despacho en el Kremlin y se dirigió en un vehículo oficial al aeropuerto. Allí le esperaba un avión que debía trasladarle a Teherán. Pero el dictador soviético, tras comparecer en el aeródromo, no subió a ningún avión y ocultamente regresó a Moscú. Horas más tarde, Stalin aparecía en Teherán, preparado para participar en la Conferencia. ¿Cómo se explica esta incongruencia?

Stalin, pese a sus notables aptitudes, especialmente para mantenerse en el poder, no gozaba del don de la ubicuidad. La explicación era más sencilla. En realidad, aquel hombre que llegó al aeropuerto, y que todos los presentes identificaron con Stalin, no era el zar rojo, sino Felix Dadaev, un ex bailarín, escritor satírico, malabarista, prestidigitador y soldado del Ejército soviético. Aunque en ese momento Dadaev era un veinteañero, uniformado y maquillado a semejanza del dictador ofrecía un asombroso parecido con él.

En efecto, Dadaev era uno de los dobles con los que contaba Stalin para que le suplantasen cuando se consideraba necesario. En el caso de la Conferencia de Teherán, Stalin llevaba ya unos días en la capital iraní ocupado en los pormenores de la reunión, pero para mantener su poder omnímodo era desaconsejable su ausencia en Moscú, pues eso podría dar lugar a algún movimiento que escapase a su control. Así pues, Stalin prefirió que todos pensasen que él seguía trabajando en su despacho hasta el último momento, consciente del terror que infundía tanto a sus colaboradores como a los escasos opositores. Y ahí entraba en juego Dadaev.

Pese a la gran diferencia de edad, Dadaev compartía la prominente nariz del dictador, sus cejas caucásicas y su robusta papada. Un poco más bajo, tan sólo dos centímetros le separaban de la altura del autócrata (1,72), una diferencia que era salvada aumentando el grosor de los tacones. Las facultades innatas de Dadaev para la danza, la interpretación y la solemne declaración de brindis —ineludible en cualquier banquete ruso— le permitieron calcar al personaje.

Pero Dadaev y Stalin no eran idénticos. Para un observador atento, había un detalle por el que podía descubrirse a su doble; los lóbulos de las orejas, que en el doble estaban más unidas a la cabeza. Sin embargo, nadie pudo distinguirlos cuando Dadaev llegó a suplantar a Stalin en el balcón del mausoleo de la Plaza Roja durante un desfile de atletas en 1945, que llegó a ser filmado por el noticiario soviético y proyectado en las salas de cine.

El parecido de Dadaev con Stalin había sido detectado en 1943 por unos agentes de la policía secreta del régimen, la NKVD, cuando Dadaev formaba parte de una brigada de artistas adjunta a la División 132. Sin recibir demasiadas explicaciones, aceptó trasladarse con aquellos agentes a Moscú en un vuelo secreto. Pero antes de que llegase ese día en el que cambió su vida, ésta se había desarrollado como la de cualquier otro joven soviético.

Dadaev era oriundo de Kazi-Kumuj, una remota aldea del Daguestán situada en las montañas del Cáucaso. Su nombre de pila era Gazavat, pero se lo cambiaría años después por Felix, en memoria de un comandante polaco que le enseñó bailes ucranianos y que murió en sus brazos en plena guerra. El pequeño Gazavat pasó sus primeros años cuidando el ganado junto a su padre, que le enseñó también el oficio de estañador. Estudió orfebrería, pero su auténtica vocación era la de la danza. En su adolescencia ya destacó como bailarín de danzas folclóricas en los grupos de baile en los que se enroló. Su familia dejó el Daguestán para emigrar a Ucrania; allí el joven Gazavat continuó dedicándose a la danza, su gran pasión.

Al estallar la Gran Guerra Patria —la denominación soviética de la Segunda Guerra Mundial—, Dadaev se alistó a una brigada de artistas que tenía como misión distraer a los soldados en la primera línea del frente. Pese a lo que pueda parecer, la labor que llevaban a cabo Dadaev y sus compañeros artistas no siempre era festiva. En más de una ocasión, debían tomar las armas y participar en operaciones contra el enemigo o incluso involucrarse en misiones de contraespionaje. Concretamente, gracias a la labor de Dadaev como espía, los rusos consiguieron dinamitar un puente que dejó incomunicados a los alemanes en la ciudad de Cherkesk, lo que le valió una condecoración.

Como es obvio, esas actividades tan alejadas de sus inquietudes artísticas no estaban exentas de riesgos. En 1942 resultó gravemente herido en una escaramuza con unos soldados alemanes; se le trasladó a un hospital y allí fue dado por muerto, extendiéndose el correspondiente certificado de defunción, aunque para sorpresa de los doctores, Dadaev revivió. Uno de sus compañeros no tardó en apodarlo Felix de Hierro.

Ya desde joven era objeto de bromas por su asombroso parecido con Stalin. Dadaev se mostraba al principio descontento con esas observaciones, hasta que al final comenzó a amasar un cierto orgullo por su semejanza con el Gran Padre de los Pueblos. Como se apuntaba, ese parecido no pasó desapercibido para la NKVD, cuyos agentes lo trasladaron a Moscú para comprobar si era apto para desempeñar el trabajo de doble del dictador.

Dadaev fue conducido a una dacha de las afueras de la capital y pasó unos días comiendo a todas horas, pues debía engordar once kilos para lograr el parecido buscado. Después, el aspirante a doble fue llevado a la sala de recepciones de Stalin. El encuentro duró apenas cinco minutos y el líder soviético le observó minuciosamente, tras lo cual se limitó a dar secamente su aprobación. Dadaev, al superar ese examen, le dijo en georgiano: «Gracias, muchas gracias».

Comenzó así un intenso trabajo de pulido del aspecto externo de Dadaev, para acercarlo lo más posible al del dictador. Los tatuajes que el doble lucía en una mano fueron cubiertos con cremas especiales. Los maquilladores tuvieron también que emplearse a fondo para simular las marcas de viruela que Stalin presentaba en el rostro. Dadaev tuvo que aprender el modo de caminar, los ademanes y la entonación del líder soviético, para lo que contó con la ayuda de horas y horas de documentales en los que aparecía Stalin. Las excelentes dotes interpretativas de Dadaev, así como el dominio de sus movimientos físicos gracias a su aptitud para la danza, le permitieron en poco tiempo hacerse con el personaje.

No es necesario insistir en que la labor desempeñada por Dadaev era alto secreto. De hecho, su mujer, Nina Igorevna, nunca supo en qué consistía el trabajo de su marido. Es comprensible que Dadaev no le explicara nada, pues todos los que pertenecían al círculo de Stalin estaban perennemente aterrorizados, y es de suponer que él no quisiera dar ningún paso en falso.

Alguna equivocación, por ejemplo, tuvo que cometer otro de los dobles de Stalin, Yevsei Lubitski, un contable ucraniano de origen judío. Después de trabajar durante quince años como doble del dictador, cayó en desgracia por motivos desconocidos; se le rapó el pelo, le prohibieron lucir bigote y le enviaron al gulag de las islas Solovetski. Al parecer, Lubitski había sido sometido a varias operaciones plásticas para lograr un parecido total con Stalin y, después, todos los que habían participado en aquella metamorfosis habían sido fusilados, aunque es posible que en este caso se mezcle leyenda y realidad.

Tampoco ofrece visos de verosimilitud la historia de que Stalin se divertía mirando a hurtadillas cómo sus camaradas más cercanos, como el ministro de Asuntos Exteriores Vyacheslav Molotov o el jefe de la policía secreta, Lavrenti Beria, acudían a su despacho y presentaban sus informes ante uno de sus dobles, sin darse cuenta del engaño.

Pero lo que no es leyenda es la historia de Felix Dadaev, y que aquí hemos tenido posibilidad de conocer. Él mismo se encargó de relatarla en abril de 2008 al Komsomolskaya Pravda, el diario ruso que eligió para confesarse. Quizá viendo próximo el momento de su muerte, Dadaev decidió desprenderse del peso de ese secreto con el que ha tenido que cargar desde aquel lejano 1943.

El tiempo pasado hasta que habló públicamente de la singular labor que desarrolló durante la Segunda Guerra Mundial denota que el miedo que se le inoculó entonces fue tan poderoso que se ha extendido a lo largo de más de seis décadas. Tras cumplir a la perfección su papel de clon del dictador, firmó un pacto de silencio del que no se sintió libre ni siquiera cuando algunos de los documentos sobre los dobles de Stalin salieron a la luz en 1996, tras la apertura parcial de los archivos de la antigua Unión Soviética.

Aunque existe el convencimiento de que Stalin dispuso de varios dobles más, sólo se conocen las identidades de Dadaev y Lubitski. Interpelado sobre la existencia de más dobles, Dadaev contestó: «No lo puedo decir». La larga sombra de Stalin sigue atemorizando a todos aquellos que le conocieron.

De todos modos, no sólo Stalin contó con dobles. Políticos y militares de ambos bandos recurrieron a este método de engaño. Por ejemplo, se conocen los nombres de algunos de los dobles más destacados del bando aliado. Winston Churchill era sustituido en ocasiones por un tal Alfred Chenfelts. El general norteamericano Dwight Eisenhower contaba para este cometido con un militar de Chicago, el teniente general Baldwin B. Smith, que solía rodar por las carreteras francesas en un jeep con banderín de cuatro estrellas para desconcertar a los espías alemanes.

El general británico Bernard Montgomery también dispuso de un doble, que participó activamente en un plan para engañar a los alemanes, aunque este episodio será tratado más adelante.

El caso de los dobles de Hitler es más confuso. Se ha especulado con que tenía tres; uno en Berchtesgaden, otro en Múnich y otro más en Berlín, supuestamente Ferdinand Beisel, miembro de las SA. Los rusos encontraron a este último muerto, cerca de la Cancillería, en donde el dictador germano se suicidó. En un primer momento pensaron que se trataba del auténtico Hitler, pero se dieron cuenta de que no podía ser él al comprobar que llevaba calcetines zurcidos, algo impropio del máximo dirigente nazi. La confrontación de su dentadura con las fichas dentales de Hitler confirmaron esa sospecha.

Por tanto, recurrir a un doble fue una práctica relativamente habitual en la Segunda Guerra Mundial, aunque no se conoce todavía con exactitud en qué momentos fueron empleados y con qué objetivos. Afortunadamente, el testimonio tardío pero elocuente de Felix Dadaev nos permite conocer algo más de aquellos que durante la contienda desempeñaron esa singular tarea.

La resistencia de la fábrica Peugeot

La empresa Peugeot es una de las empresas de automoción francesas más relevantes y con mayor expansión en el mundo. Durante la Segunda Guerra Mundial, esta fábrica, situada en Sochaux, atravesó sin duda el período más crítico de su larga trayectoria.

Tras la derrota del Ejército francés, y la capitulación del gobierno galo el 22 de mayo de 1940, los alemanes advirtieron de inmediato el papel que podía jugar el tejido industrial del país recién conquistado en el esfuerzo de guerra germano, y decidieron aprovecharlo. Una de las piezas fundamentales, por su gran valor estratégico, era la fábrica Peugeot, pero sus propietarios y sus trabajadores no compartían el criterio de los ocupantes nazis, por lo que éstos emprendieron un arriesgado juego del gato y el ratón.

Al frente de la empresa fue situado un comisario de producción del Reich, el ingeniero Von Guillaume pese a que, nominalmente, la familia Peugeot seguía siendo la propietaria. La primera decisión de los alemanes fue dejar de producir automóviles para particulares y centrarse en la fabricación de vehículos militares y piezas de repuesto para la Wehrmacht.

Ante la disyuntiva de colaborar con el esfuerzo de guerra nazi o de negarse a ello y exponerse a terribles consecuencias, tanto la familia Peugeot como el último obrero de cadena de montaje optaron por simular que se actuaba conforme a las directrices alemanas, mientras en realidad se llevaba a cabo una resistencia sorda. Por ejemplo, se utilizaban las máquinas más antiguas o se retrasaban las peticiones de materias primas para frenar así la producción. Fruto de esta estrategia, la productividad cayó a un 80 por ciento de la conseguida en 1939.

También se efectuaban discretas operaciones de sabotaje, como la colocación de piezas defectuosas en los motores o el debilitamiento de otros elementos de los vehículos, como los embragues. Estas artimañas, realizadas por obreros expertos, pasaban desapercibidas a ojos de los controladores alemanes, pero ese material, en cuanto era usado en su destino, era una fuente continua de averías, perjudicando así la movilidad de las tropas germanas.

La baja calidad de lo producido en la fábrica Peugeot no pasó desapercibida, obviamente, al Ministerio de Armamento alemán, pero el ingeniero Von Guillaume se mostró impotente para persuadir a los trabajadores franceses de que colaborasen con los objetivos germanos.

En 1943, Berlín entregó el control de las instalaciones al ingeniero Ferdinand Porsche, con una gran experiencia en la fabricación de vehículos. Éste decidió que Peugeot participase en la fabricación de un nuevo avión de caza, el Focke Wulf TA 154. Peugeot ya había fabricado aviones durante la Primera Guerra Mundial, así que esa transformación no suponía una novedad. Este nuevo aparato presentaba una tecnología avanzada, lo que le permitía superar las prestaciones de sus antecesores. Su aparición masiva en los cielos alemanes podía resultar enormemente perjudicial para los bombarderos aliados, que en esos momentos ya soportaban numerosas pérdidas en cada de una de sus operaciones.

Los espías británicos no tardaron en enterarse de que la fábrica Peugeot fabricaría el nuevo aeroplano. Londres decidió que, mejor que combatir con ellos en el aire, era destruirlos antes de que pudieran estar listos para volar. La opción más fácil era bombardear las instalaciones, pero se prefirió enviar a un agente del SOE para que lograse de la familia Peugeot su colaboración con el fin de que ningún avión saliera de la fábrica. Si hasta ese momento había funcionado el sistema de sabotaje de baja intensidad, ahora era necesario que Peugeot no entregase ninguno de esos nuevos aparatos.

Con ese fin, el agente británico Harry Ree se infiltró en la región tras lanzarse en paracaídas durante un vuelo nocturno. Utilizando el nombre en clave de César logró contactar con Pierre Sire, un obrero de la fábrica que coordinaba la resistencia pasiva. Éste le condujo hasta Rodolphe Peugeot, miembro de la familia propietaria. Sin embargo, Rodolphe no se fiaba de César; sospechaba que pudiera tratarse de un agente de la Gestapo dispuesto a obtener la evidencia de que la familia Peugeot no era sincera en su sumisión a los designios nazis, algo de lo que albergaban sospechas fundadas. Rodolphe exigió de César una prueba de que era realmente un agente británico.

Harry Ree acordó entonces con Rodolphe que la BBC emitiría en los días siguientes este mensaje: «La vallée du Doubs est belle en été» (El valle del Doubs es bello en verano). En efecto, Rodolphe, mientras escuchaba la BBC, escuchó esa frase; César era un agente británico verdadero. Así pues, comunicó al inglés que hablaría con el resto de la familia para tomar una decisión.

Pero en Londres no estaban dispuestos a seguir perdiendo el tiempo. La eliminación de la capacidad productiva de la fábrica era una prioridad, y hasta ese momento Harry Ree, pese a sus avances, no lo había logrado. Por lo tanto, a última hora de la tarde del 15 de julio de 1943, un total de 137 bombarderos de la RAF despegaron de sus aeródromos en el sur de Gran Bretaña para dirigirse a Sochaux, en donde debían soltar su carga de bombas sobre la fábrica Peugeot.

Ya por la noche, los bombarderos llegaron a su objetivo, pero los cañones antiaéreos alemanes situados en la zona, pues habían previsto que los Aliados intentarían destruir la fábrica, les obligaron a volar a gran altura. Esta circunstancia llevó a que los aviones marcadores se confundieran a la hora de señalizar el objetivo, tomando como referencia una alta chimenea cercana. Debido a ese error, la fábrica no se vio prácticamente afectada; tan sólo el taller mecánico resultó dañado. Pero lo peor fue que algunas bombas cayeron sobre el barrio en el que residían los obreros de la Peugeot y sus familias, pereciendo 120 personas y dejando aproximadamente 250 heridos. Unas 400 casas quedaron destruidas, dejando sin hogar a 1.200 damnificados. Los Aliados fracasaron en su intento de frenar la producción del Focke Wulf.

En septiembre de 1943, Ferdinand Porsche y su sobrino Anton Piëch se reunieron con la familia Peugeot. Querían que la fábrica contribuyese a la producción a un nuevo proyecto alemán que presentaron con el nombre de «1144». Sin explicarles demasiados detalles, explicaron que Peugeot debía fabricar el fuselaje de un nuevo ingenio. En realidad, se trataba de la bomba volante V-1. Los dirigentes franceses intentaron ganar tiempo asegurando que no disponían de suficientes hombres para fabricar el nuevo fuselaje y que era necesario contratar nuevos obreros y formarlos, lo que requeriría varios meses.

Pero con Porsche no valían ese tipo de excusas; el ingeniero alemán afirmó que, en el caso de que se negasen a colaborar, se procedería a desmontar la fábrica y a trasladarla, conjuntamente con los trabajadores, a suelo alemán. Esa pespectiva no resultaba nada halagüeña, por lo que la familia Peugeot se avino a allanar las supuestas dificultades que se presentaban para la realización de ese proyecto.

En esa época, los británicos tenían conocimiento de que los alemanes estaban trabajando en alguna arma de ese tipo, pues disponían de fotografías aéreas en las que se podían ver rampas de lanzamiento en el norte de Francia. Sin embargo, no disponían de más detalles sobre lo que se estaba tramando. Esa falta de información sería subsanada precisamente por un ingeniero de la Peugeot, Cortelessi, que fue enviado a la fábrica Volkswagen para preparar la colaboración en la fabricación de las V-1. Una vez allí, Cortelessi copió los planos de la V-1 y a su regreso a Francia se los entregó a César, que seguía en contacto con la resistencia organizada en la fábrica, y le transmitió todos los datos relativos a la producción de la nueva bomba, especialmente el lugar de Alemania en el que estaba previsto que se realizaría el ensamblaje final de las piezas. El agente británico envió los planos y la información a Londres.

El trabajo de espía de Cortelessi permitió a la RAF bombardear, unos días más tarde, la fábrica de Fallersben, en donde debían ser ensamblados los fuselajes construidos en Sochaux. De este modo se logró retrasar unos meses el lanzamiento de las V-1 sobre Londres. Por otro lado, los obreros de la Peugeot sabotearon decididamente la producción de los fuselajes, lo que exasperó a Porsche. Pese a que los alemanes intentaron identificar a los responsables del boicot, eso fue misión imposible, puesto que nadie colaboró a la hora de localizarlos. Finalmente, Porsche se vio obligado a suspender la producción de las V-1 en Sochaux.

El fuselaje de las V-1 pasaría a fabricarse en el campo de concentración de Dora y en las minas de Tiercelet, por prisioneros rusos. Aunque este trabajo supuso un infierno para los que se vieron obligados a hacerlo, puesto que las condiciones eran extremadamente penosas —falta de iluminación y ventilación, alimentación escasa, jornadas extenuantes—, la calidad de este material bélico se resintió mucho, en comparación con lo que se habría podido fabricar en unas instalaciones adecuadas y por obreros cualificados como los de Peugeot.

Pero las dificultades para los trabajadores de la fábrica de Sochaux no habían terminado, más bien estaban a punto de agravarse. Aunque ya no debían producir los fuselajes de las V-1, la fabricación de material bélico continuaba. Los alemanes, muy enojados por el exitoso boicot a las V-1, no estaban dispuestos a que la historia se repitiera, así que extremaron las medidas de control sobre los trabajadores para que no llevasen a cabo más sabotajes. La vigilancia no dio resultados, pues era imposible colocar a un soldado germano detrás de cada uno de los obreros durante toda la jornada laboral, por lo que Porsche planteó un ultimátum a la familia; insistió en su amenaza de desmantelar la fábrica y trasladarla a Alemania, pero en esa ocasión no iba a tener tanta paciencia.

Si por un lado los alemanes estaban dispuestos a tomar medidas drásticas para impedir que se sabotease la producción, existía otra amenaza, en este caso la de los amigos. Londres hizo saber a los trabajadores de la Peugeot que si la empresa cumplía con las órdenes de los alemanes se verían obligados a bombardearla.

Ante esta disyuntiva, Rodolphe Peugeot convenció a la familia de que era necesario seguir con el sabotaje a la producción, afrontando los riesgos que eso conllevaba. No creía que la amenaza de trasladar la empresa a Alemania se llevase a cabo. En esos momentos toda la atención de los alemanes en Francia se centraba en evitar el previsto desembarco aliado en sus costas, por lo que proceder al traslado de una fábrica tan grande como la Peugeot no era la acción más oportuna.

Rodolphe, junto a César, diseñó un plan para incrementar el boicot. Entre el otoño de 1943 y la primavera de 1944 se llevaron a cabo catorce grandes sabotajes, en los que la familia Peugeot participó de manera decidida. No hay que descartar que la cercanía de la fecha en la que debía lanzarse el asalto aliado al continente supusiese a la familia propietaria un gran estímulo para esta inequívoca toma de posición, pues debía hacer méritos ante británicos y estadounidenses para mantener la propiedad tras la previsible retirada germana.

Durante este período, previo al desembarco, los alemanes estaban preocupados por asegurar la inexpugnabilidad del Muro del Atlántico, pero guardaban fuerzas también para combatir a la Resistencia. En Sochaux, la Gestapo se empleó a fondo para desarticular esos grupos, consciente de que estaban en connivencia con los trabajadores de la Peugeot. Sus pesquisas tuvieron éxito, pues dieron con César; cuando intentaron detenerlo, logró escapar, aunque resultó herido en la refriega. César pudo llegar a la frontera suiza y allí fue atendido de sus heridas.

La asfixiante presión de los alemanes hizo que los sabotajes en la fábrica disminuyesen. El aumento de la producción, detectado por los británicos, hizo que en marzo de 1944 decidiesen de nuevo bombardear las instalaciones, pese a los enormes riesgos que la operación de destrucción entrañaba. A Londres había llegado también la información de que los alemanes tenían previsto volver a utilizar a la Peugeot en la fabricación del fuselaje de las V-1, lo que acabó de decidirles a tomar esa dolorosa decisión.

Afortunadamente para los trabajadores y los propietarios de la fábrica, César regresó de Suiza, una vez restablecido, y pudo ponerse en contacto con Londres. Al serle comunicada la decisión tomada, César pidió algo de tiempo para buscar una solución menos traumática. Para ello puso en práctica una gran operación de sabotaje consistente en cortar toda alimentación eléctrica al sector en el que se hallaba fábrica. De este modo, la producción quedaría totalmente detenida, haciendo innecesario el bombardeo previsto.

Los contactos de César en la Resistencia funcionaron y unos días más tarde se volaron numerosas torres eléctricas. Todas las conexiones a la red quedaron destruidas. Aunque los desperfectos pudieron ser reparados en unas semanas, para los alemanes se hizo evidente que situar allí la producción de los fuselajes era muy arriesgado, pues todo el proceso de ensamblaje podía venirse abajo en caso de que se repitiese un nuevo sabotaje. Así pues, los alemanes renunciaron a proseguir con el plan, lo que fue conocido por los Aliados, que recibieron también fotografías de las instalaciones eléctricas destruidas. El bombardeo de la Peugeot fue cancelado, para alegría de sus obreros y de la familia propietaria.

Ya no hubo tiempo para más tribulaciones. La llegada a Sochaux de las tropas aliadas, tras el desembarco en Normandía el 6 de junio de 1944 y su veloz avance por tierras francesas, fue recibida con júbilo por todos aquellos que se habían jugado la vida para impedir que el fruto de su trabajo fuera aprovechado por el esfuerzo bélico germano. Su ingenio y su valor, desplegados a lo largo de cuatro largos años, les había permitido alcanzar el doble objetivo de sobrevivir a todas las amenazas y mantener su dignidad ante el opresor.

La tumba de Tamerlán

A principios de junio de 1941, las fuerzas alemanas estaban ultimando los detalles para lanzarse sobre la Unión Soviética, en la denominada Operación Barbarroja. Pese a las evidencias de que Alemania estaba procediendo a concentrar las tropas a lo largo de la frontera para llevar a cabo el asalto, Stalin no parecía contemplar esa posibilidad. El dictador soviétivo confiaba aún en el Pacto germano-soviético firmado en agosto de 1939 e ignoraba las advertencias de sus colaboradores sobre las verdaderas intenciones de Hitler.

Una prueba de esa imprudente confianza de Stalin en que su nación no sería atacada es su insólito interés por un asunto en el que se entremezclaba el interés histórico y la superstición. Se trataba de una expedición científica que en esos momentos estaba trabajando en Uzbekistán bajo la dirección del antropólogo Mikhail Gerasimov.

Este investigador llegó al mausoleo Gur-e Amir, en Samarkanda, el lugar de reposo eterno del emperador Timur, más conocido como Tamerlán. Este célebre guerrero mongol vivió entre los años 1336 y 1405; conquistó extensas zonas de Asia central y occidental sobre las que asentó su vasto imperio. Sus dominios se extendían entre el río Volga y el golfo Pérsico, y entre los Dardanelos y el río Ganges, ocupando así los territorios que hoy conforman los estados de Turquía, Siria, Irak, Kuwait, Irán, Kazakstán, Afganistán, Rusia, Turkmenistán, Uzbekistán, Kyrgyzistan, Paquistán y la India.

A su muerte, el cadáver de Tamerlán fue embalsamado con almizcle y agua de rosas, y más tarde envuelto con paños de lino. Después, el cuerpo fue introducido en un ataúd de ébano y enviado a Samarkanda, donde fue enterrado en dicho mausoleo, que aún hoy existe. La sala donde se hallaba su tumba y la de alguno de sus hijos estaba decorada con oro, que brillaba cuando entraban los rayos del sol. Pero antes de la Segunda Guerra Mundial se descubrió que la enorme piedra de jade que se creía que escondía su cuerpo no era tal y que los restos de Tamerlán estaban en realidad en una cripta subterránea.

En aquel lugar había reposado el cadáver del emperador mongol durante más de cinco siglos hasta que Gerasimov, experto en la reconstrucción de restos humanos, llegó a Samarkanda con el objetivo de comprobar, mediante el análisis de los restos de Tamerlán, si fue un descendiente de otro mongol ilustre, Genghis Khan. Según afirmaba la leyenda, esa relación de parentesco existía, y ahora era el investigador ruso el que podía dilucidar la verdad.

Así pues, Gerasimov solicitó al mismísimo Stalin permiso para abrir el sepulcro de Tamerlán y exhumar su cadáver. En la lápida estaba grabada una maldición, en la que se anunciaban terribles desgracias si la tumba era profanada. Según decía la inscripción, «Aquel que abra esta tumba se enfrentará a un enemigo más cruel que yo». En varios textos islámicos se podía leer también que, si eso sucedía, se despertarían los demonios de la guerra y que, al tercer día, Tamerlán regresaría del más allá para traer la guerra y la devastación, tal como hiciera en vida. Ante la terrible advertencia, el antropólogo creyó que lo más conveniente era contar con la autorización del zar rojo y, finalmente, éste se la concedió.

Un anciano encargado de vigilar el mausoleo suplicó a Gerasimov que no abriese el sarcófago, recordándole la maldición grabada en la piedra, pero el antropólogo sólo pensaba ya en tener en sus manos los restos del emperador mongol.

La apertura del sepulcro se llevó a cabo el 19 de junio de 1941. Las cámaras filmaron a Gerasimov levantando el cráneo de Tamerlán y mostrándolo al objetivo con gesto triunfal. La película de la operación fue enviada de inmediato a Moscú para que pudiera ser vista por Stalin.

Tres días más tarde, el 22 de junio de 1941, daba comienzo la invasión de la Unión Soviética por parte del Ejército alemán. Coincidencia o no, la supuesta maldición que rodeaba el cadáver de Tamerlán se había cumplido al pie de la letra. Los restos de Tamerlán fueron trasladados a Moscú, en donde serían analizados detenidamente por Gerasimov.

El antropólogo fue capaz de reconstruir la cara de Tamerlán desde los restos de su calavera. Gracias al análisis del esqueleto, Gerasimov confirmó que el emperador mongol era bastante alto para su época, pues medía 172 centímetros, y que pudo haber caminado con una pronunciada cojera.

Cinco décadas después de estos acontecimientos, uno de los operarios de cámara que asistieron a la apertura del sepulcro de Tamerlán referiría los detalles del episodio en un documental de la televisión estatal rusa. Según este técnico, el equipo cinematográfico fue enviado al frente para seguir haciendo su trabajo, y sería allí en donde los operarios explicarían lo relativo a la supuesta maldición al general Gheorgi Zhukov, quien escuchó la historia con mucha atención y prometió hacer lo que estuviera en su mano. Al parecer, Zhukov logró convencer a Stalin de que lo mejor para el destino de la Unión Soviética era que los restos del emperador mongol descansasen en su sepulcro.

No sabemos de cierto si Stalin se dejó influir por Zhukov, pero la realidad es que un año y medio después, en noviembre de 1942, el cuerpo de Tamerlán sería trasladado por vía aérea a Samarkanda y nuevamente enterrado en el sepulcro, de acuerdo con los ritos islámicos. También fruto de una coincidencia —o quizá no—, a partir de ese momento el VI Ejército alemán del general Friedrich Paulus, que estaba a punto de tomar Stalingrado, topó con una resistencia feroz en esa ciudad, hasta que dos meses después se rindió a las fuerzas soviéticas.

Objetivo: secuestrar a Hitler

En 1987 salió a la luz un extraño plan para secuestrar a Hitler. En el Archivo Nacional británico se había encontrado una carpeta de documentación marcada con el identificador AVN-16 y perteneciente al Ministerio del Aire, en la que figuraba una insólita información. El título ya revelaba su explosivo contenido: «1941. Proposición de secuestro de Adolf Hitler por su piloto personal».

Aunque los historiadores de la Segunda Guerra Mundial no se ponen de acuerdo sobre el grado de desarrollo que alcanzó el proyecto, no existen dudas sobre la autenticidad de los documentos. En ese dossier secreto se explicaba la operación destinada a capturar a Hitler, logrando que su avión aterrizase en un aeródromo inglés. Para ello se contaba supuestamente con la colaboración del teniente general Hans Baur, el piloto personal del Führer.

Baur era un experimentado piloto. Se había alistado en la Fuerza Aérea alemana durante la Primera Guerra Mundial, con tan sólo 18 años. Fue derribado en nueve ocasiones. Tras la Gran Guerra había trabajado como piloto comercial para varias compañías regionales, hasta que en 1926 pasó a formar parte de la media docena de pilotos que integraron las primeras tripulaciones de las líneas aéreas germanas, la Lufthansa. Poco después de cubrir su primer millón de kilómetros, recibió una llamada de Hitler para convertirse en su piloto personal.

Baur era la pieza clave de toda la operación, pero no era este aviador el que se había puesto en contacto con los Aliados para ofrecer su colaboración. Tal y como explicaban los planes de secuestro, un búlgaro que respondía al nombre de Kiroff se había dirigido al agregado militar de la embajada británica en Sofía diciendo ser el suegro de Baur.

Según Kiroff, su yerno no estaba de acuerdo con la manera como Hitler estaba dirigiendo la guerra y estaba dispuesto a entregarlo a los ingleses para alcanzar así rápidamente la paz. Para ello, había ideado un plan mediante el que, durante algún vuelo rutinario, cruzaría el canal de la Mancha y aterrizaría en suelo británico para que Hitler fuera capturado. Kiroff sería el enlace entre Baur y los Aliados.

A cambio de su intermediación, el búlgaro no pretendía una recompensa en dinero, sino simplemente que le permitieran a él y a su familia escapar a Gran Bretaña antes del vuelo de Baur. Aunque los ingleses desconfiaron del hecho de que requiriese el pago de sus servicios por adelantado, Kiroff les convenció de que, debido a su supuesto parentesco con Baur, lo más probable es que fuera detenido después de la deserción de su yerno.

Los diplomáticos se pusieron en contacto con Londres. Aunque el gobierno de Churchill se mostró escéptico ante la insólita proposición del búlgaro, consideraron que no perdían nada con seguirle el juego y que, en cambio, el premio podría ser absolutamente trascendental para el desenlace de la contienda. En este caso fue decisivo el impulso de sir Arthur Bomber Harris, el general de la RAF que más tarde dirigiría los bombardeos aliados sobre las principales ciudades alemanes.

Una vez aprobado el plan, y con el apoyo del Foreign Office, se acondicionó un improvisado aeródromo en Lympne, en las proximidades de Folkestone, preparado exclusivamente para el recibimiento al avión del Führer, un cuatrimotor FockeWulf Fw 200 Kondor.

En cuanto el aparato aterrizase, era fundamental trasladar lo más rápido posible a Hitler a un lugar seguro, puesto que se temía una reacción de su escolta en cuanto se diese cuenta del engaño, una intervención de la Luftwaffe, o incluso un intento de suicidio del dictador germano al verse atrapado. Por lo tanto, un vehículo estaba preparado para trasladar de inmediato a Hitler al Ministerio del Aire, en Londres. Según las propias palabras del general Harris en una carta que dirigió a un colaborador, era «esencial sacar el premio del escenario cuanto antes...».

Los aviones de caza británicos estaban avisados para no abrir fuego contra el Kondor. Se estipuló que la señal convenida para identificar el avión en el que viajaba Hitler fueran cuatro ráfagas luminosas de emergencia con intervalos de treinta segundos. Además, el aparato volaría con el tren de aterrizaje bajado. Más tarde, según quedó registrado en la documentación, se decidió modificar el método para localizar el avión y se optó por que arrojase unas pequeñas placas metálicas, para que así pudiera ser identificado por los radares.

De todos modos, si el Kondor entraba en el espacio aéreo británico, el general Harris no estaba dispuesto a que Hitler pudiera escapar con vida. En el caso de que su escolta se hiciera con el control del avión, ya fuera al aproximarse al aeródromo o una vez en él para intentar despegar, varios cañones antiaéreos estaban preparados para abatirlo en el aire.

En el informe secreto también se habla de la prevención de Bomber Harris contra unas supuestas armas secretas utilizadas por los guardaespaldas de Hitler. A los británicos les habían llegado rumores de que para proteger la vida de su Führer emplearían un dispositivo capaz de «paralizar» a los atacantes.

Para evitar alguna fuga de información que pudiera dar al traste con todo el plan, los dos pelotones de soldados que estaban apostados día y noche en el aeródromo no sabían que se esperaba la llegada del líder nazi, sino simplemente de un «desertor». La alarma se inició a principios de marzo de 1941.

El día fijado por Baur para la entrega de Hitler a los británicos fue el 25 de marzo. Según Kiroff, el piloto intentaría aterrizar en el aeródromo inglés a primera hora de la mañana o a última de la tarde. Ese día todo estaba preparado para capturar al dictador alemán, pero fueron pasando las horas y ningún avión germano se acercó a Lympne.

¿La operación había sido descubierta? ¿Se había producido un repentino cambio de planes en la agenda de Hitler? ¿El piloto se había arrepentido?

Nadie sabía lo que había ocurrido. De todos modos, el estado de alerta continuaría hasta el mes de mayo, cuando se llegó a la conclusión de que el avión de Hitler no aterrizaría nunca en aquel aeródromo. El plan fue cancelado.

El informe secreto no despeja esas dudas. Tampoco confirma si Kiroff se salió con la suya y consiguió, junto a su familia, refugiarse en territorio inglés antes de ese día, tal como era su intención.

Aunque las pruebas demuestran fehacientemente que el gobierno británico hizo todo lo que estuvo en su mano para secuestrar a Hitler de este modo, todo apunta a que los ingleses fueron víctimas de un ingenioso engaño.

El plan se basaba en la supuesta deslealtad de Baur hacia el Führer, pero el piloto personal de Hitler mantenía hacia él una fidelidad absoluta, formando parte de su círculo íntimo. Su relación con él se remontaba a los primeros tiempos del partido, por lo que era difícil imaginar que desease entregarlo a los Aliados. De hecho, permaneció con él en el búnker hasta el final.6

Tampoco hay que descartar que este plan tuviera algún punto en común con el solitario viaje de Rudolf Hess del 10 de mayo de 1941, en el que el lugarteniente de Hitler saltó en paracaídas sobre Escocia para iniciar conversaciones de paz con los británicos. Según algunos investigadores, cabe la posibilidad de que el informe del supuesto plan de secuestro de Hitler fuera elaborado con informaciones de los servicios secretos relativos en realidad al rocambolesco vuelo de Hess, pero referidos al Führer para ocultar así su identidad.

El misterio seguirá rodeando durante mucho tiempo este insólito intento de secuestro del dictador alemán. Lo más probable es que aquel enigmático búlgaro consiguiese su propósito de escapar a Gran Bretaña con su familia, aprovechándose de la ingenuidad mostrada por los ingleses, convencidos de que podían poner fin a la guerra capturando a Hitler.

Churchill planeaba invadir Cerdeña

Las historias secretas de la Segunda Guerra Mundial pueden aparecer en cualquier momento, incluso sin buscarlas. Eso es lo que ocurrió en el verano de 2005, cuando dos investigadores italianos estaban indagando en el Archivo Nacional de Londres sobre un documental filmado por los franceses en 1918 en el que aparecían tropas sardas en la Primera Guerra Mundial.

En sus pesquisas, estos dos historiadores se tropezaron con otra historia, también relativa a la isla de Cerdeña. Según los documentos que encontraron por sorpresa en la sección de los Archivos Nacionales dedicada a esa isla mediterránea, el primer ministro británico, Winston Churchill, ideó un plan para invadir Cerdeña en 1941.7

La invasión, prevista en dos operaciones militares bautizadas Yorker y Garroter, planeaba la ocupación de la isla como paso previo para poder afrontar una ofensiva que vengara las derrotas inglesas contra las tropas del general Erwin Rommel y su Afrika Korps en el norte de África.

Yorker preveía el desembarco en la isla de 7.500 hombres en la primera noche de luna llena entre abril y mayo de 1941, con la misión de conquistar un puente estratégico y esperar la llegada de más efectivos.

Esas nuevas tropas eran la base de Garroter, segunda misión con la que Churchill pretendía estrangular a las tropas italianas, para ocupar así la isla y controlar las baterías antiaéreas alemanas e italianas situadas en los alrededores de la capital de la isla, Cagliari.

En los documentos, que sorprendentemente estaban catalogados de «alto secreto» pese a estar al alcance de cualquier investigador, se detallaban los puntos débiles de la isla para poder invadirla con un contingente que no superase los 50.000 efectivos.

El plan, no obstante, no pudo seguir adelante ya que las tropas alemanas se adelantaron a la ofensiva británica y conquistaron la isla de Creta en mayo de 1941, obligando a las fuerzas británicas a enfocar toda su atención en ese punto estratégico para el control del Mediterráneo oriental.

El doble de Montgomery

Una vez acabada la contienda, comenzaron a conocerse los planes que llevaron a cabo los británicos para engañar a los alemanes. Uno de ellos consistió en utilizar a un doble del general Bernard Montgomery para confundir al Cuartel General de Hitler en las fechas previas al desembarco de Normandía. El hombre que se encargó de interpretar ese papel fue Meyrick Edward Clifton James, quien revelaría los detalles de la misión en un libro publicado diez años después.8

En la primavera de 1944, el teniente Clifton James desconocía por completo los planes que estaban reservados para él. Se encontraba en su oficina del cuerpo de pagadores del Ejército en Leicester cuando recibió una inesperada y sorprendente llamada telefónica; se trataba del célebre actor David Niven, que entonces estaba encuadrado en la sección cinematográfica del Ejército.

Montgomery

En estas dos imágenes se puede apreciar el extraordinario parecido entre el auténtico general Montgomery (izquierda) y su doble, el actor Meyrick E. Clifton James.

Clifton James, nacido en 1898 en la ciudad australiana de Perth, había sido actor durante veinticinco años, y al estallar la guerra se había ofrecido voluntariamente para prestar servicio en la sección de espectáculos y diversiones. Sin embargo, fue destinado al cuerpo de pagadores, un puesto en el que se sentía frustrado. Niven le ofreció figurar en alguna película del Ejército, para lo que le convocó a realizar unas pruebas en Londres. El veterano actor aceptó muy contento al creer que el Ejército enmendaba su error y marchó de inmediato a la capital británica.

Pero allí se llevaría una nueva y, si cabe, más grande sorpresa. Niven le recibió junto al coronel Lester, del servicio secreto del Ejército, y de inmediato le aclararon que no habían pensado en él para participar en ninguna película, sino para que se convirtiera, ni más ni menos, que en el doble del general Bernard Law Montgomery.

Tras unos segundos de confusión, Clifton James comprendió que la propuesta no era descabellada. No en vano, sus amigos solían comentarle su enorme parecido con el militar inglés. Incluso, en una ocasión, su imagen apareció en un periódico londinense, con un pie de foto que decía: «Usted se equivoca, es el teniente Clifton James». Pero, aunque tenía asimilado su parecido con Montgomery, la propuesta de ser su doble le dejó estupefacto.

Fue precisamente al ver esa fotografía en la prensa cuando los servicios secretos británicos vieron la posibilidad de utilizar su enorme parecido para desorientar al enemigo. El coronel Lester le explicó en qué consistía el plan, denominado Operación Copperhead. Teniendo en cuenta que el día del desembarco en el continente se acercaba, y que los preparativos para el asalto eran imposibles de ocultar a ojos de los alemanes, se había elaborado un plan, con la aprobación del jefe supremo de las fuerzas aliadas, el general norteamericano Dwight D. Eisenhower, para intentar confundirles.

Había que hacer creer a los alemanes en la posibilidad de un golpe por sorpresa en otro escenario. Así pues, la idea era presentar pruebas de que Montgomery, el probable comandante de las fuerzas invasoras británicas, se hallaba en otro lugar, coordinando ese supuesto ataque secundario.

Clifton James aceptó el que, sin duda, sería el papel más importante de su carrera. En los días siguientes se dedicó a estudiar cientos de fotografías del famoso general y a observarlo con atención en los noticiarios cinematográficos. Para facilitar la imitación, a Clifton James se le permitió conocer personalmente al propio Montgomery. Durante unos días, el actor permaneció cerca de él, encuadrado entre la oficialidad del Estado Mayor del general, bajo la falsa identidad de un sargento del servicio secreto. Gracias a esta experiencia, lograría copiar a la perfección sus gestos más característicos, como su ligero saludo militar, el caminar con las manos entrelazadas a la espalda o el pellizcarse las mejillas mientras estaba concentrado en algún asunto.

Cuando el actor se vio ya preparado para ejecutar su difícil papel, se reunió a solas con Montgomery. Según recordaría Clifton James en su libro autobiográfico, el general le dijo: «Sobre sus hombros pesa una gran responsabilidad, ¿se siente seguro de lo que va a hacer?». Clifton James dudó, pero Monty añadió rápidamente: «Todo va a salir bien, no se preocupe».

Días después, al actor se le comunicó que el plan se iba a poner en marcha. El 26 de mayo, el falso Montgomery debía girar una visita a Gibraltar, visitando las diferentes instalaciones militares de la colonia británica, dando la impresión de que se estaban revisando los preparativos destinados a alguna inminente operación de importancia. Los ingleses se habían encargado de extender el rumor de que Montgomery iba a organizar una fuerza anglonorteamericana para invadir el sur de Francia.

El 25 de mayo llegó el esperado debut. Clifton James fue caracterizado como el general y se dirigió en automóvil hasta el aeródromo de Northolt. Allí fue despedido por una formación de altos jefes militares; algunos de los cuales conocían personalmente al general, pero nadie se dio cuenta del engaño, tal como se comprobaría tiempo después. Curiosamente, uno de ellos llegaría a afirmar que, efectivamente, lo notó algo cambiado, aunque para bien, pues lo vio en mejor forma física.

Al día siguiente, el actor llegó al Peñón. Entre la multitud que se congregó para recibirle se encontraban unos cuantos trabajadores españoles que espiaban para los alemanes, por lo que la noticia de su llegada no tardaría en llegar a oídos de los nazis, tal como deseaban los Aliados. El falso Montgomery atravesó ostensiblemente las calles de Gibraltar en un automóvil descubierto para facilitar el trabajo de los espías y acudió a la residencia del gobernador, el general sir Ralph Eastwood, quien sí conocía la Operación Copperhead. Éste le recibió con todos los honores y, una vez a solas, le confesó que en un primer momento, al verle, creyó que el auténtico Montgomery había decidido venir en persona.

Dos horas después de que Clifton James hubiera llegado a Gibraltar, los agentes de Hitler en Madrid ya conocían todos los detalles de la visita. Cuando la información llegó al Cuartel General del Führer, ésta fue interpretada como la confirmación del rumor de la proyectada operación anfibia en el sur de Francia.

Pero el viaje del actor no acabaría ahí. Clifton James partió del aeropuerto de Gibraltar —de donde fue despedido con todos los honores— rumbo a Argel, donde ya se habían hecho circular rumores de que Montgomery llegaría para coordinar la invasión del sur de Francia. Allí fueron agentes franceses colaboracionistas los que se encargarían de trasladar de inmediato la noticia a los alemanes.

Tras unos días de estancia en Argel y visitar algunas instalaciones militares de los alrededores, Clifton James fue trasladado de forma secreta a El Cairo, en donde debía desaparecer hasta que pasara el día de la invasión. Con ese repentino y misterioso mutis por el foro su papel había concluido.

Según se le informó después de la guerra, su misión no había estado exenta de riesgos. Cuando la noticia de su visita a Gibraltar llegó a Berlín, el Alto Mando alemán ordenó que Montgomery fuera asesinado o que su avión fuera derribado en el viaje de regreso. Pero, siempre según la información proporcionada al actor, Hitler ordenó terminantemente que no asesinaran a Montgomery antes de descubrir exactamente dónde se produciría la invasión. Al no descubrirlo, pues todo era un engaño, Hitler no llegaría a autorizar la operación para acabar con la vida del falso Monty.

Pero de lo que no hay duda es de que los alemanes picaron en el anzuelo tendido por los siempre competentes servicios secretos británicos. Se desconoce si esa maniobra de distracción fue la que provocó la retirada de algunos efectivos de la costa normanda para reforzar el flanco sur, pero sin duda sí que esta misión cumplida por el doble de Montgomery contribuyó a aumentar la confusión entre los alemanes en las vísperas del Día-D.

Tras la guerra, el gobernador de Gibraltar, el general Ralph Eastwood, dejaría constancia del éxito del plan:

«Como estratagema para despistar a los alemanes, el plan para hacer representar a otro oficial el papel del general Montgomery dio excelentes resultados. Yo mismo hubiera caído en el engaño si no hubiera conocido personalmente a Monty. En efecto, todos los que estaban cerca de mí, inclusive las autoridades españolas, quedaron convencidos de que el personaje que se nos presentó era en realidad el general. La ejecución del plan fue espléndida. Lo que se perseguía era hacer creer a los alemanes que la invasión se llevaría a cabo en otro punto, y el hecho de que se retiraran tropas del canal de la Mancha para situarlas más al sur es la mejor prueba de que la patraña surtió su efecto».

Clifton James, que no consiguió el reconocimiento público durante su larga carrera de actor, sí que obtuvo cierta notoriedad después de publicar su libro autobiográfico. Pero su labor de imitación del general Montgomery no había finalizado todavía. En 1958, John Guillermin dirigió una película basada en su historia, titulada I was Monty’s double. En el film, el propio actor interpretaría el papel de falso Montgomery. Clifton James falleció en la ciudad inglesa de Worthing el 8 de mayo de 1963.

Palestina escapa al Holocausto

El general Montgomery no sólo frenó en el otoño de 1942 el avance de Rommel en El Alamein para salvar a El Cairo y el canal de Suez de caer en manos alemanas, sino que con su victoria impidió también la extensión de la Solución Final a los judíos de Palestina. Hitler no buscaba solamente eliminar a los judíos del continente europeo, sino que aspiraba a erradicarlos también de Palestina, donde se habían concentrado medio millón de judíos huidos de Europa.

Esta revelación surgió en 2001 tras la apertura de unos archivos de la CIA que hasta ese momento habían permanecido clasificados como secreto. Según estos informes, que servirían de base para un detallado trabajo del historiador alemán Martin Cüppers,9 un Einsatzgruppe especial —los temidos comandos móviles de ejecutores—, se había incorporado en la primavera de 1942 al Afrika Korps, con el teniente coronel Walther Rauff al mando.

El plan de Rauff era la extensión y aplicación del Holocausto en Palestina. Walther Rauff procedía del Instituto Técnico Criminal de la Oficina Central de Seguridad del Reich (RSHA o Reichssicherheitshauptamt), y era uno de los iniciadores del recurso al gas como método de exterminio. Existen documentos, como la carta de Willy Just a Rauff del 5 de marzo de 1942, y confesiones como la de Otto Ohlendorf ante el Tribunal Militar Internacional, que implican a sus cámaras de gas móviles en la aniquilación de 97.000 personas entre judíos y discapacitados, mujeres y niños, además de prisioneros en Mauthausen, así como en la persecución de las comunidades judías norteafricanas.

En su plan para Palestina, Rauff se desplazó a la ciudad libia de Tobruk el 20 de julio de 1942 con una unidad de ejecuciones para ponerse a las órdenes del Afrika Korps, aunque días después sus siete oficiales y diecisiete suboficiales trasladaron su cuartel a Atenas, a la espera de la inmediata toma de Egipto por el mariscal Rommel.

Gracias a la firmeza de Montgomery en El Alamein, las puertas de Egipto permanecieron cerradas a las divisiones alemanas. Rauff ya no regresaría al Norte de África para cumplir su execrable misión; de este modo, el Holocausto nunca alcanzó a Palestina.10

La propaganda alemana destinada a los árabes que incitaba a «destruir a los judíos y sus bienes» no deja ninguna duda sobre su intención de aplicar la llamada Solución Final —el exterminio físico— a los 400.000 judíos del norte de África y eventualmente a otros 450.000 en Palestina.

Tras la derrota en El Alamein, el Ejército alemán se replegó hacia Túnez, donde resistiría hasta mayo de 1943. Según el historiador Martin Cüppers, hasta el último momento se mantuvieron planes para deportar a los judíos por barco desde Túnez hacia Italia y de allí hacia los campos de exterminio en Europa. Si no se llevaron a cabo fue porque las fuerzas navales alemanas tenían otras prioridades y no disponían de suficientes barcos para emplearlos en este cometido. Aunque no fueron trasladados a Europa, millares de judíos tunecinos sufrieron la política de exterminio del Tercer Reich, al ser internados en campos de trabajo en el desierto en durísimas condiciones, lo que causó la muerte a muchos de ellos.

Desembarco aliado en España

Las presiones del Tercer Reich sobre Franco para que España interviniese en la Segunda Guerra Mundial son bien conocidas. En la reunión de los dos dictadores en Hendaya celebrada el 23 de octubre de 1940, Hitler intentó conseguir el compromiso de Franco para permitir el paso de las tropas germanas a través de la península, con el fin de apoderarse de Gibraltar y cerrar así el acceso de la flota británica al Mediterráneo. Pero Franco resistió los requerimientos perentorios de su homólogo alemán.

El gobierno de Berlín continuó presionando para conseguir que España entrara en la guerra, pero a partir de la primavera de 1941 este interés decayó, ya que las prioridades de Hitler habían pasado al este de Europa. La invasión de la Unión Soviética el 22 de junio de 1941 atrajó toda la atención del Führer, lo que supuso un respiro para el gobierno español.

La presión sobre España se había relajado, pero un acontecimiento inesperado para las fuerzas del Eje situaría a nuestro país, un año y medio más tarde, en el centro de atención de todos los países implicados en la guerra. El hecho en cuestión fue el desembarco aliado en África del Norte.

El 8 de noviembre de 1942, las tropas aliadas desembarcaron en las posesiones francesas de África del Norte, bajo el control del régimen colaboracionista de Vichy, en la denominada Operación Torch (Antorcha). Los Aliados desconocían el recibimiento que iban a encontrar. Por un lado, los franceses deseaban sacudirse de encima el yugo alemán, pero por otro lado, debían guardar la lógica fidelidad al régimen oficialmente constituido, y éste era partidario de la colaboración con los alemanes.11

La noticia del desembarco aliado supuso una desagradable sorpresa para Hitler. Pese a que los alemanes temían que se produjese ese ataque aliado a las posesiones francesas en África del Norte, no creían que se fuera a llevar a cabo en ese preciso momento. Aquél era un golpe decisivo en el escenario bélico del Mediterráneo y estaba muy claro que Alemania no podía quedarse cruzada de brazos. Los Aliados ya contaban con que se produciría una respuesta germana a este golpe de efecto. Así que tanto las miradas de los alemanes como de los Aliados convergieron en un punto: España.

La situación geográfica de la península Ibérica, de enorme valor estratégico, la convertía en la clave para el éxito o el fracaso de la Operación Torch. Si España permitía el paso de las tropas alemanas, éstas podrían atacar desde las cómodas posiciones del Marruecos español. Si se cumplía esta hipótesis, existía un riesgo grande de que los Aliados fueran expulsados al mar en el caso de que las cabezas de playa no estuvieran bien consolidadas. Además, los alemanes no hallarían ninguna dificultad para cerrar el estrecho de Gibraltar, ya que dominarían las dos orillas, e impedir así que llegasen refuerzos aliados a las playas norteafricanas.

Estas circunstancias ya fueron analizadas con anterioridad por los alemanes. El 29 de mayo de 1942, Hitler dictó una orden por la que se establecían las operaciones que había que llevar a cabo en Francia y España en el caso de un desembarco aliado en África del Norte o un eventual ataque a la península Ibérica. Las órdenes que hacían referencia a Francia tenían el nombre de «Anton» y consistían en la ocupación militar del territorio gobernado por el Régimen de Vichy. Al final, éste sería el único plan que se llevaría a cabo; nada más conocerse el desembarco, los alemanes penetraron en la Francia no ocupada. La operación no salió del todo bien, ya que los propios franceses se encargaron de hundir la armada fondeada en el puerto de Tolon para que no cayese en manos de los alemanes.

Las órdenes que hacían referencia a la ocupación de España se conocían como Operación Ilona. Según este plan, el ejército alemán entraría por la parte occidental de los Pirineos. Los blindados se dirigirían hacia Bilbao y Vitoria, mientras que la infantería lo haría en dirección a Pamplona. Cuando se consolidase esa línea, continuaría el avance hacia el sur. Todo este plan contaba con que Franco no pusiese ninguna objeción al paso de los soldados alemanes por territorio español. En septiembre, un descuidado oficial de la SS perdió una cartera en la que estaban los planes de «Ilona». Por motivos de seguridad, el nombre de la operación se cambió por el de «Gisela».

Aunque los planes para el paso de las columnas alemanas por territorio español habían quedado archivados, los nazis siguieron trabajando en esa hipotética operación. Hasta ya entrado el año 1944, los expertos alemanes se dedicaron a recopilar toda la cartografía existente de la península Ibérica y en especial del estrecho de Gibraltar, y a elaborar nuevos mapas sobre las zonas de las que existía menos información. En la que debió ser una monumental tarea, los cartógrafos alemanes confeccionaron un perfil muy exacto, provincia a provincia y pueblo a pueblo, de España. Estos mapas fueron recuperados por los Aliados en Berlín y fueron trasladados a la Biblioteca del Congreso de Estados Unidos, en donde se encuentran en la actualidad, permaneciendo clasificados como secreto hasta mediados de la década de los noventa.12

En noviembre de 1942, a los Aliados no se les escapaba la posibilidad de que los alemanes tuvieran ya preparado un plan para ocupar la península, así que no escatimaron esfuerzos para impedir la colaboración española con Alemania. La prueba de que estaban dispuestos a hacer cualquier cosa para lograr la neutralidad española fue la carta escrita por el presidente de Estados Unidos, Franklin D. Roosevelt, que recibió Franco el mismo día del desembarco por la mañana, de manos del embajador estadounidense en Madrid.

En esa sorprendente misiva del máximo mandatario norteamericano dirigida a su homólogo español, encabezada por un afectuoso «Querido Generalísimo Franco», se explicaban los pormenores de la operación que se estaba llevando a cabo en esos momentos en las playas africanas. Además, lo que era más importante, se aseguraba al dictador español que los Aliados no tenían ninguna intención de atacar territorio español, ni en la península, ni en las islas ni en las posesiones africanas, y que podía estar tranquilo. El presidente norteamericano, en un ejercicio supremo de realpolitik, se despedía con la siguiente frase: «me reafirmo, apreciado general, como su amigo más sincero».

Pese a esta promesa de inviolabilidad del territorio español, los Aliados no querían dejarlo todo en manos de las veleidades de un general del cual, en el fondo, no se fiaban lo más mínimo pese a las «sinceras» palabras del presidente. Así pues, se confeccionaron los planes necesarios para responder en el caso de que la halagadora carta de Roosevelt no hiciese su efecto y Franco permitiese el temido paso del ejército alemán por territorio español.

La operación prevista para esta eventualidad se denominaba Backbone (Espalda). Consistía en apoderarse por la fuerza de las posesiones españolas en Marruecos y en instaurar un bloqueo marítimo del Estrecho de Gibraltar para impedir que los alemanes pudiesen trasladar tropas y material al continente africano. Este plan estaba ya confeccionado al detalle, pero existían otros proyectos menos elaborados aunque con la base suficiente como para ser puestos en práctica en poco tiempo si las circunstancias así lo requerían.

Uno de estos proyectos era el de llevar a cabo un desembarco en España. Para ello se manejaron distintos lugares, pero los que tuvieron más probabilidades de llevarse a cabo fueron los previstos en Málaga y en la costa catalana. El plan que tenía las playas malagueñas como objetivo llegó a estar bastante adelantado, ya que se trataba de una posición estratégica muy importante para controlar el paso por el Estrecho y proteger las cabezas de playa aliadas en África.

El desembarco en Cataluña contaba con la ventaja de que así se cortaba el paso de los alemanes por la península y de que podría convertirse en un punto de apoyo crucial para la liberación de Francia. Los exiliados catalanes en Nueva York a consecuencia de la guerra civil española proporcionaron todo tipo de información a los servicios de inteligencia norteamericanos para elaborar los planes de desembarco. Estos refugiados propusieron realizar varias operaciones anfibias entre Badalona (Barcelona) y Rosas (Gerona). En las playas más próximas a la capital catalana esperaban aprovechar el presumible apoyo de los obreros de las zonas industriales y de la población civil en general, proclive en su mayoría a la causa aliada. El desembarco en Rosas impediría la entrada de tropas alemanas por la cercana frontera con Francia.

Los expertos norteamericanos analizaron detenidamente todas las características geográficas de la costa catalana. Para ello, los exiliados llegaron a aportar incluso fotos familiares y postales que mostraban detalles de las distintas playas que podían ser escenario del desembarco. Además, los expertos consiguieron reunir una impresionante colección de fotografías tomadas por aviones militares y un completo conjunto de mapas.

Otra actuación que los Aliados tenían prevista para el caso de que los alemanes entraran en España era la de lanzar en paracaídas grupos de guerrilleros españoles entrenados en Gran Bretaña. Este plan, que saldría la luz una vez acabada la contienda, fue ideado por el embajador británico en Madrid, en la primavera de 1941. Los ingleses, hasta ese momento, habían jugado un papel bastante contemporizador con el régimen de Franco. Creían que si mostraban una actitud agresiva con España ésta podría arrojarse en brazos del Eje. Por lo tanto, se negaron a prestar apoyo directo a las fuerzas antifranquistas para no enemistarse con el dictador español. Sin embargo, en mayo de 1941 el embajador británico consideró que la entrada de las tropas alemanas en la península era inevitable y que el entonces débil ejército español, en el improbable caso de que se opusiese a esa operación, no podría hacer frente a la formidable maquinaria de guerra germana.

El plan consistió en reclutar refugiados españoles con experiencia en el campo de batalla y prepararlos para combatir a los alemanes en las montañas españolas, especialmente en el Pirineo y el País Vasco. Se escogieron a los mejores hombres y se les sometió a un intenso entrenamiento. Como se ha apuntado, la invasión alemana de la Unión Soviética alejó la posibilidad de esa ocupación de la península Ibérica, pero el desembarco aliado en África del Norte reavivó los planes que se habían elaborado con anterioridad.

Los guerrilleros españoles recibieron ropas de paisano y dinero español, y embarcaron en un avión británico para ser lanzados en paracaídas sobre suelo hispano. Durante dos días permanecieron dentro del aparato, preparados y dispuestos para despegar en cuanto llegase la orden que parecía inminente, pero ésta nunca llegó. Pasaron las horas y los días y fue quedando claro que las tropas de Hitler no cruzarían la frontera española.

El territorio español veía así alejarse el peligro de quedar involucrado en la guerra. A partir de ahí, las operaciones anfibias se desarrollarían únicamente en el sur de Italia y en el norte de Francia.

Atentado contra los Tres Grandes

El 20 de diciembre de 2000, un veterano del servicio de inteligencia soviético, Guevork Vartanian, reveló su participación en la frustración de un intento de atentado que tenía por objetivo acabar con la vida de los Tres Grandes —Stalin, Roosevelt y Churchill— durante la conferencia que celebraron en Teherán en diciembre de 1943.

En esa reunión se debía llegar a un acuerdo sobre la apertura del Segundo Frente en Europa. En esos momentos, el esfuerzo de guerra aliado recaía principalmente sobre los hombros de la Unión Soviética, y era necesario abrir un nuevo frente en Francia para atrapar a los alemanes entre dos fuegos. Aunque las fuerzas norteamericanas y británicas estaban por entonces avanzando a través de la península italiana, ese frente se encontraba prácticamente paralizado y sin expectativas de una progresión rápida, por lo que urgía proceder a un desembarco en tierras francesas con la vista puesta en la frontera occidental alemana.

Así pues, en ese encuentro previsto en Teherán se iba a decidir la estrategia que seguirían los Aliados hasta la presumible derrota del Eje. La importancia de esa reunión también fue advertida por Hitler, que encomendó al Abwehr —la organización de Inteligencia alemana— organizar un atentado contra los líderes de las potencias enemigas. Esta operación secreta figuraría bajo el nombre en código de «Salto Largo», y el encargado de idearla y desarrollarla sería el oficial de las SS Otto Skorzeny, especialista en acciones de este tipo y al que los Aliados distinguirían con el apelativo de «el hombre más peligroso de Europa».

Pero los alemanes no lo iban a tener fácil en su propósito. La protección de los asistentes a la Conferencia de Teherán corría a cargo principalmente de los órganos de seguridad soviéticos. A principios de la contienda, en Teherán abundaban los refugiados llegados de la asolada Europa, en su mayoría personas acomodadas que querían ponerse a salvo de los peligros de la guerra, y entre los que se contaban unos 20.000 alemanes. Entre esos refugiados se ocultaban también espías nazis, que tenían muchas oportunidades de desarrollar su labor gracias al amparo que les ofrecía el Sha Reza Pahlevi, simpatizante no declarado de Hitler. Los servicios de Inteligencia alemanes en Irán, coordinados por Franz Maier, poseían allí una estructura sólida y eficaz.

Pero en agosto de 1941 tropas rusas penetraron en el norte de Irán a fin de poner coto a la infiltración alemana y proteger así el flanco sur del territorio soviético. De inmediato, más de cuatrocientos agentes alemanes fueron detenidos, puesto que se les venía siguiendo la pista desde febrero de 1941, gracias a la labor de un grupo de agentes soviéticos. Franz Maier pasó a la clandestinidad pero, tras una intensa búsqueda, fue descubierto; se había dejado barba y trabajaba de sepulturero en un cementerio armenio. En cuanto a la parte sur del país, se encontraba ocupada por las tropas británicas para garantizar los suministros anglo-americanos procedentes del golfo Pérsico.

La conferencia se celebraría en la sede de la embajada de la Unión Soviética. Para las negociaciones secretas de los tres líderes era difícil encontrar un lugar más seguro: se trataba de una gran finca rodeada de una alta tapia de piedra, y en la que se hallaban diseminados varios edificios de ladrillo blanco. Una de estas mansiones estaba destinada a la residencia del presidente norteamericano.

Roosevelt aceptó la invitación de Stalin de residir en el interior del complejo de la embajada soviética por razones de seguridad. La embajada de Estados Unidos en Teherán se encontraba en un suburbio, y Stalin advirtió a su homólogo norteamericano que en su camino hacia el centro de la ciudad podía convertirse en un objetivo fácil para cualquier agente alemán. En cambio, las embajadas soviética y británica se encontraban una enfrente de la otra, en la misma calle. Después de abrir brechas en las tapias, mediante unos muros de seis metros se bloqueó la calle para crear un paso provisional entre las embajadas. Al lado estaban emplazadas piezas de artillería antiaérea y ametralladoras.

Ya a mediados de septiembre de 1943, los servicios de Inteligencia alemanes se enteraron de cuándo y dónde se celebraría la conferencia, y se puso en marcha el diseño del atentado. Según se reveló en el año 2000, Moscú recibió la advertencia sobre la operación contra los líderes de las potencias aliadas en los bosques de Rovno, en Ucrania, donde actuaba un destacamento guerrillero al mando de Dmitri Medvedev y del que formaba parte el legendario agente de Inteligencia soviético Nikolai Kuznetsov.

Haciéndose pasar por el primer teniente alemán Paul Siebert, Kuznetsov logró caer en gracia al Sturmbahnfuhrer de las SS Ulrich von Ortel, quien hasta prometió a Kuznetsov presentarlo a Otto Skorzeny. Cuando estaba bebido, a Ortel se le escapó:

«Viajaré junto con Skorzeny a Irán donde van a reunirse los Tres Grandes. Repetiremos el salto de los Abruzzos.13 ¡Pero éste será un “Salto Largo”! ¡Eliminaremos a Stalin y Churchill e invertiremos el curso de la guerra! Secuestraremos a Roosevelt para que nuestro Führer se ponga de acuerdo con América. Partiremos formando varios grupos. Ahora ya se entrenan agentes en una escuela especial de Copenhague».

Después de recibir el informe de Nikolai Kuznetsov, Moscú dio las órdenes necesarias para impedir la operación germana, distribuyendo varios grupos de agentes por Irán con esa misión. Para ello confió, entre otros, en Guevork Vartanian, un agente que llevaba residiendo en Irán desde 1930, adonde había sido destinado su padre, por lo que conocía a la perfección la geografía del país persa. Además, Vartanian había comenzado a colaborar con los servicios secretos soviéticos a los quince años, por lo que era el candidato ideal para tratar de neutralizar los planes nazis.

El grupo encabezado por Vartanian fue el primero en detectar un grupo de agentes alemanes que desembarcaron cerca de la ciudad de Kum, a sesenta kilómetros de Teherán. Se componía de seis paracaidistas radiotelegrafistas. Los hombres de Vartanian los capturaron sin excesivas dificultades y los condujeron hasta Teherán, donde la estación de Inteligencia nazi les había preparado una finca como residencia.

El propio Vartanian relataría los detalles de su misión en una entrevista concedida a la agencia rusa Novosti el 16 de octubre de 2007:

«Tenían muchas armas, y todos los bultos los cargaron sobre camellos. Todo el grupo se mantenía bajo nuestra vigilancia. Supimos que habían establecido comunicación con Berlín e interceptamos todos sus mensajes. Logramos descifrarlos, y supimos que los alemanes se proponían enviar otro grupo de comandos encargados de eliminar o secuestrar a los Tres Grandes. Este grupo debía estar al mando del propio Otto Skorzeny, que ya había estado en Teherán y analizaba la situación sobre el terreno. Ya entonces vigilábamos todos sus desplazamientos en la capital iraní.

Detuvimos a todos los agentes del primer grupo y los obligamos a trabajar bajo nuestro control, enviando mensajes falsos al servicio de Inteligencia alemán. Teníamos la gran tentación de atrapar al propio Skorzeny pero los Tres Grandes ya se encontraban en Teherán y, por lo tanto, no podíamos permitirnos correr mucho riesgo. Dimos deliberadamente al radiotelegrafista la posibilidad de enviar un mensaje sobre el fracaso de la operación. Ello surtió efecto, y los alemanes renunciaron a enviar a Teherán el grupo principal, con Skorzeny al mando. De modo que el éxito de nuestro grupo en detectar el primer grupo de sabotaje, acompañar y detenerlos e intercambiar mensajes falsos con el Abwehr previno el atentado contra los líderes de las Potencias aliadas».

Vartanian y su esposa Goar, quien también formaba parte de este grupo, se hicieron acreedores a tres condecoraciones: la orden de la Guerra Patria, la de la Bandera Roja por el valor en combate y la de la Estrella Roja. Posteriormente, Vartanian recibiría en 1984 la medalla Estrella de Oro de Héroe de la Unión Soviética, en reconocimiento a sus méritos tanto durante la Segunda Guerra Mundial como en los años de la Guerra Fría, y para conmemorar su 80.o aniversario se le entregaría la orden «Por los Méritos ante la Patria».

Churchill y la guerra bacteriológica

Afortunadamente, las potencias involucradas en la contienda no hicieron uso de todo el armamento del que disponían. El vívido recuerdo de las penalidades padecidas durante la Primera Guerra Mundial por los soldados atacados con gases asfixiantes impidió que los países en lucha recurriesen a este tipo de armas, pese a disponer de ellas. La idea de que el gas venenoso pudiera ser utilizado masivamente contra la población era repugnante en extremo, y nadie se atrevió a dar ese paso decisivo, por temor a las represalias.

Los británicos poseían grandes reservas de gases asfixiantes. Pero lo que es menos conocido es que también disponían de bombas bacteriológicas, en las que habían comenzado a investigar en una fecha tan temprana como febrero de 1934.

Paradójicamente, los británicos tuvieron curiosidad por aprender acerca de la utilidad de las armas biológicas como consecuencia de un tratado internacional, el Protocolo de Ginebra, firmado en 1925, que tenía el objetivo de prohibir su uso.

El Departamento Biológico «Porton» (BDP), ubicado a poca distancia de Stonehenge, se estableció en octubre de 1940 en la ciudad de Porton Down, con el propósito de desarrollar y ensayar armas biológicas. Con la ayuda de científicos norteamericanos y canadienses, Gran Bretaña centró su investigación ofensiva en microbios que atacaran al ganado y que pudieran atomizarse para ser diseminados al explotar submuniciones o mediante aerosoles. Para el verano de 1942, el Departamento Biológico estaba listo para realizar pruebas de campo con ántrax a fin de determinar la viabilidad de una bomba biológica. El ántrax (Bacillus anthracis), conocido también como carbunco, es una enfermedad mortalmente contagiosa, tanto para personas como para animales

Como escenario de estos primeros ensayos con ántrax se escogió la isla de Gruinard, un lugar remoto y pedregoso a 800 metros de la costa noroeste de Escocia. La isla, situada cerca de un pueblo de pescadores llamado Aultbea, es un crestón de roca cubierto de brezo, con 90 metros de alto, 2,4 kilómetros de largo, y 1,6 de ancho. El poco imaginativo nombre en clave que recibió la isla fue «Base X».

La primera arma con la que se realizó un ensayo en Gruinard empleaba una bomba química modificada de 11 kilos, y se cargaba con una «mezcla espesa y de color café», que era en realidad una masa de esporas de ántrax concentradas. Después de llenarse con esta pasta aguada, la bomba se transportaba de tierra firme escocesa a Gruinard, y luego se lanzaba desde un bombardero Wellington.

Los ensayos de Gruinard demostraron que los gérmenes podían producirse, transportarse y cargarse en submuniciones que se hacían explotar sobre las áreas objetivo sin destruir los frágiles organismos vivos que propagaban la infección. Sobrevivieron las esporas y continuaron los ensayos, pero los efectos sobre el medio ambiente de la isla no se hicieron esperar.

El cadáver de una oveja contaminada con ántrax fue arrebatado por las olas de su sepultura al pie de un acantilado y llegó flotando hasta tierra firme; una vez allí, posiblemente fue comido por un perro, lo que acabaría extendiendo la enfermedad a otros 63 animales. A los lugares en los que morían animales acudía rápidamente un grupo de miembros de la misión, enfundados en batas blancas, y se los llevaban con discreción y sin ofrecer ninguna explicación a los granjeros, preocupados ante la epidemia que estaba diezmando sus rebaños. Unos meses más tarde, ante el riesgo de que la operación trascendiese, los británicos decidieron detener sus ensayos con agentes biológicos en la isla.14

Los avances en la investigación permitieron a primeros de 1944 presentar un proyecto viable al premier británico; ya se disponía de una bomba de 1.800 gramos rellena con esporas de ántrax.15 Este artefacto había sido diseñado en el Reino Unido, pero se había producido en un laboratorio estadounidense. Según el informe que recibió Churchill, «media docena de aviones Lancaster podría transportar una cantidad de bombas suficiente para aniquilar lo que se hallara en un radio de 2,5 kilómetros cuadrados y hacer dicha área inhabitable en lo sucesivo».

Churchill dio el visto bueno a la obtención en grandes cantidades de esa bomba bacteriológica y el 8 de marzo de 1944 encargó la fabricación en Estados Unidos de medio millón de unidades. «Háganme saber sin falta —escribió Churchill al comité para la guerra bacteriológica— en qué momento disponemos de ellas. Tenemos que considerarlas suministro prioritario.»

El éxito del desembarco en Normandía y de los avances sucesivos por territorio francés, así como la oposición cada vez menor que encontraban los aviones aliados para bombardear las ciudades alemanas, seguramente hizo decrecer el interés por esa solución radical. Pero en una fecha tan tardía como diciembre de 1944, Churchill aún se planteaba la posibilidad de lanzar esas bombas bacteriológicas sobre Berlín, Hamburgo, Frankfurt o Stuttgart. El plan consistía en arrojar un millón de bombas con esporas de ántrax sobre cada una de esas ciudades.

Churchill expuso ese planteamiento al jefe de su departamento de guerra química, al que le pidió también que investigara los efectos de un hipotético empleo de gas mostaza contra esos grandes núcleos de población. Según el funcionario consultado, si el plan se hubiera llevado a la práctica, el número de muertes no hubiera bajado de los tres millones de personas que, dadas las circunstancias, hubieran sido mayoritariamente mujeres, niños, ancianos y prisioneros de guerra. Además, el experto advirtó que Berlín, por ejemplo, quedaría inhabitable durante más de tres décadas.

Sea cierta o no esa intención del primer ministro británico de lanzar un ataque bacteriológico contra la población civil germana, la verdad es que los Aliados contaban con los medios necesarios para llevarla a cabo. El desmoronamiento militar del Tercer Reich que se produjo a partir del verano de 1944 hizo innecesario recurrir a esa arma mortífera, pero no hay que descartar que, si el desembarco en Normandía hubiera fracasado y la guerra, por tanto, se hubiera alargado, los Aliados hubieran jugado esa terrible carta.

Proyecto Orcon

En noviembre de 1999, la US Navy desclasificó la documentación relativa a un extravagante plan de dirección de bombas en vuelo, experimentado durante la Segunda Guerra Mundial. Aunque desde 1959 ya se tenía conocimiento del mismo, no sería hasta casi entrado el siglo XXI cuando se harían públicos los detalles.

Este plan, denominado Proyecto ORCON (Organic Control), ideado por el psicólogo Burrhus Frederic Skinner (1904- 1990), consistía en guiar un misil contra un buque enemigo por medio de palomas mensajeras especialmente entrenadas. La idea era evitar las contramedidas electrónicas empleadas por los alemanes para interferir a los misiles guiados mediante el empleo de animales, en este caso, palomas.

Skinner había trabajado desde 1936 en el estudio sobre el comportamiento de las palomas. Llegó a la conclusión de que eran unos animales extraordinariamente tercos, y que repetían sin cansancio un comportamiento establecido, siempre que tuvieran el más mínimo indicio de que éste les iba a reportar comida. Además, la capacidad de orientación de las palomas en vuelo, aprovechada desde tiempos inmemoriales por el hombre para enviar mensajes, le hizo ser el animal elegido para ese singular proyecto.

Antes de la misión, las palomas que iban a participar en ella eran entrenadas, proporcionándoles alimento cada vez que picaban en una imagen que representaba el objetivo, normalmente un acorazado. El día señalado, tres palomas eran colocadas dentro del misil, delante de una pantalla de vidrio cubierta con óxido de estaño, un semiconductor. Cada paloma disponía de su propia ventanilla, que le permitía ver una parte del exterior distinta.

Las palomas picaban en el lugar donde aparecía el blanco y como recompensa recibían un grano de maíz. Cuanto más rápido picaba la paloma, más granos recibía y si el misil se desviaba del rumbo, la hambrienta paloma picaba en la dirección donde estaba desapareciendo la imagen del blanco. En la pantalla conductora se generaba una señal eléctrica que corregía el rumbo del misil al ser aplicada al mecanismo de corrección del rumbo, reorientando los alerones del artefacto.

Según los experimentos que se realizaron, se calculó que las palomas conseguirían conducir el misil a su objetivo con un porcentaje de acierto del 55,3 por ciento. El Comité de Investigación de Defensa Nacional dispuso de una partida de 25.000 dólares para el proyecto, pero nunca fue tomado muy en serio por los altos mandos militares, lo que Skinner lamentaría amargamente.

El proyecto se canceló en octubre de 1944, cuando era evidente que la guerra iba a concluir favorablemente para los Aliados. La seguridad de ganar la contienda contando con métodos convencionales hizo innecesario que la Armada norteamericana se arriesgase a emplear recursos en un proyecto tan heterodoxo.

De todos modos, el Proyecto ORCON fue reactivado en 1948 durante la Guerra Fría. Aunque las simulaciones realizadas con misiles consiguieron «sorprendentes buenos resultados» el plan sería definitivamente cancelado en 1953. A partir de entonces, los detalles del proyecto permanecerían archivados como alto secreto hasta su desclasificación, pero Skinner no participaría de esa ocultación. En 1959 publicó un libro en el que daba a conocer el plan16 y en 1971 concedería una entrevista a la revista Time, en la que aseguraría que el gran problema al que se enfrentó su proyecto fue que «nadie se lo tomó en serio».17

Antropólogos en pie de guerra

Durante la Segunda Guerra Mundial, más de dos docenas de antropólogos norteamericanos trabajaron para la Oficina de Servicios Estratégicos (OSS), la predecesora institucional de la CIA,18 y realizaron una serie de tareas que iban desde operaciones clandestinas al análisis de propaganda.

Este asunto fue desvelado por David H. Price, profesor de Antropología en la Universidad de Saint Martin, en Olympia, Washington,19 tras un extenso trabajo de investigación, consiguiendo la desclasificación de documentos que han permanecido secretos durante medio siglo, amparándose en la Freedom of Information Act (Ley de Libertad de Información).

Según las investigaciones de Price, en 1943 la OSS elaboró un documento secreto titulado «Informe preliminar sobre antropología japonesa», con las conclusiones que ese grupo de antropólogos intentó establecer sobre las características propias de los japoneses, con el objetivo de matar a soldados y civiles de esta nacionalidad. El informe trató de determinar si existían «características físicas que diferencian a los japoneses de una manera que haga que esas diferencias sean significativas desde el punto de vista de la realización de la guerra».

En la actualidad sigue siendo confidencial quién escribió el informe, pero una lista de los eruditos consultados por la OSS incluye a antropólogos como Clyde Kluckhohn, Fred Hulse, Duncan Strong, Ernest Hooton, C. M. Davenport, Wesley Dupertuis y Morris Steggerda. Pero este trabajo científico no se desarrolló a título individual; las dos principales asociaciones norteamericanas de Antropología, la American Anthropological Association y la Society for Applied Anthropology, participaron en este programa de investigación.

El informe estudió una serie de características físicas y culturales japonesas para determinar si era posible producir armas que explotaran particularidades «raciales» identificables. El estudio examinó peculiaridades anatómicas y estructurales, atributos fisiológicos japoneses, la susceptibilidad japonesa a enfermedades y posibles puntos flacos en la constitución japonesa o «debilidades nutricionales».

La OSS instruyó a los antropólogos y a otros asesores para que trataran de concebir medios que utilizaran estas diferencias detectables en el desarrollo de armas; se les animó a que consideraran el tema «en términos amorales y no éticos», aunque se les tranquilizaba a este respecto asegurándoles que «si alguna de las sugerencias incluidas son consideradas para la acción, todas las implicaciones morales y éticas serán cuidadosamente estudiadas».

La mayor parte de los antropólogos confiaron en la OSS y trabajaron dejando a un lado sus reservas éticas, en el convencimiento de que posteriormente la OSS cumpliría su compromiso. Sin embargo, dos antropólogos, Ralph Linton y Harry Shapiro, se negaron a considerar siquiera el encargo de la OSS, pero fueron la excepción a la regla general.

Como ha quedado señalado, la mayoría de los antropólogos no tuvo reparos en colaborar con la OSS. Un antropólogo de la Universidad de Harvard, Ernest A. Hooton, recomendó que se emprendiera un «estudio constitucional de prisioneros japoneses o de varones nativos de edad militar en los centros de traslado, para producir información útil respecto a los puntos débiles del físico japonés». Otro antropólogo de la misma universidad, Carl Seltzer, recomendó que fisiólogos, higienistas, psicólogos o sociólogos examinaran «especímenes» japoneses para hallar las debilidades deseadas. Los puntos de vista de Hooton y Seltzer correspondían a la antropología racial de Harvard en ese período.

Meses antes de este informe, el antropólogo Melville Jacobs escribió a la célebre antropóloga Margaret Mead y se quejó a propósito de sus dificultades para sumarse al esfuerzo de guerra —probablemente por su pasado comunista— diciendo que «me provoca alergia que miembros del grupo de Harvard, con sus inclinaciones racistas, puedan ingresar a algún servicio militar o gubernamental que haya sido establecido o pueda establecerse en el futuro con alguna relevancia racial».

Los antropólogos que se avinieron a ponerse a las órdenes de la OSS estudiaron datos médicos sobre las fundamentales diferencias físicas en la «raza» japonesa, y evaluaron las diferencias en las morfologías del oído interior, de las densidades de las papilas gustativas, las musculaturas laríngeas, las longitudes intestinales y los sistemas arteriales.

Para decepción de la OSS, este trabajo de análisis de las características propias de los nipones no dio el resultado apetecido, al no conseguir aislar diferencias morfológicas «útiles». Lo más cerca que se estuvo de la determinación de una diferencia racial entre norteamericanos y japoneses fue la detección de una cierta debilidad en el tracto respiratorio de estos últimos. En consecuencia, algunos de los antropólogos que participaron en el programa recomendaron la utilización de bacilos de ántrax, que atacan las vías respiratorias y que suponían que tendrían un efecto letal en pulmones japoneses.

Según la OSS, un profesor de la Escuela de Medicina de Harvard «pensó en voz alta» sobre la posibilidad de introducir alguna enfermedad en los soldados enemigos, ante la que los soldados estadounidenses estuvieran bien protegidos. Descartó la mayoría de las afecciones causadas por trematodos o protozoos por no ser prácticos y pensó que el virus de la peste podía ser el idóneo. Para propagarlo entre los japoneses, el profesor propuso una medida insólita, como era lanzar en paracaídas ratas infectadas.

El profesor de Harvard valoró también la posibilidad de expandir el tifus entre las filas niponas haciendo que voluntarios cubiertos de piojos, pero inmunes, se dejaran capturar; al realizar esta propuesta seguramente el profesor no pensó en las dificultades para encontrar voluntarios dispuestos a emprender esta misión. Otra idea fue soltar garrapatas infectadas con fiebre de las Montañas Rocosas, aunque reconocía que la propagación de esta enfermedad era difícil, puesto que no se transmite por contagio de un hombre a otro.

Según el informe del OSS, este imaginativo profesor de Harvard se lanzó a una discusión espontánea del ántrax, cuya introducción consideraba totalmente práctica y altamente efectiva, a pesar de que el ántrax tampoco es contagioso de persona a persona. Además, afirmó que era posible engendrar especies altamente virulentas de bacillus anthracis y propagarlas con facilidad en cualquier concentración de tropas enemigas, ya que las esporas del bacilo son prácticamente indestructibles, lo que permitía esparcirlas utilizando bombas. Además, los efectos del ántrax son muy rápidos y peligrosos, ya que los bacilos penetran en cortes o abrasiones, impiden que las heridas cicatricen, y provocan neumonía.

El informe reconoció que un aspecto negativo de la diseminación del ántrax contra poblaciones japonesas era que podría propagarse fácilmente a poblaciones de ganado, y así regiones enteras «seguirían siendo peligrosas durante muchos años». La amenaza de semejante propagación del ántrax llevó a la OSS a advertir contra la utilización de armas de ántrax, pues podía dificultar considerablemente una hipotética ocupación de Japón por las tropas norteamericanas.

Al examinar la posibilidad de un colapso general de la red alimentaria de los civiles japoneses, la OSS informaba que «el grueso de la población japonesa vive al límite irregular de la deficiencia alimenticia». Por lo tanto, inducir el hambre podía ser un arma más, junto a los bombardeos sobre las ciudades, para quebrar la resistencia del frente interno. Para la OSS, podían infligirse aún más muertes por desnutrición con «un esfuerzo continuo y concertado por hundir a todo barco de pesca enemigo que sea avistado». Extender el hambre entre los soldados debía ser una prioridad, al disminuir así su capacidad de lucha, por lo que recomendaba explotar la vulnerabilidad de los japoneses en edad militar al beri-beri, una enfermedad del sistema nervioso provocada por la carencia de vitamina B1.

Finalmente, el informe de la OSS consideró la destrucción del suministro de arroz japonés, señalando que después de eliminar el acceso al pescado, sería igual de importante un ataque planificado contra los suministros de arroz. Ya que el arroz almacenado tiende a perder gran parte de su vitamina B, los japoneses no podían acumular fácilmente grandes reservas, por lo que las energías debían orientarse hacia la destrucción de cultivos en crecimiento que estuvieran a punto de madurar. Además, el informe señalaba que se obtendrían mejores resultados si se atacaban los cultivos de arroz en el propio Japón cada vez que fuera posible, ya que eso obligaría al enemigo a depender más y más de arroz importado, incrementando sus crecientes problemas de transporte marítimo.

«Se pueden sugerir varios procedimientos para interferir en la producción de arroz —decía el informe del OSS—. Se pueden bombardear concentraciones de campos de arroz con misiles que caigan de lado y destruyan una gran superficie de suelo. Deberían destruirse igualmente los sistemas de regadío. La concentración de ácido más adecuada para el cultivo de plantas de arroz debe ser químicamente afectada siempre que sea posible y hay que considerar seriamente la introducción de enfermedades que destruyan el arroz.»

El informe recomendaba la consideración de una especie de hongo, Sclerotium oryzae, que había atacado variedades japonesas de arroz a comienzos del siglo XX, ya que «es difícil de cuestionar la conveniencia de destruir sistemáticamente las plantas de arroz del enemigo, así como sus suministros de pescado».

Esa actuación destinada a extender el hambre entre los japoneses eliminando las fuentes de aprovisionamiento de arroz y pescado sí que parecía factible, pero el gran objetivo, identificar las diferencias «raciales» entre japoneses y norteamericanos, se saldó con un sonoro fracaso. Las conclusiones del informe reconocían «que no hay variaciones estructurales, fisiológicas o constitucionales significativas de los japoneses en comparación con otras razas. Es casi seguro que resultarán fútiles los intentos de explotar las diferencias menores que existen».

Hoy día, sólo es posible especular con las recomendaciones hechas al gobierno norteamericano si, efectivamente, se hubieran logrado aislar las características «raciales» de los japoneses, tal como buscaba la OSS. Afortunadamente para los nipones, en aquella época no se disponía de los conocimientos actuales sobre genética; de ser así, es posible que se hubiera detectado alguna diferencia, por pequeña que fuera, que hubiera permitido algún tipo de actuación discriminada contra ese segmento de población.

Se requiere no saber leer

Aunque es posible que para optar a un determinado trabajo no se requiera específicamente saber leer, lo que es insólito es una oferta para la que el hecho de saber leer invalide al candidato.

Esto es lo que sucedió durante la Segunda Guerra Mundial, en Oak Ridge, estado de Tennessee. En ese lugar, el gobierno estadounidense llevaba a cabo las investigaciones secretas destinadas a fabricar la primera bomba atómica de la historia.

Los dispositivos de seguridad de estas instalaciones eran máximos, alcanzando también al enorme volumen de papel que generaban y que era necesario destruir. Pero cabía la posibilidad de que alguien pudiera fisgar entre estos papeles, por lo que había que eliminar esa posible vía de fuga de información.

Tal como se descubrió después de la contienda, los encargados de mantener la seguridad del proyecto decidieron poner la recogida de desperdicios en manos de trabajadores analfabetos, especialmente escogidos para esta comprometida tarea. De este modo, difícilmente podrían poner en peligro la seguridad del proyecto atómico, al no saber distinguir la información valiosa de la que no lo era.

Venganza, no justicia

Tras la Segunda Guerra Mundial y el exterminio de seis millones de judíos en toda Europa, los judíos supervivientes optaron mayoritariamente por no mirar atrás y pusieron todo su empeño en construir un nuevo futuro en Palestina. Pero hubo otros, como el cazador de nazis Simon Wiesenthal o el matrimonio formado por Serge y Beate Klarsfeld, que no se resignaron a contemplar cómo aquellos asesinatos masivos quedaban impunes y dedicaron toda su vida a conseguir que los culpables acabasen ante un tribunal para que sus actos fueran juzgados. El principio defendido por Wiesenthal era «Justicia, no venganza» y, efectivamente, fue el lema que impregnó toda su labor.

Pero inmediatamente después de finalizada la contienda, hubo judíos que no estaban dispuestos a esperar a que los asesinos de sus familiares y amigos compareciesen ante un tribunal. Los soldados hebreos que formaban parte de las tropas aliadas pudieron leer en las paredes de las sinagogas destruidas los mensajes de los asesinados por la política de exterminio del Tercer Reich: «Fuimos asesinados. Vengadnos y recordadnos».

Aunque la guerra había concluido, para muchos el conflicto no finalizaría hasta que sus familiares exterminados no fueran vengados. Para los supervivientes, la antigua ley bíblica del «ojo por ojo, diente por diente» recuperaba toda su vigencia. Este convencimiento tomaba cada vez más cuerpo al comprobar cómo las autoridades aliadas se mostraban a cada momento más indulgentes con los criminales de guerra.

Para los Aliados era evidente que si se decidían a juzgar a todos los alemanes que habían estado involucrados en la estrategia criminal del Tercer Reich, el sistema judicial militar aliado quedaría totalmente colapsado. Además, era conveniente no enemistarse con el conjunto de la población civil germana, pues mantener la posición estratégica de Alemania era fundamental para hacer frente a la expansión soviética. Por todo ello, para los Aliados no constituía una prioridad buscar, capturar y juzgar a los culpables de crímenes de guerra. Esto provocó que muchos de estos criminales, pese a que todas las evidencias apuntaban a su culpabilidad, fueran ignorados o, en el caso de que estuvieran en manos aliadas, puestos en libertad.

Al cerrarse la posibilidad de que esos criminales pudieran responder ante la justicia, se abrió paso el deseo de vengar el dolor que habían ocasionado. El principal actor de esta misión recaería en la Brigada Judía, formada en julio de 1944 por cinco mil voluntarios que habían sido reclutados por los británicos en Palestina para combatir contra el Ejército alemán, y que fueron organizados en tres batallones de infantería y varias unidades de apoyo. Con la Estrella de David cosida en las mangas de sus uniformes, estaban dispuestos a demostrar al mundo que su pueblo estaba preparado para presentar batalla.

El 20 de septiembre de 1944, un comunicado oficial por la Oficina de Guerra anunció la creación de la Agrupación de Infantería de la Brigada Judía del Ejercito Británico. Bajo el mando del general de Brigada Ernest Benjamin, la Brigada Judía combatió contra los alemanes en Italia desde marzo de 1945 hasta el final de la guerra.

En mayo de ese mismo año fue destinada a Tarvisio, una localidad situada cerca de la frontera entre Italia, Yugoslavia y Austria. Sus miembros estaban deseosos de formar parte de las fuerzas de ocupación en Alemania, pero se les encargó otra misión, de carácter extraoficial. Debían encargarse de abrir y mantener operativo un pasillo secreto entre la Europa en ruinas y Palestina, para que los miles de judíos que huían de la Europa del Este pudieran llegar a esa nueva tierra de promisión. Esta acción sería conocida como Operación Brecha. Una parte de esos judíos habían conseguido regresar a sus lugares de residencia, pero se habían encontrado con la amarga sorpresa de que sus antiguos vecinos les ofrecían un recibimiento hostil. La mayoría hallaban sus hogares ocupados por otras personas, al pensar que nunca más iban a volver. Ante la perspectiva de padecer nuevas persecuciones, Palestina se presentaba como una única opción de futuro.

Los soldados de la Brigada Judía se pusieron manos a la obra. Pero lo que se acometió con ilusión y esperanza pronto se convirtió en una experiencia desoladora y muy dolorosa. Al escuchar los testimonios de los que habían sobrevivido a lugares infernales como Auschwitz-Birkenau, Mauthausen o Bergen-Belsen, y al conocer que muchos de sus familiares habían sucumbido a la implacable máquina de muerte nazi, el deseo de venganza surgió y creció entre los miembros de la Brigada.

Los jóvenes soldados hebreos decidieron que no se limitarían a abrir ese pasillo, tal como se les había encargado, sino que se tomarían la justicia por su mano con los que habían torturado y asesinado masivamente a su pueblo. Con ayuda de los servicios de inteligencia militar estadounidense y británico, que se avinieron a colaborar tras escuchar sus ruegos, se confeccionaron listas de miembros de las SS susceptibles de ser represaliados.

Esta operación secreta se puso en marcha en julio de 1945. La unidad actuaría siempre en un radio de acción de cien kilómetros alrededor de Tarvisio. Un escuadrón de Nokmin (Vengadores) cruzó la frontera con Austria y se presentó en una casa que había sido un centro administrativo de la Gestapo. Los judíos detuvieron a una pareja que regentaba el lugar; la mujer reconoció que su trabajo era el de clasificar todas las pertenencias de valor confiscadas a judíos detenidos en Italia y Austria. Cuando la mujer iba a ser ejecutada de un tiro en la nuca, el hombre se ofreció a ayudarles si se comprometían a respetar la vida de ambos. De este modo, los ejecutores obtuvieron una lista de treinta nombres de residentes en la zona que habían sido miembros activos de la Gestapo y la SS, así como un informe detallado de las fechas de nacimiento, estudios, misiones realizadas y funciones desempeñadas durante la guerra.

Los vengadores, disfrazados de policías militares, se dedicaron a detener uno a uno a todos los hombres y mujeres que aparecían en la lista entregada por aquella pareja. El procedimiento era el mismo en todos los casos; tras capturarles y leerles los cargos contra ellos, eran ejecutados mediante estrangulamiento. El hecho de que en esa región abundasen los lagos, ríos y presas facilitaba la desaparición de los cadáveres.

La única meta de este grupo de vengadores era la de ejecutar al mayor número de criminales nazis. Las listas de los objetivos iban creciendo. Cada tarde, el jefe de los Nokmin proporcionaba a cada uno de los escuadrones la lista de las personas que debían ser ejecutadas esa noche. Cada grupo salía sin saber qué harían los otros. Nunca se llegaría a saber el número de nazis ejecutados por estos escuadrones.

Pero, tal como se apuntaba al principio, los Aliados comenzaron a mostrarse reacios a castigar a todos los alemanes que habían participado en aquellos crímenes. Los judíos entendieron que para las potencias vencedoras la guerra era ya un hecho pasado, pero no todos estaban dispuestos a pasar página.

Tuviah Friedman, Manus Yiaman y Alex Anilevich, hermano de Mordechai Anilevich, quien había liderado el levantamiento del gueto de Varsovia contra los alemanes en abril de 1943, decidieron durante un encuentro en Viena unir sus esfuerzos formando un grupo que tendría el significativo nombre de «Represalia». Los miembros de este grupo, al igual que los miembros de la Brigada Judía, también se dedicaron a capturar, juzgar sumariamente, condenar y ejecutar a antiguos miembros de las SS y la Gestapo. Las misiones llevadas a cabo por «Represalia» continúan también a día de hoy siendo un misterio, así como el número de nazis ejecutados por este procedimiento.

Pero el grupo de activistas hebreos que se mostraría más ambicioso en sus planes se crearía en Lublin, la primera ciudad polaca liberada. Su impulsor sería Beshalel Mihaeli, quien, antes de ver morir a su padre, le había prometido que sobreviviría para llevar a cabo su particular venganza contra los verdugos. En esa ciudad polaca, Mihaeli estableció contacto con otros judíos que ya habían cometido actos de venganza. Aunque procedían de ideologías distintas, se reunieron para compartir su deseo de proporcionar una respuesta contundente a los que habían asesinado a sus familiares.

El nuevo equipo adoptó el nombre de Nakam o Venganza (Dam Yehudi Nakam o La sangre judía será vengada). El líder de la nueva unidad era el lituano —aunque nacido en Sebastopol— Abba Kovner (1918-1987), un poeta que había combatido a los alemanes como partisano en el frente ruso. Sus integrantes decidieron dividir las operaciones en dos fases. La primera, y más urgente, era la de identificar a los judíos que aún quedaban vivos en Europa y ayudarles a llegar hasta Palestina. La segunda sería la misión de vengarse del exterminio llevado a cabo por el régimen criminal nazi con la complicidad de la población alemana. Pero en este caso el castigo no sólo debía alcanzar a los que participaron directamente en el Holocausto, sino que el conjunto de los alemanes tenía que sufrir las consecuencias de ese castigo. Esa venganza terrible e indiscriminada debía ser una magnitud comparable al asesinato masivo llevado a cabo por los alemanes.

En una reunión celebrada en Bucarest, el grupo Nakam decidió acometer dos actos de venganza. El plan A, o prioritario, consistía en el envenenamiento del agua de varias ciudades alemanas, introduciendo una sustancia mortal en la red de consumo. Los activistas esperaban así causar una mortandad masiva, de centenares de miles de víctimas. Para ello se eligieron como objetivo dos ciudades germanas; una sería Nuremberg, cuna del Partido nazi y sede de su convención anual, y la otra, Hamburgo. El plan B, en el caso de que fallase el primero, tendría como objetivo a los prisioneros de las SS retenidos por los aliados en campos de prisioneros, mediante una operación de envenenamiento del pan que se suministraba a los internos.

El cuartel general del equipo se estableció en París. Kovner necesitaba ayuda para organizar esos atentados y decidió viajar a Palestina junto a un pequeño grupo de incondicionales, en donde intentó conseguir la gran cantidad de veneno necesaria para llevar a cabo el plan. El líder del Nakam sólo les habló del mortífero plan A; los líderes judíos en Palestina no apoyaron esa iniciativa, pues la prioridad era la creación y consolidación de un Estado judío. Provocar esa matanza de gente inocente no iba a ayudar precisamente a la consecución de ese ansiado objetivo. Ésa fue la opinión, por ejemplo, de David Ben Gurion, entonces cabeza de la Agencia Judía y después primer ministro de Israel, o de Zalman Shazar, que sería posteriormente el tercer presidente del Estado israelí. Kovner no lograba recabar la ayuda que esperaba recibir, por lo que el día de la venganza debía posponerse una y otra vez.

Finalmente, Kovner pudo hablar con Haim Weizman, quien sería primer presidente del Estado de Israel. Visto el rechazo que el plan A había recogido en otras esferas, sólo le habló del plan B, el envenenamiento de la comida de los miembros de las SS capturados por los Aliados. El futuro mandatario dio luz verde al plan y recomendó a Kovner un químico, quien le proporcionó el veneno.

El 14 de diciembre de 1945, el jefe del Nakam zarpó en un vapor rumbo a Francia, llevando consigo el veneno bajo la inocente apariencia de unos botes de leche condensada. Sin embargo, Kovner no pensaba utilizar ese veneno para asesinar a los prisioneros de las SS, sino que tramaba emplearlo para cumplir el plan A, el envenenamiento de la red de agua de consumo de Nuremberg y Hamburgo.

Pero poco antes de llegar al puerto francés de Tolón, cuatro de los cinco miembros del equipo fueron llamados ante el capitán. Algo había salido mal; posiblemente, desde Palestina alguien había dado orden de detenerles, o quizás el espionaje británico había descubierto las apocalípticas intenciones de esos extremistas. Ante la posibilidad de que tuvieran que rendir cuentas, el quinto miembro del grupo se deshizo de todo el veneno arrojándolo por la borda.

Los jefes del Nakam decidieron entonces llevar a cabo el plan B. En un campo de prisioneros cerca de Nuremberg, el de Langwasser, se concentraban cerca de 15.000 antiguos miembros de las SS. Tan sólo el pan, que se hacía cada día en la empresa panificadora alemana Konsum, era el único alimento que no suministraba el Ejército estadounidense y, por lo tanto, con posibilidades de ser manipulado. Tres de los vengadores se hicieron pasar por panaderos y encontraron trabajo en la panadería que suministraba al campo. En París, un químico judío de Milán se dedicó a fabricar el veneno: dos kilos de arsénico sin refinar.

El 13 de abril de 1946, domingo de Pascua, los activistas se pusieron en movimiento. Durante toda la noche se dedicaron a impregnar con brochas el arsénico en los panes. Casi 3.000 unidades fueron envenenadas. Si a cada miembro de las SS se le entregaba la cuarta parte de una hogaza de pan, eso suponía que cuatro SS morirían por cada unidad. Por tanto, los cálculos de los vengadores eran que unos 12.000 miembros de las SS resultarían muertos en la operación.

Al amanecer, el pan comenzó a ser repartido entre los internos del campo de prisioneros. Pasados unos minutos, el efecto del veneno comenzó a extenderse entre los que habían probado el pan. Los médicos estadounidenses hicieron todo lo posible para salvar la vida a los oficiales de las SS envenenados. Los prisioneros afectados ascendieron a varios miles, pero, al parecer, fueron pocos los que llegaron a fallecer.

Los Aliados jamás hicieron público el número de muertos. El suceso tuvo un débil reflejo en el diario The New York Times, en el que se informaba de una intoxicación que había afectado a 207 prisioneros nazis, sin ocasionar ninguna víctima mortal. En cambio, informes israelíes posteriores llegarían a hablar de unas trescientas bajas mortales. Igualmente, el resultado no dejaba de ser un tanto decepcionante para los activistas judíos, pero al menos su deseo de venganza pudo verse apaciguado.

Este intento de crimen masivo con pan envenenado fue conocido entonces, pero la justicia alemana no logró tener nunca pruebas ni sospechosos, más allá de que los autores del mismo podían pertenecer al grupo clandestino Nakam. En la década de los sesenta se reabrió el caso, pero sin éxito.

En 1996, una televisión entrevistó a dos de los activistas que se habían infiltrado en la panadería para cometer el atentado: Leipke Distel y Joseph Harmatz. El hecho de que fueran entrevistados ocultando su identidad impidió actuar a la Justicia alemana. Pero, en el año 2000, la televisión local de Nuremberg les volvió a entrevistar, aunque esta vez con nombre y apellidos. Ante las cámaras confesaron lo que hicieron. El Tribunal Superior de Nuremberg, al ver cómo dos individuos reconocían el intento de asesinato de 2.000 personas, siendo éste un tipo de crimen que no prescribe, no tuvo otra opción que iniciar los trámites para aclarar judicialmente el asunto.

Así pues, la fiscalía de Nuremberg requirió la presencia de aquellos dos miembros del equipo de activistas que llevó a cabo la operación. Pero Distel y Harmatz, que tenían en ese momento 74 y 77 años respectivamente, no residían en Alemania sino en Israel, lo que complicaba una cuestión ya de por sí bastante espinosa.

Como era de prever, la decisión del Tribunal de Nuremberg no estuvo exenta de polémica. La persecución judicial de esos dos judíos supervivientes del holocausto no sentó bien en algunos medios alemanes, que la consideraron algo desproporcionada frente al largo inventario de crímenes nazis. La fiscalía era consciente de que las posibilidades de que Distel y Harmatz acabasen sentándose en el banquillo de los acusados eran mínimas. Si la acusación se sustanciaba, el Gobierno alemán era el encargado de decidir si se solicitaba la extradición de los dos ancianos. Y, en último caso, Israel debía aceptar la extradición de los dos antiguos activistas, lo que resultaba altamente improbable.

Finalmente, en ese mismo año se canceló esa investigación preliminar. Las presiones para que las acciones contra los dos ancianos quedasen archivadas surtieron efecto y el fiscal decidió abandonar la causa. La razón admitida por el fiscal para aceptar cerrar el caso fue el concepto de Verjährung (código de limitaciones), debido a las circunstancias inusuales en que se desarrolló el suceso. De este modo, quedaba definitivamente cerrado un caso extremo en el que la venganza había sustituido a la justicia.

1. Karl Ernst Krafft, nacido en Basilea el 10 de mayo de 1900, era un experto matemático que, tras su paso por la universidad, se dedicó a la astrología. Al llegar Hitler al poder, Krafft se trasladó a Alemania y allí lograría obtener el favor de los líderes nazis más interesados en el ocultismo, como Heinrich Himmler y Rudolf Hess. El 2 de noviembre de 1939, Krafft informó al mando alemán de forma confidencial que la vida de Hitler estaría en peligro entre los días 7 y 10 de ese mes. Efectivamente, el atentado de Múnich, del que Hitler salió ilesó porque abandonó el lugar unos minutos antes de que estallase el artefacto que debía acabar con su vida, tuvo lugar el día 8 de noviembre, pero nadie había tomado en serio las advertencias de Krafft. Los interrogatorios de la Gestapo probaron que Krafft nada sabía sobre el atentado.

El astrólogo suizo proporcionó estudios astrológicos a Hitler, aunque se cree que nunca llegó a reunirse con él. Su estrella personal ascendió hasta que el viaje a Escocia de Rudolf Hess, supuestamente provocado por predicciones astrológicas favorables al intento de alcanzar la paz con Gran Bretaña, desató una purga de astrólogos por orden de Hitler. Krafft no pudo escapar a la persecución y fue encarcelado durante un año, aunque, paradójicamente, se le continuaron demandando predicciones astrológicas, que en su mayoría serían acertadas. En 1944 fue encarcelado de nuevo, tras pronosticar que el Ministerio de Propaganda quedaría destruido en un bombardeo. Krafft falleció enfermo de tifus el 8 de enero de 1945 cuando era trasladado al campo de concentración de Buchenwald.

2. El MI5 (Servicio de Inteligencia Militar 5) es un servicio de Inteligencia del Reino Unido que se dedica a la seguridad interna, en contraposición del MI6, que se encarga de la seguridad externa del país. Fue fundado en 1909.

3. En 1966, Terence Young llevó al cine la historia de este ladrón y espía en Triple Cross, aunque entonces no se conocía la propuesta que hizo para matar a Hitler. Christopher Plumer interpretó a Chapman y Yul Brynner aparecía en el film como un nazi sin escrúpulos.

4. Abreviatura del alemán Unterseeboot, «nave submarina».

5. En el año 2000, Jonathan Mostow dirigió la película U-571, basada en este episodio. En esta versión cinematográfica, protagonizada por Matthew McConaughey y Harvey Keitel, la captura de la Enigma era llevada a cabo por los norteamericanos. En el film, un comando norteamericano se hacía pasar por una unidad de rescate alemana para introducirse en un submarino nazi averiado en alta mar y apoderarse de la máquina a cualquier precio, incluso sacrificando la vida de sus miembros. La cinta levantó polémica en Gran Bretaña, al arrebatar a los ingleses —aunque fuera en una obra de ficción— el mérito de haber conseguido capturar la valiosa máquina a los alemanes.

6. Baur formaba parte del grupo que salió del búnker con la intención de cruzar las líneas soviéticas, en la noche del 1 al 2 de mayo de 1945. Durante la huida recibió un disparo en la pierna y fue capturado. Una vez descubierta su identidad, los rusos lo sometieron a interrogatorios para descartar la posibilidad de que hubiera sacado a Hitler de Berlín en avión. Baur fue internado en un campo de prisioneros en la Unión Soviética. Al no recibir tratamiento adecuado, la herida en la pierna empeoró hasta el punto de que fue necesario amputarla. Tras su liberación, en 1955, regresó a Alemania. Escribió sus memorias en 1971. Falleció en Múnich en 1993, a los 96 años.

7. Esta información fue publicada el 11 de julio de 2005 en el diario L’Unione Sarda

8. Clifton James, M. E.: I Was Monty’s Double. Hamilton and Co. 1954. Edición en español: El doble del mariscal Montgomery. Emecé, 1954.

9. Cüppers, Martin: Deutsche, Juden, Völkermord. Der Holocaust als Geschichte und Gegenwart (Alemanes, judíos, genocidio. El holocausto como historia y presente). Gebundene Ausgabe, 2005.

10. Buscado por los Aliados por crímenes de guerra, Walther Rauff sería capturado el 30 de abril de 1945. Entre otros cargos, se le responsabilizó por la muerte de más de cien mil personas. Dos años más tarde consiguió escapar de la cárcel y fue reclutado por los servicios de Inteligencia de Siria. En Damasco llegaría a ser consejero militar del presidente Juseini Zahim. Tras el derrocamiento de Zahim, Rauff se trasladó a Italia, para escapar después a Sudamérica, viviendo en Ecuador y Argentina. Llegó a Chile junto a su familia en 1958 y se dedicó al comercio y la ganadería. Según los documentos desclasificados por la CIA en 2001, Rauff pudo trabajar para el servicio de Inteligencia chileno. El 19 de diciembre de 1962 Rauff fue detenido, después de que la República Federal de Alemania pidiera su extradición. La Corte Suprema rechazó la demanda y Rauff fue liberado. El presidente Salvador Allende no pudo modificar la situación; en una carta amistosa dirigida al cazador de nazis Simon Wiesenthal, le dijo que no estaba dentro de sus posibilidades rectificar la decisión tomada por la Corte en 1962. En enero de 1984, el Ministerio de Justicia israelí pidió que detuvieran a Rauff, pero el gobierno chileno rechazó nuevamente la petición. Un mes más tarde, el gobierno alemán reclamó por segunda vez la detención del criminal nazi, a lo que el gobierno chileno respondió que sólo se abriría de nuevo la investigación sobre Rauff si se presentaban nuevas causas penales, ya que su detención no era una causa de interés público en Chile. Rauff falleció el 14 de mayo de 1984, a los 77 años. Según un informe del MI5, Ruff «no sentía ningún tipo de remordimiento por sus accciones», pues se consideraba a sí mismo «como un mero administrador técnico».

11. No se puede pasar por alto la gran rivalidad histórica entre franceses y los británicos, lo que hacía temer que el desembarco aliado en territorio francés fuera interpretado no como una ayuda, sino como una agresión. A los franceses no les faltaba razón para considerar a los ingleses como enemigos; a las pocas semanas de la derrota de Francia, el 3 de julio de 1940, la armada británica atacó a los buques franceses situados en los puertos norteafricanos de Orán y Mers-El-Kebir (Argelia) y en Dakar (Senegal). El objetivo era impedir que los alemanes se apoderasen de la potente armada francesa, pero los ataques produjeron la muerte de muchos marineros galos.

En el momento en el que los Aliados tenían previsto desembarcar en África del Norte, el recuerdo de estos ataques estaba aún muy vivo en la mente de los soldados franceses, así que no se descartaba la posibilidad de que éstos vieran la oportunidad de vengar a sus compatriotas.

Al principio de la operación anfibia en las costas africanas se produjeron algunos enfrentamientos con las tropas francesas. Las fuerzas navales fueron las que ofrecieron más resistencia a los Aliados, seguramente porque tenían muy presente la afrenta sufrida a manos inglesas, pero poco a poco fueron comprendiendo que no se trataba de una invasión. Aquello era el inicio de la liberación de su país, y los soldados franceses se fueron integrando en la fuerza aliada, olvidando los episodios pasados.

12. El organismo oficial que más se ha interesado por estos documentos es el Instituto de Cartografía de Andalucía. Después de dos años de negociaciones y de pagar 18.000 euros, pudo hacerse con una copia de un dossier de 170 mapas de esta región elaborados por los cartógrafos nazis. Este Instituto también consiguió otros seis mapas que se encontraban en unos archivos de Londres, pero se desconoce el paradero de otros 17 mapas alemanes de Andalucía. Según los expertos del Instituto, los mapas analizados incluyen una cartografía exhaustiva de Córdoba, pese a no constituir un punto estratégico, además de información de barimetría de Algeciras inédita en los mapas españoles, además de valiosísimos esquemas de vuelos por el litoral mediterráneo, con especial atención a la costa gaditana.

13. Hace referencia a la liberación de Mussolini del 12 de septiembre de 1943, cuando el dictador italiano fue rescatado de su prisión en la montaña de los Abruzzos gracias a una operación aerotransportada ejecutada por Otto Skorzeny.

14. El ántrax permanecería endémico en la isla, revelándose inútiles los intentos para eliminarlo por completo. No sería hasta 1986 cuando el gobierno británico consideró a la isla libre de la bacteria, tras limpiar a conciencia los focos de infección. Se llevaron toneladas de tierra en contenedores a tierra firme para ser quemadas y luego se disolvieron cerca de trescientas toneladas de formaldehído en dos mil toneladas de agua de mar, con las que se empapó el suelo de la isla.

El 24 de abril de 1990, el secretario de Estado de Defensa, Michael Neubert, se desplazó a la isla para verificar la descontaminación; sobre el terreno explicó que ya todo estaba en orden, arrancó delante de las cámaras el cartel que decía «Prohibido pasar» y envió a un grupo de ovejas a pastar con el fin de demostrar que no había peligro. Aun así, Gruinard permanece deshabitada.

15. Harris, Robert y Paxman, Jeremy. Eine hörere von den Tötens. Die unbekannte Geschichte der By C-Waffen. Múnich, 1985.

16. B. F. Skinner. Cumulative Record. Appleton-Century-Crofts, 1959.

17. Skinner’s Utopia: Panacea or Path to Hell?, Time Magazine. 20 de septiembre de 1971.

18. Esta agencia creada por decreto militar en 1942 fue disuelta en septiembre de 1945 por orden del presidente Harry Truman. La misión de la OSS consistió en el espionaje y análisis de información sobre Alemania, Japón y sus aliados y la planificación y ejecución de operaciones especiales, incluida la cooperación con los grupos clandestinos de resistencia a la ocupación alemana y japonesa.

19. Su estudio sobre esta cuestión fue publicado con el título Anthropological Intelligence: The Deployment and Neglect of American Anthropology in the Second World War, Duke University Press, 2008. David H. Price es autor también de Threatening Anthropology: McCarthyism and the FBI’s Surveillance of Activist Anthropologists, Duke University Press, 2004.